Los cuarenta años que siguieron a la
muerte de Alejandro Magno se
caracterizaron por innumerables guerras, en el curso de las cuales el imperio
conquistado por el rey estuvo varias veces a punto de hundirse, hasta que acabó
por desmembrarse. La considerable fuerza reunida para abatir al Gran Rey y
reducir la resistencia de los pueblos asiáticos fue apartada de sus objetivos
por unos generales que eran, parcial o totalmente, sus depositarios. Esos generales
son designados por los historiadores antiguos con el nombre de "diadocos" (διάδοχοι), porque son los
"sucesores" directos de
Alejandro, los que han recogido (y repartido) su herencia. Después de ellos,
vinieron los Epígonos, cuyo nombre
recuerda la segunda generación de héroes que, en la leyenda tebana, logró
alcanzar la victoria sobre la ciudad maldita. Los Diadocos son los compañeros
directos del conquistador; algunos incluso habían sido antes compañeros de Filipo; todos, salvo una excepción (la
de Eumenes), son soldados
macedonios, que obedecen las costumbres de su país y se rigen por ellas.
Incluso los más ambiciosos de ellos se consideran unidos por algún lazo a la
dinastía nacional de Pella, un lazo que sus tropas les impiden olvidar y
romper.
a)
Los protagonistas
Alejandro, para asegurarse
la ejecución de sus proyectos, secundarle en sus campañas y administrar el
imperio, disponía de un estado mayor de oficiales macedonios, que, en conjunto,
le habían permanecidos fieles. Al final del reinado, algunos habían
desaparecido, los unos víctimas de diversas intrigas, como Filotas, que había arrastrado a su padre, Parmenio, otros, como Cleitos
el Negro, muerto por el propio Alejandro, por razones poco explicables, y
otros, en fin, muertos de enfermedad, como Hefestión,
el más íntimo amigo del rey y, sin duda, el que más fielmente habría seguido
sus proyectos. Estos vacíos habían ido llenándose como se habían podido: los
más valientes o, sencillamente, los más ancianos obtenían un ascenso. Así, Meleagro, el único superviviente de los
primeros jefes de falange, debió este hecho puramente accidental su ascendiente
sobre la infantería en el momento de la partición de Babilonia. Todos aquellos
hombres, oficiales confirmados o recientemente ascendidos, iban a encontrarse,
después de la muerte del rey, investidos de grandes responsabilidades y
sometidos a tentaciones demasiado fuertes, a veces, para ellos.
Al
abandonar Pella, Alejandro había dejado, para sustituirle en Macedonia y a la cabeza
de la Liga de Corinto, a Antípatro de Paliura. Antípatro, nacido
probablemente en el 399 o el 398, pertenecía a la generación de Filipo, bajo el
que había ejercido mandos militares importantes, especialmente en Tracia contra
Kersobleptes, y al que también había
reemplazado, a veces como regente a la cabeza del reino. Al confiarle la
lugartenencia, Alejandro no hacía, pues, más que seguir el ejemplo de su padre.
Antípatro estaba tanto mejor cualificado para aquella tarea, cuanto que no era
solo un soldado sino que poseía además una extensa cultura, caso raro entre la
nobleza macedonia. Mantuvo relaciones epistolares con Aristóteles y se le atribuye incluso la redacción de obras
históricas: excelente preparación para un administrador que debía dirigir la
diplomacia del reino en el seno de la Liga de Corinto.
Antípatro estaba, por instinto, más cerca
de Filipo que de Alejandro; seguía fiel a la tradición de la monarquía militar,
se inquietaba, a veces, al creer que Alejandro cedía a la tentación de hacerse
divinizar y adorar, pero era profundamente leal a la dinastía a cuyo servicio
estaba, y recelaba de la veleidad de las ciudades griegas.
La labor de Antípatro no se veía
facilitada por la presencia en Pella de la madre de Alejandro, Olimpia, que había vuelto del destierro
con su hijo, a la muerte de Filipo. La reina tenía unos cuarenta años cuando
comenzó la expedición de Asia, y no se resignaba a la autoridad de Antípatro,
enviando fuertes reclamaciones contra él a Alejandro que conociendo a su madre,
no concedía demasiada importancia a sus quejas. Por último, en 331, Olimpia se
había retirado, una vez más a Epiro, a la corte de su hermano Alejandro el Moloso, que era también su
yerno, pues se había casado con Cleopatra,
hija de Olimpia y Filipo, y, por consiguiente, hermana de Alejandro. Alejandro
el Moloso había muerto, poco después en Lucania,
por lo que Olimpia había tomado en sus manos los asuntos del reino,
convirtiéndose, de hecho, en la dueña del país, y Cleopatra, desposeída por su
madre, tenía que regresar a Pella. Olimpia no por eso dejó de proseguir las
intrigas que le inspiraba su odio hacia Antípatro, hasta conseguir que
Alejandro le prestase oídos, y bastó un incidente -una sublevación en Tracia,
que el regente no pudo sofocar, para que el rey decidiese llamar a Antípatro
junto a él en Babilonia, mientras confiaba la regencia de Macedonia a Crátero, un antiguo jefe de falange que
había llegado a ser uno de los lugartenientes favoritos de Alejandro. A pesar
de su edad, Antípatro recibió la orden de escoltar reclutas desde Macedonia
hasta Babilonia, mientras Crátero se ponía en marcha hacia Europa, a la cabeza
de diez mil veteranos enviados allí. En aquel momento, se produjo la muerte del
rey.
En aquella hora dramática, otro
superviviente de la generación anterior, Antígono
Monoftalmos (el Cíclope), se
encontraba también ausente de Babilonia. Desde hace unos diez años, gobernaba
la satrapía de Frigia. Alejandro
recompensó así sus buenos servicios y su indudable talento militar. Al comienzo
de la campaña, mandaba a los aliados griegos y, ya en Frigia, tuvo que pelear
duramente contra los "guerrilleros" persas; en el curso de esos
combates perdió un ojo, lo que añadió a su fisionomía un cierto aire de
ferocidad. Antígono era de gran estatura, gozaba entre los hombres de
considerable prestigio y sabía imponer su voluntad, pero es también
diplomático, cuando la ocasión lo requiere, y sensible a la grandeza del
helenismo. Frente al autoritario Antípatro, Antígono se hará partidario de la
libertad de las ciudades griegas y será el primero en merecer su
reconocimiento.
Los otros actores del drama se
encontraban en Babilonia, donde todos desempañaban algún cargo, en la corte o
en el ejército. Uno de los más visibles era Pérdicas, cuya ascensión, extremadamente rápida, comenzó después de
la muerte de Hefestión. Era un noble macedonio, buen oficial. Una vez
desaparecido Hefestión, Pérdicas había sumido las funciones de quiliarca
(el "visirato") y el mando de la primera hiparquía. Fue él a quien Alejandro, al morir, entregó el sello
real, y él era el confidente de los proyectos del rey.
Al lado de Pérdicas estaba su amigo Eumenes de Cardia. Canciller de
Alejandro, después de haber sido secretario de Filipo, desempañaba funciones
civiles, aunque había comenzado su carrera como soldado. Y, a pesar de ser
griego, lo que debilitaba un poco su posición en medio de todos aquellos
macedonios-, era el que estaba más al corriente de todos los asuntos del
imperio, porque una de sus tareas había consistido, durante años, en
centralizar las relaciones de los gobernadores e informadores de todas clases,
en redactar o hacer redactar las respuestas del rey, en tener en orden todos
los archivos y la crónica de la corte. Antípatro le era hostil, quizás a causa
de Olimpia, pero Eumenes no carecía de amigos, y él era también leal en sus
afectos.
Entre los ayudantes de campo de Alejandro
(los σωματοφύλακες, los "guardias del rey"), que eran siete en el
323, había algunos movidos por una gran ambición, y que no se considerarían
satisfechos con una satrapía. Los más notables eran Lisímaco, Peithon, Peucestas, Leonato y Ptolomeo.
Todos habían participado activamente en la conquista. En otro tiempo, Ptolomeo
había compartido el destierro de Alejandro, se había hecho ilustre durante los
últimos años de reinado y sus triunfos le habían hecho muy popular entre las
tropas; prudente hasta la doblez, estaba persuadido de que la obra de Alejandro
no podía sobrevivirle. Así, desde el principio, no pensó más que en adjudicarse
una parte del imperio y, cuando otros generales -fuese por verdadera lealtad a
la memoria de Alejandro, fuese por el cálculo de un interés que ellos creían
bien entendido- se esforzaban por mantener la cohesión del poder, Ptolomeo por
su parte, no tenía otra preocupación que la de constituirse un reino.
Lisímaco parecía haberse
formado, inicialmente, proyectos semejantes, pero fue más lento en su
realización, acaso por verse menos favorecido por los acontecimientos que
Ptolomeo, el cual tuvo la habilidad de hacerse enviar a Egipto, mientras
Lisímaco obtenía la Tracia,
menos protegida por su situación geográfica y constantemente atacada por los
"disidentes".
Leonato, uno de los
héroes de la campaña de la India,
no había concebido aún su gran designio, que tendía nada menos que a apoderarse
del trono de Macedonia y que, finalmente, no le condujo más que a su pérdida,
durante la Guerra Lamiaca (323-322). De momento no era más que
un jefe de guerra intrépido, pero vano y enredador.
Por último, el comandante de los "hispaspistas", que eran las tropas
de selección, Seleuco, un gigante,
de quien se decía que era capaz de sujetar con sus manos a un toro, se
encontraba también en Babilonia, muy decidido a no dejarse olvidar.
b)
El problema de la sucesión
Muerto Alejandro había que darle un
sucesor. Legalmente la designación del nuevo rey correspondía al ejército
macedonio, tanto a la fracción que se encontraba a las órdenes de Antípatro
como a las tropas reunidas en Babilonia. Pero, en realidad, de momento, no se
tuvo en cuenta más que a éstas últimas. El carácter arcaico de aquella forma de
elección no convenía a las circunstancias totalmente nuevas creadas por la
conquista.
Lo más natural habría sido designar a un
hijo de Alejandro, pero éste no tenía aún ningún hijo legítimo. Roxana, la princesa persa con la que se
había casado en Sogdiana en 327,
esperaba un hijo, pero no se sabía si sería un príncipe o una princesa.
Pérdicas, el oficial que desempañaba las funciones más elevadas propuso al
consejo de generales esperar hasta el parto de Roxana antes de tomar una
decisión definitiva. Si el hijo era un muchacho, se le proclamaría rey; si no,
se procedería a una deliberación. Los otros generales accedieron, e
inmediatamente se atendió a organizar la regencia: Pérdicas y Leonato
serían los dos tutores del joven príncipe y ejercerían la regencia sobre los
territorios asiáticos. Macedonia y Grecia quedarían bajo la autoridad de Antípatro y de Crátero reunidos. Así se creaba una especie de tetrarquía, que,
naturalmente, no iba a ser más que provisional. Aquel sistema tenía como virtud
principal la de mantener la unidad del imperio, al menos como principio. El
futuro rey sería el hijo del macedonio Alejandro y de la sogdiana Roxana;
tendría pues, iguales títulos para reinar sobre las dos mitades del mundo.
Pérdicas, al proponer aquella solución, permanecía fiel al espíritu de
Alejandro y los generales presentes le comprendieron al punto. Pero no ocurrió
lo mismo cuando se pidió la opinión de la tropa. Los jinetes, entre los que
predominaba la nobleza, adoptaron el plan sin dificultad, pero la infantería se
mostró hostil. Meleagro, que tenía
entre los infantes el prestigio de un oficial con blasón, se negó a aceptar la
posible elevación al trono nacional de un hijo de Roxana, es decir, a sus ojos,
un semi-bárbaro. Con una obstinación casi irreductible que encontró eco en las
filas de la falange, quería salvaguardar la "pureza" de la dinastía
y, a falta de cualquier otro pretendiente posible, propuso a los infantes que
votasen a un hijo que Filipo había tenido con una concubina, la tesaliana Filina: era un tal Arrideo (Αρριδαίος) epiléptico y medio loco. Pero era un
hijo de Filipo, y la infantería apoyó aquella extraña designación unánimemente.
El ejército se encontraba, pues, dividido
en dos bandos. Los jinetes, decididos a imponer su solución salieron de
babilonia, con Pérdicas, y amenazaron con aislar la ciudad. Se habría
desembocado, sin duda, en una verdadera batalla, si los esfuerzos de Eumenes no
hubieran logrado conciliar los dos puntos de vista. Arrideo fue proclamado rey,
con el nombre Filipo III, pero, al
mismo tiempo, se estableció que, si Roxana alumbraba a un niño, éste reinaría
juntamente con Arrideo. El sistema de regencia fue también notablemente
modificado. En lugar de Leonato, Pérdicas tuvo que aceptar que se le impusiese
como adjunto a Meleagro, considerado, sin duda, como representante de la
falange. Por su parte, Crátero se convertía en el tutor oficial de Filipo III
que, desde luego, era mayor, pero estaba incapacitado para ejercer
personalmente el poder. En tales condiciones, ninguno de los actos de Pérdicas
podía tener fuerza de ley si no era refrendado por Crátero, que, por su parte,
tenía que permanecer en Macedonia, como asociado de Antípatro, recibiendo éste
el título de estratega. Resulta difícil definir aquella especial autoridad
concedida a Crátero. Por otra parte, no tuvo ocasión de ejercerla, y todos
pudieron comprobar muy pronto que, en realidad, Pérdicas era dueño de la mitad
asiática del imperio, mientras que Antípatro reinaba sobre la mitad europea.
Las decisiones impuestas por la intervención de Meleagro comprometieron
gravemente la unidad del imperio, al desmantelar la autoridad central. En
efecto, aquella autoridad pasó a depender, no de instituciones definidas y
estables, sino de la eventual concordia entre Pérdicas y Crátero, los dos
personajes más importantes del imperio.
