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jueves, 23 de octubre de 2014

La Dinastía Buyí en Jibal, Iraq, Fars y Kirman (932-1062)

Durante las primeras décadas del siglo X Irán estaba dividido en tres importantes esferas de poder. El este (Transoxiana y Khurāsān) estuvo sometida a los Sāmāníes, que también ejercían un variado grado de autoridad sobre las provincias de Sīstān y Kirmān más allá de las áreas desérticas de Dasht-i Kavīr y Dasht-i-Lūt. Las tierras altas iraníes por el Mar Caspio están controladas por los soberanos Zaydíes de Tabaristān y por varios potentados locales. En el sur estaban gobernados por los gobernadores ‘Abbasíes, directamente dependientes de Bagdad, cuya constante ambición, sin embargo, les iba a establecer como gobernantes dinásticos independientes. Los Sājíes de Qazvīn ya habían logrado hacer esto hacia el fin del siglo IX en Azerbaijan en el noroeste. Los gobernantes Zaydíes de Tabaristān y los otros pequeños príncipes se unieron a los Sājíes, aunque a menudo involuntariamente, para formar una barrera bastante efectiva para detener el progreso hacia el oeste de los Sāmāníes. El destino de Irán para los siguientes cien años iba a decidirse en la región de la costa meridional del Mar Caspio, un área de apenas 300 kilómetros de largo y 90 de ancho. En unos pocos años un poder enteramente nuevo iba a emerger en este vacío, los Būyíes, que fueron capaces de arrebatar el Irán central y meridional de manos de los ‘Abbāsíes, mientras la atención de los últimos estaba siendo distraídas por conflictos en Mesopotamia. Así, por primera vez en la historia islámica esta área fue liberada del control centralizado de Bagdad y unida bajo el gobierno de una dinastía irania. En otras palabras, la formación de estados nativos, que ya llevaba un tiempo en progreso en el Irán oriental, ahora comenzaba a tener lugar en Irán occidental. Los Būyíes lograron incluso más que esto; desde la meseta iraní descendieron sobre Iraq y trajeron el Califato bajo su dominación. El periodo Būyí, por tanto, también marca la apertura de una nueva era en la historia del Califato ‘Abbāsí. El debilitamiento del poder central del Califato, es cierto, ya había comenzado después del cambio de siglo; sin embargo, fueron los Būyíes quienes iban a estabilizar la situación en Bagdad tras un periodo de considerable confusión. La ocupación de Bagdad por los Būyíes Shī’íes bien podría haber dado el golpe al Califato si no hubieran decidido, por razones de conveniencia política, tolerar su existencia continuada, de ese modo asegurarse la posibilidad de usarlo como herramienta política, tanto en casa como en el extranjero. Esto dio a su gobierno una apariencia más legítima a los ojos de sus súbditos, que eran sunníes, y también aumentó la apreciación de que los Būyíes eran sostenidos por poderes extranjeros. Sus más peligrosos oponentes que quedaban eran los Sāmāníes en el este, que en contraste estaban persiguiendo una deliberada política de ortodoxia sunní, que les dio un excelente pretexto para continuar su expansión hacia el oeste. Las luchas que tuvieron lugar a lo largo de la frontera entre ellos iban a afectar a la política būyí durante décadas. Fue también desde esta dirección, desde la que en el siglo XI los Ghaznawíes y luego los saljuqíes libraron los contragolpes que primero redujeron y luego aniquilaron al estado būyí.

La forma de gobierno establecida por los Būyíes puede ser descrita con reservas como una dictadura militar. Los Būyíes eran Daylamíes y eran enormemente dependientes de soldados extraídos de su propio pueblo. Los Daylamíes, cuyo hogar estaba en el área montañosa al norte de Qazvīn, tenían una larga tradición de destreza militar que se remontaba a tiempos precristianos y que incluía campañas contra Georgia como aliados de los Sasánidas. Como los turcos, ya estaban jugando un importante papel como mercenarios en el periodo que precedió el surgimiento de los Būyíes, y habían estado activos en Irán, Mesopotamia e incluso aún más hacia el oeste. Este fue un factor de cierta importancia en el rápido éxito de los Būyíes, pues fue fácil persuadir a los Daylamíes a seguir el victorioso liderato de uno de los suyos. Sus métodos de lucha, su estrategia y su equipación eran los mismos que habían sido siempre. Siendo una raza de campesinos que poseían ganado pero no caballos, eran hombres de infantería. Cada hombre estaba equipado con un escudo, una espada y tres lanzas, y como las fuentes islámicas nos cuentan, eran capaces de formar un muro impenetrable con sus largos escudo cuando avanzaban en formación cerrada. Estaban especializados en lanzar lanzas a las que añadían trapos ardiendo empapados en petróleo puro. Las fuentes islámicas enfatizan su resistencia, y su bravura era proverbial. En muchas ocasiones los Būyíes fueron capaces de obtener victorias aunque sus fuerzas eran superadas con mucho por sus oponentes. Debido a que los Daylamíes solo podían emplearse como infantería, los Būyíes también estaban obligados a hacer uso de los turcos, cuyos arqueros montados proporcionaron un complemento tácticamente esencial. Además, también enrolaron a mercenarios kurdos en Irán y árabes en Mesopotamia. La combinación de Daylamíes y turcos como columna vertebral del ejército būyí pronto llevó a serios problemas. La cuestión del pago directo del ejército por el tesoro del estado fue al menos parcialmente resuelto por la introducción de una forma de feudalismo. Ya que los Būyíes dependían para sus éxitos iniciales enormemente de la asistencia de su propio pueblo de Daylamíes, pronto prosperó allí una clase de aristocracia militar en gran medida hereditaria en carácter. Como resultado hubo una fricción constante entre ellos y los turcos, que a su vez afectaban el resultado de muchas luchas internas Būyíes. Más tarde los Būyíes de Irán tendieron a confiar en los Daylamíes, mientras los de Iraq dependían del apoyo turco. Además de esto, el sistema feudal tuvo grandes desventajas, y la supremacía de los militares fue perjudicial para la población civil. La presión daylamí llegó a ser proverbial, como informa un testigo fiable.

Las raíces de esta dictadura militar descansan parcialmente en las condiciones bajo las que los Būyíes fundaron su gobierno y parcialmente en la situación predominante en muchas partes de Irán antes de que aparecieran en escena. El gobierno central era tan inefectivo que los mercenarios en Shīrāz e Isfahān fueron abandonados a sí mismos; en consecuencia, solamente podían ser pagados y mantenidos por un líder que poseyera una combinación de iniciativa, competencia militar sobresaliente, convicción y habilidad organizadora. La falta de experiencia organizadora fácilmente pudo ser suplida por la cooperación de servidores civiles profesionales. Como veremos, ‘Imād al-Dawla, el fundador del imperio būyí poseía todas esas cualidades esenciales. En Irán encontró el estado de ánimo de los mercenarios idealmente favorable para quedarse a cargo del poder. Las palabras atribuidas a los mercenarios de Isfahān tras la muerte de Mardāvīj eran particularmente reveladores a este respecto: “Si permanecemos sin líder, estamos perdidos”. En este estado de ánimo tanto turcos como Daylamíes aceptaron el liderato de los Būyíes; el hecho de que superara a numerosos rivales es indicativo de sus cualidades.

En la naturaleza de una dictadura militar basada en una aristocracia militar radica el que los intentos para asegurar una estricta línea de sucesión estén llenos de dificultades. El imperio būyí no era una excepción, y solo logró establecer un patrón regular de sucesión cuando ya era demasiado tarde. El ejército iba a decidir una y otra vez el asunto ya fuera por una elección o simplemente por la fuerza de las armas. Las mujeres siempre habían tenido un lugar importante en la sociedad daylamí e iban a ejercer gran influencia política, e incluso iban a conseguir el gobierno personal. Un ejemplo es Sayyida a fines del siglo X en Ray. La única estructura del imperio būyí dio lugar a un problema a otro problema. Desde el comienzo fue dividido en tres esferas de influencia, Shīrāz, Ray y Bagdad. En consecuencia, las cuestiones de la unidad del imperio y su gobierno ocupan una posición de la mayor importancia en la historia de este periodo. Desde este punto de vista la historia būyí puede ser dividida en tres secciones: primero, su fundación y crecimiento; en segundo lugar, su apogeo y el establecimiento de la unidad bajo Rukn al-Dawla y ‘Adud al-Dawla; y en tercer lugar, la lucha por la sucesión de ‘Adud al-Dawla que llevó en su debido momento al declive y el colapso final del imperio. 

I. La fundación del Imperio Būyí por ‘Imād al-Dawla

En las fortalezas de montaña de su patria los Daylamíes ya habían conseguido repeler más de una docena de ataque musulmanes antes del comienzo del siglo IX, cuando empezaron a recibir influencias musulmanas. Los pretendientes a la sucesión de ‘Alī, que eran de la secta Zaydí, buscaron refugio entre los Daylamíes y comenzaron a ganar prosélitos en la segunda mitad del siglo IX. Pero la ola real de conversión no llegó hasta el cambio de siglo, cuando el Imām Zaydí Hasan al-Utrūsh pasó una considerable cantidad de tiempo en esta región. Los Imāms Zaydíes eran apoyados por la familia daylamí de Banū Jūstan en su lucha por la supremacía en Tabaristān, pero a comienzos del siglo X varios líderes militares Daylamíes y de Gīlān comenzaron a suplantarlos. Fue durante este incierto y turbulento periodo cuando ‘Alī b. Būya (o Būwayh) (‘Imād al-Dawla), el fundador del imperio būyí, comenzó su carrera.

Nuestro conocimiento de la juventud de ‘Imād al-Dawla es en el mejor de los casos fragmentaria. Si aceptamos que murió a la edad de 57, debió haber nacido hacia 891-2. Parece que, debido a la tradición daylamí, se embarcó pronto en la carrera militar. Él mismo recuerda que fue empleado en su juventud en la corte del príncipe Sāmāní Nasr b. Ahmad (913-943) al parecer en el séquito más cercano del príncipe. El siguiente paso en su avance ocurrió cuando entró al servicio de Mākān b. Kākī, bien por sugerencia de Nasr o bien por su libre albedrío. Mākān era un miembro de una familia principesca de Gīlān. Había apoyado la causa de al gobernante ‘álida de Tabaristān y en 924 se había convertido en gobernador de Gurgān. Tras la muerte del anterior gobernante, había hecho una apertura con éxito hacia los Sāmāníes y había sido nombrado gobernador del disputado territorio de Ray. Es concebible que ‘Imād al-Dawla se uniera a Mākān en esta fecha (928). Ciertamente, debe haber ocupado una alta posición en el ejército de Mākān, pues fue capaz de invitar a sus dos hermanos menores, Hasan (el futuro Rukn al-Dawla) y Ahmad (conocido más tarde como Mu’izz al-Dawla), para unirse a él y procurarles cargos en el ejército y en su propio séquito. Hasan tenía entonces unos 30 años de edad, Ahmad solo era un chico de 13. Dos años más tarde dio un paso políticamente fatal cuando decidió atacar a los Sāmāníes en Khurāsān; logró ocupar Nīshāpūr durante un tiempo, pero entonces fue derrotado por Mardāvīj, otro príncipe de Gīlān, y forzado a abandonar Tabaristān. ‘Imād al-Dawla estuvo rápido al unirse al bando del vencedor junto con sus hermanos, y entró al servicio de Mardāvīj justo cuando éste último estaba preparándose para someter el territorio al sur de la cordillera de Alburz hasta Qazvīn con toda la intención de proceder a la conquista de otras provincias más al sur. Mardāvīj pronto reconoció las capacidades de los Būyíes, encomendándoles poco después la administración de la importante ciudad de Karaj, que había sido la sede de los príncipes Dulafíes. Los itinerarios de varios geógrafos parecerían indicar que Karaj estaba en la vecindad de la actual Bahrāmābād, a unos 95 kilómetros al sureste de Hamadān. Estaba situado en un importante centro de comunicaciones, estando en la unión de la ruta norte-sur desde Ray hasta Ahvāz y la ruta sur-este desde Hamadān a Isfahān. Después de la expulsión de los Dulafíes a fines del siglo IX, había tenido lugar un vacío aquí que los gobernadores ‘Abbāsíes de Isfahān y Shīrāz no habían sido capaces de disipar. La designación de ‘Imād al-Dawla como goberndor de Karaj puede bien haber tenido lugar en Tabaristān, ya que en su camino hacia su puesto pasó a través de Ray, donde Vushmgīr, uno de los hermanos de Mardāvīj, residía, como también el visir al-‘Amīd, cuyo hijo iba a jugar más tarde una parte importante en conexión con Rukn al-Dawla. Mientras, Mardāvīj decidió poner fin al nombramiento de ‘Imād al-Dawla, probablemente porque quería administrar Karaj él mismo. No obstante, mientras, en Ray, ‘Imād al-Dawla ganaba el favor del visir y por él descubría los planes del príncipe. Para impedir su destitución rápidamente dejó Ray y asumió el control de Karaj.

La situación política de Karaj era confusa. Parece haber estado allí una pequeña guarnición de soldados daylamíes, pero esos habían sido dejados a sus propios recursos y estaban apáticos con la inactividad. Las montañas circundantes estaban en manos de Khurramíes, seguidores de una secta religiosa y política que combinaba elementos Shī’íes y zoroástricos. ‘Imād al-Dawla se dispuso a someterlos sistemáticamente y tomó una serie de fortalezas, que realzaron su reputación, y le proporcionó un valioso botín. Sus cualidades como líder nato fueron probadas por el fracaso de los intentos de Mardawij por incitar a los soldados en Karanj contra él. Pronto ‘Imād al-Dawla estuvo en situación de considerar una ampliación de su poder. Pero al mismo tiempo estaba obligado a preparar a su ejército por la posibilidad de un ataque inminente de Mardāvīj, que estaba obligado más pronto o más tarde a intentar derribar a su virrey rebelde. ‘Imād al-Dawla ahora hizo de la captura de la cercana Isfahān su ambición, y allí se encontró con un brillante e inesperado éxito. El ejército oponente, aunque superando bastante en número al suyo, se pasó a su bando con sorprendente presteza cuando apareció ante los muros de la ciudad. Esto, a su vez, aumentó su riqueza y su popularidad con los mercenarios. No obstante, fracasó en alcanzar un acuerdo con el gobernador de Isfahān e, incapaz de establecer la legalidad de su posición, abandonó la ciudad enfrentándose a Mardāvīj y, abandonando también Karanj, marchó sobre la importante ciudad de Arrajān, entre Khūzistān y Fārs, que estaba gobernada por el mismo gobernador que Isfahān. Aquí se repitió el mismo patrón de victoria y botín.

Su marcha sobre Arrajān estaba probablemente en la naturaleza de una incursión, pero, sin duda, ya estaba contemplando la posibilidad de establecer un reino en Irán meridional. Por tanto, solo pasó el invierno en Arrajān, y en primavera de 933 inició una nueva campaña. En Fārs encontró un aliado en la persona de Zayd b. ‘Alī al-Naubandagānī, que poseía extensos estados en las montañas al norte de Kazarun y estaba en malos términos con la autoridades de Bagdad. A juzgar por su nombre puede haber sido un descendiente de ‘Alī, que esperaba que el Buyid le proporcionara apoyo militar para el progreso de sus ambiciones religiosas y políticas. Entretanto, Yākūt, el gobernador de Isfahān y Fārs, había sustituido a Mardāvīj como el antagonista más inmediato de ‘Imād al-Dawla. Una serie de escaramuzas culminaron en una decisiva batalla de la que el Būyí emergió victorioso. Al tratarlos bien, también ganó al vencido para su bando. El camino estaba ahora abierto a Shīrāz. En mayo o junio de 934 entró en la ciudad capital de Fārs, que iba a permanecer en posesión ininterrumpida de los Būyíes hasta 1062.

Tras la captura de Shīrāz, ‘Imād al-Dawla se esforzó por obtener el reconocimiento del Califa para anticipar las pretensiones de Mardāvīj. Esta vez tuvo éxito, aunque no tenía la intención de pagar el tributo requerido. Aceptó la insignia de su cargo como virrey de los emisarios del Califa, pero luego demoró al mensajero con promesas durante dos años, hasta que el último finalmente murió en Shīrāz sin haber logrado su misión de obtener el tributo. Este episodio, insignificante en sí mismo, prefigura la actitud que iba a condicionar la posterior política de los Būyíes hacia el Califato ‘Abbāsí. ‘Imād al-Dawla y sus sucesores eran por tradición Shī’íes y de la secta zaydí. Se recordará que los Daylamíes habían sido convertidos al Islam por misioneros zaydíes. Más tarde los Būyíes iban a inclinarse hacia el Shi’ismo Duodecimano, e incluso los Isma’ilíes fueron aceptados más tarde durante breves periodos en su corte. Sus creencias Shī’íes pueden haber sido variadas en aspecto, pero, ciertamente, no tenían razón religiosa para buscar la aprobación del Califa, y mucho menos para establecerse como protectores del Califato tras su captura de Bagdad. Pero cualquiera que sean los argumentos presentados para explicar la moderación de la política de los Būyíes hacia el Califato y cualquiera que fuera lo que ellos mismos reivindicaban en ese momento, no puede caber duda de que la decisión de ‘Imād al-Dawla de reconocer, al menos formalmente, la supremacía del Califa iba a tener una influencia muy considerable en futuros procesos. Su una vez valioso aliado en Naubandagān desapareció de la escena entretanto, así como un pretendiente zaydí posterior que había acompañado a Mu’izz al-Dawla a Bagdad, pero que luego volvió a Tabaristān para promover su propia causa.

Mardāvīj era todavía el oponente más encarnizado de ‘Imād al-Dawla. Para cortar cualquier posible lazo būyí con Iraq, y sin duda también para impedir la expansión hacia el oeste del imperio būyí, Mardāvīj se embarcó ahora en una campaña contra Khūzistān. Entonces llegó a un acuerdo con el Califa, forzando así a ‘Imād al-Dawla a reconocer la superioridad formal de Mardāvīj. Pero este estado de cosas llegó a un abrupto fin con el asesinato de Mardāvīj en enero de 935. Entonces ‘Imād al-Dawla entonces comenzó a presionar sus reclamaciones a Khūzistān con el Califa, probablemente ampliando su posición como segundo solamente para Mardāvīj. Ocupó ‘Askar Mukram y luego llegó a un acuerdo con el Califa, que le confirmó en la posesión de Fārs y dio Khūzistān a Yākūt, anterior gobernador de Fārs.

