I. La crisis sucesoria de 1290 y el reinado de John I
Balliol (1292-1296)
La noche del 18 de marzo de
1286 sería fatídica para Escocia. El rey Alexander III murió de un caída de su
caballo mientras marchaba hacia Kinghorn, en la región de Fife. Su largo
reinado se recordaría como una edad dorada de paz y prosperidad, pero su fracaso
a la hora de dar un heredero legítimo a Escocia menoscabó sus logros. Su
primera esposa, Margaret, hija de Henry III de Inglaterra había fallecido en
1275 y sus hijos, dos varones y una mujer, no la sobrevivieron mucho tiempo. Su
nuevo matrimonio con la joven Yolande de Dreux había devuelto las esperanzas de
la llegada de un heredero varón, pero la muerte intempestiva del rey dejó en el
trono a una niña enfermiza de tres años, su nieta. La niña también se llamaba Margaret, y su madre, casada con el rey Eírik II de Noruega, había muerto en 1283 al dar a luz. Margaret recibió el
apelativo de la "Doncella de Noruega", y fue la última descendiente
de la dinastía de Dunkeld, fundada por el rey Duncan I (1034-1040). Para administrar
el reino en su nombre, ya que aún estaba en la lejana Noruega, se nombró un Consejo de Regencia que envió una delegación a Edward I de Inglaterra para
informarle de la situación en Escocia. Sin duda, el rey inglés debió considerar
las implicaciones de lo sucedido, pero como se encontraba absorbido por sus
asuntos en Gascuña, no actuó. Fue a su regreso a Inglaterra a finales del
verano de 1289 cuando propuso el matrimonio entre su hijo Edward de Caernarvon
y la doncella de Noruega. Aunque no sin recelo, los escoceses aceptaron la
propuesta en el Tratado de Birgham (1290), cuyos términos insistían en que el
reino de Escocia mantendría su independencia.
Todos esos esfuerzos fueron
inútiles: Margaret murió poco después de desembarcar en las Islas Orcadas. La
sucesión quedó abierta de nuevo, y de inmediato se produjo una avalancha de
personajes deseosos de de hacer valer sus derechos al trono vacante. Ante la
posibilidad del estallido de una guerra civil, los nobles escoceses pidieron a
Edward I que mediara en la situación. En mayo de 1291, el rey de Inglaterra se
reunió con ellos en la villa fronteriza de Norham-on-Tweed, y los informó de
que mediaría en la cuestión si se reconocería su soberanía sobre Escocia y se
ponían los castillos reales bajo su custodia para que pudiera asegurar la paz.
La presencia ominosa del ejército inglés concentrado en las inmediaciones
obligó a los escoceses a ceder, y acabaron poniendo el reino bajo el control de
Edward I. No está claro en qué momento de esta cadena de acontecimientos el rey
de Inglaterra decidió que sometería Escocia; es posible que las circunstancias se
aliaran en su favor. Cuando su amada esposa, Leonor de Castilla, murió en 1290,
la mente del anciano monarca perdió su antiguo brillo. La caída de Acre en 1291
acabó con su sueño de encabezar una nueva cruzada en Tierra Santa, y sin
aquella distracción sus pensamientos se centraron en los asuntos escoceses.
Se presentaron trece pretendientes
al trono: (1) Eírik II de Noruega,
por ser el padre de la última reina escocesa; (2) Nicholas de Soules († 1296), señor de Liddesdale, y nieto de
Marjory, hija ilegítima de Alexander II (1214-1249); (3) Patrick Galithley, descendiente de Henry Galithley, hijo ilegítimo
de William I el León (1165-1214); (4) William
de Ros († 1316), 2º Barón de Ros, y nieto de Isabel, hija ilegítima de
William I; (5) Patrick IV, Earl de
Dunbar, biznieto de Ade, hija ilegítima de William I; (6) William de Vesci († 1297), nieto de Margaret, hija ilegítima de
William I; (7) Roger de Manderville,
descendiente en cuarta generación de Aufrica, hija ilegítima de William I; (8) John Balliol, 5º Barón de Balliol,
nieto de Margaret, hija de David, Earl de Huntingdon, hermano del rey William
I; (9) Robert Bruce, hijo de
Isobel, segunda hija de David, Earl de Huntigdon y 7º señor de Annandale; (10) John de Hastings, nieto de Ada, tercera
y última hija de David de Huntingdon; (11) Floris
V, conde de Holanda, descendiente en cuarta generación de Ada, hermana del
rey William I; (12) Robert Pinkney, bisnieto
de Marjory, hija ilegítima de Henry de Northumbria, padre del rey William I; y
(13) John II Comyn, señor de
Badenoch y Guardián del Reino (1286-1292), descendiente en 5ª generación de
Bethoc, hija del rey Donald III
(1093-1094 y 1094-1097), hijo de Duncan I, el primer rey de la dinastía. Aunque Edward nunca se presentó como competidor al trono, también él descendía de Malcolm III, a través de su hija Edith, esposa de Henry I de Inglaterra, cuya hija, Adelaide (o Matilda), había sido la madre del bisabuelo de Edward, Henry II, por lo que a veces se le incluye en las listas como el decimocuarto pretendiente. También era cuñado de Alexander III, quien se había casado con su hermana Margaret de Inglaterra.
Cuadro genealógico nº 1: Pretendientes al trono escocés en 1290
Cuadro genealógico nº 1: Pretendientes al trono escocés en 1290
De todos ellos destacaban los
dos descendientes de las dos sobrinas de William el León, hijas de David de
Huntingdon. Eran el octogenario Robert Bruce, llamado "el
Competidor", abuelo del rey Robert I Bruce, y John Balliol. Este último
era un noble anglonormando de mediana edad, culto y con extensas propiedades
territoriales en Inglaterra, el norte de Francia y Galloway, pero aunque
contaba con apoyos entre la nobleza escocesa, no era muy conocido en el país.