Meleagro fue eliminado rápidamente. Pérdicas
le había acusado de alta traición ante el ejército, y los soldados le habían
condenado a muerte. Por su parte, Antípatro, aunque en teoría era el segundo de
Crátero, adquirió sobre él un ascendiente indudable; de más edad, tenía también
más experiencia de poder en Macedonia, y el país estaba acostumbrado a él. Por
si esto fuera poco, se ganó a su joven colega, haciéndole casarse con una de
sus hijas. En fin, la
Guerra Lamiaca, que estalló en cuanto en Grecia se tuvo
noticia de la muerte de Alejandro, no dejó a Crátero el tiempo libre necesario
para intervenir en los asuntos generales. Pérdicas y Antípatro se encontraban,
pues, prácticamente solos en el mando. La obra de Alejandro se continuaría en
la medida en que ellos acertasen a colaborar de un modo eficaz.
Pérdicas, que obtenía sin la menor
dificultad el refrendo del rey Filipo III, se preocupó de asignar a los demás
oficiales satrapías que les alejaban de Babilonia. Egipto correspondió a Ptolomeo,
Tracia volvió a Lisímaco, la
Frigia Helespóntica a Leonato y Capadocia a Eumenes. La satrapía de Antígono fue ampliada con la adición de
nuevos territorios: Licia, Panfilia y Pisidia. Peithon recibió
la Media, pero como el sátrapa de aquella provincia,
Atropates, era suegro de Pérdicas
(que había seguido, como la mayoría de los generales, el ejemplo de Alejandro y
se había casado con un princesa persa), la media fue dividida en dos partes. El
norte correspondió a Atropates (fue la Media Atropatene, hoy Azerbaijan). Los sátrapas de Lidia y de Caria eran,
respectivamente, Menandro (ya en
tiempos de Alejandro) y Asandros. El
de Siria fue Laomedón, un amigo de Alejandro, y el de Babilonia, un desconocido llamado Archon. Seleuco fue
designado para mandar los "hetairos" (los compañeros del
rey), puesto en el que sucedió al propio Pérdicas.
Estos nombramientos de prefectos no
modificaron nada el sistema de administración establecido por Alejandro;
excepto algunos retoques, todas las provincias siguieron como antes. Los inspectores
financieros, cuya misión era la de limitar el poder de los sátrapas,
continuaron coexistiendo con éstos. Sin embargo, y a pesar de tales
apariencias, comienza a perfilarse una orientación nueva en la política. Los
nuevos sátrapas son más independientes del poder central, de lo que
anteriormente lo eran de Alejandro. Por ejemplo, Ptolomeo, en Egipto, no tarda
en desembarazarse de su predecesor Cleomenes,
aunque éste había sido designado para adjunto suyo, y se dedica a organizar un
ejército que sobrepasa notablemente los efectivos que se le permitían. Por
último, ya no había apenas gobernadores de origen persa, lo que era contrario a
los deseos de Alejandro. En las satrapías, no se encuentran más que oficiales
macedonios, que no pueden olvidar su origen militar, y muy pronto, aquellos
"prefectos", que no habrían debido ser más que administradores, se
convertirán en otros tantos condottieri siempre dispuestos a la
batalla. Alejandro había deseado que, entre conquistadores y conquistados, se
estableciera un espíritu de colaboración sincera. la partición del imperio ente
sus "mariscales" y solo entre ellos impedía que se borrase el
recuerdo de la conquista.
c)
El asunto de los mercenarios
Mientras en Babilonia se jugaba la suerte
del imperio, las provincias orientales y, por otra parte, Grecia, fueron casi
simultáneamente escenarios de una rebelión. La primera -el asunto de los
mercenarios- fue la menos grave, y no tuvo más que el valor de un síntoma. La
segunda, la "Guerra Lamiaca", puso en serio peligro la hegemonía
macedónica en el mundo griego.
Alejandro había situado en Bactriana un gran número de mercenarios
griegos, a los que él proyectaba convertir en colonos, capaces de implantar
sólidamente el helenismo en tierra bárbara. Pero aquellos hombres, que tal vez
al principio habían sido seducidos por las ventajas que se les ofrecían, no
tardaron en cansarse de una vida que les arrancaba de su paria, y reinaba
todavía Alejandro cuando ya se produjo una sublevación, acaudillada por un tal Atenodoro, que se había apoderado de Bactres y había tomado el título de
rey. Atenodoro no había tardado en ser asesinado y, a la muerte de Alejandro,
otros colonos se unieron a los insurrectos. Entre todos, formaron un ejército
de 20.000 infantes y 3.000 jinetes. Aquellos hombres no tenían más que un
deseo: el de volver a su patria, el de terminar por su cuenta la interminable
aventura iniciada por Alejandro. Pérdicas, convertido en responsable del Asia
después del reparto hecho en Babilonia, no podía permitir que aquel movimiento
se acrecentase y se extendiese. Encomendó a Peithon, el nuevo sátrapa de la Media, la misión de reducir a los rebeldes,
utilizando para ellos las tropas macedonias, hostiles por principio a los
mercenarios griegos, despreciados y envidiados.
Peithon, en lugar de atacar de frente,
emprendió negociaciones y no tardó en encontrar traidores. Olvidando la misión
que se le había encomendado, Peithon esperaba aprovechar la ocasión para
asegurarse el agradecimiento y la colaboración de aquellos mercenarios, que
representaban una fuerza indudable. con su ayuda, resultaría sumamente fácil
crearse un reino. Los rebeldes se rindieron y Peithon les perdonó. Pero los
soldados macedonios, a los que Pérdicas había prometido antes de la partida los
despojos de los mercenarios, no se conformaron y, por sorpresa, rodearon a los
griegos, haciendo con ellos tal matanza, que no dejaron ni un superviviente.
Peithon, decepcionado, no tuvo más remedio que volver al campo de Pérdicas. Las
satrapías orientales perdieron unos miles de colonos griegos, pero aún quedaban
muchos otros, los cuales, tal vez escarmentados, juzgaron más conveniente
continuar viviendo en Asia. Y Pérdicas comprendió, si no lo había comprendido
antes que cada uno de los sátrapas que él había creado podía traicionarle, en
cualquier instante, para intentar alzarse con un reino.
d) La Guerra Lamiaca
(323-322)
Mientras tanto, en Grecia se jugaba una
partida mucho más importante. Atenas no se había resignado jamás a la victoria
de Filipo. Desde que se tuvo noticia de la muerte de Alejandro -primero, por
rumores bastante vagos que los dirigentes se resistían a creer-, el partido
democrático, tradicionalmente hostil a Macedonia, consideró que había llegado
la hora de liberar a la ciudad y a toda Grecia. Precisamente, la ciudad tenía a
su cabeza a Hipérides, el jefe de la
fracción más "avanzada" de los demócratas. Demades y Demóstenes
habían sido eliminados de la escena política a consecuencia del asunto de Harpalo (el tesorero de Alejandro que
había huido con 5.000 talentos a Atenas, y había intentado que los atenienses
se rebelaran contra Macedonia, sin éxito), y Licurgo, que había dirigido la política de Atenas durante mucho
tiempo, había muerto el año anterior.
La muerte de Alejandro no había cogido
desprevenido a Hipérides. Con la ayuda de un tal Leóstenes, un ciudadano de Atenas que había servido como mercenario
en Asia y había adquirido un gran prestigio entre los demás mercenarios,
Hipérides había entablado negociaciones con todos los soldados sin empleo, que,
de regreso de los países en los que se habían batido, solían reunirse en la
región del cabo Ténaro. Leóstenes, elegido estratega para el año 324 comenzó a
asegurarse entre los soldados del Ténaro el núcleo de un ejército con vistas a
una posible acción contra Macedonia. Quizás él mismo había llamado la atención
de Hipérides sobre el malestar que reinaba entre los mercenarios, malestar que
los acontecimientos de Bactriana venían a confirmar. Al mismo tiempo, Leóstenes
negociaba con los etolios, tradicionalmente enemigos de Macedonia.
Hacia el mes de septiembre de 323 se tuvo
la seguridad de que Alejandro había muerto. La asamblea de Atenas, inducida por
Hipérides, declaró la guerra a Macedonia. Todos los ciudadanos de menos de 40
años fueron movilizados, se decretó poner de nuevo en servicio y armar 200
trirremes y 40 cuatrirremes, se requisó lo que quedaba del oro de Harpalo y se
enviaron embajadores a toda Grecia para buscar aliados. El objetivo de la guerra
era liberar a todas las ciudades a las que Antípatro había impuesto una
guarnición. La mayoría de las ciudades aceptó unirse a Atenas, pero Esparta, duramente batida diez años
antes, se negó a actuar. Los beocios,
por su parte, no deseaban el renacimiento de Tebas, que sería la consecuencia inmediata de una derrota
macedónica. Un cierto número de ciudades simpatizantes se vio paralizado por la
presencia de la guarnición establecida por Antípatro. Finalmente, al lado de
Atenas estaba Sición, la Elida,
la Mesenia y Argos,
pero los arcadios, inquietos al ver a Esparta al margen del conflicto,
permanecieron, prácticamente neutrales. Al norte del Ática, los pueblos
tesalianos y algunos beocios siguieron a Atenas. Pero ninguna población de las
islas se avino a entrar en la alianza. Demóstenes, desterrado en Egina, puso
espontáneamente su elocuencia al servicio de su patria y tomo parte, a título
privado, en la campaña diplomática, lo que le valió ser llamado y acogido como
triunfador por sus compatriotas.
Al principio los griegos consiguieron
brillantes éxitos. Las tropas atenienses se establecieron en las Termópilas en octubre, no sin haber
tenido que forzar antes el paso a través de la Beocia. Antípatro
atacó con las tropas de que disponía y en las que figuraban jinetes tesalios,
pero éstos desertaron en el campo de batalla y Antípatro tuvo que encerrarse en
la ciudad de Lamia. Su plan
consistía en esperar a los otros oficiales macedonios, a Crátero y a Leonato,
que eran los más próximos. No podía esperar nada de Lisímaco, que, en Tracia,
estaba empeñado en dura lucha contra el rey Seuthes. Antípatro, prudentemente, ofreció su rendición a
Leóstenes, que mandaba las fuerzas atenienses. Leóstenes no quiso concederle
más que una rendición sin condiciones, y Antípatro decidió continuar la
resistencia. Poco después, Leóstenes fue muerto en una escaramuza. Antifilos, que le sustituyó, no tenía
su prestigio. Los etolios fueron los primeros en retirarse, pretextando que les
necesitaban en su país. Esta defección debilitaba a los aliados, que no
pudieron mantener el cerco de Lamia cuando se presentó el ejército de socorro
capitaneado por Leonato. Es cierto que éste sufrió una derrota en un combate,
en el curso del cual pereció, pero si sus jinetes fueron vencidos, la falange
quedó intacta y Antifilos no pudo impedirle que estableciese contacto con
Antípatro. Este volvió tranquilamente a Macedonia. Crátero estaba en camino. El
imperio movilizaba poco a poco sus fuerzas contra los aliados, cuyas fuerzas,
por el contrario disminuían.
Pero Crátero tenía que franquear los
Estrechos para reunirse con Antípatro. Todo dependía, pues, de lo que sucediese
en el mar. Hasta entonces, los navíos atenienses mantenían el dominio del Egeo.
La flota de Antípatro era muy inferior en número, pero a comienzos de 322,
Pérdicas envió en apoyo de su corregente, una flota considerable, mandada por Cleitos. Bajo su protección, Crátero
franqueó los Estrechos. La flota ateniense vencida, buscó refugio en el Pireo.
El pueblo decidió hacer un nuevo esfuerzo. Se equiparon nuevos navíos y, a
comienzos del verano, las escuadras volvieron al mar, con la esperanza de
interceptar los convoyes que regresaban de Asia a Macedonia. Pero Cleitos les
infligió una segunda derrota junto a Amorgos
y se dispuso a bloquear el Pireo. Desde entonces la suerte de la guerra estaba
decidida.
En el curso del verano, Antípatro y
Crátero volvieron a ponerse en camino hacia Grecia, a través de Tesalia. Disponían de más de 43.000
infantes y de unos 5.000 jinetes. El encuentro tuvo lugar en Cranón, al sur del Peneo. Los aliados
solo disponían de unos efectivos aproximadamente equivalentes a la mitad de los
macedonios. El enfrentamiento de la caballería fue favorable a los griegos,
pero la falange destrozó sus líneas. Aunque la batalla, por sí misma, acaso no
fuera decisiva, los aliados de Atenas se desalentaron e iniciaron negociaciones
separadas con Antípatro. Atenas se resignó a negociar también. Se llamó a Demades, que volvió del destierro para
tratar con sus amigos macedonios. Partió en embajada con Foción y con otro oligarca, Demetrio
de Falera, que muy pronto iba a desempeñar un papel de primerísima
importancia. Antípatro se encontraba en Beocia cuando aceptó negociar con
Atenas. Sus condiciones fueron rigurosas: entrega de los oradores hostiles a
Macedonia (Demóstenes, Hipérides), pagar una fuerte
indemnización de guerra, transformar la constitución de la ciudad (desde
entonces ya no serían ciudadanos más que los atenienses que dispusieran de una
fortuna, por lo menos de 2.000 dracmas) y, por último, recibir una guarnición
macedónica en Muniquia. Atenas tuvo
que aceptar. Desde el mes de septiembre de 322, los soldados macedónicos
ocuparon Muniquia. Demóstenes e Hipérides, que habían huido, fueron condenados
a muerte en rebeldía. Antípatro se encargó de perseguirles y ejecutarles. Demóstenes se envenenó en Calauria, en el templo de Poseidón, en
el momento en que Arquías, enviado
por Antípatro estaba a punto de arrancarle de aquel asilo (12 de octubre de
322).
