I. La Ruptura del estado
Omeya a comienzos del siglo XI
a) El deterioro político
institucional
En el año 366 de la Hégira/976 de nuestra era, cuando fue
proclamado Califa Hišām II,
a la muerte de su padre al-Hakam
II, la dinastía omeya había cumplido en el poder, en al-Andalus, doscientos veinte años. Sus derechos a la soberanía de todo el país habían sido
discutidos y contrariados a lo largo de ese período extenso por las demás entidades
poderosas, como fueron determinados linajes árabes, beréberes o muladíes, que
tuvieron pretensiones autonomistas y consiguieron realizarlas. Incluso un siglo
antes de la fecha que nos ocupa se había generalizado la fragmentario del
país, de tal modo que al Emir ‘Abd
Allāh apenas le había quedado
sino Córdoba. La ascensión del Emirato al Califato con que ‘Abd al-Rahmān III significó su renovado control sobre
todo el territorio andalusí parecía haber instaurado un orden sin fisuras, mas
no fue así. Su dinastía comenzó a apagarse desde la muerte de su mismo sucesor,
al-Hakam II.
Hasta entonces, siempre salvó
a los Omeyas andalusíes, su sólida legalidad, su mantenimiento de todos los
requisitos que la teoría política islámica acuerda han de cumplirse para
ejercer la soberanía, desde la misma raíz de su descendencia de los Califas de
Damasco hasta la misma línea de sucesión directa y sin teóricos fallos que
podían exhibir desde ‘Abd al-Rahmān I hasta al-Hakam II. Pero el hijo de éste,
Hišām II, carecía de algunos requisitos imprescindibles. Aunque los cronistas
árabes evitan enfrentarse al hecho con precisión, ofrecen en general las
suficientes pistas y sobre todo uno de ellos, Ibn
al-Jatīb, enumera la falta de condiciones para que Hišām
II fuera proclamado Califa, en 976, como ocurrió: era menor de edad, pues
tendría unos diez años, y bien significativo es que, frente a tantos datos
cronológicos de las biografías de soberanos con que solemos contar, en esta ocasión no exista una referencia puntual al año de nacimiento de éste. Pero es
que además tenía Hišām alguna deficiencia constitucional, alguna disminución,
no sabemos bien cuál, pues Ibn al-Jatīb lo indica de forma
general. De todos modos, es posible que la solidez de la institución hubiera
diluido ambos fallos, el de la edad, por circunstancial, y el otro quizá
también, pues todavía a mediados del siglo el régulo de Sevilla hizo uso de la
imagen califal de Hišām II; ahora bien, a esas
deficiencias se añadió un hecho, insólito en al-Andalus, que provocó las
reacciones de la poderosa familia omeya, cuando vió perdido el poder, las
reacciones de los nuevos estamentos que se beneficiaban del cambio, más las
actuaciones de quienes tanta agitación movió, y así se desencadenó la guerra
civil.
El reactivo fue el
acaparamiento del poder efectivo realizado por Muhammad b. Abī ‘Amir Almanzor, seguido por sus hijos, que
cada vez aumentaron sus pretensiones soberanas. El desdoblamiento entre el
ejercicio de la soberanía califal y la real ha ocurrido a lo largo de la
historia entera del Califato islámico, pero en al-Andalus provocó reacciones
desde el principio, reacciones encabezadas por miembros de la familia omeya,
reprimidas con toda eficacia por Almanzor, y a través de las cuales suprimió a
familiares muy significativos del Califa, pero, claro está, a todos no, y entre
los que quedaron hubo varios que, en cuanto pudieron, enarbolaron la bandera de
su causa, llegando en muchos casos al Califato, entre 1009 y 1031, ya en la
carrera desenfrenada que se produjo por ocupar el poder.
Almanzor dejó al Califa Hišām
las prerrogativas de que su nombre se siguiera pronunciando en las oraciones
oficiales y continuara figurando en las inscripciones de las monedas y ropas de
honor, pero procuró que más allá de esas fórmulas, el Estado tomara un aspecto
propio, ‘āmirí, ya no omeya, situando en los puestos de la administración
y del ejército a nuevas gentes afectas a él, de manera que los principales cuadros del poder, en el siglo XI, arrancan del todopoderoso hāŷib,
como fueron los eslavos, por él empleados para controlar áreas de la administración civil, sobre todo, o los nuevos contingentes de beréberes
traídos del Magreb para realizar con ellos la reforma del ejército, donde
sustituyeron a las formaciones tradicionales andalusíes, o incluso a familias o
grupos familiares del mismo al-Andalus, hasta entonces no destacados, pero
empleados por él de preferencia a los ya establecidos. Una nueva
clase ‘āmirí, que por Almanzor y luego por sus hijos tuvo el poder, no se
resignó con perderlo cuando cayeron los ‘āmiríes, y se lanzó a
asegurárselo como fuera entre las turbulencias de la guerra civil, siendo así
uno de los factores determinantes de la autonomías de las taifas.