El 17 de noviembre de 1292, en Berwick, Edward I se pronunció a favor de
Balliol, quien le rindió homenaje y fue coronado en Scone, antes de que
finalizara el mes. Los ingleses devolvieron los castillos de Escocia al rey
John, pero siguieron ocupando el país. Edward pretendía ir un paso más allá en
la manifestación pública de su supremacía y decidió socavar el poder judicial
del reino. exigió que el propio rey John en persona fuera a Inglaterra para
responder a las apelaciones presentadas contra las sentencias de los tribunales
escoceses, una prerrogativa del señor con mayor autoridad que las leyes
medievales consideraban la auténtica prueba de la soberanía. Con ello, Edward I
subrayaba que el rey John era el vasallo a quien su señor, el rey de
Inglaterra, enfeudaba el reino de Escocia. John I fue llamado a Westminster
para que respondiera a una apelación presentada por MacDuff de Fife contra una
decisión del parlamento escocés, y aunque se negó a responder a la apelación
"sin consultar a las gentes de su reino", el viaje fue una
humillación para él, y debilitó su autoridad entre los grandes señores
escoceses. En 1293 estalló la guerra entre Edward I y Philippe IV de Francia por
el dominio de Gascuña. En tono prepotente, Edward exigió a sus vasallos
escoceses, entre ellos el rey John y dieciocho señores más, que enviaran sus
mesnadas para que le sirvieran en ultramar a cambio de reconocer sus feudos
escoceses. John I obtuvo el respaldo de un consejo de señores recién constituido
para que se negara a acatar la orden y enviara una delegación a Philippe de
Francia pidiéndole ayuda. El resultado fue la Vieja Alianza (Auld Alliance), por la que ambos se
comprometían a invadir el territorio inglés si Inglaterra invadía a cualquiera
de los dos. A principios de 1296, John I de Escocia negó formalmente su
fidelidad al rey de Inglaterra y la guerra entre ambos reinos fue inevitable.
El rey John, descrito por un cronista contemporáneo como un "cordero entre
lobos que no osaba abrir la boca", se vio de pronto liderando a una
Escocia unida en su determinación de oponerse a Edward Plantagenet.
En 1296, Edward I tenía 57 años
y la reciente rebelión de Gales y el vuelco de los acontecimientos en el
continente lo tenían cada vez más amargado, aunque mantenía intacta su energía.
Una buena medida de su poder militar fue su capacidad para emprender la guerra
en Gascuña contra Philipp IV de Francia, a la vez que reunía una formidable
fuerza en Newcastle para invadir Escocia. Advertidos de la amenaza, los
escoceses concentraron su hueste feudal en Caddonlee, cerca de Selkirk, el
punto de reunión tradicional de sus ejércitos. No todos respondieron a su llamada:
muchos nobles del sur del país, como Patrick, Earl de Dunbar, pensaban que era
más beneficioso para sus intereses mantener la lealtad a Edward I. Tampoco en
esta ocasión el clan Bruce se alzó en armas contra los ingleses, creyendo que
no debían fidelidad a John I, sino al juramento de vasallaje que, en la Pascua
de aquel año, habían hecho a Edward I en el castillo de Wark. No existen datos
fehacientes sobre el paradero de William Wallace en aquel momento, aunque es posible que acudiera a Caddonlee. John I no estaba allí
porque había sido marginado políticamente. En su lugar, al frente de los
escoceses estaba John Comyn, Earl de Buchan, con el apoyo de los Earls de Menteith,
Strathearn, Lennox, Ross, Atholl, Mar y John Comyn el Rojo, señor de Badenoch.
Los escoceses cruzaron el río Solway para entrar en Inglaterra y sembraron la
destrucción a su paso. El autor de la Crónica de Lanercost, un canónigo del
priorato homónimo, cuenta que "quemaron casas, asesinaron a los hombres y
ahuyentaron al ganado; y en los dos días siguientes asaltaron con violencia la
ciudad de Carlisle, pero fracasaron y se retiraron al tercer día". A
principios de abril los escoceses volvieron a hacer incursiones en Northumbria
y Cumbria, causando graves daños a los prioratos de Lanercost y Hexham. El ultrajado cronista recogió sus atrocidades
y los acusó de quemar vivos en Corbridge "a cerca de doscientos niños en edad escolar que estaban aprendiendo sus
primeras letras y la gramática, a los que encerraron en las escuela y luego le
prendieron fuego".
Las incursiones fueron dañinas
pero inútiles; no contribuyeron a derrotar a los ingleses ni a disuadir a
Edward de su propósito. El 28 de marzo de 1296, el rey de Inglaterra cruzó el
río Tweed cerca de Coldstream y avanzó en dirección este hacia Berwick, la
villa más próspera de Escocia en aquel momento y la más importante para el
comercio interior y de ultramar. Al día siguiente, Edward exigió la rendición
de la ciudad. La guarnición se dejó llevar por un exceso de confianza en sus fuerzas
y respondió burlándose y "desnudando sus nalgas" para el rey. Edward
se lanzó a un ataque a gran escala por tierra y por mar. La operación naval se
efectuó a destiempo, y sufrieron algunas bajas, pero la ferocidad del asalto
contra la descuidada empalizada de madera que hacía de muralla dejó
boquiabiertos a los defensores. La resistencia se hundió con rapidez y los
desmoralizados escoceses se replegaron al interior de la ciudad. Un grupo de
treinta mercaderes flamencos resistió en el edificio fortificado y el almacén
de mercancías donde centraban sus actividades comerciales, denominado Red Hall,
pero éste acabó devorado por las llamas muriendo abrasados todos los que se
hallaban en su interior. Uno de los flamencos disparó un dardo de ballesta que
alcanzó a un primo del rey Edward, Richard de Cornualles, justo cuando
levantaba la visera para tomar aire. Al parecer fue la única baja notable de
los ingleses en Berwick y el detonante de la ira del rey, que se irritó
como un "jabalí perseguido por una jauría". Edward permitió salir de la
ciudad a las mujeres y a los niños, y también a la guarnición del castillo, que
había aceptado la rendición, mientras que el resto de los ciudadanos pagaron un
alto precio por sus insultos. El rey dio libertad a sus tropas para que
saquearan la ciudad y la bañaron en sangre, un suceso que todavía hoy empaña su
reputación.