De los aliados del año anterior, los
etolios eran los únicos que seguían en guerra. Antípatro y Crátero invadieron la Etolia, pero se encontraron
con un enemigo inaprensible, que hizo el vacío y se retiró a la montaña, en la
que era imposible perseguirle. Mas los macedonios tal vez habrían logrado
reducir a etolia por el hambre, si los acontecimientos de Asia no les hubieran
obligado a concluir una paz cualquiera, a toda prisa, y a retirarse sin esperar
siquiera a la terminación del invierno.
2. La I Guerra de los Diadocos
(322-320): el final de Pérdicas y la regencia de Antípatro.
Mientras Peithon reducía, mal que bien,
la sublevación de Bactriana y Grecia se disponía a mantener la Guerra Lamiaca,
Pérdicas, en Asia, había querido pacificar las regiones todavía no sometidas y,
desde luego, ayudar a Eumenes a acabar la conquista de su satrapía de
Capadocia. Para esto, dio a Leonato y a Antígono la orden de facilitar
contingentes a Eumenes. Leonato, que aspiraba a sustituir a Antípatro en
Macedonia, se apresuró a pasar a Europa, con el pretexto de socorrer a éste.
Explicó a Eumenes, con bastante imprudencia, las razones de su conducta, y le
reveló que se le había prometido la mano de Cleopatra, la hermana de Alejandro.
Eumenes dio cuenta de aquellas confidencias, inmediatamente a Pérdicas, por
amistad hacia este y, sin duda, también porque, fiel a la política de
Alejandro, era contrario a toda intriga que pudiera desembocar en la
desmembración del imperio.
Antígono, en su dominio de Frigia, no se
había movido, no prestando oídos a las órdenes de Pérdicas, que decidió
intervenir personalmente para ayudar a Eumenes. Dos batallas fueron suficientes
para reducir al sátrapa Ariarates,
que se había mantenido en el país desde la época de Darío. Ariarates fue hecho
prisionero y crucificado. Eumenes fue proclamado sátrapa de Capadocia en el
momento en que Pérdicas enviaba a Cleitos y a la flota en ayuda de Antípatro.
Parecía que el sistema elaborado en Babilonia funcionaba de modo satisfactorio
y permitiría, por lo menos, hacer frente a las crisis mayores. Pero una intriga
de Olimpia y también, sin duda, las reticencias de Antígono en la aplicación
del plan de Babilonia iban a echarlo todo a perder.
Antípatro, que tenía varias hijas quería
casarlas según las exigencias de su política. Eurídice se había casado con Ptolomeo,
Fila era la mujer de Crátero; otra, Nicea, fue dada a Pérdicas, pero, mientras
tanto, Olimpia, que persistía en sus designios de abatir a Antípatro, ofreció a
Pérdicas la mano de su hija Cleopatra, que había quedó disponible después de la
muerte de Leonato. Y, sin esperar más, Cleopatra fue a instalarse en Sardes. Si
aquel matrimonio se realizaba, Pérdicas ya no sería el igual de los otros
"mariscales", sino que aparecía ante todos como el único heredero del
trono de Alejandro. Pérdicas no supo resistir a la tentación que le había
preparado Olimpia. Dudó y, sin renunciar a su unión con Nicea, tuvo cuidado,
sin embargo, de no dejar a Cleopatra, que continuó en Sardes. Al mismo tiempo,
otra hija de Filipo, llamada Cynane,
tuvo la idea (por sí misma, o secretamente inducida por Olimpia, no se sabe) de
traer a Asia a su propia hija, llamada Eurídice
(o Adea), para darla en matrimonio al rey Filipo III, a quien estaba prometida
desde hacía mucho tiempo. Cynane tenía con ella una escolta armada. Pérdicas
envió a su hermano Alcetas para detenerla, y Alcetas, muy imprudentemente, la
hizo matar (322), lo que causó gran indignación a los soldados macedonios, que
sentían el más profundo respeto por la sangre real. Obligaron a Pérdicas a
aceptar el matrimonio de Filipo y de Eurídice, que reforzaba la posición de
Filipo III y tendía a mantener a todos los "regentes" en una posición
subordinada. Si Pérdicas no había dudado en llegar hasta el crimen para
impedirlo, era -se decía- porque él mismo aspiraba a la realeza.
Pérdicas se encontraba, pues, en una
posición muy difícil en relación con sus colegas, cuando decidió someter a su
obediencia a Antígono. Sin
esperarle, éste abandonó inesperadamente su gobierno, durante el invierno de
322, y buscó refugio cerca de Antípatro
y de Crátero, empeñados en la
campaña de Etolia que pondría fin a la Guerra Lamiaca.
Antípatro y Crátero volvieron inmediatamente a Macedonia, y Antígono les expuso
la situación a su modo, diciendo que Pérdicas había roto el pacto y quería
hacerse rey. Su versión fue aceptada y se sentaron en común las bases de una
coalición contra Pérdicas y, naturalmente, contra su amigo Eumenes. La mayoría
de los demás sátrapas se unió a los coaligados y, entre ellos, sobre todo, Ptolomeo, que creía encontrar así una
salida a la difícil situación en que él mismo se había colocado.
Ptolomeo, en efecto, se había conducido,
desde el principio, como soberano independiente y no había dudado en conquistar
Cirene, donde, aprovechándose de las
profundas y sangrientas disensiones interiores, había establecido un verdadero
protectorado, análogo en su forma al del rey de Macedonia sobre las ciudades
griegas. Cirene, hasta entonces, había sido una ciudad libre, reconocida como
tal por Alejandro y, respecto a ella, Ptolomeo usurpaba prerrogativas reales.
Pérdicas, de todos modos, tal vez lo habría permitido, si Ptolomeo no hubiera
organizado, al mismo tiempo, con una habilidad rayana en la bellaquería, el
robo del cadáver de Alejandro.
La tradición, en efecto, quería que todo
nuevo soberano de Macedonia rindiese honores fúnebres a su predecesor, y esta
ceremonia confirmaba las prerrogativas del elegido. Pérdicas tenía la intención
de proceder por sí mismo a la sepultura de Alejandro en Macedonia, y había
encargado a uno de sus oficiales, llamado Arrideo,
la ejecución de todos los preparativos necesarios para el transporte. Tales
preparativos exigieron dos años, y solo a finales de 322 pudo Arrideo ponerse
en marcha con el carro fúnebre. Pero, en lugar de tomar, desde Babilonia, el
camino de un puerto sirio, se dirigió hacia Egipto. Al parecer, Alejandro hacía
deseado reposar en el santuario de Amón.
Ptolomeo hizo propagar el rumor de que el rey, al morir, había dispuesto que se
le enterrase en Alejandría. Se colocó en cabeza del cortejo y él mismo escoltó
los preciosos despojos hasta Menfis,
en espera que de que se acabase el magnífico mausoleo cuya construcción se
había iniciado en Alejandría.
Ptolomeo había incurrido por aquella
acción en la cólera de Pérdicas, y no se hacía ilusión alguna acerca de ello.
La formación de la liga contra el que se había convertido en su enemigo le
pareció una solución providencial. Por otra parte, Pérdicas, al tomar la
iniciativa en las hostilidades, lanzó su ataque contra él, en la primavera de
321. Eumenes recibió la orden de defender el Asia menor contra Antígono y
Crátero, mientras el grueso de las fuerzas de Pérdicas se dirigía hacia el sur.
Para invadir Egipto, Pérdicas tenía que
franquear el Nilo, pero, en la orilla oriental del río, chocó con una
resistencia muy fuerte, que le cerró el paso. Entonces, los dos ejércitos
remontaron el Nilo, cada uno por su orilla. Un nuevo intento de cruzarlo, en
Menfis, resultó desastroso para las fuerzas de Pérdicas. El desaliento se
apoderó del ejército, y los oficiales, en especial Peithon y Seleuco, se
conjuraron contra su jefe y le asesinaron en su tienda. Dos días después,
llegaba la noticia de que Eumenes,
en el frente norte, había alcanzado una gran victoria, pero ya era demasiado
tarde.
Antípatro, en efecto, juntamente con
Crátero, había cruzado por la fuerza los Estrechos, con la complicidad de Cleitos, el almirante de Pérdicas. Uno
a uno, los sátrapas se pasaron a su lado: así, Menandro en Lidia, Asandro
en Caria y Neoptólemo, un antiguo
caballerizo de Alejandro, a quien Pérdicas había encomendado la reducción de
los disidentes que aún quedaban en Armenia. Sin embargo, Neoptólemo aún no
había traicionado abiertamente a Pérdicas, cuando Eumenes le atacaba y el
general desleal no pudo unirse al bando de los coaligados más que con un puñado
de jinetes. Los aliados creyeron que les sería fácil aplazar al ejército de
Eumenes. Dividieron sus fuerzas: Antípatro avanzó hacia el sur con el fin de
atacar a Pérdicas por la espalda. Crátero y Neoptólemo quedaron frente a
Eumenes, confiando en que los soldados macedonios que se hallaban en el campo
de éste desertarían, prefiriendo el partido de Antípatro al de un hombre a
quien ellos se obstinaban en considerar como un simple "secretario".
En eso se equivocaban Crátero y Neoptólemo, porque Eumenes, que había tenido la
habilidad de formar en su satrapía un cuerpo de soldados capadocios, alcanzó la
victoria, en una batalla decisiva gracias, precisamente, a su caballería
indígena. Crátero murió en la pelea y Neoptólemo fue muerto por el propio
Eumenes. Pero los infantes macedonios de Crátero, después de rendir acto de su
misión a Eumenes en el campo de batalla, aprovecharon la noche para escapar y
reunirse con Antípatro.
b)
La regencia de Antípatro
Pérdicas estaba eliminado, con la mayoría
de las fuerzas que podían oponerse a los de la coalición. Eumenes victorioso,
desde luego, pero solo, no constituía ya una amenaza seria. Nada parecía
amenazar el restablecimiento de la unidad, esta vez a favor de los vencedores
y, muy especialmente, de Antípatro, a quien la muerte de Crátero colocaba en un
primer plano indiscutible. La situación leal seguía siendo la que había salido
de las decisiones de Babilonia, con la sola diferencia de que Roxana había
traído al mundo a un niño, al que se había llamado Alejandro, como su padre, y
que, nominalmente, era rey, en las mismas condiciones que Filipo III. Respecto
a éste, su esposa, la reina Eurídice, trataba por todos los medios de persuadir
a los soldados de que ella debía ejercer en realidad el poder y convertirse en
regente.
Tras la muerte de Pérdicas, el ejército
se reunió en Triparadisos, en Siria,
y se elaboró una nueva organización del imperio. Antípatro consiguió disuadir a
Eurídice de sus ambiciosos proyectos y se hizo atribuir a sí mismo la regencia,
después distribuyó las satrapías. Eumenes no era ya, a los ojos de los
macedonios, más que un rebelde y la asamblea de soldados le condenó a muerte,
dejando para más adelante la ejecución de la sentencia. Los otros oficiales se
repartieron sus despojos y los de Pérdicas. Como era de esperar, Ptolomeo fue el más beneficiado, pues
conservó Egipto con la Cirenaica. Seleuco
obtuvo la satrapía de Babilonia, y Arrideo la Frigia
helespóntica. Antígono seguía siendo sátrapa de Frigia, con las anexiones, y, además, sucedía a Pérdicas en el
mando general del ejército ('strategos'). La satrapía de Eumenes fue entregada a un tal Nicanor, la Lidia
a Cleitos, como precio a su
traición; Peithon y otro asesino de
Pérdicas, Antígenes, se repartieron
las más importantes satrapías orientales: a Peithon correspondieron las dos Medias y a Antígenes la Susiana. Antípatro se convertía en el primer
personaje del imperio, pero era evidente también que, decidido a residir en
Macedonia (adonde se retiró, llevando consigo a los dos reyes), tenía que dejar
en Asia a un lugarteniente general que, en realidad, sustituiría a Pérdicas.
Para esta misión eligió a Antígono. Es probable que esta elección le fuera
impuesta por intrigas o por la opinión de los soldados, porque Antípatro
desconfiaba de él e intentó tomar algunas precauciones contra la ambición de un
hombre del que todo el mundo sabía que antes se había resistido abiertamente a
Pérdicas y que muy bien podría hacer lo mismo con el nuevo regente. Dio a su
hija Fila, viuda de Crátero, en matrimonio al joven Demetrio, hijo de Antígono. Demetrio, aún no tenía más que quince
años, pero su padre le admiraba profundamente y él le correspondía con su
afecto. Antípatro trató también de dejar junto a Antígono a su propio hijo, con
el título de hiparca, pero los dos hombres no tardaron en reñír y Casandro volvió casi inmediatamente a
Macedonia.