Almanzor murió en 392/1002, y
tales fueron sus éxitos, que oscureció por sí solo muchos posibles descontentos
que su ejercicio absoluto de poder propiciara, aparte de que fue un ejemplo de
rigor en la represión de rivalidades y protestas. Tampoco tuvo éxito ninguna
oposición fraguada contra su hijo y sucesor ‘Abd al-Malik al-Muzaffar,
que rigió los destinos andalusíes desde la muerte de Almanzor, ramadan
392/agosto 1002, hasta su propia muerte, el 16 de safar 399/20 octubre 1008,
aunque se tramaron algunas, como la encabezada por su propio visir ‘Isà
b. Sa'īd, encaminada a poner en el trono a un omeya, nieto de ‘Abd
al-Rahmān III, llamado Abū Bakr Hišām b. ‘Abd
al-Ŷabbār,
conjura que fue ahogada en sangre, el 4 de diciembre de 1006; ahora bien, si
este príncipe no lo logró, sí en cambio, en febrero de 1009, poco más de dos
años después, triunfará el golpe de estado de un hijo suyo, Muhammad
b. Hišām al-Mahdī.
Mientras tanto, ‘Abd al-Malik al-Muzaffar utilizaba las mismas fórmulas de
gobierno que a su padre le dieron éxito y traía más beréberes del Magreb y
encumbraba a más esclavos en su entorno, donde ya aparecen algunos que después
se alzarán con poderes de taifas, como Muyāhid, Zuhayr y Jayrān.
A la muerte inesperada de
al-Muzaffar le sucedió su hermano ‘Abd al-Rahmān Sanchuelo, cuya
incapacidad y desmesura solo le permitió conservar el poder cuatro meses, hasta
el 16 ŷumādà II 399/15 febrero 1009, y la vida unas dos semanas más. Bien
es verdad que esta vez una ‘āmirí, la madre de al-Muzaffar, alentó la conjura,
pero es que, sobre todo, una acción de Sanchuelo había colmado la medida: hizo
que el Califa Hišām II le designara sucesor al Califato, disposición refrendada
por un acta oficial fechada en noviembre de 1008. Conservado este interesante
texto por varias fuentes, su lectura provoca estupor por la prepotencia ciega
conque sus promotores parecen confiar en manejar la situación y domeñar a
descontentos, incrédulos y perjudicados. Hišām II no tenía hijos, pero sí
familiares omeyas, en puridad sus sucesores legítimos, y el acta manifestaba
que el Califa no había hallado ninguno entre ellos ninguno digno de nombrar.
Sanchuelo no era Qurayšī, ni siquiera pertenecía a linajes ‘adnāníes, lo cual
en muchas concepciones políticas islámicas era requisito para acceder al
Califato; pertenecía a la rama de los árabes de Qahtān.
b) El golpe de estado de
al-Mahdī.
Por fin, iba a triunfar un
golpe de estado promovido por los Omeyas, que intentaban recuperar los puestos
perdidos. Esta vez, el complot fue encabezado por un bisnieto de ‘Abd
al-Rahmān III, llamado Muhammad b. Hišām b. ‘Abd
al-Ŷabbār, hijo, por tanto, de aquel Hišām que había procurado ocupar
sin éxito el Califato, en diciembre de 1006. Muhammad tomó el Alcázar de
Córdoba, el 16 ŷumādà II 399/15 febrero 1009, haciendo abdicar
a Hišām II, y haciéndose proclamar Califa con el título de "el
Bien Guiado por dios", al-Mahdī bi-llāh, que naturalmente era usado con toda su significación,
procurándose que se apreciara así en el acto de fuerza su sentido salvador.
Armó a la plebe cordobesa, buscando en ellos y en su apoyo compensar el del
ejército regular que se hallaba en campaña con Sanchuelo, y buscando así un
círculo propio de poder para contrarrestar a eslavos y beréberes, servidores de
los ‘āmiríes.
Era la primera vez en doscientos cincuenta y tres años de historia andalusí que un golpe de estado quitaba de en medio al soberano legal, cuya vida se respetó entonces, aunque
Sanchuelo pagaba con la suya todos los males, el 3 raŷab 399/3 de marzo 1009;
la ciudad palatina ‘āmirí, la famosa Madīnat
al-Zāhira de
Almanzor, ya estaba para esa fecha totalmente arrasada, y con tanta saña que en
su solar no queda más que una sombra.