Edward I permaneció en Berwick
cuatro semanas reconstruyendo y mejorando las defensas para consolidar la plaza
como posesión inglesa y convertirla en el centro administrativo de la Escocia
conquistada. Nombró a Hugh de Cressingham tesorero de Escocia con sede en la
ciudad, que se repoblaría en breve con mercaderes y villanos ingleses. El Earl
de Dunbar estaba en la villa con el rey, pero su esposa, la condesa, no
compartía el entusiasmo de su marido por los ingleses, y aprovechó la ocasión
para abrir las puertas del castillo de Dunbar a los escoceses. John de Warenne,
Earl de Surrey, marchó hacia el castillo al frente de un poderoso destacamento
de infantería y hombres de armas, y lo asedió. En su crónica, Walter de
Guisborough afirma que la fuerza de Warenne constaba de 1.000 jinetes, además
de otro centenar de efectivos de la caballería del obispo de Durham, y 10.000
soldados de infantería, pero lo cierto es que estas cifras se ajustarían más al
conjunto del ejército inglés, del que el destacamento que acudió a Dunbar debía
ser la vanguardia. El 27 de abril, el Earl de Surrey fue atacado por el
ejército del rey John, "la hueste feudal
de Escocia", que pretendía acorralarlo contra el castillo y su
guarnición. Cuando las huestes escocesas aparecieron en las colinas que se
alzaban a los pies del arroyo Spott, que dominaba Dunbar, Warenne confió la
dirección del asedio a Humphrey de Bohun y partió para enfrentarse al enemigo.
Cuando las tropas inglesas llegaron al arroyo, tuvieron que romper filas para
atravesarlo, y los escoceses, obstaculizada su visión por la ondulación del
terreno, pensaron que se retiraban. En ese momento, las huestes locales
hicieron gala de una absoluta ineptitud militar: abandonaron la seguridad del
terreno elevado, rompieron filas y se abalanzaron precipitadamente y en desorden
sobre un enemigo que creían presa fácil. Las experimentadas tropas de Warenne,
endurecidas por las campañas galesas, masacraron sin dificultad a los
desorganizados escoceses, y el ejército del Earl de Buchan se desintegró. la
infantería fue diezmada, pero no los nobles y los caballeros, de los que solo
el sheriff de Sterling, sir Patrick Graham,
murió en el breve tumulto que precedió a la rendición. La batalla de Dunbar es
famosa por el gran número de nobles y caballeros que fueron hechos prisioneros
y por la devastadora muestra de ineficacia de la maquinaria militar escocesa.
Se contaron 171 prisioneros entre condes, caballeros y escuderos. los más
notable fueron enviados a la torre de Londres y el resto se repartió entre los
castillos de las regiones del centro y el sur de Inglaterra. Andrew Murray, que
no tardaría en acompañar a William Wallace en su meteórico ascenso, estuvo allí
como escudero y fue hecho prisionero. Fue enviado al castillo inglés de
Chester, el más próximo a la frontera escocesa de entre los que recibieron
prisioneros de Dunbar.
En Dunbar se quebró el espinazo
de la resistencia escocesa. A los escoceses no les quedaron fuerzas para
continuar la lucha y fueron rindiéndo sus castillos uno tras otro. La
guarnición de la poderosa ciudad de Stirling huyó sin presentar batalla,
dejando en ella al guardián de sus puertas para que entregara las llaves al
invasor. La campaña acabó convertida en un desfile, con el rey Edward de
Inglaterra avanzando parsimoniosamente hacia el norte a través de un reino que
ya era suyo. John I Balliol de Escocia abdicó el 10 de julio en Brechin. Edward
le infligiría la mayor humillación antes de enviarlo como prisionero a la torre
de Londres: le arrancó las armas reales de Escocia de su sobreveste, y a partir
de entonces fue llamado en inglés Tuyme
Tabard ("tabardo vacío", en ingles medieval). Este apelativo de
John Balliol, el chivo expiatorio del fracaso de la nación, quedaría grabado en
la conciencia escocesa. Después de humillar a su rey, Edward I pretendió hacer
lo mismo con la nación escocesa arrebatándole los símbolos de su condición de
reino independiente. Se llevó a Inglatera los archivos escoceses y la Cruz
Negra, una célebre reliquia sagrada; y también ordenó el traslado de la Piedra
del destino, sobre la que se habían coronado los reyes de Escocia desde tiempos
inmemoriales, de la abadía de Scone a la de Westminster, siendo encajada en el
trono de madera donde se coronaban los reyes
de Inglaterra. Robert Bruce de Annadale, el incapaz padre del futuro
Robert Bruce que ganaría fama en Bannockburn, estaba convencido de que el
monarca inglés premiaría su fidelidad entregándole la corona de Escocia, pero
Edward truncó sus ilusiones con una réplica mordaz: "¿No tenemos nada mejor que hacer, acaso, que ganar reinos para vos?".
No habría otro rey de Escocia que Edward Plantagenet. El soberano convocó en
Berwick a todos los terratenientes y nobles de Escocia para recibir su
vasallaje, recogiendo sus nombres en un documento que los escoceses llamarían
en tono burlón el "Pergamino de los Traperos" (Ragman Roll). William Wallace no aparece en él, un gesto que se ha
entendido como una manifestación temprana de su independencia de espíritu, pues
llegado el momento de la verdad, negó su lealtad al rey de Inglaterra y permaneció
fiel a Escocia.
La invasión de Escocia por Edward I en 1296 |
El 17 de septiembre de 1296,
Edward I cruzó la frontera y se despidió de sus recientes conquistas norteñas
con una célebre observación de desdén que compartió con su viejo amigo, el
conde de Surrey: bon besoigne fait qy de
merde delivrer, que en palabras actuales significa "qué alivio
librarse de la mierda". El rey cabalgó hacia el sur, mientras que su
amigo, el viejo conde, se retiraba a la tranquilidad de sus posesiones en
Yorkshire, dejando bien guarnicionada Escocia y con el gobierno en las capaces
manos de William Ormsby, presidente del Tribunal Supremo, pero también del
avaricioso tesorero Hugh Cressinghanm.