Una vez vuelto Antípatro a Macedonia,
Antígono quedó, prácticamente, como único dueño en Asia. Eumenes y los últimos
partidarios de Pérdicas seguían teniendo influencia en el país. Entre estos se
encontraban Alcetas, el hermano de
Pérdicas, y Atalo, su cuñado, así
como Docimo, designado por Pérdicas
como sátrapa de Babilonia y muy decidido a no ceder nada a Seleuco. Eumenes
trató de organizar la resistencia, agrupando a su alrededor a todos los
adversarios de Antígono, pero no lo consiguió, pues los otros desconfiaban de
él y le despreciaban, porque no era griego. Antígono atacó, en primer lugar, a
Eumenes. Una primera batalla tuvo lugar en Orcynia,
en Capadocia, en la primavera de 320. Eumenes fue vencido, traicionado por un
oficial, pero encontró el medio, no solo de castigar al culpable durante la
retirada, sino también, realizando un hábil movimiento, de volver al campo de
batalla y rendir a los muertos honores fúnebres, cuando Antígono creía que se
había dado a la fuga. Acciones de esta clase, así como su generosidad y belleza
física le valían grandes simpatías. Durante el invierno, como ya no podía pagar
a sus hombres, les había vendido algunos grandes territorios ocupados por
señores persas, y les había facilitado el material y el armamento necesarios
para apoderarse de ellos por la fuerza. Después de su derrota, Eumenes, casi
totalmente falto de recursos, tuvo que encerrarse en Nora, una pequeña ciudad fortificada en Capadocia, a la que su
situación hacía inexpugnable y que estaba ampliamente provista de agua, trigo y
sal. Él mismo había favorecida la marcha de la mayor parte de sus soldados y de
sus oficiales colmándolos de agasajos con la esperanza de volver a encontrarles
cuando su fortuna hubiera cambiado. Antígono se dispuso a asediar a Nora y
cercó totalmente la plaza. Esperaba que Eumenes aceptase las proposiciones de
paz que él le hizo, pero Eumenes no quiso ceder nada y, aunque había sido
vencido, exigió que se le devolviese íntegramente su satrapía y todo lo que
había recibido en el pasado. Antígono, dejando algunas fuerzas ante Nora, volvió su atención hacia Alcetas y Atalo, los otros generales de Pérdicas que aún disponían de un ejército. Cogió por sorpresa a Alcetas por con una marcha forzada a Cretópolis, y aniquiló a su ejército. El mismo Alcetas fue capaz de escapar a la ciudad de Termessos, pero Atalo, Dócimo, Polemón y otros oficiales más fueron tomados prisioneros. Primero, Alcetas encontró todavía algún apoyo con los pisidios, pero al final los habitantes más ancianos de Termessos decidieron entregarle a Antígono. Alcetas se suicidó para no caer en manos de Antígono. Después, mientras
Eumenes seguía cercado, ingeniándose por todos los medios para mantener en
buenas relaciones a sus hombres y sus caballos, Antígono se dirigió contra Arrideo, que en la Frigia helespóntica, había
intentado someter a la ciudad griega de Cízico; más tarde ataca a Cleitos y se apodera de Éfeso. Cada vez
era más evidente que Antígono no respetaba los acuerdos de Triparadisos y se consideraba único dueño de Asia Menor.
Antípatro, mientras tanto, se hallaba
demasiado ocupado en Macedonia, para intervenir en Asia. Los etolios, siempre
en lucha contra él desde la
Guerra Lamiaca, habían apoyado a Pérdicas. En 320 iniciaron
la ofensiva con tal fuerza que ocuparon la mayor parte de la Tesalia. Pero, una
vez más, no pudieron explotar su victoria: requeridos en su patria por un
ataque de los acarnanos, permitieron
a los macedonios reconquistar Tesalia y, mientras tanto, Antípatro murió
(verano de 319). Desde hacía algún tiempo la edad había disminuido mucho sus
fuerzas, hasta el punto de que había tenido que hacerse asistir por su hijo
Casandro. Pero, pocos días antes de su muerte, no había designado para
sucederle a Casandro, sino a un hombre mucho mayor en edad, un antiguo oficial
de Alejandro, llamado Polipercón, al
que había dejado a cargo de los asuntos europeos cuando partió a Triparadisos
dos años antes y que precisamente acababa de destacarse pacificando la Tesalia. Casandro
obtenía solo las funciones y el título de quiliarca. Antípatro consideraba a su
hijo demasiado joven para controlar a los turbulentos sátrapas macedonios (en
especial, a Antígono, con el que Casandro había reñido a principios de 321).
Aquella situación, humillante para el hijo de Antípatro, iba a acelerar en el
curso de una larga crisis, la desmembración del imperio.
3. La II Guerra de los
Diadocos (319-316): La revuelta de Casandro y el final de Eumenes
Polipercón había sido designado solo por
una parte del ejército macedonio, la que se encontraba reunida en Pella. La
elección podía, pues, ser impugnada. Esto fue lo que hizo inmediatamente
Casandro, entablando negociaciones secretas con Ptolomeo y con los comandantes
de algunas guarniciones puestas por Antípatro en las ciudades griegas. Pero,
sobre todo, olvidando su antigua querella con Antígono, ofreció a este su
alianza contra Polipercón. Antígono aceptó: Polipercón parecía demasiado
decidido a continuar la línea de Antípatro y a mantener la ficción de la
regencia para que Antígono no se sintiese amenazado en sus propias ambiciones.
A fin de tener las manos libres, propuso un armisticio a Eumenes, enviándole el
texto de un juramento que ponía fin a las hostilidades y comprometía a Eumenes
a reconocerle como soberano suyo. Muy hábilmente, éste indujo a los soldados
macedonios que cercaban Nora a que sustituyesen el nombre de Antígono con el de
Olimpia y los de los dos reyes. Después pronunció el juramento. Los soldados
levantaron el sitio y Eumenes abandonó la ciudad sin haber prometido nada a
Antígono. Inmediatamente se dedicó a reunir nuevas tropas y pasados unos días,
disponía de un millar de jinetes.
El imperio estaba, de nuevo, partido en
dos. Eumenes, una vez libre, fue solicitado por Polipercón y por la reina
Olimpia para dirigir las operaciones contra Antígono en Asia. Aceptó y se
convirtió así en el representante oficial de los reyes, mientras Antígono,
aliado de Casandro y apoyado, primero en secreto y después abiertamente por
Ptolomeo, pasaba a ser un rebelde. La lucha entablada se desarrolló en dos
frentes: el de las maniobras diplomáticas y el de la acción militar, preparada
y prolongada por las primeras.
Polipercón tomó la ofensiva denunciando
oficialmente la política autoritaria seguida por Antípatro en relación con las
ciudades griegas. A finales de 319, promulgó un decreto devolviendo a las
ciudades griegas sus antiguas constituciones (por las que se regían antes de la Guerra Lamiaca),
invitando a regresar a los antimacedonios desterrados y restituyendo a algunas
ciudades ciertos beneficios que se les habían quitado: Atenas, por ejemplo,
recuperaba Samos. En compensación, las ciudades se comprometían a no intentar
nada contra Macedonia.
Casandro replicó a esta ofensiva con
múltiples intrigas locales. Así, en Atenas, se aseguró la adhesión del jefe de
la guarnición de Muniquia e impidió la retirada de las tropas macedónicas. Grecia
se encontró dividida en dos campos: en uno, los demócratas pedían ayuda a
Polipercón, y en otro, los oligarcas, apoyados por Casandro, hacían todo lo
posible por conservar el poder. Casandro se hallaba en situación ventajosa
porque sus partidarios solo tenían que salvaguardar su supremacía, mientras que
los demócratas debían conquistar el derecho a participar en el gobierno,
provocando para ello golpes de estado y revoluciones. Polipercón tuvo que
acabar renunciando a restablecer su autoridad en la mayor parte de Grecia
continental y Casandro, sólidamente instalado en el Pireo, disponía de una base
marítima que le aseguraba fáciles comunicaciones con su aliado Antígono.
Polipercón sufrió un nuevo revés con la
derrota de Cleitos. Este y su flota guardaban los Estrechos para impedir
cualquier desembarco de Antígono en la costa europea. Pero después de un primer
éxito, Cleitos no pudo garantizar su seguridad: sus navíos fueron sorprendidos
en el fondeadero y destruidos totalmente, pereciendo también el propio Cleitos.
Desde entonces Eumenes se encontraba aislado y Polipercón ya no podía emprender
una acción eficaz en la cuenca del Egeo.
Las operaciones de Antígono contra
Eumenes comenzaron a finales del verano de 318. Eumenes, actuando en nombre de
los reyes, había creado una notable organización. Las tropas macedónicas que se
le habían asignado, los argiráspidas
(“escudos de plata”), guardias de corps de Alejandro, dudaban en obedecer a un
griego. Él supo halagarles, ganar a sus oficiales (entregándoles una suma de
500 talentos, puesta a su disposición por Polipercón) y finamente, recurrió a
una extraña estratagema. Fingió haber visto en sueños al “dios” Alejandro y
haber recibido directamente su inspiración. Cuando celebraba consejo con los
oficiales macedonios, hacía preparar un sitio vacío, destinado a la presencia
invisible del difunto rey.
Dejando
Capadocia debido a que un ejército bajo el mando del general de Antígono
Menandro se estaba acercando, Eumenes se dirigió a Cilicia para unirse a los
argiráspides. Mientras tanto, continuó contratando mercenarios para formar un
ejército capaz de resistir a Antígono. A pesar de varios intentos de soborno
por Ptolomeo, Eumenes no solo logró establecer su autoridad con los soldados
macedonios sino incluso reforzar su posición. Una vez que Antígono estuvo libre
de sus problemas en Asia Menor occidental, tras su victoria en Bizancio, fue
capaz de concentrarse plenamente sobre Eumenes. Éste se retiró más hacia el
sur, a Fenicia -Ptolomeo dejó vacante sus recientes conquistas por el avance
del ejército de Eumenes- donde comenzó los preparativos para la construcción de
una nueva flota. No sabemos cuanto tiempo estuvo Eumenes en Fenicia, pero ante las
noticias del avance del ejército de Antígono cruzó el Eúfrates y fue más al
este. Eumenes se fue para Mesopotamia donde fue bien recibido por el satrapa Anfímaco. Pasó el invierno en
Babilonia, en un lugar llamado Karon
Komai, la "villa de los Carios".El ejército perseguidor de
Antígono pasó el invierno en la satrapía de Anfímaco, Mesopotamia. Eumenes buscó
en vano el apoyo de los sátrapas de Babilonia y Media, Seleuco y Peithon.
Seleuco se opuso a las demandas de Eumenes con la simple declaración de que
"él estaba dispuesto en cualquier momento a servir a los reyes, pero que
él nunca obedecería a Eumenes, que fue sentenciado a muerte por una asamblea
del ejército macedonio". Seleuco incluso envió mensajeros a los
argiráspides pidiéndoles la destitución del condenado Eumenes de su mando. Esta
petición se encontró con una negativa similar. Acto seguido, Eumenes hizo un
intento de abandonar Babilonia en dirección a Susa. Para obtener nuevos suministros,
fue obligado a marchar a lo largo de la otra orilla del Tigris. Seleuco y
Peithon intentaron impedir el cruce con dos trieres (trirremes). Careciendo de
la infantería suficiente, Seleuco solo fue capaz de causar algún fastidio
menor. A su llegada a Susa, Eumenes se encontró con los gobernadores de las
satrapías orientales, que habían reunido sus ejércitos poco antes para combatir
a Peithon. Eumenes unió sus fuerzas resolviendo el problema del liderato
general en su favor. Finalmente, Eumenes levantó un ejército para contraponer a
las fuerzas que Antígono traía al campo de batalla contra él.
En primavera,
Antígono, Seleuco, y Peithon persiguieron a Eumenes. Cuando informó sobre el
avance de Antígono, Eumenes dio órdenes al comandante de la ciudadela de Susa,
Xenófilo, de mantener los puertas cerradas y él retiró sus fuerzas a través del
río Pasitigris hacia Persia. Esperó a sus enemigos detrás del río, fueron
convocados refuerzos de arqueros desde Persia. Cuando Antígono llegó a Susa,
encontró las puertas cerradas. Antígono nombró a Seleuco sátrapa de la región
con órdenes de asediar la ciudadela. Antígono mismo continuó la persecución de
Eumenes. Cuando una parte de sus tropas había cruzado el Coprates, un
tributario del Pasitigris, Eumenes atacó y aniquiló a los que ya habían
cruzado. Diodoro relaciona la victoria de Eumenes con el ascenso de la Estrella del Perro
(alrededor del fin de junio). Estando bloqueado en el río, Antígono marchó a
Ecbatana en Media con la intención de controlar las satrapías superiores desde
allí. Eligió un camino difícil a través de las montañas para evitar el inmenso
corazón de la región. Ya que rechazó pagar el peaje usual a las tribus
montañesas, fue atacado durante nueve días de su viaje en las montañas. En este
punto Eumenes estuvo tentado de retornar a Asia Menor ya que la región estaba
despejada de serios rivales militares. Los sátrapas de las regiones orientales
rechazaron dejar sus bases indefensas, sin embargo. Eumenes no quiso escindir
sus fuerzas, cedió y todo el ejército partió para Persépolis. Ese otoño ambos
ejércitos llegaron a estar a una corta distancia (solo a un día de marchar el
uno del otro) en la región de Paraetacene, pero después de cinco días de movimientos
tácticos, no había tenido lugar ninguna batalla. Faltando suministros, Antígono
decidió retirarse a Gabiene, una región rica y todavía no saqueada. Eumenes
adivinó sus intenciones, y consiguió una ventaja inicial en la carrera hacia Gabiene.
Antígono poco dispuesto a dejar Gabiene en manos de Eumenes, envió su
caballería en persecución.
La largamente
esperada batalla tuvo lugar finalmente y aunque la falange de Eumenes resultó
victoriosa, fue Antígono quien ganó el campo de batalla al final. Se retiró a
media dejando Gabiene a su rival. Ambos generales enviaron sus tropas a los
campamentos de invierno. Antígono intentó atacar al ejército de Eumenes durante
el invierno, pero su marcha a través del desierto no pasó desapercibida. El
resultado fue una batalla entre ambos ejércitos con toda su fuerza en medio del
invierno. Aunque la falange de Eumenes nuevamente fue victoriosa, la batalla de
la caballería fue ganada con claridad por Antígono. La captura de los bagajes
de Eumenes -no solo las posesiones, sino también las familias de los soldados-
por la caballería ligera de Antígono resultó ser la acción decisiva: para
recuperar sus posesiones (trofeos que habían capturado durante sus largos años
de servicios) y parientes, los "Escudos Plateados"
("argiráspides") iniciaron las negociaciones con Antígono. A cambio
de la entrega de Eumenes, recobrarían sus pertenencias. Antígono ejecutó a Eumenes,
incorporando una gran parte de su ejército al suyo y luego colocó sus tropas en
el cuartel de invierno en Media. Peithon, uno de los asesinos de Pérdicas en 321,
aunque había seguido a Antígono, fue condenado a muerte también: había dado, a
lo largo de su vida, tan frecuentes muestras de su doblez que el vencedor no
quiso correr el riesgo de verse también traicionado por él.