Este golpe de estado cerró,
una época y abrió otra. Abrió la fitna o "guerra
civil" y clausura el "consenso" interior. Las fuentes árabes
califican, en efecto, a Hišām II como "último jefe de la
comunidad" y a Muhammad al-Mahdī como "primer
soberano de la fitna" o guerra civil; él, desde luego,
contribuyó de forma espectacular a la separación de las distintas facciones y a
su enfrentamiento. Lo indicó en su tiempo Ibn Hayyan, señalando cómo este nuevo
Califa "causó que todo se echara a perder y la grande y larga contienda
que los andalusíes llaman 'fitna beréber', aunque más justo
y acertado sería que la denominasen 'fitna de al-Mahdī'.
Al-Mahdī temía, sin duda, a los próximos servidores del régimen ‘āmirí, los beréberes
llegados del Magreb en los últimos años, y a los eslavos; y de ninguna manera
se los supo ni procuró bienquistar. Propició las reacciones populares en contra
de aquellos beréberes "nuevos"; Ibn Hayyān, algunos años
después, todavía recordaba con pormenor la vejación de que fue objeto Zāwī,
uno de los más conspicuos jefes beréberes, dueño enseguida de la taifa de
Granada, delante de la puertas del palacio califal cordobés, donde a duras
penas la multitud le dejó llegar, para ser allí obligado a descabalgar,
mientras la guardia de al-Mahdī golpeaba su caballo.
Amenazados del saqueo estaban los beréberes de la Ruzafa. Entre
ellos y los demás se abrió un abismo de rencor. Pero además, en el mismo mes de
marzo de 1009, desterró al-Mahdī de la capital a un grupo de poderosos
eslavos, que desde entonces decidieron "reconstruir" todo su poder en
el Levante de al-Andalus.
Por si fuera poco, sus maniobras con Hišām II -a quien recluyó
en una casa de Córdoba, mientras hacía enterrar como si fuera él a un
muerto cualquiera, el 27 de ša‘bān/26 de abril- levantaron a otros Omeyas contra al-Mahdī, que
hubo de prender al más representativo de ellos, Sulaymān, hijo
de ‘Abd al-Rahmān III, y al que, incluso, al-Mahdī tenía
nombrado su sucesor. Hišām, un hijo de este Sulaymān, se alzó en las cercanías de Córdoba, y se le unieron los
beréberes, proclamándose con el título de al-Rašīd. Fue apresado en un asalto a Córdoba,
en junio de 1009, pero continuó la causa su sobrino Sulaymān b. al-Hakam b. Sulaymān b. ‘Abd al-Rahmān III. Los soldados beréberes se
apostaron en Guadalmellato, mientras sus familias, en Córdoba, eran objeto de
ataques de todo tipo. Los beréberes alzaron a este Sulaymān,
y después de una campaña por la Marca Media, derrotaron al caíd de la Marca, el
eslavo Wādih, el cual se retiró a Córdoba, y allá fueron también los beréberes
con su imān Sulaymān.
c) Sulaymān
al-Musta‘īn Califa y retorno de al-Mahdī, Hišām II y
al-Musta‘īn
El 11 rabī‘ I 400/3 noviembre 1009 llegaron los beréberes, entre los que sobresalía Zāwī, con su imān, a las cercanías de la capital, y dos días después barrían al ejército que intentó oponerles al-Mahdī. Tres días después los vencedores ocupaban el Alcázar y proclamaban Califa a Sulaymān, con el título de al-Musta‘īn bi-llāh, "el que implora la ayuda de Dios". Al-Mahdī se ocultó, tras haber intentado jugar la baza más legítima de rehabilitar a Hišām II: su primera y fallida vuelta a escena. Mientras, al-Mahdī, huido a Toledo, era reconocido por la Marca Media, y con sus agentes, más la ayuda de los condes de Barcelona y de Urgell, derrotaron a los beréberes de Sulaymān a poca distancia de Córdoba, en El Vacar, en junio de 1010.
Los beréberes levantaron sus asentamientos en Madīnat al-Zahrā‘, y partieron hacia el sur, perseguidos por al-Mahdī, que esta vez fue derrotado por ellos, en el Guadiaro, en aquel mismo mes de junio. Los beréberes empezarían ya a exigir o a acordar con algunos territorios del sur la recogida de impuestos, a cambio de "protección", de lo cual derivaría pronto la instalación de los Zīríes en Elvira-Granada y Jaén, de los Jizrūníes en Arcos, de los Birzalíes primero en Jaén y luego en Carmona, de los Dammaríes en Morón y de los Yafraníes en Ronda, aunque algunos de ellos oscilarían por varias tierras hasta fijarse en el lugar donde pudieron, al cabo, proclamar su taifa.