El asesinato de Mardāvīj en Isfahān, seguido por la dispersión de sus mercenarios turcos, llevó al colapso del gobierno ziyarí en Irán central. Dos de sus oficiales turcos, Tuzun y Bajkam, fueron a Bagdad, alcanzando ambos una alta posición. Un enorme número de mercenarios turcos se unieron a ‘Imād al-Dawla en Shīrāz, con lo cual este último sintió que había llegado la oportunidad de incorporar a su creciente imperio Isfahān, escena de sus triunfos primeros. Encomendó el mando de esta campaña a su hermano menor Hasan (Rukn al-Dawla), que se había distinguido en las batallas en Fārs y después había sido enviado como rehén a la corte de Mardāvīj en la época de la tregua de su hermano con él, pero había escapado en el tiempo del asesinato de Mardāvīj al sobornar a sus guardianes. Rukn al-Dawla obtuvo una rápida victoria en Isfahān, particularmente a causa de que Vushmgīr, el hermano de Mardāvīj estaba envuelto en combate con los Sāmāníes, que estaban atacando Ray de nuevo. Debido a las desavenencias internas, no obstante, su triunfo sobre los Ziyāríes se demostró de corta duración. Vushmgīr tomó Isfahān tres años más tarde y Rukn al-Dawla fue obligado a retirarse a Fārs. Instaló su campamento ante las puertas de Istakhr y allí esperó el momento de retomar la acción.

Poco después de la captura de Isfahān ‘Imād al-Dawla envió a su hermano más joven Ahmad (Mu’izz al-Dawla) a Kirmān, una provincia que desde 862 había estado en manos de los Saffaríes. Poco antes de que los Būyíes se establecieran en Shīrāz, Abū ‘Alī b. Ilyās de Khurāsān había expulsado a los Saffaríes de Kirmān (de ahora en adelante estuvieron confinados a Sīstān) y les habían obligado a reconocer la supremacía Sāmāní en 928. Durante las campañas de ‘Imād al-Dawla hubo un vano intento de tomar Shīrāz en un ataque sorpresa. Después del asesinato de Mardāvīj, ‘Imād al-Dawla aprovechó la oportunidad de expandir sus reinos hacia el sureste. Rukn al-Dawla ya estaba en Isfahān; Mu’izz al-Dawla no obstante todavía estaba esperando un reino. Se había distinguido durante la batalla que había decidido la lucha por Fārs, por su intrépido heroísmo, y ahora Kirmān (935/6) cayó rápidamente ante él hasta que encontró resistencia de los Qufs (Kūfīchīs) y los Baluchīs. Entonces fue llamado de vuelta y enviado a Istakhr para esperar allí nuevas llamadas al deber. No obstante, su campaña en Kirmān dio lugar al reconocimiento permanente de la autoridad būyí por los Banū Ilyās. La provincia no sería directamente anexionada durante varias décadas.

‘Imād al-Dawla ya había obtenido un punto de apoyo en Khūzistān, la valiosa provincia que enlaza Fārs e Iraq, al ocupar la ciudad estratégicamente vital de Arrajān. Los Barīdīs, gobernantes virtuales de la provincia, recurrieron a los Būyíes por ayuda contra su señor supremo, el Califa en Bagdad, e ‘Imād al-Dawla vió en ello una oportunidad de oro para renovar sus viejos planes de conquistar su territorio. Envió a Mu’izz al-Dawla, que estaba en espera, a Ahvāz, y el este último pronto expulsó a los Barīdīs y emprendió repetidas campañas contra Bagdad, donde los ‘Abbāsíes estaban envueltos en sus propias disputas internas. 

Ahmad b. Būya llegó a Khūzistān y acampó en ‘Askar Mukram. En ese tiempo un cierto Muhammad b. Ra’iq, el gobernador de Wāsit, se había hecho amo de Iraq. Había urgido al desamparado califa al-Rādī (934-940) para que le confiara la administración de todo el imperio ‘Abbāsí; al- Rādī dudó al principio pero finalmente tuvo que acceder a la demanda de Ibn Ra’iq. Ibn Ra’iq también recibió el nuevo título honorífico de āmir al-umara (= ‘gran emir’) y su nombre fue mencionado en el sermón cada viernes además de el del califa (936). Ibn Miskawayh, el agudo observador de los procesos políticos del siglo X, consideró el establecimiento del emirato como un punto de inflexión fatal en la histórica islámica, que destruyó el cargo de visir al entregar sus funciones a un líder militar que controlaría así cada asunto de gobierno sin sentirse responsable ante el califa por sus acciones y que recibiría todos las rentas del imperio y dispondría de ellos a su discreción; incluso tendría control pleno sobre los gastos del impotente Califa.

No obstante, Ibn Ra’iq, pronto fue reemplazado como āmir al-umara en septiembre de 938 por Bajkam (Bačkem), antiguo golam turco de Mardāvīj y uno de sus asesinos, así como uno de los más poderosos actores en el desconcertante juego de intrigas iraqí. Bajkam fue asesinado mientras combatía a una partida de bandoleros kurdos (941). Más gente recibió el título hasta 945 cuando fue conferido a Ahmad b. Būya, quien durante esos problemáticos años había intentado utilizar la situación de Iraq para su propio beneficio. En otoño de 945 el gobierno del āmir al-umara Ibn Shirzād fue derribado, y Ahmad entró en Bagdad sin lucha el 19 de diciembre de 945; el oficio de āmir al-umara le fue encomendado, y el Califa le concedió el título honorífico Mu’izz al-Dawla y los títulos de ‘Imād al-Dawla y Rukn al-Dawla a sus hermanos en Irán. En Mesopotamia se encontró enfrentado por los Barīdīs, que se habían retirado a Basra y Wāsit, en segundo lugar, por un pequeño pero impenetrable emirato en la ciénaga entre las dos ciudades, y más seriamente por los Hamdāní es en Mosul que, después de un intento inútil de expulsar a los Būyíes de Bagdad en 946, se retiraron a Mesopotamia septentrional, donde su oposición iba a ser derrotada treinta años más tarde por ‘Adud al-Dawla. En 947 Mu’izz al-Dawla sometió a los Barīdīs. El pequeño emirato de las marismas permaneció en solitario, desafiando a los Būyíes durante casi un siglo.

Mientras, en Irán central, Rukn al-Dawla fue favorecido por la fortuna al igual que su hermano lo fue en Iraq. Inteligentes políticas de alianzas le capacitaron para poner en contra a los Ziyāríes con los Sāmāníes, y especialmente a sus gobernadores en Khurāsān, los Banū Muhtāj. Al contrario que Mu’izz al-Dawla, Rukn al-Dawla no recibió apoyo desde Shīrāz, y su progreso fue, en consecuencia, más errático. En torno a 940 volvió a capturar Isfahān y luego derrotó a Vushmgīr y ocupó Ray con la ayuda de Ibn Muhtāj, el gobernador de Khurāsān. No obstante, sufrió un severo revés en el mismo año en que Mu’izz al-Dawla tomó Bagdad, pues en el curso de una ambiciosa campaña Ibn Muhtāj tomó la totalidad del Irán central. Rukn al-Dawla no fue capaz de volver a Ray hasta 946-7 cuando los Būyíes habían asegurado Iraq. Entonces consiguió la anexión de Tabaristān y Gurgān. Su victoria sobre los Musāfiríes de Āzārbaījān en Qazvīn asentó esta disputada frontera aunque las luchas espasmódicas contra los Ziyāríes y los Sāmāníes continuaron durante muchos años.

Hacia la primavera de 948 las fronteras del imperio būyí en Irán y Mesopotamia estaban claramente definidas, aparte de algunas pequeñas áreas sin importancia que más tarde se añadirían a él. Poco más de una docena de años habían bastado para establecer en la mayor parte de Irán un poder que iba a ejercer una decisiva influencia sobre el Califato ‘Abbāsí durante más de un siglo. Aún no estaba organizado centralmente ni provisto con un estricto orden de sucesión. La falta de centralización se compartía con otros poderes del periodo. Así, el estado Hamdāní en Mesopotamia del norte estaba dividido entre Mosul y Alepo, ni tomando ningún centro el lugar de honor. El estado Būyí tenía más en común con los Hamdāní es que con sus vecinos orientales, los Sāmāníes. En ambos estados, Hamdāní y Būyí había siempre al menos dos gobernantes rivales cuyos intereses no coincidían, siendo el único vínculo entre ellos el de la sangre. Las relaciones entre los gobernantes conjuntos del imperio Būyí eran más complicados que en el caso de los Hamdāní es, cuyo gobierno dependía del eje Alepo-Mosul. Desde los mismo inicios, el liderato se centró sobre ‘Imād al-Dawla, el mayor de los tres hermanos. Rukn al-Dawla parece haber tenido rienda suelta en Isfahān y Rayy. Sus monedas dan testimonio de absoluta autoridad en su propio territorio, apareciendo en solitario su nombre además del del Califa. Esto es cierto también para las monedas de su hermano mayor acuñadas en Fārs, probando que las dos regiones disfrutaban de una importancia igual e independiente. El más joven de los tres, Mu’izz al-Dawla, que solo tenía 20 años cuando ocupó Kirmān, actuó bajo las órdenes de ‘Imād al-Dawla, y cuando no cumplió los requerimientos de este último fue llamado de vuelta a Fārs y solo más tarde colocado al mando de la campaña de Khūzistān. Su dependencia de su hermano le dio derecho a tener apoyo desde Shīrāz pero limitó su autoridad personal en los territorios que el conquistó al de un gobernador o representante (nā’ib) de ‘Imād al-Dawla. Por tanto, sus monedas llevan tres nombres –los del Califa e ‘Imād al-Dawla así como el suyo propio. En la lista de dignidades que al-Sūlī da para el califato de al-Muttaqī (940-944) en su trabajo Akhbār al-Rādī wa’l-Muttaqī billāh, ‘Imād al-Dawla aparece como gobernador de Fārs y Khūzistān (aún no había conquistado Iraq) mientras que Mu’izz al-Dawla, siendo solo el representante de su hermano en Khūzistān, ni siquiera es mencionado. Por otra parte, Rukn al-Dawla, como sería esperado, aparece en la lista como el gobernador independiente de Isfahān (al-Jibāl).

¿Estaba Mu’izz al-Dawla totalmente subordinado a su hermano mayor? Cuando les encontramos en Arrajān en 948, Miskawaih dice que ‘Imād al-Dawla había declarado: “Mu’izz al-Dawla y Rukn al-Dawla son mis hermanos por sangre, mis hijos por crianza, y mis criaturas con respecto a su poder”. Ciertamente se consideró como āmir principal, aunque Mu’izz al-Dawla, como gobernante de Bagdad, mantuvo de hecho el título, a pesar de que nunca reclamó ser el soberano supremo de todo el Imperio Būyí. Tal conexión del āmirato principal surgió solo después de su muerte. Es muy poco probable que Mu’izz al-Dawla no tuviera libertad de acción; por ejemplo, la deposición de al-Musktafī y la instalación de al-Mutī’ en 946 fue, sin ninguna duda, decisión suya, aunque estuviera en concordancia con la política de su hermano hacia el Califato. El problema de la sucesión, mientras tanto iba a quedar en suspenso hasta que la inminente muerte de ‘Imād al-Dawla sin hijos dictó una solución provisional. Nombró a su sobrino ‘Adud al-Dawla como sucesor al trono de Shīrāz. Por esta decisión, el defecto inherente en la cuestión de sucesión en el imperio būyí se perpetuó; vendría un tiempo en que ninguno de los gobernantes Būyíes tendría suficiente autoridad moral y militar para asumir la responsabilidad para todo el imperio en tiempos de necesidad.

‘Imād al-Dawla murió en Shīrāz en diciembre de 949 a la edad de 57 años y fue enterrado en una tumba que iba a convertirse en el mausoleo de la dinastía būyí (Turbat Banī Būya ). No dejó otro monumento de interés artístico, pues esencialmente era un hombre de acción, un brillante comandante en el campo que también supo ganar los favores de los grandes y cambió su influencia en su propio beneficio. Su política económica estaba de acuerdo con su forma de ser, siendo también la típica de su tiempo. En primer lugar, evitó el pago tradicional de 800.000 dīnārs de tributo anual al Califa; en segundo lugar, llenó su tesoro con regalos obligatorios (musādara) de sus súbditos más ricos; en tercer lugar, y más típicamente, confiscó la tierra, dándola en feudo a sus oficiales en lugar del pago. El resultado de esta política fue aligerar la carga financiera del estado, pero a costa de un fatal, y de larga duración, empobrecimiento del país. Los soldados eran malos terratenientes, y hacia el fin de su reinado sus oficiales estaban casi tan descontentos como el desposeído campesinado. La fecha en la que comenzó esta forma de pago es incierta, aunque debe haber sido antes de la conquista de Iraq, ya que Mu’izz al-Dawla no lo habría introducido allí sin un precedente en Irán. En el periodo inicial del gobierno de ‘Imād al-Dawla en Fārs el método tradicional del pago parece haber sido la norma, y esto contaría para los casi legendarios informaciones relatados por Miskawaih y cronistas posteriores de cómo, tras la captura de Shīrāz, descubrió el tesoro oculto amasado por su predecesor Yākūt y lo usó para pagar a su ejército, estando vacío su propio tesoro. Tales relatos bien pueden contener un elemento de verdad. Si así fuera, debe haber sido considerado una prueba posterior de la “buena fortuna” de ‘Imād al-Dawla; el meteórico ascenso de un humilde oficial de origen daylamí estaba condenado a dejar una profunda impresión en sus contemporáneos independientemente de los medios por los cuales fue logrado. Tendremos que volver más tarde a la leyenda de que los Būyíes eran de linaje real. En Ibn al-Athīr esta leyenda está combinada con otra, de acuerdo con la cual, un astrólogo predijo al padre de los tres hermanos que sus hijos podían esperar un gran futuro; ellos fueron tres ramas desde cada una de las cuales florecerían más brotes. La leyenda parece haber surgido c. 936-7, una época en la que ‘Imād al-Dawla aún podía haber estado esperando producir un heredero y Rukn al-Dawla ya había tomado Isfahān. Mu’izz al-Dawla por entonces estaba esperando futuras órdenes en Istakhr tras su desgracia en Kirmān, y de hecho no aparece por su nombre en la leyenda.

Todos los cronistas pasan un juicio favorable sobre ‘Imād al-Dawla. Ciertamente el valiente y franco Ibn al-Athīr declara que era suave (halīm) e inteligente (‘āqil) y le imputa habilidad política como gobernante y como jefe supremo. Podemos coincidir en gran medida con su opinión, aunque es cuestionable que los Būyíes pudieran haber retenido el control durante más de un siglo sobre el territorio que conquistaron, de no haber aparecido gobernantes como Rukn al-Dawla o ‘Adud al-Dawla después de él para consolidar el imperio Būyí interna y externamente. El mismo ‘Imād al-Dawla estaba demasiado preocupado con la fundación del imperio para ser capaz de moldear su desarrollo futuro con políticas de largo alcance. Su envío de Rukn al-Dawla a Isfahān pretendía dotar a éste con territorio de su propiedad más que lograr un redondeo deliberado de las fronteras Būyíes, y el fracaso al regular la relación oficial de éste último con el emirato principal iba a tener funestas consecuencias más tarde, cuando el hijo de Rukn al-Dawla, Fakhr al-Dawla, hizo el primer movimiento que iba a llevar finalmente a la desintegración del imperio. Del mismo modo su envío de Mu’izz al-Dawla a Kirmān y Khūzistān estaba originalmente pensado para proteger los flancos oriental y occidental de su propia provincia central, Fārs. Esta, más que su juventud, era la razón por la que a Mu’izz al-Dawla le fue dado solamente soberanía titular en el oeste. Su conquista posterior de Iraq fue llevada a cabo sin instrucciones de su hermano y no apoyada por él, aunque fue tolerada. Los Būyíes, de hecho, nunca estuvieron realmente en su hogar en Bagdad. Mu’izz al-Dawla casi regresó a Ahvāz “a causa de su mejor clima” y sus inmediatos sucesores nunca aceptaron una residencia permanente en Iraq. La falta de interés de ‘Imād al-Dawla en Bagdad y en la posición de āmir principal esta corroborada, por su parte, por el hecho de que nunca la visitó, ni siquiera para ser confirmado en el cargo por el Califa, y mucho menos la hizo su propia capital. El punto más al oeste que llegó a alcanzar fue ‘Askar Mukram, al norte de Ahvāz, que ocupó durante un corto periodo de tiempo en primavera de 935 tras la muerte de Mardāvīj. ‘Imād al-Dawla, por tanto, puede decirse con precisión que había fundado el imperio būyí, pero no le había dado forma.
 