Mientras tanto, Casandro proseguía la
lucha contra Polipercón. A partir de su base de Pireo, redujo a Atenas,
restableció la constitución oligárquica y eligió como gobernador, para
representarle, a Demetrio de Falero.
Después se dirigió a Macedonia, donde intentó provocar también una revolución.
Consiguió elevar al poder a Eurídice,
la ambiciosa mujer de Filipo III (primavera de 317), quien le nombró regente,
con la clara intención de tomar el poder para sí misma. Polipercón huyó con
Alejandro IV y Roxana al Epiro. Entonces Casandro consideró llegado el momento
de proseguir la conquista de Grecia y, en especial del Peloponeso que, en gran
parte, no le pertenecía aún. Pero estaba detenido todavía ante Tegea cuando en
Macedonia se producía un nuevo golpe de estado. La vieja reina Olimpia,
regresando del Epiro a petición de Polipercón, a la cabeza de un ejército
epirota y algunas tropas de Polipercón, se apoderó sin lucha del país. Eurídice
y Filipo III cayeron en sus manos: Filipo III fue inmediatamente asesinado,
satisfaciendo así viejos resentimientos (Filipo III era bastardo de Filipo II)
y Eurídice, obligada a suicidarse (otoño de 317). Un hermano de Casandro había
corrido el mismo destino, junto con un centenar de nobles macedonios.
Casandro respondió de inmediatamente.
Abandonando el Peloponeso, sublevó al Epiro, lo que cortaba, de antemano, toda
retirada a la reina. Su regreso a Macedonia fue triunfal, pues se le recibió
como liberador. Olimpia tuvo que
encerrarse en Pidna; su crimen había
levantado toda Macedonia contra ella. Tenía consigo a Roxana y al joven
Alejandro, que, después de la muerte de Filipo III, era el único rey legítimo.
Casandro cercó la ciudad. Los mercenarios que la defendían no capitularon hasta
la primavera del 316. El armisticio preveía que la reina salvaría la vida, pero
Casandro la acusó ante el ejército, impuso su condena y la entregó a los
parientes de las víctimas a las que ella había hecho matar ante.
Casandro pudo celebrar entonces,
solemnemente, las exequias del rey Filipo III, lo que equivalía a reivindicar
su sucesión. Al mismo tiempo, se casaba con una hija de Filipo II, llamada Tesalónica, y confinó al joven rey
Alejandro y a Roxana en Anfípolis.
Considerándose rey de Macedonia, Casandro fundó dos ciudades: una, Tesalónica, en honor a su mujer, y otra
Casandreia, destinada a reunir a los
habitantes de la antigua Potidea, en
el istmo de Pallene.
Casandro, dueño de Macedonia, afirmaba
cada vez más su autoridad también en Grecia. Polipercón, expulsado de todas
partes, se había refugiado en Etolia, y luego al Peloponeso, donde su hijo,
llamado Alejandro, mantenía algunas
plazas. En el curso de 316 Casandro decidió organizar una campaña que asegurase
la "pacificación" definitiva de Grecia. Atravesando el país,
restauró, en primer lugar la ciudad de Tebas, que había sido destruida por
Alejandro, y después intentó una ofensiva general en el Peloponeso, pero a
pesar de algunos éxitos iniciales, no pudo llevarla a buen término y, a finales
de otoño, tuvo que volver a Macedonia sin haber exterminado completamente de la
península las fuerzas de su adversario.
4.
III Guerra de los Diadocos (315-311): Antígono contra Casandro
El imperio de Alejandro se encontraba
entonces dividido en tres partes: Casandro
tenía Macedonia y Grecia; Antígono, las satrapías de Asia
hasta la frontera de la India; Ptolomeo, Egipto y Cirene. Durante
la lucha contra Eumenes, Ptolomeo no había tenido ocasión de intervenir,
limitándose a ocupar por su general Nicanor algunas plazas en Siria,
especialmente los puertos. Su intención era, evidentemente, la de unir, un día
u otro, Siria a sus propias posesiones, lo que suponía el germen de un
conflicto casi inevitable entre él y Antígono.
Este conflicto se vio precipitado por la
aventura de Seleuco. Éste, que había creado algunas dificultades a Eumenes e
influido en Antígono, no había recogido el fruto de su política. Antígono,
después de la victoria, había llegado a Babilonia y había pedido cuentas. Para
no tener que dárselas, Seleuco había huido a Egipto (al parecer en primavera de
315) y desde entonces se dedicaba a amotinar a los otros sátrapas contra
Antígono, los cuales le escuchaban gustosos pues el poder militar y financiero
de Antígono crecía de día en día, lo que les parecía, sin duda con razón, una
amenaza para ellos mismos. Era necesario que, costara lo que costase, ninguno
de los Diadocos pudiese reconstituir en beneficio propio la unidad del imperio.
A partir de 316, Antígono se convirtió, pues, en el enemigo común y tuvo que
enfrentarse con una coalición integrada por Ptolomeo, Casandro y Lisímaco, el sátrapa de Tracia, que
debía su importancia al hecho de que dominaba los Estrechos. La primera acción
de los aliados fue, en 315, la de reclamar una partición de común acuerdo. Sus
embajadores, en un ultimátum, reclamaron para Ptolomeo la posesión de Siria;
para Seleuco la restitución de Babilonia; para Lisímaco la Frigia helespóntica (que
nunca había poseído y que le haría dueño de los Estrechos y para Asandro, el
sátrapa de Caria (que era adicto a Casandro), la Capadocia y la Licia. Además fue
invitado a compartir el tesoro de Eumenes con los otros Diadocos. La
justificación legal para esas demandas era que la guerra contra Eumenes, con la
que se había encomendado a Antígono, había sido una aventura conjunta, y en
consecuencia el botín obtenido de Eumenes debería ser repartido entre todos;
además, Antígono no tenía derecho a privar de sus territorios a los sátrapas
que no habían apoyado a Eumenes. En realidad este ultimátum era un pobre
disfraz para la ambiciones que chocaron con las de el hombre al que se dirigían
y es comprensible que Antígono las hubiera rechazado y aceptara la guerra.
Parecía que se hubiera vuelto al tiempo
de Pérdicas. Antígono tenía que defenderse en dos frentes. Optó por dirigir la
ofensiva hacia el sur para recuperar los puertos sirios. Ptolomeo tuvo buen
cuidado de no resistir: se limitó a poner una guarnición en Tiro y volvió a
Egipto después de haber requisado todos los barcos sirios posibles. Entonces,
con incansable actividad, ocupó en Asia Menor todos lo que no estuviera ya bajo
su control, desde Bitinia a Caria. Al mismo tiempo formó una alianza con su
anterior adversario Polipercón, al
que nombró strategos del Peloponeso (314), un acercamiento que
la ruptura entre Antígono y Casandro hizo natural.
En 315, en Tiro, donde estaba al mando de
las operaciones, Antígono dio a sus pretensiones una formulación legal y
política. Un manifiesto anunciaba al mundo que la asamblea de su ejército había
probado y condenado a Casandro por varias fechorías, la más importante de las
cuales era el asesinado de Olimpia (la cual, había sido condenada por el
ejército de Casandro por el asesinato de Filipo III) y la detención de
Alejandro IV y su madre Roxana; además, que la misma asamblea había proclamado
a Antígono epimeletes del rey (una regencia que sería capaz de añadir a su
mando sobre Asia); y finalmente, que si Casandro rechazaba someterse sería
tratado como enemigo. Este fue el comienzo de la batalla a muerte entre
Antígono y Casandro: iba a durar trece años.
El documento que anunciaba las nuevas
reclamaciones de Antígono y la condena de Casandro contenía un artículo final,
que atrevidamente proclamaba que las ciudades griegas serían libres, autónomas
y sin guarnición. Este ejercicio de "guerra psicológica" estaba
dirigido principalmente contra Casandro, que poseía Grecia central. Los
demócratas, a quienes la debilidad de Polipercón había abandonado a sí mismos,
recobraron ánimos, y Casandro se convirtió en su enemigo común, lo que hizo más
difícil su posición. Antígono, que había hecho construir, utilizando los
bosques del Líbano, un gran número de navíos, pudo presentarse en las Cícladas con una importante fuerza en
el otoño de 314. En aquel momento, todas las ciudades le acogieron con
entusiasmo como a su libertador. Casandro, mientras tanto, no había logrado
emprender ninguna operación seria contra Antígono. Polemaeos, sobrino de éste, había resistido victoriosamente a las
sublevaciones locales provocadas por Asandro
con tal eficacia que Antígono tuvo la posibilidad, en el 313, de pensar en un
desembarco en Macedonia. Para prepararlo, envió a las ciudades griegas cuerpos
expedicionarios que no solo inquietaban al macedonio, sino que
"liberaban" las ciudades dominadas por las guarniciones de Casandro.
Polemaeos abandonó el Asia, pasó al Peloponeso y luego a la Grecia continental.
Antígono consideró que era el momento de cruzar los Estrechos, pero se lo
impidió Bizancio, que mantenía su neutralidad: la mayor parte de Grecia
pertenecía al bando de Antígono, pero éste no había podido asestar un golpe
definitivo a Casandro.
Fue el momento que Ptolomeo eligió para
intervenir. Hasta entonces se lo había impedido una rebelión en Cirene, pero
Casandro, inquieto por su inactividad, le apremiaba para que desempeñase un
papel activo en la coalición. En la primavera de 312 el ejército egipcio
penetró de nuevo en Siria. Antígono había confiado la defensa del país a su
hijo Demetrio (el futuro Poliorcetes). La precaución fue
claramente necesaria pues era fácil de ver que Ptolomeo tenía el objetivo
particular de recuperar el control de la satrapía de Siria-Fenicia que había
conquistado por primera vez en 319 pero que Eumenes y luego Antígono se la
había quitado. Una sola batalla ante Gaza dio a Ptolomeo el dominio del país, y
Demetrio, al que no quedaban más que algunos jinetes, se retiró a Siria del
norte, donde tuvo la buena fortuna de detener a una vanguardia de Ptolomeo, imprudentemente
aventurada. Y cuando Antígono, una vez reagrupadas sus fuerzas, se dispuso a
lanzar una ofensiva general, Ptolomeo se dio prisa en volver a Egipto. El único
beneficiado por aquella campaña fue Seleuco, a quien la victoria de Gaza había
franqueado la ruta de Babilonia, y que consiguió, con las escasas fuerzas que
le concedió Ptolomeo, reconquistar su satrapía, al vencer junto al Tigris a Nicanor, dejado por Antígono como
virrey o strategós de las "satrapías superiores". Este
regreso de Seleuco será tomado después de por los reyes seleúcidas como origen
de era (abril de 312). Antígono trato de recuperar Babilonia, para lo que
encomendó a Demetrio la dirección de un golpe de mano, pero sin éxito. Al fin
se impuso la necesidad de hacer la paz.
El tratado firmado en 311 equivalía a una
partición del mundo: Antígono
conservaba el Asia, Lísimaco era confirmado como sátrapa de
Tracia, Ptolomeo en Egipto (con
un protectorado sobre Chipre) se
convertía prácticamente en rey, mientras que Casandro era proclamado regente
de Macedonia hasta la mayoría de edad del joven Alejandro IV, hijo de Roxana. En apariencia, Antígono no obtenía
para sí gran cosa, a excepción del fin de las hostilidades. Sin embargo,
tampoco para él era negativo el balance. Una cláusula garantizaba su libertad a
todas las ciudades griegas, que debían ser liberadas de sus guarniciones, lo
que suponía un golpe para Casandro. Antígono no había vencido con las armas,
pero su prestigio, al menos, salía reforzado ante la opinión de los griegos, una
opinión que a largo plazo acabaría pesando en la balanza mucho más que los
ejércitos.
Seleuco no figura en el
tratado (ni tampoco Polipercón) lo que significa evidentemente que la paz de
311 no le incluía. Casandro y Lisímaco, el primero en negociar, probablemente
le ignoraron. En el caso de Ptolomeo, que había sido el anfitrión y protector
de Seleuco durante años, el asunto es más sorprendente, pero comprensible:
cuando Ptolomeo consintió la paz, Seleuco ya estaba conquistando las
"altas satrapías" (el término generalmente es usado para las
satrapías iranias) y ya no necesitaba protección. Casandro y Lisímaco puede
haber demostrado una cierta indiferencia hacia Seleuco al abandonar 'toda Asia'
a Antígono; para Ptolomeo esta estipulación puede no haber sido nada más que
formal, porque estaba siguiendo los progresos de Seleuco con simpatía y porque
secretamente no había abandonado sus ambiciones en Siria. Cualquiera que fuera
la verdad, Antígono y Seleuco continuaron en guerra, y esa guerra duraría hasta
309/8. Habiendo recuperado el control de Babilonia ya en 312 y al parecer sin
mucha dificultad, se estableció aquí en una genuina independencia, incluso si
no adoptó en esta fase el título real (al contrario de lo que a menudo se había
pensado). Desde Babilonia había partido a la conquista de las "altas
satrapías" que Antígono había mantenido desde su victoria sobre Eumenes en
316. Parece, no obstante, que la memoria de Eumenes no estaba completamente
muerta en esas remotas regiones, y que Seleuco encontró caminos de usarlo
contra Antígono. Para éste, por consiguiente, la tarea más urgente era tomar
ventaja de la precaria calma asegurada por la paz en el oeste para intentar
para deshacerse del enérgico Seleuco. En esto fracasó completamente. Los
detalles están lejos de ser conocidos con exactitud, pero es cierto que después
de ser derrotado por Seleuco en una importante batalla de la que no se ha
conservado ni la localización ni la fecha (aunque debe haber sido 309/8), tuvo
que abandonar Irán. Se concluyó un tratado probablemente entre los dos
oponentes, porque desde 308 encontramos a Seleuco envuelto incluso más al este
en una pugna con el gobernante Maurya
de la India, Chandragupta, lo que implica que por
entonces ya no estaba enredado con Antígono. Y a la inversa, desde esta misma
fecha de 308 encontramos a Antígono envuelto en asuntos occidentales, lo que
implica que había finalizado su lucha con Seleuco.