La victoria de El Vacar otorgó a al-Mahdī su segundo Califato en Córdoba, pero el eslavo Wādih, que hizo acudir a Jayrān y a otros ya lanzados a salvarse en sus autonomías taifas, o pre-taifas eslavas levantinas, procuraron el asesinato de al-Mahdī, el 8 dū l-hiŷŷa 400/23 julio 1010. La siguiente entronización del reaparecido Hišām II no logró volver la situación a su punto de partida. Muchos Omeyas rechazaron a Hišām II, y para los beréberes ya no existía más componenda que "su" Califa Sulaymān; y vinieron a cercar Córdoba. Desde Madīnat al-Zahrā‘ otra vez tuvieron asediada la capital, desde noviembre de 1010.
Hasta el 26 šawwāl 403/9 mayo 1013, el asedio beréber de Córdoba sometió a los cordobeses, con su entonces Califa Hišām II a la cabeza, a durísimos padecimientos, sin que el resto de al-Andalus fuera capaz de ayudar a su capital, aunque a veces, desde las Marcas, donde se encontraría intacta la estructura militar, se recomendaba a los cordobeses: "O hacéis las paces con los beréberes o les combatís seriamente. Desde luego, ni vosotros ni nosotros podemos con ellos. Tal vez debéis pedir ayuda [a los cristianos]".
Córdoba decidía a
ratos capitular y a ratos resistir, mientras en el Alcázar, un tal Ibn Munāwin,
que regía la situación, entró acompañado de los jefes de los eslavos y del
ejército regular a presencia de Hišām II, a comunicarle
cómo se había llegado al límite del aguante. Según Ibn Hayyān, el Califa,
cuando escuchó el grave estado de la situación se puso a llorar intensamente,
diciéndoles que actuaran según les pareciera mejor. En la
fecha indicada de mayo de 1013, tras un cerrado asedio de dos
años y medio, Córdoba se rindió por capitulación, a pesar de la cual los
beréberes entran a sangre y fuego. Sulaymān al-Musta‘īn fue proclamado
Califa por segunda vez. Hišām II debió ser asesinado.
d) Espaldarazo a las taifas por Sulaymān al-Musta‘īn
Volvió al Califato Sulaymān
al-Musta‘īn gracias sobre todo a las milicias beréberes y gracias también a
algunos apoyos andalusíes como el del tuŷībí Mundir, pronto
alzado con la taifa de Zaragoza, y que le había ayudado a ocupar de nuevo
Córdoba. De este modo, Sulaymān al-Musta‘īn aparece mediatizado
por quienes le habían llevado al poder, y entre otros destacaban los Zīríes,
por categoría y seguramente también por número.
Para compensar estas
ayudas, Sulaymān al-Musta‘īn les repartió concesiones
territoriales. Claro está que no tendría otro modo de pagarles, más que
firmándoles el dominio sobre unas tierras cuyos tributos pudieran obtener
ganancias, pero el paso fatal iba en dirección también a aumentar
la fragmentario de al-Andalus. Con la severa precisión que le
caracteriza, Ibn Hayyān cuenta cómo Sulaymān fue un desastroso
gobernante, y el cronista Ibn Hamādo por su parte recuerda cómo
dividió una parte de al-Andalus entre los jefes de las principales tribus de
beréberes magrebíes que operaban a su favor: a los Zīries les "dio" (a‘tà)
Elvira, es decir, Granada; a los Magrāwa el norte de Córdoba,
a los Banū Birzāl y a los Banū Yafran Jaén y sus dependencias,
a los Banū Dammar y a los Azdāŷa [Medina]
Sidonia y Morón, además de otros castillos, y a Mundir al-Tuŷibi le
"dio" Zaragoza.
El cronista menciona que
expresamente que esto ocurrió el mismo año en que comenzó Sulaymān
al-Musta‘īn su segundo Califato, el año 403/1013, y que esas
concesiones territoriales por él otorgadas tanto pudieron ser la confirmación
de dominios que ya vinieran disfrutando sus beneficiarios como comienzo de
nuevos poderes, aunque en todo caso sirvieron para aumentar el proceso
autonómico ya para esas fechas en curso, y que se iba agravando cuanto más se
debilitaba el poder central.
Hay que notar también que
todos los grupos beréberes agraciados entonces por las concesiones del Califa
Sulaymān mantuvieron en los años inmediatamente siguientes los
territorios que entonces les correspondieron, bien porque n acababan de
dominarlos, bien porque prefirieran otros, pues tenemos que los Birzāl se
alzaron con la taifa de Carmona y los Yafran con la de Ronda, mientras que
posiblemente los Magrāwa resultaron absorbidos por la taifa de Badajoz o quizá
por la de Toledo, y no figuran con taifa independiente alguna.