El Imperio Buyí en su máxima expansión

II. Los Būyíes en la cima de su poder

1. Rukn al-Dawla y ‘Adud al-Dawla

‘Imād al-Dawla murió solo menos de dos años después de la conferencia de Arrajān donde se habían discutido las cuestiones concernientes a la futura posición de Iraq con respecto a las otras partes del imperio būyí. Algunos meses más tarde, había resuelto la cuestión de su sucesión al convocar a Fanā-Khusraw (‘Adud al-Dawla), el hijo mayor de Rukn al-Dawla, a Shīrāz y nombrarle como su sucesor. Fanā-Khusraw tenía escasamente 13 años, pero era el único príncipe de la segunda generación que había crecido hasta esa edad. Esta decisión muestra que ‘Imād al-Dawla tenía toda la intención de conservar la doble o incluso triple división del imperio. No parece haber contemplado las soluciones alternativas de añadir Fārs a los territorios de Rukn al-Dawla o de nombrar a Mu’izz al-Dawla, su virrey y representante en el oeste, al señorío supremo de Fārs, Khūzistān e Iraq. No parece haber dado gran importancia a la cuestión de quien iba a heredar el título de āmir principal, aunque debe haberse dado cuenta de que durante la minoría de su heredero adoptivo, el padre de éste último disfrutaría del título. Rukn al-Dawla fue realmente rápido al tomar el amīrato principal, en particular cuando la posición de su hijo en Shīrāz era al principio de ningún modo segura. Ante la noticia de la muerte de su hermano rápidamente fue a Shīrāz y pasó no menos de nueve meses allí, a pesar del hecho de que su propia provincia todavía estaba siendo amenazada por los Sāmāníes. Sus esfuerzos tuvieron el resultado práctico de restaurar la unidad del imperio. Fanā-Khusraw descubrió que no era solo el soberano de una provincia independiente sino que ocupaba en Fārs una posición hacia Rukn al-Dawla similar a la que Mu’izz al-Dawla había ocupado hacia ‘Imād al-Dawla; en otras palabras, él era el virrey de su padre y su delegado, como se confirma por la existencia de monedas que llevan su nombre y el de su padre. No se ofreció ninguna oposición en Bagdad a esta reorganización del imperio. Mu’izz al-Dawla había enviado tropas a Shīrāz para asegurar la ascensión de ‘Adud al-Dawla, y aceptó la nueva posición de su hermano sin demora, llevando a cabo la khutba en su nombre y alterando el diseño de su acuñación. El único cambio hasta donde afectaba a Iraq y Khūzistān, era que Rukn al-Dawla estaba ahora en el lugar de ‘Imād al-Dawla. No obstante, el cambio en Shīrāz no se produjo totalmente sin fricción. Poco después de su ascensión, el nuevo soberano de Shīrāz fue honrado por el Califa con el título “Adud al-Dawla”. El indicio más antiguo que tenemos para ello tiene lugar en una moneda, ahora en la colección Numismática de Berlín, que lleva la fecha 951-2. Al ser el representante Būyí en Bagdad, Mu’izz al-Dawla habría tenido la última palabra en las negociaciones con el Califa, que solo podía conceder tales títulos. La cuestión de un título adecuado era, de este modo, la última oportunidad para alzar una protesta, y con bastante seguridad, pronto llegó a ser evidente que los cambios en el este no encontraron la completa aprobación de Bagdad. Desde el Rusūm dār al-khilāfa “La Etiqueta de la Corte del Califa” de Hilāl al-Sābi sabemos que inicialmente se tenía pensado que el título “Tāj al-Dawla” fuera conferido a Fana-Khusraw, pero al no estar de acuerdo Mu’izz al-Dawla con este, fue elegido en su lugar el título “‘Adud al-Dawla”. La elección original le parecía a Mu’izz al-Dawla que anticipaba la pretensión de Fanā-Khusraw al āmirato principal, y por tanto, se opuso. Ciertamente, “Tāj” (corona) difería de todos los títulos anteriores portados por los Būyíes, que habían estado basados todos en los epítetos “pilar” (‘Imād, Rukn) o “fortaleza” (Mu’izz). Mu’izz al-Dawla consideró que, en el caso de la muerte de Rukn al-Dawla, el liderato del imperio Būyí pasaría a él en virtud del mismo principio de principalato que Rukn al-Dawla acababa de afirmar en su favor. De hecho, su propia muerte durante el tiempo de vida de Rukn al-Dawla le eximió de perseguir tal pretensión. Este desacuerdo sobre el título, dio lugar, no obstante, al establecimiento de un distanciamiento creciente entre Bagdad y Shīrāz/Ray, que iba a convertirse en abierto tras la muerte de Mu’izz al-Dawla, y que finalmente llevó a la exclusión de la rama de Bagdad de la sucesión. Provisionalmente, no obstante, las semillas de esta controversia iban a ocultarse en cierta medida por los espléndidos regalos que Rukn al-Dawla envió desde Shīrāz a Bagdad y que bien pueden haber tenido una conexión directa con la polémica cuestión del título. A los ojos de Miskawaih, que estaba del lado de su patrono ‘Adud al-Dawla, y que se encontraba fuera de justificar las pretensiones de este último a la soberanía, no había duda en absoluto de que Rukn al-Dawla había sido oficialmente declarado āmir principal por el mismo Califa. Iba a ser de decisiva importancia para el futuro que a través de la asunción de Rukn al-Dawla del āmirato principal el centro del imperio cambió de Fārs a Irán septentrional. Mientras que el dominio būyí sobre Fārs se había asegurado hacía mucho y el gobierno būyí en Iraq también estaba en camino hacia la consolidación, el domino de Rukn al-Dawla sobre su propia provincia aún estaba lejos de ser seguro. Ahora, como āmir principal y būyí de más edad, fue capaz de cambiar sus reclamaciones morales al apoyo por parte del resto del imperio, en obligaciones oficiales, y en consecuencia, fue asistido repetidamente en las luchas de las siguientes pocas décadas por la ayuda militar de Mu’izz al-Dawla, quien obligado, por tanto, a renunciar a sus propias tareas de presión, pues en Mesopotamia los Hamdāníes de Mosul aún eran una fuente de constante peligro para la supremacía būyí. De manera bastante extraña, no tenemos noticias de ningún apoyo de ‘Adud al-Dawla hasta más tarde, cuando combatió en una campaña de distracción en Khurāsān durante el ataque Sāmāní de 966-7. Este fue la primera señal de actividad militar. Fārs era un oasis de paz; no fue atacado ni comenzó ninguna ofensiva, y su joven soberano pudo crecer acostumbrado a las tareas de gobierno sin disturbios, y emerger como el gran monarca que fue más tarde para jugar un papel tan importante en la historia de Irán.

Mientras tanto, Rukn al-Dawla estaba siendo constantemente asaltado desde dentro y desde fuera. Durante su ausencia en Shīrāz para la entronización de ‘Adud al-Dawla, el gobernador Sāmāní de Khurāsān atacó Jibāl; fue providencial para Rukn al-Dawla que la súbita muerte del gobernador detuviera este avance. En 955-6, fue obligado a firmar un humillante tratado con los Sāmāníes, seguido por un segundo el mismo año. Estos conflictos también dieron lugar a la virtual independencia de Khurāsān de los Sāmāníes, que iba a durar doce años y permitió a Rukn al-Dawla avanzar hasta el Mar Caspio, anexionando los, de ahora en adelante, estados tributarios de Tabaristān y Gurgān, y recibir el reconocimiento de Bīsutūn b. Vushmgīr. En 971-2 estuvo en posición de firmar un tratado más favorable con los Sāmāníes, aunque su orgullo todavía tuvo que sufrir la humillación de pagar tributo.
El fin de la accidentada carrera de Rukn al-Dawla fue eclipsado por la insubordinación de ‘Adud al-Dawla, relativa a las pretensiones a Iraq. Los Būyíes de Iraq estaban enfrentándose a similares problemas al los de Rukn al-Dawla en Irán septentrional, aunque su gobierno estaba amenazado menos urgentemente que en el caso de Ray y Isfahān. En Mesopotamia, los Hamdāníes proporcionaron esta amenaza, y los cambios políticos sobre sus fronteras pudieron haber tenido con facilidad un efecto desastroso. Tales cambios estaban al acecho sobre el horizonte cuando, en 967, Mu’izz al-Dawla murió en medio de una campaña sobre los Shāhīníes en las ciénagas mesopotámicas. Justo antes de esto había tomado ‘Umān (966), que podía controlar el Golfo Pérsico, con la ayuda de las tropas de Fārs. Este éxito, no obstante, de poca consecuencia para su política mesopotámica mayor. Fue en esta época cuando Sayf al-Dawla murió en Alepo, y con él el bastión principal contra Constantinopla desapareció. Esto fue seguido por avances bizantinos en Siria. Los Būyíes fueron obligados a actuar. El mundo islámico estaría amenazado por graves peligros si fracasaban en tomar medidas. Pero el hijo y sucesor de Mu’izz al-Dawla, ‘Izz al-Dawla Bakhtiyār se contentó con medias tintas; se reunió un ejército de fieles para declarar la guerra santa, pero nunca marchó –su presencia simplemente agravó el estado de tensión. Debe destacarse que esos sucesos coincidieron con la invasión de Egipto por los Fātimíes desde el norte de Africa.

Mu’izz al-Dawla estaba demasiado ocupado con problemas domésticos como para prestar atención a los cambios que estaban teniendo lugar en Siria del norte. El antagonismo tradicional entre los elementos turco y daylamí en su ejército eran incluso más amargos en Bagdad que en el resto del imperio. Durante más de un siglo la mayoría de los mercenarios del Califa habían consistido en trucos, pero con la conquista būyí los Daylamíes comenzaron a usurpar sus privilegios. No obstante, los turcos les resistieron. En efecto, el comandante en jefe de Mu’izz al-Dawla, Sebük-Tegin, era turco. Una razón más para el antagonismo era la religión. Los Daylamíes eran shi’ies, los turcos sunníes. Al principio, Mu’izz al-Dawla apartó a los turcos tuvo éxito en cuadrar una política de compromiso, su preocupación por la continuación de la cual es claramente discernible en el testamento político que dejó a su hijo y sucesor ‘Izz al-Dawla y que es recordada por Miskawaih. Específicamente recomendó que Sebük-Tegin fuera retenido en el cargo e insistió en que las reclamaciones turcas recibieran su consideración. Otros dos urgentes problemas también eran tratados en su testamento. Una concernía a la política būyí hacia los Hamdāní es, el otro propugnaba la supremacía de Rukn al-Dawla. Al joven príncipe también se le ordenaba respetar y honrar a su primo mayor, ‘Adud al-Dawla.

Al principio, ‘Izz al-Dawla siguió el consejo de su padre. Continuó la campaña contra los Shāhīníes en las ciénagas, que llegaron a su fin con la muerte de su padre, pero la victoria le esquivó. Ignoraba lo que estaba ocurriendo en la frontera bizantina, declarando que esto era asunto del Califa. En efecto, cuando en 971 el ejército bizantino penetró en profundidad, ni siquiera volvió a Bagdad. La fuerza voluntaria reunida para defender la fe se convirtió ahora en el núcleo de un ejército personal en manos de Sebük-Tegin, que se sentía ofendido por ‘Izz al-Dawla y cada vez más impulsado a oponerse a él. En 973 ‘Izz al-Dawla, contra el consejo dejado por su padre, emprendió una expedición contra Mosul para apartar una crisis financiera inminente. El resultado fue un completo fiasco –los Hamdāníes marcharon sobre Bagdad, y parece que Sebük-Tegin estuvo en secreta complicidad con ellos, esperando así expulsar a los Būyíes de Iraq. ‘Izz al-Dawla decidió ahora confiscar los feudos turcos para vencer sus penurias financieras, y con este fin a la vista avanzó hacia Khūzistān, donde estaban situados la mayoría de esos feudos, y al mismo tiempo declarando el cese de Sebük-Tegin. Este último reunió las fuerzas leales a él mientras que ‘Izz al-Dawla se desplazaba a Wāsit y se atrincheraban allí. Desdeñosamente rechazó la oferta de Sebük-Tegin para dejar Bagdad mientras que conservaba Iraq meridional, con lo cual los rebeldes turcos marcharon sobre Wāsit y lo asediaron. El destino de ‘Izz al-Dawla bien pudo haber sido sellado, pues no tenía refuerzos que pudieran venir en su ayuda desde los territorios orientales del imperio.

La campaña para socorrer Wāsit fue encargada a ‘Adud al-Dawla. Durante casi veinte años había gobernado en paz. Había ayudado a Mu’izz al-Dawla a capturar ‘Umān y luego, inmediatamente había marchado sobre Kirmān, que una vez más se convertía en la escena de conflictos internos entre los Banū Ilyās. La provincia fue ahora por primera vez directamente anexionada por los Būyíes y Abū’l-Fawāris (Sharaf al-Dawla), el hijo de siete años de ‘Adud al-Dawla, nominalmente fue nombrado virrey. Esas nuevas conquistas al sur y al este habían hecho a Fārs doblemente segura, y ‘Adud al-Dawla pudo ahora concentrar toda su atención sobre el oeste. La decisión de su padre de encomendarle el auxilio de ‘Izz al-Dawla difícilmente podía haber sido más propicio. Desde la ascensión de su primo, había estado observando la situación de Iraq con creciente interés, pues como futuro āmir principal tenía más que un interés casual en preservar y afianzar el gobierno būyí allí. Sin duda, estaba contemplando ya la sustitución de la línea de Bagdad a causa de su probada incapacidad para gobernar, y esto le llevó a un conflicto con su padre, que deseaba mantener la rama iraqí de la familia a toda costa. ‘Izz al-Dawla había llevado a cabo fielmente la política de su padre a este respecto y había reconocido incuestionablemente el amīrato principal de ‘Adud al-Dawla, pero su actitud hacia ‘Adud al-Dawla era más compleja. Las raíces de su actitud ambivalente radicaban en el problema de los derechos de sucesión al título, discutido más arriba. ‘Adud al-Dawla había otorgado asilo al hermano de ‘Izz al-Dawla que había instigado una rebelión en Basra y había sido forzado a huir. ‘Izz al-Dawla respondió mediante la obstrucción de las actividades de los agentes de ‘Adud al-Dawla que estaban en Bagdad para adquirir varias necesidades para su ejército y corte. A continuación ‘Adud al-Dawla aprovechó la oportunidad que le permitió la muerte de Mu’izz al-Dawla de ocupar ‘Umān e incorporarla a Fārs. Estas insignificantes señales de enemistad súbitamente asumieron una nueva complejidad cuando ‘Izz al-Dawla se tropezó con serias dificultades y se encontró totalmente dependiente de la ayuda procedente del este. En efecto, ‘Adud al-Dawla cumplió con la orden de su padre de marchar a Wāsit pero alargó su viaje con la esperanza de que su primo entretanto fuera superado, dejando así el camino abierto para él. Pero ‘Izz al-Dawla resistió, y ‘Adud al-Dawla se encontró obligado de mala gana a reinstalarle en Bagdad. Allí, un ejército amotinando dio a ‘Adud al-Dawla la oportunidad que había estado esperando. Depuso a su odiado y despreciado primo y asumió él mismo el poder. Pero esta acción le llevó a una fuerte desaprobación de su padre, que invocando una promesa dada a Mu’izz al-Dawla, prohibió categóricamente la exclusión de la línea de Bagdad. Una oferta hecha por su hijo de pagarle tributo por la posesión de Iraq fue inmediatamente rechazada. Después de numerosos intercambios entre Bagdad y Ray ‘Adud al-Dawla fue obligado a retornar a Shīrāz con las manos vacías. El único logro de su intervención fue el sofocamiento de levantamiento de Sebük-Tegin (este último había muerto durante el asedio de Wāsit) y la retención provisional de su supremacía en Iraq al designar a ‘Izz al-Dawla como su virrey y dejar uno de sus propios oficiales de más confianza en Bagdad, como comandante en jefe del ejército. ‘Izz a-Dawla, no obstante, estaba tan seguro del apoyo de Ray que inmediatamente revocó el status quo tras la partida de ‘Adud al-Dawla. Igualmente estaba confiado de que los otros poderes en Mesopotamia estaban tras él. En efecto, tanto los Hamdāníes como los Shāhīníes en los pantanos se dieron cuenta de que le iba mejor cuando había un būyí débil en Bagdad. ‘Adud al-Dawla había demostrado por sus ciertamente pocas pero exitosas empresas que era un gobernante que había que tomarse en serio.

A su regreso a Shīrāz, ‘Adud al-Dawla debe haberse dado cuenta de que su intervención en Bagdad había sido precipitada. Su primer objetivo, sin duda, había sido consolidar el gobierno Būyí en Iraq, pero al mismo tiempo, persuadir a su padre para alterar la estructura del imperio. Ahora, después de este fiasco, estaba realmente en peligro de perder su pretensión a la sucesión al imperio como totalidad. Como hijo mayor, y como soberano de la importante provincia de Fārs, había estado hasta ese momento en posición de asumir que un día sucedería a su padre como āmir principal, aunque esto, realmente nunca había sido formulado en tantas palabras. Pero ahora su relación con su padre había llegado a oscurecerse sin duda, y existió una amenaza real de que este último decidiera la cuestión de la sucesión de una manera nueva y completamente inesperada. Estaba en esta coyuntura cuando Abū’l-Fath b. al-‘Amīd, visir de Rukn al-Dawla, llegó en su ayuda al actuar como mediador y arreglando un encuentro entre los dos príncipes en Isfahān en enero de 976. En este encuentro Rukn al-Dawla apareció de un estado de ánimo conciliatorio y nombró a su hijo como sucesor al trono, con dos condiciones: su gobierno sobre Ray y Hamadān tendría que ser indirecto, ya que Ray iría a su segundo hijo, Fakhr al-Dawla, y Hamadān sería heredado por su tercer hijo Mu’ayyad al-Dawla. No obstante, ambos tendrían que reconocer a ‘Adud al-Dawla como āmir principal. En otras palabras, este último ejercería un control directo solamente sobre Fārs; no se hace ninguna mención en este acuerdo de Iraq, ni ‘Izz al-Dawla tomó parte en la reunión. Parece que se asumía tácitamente que no tendría lugar ninguna regulación lograría alterar la relación de Iraq con las provincias orientales del imperio, y que en cualquier caso, ‘Izz a-Dawla reconocería debidamente la supremacía de ‘Adud al-Dawla, como él lo había hecho con la de Rukn al-Dawla. ‘Izz al-Dawla ya había llegado a saber esta posibilidad por deseo de su padre, y Rukn al-Dawla estaba justificado al esperar que la lealtad se preservaría en Bagdad y que no se daría ningún paso para alterar su dependencia tradicional de Ray, o más bien de Shīrāz. No obstante, sobre este punto iba a demostrarse equivocado. Murió poco después del encuentro y del acuerdo en septiembre de 976, y la desintegración del imperio comenzó inmediatamente. ‘Izz al-Dawla rehusó obediencia al nuevo āmir principal, expresando esto externamente por los nuevos títulos conferidos sobre sí mismo por el Califa, procesos descritos por Hilāl al-Sābi. Además, el califa también le dio a una de sus hijas en matrimonio y por tanto declaró su consentimiento a la política de ‘Izz al-Dawla hacia las provincias orientales.

Es poco probable que el acuerdo de Rukn al-Dawla fuera el resultado de su propia decisión libre y sin obstáculos, raíz como lo fue de una estimación errónea de los procesos futuros. Cuando, en su ascensión de 949 elaboró su primer acuerdo, la situación en Bagdad había sido muy diferente, pero entretanto ‘Izz al-Dawla había dado amplia prueba de su incapacidad, y los visires bagdadíes no fueron durante mucho tiempo hombres como Muhallabī, completa e incondicionalmente leales a su señor. O bien Rukn al-Dawla estaba inadecuadamente informado sobre los cambios en la política mesopotámica interna y externa, o bien era la obstinación de la vejez lo que le llevaba a defender por principios el acuerdo redactado para Iraq en 949. Definitivamente, allí existieron todos los factores en juego en ese tiempo, pero ninguno fue tan decisivo como la duplicidad política del visir Abū’l-Fath b. al-‘Amīd, que había sucedido a su padre en el cargo algunos años antes. En 974 había sido enviado para acompañar a ‘Adud al-Dawla a Iraq para sofocar la revuelta contra los Būyíes, y fue allí donde empezó a hacer su doble juego; por una parte fue a Ray como emisario de ‘Adud al-Dawla con la misión de persuadir al āmir principal de que acordara la deposición de ‘Izz al-Dawla, por otra cultivaba estrechos lazos con ‘Izz al-Dawla y con el Califa, e incluso estaba jugueteando con la idea de trasladarse permanentemente a Bagdad y de convertirse en visir allí. En Ray logró suscitar la reconciliación entre su señor y ‘Adud al-Dawla. Sin duda, fue debido a sus esfuerzos que Iraq retuvo su independencia formal en el nuevo orden ascenso de acuerdo con los deseos del būyí de Bagdad y la política tradicional de Rukn al-Dawla. La rápida deposición y asesinato del visir que siguió a la muerte de Rukn al-Dawla fue una consecuencia predecible y prácticamente inevitable. Una nueva política imperial estaba en curso ahora, y necesitaba nuevos hombres para llevarla a cabo.

