martes, 17 de febrero de 2015

Los Primeros Reinos de Taifas en Al-Andalus (1031-1110) (I): El colapso del Califato omeya y causas de la fragmentación política en al-Andalus

I. La Ruptura del estado Omeya a comienzos del siglo XI

a) El deterioro político institucional

En el año 366 de la Hégira/976 de nuestra era, cuando fue proclamado Califa Hišām II, a la muerte de su padre al-Hakam II, la dinastía omeya había cumplido en el poder, en al-Andalus, doscientos veinte años. Sus derechos a la soberanía de todo el país habían sido discutidos y contrariados a lo largo de ese período extenso por las demás entidades poderosas, como fueron determinados linajes árabes, beréberes o muladíes, que tuvieron pretensiones autonomistas y consiguieron realizarlas. Incluso un siglo antes de la fecha que nos ocupa se había generalizado la fragmentario del país, de tal modo que al Emir ‘Abd Allāh apenas le había quedado sino Córdoba. La ascensión del Emirato al Califato con que ‘Abd al-Rahmān III significó su renovado control sobre todo el territorio andalusí parecía haber instaurado un orden sin fisuras, mas no fue así. Su dinastía comenzó a apagarse desde la muerte de su mismo sucesor, al-Hakam II.

Hasta entonces, siempre salvó a los Omeyas andalusíes, su sólida legalidad, su mantenimiento de todos los requisitos que la teoría política islámica acuerda han de cumplirse para ejercer la soberanía, desde la misma raíz de su descendencia de los Califas de Damasco hasta la misma línea de sucesión directa y sin teóricos fallos que podían exhibir desde ‘Abd al-Rahmān I hasta al-Hakam II. Pero el hijo de éste, Hišām II, carecía de algunos requisitos imprescindibles. Aunque los cronistas árabes evitan enfrentarse al hecho con precisión, ofrecen en general las suficientes pistas y sobre todo uno de ellos, Ibn al-Jatīb, enumera la falta de condiciones para que Hišām II fuera proclamado Califa, en 976, como ocurrió: era menor de edad, pues tendría unos diez años, y bien significativo es que, frente a tantos datos cronológicos de las biografías de soberanos con que solemos contar, en esta ocasión no exista una referencia puntual al año de nacimiento de éste. Pero es que además tenía Hišām alguna deficiencia constitucional, alguna disminución, no sabemos bien cuál, pues Ibn al-Jatīb lo indica de forma general. De todos modos, es posible que la solidez de la institución hubiera diluido ambos fallos, el de la edad, por circunstancial, y el otro quizá también, pues todavía a mediados del siglo el régulo de Sevilla hizo uso de la imagen califal de Hišām II; ahora bien, a esas deficiencias se añadió un hecho, insólito en al-Andalus, que provocó las reacciones de la poderosa familia omeya, cuando vió perdido  el poder, las reacciones de los nuevos estamentos que se beneficiaban del cambio, más las actuaciones de quienes tanta agitación movió, y así se desencadenó la guerra civil.

El reactivo fue el acaparamiento del poder efectivo realizado por Muhammad b. Abī ‘Amir Almanzor, seguido por sus hijos, que cada vez aumentaron sus pretensiones soberanas. El desdoblamiento entre el ejercicio de la soberanía califal y la real ha ocurrido a lo largo de la historia entera del Califato islámico, pero en al-Andalus provocó reacciones desde el principio, reacciones encabezadas por miembros de la familia omeya, reprimidas con toda eficacia por Almanzor, y a través de las cuales suprimió a familiares muy significativos del Califa, pero, claro está, a todos no, y entre los que quedaron hubo varios que, en cuanto pudieron, enarbolaron la bandera de su causa, llegando en muchos casos al Califato, entre 1009 y 1031, ya en la carrera desenfrenada que se produjo por ocupar el poder.

Almanzor dejó al Califa Hišām las prerrogativas de que su nombre se siguiera pronunciando en las oraciones oficiales y continuara figurando en las inscripciones de las monedas y ropas de honor, pero procuró que más allá de esas fórmulas, el Estado tomara un aspecto propio, ‘āmirí, ya no omeya, situando en los puestos de la administración y del ejército a nuevas gentes afectas a él, de manera que los principales cuadros del poder, en el siglo XI, arrancan del todopoderoso hāŷib, como fueron los eslavos, por él empleados para controlar áreas de la administración civil, sobre todo, o los nuevos contingentes de beréberes traídos del Magreb para realizar con ellos la reforma del ejército, donde sustituyeron a las formaciones tradicionales andalusíes, o incluso a familias o grupos familiares del mismo al-Andalus, hasta entonces no destacados, pero empleados por él de preferencia a los ya establecidos. Una nueva clase ‘āmirí, que por Almanzor y luego por sus hijos tuvo el poder, no se resignó con perderlo cuando cayeron los ‘āmiríes, y se lanzó a asegurárselo como fuera entre las turbulencias de la guerra civil, siendo así uno de los factores determinantes de la autonomías de las taifas.

Almanzor murió en 392/1002, y tales fueron sus éxitos, que oscureció por sí solo muchos posibles descontentos que su ejercicio absoluto de poder propiciara, aparte de que fue un ejemplo de rigor en la represión de rivalidades y protestas. Tampoco tuvo éxito ninguna oposición fraguada contra su hijo y sucesor ‘Abd al-Malik al-Muzaffar, que rigió los destinos andalusíes desde la muerte de Almanzor, ramadan 392/agosto 1002, hasta su propia muerte, el 16 de safar 399/20 octubre 1008, aunque se tramaron algunas, como la encabezada por su propio visir ‘Isà b. Sa'īd, encaminada a poner en el trono a un omeya, nieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Abū Bakr Hišām b. ‘Abd al-Ŷabbār, conjura que fue ahogada en sangre, el 4 de diciembre de 1006; ahora bien, si este príncipe no lo logró, sí en cambio, en febrero de 1009, poco más de dos años después, triunfará el golpe de estado de un hijo suyo, Muhammad b. Hišām al-Mahdī. Mientras tanto, ‘Abd al-Malik al-Muzaffar utilizaba las mismas fórmulas de gobierno que a su padre le dieron éxito y traía más beréberes del Magreb y encumbraba a más esclavos en su entorno, donde ya aparecen algunos que después se alzarán con poderes de taifas, como MuyāhidZuhayr Jayrān.

A la muerte inesperada de al-Muzaffar le sucedió su hermano ‘Abd al-Rahmān Sanchuelo, cuya incapacidad y desmesura solo le permitió conservar el poder cuatro meses, hasta el 16 ŷumādà II 399/15 febrero 1009, y la vida unas dos semanas más. Bien es verdad que esta vez una ‘āmirí, la madre de al-Muzaffar, alentó la conjura, pero es que, sobre todo, una acción de Sanchuelo había colmado la medida: hizo que el Califa Hišām II le designara sucesor al Califato, disposición refrendada por un acta oficial fechada en noviembre de 1008. Conservado este interesante texto por varias fuentes, su lectura provoca estupor por la prepotencia ciega conque sus promotores parecen confiar en manejar la situación y domeñar a descontentos, incrédulos y perjudicados. Hišām II no tenía hijos, pero sí familiares omeyas, en puridad sus sucesores legítimos, y el acta manifestaba que el Califa no había hallado ninguno entre ellos ninguno digno de nombrar. Sanchuelo no era Qurayšī, ni siquiera pertenecía a linajes ‘adnāníes, lo cual en muchas concepciones políticas islámicas era requisito para acceder al Califato; pertenecía a la rama de los árabes de Qahtān

b) El golpe de estado de al-Mahdī. 