Parece que al principio de
aquel movido siglo resultaba recomendable poseer de verdad o figuradamente una
legitimación califal mientras que ya en sus finales la fuerza de su
legitimación mayor provenía del consenso de los súbditos, y esto explicaría la
oscilación de justificaciones del poder que esgrimen las fuentes.
Antes de terminar, y
violentamente, con su asesinato, el 22 muharram 407/1 julio 1016, Sulaymān al-Musta‘īn su
segundo Califato, aún llevó a cabo otra medida que originó más disensiones:
designó a uno de sus caídes, príncipe hammūdí, ‘Alī b. Hammūd, gobernador de Ceuta.
e) Una nueva dinastía:
los Hammūdíes, Califas de Córdoba
Al llegar al verano de 1016, la decadencia del poder central en
al-Andalus había traído por cosecha la constitución de enclaves taifas, de
autonomías más o menos asentadas entonces, alrededor de personajes autóctonos o
de beréberes y eslavos advenedizos, en: Albarrazín, Almería y Murcia, Alpuente,
Arcos, Badajoz, Carmona, Denia y Baleares, Granada, Huelva, Morón, Santa María
del Algarve, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza, aparte de otros
enclaves menores que se separaban o se unían a los más grandes, en el ritmo
ciertamente impreciso de los límites territoriales taifas.
Entretanto, la incapacidad del Califa Sulaymān, la reacción de antipatía
que producía el que fuera "el Califa de los beréberes y el caos cada vez
más generalizado habían producido algún intento de sustitución de Sulaymān por
otro Califa, sobre todo alentado desde las posiciones más contrarias de los
eslavos, y así, Muŷāhid al-‘āmiri, señor de Denia, proclamó
en Levante a un omeya, ‘Abd Allāh al-Mu‘aytī, en ŷumādà
II 405/diciembre 1014; según al-Raqīq, cinco meses permaneció aproximadamente
este Califa en Denia con Muŷāhid; luego fueron a Mallorca, desde donde el
régulo eslavo lanzó su expedición contra Cerdeña,
al regreso del cual, encontrando a "su" Califa con pretensiones en
demasía, lo destituyó, a comienzos de 1016, y lo envió al Magreb.
A comienzos de 1016 se alzó en Ceuta ‘Alī b. Hammūd, a pesar de haber sido favorecido
por Sulaymān
al-Musta‘īn con su gobierno, alegando contra éste su represión
contra Hišām II, de quien ‘Alī hizo público entonces un presunto escrito por el cual le nombraba su
heredero al Califato, si le libraba de Sulaymān y de los beréberes. De
acuerdo con el eslavo Jayrān de Almería, rencoroso del éxito
de Muŷāhid,
y con el beréber Habūs de Granada, ‘Alī se dirigió a Málaga y la tomó,
instalando allí una cabeza de puente que permaneció en manos de los Hammūdíes
unos cuantos años y fue su principal taifa. Pero ‘Alī,
con un glorioso linaje, pretendido descendiente del Profeta a través de
los Idrīsíes, dinastía que además rigió una parte del Magreb
en el siglo VIII, no iba a contentarse con una taifa más, sino con el Califato
de Córdoba, y allá fue, entrando en la antigua y ya decaída capital el 1 de julio
de 1016, dando muerte a Sulaymān y, al no hallar vivo a Hišām II, haciéndose proclamar
Califa a su vez.
Por primera vez desde el año 756 al-Andalus dejaba de tener a los
Omeyas en el poder. se tituló, ni más ni menos que al-Nāsir, y
aunque empezó con mesura su gobierno, controlando a los temidos beréberes,
pronto se tornó a ellos, y eso le costó la vida, asesinado por los eslavos de
su palacio, el 1 dū l-qa‘da 408/21-22 mayo de 1018. Un poco antes el
partido antiberéber había alzado la bandera del Omeya ‘Abd al-Rahmān
IV al-Murtadà, que fue definitivamente proclamado, el 29 de abril de
1018, por Jayrān de Almería y Mundir de Zaragoza, que lo abandonaron muy pronto
a su suerte y también resultó muerto, tras ser derrotado por los beréberes
Zīríes de Granada.