Tras la batalla de Dunbar, gran
parte de los cabecillas escoceses como los Earls de Atholl, Ross, Menteith y
John Comyn el Rojo, perdieron su credibilidad en el terreno militar y sufrieron
cautiverio en Inglaterra. Lo cierto es que no podían hacer grandes aportaciones
a la rebelión de Wallace en lo que respecta a experiencia en el combate. Por
otra parte, no solo el Earl de Dunbar fue leal al bando inglés; muchos otros,
incluido el futuro rey Robert Bruce, entonces Earl de Carrick rindieron
vasallaje a Edward I, si bien la leyenda cuenta que "sus corazones estaban en otra parte". El éxito o el fracaso de
Wallace dependia de que lograra el apoyo del escalafón más alto de la sociedad
escocesa y fueron muchos los condes que no participaron en su alzamiento; la
apuesta era muy fuerte y tenían mucho que perder.
II. La figura histórica de William Wallace
William Wallace fue Guardián de
Escocia desde marzo hasta julio de 1298. A pesar de su importancia como héroe
nacional, la figura histórica de William Wallace permanece en las sombras, muy
mal documentada, con los hechos de su vida cubiertos por un velo distorsionador
de leyenda y folclore. Gran parte del mito procede del enmarañado poema épico La vida de William Wallace, obra del
poeta Blind Harry (Harry el Ciego) escrita más de un siglo y medio después de
la muerte del protagonista. Blind Harry afirma que su obra se basa en un
manuscrito en prosa perdido de John Blair, capellán y amigo de Wallace, pero se
diría que la atribución solo es un recurso literario, porque el poema está
repleto de clamorosos errores de hecho, incoherencias cronológicas y proezas
imposibles. Es posible que la primero parte del poema, que tiene ciertos aires
de veracidad, se basara en textos perdidos a los que el autor añadió historias
legendarias que pervivían en la tradición oral. Existen pruebas documentales de que
los hermanos de William Wallace, Malcolm, el mayor y John, ejecutado en 1307,
eran seguidores de Robert Bruce. También se cree que al héroe lo educaron sus
tíos, ambos sacerdotes, que le transmitieron un amor inquebrantable por la
libertad. Se ha supuesto que al joven William estaba destinado a seguir los
pasos de sus tíos en el sacerdocio. con independencia de sus andanzas de
juventud, la versión de Harry establece que el detonante de su metamorfosis
como caudillo rebelde en 1297 fue el asesinato de su esposa o de su amante,
Marion Braidfute, heredera de Lamington, a manos de William Heselrig, el infame
alguacil de Clydesdale. Si bien el relato de Harry no es fiel en los detalles,
al menos proporciona un motivo de la transformación de Wallace y el salvaje
asesinato de Heselrig.
Wallace, o "le
Waleis" significa "el galés". Se cree que Richard Wallace,
ancestro de William, llegó a Escocia en la década de 1130 al servicio de Walter
Fitzalan, que había sido designado senescal del rey David I. Los Fitzalan se
convirtieron más tarde en los altos senescales hereditarios de Escocia y,
finalmente, en la casa real Estuardo (Stewart
= Senescal). Los Wallace eran una de las familias de caballeros del séquito
feudal de los Estuardo, una buena posición. Sus tierras estaban en Ayrshire y
más tarde en Renfrewshire, en el corazón del gran feudo de los Estuardo. Es
posible que William Wallace naciera en Elderslie, cerca de Paisley (Renfrewshire),
aunque algunos sitúan su nacimiento en Ayrshire. No se ha podido determinar su
año de nacimiento; solo es posible especular a partir de detalles, como que
estaba en la flor de la vida cuando emergió en la historia en mayo de 1297. No
se conserva ningún ninguna fuente contemporánea fiable sobre su aspecto físico;
las narraciones tradicionales coinciden en señalar que era alto, de fuerte
constitución, que destacaba entre la multitud y que era un luchador nato.
Aunque no hay pruebas documentales
de sus acciones antes de 1297, el hábil manejo de los asuntos militares que
demostró en los dos años siguientes indica que tenía experiencia militar. Como
hijo menor y sin propiedades, quizá buscó empleo como soldado, pues los hechos
posteriores demuestran que conocía muy bien esta profesión. Si fue este el
caso, es posible que combatiera en gales o en el continente con los ejércitos
de Edward I. Otra corriente historiográfica señala que antes de 1297 Wallace
era un forajido, una especia de Robin Hood escocés que aprendió los rudimentos
del oficio de las armas durante su vida fuera de la ley. La crónica de
Lanercost lo describe como "un
hombre sanguinario […] que había sido jefe de una banda de malhechores en
Escocia". La única prueba que apoya esta teoría es poco concluyente y
sugiere la idea de un héroe con una juventud más díscola y menos romántica. Ee
trata del documento de un juzgado de York, fechado en agosto de 1296, que
declara culpable a un clérigo de mala reputación, Matthew de York, de entrar en
casa de Christina de Perth para robarle bienes y cerveza por valor de 3
chelines "en compañía de un ladrón,
un tal William le Waleys". Siempre queda la posibilidad de que el
incuestionable conocimiento de la ciencia militar de que dio muestras Wallace
se debiera a su inteligencia, pero fuera cual fuere su experiencia antes de
1297, difícilmente podía prepararlo para dirigir un ejército en el campo de
batalla y menos aún para ejercer el cargo de guardián de Escocia.
3.
La Campaña de 1297
a) La Revuelta escocesa
El rey Edward I acababa de
abandonar Escocia cuando el resentimiento contra la dominación inglesa provocó
los disturbios que acabarían en revuelta a principios de 1297. La conquista
había sido demasiado fácil y la ocupación bastante superficial. Los escoceses
no estaban dispuestos a resignarse al yugo extranjero; el imperio escocés de
Edward I empezó a tambalearse. Los ingleses acusaron a Robert Wishart, obispo
de Glasgow, y a James Stewart (Estuardo), el alto senescal, de instigar la
rebelión, y no les faltaba razón. La iglesia de Escocia estaba molesta por las
prebendas escocesas que Edward I había otorgado a los prelados ingleses y
disponía de una buena red para difundir ideas incendiarias y justificar la
violencia contra los ingleses. El senescal y Wishart colaboraron estrechamente
con Wallace; de hecho, Lanercost estaba convencido de que ambos habían
instigado la revuelta y luego habían empujado a Wallace a la violencia, pues
ellos no osaban administrarla. Al comenzar la rebelión, el alto senescal fue uno
de los pocos señores escoceses que continuó desempeñando un papel importante;
después, cuando el resultado era incierto, adoptó una posición más ambigua,
como los demás nobles escoceses. Walter de Guisborough quiso aclarar la actitud
de aquellos señores en 1297. "El
pueblo llano lo siguió [a Wallace] cual
caudillo y soberano, los criados de los grandes señores se sumaron a él, e
incluso los mismos señores, que estaban en cuerpo junto al rey inglés, en su
corazón estaban en el bando contrario". Los señores tenían mucho que
perder: se habían sometido a Edward I tras su derrota del año anterior y, si
volvían a rebelarse, arriesgaban a perder todas sus posesiones.