Por fin, iba a triunfar un golpe de estado promovido por los Omeyas, que intentaban recuperar los puestos perdidos. Esta vez, el complot fue encabezado por un bisnieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Muhammad b. Hišām b. ‘Abd al-Ŷabbār, hijo, por tanto, de aquel Hišām que había procurado ocupar sin éxito el Califato, en diciembre de 1006. Muhammad tomó el Alcázar de Córdoba, el 16 ŷumādà II 399/15 febrero 1009, haciendo abdicar a Hišām II, y haciéndose  proclamar Califa con el título de "el Bien Guiado por dios", al-Mahdī bi-llāh, que naturalmente era usado con toda su significación, procurándose que se apreciara así en el acto de fuerza su sentido salvador. Armó a la plebe cordobesa, buscando en ellos y en su apoyo compensar el del ejército regular que se hallaba en campaña con Sanchuelo, y buscando así un círculo propio de poder para contrarrestar a eslavos y beréberes, servidores de los ‘āmiríes.




Era la primera vez en doscientos cincuenta y tres años de historia andalusí que un golpe de estado quitaba de en medio al soberano legal, cuya vida se respetó entonces, aunque Sanchuelo pagaba con la suya todos los males, el 3 raŷab 399/3 de marzo 1009; la ciudad palatina ‘āmirí, la famosa Madīnat al-Zāhira de Almanzor, ya estaba para esa fecha totalmente arrasada, y con tanta saña que en su solar no queda más que una sombra.

Este golpe de estado cerró, una época y abrió otra. Abrió la fitna o "guerra civil" y clausura el "consenso" interior. Las fuentes árabes califican, en efecto, a Hišām II como "último jefe de la comunidad" y a Muhammad al-Mahdī como "primer soberano de la fitna" o guerra civil; él, desde luego, contribuyó de forma espectacular a la separación de las distintas facciones y a su enfrentamiento. Lo indicó en su tiempo Ibn Hayyan, señalando cómo este nuevo Califa "causó que todo se echara a perder y la grande y larga contienda que los andalusíes llaman 'fitna beréber', aunque más justo y acertado sería que la denominasen 'fitna de al-Mahdī'.

Al-Mahdī temía, sin duda, a los próximos servidores del régimen ‘āmirí, los beréberes llegados del Magreb en los últimos años, y a los eslavos; y de ninguna manera se los supo ni procuró bienquistar. Propició las reacciones populares en contra de aquellos beréberes "nuevos"; Ibn Hayyān, algunos años después, todavía recordaba con pormenor la vejación de que fue objeto Zāwī, uno de los más conspicuos jefes beréberes, dueño enseguida de la taifa de Granada, delante de la puertas del palacio califal cordobés, donde a duras penas la multitud le dejó llegar, para ser allí obligado a descabalgar, mientras la guardia de al-Mahdī golpeaba su caballo. Amenazados del saqueo estaban los beréberes de la Ruzafa. Entre ellos y los demás se abrió un abismo de rencor. Pero además, en el mismo mes de marzo de 1009, desterró al-Mahdī de la capital a un grupo de poderosos eslavos, que desde entonces decidieron "reconstruir" todo su poder en el Levante de al-Andalus.

Por si fuera poco, sus maniobras con Hišām II -a quien recluyó en una casa de Córdoba, mientras hacía enterrar como si fuera él a un muerto cualquiera, el 27 de ša‘bān/26 de abril- levantaron a otros Omeyas contra al-Mahdī, que hubo de prender al más representativo de ellos, Sulaymān, hijo de ‘Abd al-Rahmān III, y al que, incluso, al-Mahdī tenía nombrado su sucesor. Hišām, un hijo de este Sulaymān, se alzó en las cercanías de Córdoba, y se le unieron los beréberes, proclamándose con el título de al-Rašīd. Fue apresado en un asalto a Córdoba, en junio de 1009, pero continuó la causa su sobrino Sulaymān b. al-Hakam b. Sulaymān b. ‘Abd al-Rahmān III. Los soldados beréberes se apostaron en Guadalmellato, mientras sus familias, en Córdoba, eran objeto de ataques de todo tipo. Los beréberes alzaron a este Sulaymān, y después de una campaña por la Marca Media, derrotaron al caíd de la Marca, el eslavo Wādih, el cual se retiró a Córdoba, y allá fueron también los beréberes con su imāSulaymān.

c) Sulaymān al-Musta‘īn Califa y retorno de al-Mahdī, Hišām II y al-Musta‘īn

El 11 rab
ī‘ I 400/3 noviembre 1009 llegaron los beréberes, entre los que sobresalía Zāwī, con su imān, a las cercanías de la capital, y dos días después barrían al ejército que intentó oponerles al-Mahdī. Tres días después los vencedores ocupaban el Alcázar y proclamaban Califa a Sulaymān, con el título de al-Musta‘īn bi-llāh, "el que implora la ayuda de Dios". Al-Mahdī se ocultó, tras haber intentado jugar la baza más legítima de rehabilitar a Hišām II: su primera y fallida vuelta a escena. Mientras, al-Mahdī, huido a Toledo, era reconocido por la Marca Media, y con sus agentes, más la ayuda de los condes de Barcelona y de Urgell, derrotaron a los beréberes de Sulaymān a poca distancia de Córdoba, en El Vacar, en junio de 1010.

Los beréberes levantaron sus asentamientos en Mad
īnat al-Zahrā, y partieron hacia el sur, perseguidos por al-Mahdī, que esta vez fue derrotado por ellos, en el Guadiaro, en aquel mismo mes de junio. Los beréberes empezarían ya a exigir o a acordar con algunos territorios del sur la recogida de impuestos, a cambio de "protección", de lo cual derivaría pronto la instalación de los Zīríes en Elvira-Granada y Jaén, de los Jizrūníes en Arcos, de los Birzalíes primero en Jaén y luego en Carmona, de los Dammaríes en Morón y de los Yafraníes en Ronda, aunque algunos de ellos oscilarían por varias tierras hasta fijarse en el lugar donde pudieron, al cabo, proclamar su taifa.

La victoria de El Vacar otorgó a al-Mahd
ī su segundo Califato en Córdoba, pero el eslavo Wādih, que hizo acudir a Jayrān y a otros ya lanzados a salvarse en sus autonomías taifas, o pre-taifas eslavas levantinas, procuraron el asesinato de al-Mahdī, el 8 dū l-hiŷŷa 400/23 julio 1010. La  siguiente entronización del reaparecido Hišām II no logró volver la situación a su punto de partida. Muchos Omeyas rechazaron a Hišām II, y para los beréberes ya no existía más componenda que "su" Califa Sulaymān; y vinieron a cercar Córdoba. Desde Madīnat al-Zahrā‘ otra vez tuvieron asediada la capital, desde noviembre de 1010.