En Córdoba se proclamó Califa a un hermano de ‘Alī, llamado al-Qāsim,
que se tituló al-Ma’ mūn,
que por dos veces ejerció, primero durante tres años, cinco meses y veinte
días, y después durante siete meses y tres días, interrumpido por el Califato
en Córdoba de su sobrino Yahyà, mientras al-Qāsim ejercía como
Califa en Sevilla. Pero tanto cordobeses como sevillanos decidieron librarse de
los Hammūdíes, al finalizar octubre de 1023. En Córdoba se volvió a entronizar
a Omeyas, por un tiempo, mientras Sevilla comenzaba su autonomía taifa. Solo un
breve coletazo hammūdí sacudió la vida política cordobesa durante unos meses de
1025, cuando Yahyà al-Mu‛talī ocupó
brevemente el Califato de Córdoba, antes de partir definitivamente hacia su más
seguro enclave de Málaga, en febrero o marzo de 1026. En Málaga y en Algeciras
se concentró desde entonces, durante pocos años más, el poder hammūdí,
para ser, pese a las altas aspiraciones y títulos califales que mantuvieron,
una taifa más.
f) Agonía del Califato
La derrota traicionera del Califa al-Murtadà desmoralizó al partido
andalusí, pero curiosamente también preocupó al conspicuo jefe beréber Zāwī,
del partido contrario, que entonces tomó la decisión de volver al norte de
África, explicando que la derrota que habían logrado contra el omeya al-Murtadà
no se debía a su fuerza sino a la traición de los régulos andalusíes a su
sultán. Una breve hora de resurrección había sonado para los Omeyas, pues las
autoridades cordobesas decidieron elegir a uno de ellos Califa, y el 16 de
ramadān 414/2 diciembre 1023 se reunieron candidatos y electores en la
Mezquita, decidiéndose, más o menos forzados, por proclamar a ‘Abd al-Rahmān b. Hišām b. ‛Abd al-Ŷabbār b. ‘Abd al-Rahmān III,que se titulo al-Mustazhir, y cuyo
Califato solo duró cuarenta y siete días, ni más ni menos, siendo entonces
asesinado.
Fue proclamado enseguida otro biznieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Muhammad III y titulado al-Mustakfī, "por propia elección, que le condenó a
una mala coincidencia, ya que se asemejó al primero en llevar aquel título, el
[Califa] ‛abbāsí ‛Abd Allāh al-Mustakfī, siendo también débil y manejable,
incapaz y abúlico...asombrosa es la semejanza de sus caracteres, de su
libertinaje y de su frivolidad; ambos vivieron cincuenta y dos años y reinaron
un año y unos cinco meses". Fue depuesto, pocos días después
asesinado, y tras él se produjo, por unos meses, el breve inciso hammūdí,
ya aludido, entre noviembre de 1025 y marzo de 1026.
g) Abolición del Califato Omeya en 1031
A principios de 1026, los eslavos no consintieron más que los berberizados Hammūdíes siguieran ocupando el Califato en Córdoba; contra sus poderosas bases malagueñas nada podían pero Córdoba era otra cosa. Allá se presentaron Jaŷrān y Muyāhid, y alejaron para siempre a los Hammūdíes de la simbólica capital, cuyos habitantes no acertaban a organizarse, con la sombra del terror beréber sobre sus espíritus, mientras intentaban encontrar a un candidato, Omeya todavía, que aún conciliara adhesiones; al cabo, decidieron proclamar a otro bisnieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Hišām, elegido sobre todo porque los beréberes habían matado a su hermano al-Murtadà, y confiaban en su animadversión contra ellos, cima, parece, de los sentimientos cordobeses.
Este Hišām, tercer soberano omeya de ese nombre en Córdoba, titulado al-Mu‛tadd, se encontraba en Alpuente, refugiado junto a Ibn al-Qasim, señor de aquella taifa, cuando fue proclamado el 5 rabī‛ II 418/junio 1027, y allá siguió siendo durante algo más de dos años y medio, hasta que le pareció asegurada su posición cordobesa. Al cabo entró en la capital, con pobre cortejo, dando desde el principio una mala impresión, a la que vinieron a sumarse enseguida sus actos de mal gobierno, y fue depuesto por sus súbditos, el 12 dū l-hiŷŷa 422/30 noviembre 1031, después de que aún se alzara, pretendiendo ocupar su lugar, otro príncipe omeya, esta vez tataranieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Umayya. Pero la hora de la tiempo atrás gran dinastía había llegado a su fin.
Ibn Hayyān dice que "todos de acuerdo destronaron a Hišām [III al-Mu‛tadd] y abolieron el Califato de una vez, porque no había otra alternativa, y expulsaron a los [Omeyas] Marwāníes. La ciudad, entonces, otorgó autoridad a los visires...". Así comenzó la andadura de una taifa más, que se había quedado sola aferrada a la causa del poder central, mientras el resto de al-Andalus consumaba su autonomía en una larga veintena de taifas. Menciona también Ibn Hayyān, y es signo de cómo se sentían los cordobeses, que hasta olvidaron o descuidaron retirar del cargo al último Califa omeya por un destronamiento oficial, siguiendo las pautas previstas para ello; pero no dejaron de expulsar de Córdoba a todos los Omeyas, prohibiendo que nadie les diera cobijo.