Además de esos arreglos territoriales,
dos cláusulas en el tratado de 311 merecen una atención particular. El tratado
todavía era, oficialmente un acuerdo para la gestión del legado de Alejandro, y
no una división de ese legado. La legitimidad del pequeño Alejandro IV todavía
se mantenía -pero ciertamente, esto no era más que una ficción destinada a
sobrevivir a la paz de 311. La cláusula que asignaba el 'generalato de Europa'
a Casandro estipulaba, como se ha visto, que este arreglo iba a durar hasta que
el rey llegara a la mayoría de edad. Es probable que ninguno de las partes
concibiera seriamente que este suceso tuviera lugar, pero era un asunto de
ganar tiempo. No obstante, esta cláusula era la sentencia de muerte del hijo de
Alejandro el Grande, ya que Casandro, no teniendo deseos de ver la llegada del
día señalado, no perdió tiempo y hacia 310 se presentó a sus colegas con un
hecho consumado al acordar el asesinato de Alejandro IV y su madre, que habían
estado confiados a su cuidado. Podemos imaginar que esta eliminación de la
línea argéada directa por los
esfuerzos del hijo del servidor más leal de la dinastía fue recibido con una
secreta satisfacción por los anteriores lugartenientes del padre de la víctima;
desde entonces ningún obstáculo legal se situaba en el camino de su ambición;
desde entonces todos fueron iguales y ningún argumento pudo utilizarse para
desafiar los derechos del más fuerte. Quedaban, es cierto, una hermana y un
bastardo de Alejandro el Grande (Heracles,
hijo de la persa Barcine), pero no
pasaría mucho tiempo antes de que fueran eliminados a su vez.
5. La IV Guerra de los
Diadocos (308-301): la lucha por el Egeo
No es necesario decir que la paz de 311
solo era una tregua, al menos en lo que concierne a Antígono y Ptolomeo.
Ciertamente, Casandro y Lisímaco podían sentirse satisfechos de haber
confirmado sus pretensiones, en el primer caso sobre Macedonia y sus
dependencias, en el último sobre Tracia, está bastante claro que las ambiciones
de Antígono incluían la conquista de Macedonia (que inevitablemente inclinaron
a los otros contra él) y que Ptolomeo no había abandonado su interés en la
satrapía de Siria-Fenicia, incluso si se duda de que aspirara a la supremacía
absoluta. Para ambos el control del mar era una condición del éxito. También
ambos poseían sólidas ventajas en el Mediterráneo oriental. Ptolomeo había
enviado, en 310, una flota a intentar un desembarco en Cilicia, pero Demetrio
había rechazado al invasor. Entonces Ptolomeo decidió instalarse más
sólidamente en Chipre. Hasta aquel
momento, la isla estaba gobernada por reyes, bajo el protectorado egipcio. Las
intrigas del rey local, Nicocreón de
Salamina (332-310) le dieron
pretexto para una intervención. La dinastía chipriota fue aniquilada, y nombró
como strategos y gobernador a su
propio hermano Menelao. Además, era
probablemente en este punto cuando Ptolomeo hizo una alianza con un estado
griego que ahora comenzaba a jugar una parte importante en los asuntos
mediterráneos, uno de las últimas ciudades realmente independientes y soberanas
del viejo mundo helénico, Rodas. La
fecha de la alianza es desconocida. No está definitivamente atestiguada hasta
306, pero entonces en términos que sugieren que había existido durante algún
tiempo, aunque es imposible decir que se remontara a la proclamación de las
ciudades griegas en 315. Ptolomeo mantenía así, directamente o por alianza, las
dos principales bases insulares que limitaban con el territorio de Antígono.
Fue también desde 315 que Antígono había sido el protector de la Confederación de los Nesiotes y como resultado
estaba en posesión del "puente" que separaba su territorio de la Grecia europea y Macedonia.
Además controlaba los puertos fenicios, y, a pesar de su solemne garantía de
libertad griega, los puertos de Asia Menor, en la práctica eran suyos. Esta
área total de las islas y el litoral, dividido de este modo entre Ptolomeo y
Antígono, no podían sino ser un área de conflictos. La cláusula del tratado de
311 que trataba de la libertad de las ciudades iba a proporcionar allí
pretextos: ya en 310 Ptolomeo acusó a Antígono (en el tiempo que estuvo
entretenido en el este por su lucha con Seleuco) de usurpar esa libertad al
instalar guarniciones en ciertas ciudades libres y él mismo tomó posesión de
una serie de lugares, notablemente la isla de Cos, donde colocó sus cuarteles generales, que prueba que su
interés en ese tiempo estaba dirigido hacia el Egeo. Es razonable suponer que
su súbito cambio en la situación del Mediterráneo era un factor que hizo a
Antígono decidir la conclusión de sus fracasos iranios y hacer un acuerdo con
Seleuco.
No obstante, el arranque de la lucha
entre Ptolomeo y Antígono iba a demorarse, como resultado de un cambio en la
situación en la Grecia
europea. Hasta ahora, Casandro había estado seriamente cohibido en Grecia por
la presencia de su viejo rival Polipercón
en el Peloponeso. En 310, Antígono proporcionó recursos para reclutar un
ejército y un pretendiente para el trono de Macedonia, un tal Heracles, presunto hijo de Alejandro
Magno y Barcine. Polipercón invadió con éxito Macedonia, en 309. Casandro
estimó más conveniente reconciliarse con Polipercón al que abandonó el
Peloponeso y dio el título de strategos,
siendo sacrificado en el proceso el joven Heracles, asesinado por Polipercón
(309). Cualquier posibilidad que hubiera tenido las más débiles de las ciudades
griegas de enfrentar a Casandro contra Polipercón, se perdió ahora; contra el
tandem nuevamente reconciliado, Polipercón actuó en el Peloponeso a favor de
Casandro, para quien recuperó diversas ciudades (304), con lo que los griegos
necesitaban apoyo exterior. Antígono, el defensor certificado de las libertades
griegas, en verdad estaba manteniendo en Grecia las tropas que anteriormente
habían ido allí a apoyar a Polipercón, pero su representante en Europa, su
sobrino Polemaeus, acababa de
traicionarle y ofreció sus servicios a Casandro como preludio a la apertura de
las conversaciones con Ptolomeo, que lo convocó a Cos. Polemaeus debe haberle
dado a Ptolomeo detalles preciosos de la situación en Europa. Es difícil
imaginar una situación más confusa -pero, para agravar el enredo, Ptolomeo había
asesinado a Polemaeus y llegó a un acuerdo con Demetrio, quien era entonces el
representante en Asia Menor de su padre Antígono. Las razones que pueden haber
hecho a Antígono buscar un acercamiento con Ptolomeo de este modo son fáciles
de en entender: no podía tolerar una situación en la que Ptolomeo interviniera
en Grecia por su cuenta, pero era impotente para impedirlo -así, la
'liberación' de Grecia sería una operación conjunta. En cuanto a Ptolomeo sin
duda, exigió un precio por este acuerdo en el reconocimiento de los lugares que
acababa de tomar en la costa de Asia Menor.
De hecho, estas consideraciones no son
suficientes para explicar esta inversión de alianzas desde el punto de vista de
Ptolomeo: para que él se hubiera preparado para reconciliarse con sus más
naturales enemigos y pelear con Casandro, debe haber estado envueltos otros
factores, y estos quizá iban a encontrarse en el hecho de que fue en este
momento cuando el representante de Ptolomeo en Cirenaica, Ophellas, decidiendo a su vez hacer su propio juego, se embarcó en
una campaña contra Cartago de acuerdo con Agatocles
de Siracusa y comenzó a reclutar
tropas en Grecia y particularmente en Atenas, en otras palabras, en el área
bajo la influencia de Casandro. Ptolomeo, sin duda, informado por Polemaeus,
puede haber temido que Casandro diera apoyo indirecto a las ambiciones de
Ophellas en Cirenaica y la formación final de un estado africano en el flanco
occidental de Egipto.
Una gran expedición, por lo tanto,
desembarcó en el Peloponeso en 308. Ptolomeo parece haber tenido la intención
de formar una federación de ciudades griegas (¿un resurgimiento de la Liga de Corinto de Filipo
II?), pero su llamamiento, acompañados por peticiones de dinero y provisiones,
tuvo poco éxito. No insistió, hizo la paz con Casandro y retiró su ejército,
aunque no sin dejar guarniciones en una serie de lugares (Corinto, Sición, Megara y otros), un acto falto de tacto
por parte de un 'liberador' de Grecia.
Antígono envió a su hijo Demetrio a
Atenas. El momento era idóneo ya que Casandro estaba ocupado en una campaña
contra Epiro. Demetrio fue bien recibido como un divino liberador por los
entusiásticos atenienses (junio de 307), y Demetrio
de Falero, protegido de Casandro, fue al exilio a Tebas. Antígono y
Demetrio fueron considerados como dioses, al igual que los héroes legendarios.
Se les levantaron altares y se dio su nombre a dos tribus suplementarias.
Demetrio fue asimilado a Dionisos -título que los atenienses, probablemente
habían concedido antes al propio Alejandro. Es ya el comienzo de la realeza
"divina" típica de la era helenística, y es conveniente señalar que
esta costumbre nació en Atenas, y no en ningún remoto cantón de oriente. Desde
luego, Demetrio y Antígono bien merecían el reconocimiento de Atenas: gracias a
ellos, recobraba, por lo menos, una parte de su antiguo grandeza; recuperaba
sus antiguos aliados Lemnos e Imbros; reanudaba la construcción de
navíos en sus arsenales, y las otras ciudades griegas eran invitadas por
Antígono a apoyar a Atenas, y, en caso necesario, a socorrerla si era
amenazada. La oligarquía sostenida por Casandro dio paso a una democracia
restaurada -pero bajo patronazgo antigónida. El golpe fue aún más duro para
Casandro, en cuanto que su expedición a Epiro, la ocasión para la aventura de
Demetrio, finalizó en fracaso.
La amistad entre Antígono y Ptolomeo fue
de corta duración. Ya en 306 estalló el conflicto entre ellos en el área de sus
intereses más vitales. Antígono arrancó a su hijo de las delicias de la vida
ateniense y le puso a cargo de una gran ofensiva contra Chipre. Plutarco, en su Vida
de Demetrio, destaca que el precio de la victoria iba a ser no Chipre,
ni siquiera Siria, sino la supremacía general: al menos esa era la intención de
Monolftalmo. Demetrio, abandonando
Atenas con su flota, fue a poner cerco a Salamina de Chipre, donde se había
encerrado Menelao, el regente
lágida. Una flota de socorro acudió, acaudillada por el propio Ptolomeo, quien
sufrió la derrota más aplastante de su carrera, y Chipre capituló en el mes de
junio de 306. Chipre permanecería en manos de los Antigónidas durante más de
diez años. Antígono, ansioso de explotar su éxito, inmediatamente organizó una
doble expedición, por tierra y mar, contra Egipto. El éxito, que él anticipaba,
se destinaría a cubrir su retaguardia durante las posteriores operaciones
contra Casandro. La operación fue un total fracaso. Una tempestad dispersó la
flota de invasión, y las tropas de tierra no pudieron franquear el Nilo.
Ptolomeo se salvó.
En consecuencia, Antígono retrocedió
hacia el Egeo. Entre su protectorado, largo tiempo establecido, sobre la Confederación de los
Nesiotes y la recién conquistada Chipre solamente quedaba un obstáculo que
impedía su control total del mar: Rodas.
Los rodios, que habían tenido que ceder a alguna de las demandas de Monolftalmo
entre 315 y 311, sin embargo habían rechazado tomar parte en la campaña de
Chipre ni en la siguiente contra Egipto. Fue un asedio famoso, en el que los
poliorcéticos recursos empleados por Demetrio le ganaron el nombre con el que
ha pasado a la historia, Poliorcetes,
'tomador de ciudades'. Sin embargo, había fracasado en tomar rodas, a la que
Ptolomeo mantenía suministrada con comida. Después de un asedio de un año
(305-304), tuvieron que buscar un acuerdo. Los Antigónidas reconocían la
libertad de los rodios (prueba de que la raíz del problema de la libertad de
las ciudades en este periodo no era tanto una doctrina legal como un equilibrio
de fuerzas), y ellos, a su vez, acordaban formar una alianza con la condición
expresa de que nunca serían invocados contra Ptolomeo. El episodio rodio es
importante. La preservación de la libertad de la isla es la fuente de la
prosperidad que disfrutó durante más de un siglo y del importante papel que
jugó durante este periodo. Como símbolo de su victoria, los rodios hicieron
levantar, con el producto de la venta de las máquinas de guerra abandonadas por
Demetrio en la isla, una estatua gigante del sol, su dios tutelar.
Desde el asesinato del hijo de Alejandro
en 310 y la extinción de la dinastía argeada ninguno de los diadocos se había
atrevido a usurpar el título real macedonio. Antígono fue el primero en dar
este paso y en hacerse conceder por aclamación el título de basileus,
que compartió con su hijo. La ocasión fue el triunfo de Demetrio en Chipre en
306. El acto de Antígono tenía un significado claro: al proclamarse basileus estaba reclamando ser el
sucesor del último rey auténtico, el Conquistador; al asociar a su hijo con él
estaba indicando su intención de fundar una dinastía; y por el mismísimo acto
de asumir el título y la diadema de Alejandro estaba reivindicando el legado de
Alejandro. En otras palabras, estaba declarando ambiciones hasta ahora
implícitas.
Pero la falta del éxito militar de los
dos reyes en su expedición contra Egipto indujo a Ptolomeo a su vez a asumir el
título real (305/4). Es importante dejar muy claro que en el caso de Ptolomeo
este acto no tenía para nada el mismo significado que en el caso de Antígono.