Hasta el 26 šawwāl 403/9 mayo 1013, el asedio beréber de Córdoba sometió a los cordobeses, con su entonces Califa Hiš
ām II a la cabeza, a durísimos padecimientos, sin que el resto de al-Andalus fuera capaz de ayudar a su capital, aunque a veces, desde las Marcas, donde se encontraría intacta la estructura militar, se recomendaba a los cordobeses: "O hacéis las paces con los beréberes o les combatís seriamente. Desde luego, ni vosotros ni nosotros podemos con ellos. Tal vez debéis pedir ayuda [a los cristianos]".


Córdoba decidía a ratos capitular y a ratos resistir, mientras en el Alcázar, un tal Ibn Munāwin, que regía la situación, entró acompañado de los jefes de los eslavos y del ejército regular a presencia de Hišām II, a comunicarle cómo se había llegado al límite del aguante. Según Ibn Hayyān, el Califa, cuando escuchó el grave estado de la situación se puso a llorar intensamente, diciéndoles que actuaran según les pareciera mejor. En la fecha indicada de mayo de 1013, tras un cerrado asedio de dos años y medio, Córdoba se rindió por capitulación, a pesar de la cual los beréberes entran a sangre y fuego. Sulaymān al-Musta‘īn fue proclamado Califa por segunda vez. Hišām II debió ser asesinado.




d) Espaldarazo a las taifas por Sulaymān al-Musta‘īn


Volvió al Califato Sulaymān al-Musta‘īn gracias sobre todo a las milicias beréberes y gracias también a algunos apoyos andalusíes como el del tuŷībí Mundir, pronto alzado con la taifa de Zaragoza, y que le había ayudado a ocupar de nuevo Córdoba. De este modo, Sulaymān al-Musta‘īn aparece mediatizado por quienes le habían llevado al poder, y entre otros destacaban los Zīríes, por categoría y seguramente también por número.

Para compensar estas ayudas, Sulaymān al-Musta‘īn les repartió concesiones territoriales. Claro está que no tendría otro modo de pagarles, más que firmándoles el dominio sobre unas tierras cuyos tributos pudieran obtener ganancias, pero el paso fatal iba en dirección también a aumentar la fragmentario de al-Andalus. Con la severa precisión que le caracteriza, Ibn Hayyān cuenta cómo Sulaymān fue un desastroso gobernante, y el cronista Ibn Hamādo por su parte recuerda cómo dividió una parte de al-Andalus entre los jefes de las principales tribus de beréberes magrebíes que operaban a su favor: a los Zīries les "dio" (a‘tà) Elvira, es decir, Granada; a los Magrāwa el norte de Córdoba, a los Banū Birzāl y a los Banū Yafran Jaén y sus dependencias, a los Banū Dammar y a los Azdāŷa [Medina] Sidonia y Morón, además de otros castillos, y a Mundir al-Tuŷibi le "dio" Zaragoza.

El cronista menciona que expresamente que esto ocurrió el mismo año en que comenzó Sulaymān al-Musta‘īn su segundo Califato, el año 403/1013, y que esas concesiones territoriales por él otorgadas tanto pudieron ser la confirmación de dominios que ya vinieran disfrutando sus beneficiarios como comienzo de nuevos poderes, aunque en todo caso sirvieron para aumentar el proceso autonómico ya para esas fechas en curso, y que se iba agravando cuanto más se debilitaba el poder central.

Hay que notar también que todos los grupos beréberes agraciados entonces por las concesiones del Califa Sulaymān mantuvieron en los años inmediatamente siguientes los territorios que entonces les correspondieron, bien porque n acababan de dominarlos, bien porque prefirieran otros, pues tenemos que los Birzāl se alzaron con la taifa de Carmona y los Yafran con la de Ronda, mientras que posiblemente los Magrāwa resultaron absorbidos por la taifa de Badajoz o quizá por la de Toledo, y no figuran con taifa independiente alguna.

Parece que al principio de aquel movido siglo resultaba recomendable poseer de verdad o figuradamente una legitimación califal mientras que ya en sus finales la fuerza de su legitimación mayor provenía del consenso de los súbditos, y esto explicaría la oscilación de justificaciones del poder que esgrimen las fuentes.

Antes de terminar, y violentamente, con su asesinato, el 22 muharram 407/1 julio 1016, Sulaymān al-Musta‘īn su segundo Califato, aún llevó a cabo otra medida que originó más disensiones: designó a uno de sus caídes, príncipe hammūdí, ‘Alī b. Hammūd, gobernador de Ceuta.

 e) Una nueva dinastía: los Hammūdíes, Califas de Córdoba

Al llegar al verano de 1016, la decadencia del poder central en al-Andalus había traído por cosecha la constitución de enclaves taifas, de autonomías más o menos asentadas entonces, alrededor de personajes autóctonos o de beréberes y eslavos advenedizos, en: Albarrazín, Almería y Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia y Baleares, Granada, Huelva, Morón, Santa María del Algarve, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza, aparte de otros enclaves menores que se separaban o se unían a los más grandes, en el ritmo ciertamente impreciso de los límites territoriales taifas.

Entretanto, la incapacidad del Califa Sulaymān, la reacción de antipatía que producía el que fuera "el Califa de los beréberes y el caos cada vez más generalizado habían producido algún intento de sustitución de Sulaymān por otro Califa, sobre todo alentado desde las posiciones más contrarias de los eslavos, y así, Muŷāhid al-āmiri, señor de Denia, proclamó en Levante a un omeya, ‘Abd Allāh al-Mu‘aytī, en ŷumādà II 405/diciembre 1014; según al-Raqīq, cinco meses permaneció aproximadamente este Califa en Denia con Muŷāhid; luego fueron a Mallorca, desde donde el régulo eslavo lanzó su expedición contra Cerdeña, al regreso del cual, encontrando a "su" Califa con pretensiones en demasía, lo destituyó, a comienzos de 1016, y lo envió al Magreb.

A comienzos de 1016 se alzó en Ceuta ‘Alī b. Hammūd, a pesar de haber sido favorecido por Sulaymān al-Musta‘īn con su gobierno, alegando contra éste su represión contra Hišām II, de quien ‘Alī hizo público entonces un presunto escrito por el cual le nombraba su heredero al Califato, si le libraba de Sulaymān y de los beréberes. De acuerdo con el eslavo Jayrān de Almería, rencoroso del éxito de Muŷāhid, y con el beréber Habūs de Granada, ‘Alī se dirigió a Málaga y la tomó, instalando allí una cabeza de puente que permaneció en manos de los Hammūdíes unos cuantos años y fue su principal taifa. Pero ‘Alī, con un glorioso linaje, pretendido descendiente del Profeta a través de los Idrīsíes, dinastía que además rigió una parte del Magreb en el siglo VIII, no iba a contentarse con una taifa más, sino con el Califato de Córdoba, y allá fue, entrando en la antigua y ya decaída capital el 1 de julio de 1016, dando muerte a Sulaymān y, al no hallar vivo a Hišām II, haciéndose proclamar Califa a su vez.

Por primera vez desde el año 756 al-Andalus dejaba de tener a los Omeyas en el poder. se tituló, ni más ni menos que al-Nāsir, y aunque empezó con mesura su gobierno, controlando a los temidos beréberes, pronto se tornó a ellos, y eso le costó la vida, asesinado por los eslavos de su palacio, el 1 dū l-qa‘da 408/21-22 mayo de 1018. Un poco antes el partido antiberéber había alzado la bandera del Omeya ‘Abd al-Rahmān IV al-Murtadà, que fue definitivamente proclamado, el 29 de abril de 1018, por Jayrān de Almería y Mundir de Zaragoza, que lo abandonaron muy pronto a su suerte y también resultó muerto, tras ser derrotado por los beréberes Zīríes de Granada.