El escocés medio se sintió
ultrajado en lo más profundo de su ser cuando Cressingham ordenó requisar toda
la lana de Escocia para venderla en Flandes y financiar la guerra de Edward I
en Francia. La intención era compensar más adelante a los productos, pero nadie
confiaba en el tesorero y cundió el temor a perder el principal medio de
subsistencia del país. Luego la misma "gente corriente" que veía su
lana requisada recibió la noticia de que debía alistarse en el ejército ingles
par servir en ultramar. estas exigencias acentuaron aún más el agravio de la
opresión extranjera y fueron la excusa para un alzamiento nacionalista.
No se dispone de información
sobre las hazañas de Wallace anteriores a mayo de 1297, cuando "levantó su cabeza", en palabras del
cronista escocés John Fordun. El alguacil inglés de Clydesdale, William
Heselrig, se había trasladado a Lanark para presidir una sesión del jurado del
condado cuando un grupo liderado por Wallace lo cogió por sorpresa en un
intrépido ataque nocturno, que se saldó con la muerte de Heselrig y muchos de
sus hombres y el incendio de la villa. El asesinato del alguacil introdujo a
Wallace en la historia y cimentó su gran popularidad, convirtiéndose con
rapidez en el centro de la rebelión. El cronista escocés Fordun atribuye unas
buenas razones a los que se sumaron a las filas de Wallace: "A partir de entonces se reunieron a su
alrededor todos los resentidos, los que vivían aplastados bajo la carga de la
esclavitud que imponía el intolerable gobierno de los opresores ingleses, y se
convirtió en su caudillo". Lejos de rehuir la ira inglesa desatada por
la acción de Lanark, Wallace atacó audazmente Scone al frente de una poderosa
fuerza de caballería que contaba con sir William Douglas y sus seguidores con
el objetivo de capturar a William Ormsby, el juez supremo inglés de Escocia.
Ormsby consiguió escapar, pero el asalto convirtió a todos los ingleses que se
encontraban al norte del Forth en prisionero dentro de las murallas de sus
propios castillos.
Entre tanto, los señores del
suroeste de Escocia se habían alzado en armas bajo la égida de Robert Wishart,
obispo de Glasgow, James Stewart, el alto senescal, y Robert Bruce, Earl de
Carrick en 1292, y futuro rey, que aparece por primera vez como cabecilla de la
resistencia contra los ingleses. Edward I envió una fuerza de tropas norteñas
dirigidas por Robert Clifford, lord protector de las Marcas, y Henry Percy,
guardián de Galloway, con órdenes de arrestar, encarcelar llevar ante la
justicia a quienes alteraban su paz. Los ineptos señores escoceses se retiraron
y capitularon en Irvine sin oponer resistencia a primeros de julio, aunque la
prolongada negociación de los términos de rendición mantuvo ocupados a Percy y
a Clifford durante semanas, dando oxígeno a la rebelión. Aun así, el episodio
fue una nueva deshonra que desacreditó a la nobleza y confirmó a Wallace como
jefe indiscutible de la rebelión. El caballero escocés Richard Lundie se
disgustó tanto por el fiasco que al punto cambió de bando. Bruce aceptó
someterse formalmente en Berwick, pero nunca se presentó, a pesar de que su
garante Wishart había sido arrestado y confinado en el castillo de Roxburgh.
William Douglas fue encadenado y encerrado en el castillo de Berwick donde se
mostró violento e insolente con sus carceleros; fue enviado a la Torre de
Londres donde murió. Su hijo James, que entonces tenía diez años, se convertiría
en el famoso "buen" sir James Douglas que sería tan relevante en las
guerras de independencia del siglo siguiente junto a Robert Bruce. Wallace
mostró su enojo por la traición de Wishart asaltando el palacio episcopal de
Ancrum, tomando sus propiedades y apresando a sus hijos.
b) El alzamiento en el norte en
1297
Andrew Murray o Moray, hijo de
Andrew Murray, juez supremo de Scotia (denominación histórica de los
territorios escoceses al norte del río Forth) y por lo tanto perteneciente al
rango superior del estamento de los caballeros, había luchado como escudero en
Dunbar, donde fue hecho prisionero por los ingleses y enviado al castillo de
Chester, de donde consiguió fugarse a principios de 1297 . De vuelta a sus
tierras familiares en el noreste de Escocia, se dedicó a fomentar la rebelión.
como hijo de un caballero de alto rango, era un líder natural para la revuelta
del norte, pero no era el único; entre otros, también se había alzado Alexander
Pilche, un burgués de Inverness que unió sus fuerzas a las de Murray y se
convirtió en su lugarteniente. A través de las cartas que dirigieron a Edward I
sus "dirigentes y fieles amigos" del norte se han podido recabar los
escasos detalles conocidos sobre el alzamiento. Las misivas transmitían al rey
la rapidez con que se deterioraba la situación y suplicaban su ayuda contra
Murray y el "gran número" de granujas" que dirigía. Murray
intentó tomar el castillo de Urquhart que se alzaba a orillas del lago Ness. La
decidida resistencia de los defensores se lo impidió, pero, a medida que
aumentaban sus fuerzas, los castillos de Inverness, Elgin y Banff fueron
cayendo en sus manos. En agosto había limpiado de ingleses todo Moray y la
mayor parte del territorio situado al norte de los Mounth (montes Grampianos).