Con la muerte de su padre, el camino a Bagdad estaba abierto, y ‘Adud al-Dawla, ahora āmir principal, comenzó sus preparativos para la campaña mientras que ‘Izz al-Dawla reunía a sus aliados en preparación para el ataque llegaba acercaba. En la primavera de 977 ‘Izz al-Dawla fue derrotado en un encuentro decisivo en Khūzistān y se retiró a Wāsit, donde fue capaz de formar un nuevo ejército. Pero la competición de fuerza no iba a ser continuado al final, pues después de unas eternas negociaciones ‘Adud al-Dawla le concedió libertad de paso a Siria, siendo la única condición que n hiciera ninguna alianza con los Hamdāníes. Cuando, a pesar de esta condición, se alió con Abū Taghlib, su destino fue sellado. Fueron derrotados en Samarra en primavera de 978, e ‘Izz la-Dawla, tomado prisionero, fue ejecutado con el consentimiento de su primo. Entonces ‘Adud al-Dawla procedió a la conquista de la totalidad de Mesopotamia septentrional, dejando solo a los Hamdāníes de Alepo como poder independiente aunque tributario. Abū Taghlib, por su parte, fue asesinado mientras intentaba reestablecerse en Siria. Alguno de los hijos de ‘Izz al-Dawla se cambiaron a los Fātimíes y el resto fueron capturados y encarcelados en una fortaleza en Fārs. A continuación, ‘Adud al-Dawla despejó Mesopotamia de bandas de merodeadores beduinos y turcos no escatimando vidas y usando la forma más rigurosa de coerción. Completada esta tarea, se dedicó a tratar con los antiguos aliados de ‘Izz al-Dawla; su campaña en las ciénagas fue un fracaso, pero tuvo más éxito contra los kurdos gobernados por Hasanwayh. Con astucia psicológica pero terrible crueldad ejecutó a uno de los hijos de Hasanwayh, que había muerto poco antes, mientras al mismo tiempo invirtiendo en otros con túnicas de honor y nombrando a uno, llamado Badr, como sucesor de Hasanwayh. Cada parpadeo de resistencia en territorio kurdo fue, mientras tanto, sofocado sin compasión. Durante este periodo encomendó sus proyectos en el este a su hermano Mu’ayyad al-Dawla. Allí, Fakhr al-Dawla, al que había sido entregada Ray en el acuerdo de 976, se había unido al bando de ‘Izz al-Dawla, esperando así crearse un territorio independiente para sí mismo en Irán septentrional. Tras la derrota de ‘Izz al-Dawla, se había aliado con el príncipe ziyarí Qabūs, y había contado con apoyo Sāmāní, pero sus esperanzas se vieron defraudadas. Al aproximarse Mu’ayyad al-Dawla, él y Qabūs se retiraron a Khurāsān, pero el apoyo Sāmāní no llegó. Solamente después de la muerte de ‘Adud al-Dawla fueron capaces los príncipes de volver a sus dominios.

Hacia el verano de 980 la lucha prácticamente había terminado: ‘Adud al-Dawla volvió a Bagdad desde Hamadān, gobernante de un imperio mucho más grande en tamaño que todas las subdivisiones previas del imperio būyí situadas juntas, y abarcando desde ‘Umān hasta el mar Caspio y desde Kirmān hasta la frontera de Siria del norte. El viejo hogar del imperio, Fārs, estaba bajo el control directo de ‘Adud al-Dawla, así como Iraq y la recién conquistada provincia de Jazira. El resto era gobernado por los príncipes Būyíes o por otros gobernantes tributarios; Isfahān, Hamadān, Ray, Tabaristān y Gurgān por Mu’ayyad al-Dawla, hermano del āmir principal, Kirmān por su hijo mayor Sharaf al-Dawla, ‘Umān y Khūzistān por su segundo hijo Marzubān (Samsām al-Dawla), y el territorio kurdo por Badr b. Hasanwayh. Un virrey buyí residía en Mosul. Del anterior estado hamdāní solo el área alrededor de Alepo permanecía como estado tapón entre el imperio būyí y Bizancio, pero Alepo tuvo que reconocer la supremacía buyí. En el este, los Saffaríes de Sīstān también eran ahora vasallos de ‘Adud al-Dawla, mientras que Makran, en la franja costera del Océano Índico, fue anexionada al imperio desde Kirmān. En el centro del imperio los Shahiníes de las marismas aún mantuvieron su posición como vasallos. El intento de ‘Adud al-Dawla de eliminarlos totalmente fue, de hecho su único fracaso. Iraq había cesado de ser una provincia independiente. Aunque ‘Adud al-Dawla no regresó a Shīrāz de nuevo, continuó siendo considerada como la capital real del imperio, y fue desde Fārs desde donde procedían los servidores civiles que reemplazaron a la mayoría del servicio civil de ‘Izz al-Dawla. Estos últimos, junto con las aristocracia ‘alida, fueron desterrados a Fārs. El supremo juez de Bagdad también fue destituido y exilado, y su sucesor residía ahora en Shīrāz y estaba representado en Bagdad por cuatro jueces delegados, decisión que infringía los derechos tradicionales del Califa severamente y que también ilustra elocuentemente el cambio de equilibrio desde Bagdad a Shīrāz. Si duda, ‘Adud al-Dawla tenía toda la intención de retornar él mismo a Shīrāz a su debido tiempo, como sus sucesores iban a hacer más tarde. La restauración y engrandecimiento del palacio imperial en Bagdad no necesita sugerir que consideraba esa ciudad como su principal residencia. Los cargos principales del estado continuaron estando localizados en Shīrāz, y las comunicaciones con esa ciudad eran mantenidas y facilitadas por un servicio postal especialmente organizado, a cuyo funcionamiento rápido y efectivo el āmir principal dedicaba particular importancia.

Las razones de ‘Adud al-Dawla para su prolongada estancia en Bagdad eran tanto políticas como psicológicas. Sus nuevas adquisiciones tenían que ser consolidadas, y estaban amenazadas por los Sāmāníes en el este, por una nueva amenaza en la forma de los Fātimíes en el oeste, y por el poder no islámico de Bizancio en el norte. Contra los oponentes islámicos el Califato ‘Abbāsí aún era una valiosa arma en manos de cualquiera que la controlara. Frente a la amenaza Fātimí hacia el califato, la presencia de un poder Shī’í moderado en Bagdad que al menos lo toleraba, debe haber parecido relativamente soportable a los Sāmāníes marcadamente sunníes y, después de la renuencia inicial, aceptaron la situación y reconocieron al Califa designado por los Būyíes. Para alivio de los sunníes en Khorasan y Transoxiana se levanto la restricción por la cual la khutba en los servicios religiosos del viernes se decía en nombre del depuesto o fallecido Califa para evitar el nombre de un califa nombrado por los Būyíes, y ocupó su lugar una actitud mucho más realista. Es cierto que ‘Adud al-Dawla era incapaz de impedir que los Sāmāníes ofrecieran asilo a Fakh al-Dawla y su aliado, el ziyarí Qābūs, pero Bukhara carecía temporalmente de la fortaleza militar para ser capaz de emprender una política agresiva contra los Būyíes. El Califato fue incluso más necesario para ‘Adud al-Dawla para la consolidación de su posición interna, que como medio con el que influir en las actitudes Sāmāníes. La mayoría de sus súbditos eran sunníes y consideraban al Califa como su único gobernante legítimo a pesar de su impotencia política; sabiendo esto, ‘Adud al-Dawla se había declarado formalmente āmir principal por el mismo Califa en una ceremonia solemne ocurrida en el otoño de 977, poco después de su entrada en Bagdad. Volveremos a su debido tiempo al significado de esta acción y a la concepción del estado de ‘Adud al-Dawlam que era la que apuntaba a la coexistencia del Califato y el āmir principal y en definitiva a una fusión de los dos.

La ciudad de Bagdad, sede del Califato, también proporcionó un impresionante centro desde el que dirigir la política externa a la que ‘Adud al-Dawla comenzaba ahora a dedicar sus energías. Desde Bagdad inició contactos diplomáticos con El Cairo y Constantinopla, y tuvo lugar una serie de intercambios de embajadores con ambas capitales. Los asuntos que se discutieron en sus negociaciones con El Cairo eran su política hacia los Qarmatīs, la “Guerra Santa” contra su mutuo enemigo el Imperio Bizantino, y la cuestión de la descendencia ‘alīda de los Fātimíes. Los Qarmatīs habían declarado su hostilidad hacia los Fātimíes antes de 969 a lo más tardar, y aparte de esto habían apoyado a ‘Adud al-Dawla en su guerra contra ‘Izz al-Dawla. Sobre el asunto del origen ‘alīda de los ´Fātimíes, el āmir principal al principio había hecho algunas concesiones pero más tarde retiró su reconocimiento porque estaba interfiriendo con su política hacia el Califato y era también era probable que creara inquietud contra sus súbditos sunníes. Su política hacia Constantinopla era apoyada por su posesión de un valioso rehén, el antiemperador Bardas Skleros que, habiendo fracasado en sus pretensiones al trono, había buscado refugio en territorio islámico y estaba siendo ahora mantenido en confinamiento en la corte de Bagdad. Constantinopla quería su vuelta a toda costa, y así ‘Adud al-Dawla fue capaz de acordar una tregua favorable. Sus tratos con los Fātimíes y con Constantinopla revelan claramente su renuencia a embarcarse en futuras hazañas en el norte y oeste. Si acariciaba otras ambiciones, estas se frustraron por el declive de su salud. Síntomas de una seria enfermedad –las fuentes hablan de epilepsia- se habían manifestado en primer lugar durante su campaña para someter el este. Eso puede bien explicar las depresiones que nublaron sus últimos años de su vida, cuando estaba en la cima de su poder. Murió en marzo de 983 a la edad de 53; su gobierno imperial no había durado siquiera seis años.

El más grande logro de ‘Adud al-Dawla fue que continuó sistemáticamente impulsando los intentos de su padre de unificar el imperio. Su éxito fue considerable. Aunque no consiguió construir cimientos duraderos y estables, el periodo de su gobierno debe, con el de su padre, ser considerado como la edad de oro del imperio būyí, no solo política sino culturalmente también. Las semillas sembradas en el reinado de Rukn al-Dawla iban a crecer y a ser llevadas a buen término por ‘Adud al-Dawla. El periodo dominado por estos dos gobernantes difiere, de hecho, en mucho respecto del precedente que había visto la fundación del imperio būyí, pues ‘Imād al-Dawla había tenido como objetivo solamente asegurar su propio gobierno y el de sus hermanos, mientras que sus sucesores fueron más allá y buscaron dotar al imperio de una base ideológica.

En Irán se estaban agitando fuerzas que estaban a favor de una restauración de la monarquía irania. El Mardāvīj ziyarí, el más temible oponente de ‘Imād al-Dawla, ya había intentado explotar tales tradiciones, y fue una política hacia la que también tendieron los Sāmāníes. Al contrario que ‘Imād al-Dawla, Mardāvīj había tenido una concepción precisa de la base ideológica de su propio poder. Acostumbraba a celebrar el Año Nuevo Iranio con gran pompa, e introdujo el ceremonial de corte iranio en su propio palacio. En las audiencias se sentaba en un trono dorado, llevando una corona de Khusraw. Si vamos a dar crédito a la información de Miskawayh, su ambición era conquistar Iraq, con la antigua capital real de Ctesifonte/al-Madā’in, recrear el anterior Imperio Persa y asumió el título de Shāhanshāh. No se nos dice que papel se suponía que jugaba el Califa en este imperio, pero los ‘Abbāsíes ciertamente no habrían obtenido mucho consuelo de las aspiraciones de Mardāvīj.

Al principio los Būyíes eran sorprendentemente renuentes hacia ninguna pretensión real. Miskawayh deplora la falta de genealogía real en el caso de Rukn al-Dawla, diciendo que “a los ojos de los Daylamíes no poseían la autoridad de un gobernante independiente”. Fue bajo la influencia de Ibn al-‘Amīd, su visir, cuyo padre había sido visir bajo Mardāvīj, cuando Rukn al-Dawla comenzó a adquirir un conocimiento más profundo del significado y requisitos de su posición, aunque quizá el tiempo que pasó como rehén en la corte de Mardâvîj pudo haber despertado su conciencia. Ahora el ideal de una monarquía persa restaurada llegó a ser aceptado entre los Būyíes también. Nuestra primera referencia es una medalla de oro conmemorativa acuñada en Ray en 962, posiblemente para celebrar la conquista de Tabaristān que ocurrió ese año. En ella el āmir principal esta representado como un emperador persa llevando una corona; la inscripción es en pahlavi y se lee: “puede la gloria del Rey de Reyes incrementarse”. Indispensable para el apoyo de esta pretensión era la compilación de una genealogía remontándose los Būyíes hasta los sasánidas, aunque se desconoce si se hizo algún intento a este respecto bajo Rukn al-Dawla. La elección frecuente de nombres iranios en la segunda generación būyí es, no obstante, bastante sorprendente. El fundador de la familia lleva antes del nombre iranio ‘Būya’ el pseudo-nombre árabe (o kunya) Abū Shujā’. De los nombres de los abuelos solo se recuerda Fanā-Khusraw. Esto sugiere que el padre fue el primero en convertirse al Islam, y debería considerarse para su elección de nombres puramente islámicos para sus hijos. Les educó de la manera típica de un nuevo convertido al llamarles ‘Alī (‘Imād al-Dawla), Hasan (Rukn al-Dawla) y Ahmad (Mu’izz al-Dawla). Rukn al-Dawla regresó a la tradición irania al llamar a su hijo mayor (‘Adud al-Dawla) Fanā-Khusraw, y a otro hijo Khusraw Firuz. El nombre Fanā-Khusraw es idéntico que el de su abūelo, que también aparece en la ficticia genealogía būyí que se remonta a Bahrām Gūr y posiblemente solo fue elaborada en su totalidad en la corte de ‘Adud al-Dawla. Encontramos por primera vez al genealogía completa en el Kitāb al-tajī de al-Sābi, una historia de la dinastía būyí compuesta en Bagdad en 980 por encargo de ‘Adud al-Dawla. Aunque su carácter ficticio fue reconocido incluso por sus contemporáneos, iba a quedar a cargo de numerosos autores. Además, el hecho de que fuera ficticia llevó a innumerables versiones diferentes; ciertamente, De Slane se refiere a no menos de 17 en su traducción del trabajo biográfico de Ibn Khallikān. Una crónica tardía, la de Ibn Shihna (finales del siglo XIV) remonta la genealogía hasta Ardashīr b. Bābak. La posibilidad de que la versión provisionalmente completa fuera elaborada en la corte de ‘Adud al-Dawla es confirmada por la triple aparición en él del nombre Shīrdil, que era el nombre del hijo mayor de ‘Adud al-Dawla c.960 y más tarde llegó a ser conocido como Sharaf al-Dawla. Este detalle nos aporta la fecha más temprana aceptable para el fin de la genealogía. Sin duda, Shīrdil fue reconocido como sucesor a la corona, un hecho que también explica la hostilidad hacia Samsām al-Dawla, que asumió el gobierno de Bagdad después de la muerte de ‘Adud al-Dawla.

La pretensión būyí a la realeza corre paralela con la de descender de los sasánidas. A este respecto también, ‘Adud al-Dawla siguió deliberadamente la política de su padre, tanto la de concertar “adecuados” matrimonios como la de asumir títulos apropiados. Probablemente, ya en el momento de su marcha sobre Iraq había casado con una hija del rey daylamí Manādhar, que podía haber sido descendiente de la línea los Banū Justān que habían gobernado Daylam en el siglo IX. Como ya hemos visto, demandó el título Tāj al-Dawla del Califa inmediatamente después de su ascensión en Shīrāz. Cuando este intento fue impedido por Mu’izz al-Dawla, continuó su política con la mayor prudencia pero no menos determinación. En una moneda datada en 961-2 y acuñada en Shīrāz, se llamó a sí mismo “el āmir justo”, aunque los nombres y los epítetos todavía eran raros entonces para encontrarse en las monedas. De hecho el epíteto “justo” se remonta al que había sido la prerrogativa tradicional de los reyes persas, y los “espejos de príncipes” están llenos de anécdotas que ilustran la “justicia” de esos monarcas de una época anterior. Seguramente no es coincidencia que este tipo de literatura, con su típico énfasis retrospectivo sobre anteriores reyes persas, ahora llegaron a ser populares de nuevo. Tres años después de la acuñación de esa moneda a la que se acaba de hacer referencia, el celebrado Muttanabī visitó la corte en Shīrāz y en una qasida se dirigió al āmir como “Rey de Reyes”. Aunque esto puede ser parcialmente explicado por el uso de la hipérbole poética y por su recurso a la adulación con la esperanza de recompensa, no obstante, refleja la concepción del āmir de su propia ambición y posición. Pero pasaron unos pocos años antes de que tomara las armas para emprender una serie de campañas que iban a llevarle a la misma Bagdad. Tras su conquista de Kirmān, encargó la acuñación de una moneda que lleva una semejanza exacta tanto en diseño como en la inscripción con la medalla conmemorativa acuñada por su padre en 962. Tras la captura de ‘Umān dio un paso más allá. El título “Shāhanshāh” hizo ahora su primera aparición en una inscripción. Finalmente, una moneda (no medalla) fue acuñada en ‘Umān en 975-6 llevando el título “al-malik al-‘ādil. Después de su aceptación del amīrato principal en Bagdad nada le impidió incluir este título en las monedas acuñadas en Ray e Iraq también. Cuando su serie de conquistas llegó a su fin en 980, estaba en posición de coronar sus logros con la toma oficial del título de “Shāhanshāh”, que desde entonces fue colocado en sus monedas.

Este acto fue precedido a finales de 977 por su solemne investidura en el palacio del Califa, una notable ceremonia de la que al-Sābi da una detallada descripción y antecedentes. Coloca la actitud del Califa en una nueva luz. La exagerada idea de ‘Adud al-Dawla de su propia importancia le había llevado a insistir en dos condiciones para su recepción en la corte del Califa: demandaba el privilegio de montar a caballo dentro de la cámara de audiencias, y la erección de un telón para prevenir que cualquiera de sus seguidores fuera testigo del momento en que besaba el suelo a los pies del Califa, por temor a que esto podría disminuir la consideración que había construido tan meticulosamente para sí mismo en Fārs. No obstante, el Califa no accedió a ninguna petición. Por el contrario, ordenó la erección de una barrera a la entrada de la cámara de audiencias, obligando, por tanto, al āmir principal a desmontar y entrar a pie –solo para descubrir también la ausencia absoluta de cortinajes. Sin embargo, ‘Adud al-Dawla observó todo el ceremonial prescrito y se postró ante el Califa, dando a uno de sus seguidores, quien preguntó si entonces el Califa era Dios ante el que solamente uno se arrodilla, la aguda y apropiada respuesta: “no Dios, sino la sombra de Dios sobre la tierra”. Entonces, la investidura tomo su curso acostumbrado. Después del saludo y un breve diálogo, el Califa pronunció las palabras de investidura: “me ha complacido transferirte los asuntos y el gobierno de los súbditos en el este y el oeste de la tierra, excepto mis propias posesiones privadas, mi salud y mi palacio. Gobiérnalas, pidiendo a Dios que te proporcione éxito.” A petición del āmir principal esta respuesta fue repetida ante testigos formados de ambas partes. Entonces, ‘Adud al-Dawla recibió las túnicas de honor, la diadema, y los dos estandartes donde se leía el acto de nombramiento. Esto llevó la investidura misma a su término tradicional. Pero el āmir principal había pedido un favor especial para completar la ceremonia. Cuando la diadema fue colocada sobre su cabeza, los oficiales de la corte encargados de la propia investidura separaron uno de sus dos mechones de pelo, adornado con una joya, para que colgaran sueltos. Al final de la ceremonia, según el plan acordado, el Califa con su propia mano abrochó el mechón de pelo debajo de la diadema. Esto pretendía dar la impresión de que realmente había sido coronado por el mismo Califa, y para asegurarse de que todo iría bien, tomó dos de sus oficiales de más alto rango con él dentro de la cámara donde las túnicas de honor fueron colocadas, al parecer para hace suficientemente seguro que el mechón de pelo no fuera abrochado debajo de la diadema. Probablemente este detalle era una ceremonia de coronación persa desconocida en la corte del Califa, y éste último había accedido a ella desconocedor del significado total de lo que él sería llamado a hacer. Pero para ‘Adud al-Dawla este pequeño detalle realmente tenía una enorme importancia; ante los ojos de sus compañeros y por tanto, en un sentido, de sus súbditos también, había sido coronado rey por el Califa mismo. El título que había pedido ya desde 950, poco después de su ascensión en Shīrāz –Tāj al-Dawla (“La Corona del Imperio”) solo llega a comprenderse a la luz de esta ceremonia. También ahora se le había concedido, aunque en la versión alterada “Tāj al-Milla”, para evitar la repetición de “Dawla”.