En Córdoba se proclamó Califa a un hermano de ‘Alī, llamado al-Qāsim, que se tituló al-Ma mūn, que por dos veces ejerció, primero durante tres años, cinco meses y veinte días, y después durante siete meses y tres días, interrumpido por el Califato en Córdoba de su sobrino Yahyà, mientras al-Qāsim ejercía como Califa en Sevilla. Pero tanto cordobeses como sevillanos decidieron librarse de los Hammūdíes, al finalizar octubre de 1023. En Córdoba se volvió a entronizar a Omeyas, por un tiempo, mientras Sevilla comenzaba su autonomía taifa. Solo un breve coletazo hammūdí sacudió la vida política cordobesa durante unos meses de 1025, cuando Yahyà al-Mu‛talī ocupó brevemente el Califato de Córdoba, antes de partir definitivamente hacia su más seguro enclave de Málaga, en febrero o marzo de 1026. En Málaga y en Algeciras se concentró desde entonces, durante pocos años más, el poder hammūdí, para ser, pese a las altas aspiraciones y títulos califales que mantuvieron, una taifa más.


f) Agonía del Califato

La derrota traicionera del Califa al-Murtadà desmoralizó al partido andalusí, pero curiosamente también preocupó al conspicuo jefe beréber Zāwī, del partido contrario, que entonces tomó la decisión de volver al norte de África, explicando que la derrota que habían logrado contra el omeya al-Murtadà no se debía a su fuerza sino a la traición de los régulos andalusíes a su sultán. Una breve hora de resurrección había sonado para los Omeyas, pues las autoridades cordobesas decidieron elegir a uno de ellos Califa, y el 16 de ramadān 414/2 diciembre 1023 se reunieron candidatos y electores en la Mezquita, decidiéndose, más o menos forzados, por proclamar a ‘Abd al-Rahmān b. Hišām b. ‛Abd al-Ŷabbār b. ‘Abd al-Rahmān III,que se titulo al-Mustazhir, y cuyo Califato solo duró cuarenta y siete días, ni más ni menos, siendo entonces asesinado.

Fue proclamado enseguida otro biznieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Muhammad III y titulado al-Mustakfī, "por propia elección, que le condenó a una mala coincidencia, ya que se asemejó al primero en llevar aquel título, el [Califa] ‛abbāsí ‛Abd Allāh al-Mustakfī, siendo también débil y manejable, incapaz y abúlico...asombrosa es la semejanza de sus caracteres, de su libertinaje y de su frivolidad; ambos vivieron cincuenta y dos años y reinaron un año y unos cinco meses". Fue depuesto, pocos días después asesinado, y tras él se produjo, por unos meses, el breve inciso hammūdí, ya aludido, entre noviembre de 1025 y marzo de 1026.

g) Abolición del Califato Omeya en 1031

A principios de 1026, los eslavos no consintieron más que los berberizados Hamm
ūdíes siguieran ocupando el Califato en Córdoba; contra sus poderosas bases malagueñas nada podían pero Córdoba era otra cosa. Allá se presentaron Jaŷrān y Muyāhid, y alejaron para siempre a los Hammūdíes de la simbólica capital, cuyos habitantes no acertaban a organizarse, con la sombra del terror beréber sobre sus espíritus, mientras intentaban encontrar a un candidato, Omeya todavía, que aún conciliara adhesiones; al cabo, decidieron proclamar a otro bisnieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Hišām, elegido sobre todo porque los beréberes habían matado a su hermano al-Murtadà, y confiaban en su animadversión contra ellos, cima, parece, de los sentimientos cordobeses.

Este Hišām, tercer soberano omeya de ese nombre en Córdoba, titulado al-Mu‛tadd, se encontraba en Alpuente, refugiado junto a Ibn al-Qasim, señor de aquella taifa, cuando fue proclamado el 5 rabī‛ II 418/junio 1027, y allá siguió siendo durante algo más de dos años y medio, hasta que le pareció asegurada su posición cordobesa. Al cabo entró en la capital, con pobre cortejo, dando desde el principio una mala impresión, a la que vinieron a sumarse enseguida sus actos de mal gobierno, y fue depuesto por sus súbditos, el 12 dū l-hiŷŷa 422/30 noviembre 1031, después de que aún se alzara, pretendiendo ocupar su lugar, otro príncipe omeya, esta vez tataranieto de ‘Abd al-Rahmān III, llamado Umayya. Pero la hora de la tiempo atrás gran dinastía había llegado a su fin.

Ibn Hayyān dice que 
"todos de acuerdo destronaron a Hišām [III al-Mu‛tadd] y abolieron el Califato de una vez, porque no había otra alternativa, y expulsaron a los [Omeyas] Marwāníes. La ciudad, entonces, otorgó autoridad a los visires...". Así comenzó la andadura de una taifa más, que se había quedado sola aferrada a la causa del poder central, mientras el resto de al-Andalus consumaba su autonomía en una larga veintena de taifas. Menciona también Ibn Hayyān, y es signo de cómo se sentían los cordobeses, que hasta olvidaron o descuidaron retirar del cargo al último Califa omeya por un destronamiento oficial, siguiendo las pautas previstas para ello; pero no dejaron de expulsar de Córdoba a todos los Omeyas, prohibiendo que nadie les diera cobijo.

En 1031 se consumó un cambio de época, y un mapa lleno de estados autónomos sustituyó a la dinastía Omeya que, a pesar de sus oscilaciones, había mantenido unido a al-Andalus durante más de dos centurias y media. Hasta 1090, en que los Almorávides, viniendo del exterior, desde el Magreb, comiencen su tarea de reunir al-Andalus bajo su poder, la historia andalusí se fragmenta en múltiples cortes, dinastías locales cuya pluralidad ofrece una multiplicidad de actuaciones políticas.




2. Tipología y constitucion de las Taifas



Por cronología, extensión geográfica, antecedente y proceso, la historia de cada taifa es diferente a las demás, aunque por algún criterio puedan clasificarse en varios grupos, según se constituyeran alrededor de un poder local o advenedizo. Los poderes locales venían siendo ejercidos, de varias maneras, por familias autóctonas, asentadas de antiguo en la región correspondiente, y sus miembros ejercían funciones administrativas, como "funcionarios" en nombre de la dinastía Omeya, guardando respecto a ella mayor o menor obediencia a lo largo del tiempo, pero distinguiéndose como representantes del poder central, y, concretamente desde finales del siglo X, distinguidos en sus puestos por Almanzor, con quien varias nuevas familias o ramas familiares levantaron cabeza, y así les encontró la guerra civil .