Muchos de los jefes escoceses
cautivos desde Dunbar fueron liberados en el verano de 1297 con la condición de
que sirvieran al rey en Flandes. ante la degeneración de la situación en
Escocia, Edward eximió a John Comyn el Rojo y a su primo John Comyn, Earl de Buchan,
del servicio en ultramar para que sofocaran la rebelión. Pero los intentos de
acción coordinada contra los rebeldes del norte fracasaron. En opinión de
Cressingham, a quien no le faltaba motivos para sospechar, la lealtad de los
Comyn, al igual que la de otros señores escoceses ofrecía serias dudas. Sus
cartas al rey revelan su deseperación cuando informan de que sus hombres "han sido asesinados, asediados, encarcelados
o han abandonado sus jurisdicciones y no se atreven a volver. Y, en algunas comarcas, los escoceses han
designado y establecido [sus propios] alguaciles
y funcionarios. Por ello, no hay ningún condado que esté seguro, salvo
Berwickshire y Roxburghshire". No es posible que todo fuera obra de
Wallace. La comunidad escocesa en su conjunto, en todos sus ámbitos, tuvo que
cooperar para reinstaurar alguna forma de administración que les permitiera
reunir, entrenar y equipar fuerzas militares en el bosque de Selkirk durante
aquel mes de julio. luego, en agosto, Wallace abandonó el bosque para operar al
norte del Forth. Barrió Perthshire y Fife, limpiándolos de ingleses, antes de
poner sitio al importante castillo de Dundee. Andrew Murray y Wallace estaban
permanentemente en contacto y sabían que un ejército inglés había cruzado la
frontera, que su objetivo era Stirling y su intención alcanzar un acuerdo con
ellos. Murray y el ejército del norte descendieron para encontrarse con Wallace
en Dundee y ambos caudillos rebeldes unieron sus fuerzas a principios de
septiembre. Dejaron el asedio en manos de los burgueses locales "bajo pérdida de vida o miembro" en
caso de que lo abandonaran y se dirigieron a marchas forzadas al sur para tomar
posiciones a las afueras de Stirling.
El 22 de agosto, el rey de
Inglaterra zarpó para Flandes en la coca llamada precisamente "Edward" para reanudar su guerra
contra los franceses; su contingente escocés constaba de diez míseros
caballeros con veinticinco escuderos y soldados bajo el mando de Edward Comyn,
que, en cuanto pudieron, se escabulleron y volvieron a casa.
El poderoso castillo de
Stirling, levantado en lo alto de una roca desde donde dominaba la ciudad y el
puente sobre el río Forth, donde había estado en poder de los ingleses desde su
rendición tras la batalla de Dunbar. Su privilegiada posición le permitía
vigilar la estrecha franja de territorio escocés que separaba las regiones
septentrionales y australes del reino, guardada al oeste por las colinas de
Touch y Fintry, y al este por el río Forth, que fluía hasta el estuario a poca
distancia. El castillo y el puente de Stirling eran la puerta de entrada al
norte de Escocia.
Hugh Cressingham estaba en
Roxburgh cuando Henry Percy y Robert Clifford regresaron de Irvine. Informado
Cressingham de la capitulación de los señores escoceses y de la amenaza de
William Wallace, se decidió que la expedición contra los escoceses esperaría a
la llegada del Earl de Surrey, por lo que Percy y Clifford partieron,
licenciando a la mayor parte de sus tropas. El 28 de julio llegó a Berwick el
Earl de Surrey, acompañado de su sobrino, Henry Percy, al que dejó allí a la
espera de Bruce y los demás señores escoceses, que debían presentare para
formalizar su sumisión a finales de mes, y prosiguió su camino para reunirse
con Cressingham. Algunos días antes, el 23 de julio, el tesorero había escrito
que disponía de trescientos caballos y 10.000 soldados de infantería en
Roxburgh. Reforzado por el séquito de Warenne, el ejército inglés marchó hacia
el norte a través de las colinas de Lammermuir, en Lauderdale. Aquella era la
ruta más corta para una columna que transportara su tren de bagajes en
carromatos, si bien Cressingham había informado asimismo de la "abundancia de barcos en Berwick para que el
Earl haga una incursión […]", lo que induce a pensar que se
transportaron suministros a Stirling por mar. Parece que al menos la logística
de la campaña estaba bien diseñada. Sin embargo, aunque Stirling estaba a solo
cinco días de marcha desde Roxburgh, Warenne no llegó hasta la segunda semana
de septiembre, cuando los escoceses ya habían tomado una posición fuerte al
norte del Forth y la temporada estaba muy avanzada.
Los errores de los líderes
ingleses en el planteamiento de la batalla, al decidir cruzar el viejo puente de madera de Stirling y presentar batalla en la llanura
inmediata, a pesar del consejo de Richard de Lundie entre otros, que
aconsejaban cruzar el río más arriba, ya que el puente de Stirling solo
permitía cruzar a los soldados de dos en dos, con el consiguiente retraso en la
formación de batalla, y los problemas que implicaba una retirada en caso de
derrota, mientras que el ejército de Wallace y Murray ya se encontraba formado
y en disposición de atacar, dieron lugar a una derrota total y sin paliativos
de los ingleses. Una vez que la vanguardia hubo cruzado el puente, los
escoceses consiguieron tomar de inmediato la salida del mismo, eliminando la
única vía de escape de las acorraladas tropas, que cayeron presa del pánico. El
condestable del castillo de Stirling cayó con muchos hombres de la guarnición;
el tesorero Cressingham fue descabalgado y murió de manera brutal. Su cadáver
fue despellejado y su piel repartida "no
como recuerdo, sino por puro odio". También el otro bando sufrió
bajas, entre ellas, la más destacada la de Andrew Murray, que resultó herido de
muerte. Al parecer, falleció a principios de noviembre, aunque su nombre siguió
apareciendo durante un tiempo junto al de Wallace, en algunos documentos
relativos a los "comandantes del ejército de Escocia".