La ceremonia de coronación de ‘Adud al-Dawla da idea de su concepción de la monarquía. Es cierto que el concepto de monarquía había sido en esencia reemplazado por el Islam, pero en la práctica este no era el caso, en particular, en Irán. Allí las fechas todavía eran contadas por la Era de Yazdagard, la fiesta de Naurūz aún se seguía celebrando y numerosos templos de fuego aún estaban sirviendo el culto zoroástrico, y aunque incontables persas habían abrazado el Islam, el concepto de una monarquía irania todavía tenía un significado. Dotó a los Būyíes de un instrumento bienvenido cuando vinieron a consolidar su gobierno tanto en el interior como en el exterior, incrementó el respeto en el que eran mantenido por los líderes Daylamíes que frecuentemente habían burlado su autoridad en el pasado, y coincidía con el “Renacimiento Persa” que estaba empezando a hacerse sentir en el terreno de la literatura. Incluso los Sāmāníes, aunque estrictos sunníes, manifestaba una considerable reverencia por el pasado real iranio, especialmente cuando se trataba de las genealogías. Pero ‘Adud al-Dawla dió un paso más allá al obtener la aprobación del Califa, aunque por medios, en cierta manera, retorcidos, y al reclamar la descendencia de los grandes reyes del pasado. Era un devoto musulmán, y estaba indudablemente convencido de que la coexistencia del Califato y la monarquía aportarían una solución a los problemas religiosos y políticos del periodo. Incluso antes de la primera campaña había sentido que tenía una vocación; esto es algo que aparece una y otra vez en su correspondencia oficial que sobrevive. Puede servir como prueba que los ideales que personificaba eran más que la mera expresión de un cínico cálculo político. En esto era bastante distinto a Mardāvīj el “no creyente”, que era víctima de su propia megalomanía y encontró una muerte miserable a manos de descontentos esclavos turcos. Por supuesto, era poco probable que el Califa estuviera muy impresionado por su vocación imperial y el nuevo orden que implicaba. El āmir principal mismo llegó a darse cuenta de esto demasiado amargamente; en otras palabras, la investidura significó poco para el Califa pero para ‘Adud al-Dawla su significado fue intenso y de suma importancia. Lo llevó a recompensar al Califa con la restitución de todos sus anteriores derechos y privilegios, con regalos ostentosos y con la renovación de su palacio, aunque con esto no tenía intención de sugerir que se consideraba de ningún modo subordinado. Su idea era una división del poder entre el califato y la monarquía, equivalente a las teorías europeas medievales de iglesia e imperio. Su destitución del juez principal por tanto pudo parecer como una negación incomprensible de sus ideas; con más probabilidad fue un lapso, comprensible cuando uno considera que sus ideas no tenían precedentes en la historia islámica. Además, el juez en cuestión había demostrado que probablemente estaba lejos de simpatizar con el nuevo orden contemplado por ‘Adud al-Dawla. Esta nueva concepción de la división del poder suponía un intercambio mutuo de muestras de respeto. Así, cuando ‘Adud al-Dawla volvió a Bagdad de su campaña oriental en 980 se permitió ser conducido dentro de la ciudad por el Califa, un suceso sin precedente en la historia del āmirato principal. Una vez más el Califa parece haber fallado en apreciar el significado de la ceremonia en la que estaba tomando parte. No obstante, llevó al āmir principal a concebir un plan que, especialmente a los ojos de sus contemporáneos, debe haber parecido incluso con menos precedentes. Ahora aspiraba a unir los dos poderes en la persona de un hijo que naciera de un matrimonio entre su propia hija y el Califa. El matrimonio tuvo lugar en la última mitad de 980, pero el Califa no lo consumó. Matrimonios similares habían ocurrido a menudo anteriormente, pero en esta ocasión también el Califa declinó ver algo más en él que una formalidad política al que debía consentir peo que siempre podía interpretar como una condescendencia por su parte hacia el āmir principal. Así, en la khutba que tuvo lugar con ocasión de este matrimonio, al āmir le fue recordado que la a dinastía būyí se le estaba haciendo un signo de honor al serle permitida así aliarse con la casa Hāshimí dentro del matrimonio. La astucia del Califa vino así en su rescate; desde este punto en adelante, las relaciones entre él y ‘Adud al-Dawla comenzaron a ser claramente más frías. Todo lo que quedaba de la idea de éste último de la división del poder eran los ceremoniales que él había introducido.

El intento, iniciado por Rukn al-Dawla y continuado por ‘Adud al-Dawla, de revivir la monarquía persa al conciliarla con la forma islámica de gobierno finalmente estaba condenada al fracaso. ‘Adud al-Dawla no es recordado como un monarca persa. Su nombre iba a pasar a la historia, más como un inteligente, enérgico y fuerte soberano. El título “Shāhanshāh” no iba a aceptarse por lo general (aunque los Saljuqs también lo asumieron al principio); en su lugar, el que iba a empuñar el poder político llevaría el título “Sultān”. Es significativo que este título era originalmente llevado por los Califas; su apropiación por el titular real de la autoridad política revela la extensión en la que los califas habían delegado a estas alturas los suyos. En la práctica este proceso había comenzado hacía mucho tiempo antes del advenimiento de los Būyíes, desde el momento en que estados independientes se había levantado en el este y el oeste. La primera preocupación y sobre todo de ‘Adud al-Dawla era regular un área en la que el Califa había ejercido una influencia directa hasta su ascenso al poder. Ciertamente, incluso puede decirse que ‘Adud al-Dawla se había esforzado por mejorar la autoridad del califato después de una fase en la que había estado desprovisto de poder. Fue una empresa que presuponía la cooperación del Califa y la completa supremacía del poder būyí. El primero realmente nunca estuvo sociable, y la duración de la segunda era demasiado breve para aportar una respuesta incluso temporal a un problema que era en el fondo irresoluble. La propuesta de ‘Adud al-Dawla para atraer a ambas partes juntas en una unión personal era atrevida, pero pasaba por alto ciertas doctrinas esencial y teóricamente influyentes que afectaban al califato, ya que las autoridades sunníes aún consideraban el cargo como electivo, no hereditario.

En muchas áreas los éxitos de ‘Adud al-Dawla eran grandes. No obstante, no debemos olvidar las de su padre, Rukn al-Dawla. Ibn al-Athīr elogia a éste último como un soberano justo, mientras que el veredicto de Miskawayh es bastante menos favorable, ya que se esfuerza en enfatizar los logros de su propio patrón, el visir Abu’l-Fadl b. al-‘Amīd, que había servido a Rukn al-Dawla en esta capacidad desde 940 hasta 970. En el interior, Rukn al-Dawla se enfrentó con dos problemas capitales: cómo pagar al ejército y cómo mantener a raya las incursiones de los kurdos semi-nómadas, que estaban constantemente perturbando las comunicaciones y la agricultura no solo en su propia área montañosa sino también sobre todo Jibāl. No podía embarcarse con ninguna confianza en una campaña a gran escala contra ellos ya que los Hasanwayhíes, una dinastía kurda, se habían aprovechado de la confusa situación en el Irán occidental a mediados del siglo X y había desarrollado una considerable fortaleza en los suyos, en el área alrededor de Hamadān. Rukn al-Dawla fue obligado a perseguir una política indulgente en esa dirección a causa de que estaba más preocupado en la situación a lo largo de la frontera oriental. Además los kurdos controlaban la importante ruta entre la meseta iraní y Mesopotamia a través de la cual los ejércitos de Bagdad tendrían que pasar para ir en ayuda de Rukn al-Dawla. Solo cuando la situación en la frontera oriental estuvo de algún modo regulada pudo proceder a medidas más firmes contra los kurdos. En 970 encomendó a su visir una campaña contra Hamadān, pero la muerte de éste último dio lugar a que se detuviera y tuvo que encontrarse una solución de compromiso. Mientras tanto los Hasanwayhíes continuaron incrementando su poder; aún tenían un importante papel que jugar.

Miskawayh criticó la política kurda de Rukn al-Dawla y también su liberalidad hacia sus tropas, aunque no olvidaría que él era más dependiente de su lealtad que los otros Būyíes. A este respecto los asuntos mejoraron una vez que hubo consolidado su poder, una mejora que el historiador naturalmente adjudica a su propio patrón Ibn al-‘Amīd. Su queja de que Rukn al-Dawla no se implicaba suficientemente con la mejoría de la economía del país no parece estar enteramente justificada. Información proporcionada por el Tārīkh-i Qum indica que su política de impuestos inicialmente severa gradualmente se volvió más indulgente. Sabemos de una consulta enviada por Rukn al-Dawla a Bagdad, en la que solicita una descripción de la ciudad y detalles del número de baños que contenía (¿supuestamente a fin de medir el tamaño de su población?). Parece probable que quería saber sobre los esplendores de Bagdad, que nunca visitó, para reflejar algo de ellos en Ray o Isfahān. Favoreció Qum porque sus habitantes eran Shī’íes, pero fue Isfahān la que seleccionó como su capital provisional. En fecha tan tardía como c.955-6, mucho después de capturar Ray, el harén del āmir principal y el tesoro todavía estaban localizados en Isfahān, y más tarde, cuando Ray fue amenazada, el harén fue enviado de vuelta allí. La ciudad contenía un palacio que había pertenecido originalmente a los Dulafíes de Karaj y había sido usado por Mardāvīj y luego posiblemente por los Būyíes. La expansión de la ciudad atribuida a Rukn al-Dawla probablemente se comenzó en 935, poco después de su captura, como fue la construcción de su nueva muralla, 21.000 pasos de circunferencia, vestigios de que era visible hasta hacía unos pocos años. También había hecho de la ciudad su residencia, y su hijo mayor Fanā-Khusraw (‘Adud al-Dawla) nació allí al año siguiente. Desde 938 a 940 no obstante, fue obligado a abandonar la ciudad en favor de los Ziyāríes una vez más. Desde 940 en adelante estuvo demasiado involucrado en las interminables guerras contra los Sāmāníes como para ser capaz de dedicar mucha atención a la ciudad. Cuando la corte se desplazó a Ray, el joven Mu’ayyad al-Dawla continuó residiendo en Isfahān como virrey, posición que iba a mantener hasta la muerte de su padre. Recibió el laqab en 965 a la edad de quince años. También continuó reconstruyendo y embelleciendo la ciudad; ciertamente, la mayoría de su extensión puede atribuirse a él. Expandió el palacio (Dar al-imara) y fue allí donde Rukn al-Dawla y ‘Adud al-Dawla residieron durante su célebre conferencia para regular la sucesión al imperio en la primavera de 976. La medida en la que Rukn al-Dawla estaba interesado por el bienestar económico de sus súbditos se revela por las medidas que asumió para mejorar Shīrāz cuando pasó nueve meses allí en 949 para introducir a ‘Adud al-Dawla en su nuevo cargo. Dispuso el canal, llamado Ruknābād después de él, que todavía iba a verse en los días de Ibn Battuta; fue abastecido por un manantial localizado cerca de la tumba de Sadi. Uno de sus primeros visires, Abū ‘Abd Allāh a-Qummī († 939-40), fue el responsable de la restauración del puente en Îdhaj en Khūzistān, que era particularmente bien conocido en la Edad Media. El trabajo había sido llevado a cabo por albañiles de Isfahān a un costo, se dice, de 350.000 dinares.

Las hazañas de ‘Adud al-Dawla en todos esos campos fueron, no obstante, mucho más grandes. Su posición geográfica mantuvo intacta a la provincia de Fārs durante toda la lucha y la confusión del periodo, y su gobernante fue capaz de dedicar casi 20 años de paz para la mejora de ella, y sobre todo su capital, ya que se ahorraba más o menos los gastos de proyectos militares. Shīrāz, que había sustituido a la vieja ciudad real de Istakhr tras la conquista musulmana, comenzaba ahora a florecer. El canal de Rukn al-Dawla había marcado el comienzo de este proceso, pues ‘Imād al-Dawla no parece haber hecho ninguna mejora, sino simplemente haber vivido en el palacio del gobernador en el que, según la leyenda, había encontrado el tesoro amasado por Ya’qūb y los Saffāríes. Seguramente fue en este lugar donde tuvo lugar la entronización de ‘Adud al-Dawla, pero el edificio pronto se mostró demasiado humilde para un hombre de su ambición. El geógrafo Muqaddasī da un entusiasta relato del magnífico edificio que ahora lo reemplazó. Era de dos pisos de altura y contenía no menos de 360 habitaciones junto con una biblioteca. Con gran gasto ‘Adud al-Dawla también construyó una ciudadela, pero no consideró adecuado fortificar la ciudad misma. Esto no se realizó hasta los últimos años del periodo Būyí, cuando Shīrāz estaba amenazada por los Saljuqíes. Pronto la ciudad fue tan próspera que sus límites comenzaron a quedar demasiado estrechos. A continuación, el āmir fundó un nuevo cuartel, llamándolo Fana-Khusraw-Gird. Estaba situado en un canal, a medio farsang [parasanga, unidad persa de distancia] al este o sureste de la vieja ciudad. La entrada ceremonial del āmir marcó su terminación, el 27 de marzo de 965, fue conmemorada por una celebración anual. El autor del Nuzhat al-qulūb, una fuente posterior, declara que fue originalmente concebida como campamento para las tropas del āmir, y estaba situada al oeste, no al este de la ciudad. Quizás estaba confundiendo dos lugares separados fundados ambos por ‘Adud al-Dawla, ya que este campamento bien pudiera haber estado en el lugar de la posterior Daulatabad, al oeste de Shīrāz.

La ciudadela en Shīrāz y un depósito en el castillo de Istakhr parecen haber sido solamente construcciones militares de ‘Adud al-Dawla, aunque podemos incluir la muralla de la ciudad de Medina, construida para desalentar a los Qarmatīs, antes de cuya aparición no había habido allí razón para fortificar la ciudad; para este muro las fuentes dan la fecha 970-1. Todas las demás construcciones erigidas por él fueron destinadas para uso pacíficos, ya fuera comercio, agricultura, religión, o su propia gloria. En primer lugar y ante todo debemos mencionar la presa situada a 20 millas al noreste de Shīrāz, que detuvo las aguas del río Kūr, que previamente había corrido en un lago de sal a unas 30 millas de distancia, y las desvió para uso agrícola. Después de Shīrāz la ciudad más favorecida por ‘Adud al-Dawla fue Firūzābād, que puede haber sido el centro de estados reales. Aquí, a menudo residió y lo reconstruyó por entero, reemplazando su viejo nombre Gūr por el actual, porque, así nos cuenta Muqaddasī, “Gūr también significa “tumba” y se presentía que sería un mal presagio.
El más importante puerto del Golfo Pérsico en este tiempo era Siraf, al oeste de Lar, aunque su prosperidad llegó a su fin por un desastroso terremoto en 977, después del cual Basra parece haber tomado su lugar. Se dice que había sido reconstruida en el periodo būyí tardío; si fuera así, el responsable būyí debe haber gobernado Fārs pero no Basra, y lo más probable por tanto, es que fuera el enérgico Abū Kālījār, que gobernó Fārs desde 1027 a 1044, pero ejerció solamente una influencia indirecta sobre la misma Basra. Mucho tiempo antes de la conquista de Iraq, ‘Adud al-Dawla había tomado al menos las áreas costeras de la península de ‘Umān, que eran de importancia capital para la navegación. Al mismo tiempo, también dio gran importancia a los enlaces terrestres entre Shīrāz y Mesopotamia, y en particular la ciudad de Kāzarūn, donde construyó un asentamiento para comerciantes que, de acuerdo con Muqaddasī, produjo un ingreso anual de 10.000 dirhams.

Se puede reconstruir una imagen aproximada de la estructura de Fārs en el periodo būyí temprano: Istakhr y Fasa eran bases militares en sus flancos norte y este, Shīrāz desempeñaba las funciones de capital administrativa y principal residencia del soberano, Fīruzābād servía como residencia alternativa, mientras que la importancia de Kazarun fue primariamente la de centro comercial. En el oeste, Arrajān ocupaba una posición especial. Rukn al-Dawla había insistido en conservarla en su posesión personal y los ingresos de ella deben haber sido considerables, ya que Muqaddasī atribuye las siguientes palabras a ‘Adud al-Dawla: “Quiero Mesopotamia por el beneficio de su nombre, pero quiero Arrajān por sus rentas”. Además Arrajān puede considerarse con una especie de residencia central del āmir principal al menos hasta la muerte de Rukn al-Dawla, un hecho confirmado por la peculiar estructura del imperio būyí, por los informes supervivientes de a ciudad, y por su posición geográfica. Rukn al-Dawla, es cierto, la visitaba a veces, pero su visir, el celebrado Ibn al-‘Amīd, iba allí con frecuencia, y fue el escenario, por ejemplo, de su encuentro con Mutanabbi, que estaba de camino a Shīrāz. Finalmente, su posición geográfica, en el mismo centro del imperio estaba a su favor. Si se trazara un círculo de unas 500 millas de diámetro con Arrajān como centro, abarcaría Bagdad en el oeste, la costa del caspio en el norte, y Kirmān en el este. ‘Adud al-Dawla, no obstante no le prestó mucho interés a la ciudad. Antes de convertirse en āmir principal no tenía influencia allí, y sus intereses en consecuencia se centraron principalmente sobre Bagdad.