Estos oligarcas regionales tenían distintos orígenes: unos eran árabes y otros beréberes, llegados en general a la Península durante la primera mitad del siglo VIII de nuestra era, cuando la conquista islámica, y otros eran autóctonos, los cuales, islamizados también y arabizados, se integraron al fin bastante con los dos primeros bloques, y con el paso de los siglos habían llegado a constituir aproximadamente, en el siglo X, un conjunto relativamente homogéneo, calificable de "andalusí" (árabes, beréberes y autóctonos) que eran poderosos en cada región, según iba debilitándose el poder central, durante los primeros años del siglo XI, en el proceso recién referido, fueron incrementando por necesidad su autoridad independiente, en un movimiento de autodefensa que les condujo a la autocracia. Tuvieron que afirmar sus poderes locales para evitar un vacío de poder pues el central faltaba. De ahí saltaron a constituir taifas, presionados además porque los eslavos y beréberes advenedizos procuraban dominar tierras y salvarse también formando taifa. Fueron taifas de "andalusíes" las de Córdoba, Sevilla, Zaragoza, Silves, Santa María del Algarve, Huelva, Niebla, Alpuente, Albarracín y Toledo, desde un principio. Otros oligarcas andalusíes lograron a lo largo del siglo conseguir el poder en taifas que habían comenzado siendo de poderes advenedizos de eslavos o de beréberes "nuevos".

Sin tener arraigos locales, a las taifas logradas por los poderes advenedizos de eslavos y nuevos beréberes se originaron en un fenómeno diferente, pues tuvieron que "ir" a los diferentes territorios, a ocuparlos, desde el exterior, unos amparados en su condición de servidores de los amiríes, los beréberes, con poder militar sobre todo, y otros, los eslavos, principalmente como funcionarios palatinos, esparcidos ambos por la guerra civil y la crisis del Califato, con fuerza centrífuga, hacia regiones principalmente periféricas del levante, o del sur de al-Andalus, inaugurando su poder autonómico por la fuerza de las armas o por el peso de sus recientes vínculos administrativos.

Como ya se vió, al-Mahdī, desde su brevísimo Califato de 1009-1010, no pudo actuar con menos tacto conciliador respecto a estas nuevas y fuertes entidades de poder que eran los beréberes, recién llegados a la Península, y los eslavos, propiciando sus salidas de Córdoba y sus búsquedas de nuevos acomodos y fuentes de recursos que, naturalmente, planteadas así las cosas, solo podían estar desvinculadas del Califa al-Mahdī y, después, de quienes protagonizaron sus mismas posturas.

Forzados a abrirse horizontes por su cuenta, y entre 1009-1010 y 1013-1016, los beréberes "nuevos" lograron instalarse y dominar diferentes territorios, cuya constitución les permitió sobrevivir, participando además en la guerra civil desde sus particulares intereses, que solemos calificar como los del "partido beréber", intereses que anteponían a los de la cada vez más imposible conciliación y unificación estatal. Granada, Carmona, Arcos, Morón y Ronda fueron las taifas de estos beréberes "nuevos", y a la serie pueden añadirse Málaga y Algeciras de los berberizados Hammūdíes. Grupos armados eran, las distintas cabilas beréberes que en estos enclaves alzaron sus taifas , no encontrando al arecer grandes dificultades en ocupar territorios concretos del sur de al-Andalus, que fueron relativamente poco extensos, a excepción de la taifa granadina, cuyos régulos los ziríes, eran los más importantes de todos.

El tercer grupo de poder que se alzó con algunas taifas  fue el "eslavo", denominación que se aplicaba en el ámbito islámico a los esclavos de origen europeo. No sabemos con precisión porqué algunos personajes eslavos, que hubieron de huir de Córdoba al vencer el partido Omeya sobre el suyo, que era el āmirí, como fieles que habían sido de Almanzor y sus hijos, ganaron los territorios levantinos, y lograron las taifas de Tortosa, Játiva, Valencia, Denia, Orihuela y Almería y enseguida también las Baleares, además de que mucho más efímeramente que estas también breves taifas, en la de Badajoz comenzó por independizarse un funcionario eslavo. Es posible que, en esas zonas, Almanzor y su hijos hubieran puesto mucho poder en manos eslavas, como un medio de llenar un cierto vacío "administrativo y social" existente. Plegándose a los modelos de poder político "estatales", los régulos de estas taifas repitieron muchos procedimientos del anterior al-Ándalus Omeya.




BIBLIOGRAFÍA:

VIGUERA MOLINS, MARÍA J.: Los Reinos de Taifas y las Invasiones Magrebíes (Al-Andalus del XI al XIII), 1992.
MAILLO SALGADO, FELIPE: Crónica anónima de los Reyes de Taifas. 1991
GARCÍA DE CORTAZAR, FERNANDO: Atlas de Historia de España. 2003.

lunes, 9 de febrero de 2015

Los Reinos Mayas del Periodo Clásico (250-909) (I) Características generales

Los mayas nunca estuvieron unificados políticamente y durante el periodo Clásico (250-909), se dividieron en más de 60 reinos. Cada uno de ellos, gobernado por un 'Señor divino', estuvo envuelto en luchas constantes para preservar su autonomía o alcanzar el dominio sobre sus vecinos. Los gobernantes especialmente exitosos podían autoerigirse como gobernantes de suprareinados que operaban extensas redes de patrones políticos, pero en este turbulento escenario ningún reinado alcanzó al poder absoluto. Sin embargo, a pesar de su vigor, esplendor y alto nivel cultural, el mundo de los reyes divinos terminó en una caída espectacular. A principios del siglo X, las dinastías reales huyeron, la población disminuyó dramáticamente y las majestuosas ciudades fueron abandonadas a las fuerzas de la naturaleza.

1. Periodos cronológicos

La cronología de las civilización mesoamericanas (que siguieron al periodo arcaico de cazadores-recolectores) se divide tradicionalmente en: Preclásico, Clásico y Posclásico.

a) El Preclásico (2000 a.C.-250 d.C.)

El periodo Preclásico (o formativo) incluye el surgimiento de las sociedades complejas y se divide en tres subperiodos principales, temprano (2000-1000 a.C.), medio (1000-400 a.C.) y tardío (400 a.C.-250 d.C.). La primera gran civilización, la olmeca, alcanzó su apogeo durante el Preclásico medio a lo largo de los estuarios pantanosos de la costa del golfo de México. Ampliamente considerada como la "cultura madre" de mesoamérica, los conceptos olmecas y sus estilos artísticos se diseminaron más allá de sus fronteras, ejerciendo una gran influencia en las sociedades mayas emergentes. Los monumentos olmecas tardíos muestran evidencias de escritura, aunque fue entre los zapotecos, cuya civilización floreció en la región montañosa de Oaxaca, donde realmente se originó la asociación entre retratos históricos y nombres jeroglíficos. los sucesores de los olmecas serían los epiolmecas y los mayas.

Para entonces, en las tierras altas del sur de la zona maya y las laderas costeras, se desarrollaron las sociedades de Miraflores e Izapa respectivamente. Las estelas encontradas en Izapa son notables por incluir las primeras escenas reconocibles de la mitología maya. Alrededor de 500 a.C., los mayas de las tierras selváticas bajas establecieron sus primeras ciudades erigiendo en sus centros grandiosos templos plataforma pintados de rojo, decorados con mascarones de dioses hechos con estuco. Nakbé se cuenta entre las primeras; pero posteriormente fue remplazada por El Mirador, la mayor concentración de arquitectura monumental jamás construida por los mayas. por razones aún desconocidas, esta vibrante cultura fracasó alrededor del siglo I y la mayoría de sus grandes ciudades fueron abandonadas.