En 1031 se consumó un cambio de época, y un mapa lleno de estados
autónomos sustituyó a la dinastía Omeya que, a pesar de sus oscilaciones, había
mantenido unido a al-Andalus durante más de dos centurias y media. Hasta 1090,
en que los Almorávides, viniendo del exterior, desde el Magreb, comiencen su
tarea de reunir al-Andalus bajo su poder, la historia andalusí se fragmenta
en múltiples cortes, dinastías locales
cuya pluralidad ofrece una multiplicidad de actuaciones
políticas.
2. Tipología y constitucion de las Taifas
Por cronología, extensión geográfica, antecedente y proceso, la historia de cada taifa es diferente a las demás, aunque por algún criterio puedan clasificarse en varios grupos, según se constituyeran alrededor de un poder local o advenedizo. Los poderes locales venían siendo ejercidos, de varias maneras, por familias autóctonas, asentadas de antiguo en la región correspondiente, y sus miembros ejercían funciones administrativas, como "funcionarios" en nombre de la dinastía Omeya, guardando respecto a ella mayor o menor obediencia a lo largo del tiempo, pero distinguiéndose como representantes del poder central, y, concretamente desde finales del siglo X, distinguidos en sus puestos por Almanzor, con quien varias nuevas familias o ramas familiares levantaron cabeza, y así les encontró la guerra civil .
Estos oligarcas regionales tenían distintos orígenes: unos eran árabes y otros beréberes, llegados en general a la Península durante la primera mitad del siglo VIII de nuestra era, cuando la conquista islámica, y otros eran autóctonos, los cuales, islamizados también y arabizados, se integraron al fin bastante con los dos primeros bloques, y con el paso de los siglos habían llegado a constituir aproximadamente, en el siglo X, un conjunto relativamente homogéneo, calificable de "andalusí" (árabes, beréberes y autóctonos) que eran poderosos en cada región, según iba debilitándose el poder central, durante los primeros años del siglo XI, en el proceso recién referido, fueron incrementando por necesidad su autoridad independiente, en un movimiento de autodefensa que les condujo a la autocracia. Tuvieron que afirmar sus poderes locales para evitar un vacío de poder pues el central faltaba. De ahí saltaron a constituir taifas, presionados además porque los eslavos y beréberes advenedizos procuraban dominar tierras y salvarse también formando taifa. Fueron taifas de "andalusíes" las de Córdoba, Sevilla, Zaragoza, Silves, Santa María del Algarve, Huelva, Niebla, Alpuente, Albarracín y Toledo, desde un principio. Otros oligarcas andalusíes lograron a lo largo del siglo conseguir el poder en taifas que habían comenzado siendo de poderes advenedizos de eslavos o de beréberes "nuevos".
Sin tener arraigos locales, a las taifas logradas por los poderes advenedizos de eslavos y nuevos beréberes se originaron en un fenómeno diferente, pues tuvieron que "ir" a los diferentes territorios, a ocuparlos, desde el exterior, unos amparados en su condición de servidores de los amiríes, los beréberes, con poder militar sobre todo, y otros, los eslavos, principalmente como funcionarios palatinos, esparcidos ambos por la guerra civil y la crisis del Califato, con fuerza centrífuga, hacia regiones principalmente periféricas del levante, o del sur de al-Andalus, inaugurando su poder autonómico por la fuerza de las armas o por el peso de sus recientes vínculos administrativos.
Como ya se vió, al-Mahdī, desde su brevísimo Califato de 1009-1010, no pudo actuar con menos tacto conciliador respecto a estas nuevas y fuertes entidades de poder que eran los beréberes, recién llegados a la Península, y los eslavos, propiciando sus salidas de Córdoba y sus búsquedas de nuevos acomodos y fuentes de recursos que, naturalmente, planteadas así las cosas, solo podían estar desvinculadas del Califa al-Mahdī y, después, de quienes protagonizaron sus mismas posturas.