Como basileus Antígono reclamaba
heredar la totalidad del legado de Alejandro -naturalmente Egipto incluido.
Ptolomeo, por otra parte, no tenía tal pretensión: al tomar también el título
real, su intención era probablemente desafiar el estatus de Antígono en el área
que él, Ptolomeo, se había reservado para sí mismo- estaba proclamando su
soberanía sobre Egipto. La proclamación estaba dirigida a los macedonios; para
los egipcios nativos el título basileus
no tenía significado. A los ojos egipcios, la única dignidad que Ptolomeo podía
asumir la realeza tradicional faraónica, que Alejandro ciertamente había
asumido. Que Ptolomeo se hubiera conducido como un faraón desde el comienzo
(justo como, se nos dice, Seleuco, que se condujo como un rey con los bárbaros)
es un hecho simple, aunque recientemente ha salido a la luz que había mantenido
la ficción del reinado de Alejandro IV como faraón después del asesinado del
joven rey. Que, en un momento u otro de su carrera, se hubiera coronado faraón
en Menfis es, por otra parte, dudoso. La asunción del título real de Macedonia
en 305 no era un acto de política doméstica; era un acto de política exterior:
contra las pretensiones Antigónidas a la realeza universal Ptolomeo estaba
afirmando su particular y limitada soberanía -aunque una soberanía que también
pretendía derivar de la de Alejandro.
En los meses que siguieron, Casandro,
Lisímaco y Seleuco a su vez se proclamaron basileis.
Es posible que Casandro, como autor de la extinción de la línea legítima, se
hiciera rey con el mismo espíritu que Antígono (aunque el indicio es que él y
solo él usó el título de basileus Makedonon), pero Lisímaco y
Seleuco estaban imitando claramente a Ptolomeo; en otras palabras, estaban
desafiando la pretensión de Antígono de soberanía sobre lo que desde ahora
podemos llamar sus estados -pero en ningún sentido reclamando ellos mismos,
individualmente soberanía sobre la totalidad.
El momento es importante; este el
nacimiento de las monarquías helenísticas, si no de hecho (ya que no había
existido nada similar en la práctica desde Triparadisos), al menos de derecho.
Tal como las ambiciones unitarias del primer Pérdicas, y ahora las de Antígono,
habían contribuido fuertemente a acelerar la fragmentación territorial del
imperio de Alejandro, así la pretensión de Antígono al poder real de Alejandro
había provocado, como reacción, la fragmentación de ese poder -aunque Antígono
con toda probabilidad no tenía esa intención, ya que nunca pareció haber
admitido la realeza de sus rivales.
Ya en 307 Casandro se había preparado una
vez más para un asalto sobre Grecia, y bastante rápidamente logró reducir las
guarniciones de Ptolomeo a Corinto y Sición. Esta ofensiva tuvo el efecto
adicional de inducir a los Antigónidas a levantar el asedio de Rodas de 304.
Casandro amenazaba a Atenas; durante un año, ésta había podido resistir con sus
propias fuerzas, pero, en el 304, una nueva ofensiva había entregado a los
macedonios varias plazas del Ática, y especialmente Salamina. La propia Atenas
estaba cercada y su caída no era más que una cuestión de tiempo. Antígono no
podía tolerar una victoria de Casandro, que había comprometido su prestigio.
Demetrio fue enviado a Grecia, desembarcó en Aulide, sorprendió a Casandro por la espalda y le obligó a replegarse
hacia el norte, infligiéndole, además, sobre la marcha, una derrota en las Termópilas. Atenas se había salvado,
pero su salvación le costó cara. Demetrio se estableció en la ciudad, eligió
como residencia el Partenón y se
condujo como un libertino -que lo era- y como un tirano. En contra de los
principios hasta entonces mantenidos por Antígono, él no dudó en intervenir en
los asuntos de la ciudad y en tratar duramente a los demócratas.
A comienzos de 303, Demetrio emprendió la
reconquista del Peloponeso, donde
subsistían algunas guarniciones, instaladas, unas por Casandro y otras por
Ptolomeo. Una campaña fue suficiente para expulsar a aquellas tropas aisladas,
y Demetrio pudo, en la primavera de 302, convocar en una Corinto
"liberada" a los diputados de las ciudades griegas, para fundar una
nueva "Liga de Corinto",
que esta vez sería de inspiración democrática y ya no oligárquica. La Liga reconstituida empezó por
elegir a Demetrio como estratega.
Esta aventura, a pesar de su falta de
cualquier futuro real, parece haber sido más seria que la de Polipercón y
Ptolomeo, y sobre todo sabemos más sobre ella, gracias principalmente a la
evidencia epigráfica: las inscripciones nos dan un vislumbre de las
instituciones federales e incluso nos capacitan para construir una imagen del
principal agente de Demetrio Poliorcetes en el desempeño de esta tarea, Adeimanto de Lampsaco. Esta liga,
que, como la de 338/7, parece haber estado basada en Corinto, generalmente es
interpretada por los escritores modernos (después de Plutarco) como una
restauración de la liga de Filipo II, aunque algunos han negado esto. Lo que
conocemos de las instituciones federales no parecen justificar esta
comparación, pero la diferencia en la circunstancias explica porque pueden
expresarse las dudas. En 338 la fundación de la Liga de Corinto había sido la conclusión de la
política griega de Filipo, el fin de una larga empresa que había comenzado
desde Macedonia; su propósito esencial había sido organizar una 'paz común' en
Grecia, y la alianza par otros propósitos era meramente secundario. En 302, sin
embargo, la situación era prácticamente lo contrario. Mientras que, es cierto,
en la mente de Poliorcetes, la nueva Liga de Corinto iba a ser, como la vieja,
un medio para controlar Grecia (una guarnición antigónida fue instalada en
Corinto, e iba a permanecer allí durante sesenta años), no obstante, también
iba a ser, y sobre todo, un punto de partida entre otros para la toma de
Macedonia de manos de Casandro. La
Liga de 302 fue, por tanto, durante un tiempo un arma de
guerra contra el soberano de Macedonia y desde este punto de vista, la "symmaquía" o pacto militar, se
convirtió en el objetivo primario, no siendo la 'paz común' más que un distante
objetivo. Si la ofensiva antigónida contra Casandro había sido coronada por el
éxito, entonces, pero solo entonces, la
Liga de Corinto de 302 puede haber adquirido una similitud
con la fundada por Filipo, esto es, se habría convertido exclusivamente en un
instrumento para la dominación macedonia de Grecia, en el marco y bajo la
cubierta de una firmemente restablecida 'paz común'.
Mientras Demetrio estaba organizando
Grecia de este modo, su padre estaba siguiendo adelante con sus preparativos en
Asia: Macedonia iba a ser conquistada en un momento de debilidad. Casandro,
sintiendo que los días de poder estaban contados, intentó negociar, pero el
anciano Antígono, viendo el éxito al final dentro de su presa y con la vejez
dejándole poco tiempo que perder, rehusó; su ultimátum dio nueva cohesión a la
unión de sus oponentes. Casandro
obtuvo primero el apoyo de Lisímaco,
que se enfrentaba a una amenaza tan grande como él mismo. El de Ptolomeo fue automático, y finalmente Seleuco, que había estado ocupado
durante varios años por asuntos en la
India, se dio cuenta ahora de que una victoria antigónida en
el oeste comprometería una vez más su situación y, en una fecha incierta
(¿entre 305 y 303?) hizo la paz con Chandragupta
Maurya, sometiendole territorios en el Paropamisade
y en Aracosia y Gedrosia, cuya extensión a menudo se ha discutido, como otras
enigmáticas cláusulas del tratado.
Demetrio tomó la iniciativa invadiendo Tesalia; pero los aliados decidieron,
en una arriesgada apuesta, que, no obstante, se demostró correcta, sacrificar
la defensa de Macedonia a una ofensiva en Asia Menor, con lo que Antígono tuvo
que defenderse en dos frentes, lo cual obligó a Antígono a llamar a su hijo que
se encontraba en Tesalia. Las operaciones combinadas de Casandro, Lisímaco y
Seleuco (con Ptolomeo en su propio juego al invadir la Celesiria)
dio lugar a una completa reversión de la situación: en verano de 301, en Ipsos,
en Frigia, Lisímaco y Seleuco aplastaron completamente a los Antigónidas,
gracias, sobre todo a los 500 elefantes proporcionados por Chandragupta Maurya.
Antígono y Demetrio tuvieron al principio la mejor parte, pero Demetrio, en vez
de contener a sus jinetes, les permitió que se lanzaran a una persecución
demasiado lejana. Durante aquel tiempo, Antígono, abandonado por la mayor parte
de la falange, fue mortalmente herido, conservando hasta el fin la esperanza de
que su hijo llegaría para salvarle.
Después de Ipso, fue necesaria una
división de los despojos de Antígono. Lisímaco
tomó Asia Menor hasta el Tauro, con
la excepción de unos pocos lugares en Licia,
Panfilia o Pisidia, que parecían haber caído en manos de Ptolomeo, con la excepción también de Cilicia, que fue entregada a uno de los hermanos de Casandro, Pleistarco, aunque su pequeño estado
iba a ser de corta duración. Casandro no hizo peticiones, pero evidentemente
esperaba tener vía libre en Grecia de ahora en adelante, aunque Demetrio
Poliorcetes, que había escapado por un pelo del desastre de Ipso, retuvo
fuertes posiciones. Seleuco
reivindicó Siria, pero fue incapaz
de anexionarla completamente porque Ptolomeo, que se había abstenido de
aparecer en Ipso como se acordó, se había puesto a ocupar metódicamente la
mitad sur, hasta el río Eleutherus.
Los conquistadores de Antígono, sospechosos, ordenaron a Ptolomeo someter este
territorio a Seleuco, pero él lo rechazó. Seleuco, invocando la vieja amistad
entre él y Ptolomeo, acordó provisionalmente dejar ir este territorio, pero no
sin dejar claro que no estaba renunciando a sus derechos sobre Celesiria: este
fue el origen de lo que son llamadas las guerras
sirias; las cuales iban a envolver a los dos reinos en prolongadas
hostilidades. Reducido a la mitad norte del país, que iba a tomar el nombre de Seleucis, Seleuco, siguiendo la
política de colonización comenzada por Antígono, fundó especialmente las cuatro
ciudades de la "tetrápolis siria"
(Antioquía sobre el Orontes, Seleucia en Pieria, Laodicea sobre el mar y Apamea) que iban a ser desde entonces
el centro de su reino.
En cierto sentido, la desaparición de
Antígono Monoftalmo marca el fin de una era. Después de él, incluso si la idea
unitaria todavía obsesionaba los pensamientos de su hijo (lo cual queda en la
incertidumbre), incluso si pasó por la mente de Seleuco como un deseo fugaz en
vísperas de su muerte, desde este punto en adelante no iba a haber política
dedicada seriamente, tercamente, como la de Antígono, a revivir el imperio de
Alejandro. Además, esa unión de Asia y Europa había sido hecha posible por un
momento por circunstancias excepcionales (la euforia causada por el éxito de
Filipo, el colapso aqueménida, el prestigio personal de Alejandro) y demasiadas
fuerzas centrífugas estaban en camino de ser reconstruidas. Antígono mismo había aprendido esto desde que, por todo su deseo en
reunir territorios en Asia y en Europa bajo su autoridad, ya desde 307, los mismos hechos habían dado forma a su pretensión; desde el día en que la
actividad de los antigónidas había cruzado el Egeo desde Asia a Europa, padre e
hijo habían sido obligados a dividir responsabilidades, conservando Antígono
Asia para sí mismo y delegando Demetrio a Europa, para llamarle solo en la hora
del peligro. Así, para los antigónidas Asia (una Asia ya severamente
reducida por el hecho de Seleuco) y Europa en realidad no habían sido más que
dos territorios artificialmente ligados por un vínculo dinástico. Por el
contrario, lo que Lisímaco iba a conseguir por un momento iba a ser diferente
en alcance y carácter del sueño de Antígono. La muerte de Antígono en el campo
de batalla de Ipso marca el final transitorio de una idea de un imperio que
revivía la de Alejandro, si es que no es heredada de él.
El reino de Antígono fue repartido. Seleuco obtuvo la Armenia,
Capadocia y Siria. El hermano de Casandro, Pleistarco
recibió la Caria y la Cilicia,
y Lisímaco el resto de Asia Menor. Ptolomeo,
que en el curso de la guerra había sido invadido, una vez más, Siria, pero se
había retirado inmediatamente a consecuencias de una falsa noticia que
anunciaba la derrota de Lisímaco, fue excluido del reparto. Demetrio, por su parte, lo había
perdido casi todo, pero conservaba todavía algunos recursos. Después de la
batalla, se había refugiado en Éfeso
con un pequeño ejército y le quedaba la sólida flota de Antígono, algunas
ciudades costeras, entre ellas Tiro
y Sidón, así como Chipre. Y seguía siendo estratega de la Liga de Corinto.
Con la derrota de Antígono en Ipso
comienza un nuevo periodo: hasta entonces los Diadocos querían o conservar la
parte de herencia que les había correspondido o, por lo menos en algunos casos,
tratar de reconstruir el imperio en provecho propio. Ahora, en el mundo
confuso, desgarrado por la querellas de los Diadocos, aparecen unos hombres que
transforman la guerra en una industria beneficiosa y, cuando la victoria les
permite construirse un reino con los despojos, se muestran incapaces de
levantar un estado verdaderamente pacífico y duradero. Dos figuras de estos
"condottieri" dominan este
periodo: la de Demetrio y la de Pirro.