Las principales características de la civilización maya del Clásico -el uso del calendario de cuenta larga, junto con el labrado de inscripciones jeroglíficas y retratos históricos- reflejan el desarrollo de una nueva ideología y un ideal de reinado dinástico. Estas características hicieron su primera aparición en la región del sur ente 37 y 162 d.c., en lugares como Kaminaljuyu, El Baúl y Abaj Takalik, mientras que las dinastías del estilo clásico se establecieron en Tikal en el área central alrededor de 100 d.C. Sin embargo, el sur experimentó un declive prematuro, y hacia el año 250 el dinamismo de la cultura maya se dirigió decisivamente hacia las tierras centrales bajas.

b) El Clásico (250-909) d.C.

Durante los siguientes seis siglos (predominantemente en el área central) la civilización maya alcanzó su mayor florecimiento maya, Sin embargo, los mayas nunca estuvieron aislados del desarrollo del México central, que en ese momento estaba dominado por la gran metrópolis de Teotihuacan y que en su apogeo albergaba más de 125.000 personas. Muy pocas partes de Mesoamérica, quizá ninguna, se salvaron de su influjo cultural, político y económico; su distintivo estilo artístico y arquitectónico, más bien a base de líneas rectas, puede ser encontrado en toda la región maya. los contactos fueron más directos durante el siglo IV, cuando Kaminaljuyu fue revitalizada bajo la fuerte influencia de Teotihuacan, y un vínculo de las tierras bajas quedó bajo su ámbito político, aunque brevemente.

El año 600 marca la transición entre los periodos temprano y tardío del clásico (hoy día definidos principalmente por el estilo artístico) coincidiendo con la caída de Teotihuacan. durante el Clásico tardío la civilización maya alcanzó su mayor crecimiento poblacional y complejidad social, así como su máximo desarrollo artístico e intelectual. Sin embargo, este éxito no duró, y desde el año 800, surgieron signos de un deterioro significativo: las dinastías comenzaron a colapsarse y los niveles poblacionales sufrieron un declive precipitado. Esta época traumática, subperiodo conocido como Clásico terminal, finaliza con la última fecha registrada en el calendario de Cuenta larga en 909 d.C. no obstante, la crisis no se reflejó de inmediato en el norte, donde ciudades como Chichén Itzá y Uxmal mostraban un gran crecimiento.

c) El Posclásico (909-1697) a.C.

En los inicios del Posclásico temprano (909-1200) la población maya se concentraba principalmente en las áreas norte y sur, mientras que el viejo corazón del territorio, en el área central, estaba habitado escasamente. Chichén Itzá continuó teniendo el poder regional del norte, mostrando fuertes lazos con los nuevos amos del México central, los toltecas. La híbrida arquitectura maya-mexicana de Chichén Itzá refleja su estructura cosmopolita, en tanto que las fuentes históricas hablan de su amplia influencia política. El Posclásico tardío (1200-1697) fue testigo del declive de Chichén Itzá y su reemplazo postrero por Mayapán. Este imitador menor sometió a algunos de los dominios anteriores de Chichén hasta que las discordias internas ocasionaron su abandono en 1441. En la zona sur, las últimas etapas del clásico se caracterizaron por movimientos poblacionales a gran escala, con migraciones del occidente que crearon pequeñas nuevas ciudades-estado. La más poderosa fue la de los quichés, aunque alrededor de 1475 fue sobrepasada por sus antiguos vasallos, los cakchiqueles.

El Posclásico llegó a su fin en 1521, cuando cayó el afamado imperio azteca ante los conquistadores españoles y sus aliados nativos. Pero la resistencia maya fue empecinada, y con grandes dificultades los españoles dominaron las comunidades sureñas en 1527 y a la mayoría de sus hermanos norteños en 1546. los reinos mayas de las selvas aisladas del área central fueron aún más obstinados, y se resistieron hasta la conquista final en 1697.


2. La cultura de la realeza maya

Durante el Clásico se desarrolló una cultura compleja y altamente refinada, que se reflejó en todas las expresiones de arte, arquitectura y escritura. los gobernantes combinaban una autoridad política suprema con un estatus semidivino que los convirtió en mediadores indispensables entre los mortales y las esferas sobrenaturales. Desde los tiempos antiguos se identificaron con el joven Dios del Maíz, cuya generosidad apuntaló todas las civilizaciones de Mesoamérica. Cada etapa de la vida desde el nacimiento hasta la muerte y resurrección- encontró su paralelo en el ciclo de la planta de maíz y el mito que sirvió como su metáfora. En este sentido, los intereses del agricultor humilde y del rey se entrelazaban y el sustento básico se asentó en el corazón de la religión maya.

La sucesión real era marcadamente patrilineal y el gobierno femenino tenía lugar únicamente cuando la continuidad dinástica peligraba. Hasta donde sabemos, la primogenitura era la norma: los hijos mayores tenían preferencia. Los demás eran conocidos como ch'ok, 'inmaduro, joven', pero más tarde extendió su significado hacia el término más amplio de 'noble'. El heredero en sí mismo era distinguido como el b'aah ch'ok, 'primer joven'. La infancia estaba marcada por una serie de ritos de iniciación, siendo uno de los más importantes una sangría que se realizaba a la edad de cinco o seis años. Aunque la sangre era su principal alegato de legitimidad, los candidatos tenían que probarse en la guerra. Generalmente una contienda para la captura de prisioneros antecedía a la ascensión, y los nombres de los prisioneros eran incorporados al nombre del rey, bajo la fórmula 'amo/guardián de fulano y zutano'.

La investidura del rey era un asunto elaborado consistente en actos separados. En la entronización, el heredero, el heredero se sentaba en una almohada de piel de jaguar, en ocasiones sobe un andamio adornado con símbolos celestes, acompañado de sacrificio humano. Se le ataba una banda a la cabeza ostentando una imagen de jade de Huunal, el Dios Bufón (llamado así por el trilobulado de su cabeza), un patrono antiguo de la autoridad real. Después se le colocaba un tocado con mosaico de jade y conchas marinas con plumas verdes de quetzal. Entonces se tomaba un cetro grabado con la imagen de la deidad K'awiil (serpiente con patas). Al nombre que portaba en su infancia se le añadía un k'uhul k'aba', 'nombre divino', normalmente tomado de un predecesor, algunas veces un abuelo (en las comunidades mayas modernas, los hijos eran vistos como abuelos renacidos, la palabra mam significa abuelo y nieto al mismo tiempo.

Los nombres que sociamos con determinados reyes y reinas mayas, son tan solo una parte de secuencias mucho más largas de nombres y títulos. A menudo se basan en los de dioses u otros personajes sobrenaturales, siendo los más comunes K'awiil, el dios de los linajes reales cuyo pie termina en cabeza de serpiente; Chaak y Yoaat (o Yopaat) dioses empuñadores de hachas de la lluvia y el rayo; Itzamnaaj, la anciana deidad suprema del cielo; y K'inich, el dios sol estrábico (también usado como  título honorífico de Gran Sol).

Algunas variantes aparecen frecuentemente bajo formas verbales -como en 'el dios que hace tal o cual cosa'- normalmente en conjunción con rasgos como chan/ka'an 'cielo' y k'ak', 'fuego'. Otros componentes comunes son los animales poderosos o prestigiados como: b'alam/hix, 'jaguar'; k'uk', 'quetzal'; mo', 'guacamaya'; kaan/chan, 'serpiente'; ayiin, 'caimán, cocodrilo'; ahk, 'tortuga' y chitam/ahk, 'pecarí' (el jabalí americano). 