Sin embargo, solo la vanguardia
del ejército inglés había sido vencida; la mayor parte no había participado en
la batalla, pero el desastre fue suficiente para que todos sus efectivos
pensaran que habían sido derrotados. A pesar de ser muy superiores en número,
los desmoralizados ingleses fueron incapaces de reorganizarse para reanudar la
batalla. Warenne ordenó que se destruyera el puente y huyó a la seguridad de
Berwick con una poderosa escolta de caballería. No solo abandonó a su ejército,
sino que dejó todo el sur de Escocia a su suerte, y el norte de Inglaterra, a
merced de las represalias escocesas. Encomendó la defensa del castillo de
Stirling a Marmaduke de Thweng y William Fitzwarin, y prometió que volvería con
fuerzas frescas de reemplazo antes de que finalizara el año. La guarnición recibió el refuerzo de Robert de Ros, de Wark-on-Tweed, y su séquito, pero jamás llegaron los refuerzos prometidos. El castillo no disponía de las provisiones necesarias para resistir un prolongado asedio y no tardó en rendirse a Wallace. La batalla del puente de Stirling no ha dejado documentación sobre los prisioneros, tal vez porque no los hubo. Cuando las tropas inglesas abandonaron la población y marcharon hacia el sur, el alto senescal y el Earl de Lennox estuvieron seguros de la victoria de Wallace y aprovecharon la ocasión para desertar del bando derrotado y dar su propio golpe. Siguieron a los desanimados ingleses en su penosa retirada hacia Falkirk, y cuando la retaguardia, formada por la larga columna de la impedimenta y los seguidores del campamento, serpenteaba a través de los polles, los prados del sureste de Stirling, cayeron sobre ella, saquearon los carromatos cargados hasta los topes y se hicieron con un cuantioso botín. Efectivos a caballo del ejército escocés siguieron hostigando la penosa y triste retirada inglesa hacia Berwick sin conseguir infligirlos daños significativos. Wallace se quedó en la zona de Stirling con el grueso de sus fuerzas, celebrando y compartiendo los despojos de la victoria.
El triunfo de Stirling y la subsiguiente muerte de Murray en noviembre convirtieron a Wallace en el caudillo indiscutible de Escocia, posición que mantuvo hasta después de la batalla de Falkirk, en el mes de julio siguiente. Las noticias sobre Stirling corrieron como la pólvora y causaron un profundo impacto sobre la clase dirigente inglesa. Los ingleses respondieron sin demora. A finales de septiembre, el alguacil de Nottingham y Derby recibió órdenes de enviar caballeros y soldados al norte en ayuda de Robert Clifford y Brian Fitzalan, encargados de defender la frontera en la medida de sus posibilidades con las fuerzas locales disponibles. En ese momento, Robert Bruce volvió a alzarse en armas en el suroeste y Clifford atacó sus tierras de Annandale en represalia por su rebeldía. Tras evacuar Escocia, el conde de Surrey se dirigió directamente a Londres acompañado de Henry Percy para apoyar la causa real conta Norfolk y Hereford. En octubre, la diferencia entre el rey y los earls se habían solucionado; conjurada la amenaza de guerra civil, se preparó el envío de una gran fuerza de caballeros e infantes a Newcastle para responder a la situación en Escocia. Wallace no aprovechó su victoria en Stirling para atacar de inmediato el norte de Inglaterra cuando el enemigo estaba desorganizado, como era de esperar. De hecho, se enfrentó a los ingleses en las afueras de Berwick algo más tarde ese mismo mes, y se vio obligado a retirarse con sus fuerzas formadas para la batalla. Aun así, Escocia quedó casi vacía de tropas de ocupación. Los castillos de Dundee y Stirling resistieron algún tiempo, pero acabaron capitulando a principios de 1298; Edimburgo, Roxbugh y el castillo de Berwick aguantaron, aunque esta última ciudad, que Lanercost describe "sin murallas por aquel entonces", cayó en manos de Henry Haliburton.
Solo algunas incursiones transfronterizas oportunistas siguieron a la batalla del puente de Stirling. No fue hasta octubre cuando Wallace en persona penetró en Northumbria con un ejército de unos cien jinetes y 3.000 infantes en un ataque salvaje y destructivo, marcado por las atrocidades debidas en realidad a la indisciplina de las tropas escocesas. Los incursores incendiaron y saquearon todo lo que encontraron a su paso desde Tynedale hasta Corbridge, y luego Hexham, a cuyo priorato exigieron tributo para evitar su destrucción; después se dirigieron hacia el oeste, en dirección a Cumbria y Carlisle. Al carecer de máquinas de asedio, no pudieron tomar la poderosa fortaleza de la frontera, aunque acorralaron durante un mes a la guarnición que incluía las tropas de Henry Percy, mientras devastaban e "incendiaban la región a más de cien kilómetros a la redonda". Cuando el invierno empezó a dejarse sentir, marcharon hacia el este, en dirección a Durham, pero después de pasar por Stainmore una fuerte nevada les obligó a dar media vuelta por Bowes y regresar a Newcastle. Aquella ciudad estaba menos fortificada que Carlisle, pero sudefensa esta bien organizada. Los indisciplinados escoceses se estaban cansando de la campaña de invierno y querían volver a sus hogares con el botín, que cargaban consigo en su mayor parte. Wallace llevaba tiempo ausente de Escocia; su presencia en casa se hacía necesaria. No tenía elección; abandonó el intento de tomar Newcastle y a primero de diciembre cruzó la frontera de vuelta Escocia. Aunque la operación fue destructiva, no tuvo un gran efecto estratégico; solo sirvió para disparar las rentas escocesas con los tributos y el botín. Ahora bien, se vio como un ajusta retribución que resultó muy popular y apuntaló la posición de Wallace en Escocia.
En algún momento de aquel invierno Wallace fue armado caballero por uno de los earls escoceses más importantes y luego nombrado guardián del reino. Con ello se destacaba entre la nobleza, y su autoridad y liderazgo recibían marchamo oficial. Se desconocen los detalles de la ceremonia, cuyo único testigo es una carta que pertenece a los escasos cuatro documentos que emitió Wallace mientras estuvo en el poder. en ella se define a sí mismo como
c) La campaña de 1298
Antes del verano de 1298 el rey Edward I no pudo hacer nada para vengar la derrota de sus fuerzas en el puente de Stirling. El grueso de las tropas inglesas bajo el mando de Warenne y contando con los condes de Norfolk, Hereford y Arundel llegaron a sumar 21.000 hombres de infantería, aunque apenas pudieron relevar a las fuerzas de los castillos Roxburgh y Berwick. Poco a poco estas tropas fueron licenciadas, en espera de la vuelta del rey desde Francia. El rey planeó entrar en Escocia con mejores en verano, de las cuales solo 2.000 soldados eran ingleses, mientras que el grueso de la infantería era galesa, unos 10.500 hombres. Edward pudo reunir un contingente de 2.200 jinetes de caballería, 1.200 de los cuales estaban a sueldo y 1.000 pertenecían a séquitos de carácter feudal, una fuerza que no permite comparación con la que se presentó en Stirling.