Forzados a abrirse horizontes por su cuenta, y entre 1009-1010 y 1013-1016, los beréberes "nuevos" lograron instalarse y dominar diferentes territorios, cuya constitución les permitió sobrevivir, participando además en la guerra civil desde sus particulares intereses, que solemos calificar como los del "partido beréber", intereses que anteponían a los de la cada vez más imposible conciliación y unificación estatal. Granada, Carmona, Arcos, Morón y Ronda fueron las taifas de estos beréberes "nuevos", y a la serie pueden añadirse Málaga y Algeciras de los berberizados Hammūdíes. Grupos armados eran, las distintas cabilas beréberes que en estos enclaves alzaron sus taifas , no encontrando al arecer grandes dificultades en ocupar territorios concretos del sur de al-Andalus, que fueron relativamente poco extensos, a excepción de la taifa granadina, cuyos régulos los ziríes, eran los más importantes de todos.
El tercer grupo de poder que se alzó con algunas taifas fue el "eslavo", denominación que se aplicaba en el ámbito islámico a los esclavos de origen europeo. No sabemos con precisión porqué algunos personajes eslavos, que hubieron de huir de Córdoba al vencer el partido Omeya sobre el suyo, que era el ‛āmirí, como fieles que habían sido de Almanzor y sus hijos, ganaron los territorios levantinos, y lograron las taifas de Tortosa, Játiva, Valencia, Denia, Orihuela y Almería y enseguida también las Baleares, además de que mucho más efímeramente que estas también breves taifas, en la de Badajoz comenzó por independizarse un funcionario eslavo. Es posible que, en esas zonas, Almanzor y su hijos hubieran puesto mucho poder en manos eslavas, como un medio de llenar un cierto vacío "administrativo y social" existente. Plegándose a los modelos de poder político "estatales", los régulos de estas taifas repitieron muchos procedimientos del anterior al-Ándalus Omeya.
Como ya se vió, al-Mahdī, desde su brevísimo Califato de 1009-1010, no pudo actuar con menos tacto conciliador respecto a estas nuevas y fuertes entidades de poder que eran los beréberes, recién llegados a la Península, y los eslavos, propiciando sus salidas de Córdoba y sus búsquedas de nuevos acomodos y fuentes de recursos que, naturalmente, planteadas así las cosas, solo podían estar desvinculadas del Califa al-Mahdī y, después, de quienes protagonizaron sus mismas posturas.
Forzados a abrirse horizontes por su cuenta, y entre 1009-1010 y 1013-1016, los beréberes "nuevos" lograron instalarse y dominar diferentes territorios, cuya constitución les permitió sobrevivir, participando además en la guerra civil desde sus particulares intereses, que solemos calificar como los del "partido beréber", intereses que anteponían a los de la cada vez más imposible conciliación y unificación estatal. Granada, Carmona, Arcos, Morón y Ronda fueron las taifas de estos beréberes "nuevos", y a la serie pueden añadirse Málaga y Algeciras de los berberizados Hammūdíes. Grupos armados eran, las distintas cabilas beréberes que en estos enclaves alzaron sus taifas , no encontrando al arecer grandes dificultades en ocupar territorios concretos del sur de al-Andalus, que fueron relativamente poco extensos, a excepción de la taifa granadina, cuyos régulos los ziríes, eran los más importantes de todos.
El tercer grupo de poder que se alzó con algunas taifas fue el "eslavo", denominación que se aplicaba en el ámbito islámico a los esclavos de origen europeo. No sabemos con precisión porqué algunos personajes eslavos, que hubieron de huir de Córdoba al vencer el partido Omeya sobre el suyo, que era el ‛āmirí, como fieles que habían sido de Almanzor y sus hijos, ganaron los territorios levantinos, y lograron las taifas de Tortosa, Játiva, Valencia, Denia, Orihuela y Almería y enseguida también las Baleares, además de que mucho más efímeramente que estas también breves taifas, en la de Badajoz comenzó por independizarse un funcionario eslavo. Es posible que, en esas zonas, Almanzor y su hijos hubieran puesto mucho poder en manos eslavas, como un medio de llenar un cierto vacío "administrativo y social" existente. Plegándose a los modelos de poder político "estatales", los régulos de estas taifas repitieron muchos procedimientos del anterior al-Ándalus Omeya.
BIBLIOGRAFÍA:
VIGUERA MOLINS, MARÍA J.: Los Reinos de Taifas y las Invasiones Magrebíes (Al-Andalus del XI al XIII), 1992.
MAILLO SALGADO, FELIPE: Crónica anónima de los Reyes de Taifas. 1991
GARCÍA DE CORTAZAR, FERNANDO: Atlas de Historia de España. 2003.
VIGUERA MOLINS, MARÍA J.: Los Reinos de Taifas y las Invasiones Magrebíes (Al-Andalus del XI al XIII), 1992.
MAILLO SALGADO, FELIPE: Crónica anónima de los Reyes de Taifas. 1991
GARCÍA DE CORTAZAR, FERNANDO: Atlas de Historia de España. 2003.