Desde la entronización, el calendario dictaba un régimen de vida caracterizado por el ritual. las reliquias más duraderas de estos ritos son las estelas de varias toneladas de peso, llamadas lakamtuun, 'piedras grandes/estandartes'. Sus textos labrados describen su propia erección, el altar que se asocia y la sangre o el incienso que se esparció sobre ella. Estas ceremonias recreaban los actos primigenios que dieron movimiento al universo. labrados con la imagen del rey, a menudo de pie sobre un cautivo atado o un icono representando un lugar, sus inscripciones dan cuenta de los principales eventos históricos que ocurrieron desde que se erigió la última.

La mayoría de las ceremonias eran conducidas con el atuendo de las deidades, identificadas por un traje completo y una máscara (casi siempre representadas con un corte que permitía ver la car del usuario). Algunas requerían rituales especializados de danza, cada uno identificado por su propio nombre y parafernalia (uno de ellos incluía serpientes vivas). El acompañamiento consistía en cantos, sonidos de trompetas y conchas marinas y la percusión de tambores y caparazones de tortugas.en la intimidad los gobernantes y sus familias pretendían ingresar al mundo espiritual mediante visiones y trances inducidos por bebidas alucinógenas y enemas. También se autosacrificaban sangrándose la lengua u los genitales con espinas, espinas de mantarraya y navajas de obsidiana.

Todas las grandes ciudades mayas contaban con una cancha para el juego de pelota. En el juego, dos equipos intentaban mantener una pelota de goma dura y grande sin tocar el suelo, anotando puntos por medio de marcadores en el suelo y anillos de piedra en las paredes. El equipo incluía rodilleras, coderas y una banda ancha sobre la cintura o "yugo". Los reyes se llamaban a sí mismo aj pitzal, 'jugador de pelota', aunque su verdadero interés residía en los significados míticos del juego. La cancha del juego de pelota del inframundo era el lugar de sacrificio descrito en el Popol Vuh (el texto épico maya-quiché del silgo XVI) donde el Dios del Maíz encontró la muerte, pero de la cual finalmente renació.

Los reyes albergaban su corte en palacios ubicados en el corazón de sus capitales. las vasijas pintadas muestran escenas que evocan la vida cortesana, con señores entronizados rodeados de esposas y sirvientes, a menudo recibiendo el homenaje de sus vasallos que entregaban montones de tributos. Al parecer, los reyes mayas fueron polígamos, pero el matrimonio no es un tema que se discuta mucho en las inscripciones. También se pueden observar músicos y enanos. estos últimos eran más que simples bufones, pues disfrutaban  de un estatus elevado derivado de su asociación especial con las cuevas y demás entradas al inframundo. Las escenas que muestran el festejo y entretenimiento de los señores visitantes y de la nobleza local reflejan, no tanto las actividades de ocio, como la operación del gobierno y la diplomacia.

Una de las responsabilidades cruciales de los reyes era dirigir sus fuerzas en las batallas contra los reyes rivales. Aunque el momento oportuno para el ataque era esencialmente una decisión táctica, los augurios eran consultado fervorosamente, con la idea de buscar el momento propicio. el peor desastre que podía ocurrirle aun rey era ser tomado como prisionero en la batalla. La humillación pública era obligatoria y al parecer muchos eran torturados antes de ser ejecutados por decapitación, en la hoguera o atados a bloques de peso y precipitados por la escalinata de un templo. algunos cuantos sobrevivían a esas duras experiencias y regresaban a sus tronos como vasallos del vencedor.

La edad avanzada otorgaba un especial prestigio, de modo que los reyes longevos poseían títulos que hacían constar la cantidad de katunes (periodo de alrededor de 20 años) que había presenciado. La muerte, cuando llegaba, era vista como el inicio de una jornadaa, retomando el descenso del Dios del Maíz al inframundo, donde la victoria sobe los dioses de la putrefacción y la enfermedad lo conducirían al renacimiento y la apoteosis. Para prepararlos para esta odisea, los gobernantes fallecidos eran colocados en cámaras mortuorias bien construidas. Tendidos en un féretro de madera, el cuerpo era ataviado con la pesada joyería de jade utilizada en vida, envuelto en telas y pieles de jaguar, y era cubierto con una gruesa capa de polvo color rojo sangre de hematita y cinabrio. Las ofendas incluían vasijas de cerámica con alimentos y bebidas hecha de cacao (kakaw), conchas y otros productos marinos exóticos, efigies de dioses en arcilla o madera, espejos pulidos de hematita y pirita, libros de papel amate, instrumentos musicales, mueble, y ocasionalmente, sacrificios humanos. en muchos casos erigían sobre la tumba una pirámide de pendiente pronunciada, cuya punta remataba en su santuario donde se le veneraba como un ancestro deificado. Estos templos eran conservados durante generaciones, conformando un depósito colectivo del poder dinástico. En años posteriores las tumbas podían destaparse de manera ritual para dispersar su contenido e incinerar los huesos descarnados o para tomarlos como reliquias.

3. La política en el Clásico maya

Aunque puede parecer exagerado el significado de la división entre Preclásico y Clásico, esta distinción refleja la transformación de un orden político y social a otro. La tradición clásica emergente fue extraída, con toda certeza, de la prácticas existentes, incorporando ideales de gobierno (incluyendo atuendos específicos de la realeza) que pueden remontarse a la época de los olmecas. sin embargo, poseía una aguda percepción de sí misma como una innovación, una ruptura con el pasado. En el Preclásico, la autoridad en las tierras bajas se manifestaba generalmente en términos amplios e impersonales, con grandes programas arquitectónicos ornamentados con mascarones de dioses y símbolos cósmicos. En contraste,el Clásico enfatizaba la individualidad. La relación entre la realeza y el cosmos fue rearticulada, incluso reconcebida. La forma antigua de la estela monolítica fue utilizada para determinar tanto la identidad real como su historia, todo enmarcado por un orden sagrado definido por el calendario. La arquitectura ceremonial experimentó un desarrollo similar, al convertirse los templos-pirámide en santuarios mortuorios para venerar a lso reyes fallecidos. Estos cambios se mencionan explícitamente en las historias escritas, donde las dinastías clásicas fueron establecidas por fundadores nombrados , en ocasiones en fechas específicas de "arribo al poder".

Entre 100 a.C. y 100 d.C. los elementos de este sistema echaron raíces en varias partes de Mesoamérica. En el área maya aparecieron por primera vez al sur, en El Baúl, Abaj Takalik y Kaminaljuyu, donde las estelas labradas con retratos de la realeza, fechas y textos históricos ya ocupaban un lugar importante, por lo menos desde 37 d.C. el surgimiento del primer reino dinástico en las tierras bajas centrales ocurrió alrededor de 100 d.C.

Para los mayas, la autoridad se depositaba en el rango de ajaw, 'Señor, Gobernante'. Hacia fines del siglo IV, los supremos gobernantes se distinguían de la clase señorial haciéndose llamar k'uhul ajaw, 'Señor divino'. A pesar de que esto se confinaba a los más antiguos y poderosos centros, bajo la forma que hoy conocemos como 'glifo emblema', posteriormente se extendió de manera importante. El título kaloomte (conocido por mucho tiempo como Batab) fue especialmente importante y se restringió a las dinastías más poderosas del Clásico) cuando se anteponía el prefijo ochk'in, 'oeste', como ocurre con frecuencia, se alegaba una legitimidad proveniente de la gran ciudad de Teotihuacan, cuyo papel en la zona maya no ha sido aclarado del todo.