Lo que se ha dicho hasta ahora en relación a las construcciones de ‘Adud al-Dawla y sus esfuerzos en desarrollar ciudades, comercio y comunicaciones se refieren solamente a la provincia de Fārs y al periodo entre 950 y 968. Localidades llamadas Tājabad, si se conectaron con él del todo, apuntan al periodo después de 977, pues fue solamente entonces cuando el āmir principal recibió el título de Tāj al-Milla; por tanto, puede decirse que aportaron alguna evidencia de que incluso cuando estaba en Bagdad tenía el bienestar de su provincia natal de Fārs en el corazón. Sorprende difícilmente que sus actividades constructoras se extendieran a las áreas que adquirió después de 968. No hay, no obstante, muchos indicios para Kirmān, siendo una información de Muqaddasī tolo lo que tenemos. De acuerdo con esta información, erigió un minarete en Sirjan (cuyas ruinas se sitúan cinco millas al este de Sa’idabad, la cúspide del cual está decorado con motivos florales ornamentales, probablemente en forma de una balaustrada y baldaquino para el muecín. También construyó un palacio allí que parece haber sido diseñado para su virrey, que era su hijo Abu’l-Fawāris Shīrdil (Sharaf al-Dawla). Sirjan era más accesible desde Shīrāz que la más vieja capital provincial de Bardasir (hoy día la ciudad de Kirmān), que hasta entonces había sido la residencia de los Banū Ilyās, que habían aceptado la supremacía Būyí. En el periodo būyí tardío los virreyes iban a regresar a Bardasīr, y Sīrjān entonces disminuyó en importancia.

Las construcciones emprendidas por ‘Adud al-Dawla en Iraq (excluyendo Bagdad) y Khūzistān se relacionan primariamente con el desarrollo de comercio y comunicaciones. Khūzistān era importante como enlace entre Fārs e Iraq, y Marzubān, que considerado como heredero al trono, había sido designado como su gobernador. Ya que ‘Adud al-Dawla estaba particularmente impaciente en establecer rápidos servicios postales entre Bagdad y Shīrāz, se concentró en mejorar los caminos, aunque no descuidó las vías acuáticas. Un obstáculo a las comunicaciones por barco era el hecho de que era necesario navegar a través del Golfo Pérsico para pasar desde el Eúfrates y el Tigris al Kārūn en Khūzistān. Por tanto, el āmir principal construyó un canal que enlazaba el Shatt al-‘Arab con el Kārūn, que reducía considerablemente tanto la distancia como los peligros. Por la ruta terrestre se restauró el puente sobre el Hinduwān en Ahvāz. En Ahvāz también ordenó la erección de una mezquita magníficamente decorada, como informa Muqaddasī. El hecho de que después de 968 volviera su atención a los edificios religiosos puede bien conectarse con su nueva concepción de su tarea como representativa de una monarquía persa restaurada. La adopción deliberada del Islam fue una parte componente de su nueva concepción, pues solo así podía la monarquía establecerse sobre una base legítima. Como ya se ha indicado, su campaña en Iraq a sus ojos parecía justificada por el fuerte sentido que tenía de su propia misión religiosa. Su erección de edificios religiosos, por otra parte, estaba destinada a justificar su ocupación de los nuevos territorios a los ojos del Califato. Sin embargo, en Bagdad no construyó ninguna mezquita. De acuerdo con sus teorías de la división de poder, esta era la única prerrogativa y responsabilidad del califa mismo. Se conoce que durante el periodo būyí los Califas, a pesar de sus dificultades financieras, eran capaces de construir mezquitas. ‘Adud al-Dawla, mientras, se construyó un magnífico palacio imperial (Dār al-mamlaka) en Bagdad, y trazó grandiosos planes para la reconstrucción de la ciudad misma, dotando a los propietarios de las casa –una nota extrañamente moderna- de préstamos para su propósito. No obstante, sus planes nunca iban a llegar a su plenitud en los pocos años de su gobierno en Bagdad, y la ciudad permaneció en un estado de decadencia parcial, cubriendo un área no mayor que la de Basra.

Dos tendencias pueden observarse en las actividades de ’Adud al-Dawla. Presas, puentes y bazares sirvieron a un propósito práctico y fueron diseñadas para generar ingresos, mientras que sus otras empresas, mezquitas incluidas, sirvieron a un propósito ideológico. Ciertamente, incluso sus construcciones más prácticas tenían un matiz ideológico y, dando apariencia de ser dignas de gobernantes pasados, parecían sacar a relucir su pretensión a la descendencia sasánida y a probar su habilidad para restaurar la grandeza de la monarquía persa. Esto puede dar sabor de ambición personal, y ciertamente, todos los observadores contemporáneos concurren en su veredicto de que, mientras que sin duda era un gran gobernante, ‘Adud al-Dawla también era desmesuradamente vanidoso.

Los esfuerzos de Rukn al-Dawla por restaurar la monarquía, y los éxitos de ‘Adud al-Dawla tanto en los campos político como administrativo se acompañaron de un marcado énfasis sobre los asuntos culturales. Aunque los Sāmāníes habían proporcionado un precedente del que los Būyíes pueden haber sido conscientes, no cabe duda de que el gran florecimiento de la cultura que coincidió con el apogeo del imperio Būyí llevaba en su inicio la huella de la tradición arábigo-islámica. Al mismo tiempo, Bukhara en noroeste iba a convertirse en el punto focal para una síntesis de cultura persa e islámica, pero como tal síntesis, ni siquiera se sugeriría como una remota posibilidad durante el periodo būyí temprano, un hecho que puede a su vez ser atribuido a varios factores, siendo el más decisivo que el Irán central y meridional había estado más fuertemente sometido a las influencias árabes que el noroeste.

Es discutible que ‘Imād al-Dawla y Rukn al-Dawla fueran capaces de leer o escribir, y su conocimiento del árabe era sin duda limitado a lo estrictamente necesario. Sin embargo, ‘Adud al-Dawla se iba a hacer un nombre en la literatura árabe como poeta y en efecto como un estilista de versatilidad. Al visir Abu’l-Fadl al-‘Āmir se le debe dar la mayoría del mérito por este notable éxito. Su padre había servido al ziyarí Mardāvīj con la misma capacidad e ‘Imād al-Dawla se familiarizó con el por vez primera después de hubiera sido nombrado como gobernador de Karaj. Rukn al-Dawla recompensó los servicios de su padre al nombrar a su hijo, Abu’l-Fadl, como visir en 939-40. Iba a retener esta posición durante treinta años, hasta su muerte. Miskawayh proporcionó un epitafio, de alguna manera incondicional pero sin embargo apropiado sobe sus éxitos culturales en su crónica Tājarib al-umam, donde le llama el estilista (kātib) de mayor calidad de su edad. Ibn al-‘Amīd sobresalía en cada materia; en efecto, era famoso como diseñador de máquinas de asedio y en esta capacidad tomó parte en varias campañas militares. En 970 le fue encomendada la dirección de la guerra contra el líder kurdo Hasanwayh, muriendo en el mismo año antes de que llegara a una conclusión definitiva. Innumerables poetas frecuentaban la corte de este cultivado e ilustrado visir, cantando sus alabanzas y esperando recompensa. En su antología Yatīmat al-dahr, Thā’libī enumera once poetas en el círculo de Ibn al-‘Amīd, entre los cuales está el gran Muttanabī mismo, que había desertado de la corte de Kāfur por el imperio de los Būyíes. Otra figura en la corte del visir era el filólogo Abū Bishr al-Fārisī, a quien se hará referencia más tarde en relación con ‘Adud al-Dawla. Ciertamente fue gracia a la influencia y patronazgo del visir que a los estudiosos y poetas le fueron asignadas posiciones de responsabilidad por Rukn al-Dawla, excediendo sus cualificaciones. Su influencia sobre ‘Adud al-Dawla iba a ser de importancia capital, como reconoció éste último por el hábito de llamarle por los títulos ustād (“profesor”) y ra’īs (“maestro”). Puede ser posible que Ibn al-‘Amīd actuara oficialmente u oficiosamente como el visir o consejero del joven gobernante en Shīrāz. Solo más tarde mencionan los cronistas que tenía visires propios.

Aunque ‘Adud al-Dawla era él mismo el autor de versos ocasionales, no parece haber alcanzado mucha importancia para la presencia de panegiristas en su corte al menos durante la primera parte de su carrera. Thā’libī menciona un gran número en conexión con los visires, pero ninguno en su sección sobre ‘Adud al-Dawla. El soberano era, no obstante, un gran patrón de los hombres de letras así como de los estudiosos. La gama completa de su patronazgo era quizá aún más en evidencia en Bagdad que en Shīrāz. Aquí fundó el famoso hospital que se recibió su nombre de él y que iba a quedar como el mayor ejemplar hasta el periodo mongol. A este fue llamado los más eminente y exitosos doctores del momento, de manera que pronto se convirtió en una academia de medicina en la que se combinaban búsqueda, enseñanza y tratamiento. Mientras tanto también buscó la compañía de los más destacados de los teólogos de la ciudad, escritores y científicos, y su palacio se convirtió en el lugar de encuentro de la sociedad erudita.

Los Būyíes habían pertenecido originalmente a la Zaydiyya, que era un movimiento Shī’í moderado. Parece probable que solamente decidieron abrazar definitivamente el Islam cuando comenzaron por primera vez a aparecer en la escena política, o quizás justo antes. En el Kitāb al-Tājī esta decisión se fecha reconocidamente ya en el periodo alrededor de 865. La información proporcionada por este trabajo, no obstante, debe ser aceptada con alguna precaución, pues implícito en él está el intento de ‘Adud al-Dawla de enaltecer la gloria de su dinastía. Parecería preferible para él pretender que sus ancestros inmediatos eran Zaydíes más que admitir que eran paganos. Su actitud hacia el Califato también se explica más fácilmente si aceptamos que tenía un antecedente Zaydí más que Shīa Duodecimano. Al principio, no obstante, el compromiso religioso no era gran preocupación de los Būyíes y su actitud hacia los problemas religiosos y confesionales era indiferente, en el que las consideraciones prácticas solo parecían haber desempañado un papel. El ejército Būyí estaba compuesto de daylamíes y gīlíes (junto con turcos y kurdos), y los primeros, si acaso eran musulmanes, eran Zaydíes, mientras que los últimos eran sunníes. Fārs también era, como ya hemos dicho, predominantemente sunní. Así, la oposición a los Būyíes fácilmente podía tomar la forma de lealtad religiosa al Califato ‘Abbāsí. Esto parece haber sido la única razón por la que ‘Imād al-Dawla nombró a algunos cristianos a algunos puestos de responsabilidad en su administración, práctica que iba a ser continuada por los Būyíes posteriores. En la cima de su poder, ‘Adud al-Dawla nombró a un cristiano para el cargo de visir. Se puede decir que el periodo būyí temprano la actitud religiosa del gobierno imperial era de imparcialidad. Ciertamente se informa que Rukn al-Dawla había obligado a los Shī’íes de Qum a usar y pagar por el mantenimiento de la mezquita del viernes. La khutba oficial para el Califa era naturalmente bastante detestada por los Shī’íes, y rechazaron participar en los servicios del viernes; pero a causa de que los Būyíes continuaron reconociendo al Califa, a pesar del hecho de que ellos eran Shī’íes, no se hizo ninguna alteración en la khutba. Esta fue, sin embargo, la única concesión de Rukn al-Dawla al Califato (aunque sus monedas llevan el nombre del Califa). En cualquier otro aspecto dio a los Shī’íes carta blanca, permitiendo así a Qum desarrollarse en el centro de la teología Shī’í. El āmir principal intervino enérgicamente cuando en 956-7 las casa de los mercaderes Shī’íes de Qum fueron saqueadas durante los disturbios entre sunníes y Shī’íes en Isfahān; las multas que impuso fueron destinadas a restaurar la paz más que a marcar el hecho de que intentaba proteger a los shi’ies en particular. En Fārs ‘Adud al-Dawla persiguió una política similar de imparcialidad y moderación religiosa. Cuando un disturbio civil estalló en Shīrāz entre sus habitantes musulmanes y zoroastrianos y las casas de éstos últimos fueron arruinadas, ordenó que los responsables fueran castigados severamente.

Hacia el fin de su vida, se dice ‘Adud al-Dawla había sido víctima de una aguda melancolía. Debió haberse dado cuenta de que nunca pudo ocultar su fracaso subyacente en los terrenos religioso y político. Su idea definitiva de una división del poder dentro del imperio no había llegado a cumplirse, no tenía otra cosa que sus más inmediatas esperanzas de una unión personal con el Califato. Ambos presuponían la total renuncia del Califa del poder secular, y por esa época no estaba todavía madura. El futuro iba a confirmar lo que era, de hecho, ya evidente entonces, a saber, que los ‘Abbāsíes probablemente solo iban a prestar su autoridad a un gobernante temporal cuya política fueran definitivamente pro-sunní. ‘Adud al-Dawla, por su parte, había comenzado su carrera manteniendo lo que equivalía a una actitud neutral en asuntos religiosos, aunque hacia el final de ella, se encontró obligado a intentar recuperar la confianza de los Shī’íes. Cuando, después de apenas seis años de gobierno sobre la totalidad del imperio, murió en Bagdad, sus sucesores se encontraron enfrentados con un gran número de serios problemas. Apenas se podía esperar que esos problemas se resolvieran por los representantes de una dinastía que no se pondrían de parte de la Sunna, sino que además escaseaban de la fortaleza y convicción necesarias para llevar a la victoria a la causa Shī’í.

III. La lucha por la sucesión de ‘Adud al-Dawla

Tras la muerte de ‘Adud al-Dawla el imperio se enfrentó una vez más con lo que siempre había sido un defecto būyí, la falta de cualquier orden se sucesión establecido. Los enemigos del último āmir principal eran relativamente inofensivos, quizás, pero todavía estaban allí, y nuevas fuerzas estaban tomando forma en Mesopotamia y las montañas kurdas. El hijo mayor del āmir, Shīrdil (nacido c. 960), había sido enviado a Kirmān en 968; después de 977 pasó algún tiempo en Bagdad, pero había sido enviado de nuevo a su provincia. Su segundo hijo, Marzubān (Samsām al-Dawla), nacido en c. 963 había entrado en acción, después de la conquista de Iraq, y su padre parece haberle preferido a Shīrdil, aunque nunca tomó la decisión final de nombrarle sucesor. Esta incertidumbre reinaba en Bagdad cuando murió ‘Adud al-Dawla. Al principio Marzubān, que estaba en la ciudad ya, fue proclamado sucesor al trono e investido por el Califa. Para estar absolutamente seguro de que sus designios ocurrirían, había conservado en secreto la muerte de su padre durante un cierto tiempo, y solo entonces había dispuesto para sí que fuera instalado oficialmente en el cargo de āmir principal con el título de “Samsām al-Dawla”, pero Shīrdil (Sharaf al-Dawla), como hijo mayor, naturalmente también planteó reclamaciones a la sucesión. Desde Kirmān invadió Fārs, anticipándose de este modo a su hermano. Casi de inmediato el nuevo āmir principal encontró sus posesiones limitadas a Mesopotamia, mientras que incluso allí fue obligado a hace concesiones. Un kurdo de nombre Bādh capturó la provincia de Diyarbākr y forzó al āmir principal a confirmarle en su posesión; éste último tuvo que contentarse con mantener alejado a Bādh de Mosul.

Poco después de ‘Adud al-Dawla, su hermano y uno de sus más leales seguidores, Mu’ayyad al-Dawla, también murió. Como su hermano, había encontrado imposible decidir quién sería el sucesor de sus considerables posesiones. Había permanecido sordo a las sugerencias que su visir, el célebre Sāhib b. ‘Abbād, comenzó a hacer a principios de 976. Este visir había sucedido a Abū’l-Fadl b. al-‘Amīd, que había sido ejecutado a cuenta de su oposición a la política imperial de ‘Adud al-Dawla. Ahora, tras la muerte de su maestro, se decidió a dar un paso sin precedentes. Teniendo en mente que el estado būyí aún era militar, y que, en consecuencia, la aristocracia militar tenía un papel esencial que jugar en él, convocó una reunión del ejército, al que luego sugirió la nominación de Fakhr al-Dawla, que estaba en el exilio en Nīshāpūr. El ejército consintió a la propuesta del visir, y a continuación, Fakhr al-Dawla se apresuró hasta Gurgān, donde la reunión había tenido lugar, y allí fue proclamado āmir. En las negociaciones con Fakhr al-Dawla, el visir reveló ahora un talento similar y una percepción psicológica. Hasta ahora, había apoyado sinceramente las políticas de ‘Adud al-Dawla; ciertamente, su cargo como visir de Mu’ayyad al-Dawla presuponía tal actitud. En 980 se había encontrado con ‘Adud al-Dawla, quien le había dado sus instrucciones personales en relación a la futura conducta de la política oriental. Su adhesión ahora de la causa de Fakhr al-Dawla no significaba una ruptura completa con la actitud que había mantenido hasta entonces, pues de hecho iba a permanecer como un devoto defensor de la política imperial. Se dice que, consciente de su valor como hombre de estado, ofreció a Fakhr al-Dawla su renuncia, sabiendo de sobra que éste último estaría de acuerdo entonces con su nombramiento continuado en sus propios términos, a saber, la continuación de la política de ‘Adud al-Dawla. El primer resultado tangible de esto fue que Fakhr al-Dawla rechazó devolver Gurgān a Qābūs b. Vushmgīr, el anterior vasallo de Rukn al-Dawla, que había sido su compañero en el exilio. Entonces aprovechó la oportunidad ofrecida por las querellas Sāmāníes sobre la provincia de Khurāsān, y comenzó a mostrar su interés en el este al dar apoyo militar a Abū’l-Abbās Tāsh, que había sido depuesto por los Sāmāníes del gobierno de Nīshāpūr. No obstante, Abū’l-Abbās Tāsh fue obligado a tomar refugio en Gurgān, y Fakhr al-Dawla por tanto encargó el gobierno de esa provincia a él antes de trasladarse a Ray.

En Fārs e Iraq mientras tanto, los hijos de ‘Adud al-Dawla aún no habían abandonado su lucha por la sucesión de su padre. Tres esferas de influencia habían surgido allí tras su muerte. Samsām al-Dawla mantuvo Iraq, aparte de su porción meridional y de la provincia septentrional de Diyarbākr, que había perdido para el guerrero kurdo Bādh. Khūzistān y Basra estaban en posesión de los hijos más jóvenes de ‘Adud al-Dawla, Tāj al-Dawla y Diyā’ al-Dawla. Ellos se habían establecido allí cuando Sharaf al-Dawla invadió Fārs desde Kirmān. Mientras tanto, éste último estaba luchando en dos frentes, contra Fakhr al-Dawla que había recuperado ahora la sección central del antiguo territorio de su padre, y contra los dos estados rivales en el oeste. A lo largo de su frontera norte se contentó con dar apoyo militar a los Sāmāníes en su guerra contra Fakhr al-Dawla. Los dos príncipes en Basra y Khūzistān, cogidos como estaban entre sus rivales Samsām al-Dawla y Sharaf al-Dawla, procedieron a reconocer a Fakhr al-Dawla como āmir principal. Él, por su parte había reforzado su pretensión al título al asumir ya el de “rey”, un paso que ninguno de sus rivales aún se había atrevido a tomar. Ya que tenía ahora dos vasallos genuinos propios, en Basra y Khūzistān, procedió a asumir el título de “Shāhanshāh”, que equivalía a una abierta e inequívoca declaración de que se consideraba como el único sucesor de ‘Adud al-Dawla. A continuación tras el rechazo de las reclamaciones Ziyāríes a Gurgān, este fue el segundo éxito de Sāhib b. ‘Abbād en su intento de impulsar la política de ‘Adud al-Dawla sin interrupción.