6. La V Guerra de los Diadocos
o I Guerra de los Epígonos (295-287)
Después de Ipso Demetrio se encontraba en
una situación que no dejaba de recordar la que recientemente había conocido
Polipercón; rey sin reino, pero no totalmente desprovisto de recursos ni de
ejércitos, podía intentar la reconquista, al menos de una parte de lo que había
perdido. Al principio y durante algunos meses, fue un proscrito. Atenas, que
antes le había colmado de honores, le volvió la espalda. Influida por Lisímaco,
se negó a acogerle después de la derrota y se limitó a enviarle los navíos que
él había dejado fondeados en el puerto, antes de marchar a reunirse con
Antígono. Quedaba Corinto. Demetrio se dirigió allí, pero todo el mundo le
abandonó. La fidelidad a los reyes destronados no entraba en el programa de la Liga: un rey que ya no podía
ser un bienhechor ni un amo no interesaba a nadie. Para subsistir y mantener a
sus soldados, Demetrio emprendió algunas operaciones fructuosas, en Tracia, en
el curso de los años 301 y 300, que más tenían de bandidaje que de operaciones
militares regulares.
Pero en el momento en que todo parecía
perdido y en que Demetrio iba, como Polipercón, a hundirse en la mediocridad de
unas operaciones y combinaciones de corto alcance, la suerte, de pronto, se
cambio. Seleuco propuso una alianza
a Demetrio y con ella la esperanza de recuperar su puesto de poco tiempo antes
entre los dueños del mundo helénico. Seleuco, el gran beneficiario de Ipso, se
sentía, a su vez, aislado en Asia. Chocaba con Ptolomeo en Siria, no habiendo
conseguido ocupar el sur del país, adonde el rey de Egipto había enviado
tropas, y no había tenido más remedio que aceptar, aparentemente de buen grado,
una partición de aquellos territorios. Ptolomeo, por su parte, estrechaba su
alianza con Lisímaco y le concedía la mano de su hija Arsínoe. Seleuco veía transformarse la vieja coalición, que parecía
amenazar, inevitablemente, al dueño de Asia. por eso se dirigió a Demetrio,
cuyos genio militar y energía indomable conocía. Empezó por pedirle la mano de
su hija Estratónice. La boda se
celebró con gran pompa en Rossos
(Siria). Inmediatamente Demetrio, apoyado por Seleuco, partía a atacar las
posesiones de Pleistarco. Ocupó muy
rápidamente la Cilicia,
porque Pleistarco, al parecer no recibió ayuda alguna de sus aliados. Casandro
no se preocupó por su hermano: tal vez estaba ya enfermo o tal vez se dedicaba
a restablecer en Grecia la dominación macedónica, lo que era suficiente para
ocuparle por completo. Además, no tardaría en morir, prematuramente, en el mes
de mayo de 297.
Mientras tanto Demetrio no se limitó a
arrebatar a Pleistarco una parte del antiguo reino de Antígono. No había
olvidado la época en que era dueño de Grecia ni había renunciado a entrar en
Atenas como rey. La ciudad estaba entonces dividida en dos facciones. Una, con Olimpiodoros, era hostil a Macedonia y
favorable a Demetrio. La otra, en manos de Lacares,
en otro tiempo amigo de Casandro, se hallaba en el poder. Demetrio se presentó
como liberador para todos los que soportaban impacientemente lo que se llamaba
"tiranía" de Lacares y que parece haber consistido, sobre todo en
poderes excepcionales, destinados a proteger la ciudad contra un ataque de
Demetrio. Una primera ofensiva lanzada en el 296 no alcanzó su objetivo, pero
tras varios operaciones en el Peloponeso, Demetrio volvió al año siguiente, se
apoderó del Pireo (donde parece que se agruparon los adversarios de Lacares) y
la ciudad tuvo que capitular a comienzos de 294, mientras Lacares huía a
Beocia. Una flota de socorro enviada por Ptolomeo no había podido forzar el
bloqueo y se había retirado sin combatir. Demetrio se mostró generoso. Llamó al
poder al partido demócrata (sin dejar por eso de intervenir en los asuntos de
la ciudad), abasteció a los atenienses y no castigó a nadie. Después se dirigió
a Esparta, última ciudad independiente del Peloponeso e influida, probablemente
por agentes de Ptolomeo.
Los lacedemonios fueron vencidos dos
veces en campo abierto, y Demetrio habría tomado seguramente la ciudad si no
hubiera visto, de pronto, la posibilidad de otra presa, cuya posesión no solo
le permitiría volver más fuerte contra Esparta, sino compensar las pérdidas que
durante aquel tiempo le infligían en Asia los Diadocos: Ptolomeo ocupaba Chipre
y ponía sitio a Salamina; Lisímaco se apoderaba de Éfeso y obtenía Mileto; el
propio Seleuco se instalaba en Cilicia. Demetrio estaba obligado a
reconstruirse un domino en Europa: ese dominio iba a encontrarlo en Macedonia.
A la muerte de Casandro le había sucedido
el hijo mayor del rey, Filipo IV
(reinó en 297) pero había muerto también tres meses después. Sus dos hermanos, Antípatro I y Alejandro V (reinaron en 297-294), eran menores. Se confió la
regencia a su madre, Tesalónica, y
ésta dividió el reino en dos: la parte oriental para Antípatro y la otra para
Alejandro. En 295, el primero, llegado a la mayoría de edad, reclamó la
totalidad del reino a su madre, que se negó a tal pretensión. Antípatro la hizo
asesinar y luego expulsó a Alejandro. Éste protestó y llamó en su ayuda
simultáneamente a los dos príncipes a quienes él consideraba más aptos para
lograr que le hicieran justicia: Pirro
de Epiro y Demetrio.
La situación había cambiado mucho para
Pirro desde el momento en que Demetrio le había tomado bajo su protección. En
la época de la alianza con Seleuco, Demetrio le había dado como rehén a
Ptolomeo; allí el joven príncipe se había alejado poco a poco de Demetrio; se
había convertido en el protegido de Ptolomeo y de Berenice, lo que le había valido, hacia el 297, ser reinstalado en
su reino familiar, el Epiro. Aquí Pirro había asegurado su poder y acrecentado
sus dominios casándose con Lanassa,
hija de Agatocles, rey de Siracusa.
La dote de la princesa había sido la isla de Corcira (Corfú). Esta era la situación de Pirro cuando Alejandro le
pidió ayuda.
Pirro acudió inmediatamente, pero empezó
por exigir la cesión de varias provincias macedonias. Después atacó a
Antípatro. Lisímaco, con cuya hija se había casado Antípatro, no pudo socorrer
a su yerno por hallarse comprometido contra los bárbaros más allá del Danubio.
Por consejo suyo Antípatro hizo la paz y aceptó una partición.
Demetrio se había retrasado en el
Peloponeso, pero, desembarazándose rápidamente, atravesó Grecia y se reunió con
Alejandro en Dión (Pieria). Alejandro le hizo saber que ya
no tenía necesidad de él. Demetrio no dejó traslucir su contrariedad, pero poco
después, durante un banquete, hizo asesinar al joven rey y al día siguiente los
soldados macedonios presentes en Dión le proclamaron rey. La opinión pública,
unánimemente, les siguió. Antípatro, príncipe detestado, tuvo que huir a la
corte de Lisímaco, y Demetrio comenzó su reinado. Después de fundar una ciudad
(Demetrias) en el golfo de Pagasae, se marchó a proseguir la
pacificación de Grecia.
Pirro no se resignaba de buen grado al
establecimiento de Demetrio en Macedonia. Así, cuando los beocios con el apoyo
de los etolios, que entonces ocupaban Delfos, se sublevaron por segunda vez, y
mientras Demetrio estaba comprometido en el sitio de Tebas, Pirro ocupó las
Termópilas con el evidente propósito de cortar las comunicaciones del Poliorcetes con su reino (primavera de
291). Pero cuando Demetrio se presentó, Pirro no prosiguió la aventura y se
retiró al Epiro.
El conflicto latente entre Pirro y
Demetrio iba a adoptar una forma inesperada: Lanassa, la mujer de Demetrio,
abandonó a su marido y se retiró a Corcira: estaba cansada de la presencia en
la corte de una concubina iliria. Desde Corcira propuso a Demetrio convertirse
en su mujer. Demetrio aceptó, y con permiso de Agatocles, se casó con ella.
Inmediatamente se apoderó de Corcira sin que Pirro pudiese resistir.
Demetrio era entonces dueño de un
verdadero "reino griego" y sus objetivos parecían susceptibles de
extenderse al occidente helénico, el mundo de Sicilia y la Magna Grecia, que
hasta entonces habían evolucionado al margen de las crisis que perturbaban a
Grecia y a Oriente. Pero tenía en contra no solo a Pirro, cuyo prestigio
aumentaba, sino también a los etolios,
que ocupaban Delfos y cristalizaban a su alrededor las tendencias
antimacedónicas. Demetrio intentó reducirles e invadió su país, pero Pirro,
para aliviar a los etolios, asoló durante aquel tiempo Macedonia, aunque tuvo
que concluir una paz en 289.
Demetrio no abandonaba por ello sus
grandes proyectos; por los preparativos que hacía, sus vecinos, y sobre todo
Lisímaco, comprendieron que trataba de emular a Alejandro y de emprender la
conquista de Asia. Decidieron impedirla. Los ejércitos de Demetrio, minados en
su moral por los adversarios, cedieron rápidamente. Demetrio, abandonado por
sus soldados, tuvo que salir disfrazado de Macedonia y el reino fue repartido
entre Pirro y Lisímaco (verano de 287).
Unos meses bastaron para que se hundiese,
esta vez definitivamente, la fortuna de Demetrio. Atenas se sublevó y Ptolomeo
se apoderó de las ciudades asiáticas que aún le quedaban al rey destronado.
Demetrio intentó invadir el Asia Menor con un ejército de mercenarios, pero
Agatocles (el hijo de Lisímaco) salió a su encuentro y, atacándole de costado,
le obligó a retirarse a las satrapías superiores. Demetrio perdió en la
aventura más de los dos tercios de sus hombres. Por último, fue cercado por
Seleuco y tuvo que rendirse (comienzos de 285). Pasó los dos últimos años de su
vida en una cautividad honorable en una residencia real, a orilla del Orontes.
7. La VI Guerra de los Diadocos
(282-281): el final de los Diadocos.
La derrota de Demetrio beneficiaba sobre
todo a Lisímaco, que no tardó en
apoderarse de toda Macedonia expulsando de su parte al rey Pirro (285). su diplomacia le había conciliado el favor de un gran
sector de la opinión, también en Grecia. Además, había ocupado la Tesalia, donde se había
mantenido algún tiempo Antígono Gonatas, hijo de Demetrio, a quien
su padre al salir para Asia, había entregado plenos poderes sobre lo que le
quedaban de sus posesiones europeas. Pero Lisímaco iba a ser arrojado también
del pináculo a que había logrado elevarse. Seleuco se inquietó ante los
progresos realizados por el rey de Tracia. Además, ciertas intrigas familiares
urdidas en la corte de Tracia dieron origen a la formación de verdaderos
complots contra Lisímaco -complots cuyas ramificaciones se extendieron muy
pronto a todo el oriente- y contribuyeron a persuadir a Seleuco de que había
llegado el momento de actuar. Así, en el verano de 281, Seleuco inició las
operaciones contra Lisímaco en Asia Menor. Algunas semanas después se libró la
batalla decisiva entre los dos reyes en la llanura de Corus (Corupedion), al
oeste de Sardes. Lisímaco fue vencido y pereció en el campo de batalla.
Seleuco no se contentó con haber abatido
a Lisímaco. Se hizo proclamar rey de Macedonia por los soldados y confiando su
reino asiático a su hijo Antíoco, se
puso en camino hacia su patria, aquella Macedonia de la que un día había salido
con Alejandro y a la que no había vuelto. Pero no llegaría a ella. Apenas
franqueados los Estrechos, fue asesinado por un hijo de Ptolomeo y de la reina
Eurídice, un tal Ptolomeo "Keraunos" (el Rayo), a quien
Seleuco había prometido reintegrarle en el trono de Alejandría, donde reinaba
desde 285, primero juntamente con su padre y después solo, Ptolomeo II "Filadelfo",
hijo de Ptolomeo y de su segunda mujer, Berenice. Keraunos, considerando que Seleuco tardaba en cumplir sus promesas,
le degolló cerca de la ciudad de Lisimaqueia y se hizo proclamar, a su vez, rey
de Macedonia (281-279). Así desapareció el último de los Diadocos, los
compañeros de Alejandro que habían participado en la conquista y se habían
repartido los despojos del rey difunto. El imperio de Alejandro estaba desde
entonces y para mucho tiempo dividido en tres reinos: Egipto, en manos de los Ptolomeos;
Siria, a la que se añadían el Asia
Menor y algunas de las satrapías superiores, los Seléucidas; y por último, la Macedonia,
sobre la que reinó, al principio, Keraunos y que después pasó al hijo de
Demetrio, Antígono II Gonatas, y a la
dinastía de los Antigónidas. Los
Lágidas de Alejandría habían de reinar hasta la muerte de Cleopatra, en el 30
a.C.; los Seléucidas, tras un largo conflicto contra
Roma y numerosos reveses, desaparecieron definitivamente en el 64. Cuando
Pompeyo transformó a Siria en una provincia. Los Antigónidas, por último,
perdieron su reino en el campo de batalla de Pidna, ante las legiones de Emilio Paulo (168). La historia de
estos reinos y de los que se formaron a sus expensas ocupa los siglos III y II
antes de nuestra Era y constituye el periodo "helenístico" propiamente dicho, del que los acontecimientos
que acabamos de resumir entre la muerte de Alejandro y Seleuco no son más que
el preludio.
BIBLIOGRAFÍA:
E.
W. WALBANK, : El Mundo helenístico. Historia del Mundo Antiguo, Editorial
Taurus.
EDWARD WILL: The Succession to Alexander. Capítulo 2 de la Cambridge Ancient
History 7.1. The Hellenistic World. Cambridge University Press, 2008
PIERRE
GRIMAL: El Helenismo y el auge de Roma. Historia universal Siglo XXi, volumen
6. Siglo XXI Editores, S.A.