El sistema dinástico de las tierras bajas inicialmente se extendió en forma lenta desde e corazón del área central conocida como el Petén. Después de un lapso de la intervención teotihuacana, hacia fines del siglo IV el ritmo de expansión se incrementó considerablemente. Los nuevos reinos, muchos establecidos en sitios existentes en el preclásico, ocuparon la mayoría de las tierras productivas del área maya. eran ferozmente individualista, adoptando su propio patrón de deidades e historia mítica, extraídos indudablemente de las tradiciones preclásicas. Estas entidades fueron las unidades estables más grandes que emergieron en los seis siglos del Clásico, pero, debido a los continuos conflictos, el territorio maya nunca fue unificado bajo una sola autoridad.

A través de los años los estudiosos han diferido acerca de las entidades mayas; algunos se inclinan por la existencia de unos pocos estados a escala regional, y otros por una infinidad de pequeños estados. Sus administraciones también son motivo de controversia, algunos sostienen la existencia de gobiernos fuertes y centralizados, y otros aseguran la de gobiernos débiles y descentralizados. como resultado hay una disyuntiva entre dos visiones contrastantes de la sociedad maya . Pero el surgimiento de nueva información de las inscripciones, en las que los mayas describieron directamente su mundo político, permite un replanteamiento del tema. Según las investigaciones  de Simon Martin y Nikolai Grube se apunta hacia un sistema duradero y penetrante de "suprareinados" que moldeó casi todas las facetas del panorama Clásico. Tal esquema concuerda con una práctica muy extendida en Mesoamérica, al tiempo que reconcilia los aspectos más apremiantes de las dos visiones existentes, como la avasalladora evidencia de numerosos reinos pequeños con la gran disparidad observada en el tamaño de sus capitales.

Desde hace algún tiempo se sabe que las relaciones jerárquicas aparecen es los textos,  donde se expresan por el uso de la posesión. Así sajal, un cargo ostentado por algunos miembros de la nobleza dominante, se convierte en usajal o 'el noble de' cuando se vincula a tal señor con su rey. La misma estructura puede observarse con el rango monárquico de ajaw, que se convierte en yajaw, 'el señor de'. A pesar de que esto demostraba que un rey podía estar subordinado a otro, el pequeño número de ejemplos los hizo parecer, en un principio, efímeros y de limitada importancia. Pero otra forma de expresión ha demostrado ser igualmente importante, al expandir enormemente el número de tales vínculos. En ese caso, una frase acerca de la ascensión real va acompañada de una segunda frase encabezada por ukab' jiiy, 'el lo supervisó', seguido del nombre de un rey extranjero. Esto identifica al gran señor hacia quien el rey local estaba obligado. En toda Mesoamérica prácticas semejantes están documentadas ampliamente y existen incluso algunas descripciones explícitas del Posclásico maya. cuando éstas se combinan con nuevos ejemplos de relaciones yajaw, y al incrementarse continuamente los datos sobre la diplomacia y la guerra, es posible construir un bosquejo de las interacciones y del poder político en el área central durante el Clásico.


Esquema visual de las interacciones entre los estados mayas

Como cabría esperar, las relaciones variaban a través del tiempo, pero aparentemente existieron algunas de larga duración. Debe enfatizarse que el Clásico tardío está mejor representado por este tipo de relaciones que el Clásico temprano, del que se conocen pocas inscripciones y en las que, de cualquier manera, la interacción política de discute en menor proporción. Como resultado se observa que la influencia temprana de Tikal está subrepresentada, y se tiene un mejor panorama de la preeminencia de Calakmul en el siglo VII. Aunque ambas eran superpotencias gemelas, no fueron las únicas ciudades-estado en producir supragobernantes, y se desarrollaron hegemonías menores en cada región.

Al hablar de estados y reinos se tiende a evocar fronteras y territorios, pero estos no fueron los medios por los que las polis se defendían a sí mismas. Era más importante la dinastía que se asentaba en su núcleo, su relevancia comercial y ceremonial y el centro del que radiaban los vínculos con los señoríos menores de su periferia.

La expansion política, cuando ocurría, no era por la adquisición de un territorio per se, sino por la extensión de las redes de influencia. Las dinastías más poderosas sometían a señores divinos rivales bajo su dominio, con vínculos que a menudo llegaban más allá de su región inmediata. Los lazos entre los señores y sus amos eran muy personales y permanecían vigentes aún después de la muerte de alguno de los dos. Pero, a pesar de cimentarse en votos de lealtad o uniones maritales, en la práctica los lazos eran tenues y más bien descansaban en la amenaza militar y en los beneficios disponibles para los señores. Las victorias guerreras, además de ganancias, fomentaban nuevos reclutamientos para ingresar a la esfera de un protector exitoso, al tiempo que inspiraban temor y respeto entre los señores protegidos. Cuando se poseía una reputación intimidante, la persuasión diplomática ejercía una mayor influencia sin necesidad de pelear.

Los poderes dominantes operaban a través de las dinastías locales establecidas, pero cuando éstas mostraban resistencia, los reyes no manipulaban a su favor la sucesión local. Sin duda, el grado de influencia que ejercían variaba según el caso, pero su nivel de intervención en los asuntos internos parece que era insignificante. Tal vez sorprendentemente, los grandes reyes rara vez se vanagloriaban de sus posesiones en sus propias inscripciones y en gran medida dependemos de los gobernantes vasallos para describir su situación de subordinados. A menudo tal información emergen solamente cuando los eventos subsecuentes requieren explicación o antecedentes, como cuando el protector era derrocado por la fuerza. El hecho de que la subordinación podía ser suprimida de los monumentos de los señores protegidos, indica cuántas relaciones más de este tipo no se han descubierto todavía.

Al igual que en todas las sociedades de Mesoamérica que han sido documentadas, podemos tomar por hecho que existía una dimensión económica integrada al sistema; un flujo de bienes y servicios de los señores hacia el rey que podría considerarse, al menos en parte, para explicar las enormes diferencias en tamaño y riqueza entre las ciudades. Sin embargo, aunque las escenas de pago de tributo abundan en las vasijas pintadas (en las que sacos numerados de granos de cacao, montones de textiles y plumas se utilizaban como iconos de divisas), las inscripciones mencionan someramente los arreglos entre los reinos. Ciertamente, nuestro conocimiento sobre la economía maya, en general, incluyendo el tema altamente significativo del intercambio a larga distancia, es frustrantemente escaso.

El panorama político del Clásico maya se asemeja en muchos aspectos al del viejo mundo (la Grecia clásica o el renacimiento italiano son comparaciones dignas) en donde una cultura refinada y ampliamente compartida floreció entre divisiones y conflictos perpetuos. Al igual que sus primos más cercanos, als pequeñas ciudades-estado que dominaron las etapas más importantes de la historia mexicana prehispánica, observamos un mundo complejo entrecruzado por numerosas relaciones patrón-protegido y vínculos familiares, en cuyos centros principales lucharon uno contra otro por enemistades que podían durar siglos.

BIBLIOGRAFÍA:

MARTIN, S. y GRUBE N.: Crónica de los Reyes y Reinas Mayas. La primera historia de las dinastías mayas. 2002.