A pesar de los éxitos de Fakhr al-Dawla, Sharaf al–Dawla iba mostrarse provisionalmente como el pretendiente más fuerte al āmirato principal. Después de recuperar con éxito ‘Umān, que se había separado de Samsām al-Dawla, estaba libre y listo para intervenir en el oeste. A principios de 986 ocupó Khūzistān y Basra, cuyos príncipes buscaron refugio en Ray. Incluso Samsām al-Dawla era demasiado débil para enfrentar esta nueva amenaza con alguna energía o determinación. En un tratado de paz fechado en mayo /junio de 986, fue obligado a reconocer a Sharaf al-Dawla como āmir principal. Esto redujo ahora a los pretendientes al āmirato principal a dos. Sharaf al-Dawla declinó entrar en Bagdad antes de que hubiera destruido a su rival en Ray. Pero sus planes en esa dirección fueron frustrados súbitamente por los sucesos de la misma Bagdad. Tuvo lugar allí una insurrección contra Samsām al-Dawla, lo que entonces llevó a un conflicto armado entre los turcos y los Daylamíes. Para salvar Iraq de los kurdos y otros poderes que pudieran aprovechar esta confusa situación, Sharaf al-Dawla marchó sobre Bagdad en 987, depuso a su gobernante, y le envió como prisionero a una fortaleza en Fārs. Hacia julio de ese mismo año fue solemnemente investido como āmir principal por el Califa. Su lucha con Fakhr al-Dawla estaba ahora lista para comenzar. Su primer movimiento se planeó para que fuera la derrota de Badr b. Hasanwayh, que era leal aliado de Fakhr al-Dawla. Pero no solo esta campaña fracasó en producir la victoria deseada, la muerte puso un inesperado fin a todos los planes de Sharaf al-Dawla. Murió en Bagdad el 7 de septiembre de 989 a la temprana edad de 28 años.

Sharaf al-Dawla dejó dos hijos, los cuales eran demasiado jóvenes para ser considerados sus herederos. El āmirato principal por tanto volvió sobre el tercer hijo de ‘Adud al-Dawla, Bahā’ al-Dawla, de 17 años de edad. No obstante era incapaz de tomar posesión de herencia entera inmediatamente, porque Samsām al-Dawla, que había sido parcialmente cegado poco antes de la muerte de Sharaf al-Dawla, logró escapar de cautividad y tomar Fārs, Kirmān y Khūzistān.

Ahora, Fakhr al-Dawla en Ray juzgó que había llegado el momento oportuno para la acción. Su visir Sāhib b. ‘Abbād abogó por las inmediatas hostilidades hacia el sur y el oeste y por esto los cambios de soberano en Shīrāz y Bagdad parecían ofrecer un oportunidad favorable. Acompañado de su visir, por tanto avanzó en Khūzistān, con el objetivo desconectar Bagdad de Shīrāz. Pero el clima y el terreno estaban contra él, y fue obligado a retirarse. Esta invasión desde el norte tuvo el resultado de hacer que los gobernantes de Shīrāz y Bagdad olvidaran su enemistad y trazaran una alianza pacífica por la que Samsām al-Dawla confirmó a su hermano en la posesión de Khūzistān e Iraq y conservó para sí Arrajān, que ya había adquirido una importancia particular bajo Rukn al-Dawla, así como Fārs y Kirmān. Ambos se sometieron al Califa como árbitro supremo, y declaró que consideraba a cada uno como iguales. El título suplementario de Diyā’  al-Milla que Bahā’ había asumido en su entronización, ahora ya no podía tomarse como reclamación al āmirato principal. En su lugar ambos Būyíes hicieron uso del título “rey” en sus monedas, y así también reconocieron su igualdad de rango. Este cambio de sucesos se encontró con la completa aprobación del Califa al-Tā’i’ (974-991), quien incluso en los días de ‘Izz al-Dawla había defendido la independencia de Iraq. Pero después de su caída y la ascensión al Califato de al-Qādir (991-1031), Bahā’ al-Dawla asumió el título de “Shāhanshāh” que había sido portado por ‘Adud al-Dawla, y de este modo implicaba que aún aspiraba al liderato de todo el imperio unido y no solo a un Iraq independiente. Su primera preocupación fue la eliminación o al menos sumisión de su igual y rival, Samsām al-Dawla, que por su parte estaba envuelto en guerras contra los Saffaríes, que habían tomado Kirmān casi sin lucha después de la muerte de Sharaf al-Dawla. Pero el ataque de Bahā’ al-Dawla sobre él no encontró ningún éxito –realmente él perdió Khūzistān, asignada a él en el tratado firmado tres años antes. No obstante, Samsām al-Dawla también se encontró chocando con crecientes dificultades, y finalmente decidió que reconocería el āmirato principal de Fakhr al-Dawla en nombre de todas sus posesiones, a saber, Kirmān, Fārs, Khūzistān y ‘Umān. El paso produjo una situación prácticamente idéntica a la que se había impuesto durante el reinado de Rukn al-Dawla. Las únicas diferencias eran que Khūzistān ahora pertenecía al este, y, más importante, que los gobernantes Būyíes de Bagdad y Ray reclamaban los mismos privilegios, llevaban el título de “Shāhanshāh” y no tenían intención de ceder a la superioridad de los demás.

Fakhr al-Dawla ahora era el gobernante de todo el Irán būyí, y podía volver su atención a Iraq, donde Bahā’ al-Dawla se encontraba con dificultades crecientes, o hacia los Sāmāníes, cuyo gobierno se estaba volviendo cada vez más débil. Su atención iba a estar ocupado casi exclusivamente por el problema de Khurāsān. Una vez más intentó arrebatar la provincia, esta vez del ghaznawí Sebük-Tegin, el gobernador recientemente nombrado por el gobernante Sāmāní Nūh, pero una vez más, como en 984, su intento fracasó a pesar de las grandes fuerzas que lanzó en la campaña. Probablemente éste fue su mayor error. Quizás parte de la culpa puede achacarse al visir Sāhib b. ‘Abbād, pero cuando éste último murió (995), se hizo evidente que el imperio būyí había perdido uno de sus administradores más capaces y que la idea de la unidad imperial había perdido uno de sus más fervientes y leales defensores. Cualquiera que fueran sus errores y omisiones –y su fallo en darse cuenta que el futuro estaría asentado en Iraq más que en Khurāsān fue el más serio –sin él Fakhr al-Dawla estaba perdido. Dos años más tarde, también él estaba muerto, sin haber hecho nada más por afectar el curso de la historia del imperio.

Cuando la atención de Fakhr al-Dawla estaba absorbida con la guerra en Khurāsān, la fuerza de Bahā’ al-Dawla había comenzado a revivir y la de Samsām al-Dawla a declinar. Pronto Bahā’ al-Dawla, con la asistencia de su nuevo aliado el kurdo Badr b. Hasanwayh, fue capaz de contemplar una invasión de Fārs. Pero apenas había comenzado esta invasión en diciembre de 998 cuando Samsām al-Dawla fue asesinado mientras huía de Shīrāz por uno de los hijos de ‘Izz al-Dawla que había escapado del cautiverio y había organizado un ejército que se levantó contra él. Este suceso dio a Bahā’ al-Dawla la oportunidad de tomar la misma Shiraz, y ante de mucho tiempo la oposición de los hijos de ‘Izz al-Dawla se había roto completamente. Tampoco tenía ahora Bahā’ al-Dawla ningún oponente serio en Ray donde, desde la muerte de Fakhr al-Dawla y durante la minoría de sus dos jóvenes hijos, la regencia había sido asumida por su madre kurda, la “Sayyida”. El hijo mayor, Majd al-Dawla, todavía estaba en Ray, pero el menor, Shams al-Dawla, había sido nombrado gobernador de Hamadān y Kirmānshah. Ambos habían reconocido a Bahā’ al-Dawla como āmir principal hacia 1009-10 como máximo, y esto, a su vez invalidaba su asunción anterior del título “Shāhanshāh”. No obstante, Bahā’ al-Dawla se había contentado con el título de “rey” en Ray –concesión que era de significado más teórico que práctico. Mientras, los Būyíes ya no resultaban bastante fuertes para mantener la frontera del Khurāsān por la fuerza de las armas y estaban siendo obligados a aceptar la perdida de un valioso territorio en el norte y el oeste. Tanto Tabaristān como Gurgān pasaron ahora a manos de los Ziyāríes definitivamente, y Qābūs b. Vushmgīr reforzó su posición hacia los Būyíes al entrar en alianza con Mahmūd de Ghazna que le hizo prácticamente vasallo de éste último. En el oeste, Zanjan y varias ciudades se perdieron para los Musāfiríes de Āzārbaījān. En el sur la libertad de movimiento būyí fue igualmente obstaculizada, esta vez por los Kākūyíes o Kākūwayhíes. Poco después de 1007 la Sayyida había encomendado el gobierno de Isfahān al príncipe kurdo Ja’far ‘Alā’ al-Dawla, que era primo de Majd al-Dawla por parte de madre. Este príncipe pronto consiguió establecer su independencia de hecho, y más tarde continuó intentado extender su influencia hasta Hamadān y Ray.

Bahā’ al-Dawla cesó toda actividad en el norte, aunque la confusa situación allí y el poder creciente de los Ghaznawíes estaba haciendo más necesario que nunca el refuerzo de la potencia būyí en Ray. Había entrado en Shīrāz en 999-1000 y ya nunca dejó Fārs de nuevo. Parecería que consideró su tarea completa una vez que había regresado a la ciudad capital de su padre y hubiera dominado con éxito a sus oponentes en el este. Quizá la presencia en Iraq habría sido incluso más esencial que en el norte. Allí las conquistas de ‘Adud al-Dawla se habían perdido en su mayor parte. En Diyarbākr, Bādh había colocado las bases para el futuro gobierno de los Marwāníes; Rahba y Raqqa habían pasado a la esfera de influencia Fātimí, mientras que en Mosul, los ‘Uqaylíes se habían establecido firmemente. Ellos, como los Marwāníes solo dieron el reconocimiento nominal a la autoridad būyí, aunque ésta era al menos más que la que Mu’izz al-Dawla había obtenido de los Hamdāníes. Pero mientras que la influencia de los Hamdāníes se había extendido no más allá de Takrit sobre el Tigris, los beduinos ‘Uqaylíes avanzaron mucho más allá, casi alcanzando Bagdad en el sur y realmente incluyendo Anbar y Kufa en el suroeste. Solo eran sus disensiones internas las que les frenaba de producir una amenaza incluso mayor para los Būyíes. La confusión que siguió a la muerte de ‘Adud al-Dawla había presentado una excelente oportunidad para los beduinos de impulsar sus intentos de obtener una base permanente en las regiones fértiles, y esta era la principal razón para la relativa rapidez de los avances ‘uqaylíes ya descritos. Baha’ al-Dawla, que había pasado casi diez años de su reinado en luchas con su rival en Fārs, era bastante incapaz de ofrecer ninguna resistencia a esta ola de expansión beduina. Hacia el fin de su reinado su influencia directa en Iraq esta reducida a Bagdad y Wāsit y las áreas inmediatamente sometidas a esas dos ciudades.

A pesar de la confusión inicial que marcó el periodo tras la muerte de ‘Adud al-Dawla, y a pesar del declive del pode būyí que presagiaba, los logros culturales del imperio būyí continuaron. Los príncipes Būyíes aún encontraban oportunidad e inclinación para satisfacer sus gustos literarios y científicos. Revirtieron la conciencia de su herencia irania, y ahora el Irán occidental se embarcaba en el mismo proceso que previamente había alcanzado tan notables proporciones en el este, a saber, la deliberada transformación de su cultura arábigo-islámica en una cultura específicamente irania. Un factor importante en este proceso fue el abandono de Irán de su religión tradicional a favor del Islam, que en consecuencia cesó de ser asociado con la dominación extranjera y en su lugar se convirtió en la expresión de la fe religiosa de la nación como totalidad. Como resultado, la influencia árabe ya no se consideró solo como el único vehículo para la difusión del Islam dentro de los confines de Persia, y el lenguaje persa comenzó a impregnar la vida de la corte para adquirir el status de medio literario. No obstante, hasta el año 1000 el proceso de iranización no hizo un progreso tan rápido en Ray e Isfahān, conde la vida cortesana estaba dominada por entero por la cultura arábigo-islámica. Esto fue debido en gran medida a las actividades culturales y literarias del políticamente incluso más influyente visir Sāhib b. ‘Abbād. Thā’libī enumera no menos de 23 poetas asistidos en la corte de éste śltimo y cantando loas a su patrón en poesķa įrabe; ademįs mantuvo correspondencia con todos las figuras literarias importantes del momento. Una fuente tardķa le atribuye la restauración de las murallas de Qazvīn, así como la erección de un palacio en esa ciudad en un barrio llamado desde entonces Shāhibābād. A menudo residió más en Isfahān, ya que él mismo era nativo de la cercana ciudad de Tāliqān, y fue en Isfahān donde eligió ser enterrado. Su muerte fue inmediatamente seguida por la confiscación de sus propiedades por el empobrecido Fakhr al-Dawla, quien pronto iba a encontrar la oposición de su esposa Sayyida quien, tras su muerte, asumió el control personal total del gobierno de Ray hasta la exclusión de sus propios hijos, el mayor de los cuales, a saber, Majd al-Dawla, había estado disfrutando de la más cuidadosa educación con vistas a su futura sucesión. Su tutor había sido el distinguido estudioso y dramático Ahmad b. Fāris de Hamadān, cuyo más ilustre pupilo en su ciudad natal era Badī’ al-Zamān Hamadāni, precursor literario de Harīrī, autor del famoos Maqāmāt. Ibn Faris era un persa, pero es significativo el que, como su visir Sāhib b. ‘Abbād, fuera un ferviente defensor del árabe contra los ataques del movimiento Shu’ūbiyya, que defendía el crecimiento del persa a expensas del árabe.


IV. El declive del imperio būyí

Bahā’ al-Dawla, después de prolongados esfuerzos, había logrado finalmente restaurar alguna apariencia de unidad al imperio. No obstante, también fue testigo del comienzo del declive del poder būyí en el norte y había tenido que aceptar una considerable reducción de su influencia en Iraq. Murió en Fārs, en diciembre de 1012, en Arrajān, esa ciudad que desde el comienzo del periodo būyí había sido la sede favorita de los āmires principal. Puede decirse de su reinado, por buenas razones, que se dividió en dos mitades casi iguales, la primeras de las cuales se extendía desde su ascensión en 989 hasta el cambio de siglo y se inició con las luchas por la sucesión de ‘Adud al-Dawla, y siendo el segundo el periodo de āmirato principal indiscutido que pasó enteramente en Fārs y estuvo marcado por la ausencia de ninguna intervención personal en Iraq o en el norte. Poco antes de su muerte había nombrado a su hijo Abū Shuja’, que nació en 993 y vivía en Bagdad, como sucesor. De acuerdo a la costumbre que ya estaba consagrada por la tradición, a Abū Shuja’ le fue conferido un doble título: Sultān al-Dawla wa ‘Izz al-milla. El nuevo āmir principal inmediatamente salió hacia Shīrāz para asumir las riendas del gobierno y poner los asuntos del gobierno en orden. Permitió a sus dos hermanos menores participar en este al nombrarles gobernadores: Abū Tāhir Jalāl al-Dawla (nacido en 993-4), que había sido educado con él en Bagdad, fue hecho responsable de Basra, mientras Abū’l-Fawāris Qawām al-Dawla (nacido en abril de 1000) le fue confiado Kirmān.

Como su padre, Sultān al-Dawla consideró Shīrāz como su residencia oficial. Incluso no juzgó necesario acudir a Bagdad a tomar parte en su propia solemne investidura; en su lugar el Califa había enviado los documentos requeridos y la insignia a Shīrāz. Tres años pasaron antes de que regresara a Mesopotamia, e incluso entonces solo llegó hasta Ahvāz, donde recibió al gobernador de Bagdad en audiencia. En 1017/18 visitó Iraq de nuevo y revisó su relación con los ‘Uqaylíes. La oportunidad que fue ofrecida por su ausencia de Shīrāz, fue inmediatamente aprovechada por Qawām al-Dawla, que ahora invadió Fārs desde Kirmān y ocupó la provincia. En este paso estuvo apoyado por los Ghaznawíes, que habían anexionado la provincia vecina de Sīstān y ahora, por primera vez, estaban jugando un papel activo en la política būyí. El ataque de Qawām al-Dawla fue rechazado. No obstante, fue la señal para prolongadas disputas entre los hijos de Bahā’ al-Dawla. Después de que estas hubieran continuado durante varias décadas, la unidad, meticulosamente construida, del imperio fue destruida. Una vez que Qawām al-Dawla fue expulsado de Fārs, el āmir principal consideró la situación allí lo suficientemente estable como para permitirle regresar a Bagdad y concentrar su atención en esa región del imperio, que había sido descuidada por su padre. Este proyecto se inició con un éxito espectacular; realmente logró someter las tierras de ciénagas, esa área que había desafiado hasta el momento repetidamente todos los intentos por conquistarla. Pero pronto se encontró con un problema que siempre había sido particularmente agudo en Iraq, la tradicional rivalidad entre los daylamíes y los turcos. Los primeros siempre se habían sentido más en casa en Irán, y el gobierno būyí en Iraq había tendido, por tanto, a depender en gran parte de los turcos. Los últimos ahora pedían que Abū ‘Alī (Musharrif al-Dawla), hermano menor de Sultān al-Dawla (nacido en 1003), fuera hecho āmir. Las prolongadas negociaciones dieron lugar al retorno de Sultān al-Dawla a Shīrāz y su reconocimiento a su hermano en Bagdad como vasallo con el título de “Rey de Iraq”. Cuando intentó revertir la situación por la fuerza de las armas y fue derrotado, se encontró obligado a renunciar a su autoridad sobre Iraq. Musharrif al-Dawla asumió ahora el título de “Shāhanshāh” y se declaró igual que Sultān al-Dawla. En un tratado final celebrado en 1022-3, el status quo tuvo que ser aceptado permanentemente. Los tres hermanos mantenían todos ahora el título de “Shāhanshāh” y no había ya ningún “āmir principal” en el sentido tradicional del término.

El primero en aprovecharse de la situación del imperio fueron los Kākūyíes de Isfahān. Tras la muerte de Badr b. Hasanwayh, parte del territorio kurdo había sido ocupado por Shams al-Dawla, gobernante de Hamadān, mientras que el restante había sido invadido por los ‘Annazíes de Hulwan. Más tarde Shams al-Dawla se volvió a los Kākūyíes en busca de ayuda para suprimir una rebelión en Hamadān. Cuando murió y fue sucedido por su hijo Samā’ al-Dawla, los Kākūyíes tomaron Hamadān (1023-4) y procedieron a expulsar a los ‘Annāzíes de Hulwan. Musharrif al-Dawla intervino ahora. Aunque los Kākūyíes fueron obligados a retirarse, lograron mantenerse en Hamadān y consolidar su tratado con Musharrif al-Dawla por una alianza matrimonial. El centro de su poder, Isfahān, entró ahora en una segunda edad de oro, comparable con la quería disfrutado bajo Rukn al-Dawla.
La posición de Musharrif al-Dawla en Bagdad siempre había sido precaria debido al hecho de que dependía de la buena voluntad de la soldadesca que le había llevado al poder. Cuando murió en mayo de 1025, poco después que su rival Sultān al-Dawla, que murió en Shīrāz en diciembre de 1024, la elección de su sucesor estuvo una vez más en sus manos. No fue hasta junio de 1027 cuando finalmente se decidieron por su hermano Jalāl al-Dawla, más que por el hijo mayor de Sultān al-Dawla, Abū Kālījār, que mientras tanto había llegado a estar envuelto en una amarga lucha con Qawām al-Dawla de Kirmān. Pero una vez que Abū Kālījār se deshizo de Qawām al-Dawla, envenenado, como cuentan las fuentes- decidió renovar sus pretensiones al trono en Bagdad, y ocupó Basra. La autoridad de Jalāl al-Dawla hasta el momento había estado restringida al área alrededor de Bagdad y Wāsit, y estaba inmerso en disputas crónicas con sus propias tropas, con el Califa jugando el papel de mediador hasta que culminó en un motín organizado por el general turco Bārstoghan en 1036/7. Abū Kālījār aprovechó esta oportunidad y marchó contra Bagdad. Aunque fracasó en ocuparla, logró ganar el reconocimiento como āmir principal, y acuñó moneda llevando el título de “Shāhanshāh”. Los ‘Uqaylíes y otra tribu árabe, los Asadíes, prefirieron, sin embargo, ver a un gobernante débil sobre el trono en Bagdad, con el resultado de que provocaron la reinstalación de Jalāl la-Dawla. El status quo por tanto fue ratificado por tratados entre los dos príncipes rivales, que desde entonces gobernaron sobre estados totalmente independientes y llevaron idénticos títulos hasta la muerte de Jalāl al-Dawla en 1044.

Abū Kālījār bien pudo haberse convertido, en todo el imperio, en el gobernante, cuya posición en su hogar hubiera estado más segura. Pero se enfrentó a problemas similares a los de Jalâl al-Dawla en Bagdad. Su ejército, que había comenzado por manejarlo más bien torpemente, estaba constantemente amenazando con amotinarse, e Ibn al-Athīr nos cuenta que sentía aversión por los habitantes de Shīrāz. En consecuencia prefería residir en Ahvāz incluso después de se hubiera liberado de la maligna influencia de su poderoso y astuto tutor, el eunuco Sandal. La firma del tratado de paz entre él mismo y Jalāl al-Dawla, no obstante le permitió redirigir alguna atención sobre el Irán mismo, donde la influencia de los Ghaznawíes se había incrementado mucho desde que Mahmūd se había convertido en su líder. Había estado ocupado durante casi treinta años con campañas en la India, aparentemente para expandir la fe, pero realmente en busca de botín. En 1029, no obstante, poco después antes de su muerte, coronó sus éxitos con la conquista de Ray, cuyo gobernante, Majd al-Dawla, irónicamente había requerido su asistencia contra sus propias tropas amotinadas.

La anexión de Ray por los Ghaznawíes produjo una nueva situación en Irán septentrional. Los Ziyāríes de Gurgān perdieron su independencia y fueron obligados a pagar tributo, mientras que el hijo y sucesor de Mahmūd, Mas’ūd, que había sido nombrado gobernador de Ray, había sido rápido en poner sus manos sobre Isfahān y Hamadān también, forzando al Kākūyí ‘Alā’ al-Dawla a volverse hacia Abū Kālījār en busca de ayuda, aunque en vano, estando éste último ya dedicado a la guerra en Iraq meridional. Después de la muerte de Mahmūd en abril de 1030, ‘Alā’  al-Dawla hizo un inútil intento por recuperar su trono. Solamente se le iba a permitir retornar a él cuando unos años más tarde acordara convertirse en vasallo de los Ghaznawíes. Pero el poder ghaznawí en Khurāsān y Ray ya había pasado su cenit, como se demostró por su fracaso en capturar Kirmān. Una nueva fuerza había surgido en el área en la forma de los Saljuqs, cuya base ya había cambiado durante el reinado de Mahmūd de Transoxiana a Khurāsān, gracias a la gracias al complot de las tribus nómadas turcas Oghuz en esa región. Solo 12 años después de su primera aparición en la provincia infligieron una derrota a los Ghaznawíes en 1035. En mayo de 1040 otra decisiva batalla tuvo lugar en Dandānqān, al suroeste de Marv, desde la que los Saljuqs emergieron como vencedores. En este punto, los Ghaznawíes desaparecieron de la escena política en Irán, desde ahora en adelante su lugar iba a ser ocupado por los Saljuqs.

V. La unificación final y el colapso del imperio Būyí

La muerte de Jalāl al-Dawla en marzo de 1044 llevó a Abū Kālījār a un gobierno sin restricciones sobre Bagdad y las provincias orientales, una meta por la que había estado luchando durante años. Prácticamente no encontró oposición. No había ya ningún pretendiente serio al āmirato principal que perteneciera a la generación de Jalāl al-Dawla, y Fana-Khusraw, hijo de Majd al-Dawla que había sido expulsado por los Ghaznawíes, estaba ocupado en una guerra perdida para preservar alguno de los vestigios de los anteriores dominios de su padre de los estragos de las tribus Oghuz y los Saljuqs. De este modo, la posición de Abū Kālījār era en términos generales, de ningún modo desfavorable. Aunque sus ambiciones en Iraq no habían encontrado ningún éxito durante el reinado de Jalāl al-Dawla, al menos había tomado un control firme de Basra al nombrar a su propio hijo como gobernador, y había empleado el tiempo durante el cual el poder y prestigio de su rival estaban ocupados en consolidar su propia autoridad en Irán. Un ataque por los Ghaznawíes en Kirmān en 1031 había sido rechazado, y habían sido expulsados de Khurāsān también por la decisiva victoria de los Saljuqs en Dandānqān. Los Saljuqs, por su parte aún estaban ocupados reforzando sus posesiones en el norte de Irán, y aunque Toghrïl Beg había aparecido realmente en Ray en 1042-3 para restaurar el orden después de que la provincia hubiera sido devastada por los Oghuz, la situación en Hamadān e Isfahān aún estaba lejos de ser clara. En Isfahān, el Kākūyí ‘Alā’ al-Dawla había muerto en 1041 y dos de sus hijos estaban luchando por la sucesión. Sin embargo, los Saljuqíes aún no eran lo bastante fuertes para arrebatárselo. Por tanto, Abū Kālījār aprovechó la situación sin resolver y declaró su propia autoridad nominal de corta duración sobre él, solo para encontrar que ambos pretendientes rivales preferían reconocer a la autoridad saljuq sobre Hamadān e Isfahān antes que la suya. La situación en Fārs era suficientemente estable, mientras tanto, para permitirle visitar Bagdad, para asumir el āmirato principal y recibir el título suplementario "Muhyī al-Dīn" ("que da fuerzas a la religión") junto con el reconocimiento formal de varios gobernantes mesopotámicos, que estaban de acuerdo todos en preferir como principal āmir a un būyí al que ellos conocían antes que un saljuq que bien podría demostrar ser menos tratable. Tales éxitos provocó que los Kākūyíes regresaran a su alianza con él, pero su acción rápidamente llevó a violentas represalias de parte de Togrïl Beg, y a su debido tiempo Abū Kālījār se encontró obligado a seguir la más sabia política de negociar un tratado de paz con su oponente saljuq, que estaba debidamente cimentado con las alianzas matrimoniales habituales.

La paz que resultó iba a ser rota, no obstante, en la provincia que había estado jugando un papel crítico en el desarrollo político del imperio, a saber, Kirmān. Su gobernador Būyí se colocó bajo el mando de Qāvurt, que era sobrino de Togrïl Beg e iba a convertirse en el fundador de la dinastía saljuq de Kirmān. Parece que Qāvurt había estado actuando por propia iniciativa en esto, y Abū Kālījār se consideró como autorizado a tomar medidas contra el traicionero gobernador por su violación del tratado de paz. Iba a ser su última compaña. El gobernador envió mensajeros para reunirse con él cargados de regalos como símbolo de su renovada alianza. Entre esos obsequios estaba una muchacha de su harén a quien se encomendó una tarea secreta que debidamente llevó a cabo. En octubre de 1048 Abū Kālījār murió inesperadamente a la edad de 38 años después de participar de un plato de hígado de venado asado.

Fue la inteligencia y la perseverancia de Abū Kālījār la que hizo posible para él unir los territorios tradicionales de los Būyíes con Iraq. No se sabe prácticamente nada de sus éxitos culturales y administrativos, o de sus actitudes religiosas. El misionero isma'ilí al-Mu'ayyad fi'l-Dīn, que estaba al servicio de los Fātimíes y pasó algún tiempo en la corte de Abū Kālījār, pretende que él se convirtió realmente en āmir principal. Pero es más probable que, fiel a la tradición dejara depender su actitud hacia los asuntos religiosos de las consideraciones políticas. El título suplementario que le otorgó el Califa es indicio suficiente de su habilidad para cambiar de rumbo. La mayoría de los deberes administrativos del imperio cayó sobre los hombros de su visir Bahrām b. Māfinnā, hombre de carácter ejemplar y considerable educación, que fundó una biblioteca de unos 7.000 volúmenes en Fīrūzābād, ciudad que había sido floreciente incluso desde la reconstrucción que hizo de ella 'Adud al-Dawla. El āmir principal parece por su parte haber residido preferentemente en Shīrāz, que él había fortificado durante el tenso periodo de su confrontación con Toghrïl Beg, pero que por otra parte todavía debía la mayoría de su esplendor al reinado de 'Adud al-Dawla.

La secesión del gobernador de Kirmān fue el preludio del desorden que estalló después de la muerte de Abū Kālījār y finalmente precipitó el colapso del imperio Būyí. Sus causas inmediatas eran una vez más las deficiencias que siempre habían acosado a la dinastía: la falta de fiabilidad de los soldados y las disensiones entre los hijos del monarca. Abū Nasr Khusrau Fīrūz ascendió al trono en Bagdad con el título "al-Malik al-Rahīm", pero no se conoce nada de su carrera previa. Kirmān ya se había perdido y 'Umān siguió en 1050-1, pero más serio que esto era la renovada división del imperio en dos mitades opuestas, Iraq y Fārs. Ésta último había recaído en Abū Mansūr Fūlād Sutūn, que, en lugar de concentrarse en al tarea más importante de mantener a raya a los aspirantes a invasores extranjeros, se enzarzaba en una prolongada lucha con su rival en Bagdad no tanto para ganar la supremacía sobre todo el imperio como para mantener su autoridad en Fārs y extenderla a Khūzistān también. De hecho, esta situación equivalía a reasumir la lucha que se había llevado a un fin provisional por el tratado entre Jalāl al-Dawla y Abū Kālījār diez años antes. Al principio, parecía que Bagdad sacaría ventaja en esta ocasión; pero habiendo tomado Shīrāz (1049), al-Malik al-Rahim fue obligado a volver a Iraq a causa de la hostilidad entre los turcos y los daylamíes y también a causa del empeoramiento de la situación allí. No obstante, el āmir principal infligió una derrota a Abū Mansur y sus aliados en 1051-2 y así logró reunificar Fārs e Iraq. Pero Abū Mansur, en su aprieto se volvió hacia Togrïl Beg por ayuda, y con la toma de Shīrāz en 1053-4 realmente le reconoció como su señor en la khutba, mencionando al āmir principal en segundo lugar -prueba suficiente del dilema būyí durante este periodo y la cautela de Tugrïl Beg al tratar con los Būyíes y el Califa; el reconocimiento oficial era su primer objetivo. Al recibir a los separatistas del campamento būyí con todo el debido honor, astutamente mejoró su posición. Pronto Khūzistān había caído ante él, devastado por el pillaje turco, y los 'Uqaylíes decidieron pagarle tributo.

Esta serie de sucesos aisló a al-Malik al-Rahim en Iraq; el panorama estaba ciertamente sombrío. Pero antes de actuar, Toghrïl Beg se detuvo para revisar su posición. Sus relaciones con el Califa eran tensas. Éste último le hizo responsable del saqueo y el pillaje llevado a cabo por los Oghuz aunque de hecho había tenido la mayor de las dificultades en tenerlos a raya. Además el Califa al-Qā’im (1031-1075) de ningún modo estaba impaciente por ser liberado de los Būyíes Shī’íes por el sunní Toghrïl Beg como generalmente se había supuesto hasta el momento, ciertamente el Califato estaba ahora, al menos en el mismo Bagdad, disfrutando un poder sin precedentes en la historia reciente, y este poder estaba creciendo en proporción al declive de los Būyíes. Cambiar al débil āmir principal por el poderoso Toghrïl Beg era difícilmente un rumbo que se recomendara. En este punto, a Toghrïl Beg se le ocurrió una brillante idea. Apareció en Bagdad con la apariencia de un peregrino con destino a La Meca, declarando que a su vuelta tomaría las armas contra los Fātimíes. El Califa no pudo sino aprobar tales pías intenciones; además la llegada de Toghrïl Beg a Bagdad el viernes 17 de diciembre de 1055 significaba que la khutba tenía que llevarse a cabo en su nombre seguida por la de al-Malik al-Rahim. Generosamente Toghrïl Beg consintió ahora en considerar al Būyí de Bagdad como su vasallo, y el Califa sabiamente recomendó al Būyí su protección. El estado de los asuntos duró apenas una semana. Quizá Toghrïl Beg había previsto lo que ocurriría; los ciudadanos de la ciudad se volvieron intranquilos, acusando a los soldados saljuqs de cometer actos de saqueo y apelando al āmir principal para que les expulsara de la ciudad. Convocado al campamento saljuq para las negociaciones, fue él mismo acusado de ser responsable de represalias contra las tropas saljuqs y, a pesar de las protestas del califa, fue arrestado. El gobierno būyí en Bagdad había llegado a su fin.

Los saljuqs, no obstante, todavía no habían derrotado toda la oposición en Iraq. Una insurrección contra ellos fue organizada ahora por Bāsasīrī, un esclavo que había sido un favorito del anterior āmir principal. Durante cinco años la lucha arrasó con cada bando capaz de sacar ventaja. Después de incontables vicisitudes Bāsasīrī se volvió hacia los Fātimíes en busca de apoyo militar y financiero y fue nombrado virrey fātimí en Iraq. La mayoría de los gobernantes árabes en Mesopotamia estaban aliado con ellos y a fines de 1058 logró realmente tomar Bagdad misma, donde la Khutba fue desempeñada en nombre de los Fātimíes mientras el Califa ‘Abbāsí fue sacado de la ciudad y residió en Hadītha en el Eúfrates. Pero Toghrïl Beg finalmente demostró ser el más fuerte. Cuando marchó sobre Bagdad, el breve momento de triunfo de Bāsasīrī llegó a su fin. La insurrección se colapsó, y casi exactamente un año después de su captura de la ciudad, huyó de ella, solo para ser asesinado en una escaramuza cercana.

Los Būyíes en Shīrāz era capaces de resistir más tiempo que su colega en Bagdad. Después de casi un siglo de tranquilidad, el corazón del imperio būyí había experimentado una vez más los horrores de la guerra durante el reinado de al-Malik al-Rahim, y estos fueron seguidos por los horrores incluso más crueles de la depredación Saljuq. Isfahān y el país circundante ya habían sufrido severamente cuando Tughïl Beg asedió la ciudad en 1050-1. Un destino similar fue desviado de Shīrāz, por Abū Sa’d Khusraw Shāh, hermano y virrey de al-Malik al-Rahim en Fārs en 1052-3. Pero al final los Saljuqs, con su movilidad de combate, se demostrarían superiores a los mercenarios de los Būyíes, y la rica e inexpoliada provincia de Fārs no iba escapar de su avaricia por el saqueo, especialmente desde que el resto del país ya había sido dejado agotado por las tribus Oghuz. En 1050-1 Alp Arslan, el futuro gobernante saljuq, emprendió una incursión en la provincia sin el conocimiento de Toghrïl Beg. Un ataque sorpresa en Fasā infligió serias pérdidas en sus defensores, y cargados con el botín, se retiraron sin alcanzar Shīrāz. Pero la fuerza interna de Shīrāz estaba siendo debilitada por las disensiones entre los hijos de Abū Kālījār que habían crecido en intensidad especialmente después de la deposición de al-Malik al-Rahim. Abū Mansūr había eliminado a su hermano, Abū Sa’d, pero él mismo había sido asesinado en 1062 en una revuelta liderada por el kurdo Fadlūya, que se convertiría en el fundador de la dinastía Fadluyí que gobernó Shabānkāra (Dārābjird) hasta el comienzo del siglo XIV. En el verano de 1062 Shīrāz fue finalmente tomada por el gobernador saljuq de Kirmān.

El destino de los otros hijos de Abū Kālījār se pierde en la oscuridad y confusión del periodo siguiente. Por su parte al-Malik al-Rahim murió en cautividad en la ciudadela de Ray en 1058-9. Solo los Kākūyíes solo tuvieron éxito, al menos en parte, en esquivar los peligros de este periodo de invasión saljuq. Sobre la caída de Isfahān después de un asedio de un año, al Kākūyí Faramurz b. ‘Alā’  la-Dawla le fueron concedidos los feudos de Yazd y Abarquh por los Saljuqs, y él y sus sucesores elevaron a Yazd a un estado de relativa prosperidad hasta que su dinastía se extinguió y fue reemplazada por atabegs a mediados del siglo XII. El mayor ejemplo de ‘Adud al-Dawla en Shīrāz sobrevivio así en Yazd, cuando los Kākūyíes la embellecieron, construyeron mezquitas, canales y murallas. Uno de los últimos atabegs que les siguieron, significativamente llevaba el título ‘Alā’  al-Dawla –título que una vez había sido llevado por el fundador de la dinastía Kākūyí.

Dinastía Buyí (Buwayhí)


BIBLIOGRAFÍA.

C. E. BOSWORTH: Iran under the Buyids. Capítulo 7 del Volumen IV de la Cambridge History of Iran: "From Arab Invasion to the Saljuqs".

J. J. DONOHUE: The Buwayhíd Dinasty in iraq 334h, 945 to 403h, 1012.