El objetivo de Edward I era nada menos que el sometimiento total de Escocia. Trasladó el cuartel general de su gobierno a York, donde permaneció los seis años siguientes. Llegó a esta ciudad el 26 de mayo con las tropas de la casa real e hizo un peregrinaje al santuario de San Juan de Beverley, un santo que gozaba de gran popularidad en el ejército pues había ganado fama como hombre poderoso en la batalla. El rey tomó el estandarte del santo y continuó su camino a través de Wilton, Kirkham y Northallerton hasta Durham, donde llegó el 12 de junio. También aquí tomó el estandarte de Cutberto de Durham, otro santo cuya reputación como protector de los ingleses frente a los escoceses rivalizaba con la de Juan. Aquellas dos antiguas divisas había inspirado a los ingleses en la batalla del Estandarte, en Northallerton (1138).
Por lo que se sabe, entre la primavera y el comienzo del verano de 1298, Wallace se encontraba en el agreste territorio del bosque de Selkirk reuniendo y entrenando un ejército para hacer frente a la inevitable ofensiva inglesa. Enfrentarse a una invasión total dirigida por el propio rey no solo requería hombres entrenados, sino también un gran número de efectivos. Parece que no tuvo escrúpulos a la hora de obligar a los renuentes y se dice que construyó horcas en las afueras de las ciudades como advertencia para los más perezosos. Al aumentar el tamaño de sus fuerzas es posible que el comandante trasladara su base a Torwood, donde era más fácil abastecerlas y podía bloquear la ruta de Edward I hacía Stirling.
El rey inglés cabalgó desde Durham hasta Newcastle, donde permaneció hasta el 29 de junio. Después viajó hasta Alnwick, y desde ahí a Roxburgh, via Chillingham, donde pasó el mes de julio reuniendo un ejército. La caballería debía presentarse en Roxburgh a mediados del verano, el 25 de junio, para reunirse con la infantería que venia campo a través desde Carlisle. Cuando el ejército estuvo completo, marchó hacia el norte con el rey a la cabeza a través de las colinas de Lammermuir, en Lauderdale. En su avance halló el territorio deshabitado y desprovisto de recursos, ya que los escoceses habían huido tras destruirlo todo. Los ingleses contribuyeron a la devastación señalando su avance con columnas de humo negro a modo de desafío a Wallace. Aunque Edward I desconocía el paradero del ejército escocés, atravesó Lauderdale y luego se dirigió a Kirkliston a través de Dalhousie hasta llegar al oeste de Edimburgo, donde permaneció del 15 al 20 de julio. Le seguía una larga columna de carros de suministros y ganado. Edward era un consumado maestro de la logística. De hecho la conquista de Gales se había debido a una buena organización más que a acciones militares decisivas y, por la misma razón, ahora el fracaso de sus planes de abastecimiento puso la campaña de 1298 al borde del desastre. La marcha desde Roxburgh había agotado los víveres que llevaba consigo y el avance se atascó en Kirkliston en medio de un desasosiego general. el mal tiempo y los vientos contrarios que transportaban suministros a Leith desde los puertos de la costa este de Inglaterra. No era fácil alimentar un ejército; las cantidades necesarias eran ingentes. El prior de Coldstream reclamó 117 libras y 17 chelines por la única noche que el ejército inglés pasó en su priorato durante la primera invasión de Escocia. Mientras el ejército inglés esperaba hambriento en Kirklinston, Edward envió a Anthony Beck, obispo de Durham, y a John Fitzmarmaduke para que tomaran algunos castillos de la región de East Lothian que seguían en poder de los escoceses. Los hombres del obispo no tenían más alimento que los cultivos de guisantes y judías que encontraban y, sin máquinas de asedio, el éxito de los sitios era difícil. Beck envió a Fitzmarmaduke para que informara de la situación al rey y pedir nueva órdenes. En su respuesta, Edward exigió a Beck que no tuviera piedad, dejando claro que no aceptaría tibiezas porque estaba decidido a acabar con los escoceses por todos los medios a su alcance. La oportuna llegada de algunos de los largamente esperados barcos con suministros levantó el ánimo de las tropas. Las agrias palabras del rey encendieron a los hombres de Beck, que tomaron el castillo de Dirleton en dos días; los escoceses abandonaron los demás castillos sin luchar. En lugar de los víveres tan necesarios, algunos barcos transportaban nada menos que doscientos toneles de vino. El hambre había llevado a una gran parte de la infantería galesa a una situación apremiante. No se sabe como, estos hombres consiguieron hacerse con la bebida y, como era de esperar, comenzaron los problemas al enzarzarse en reyertas entre ellos y con la infantería inglesa. Algunos sacerdote intentaron detener los disturbios y acabaron muertos a manos de los galeses borrachos. Ante esta situación, tuvieron que intervenir los hombres de armas ingleses, con el resultado de ochenta borrachos muertos antes de que se consiguiera restablecer el orden. Los galeses, ensangrentados y resentidos, se alejaron del campamento inglés para lamer sus heridas. La campaña había tocado fondo. No todo el contingente galés estuvo mezclado en el asunto, pues era escasa la unidad entre sus filas, ya que eran muchas las cuestiones que se paraban a unos de otros. Edward I no se extrañó cuando a la mañana siguiente le comunicaron que los galeses amenazaban con desertar y pasarse al bando escocés. El rey replicó que les dejaran unirse a ellos: "Así los derrotaremos a todos a la vez". A pesar de su ciega confianza en sí mismo, era consciente de que la campaña iba mal y decidió retirarse a Edimburgo para reabastecerse. Al parecer, desconocía la ubicación del ejécito escocés y, a juzgar por los avisos que envió a los alguaciles de Northumbria, Cumbria y Westmoreland, temía que Wallace lanzara una contrainvasión a través de la marca del oeste, De hecho, el ejército de Wallace se encontraba en algún lugar al oeste del ejército inglés, entre los invasores y su objetivo, el castillo de Stirling.
En ese momento bajo de la fortuna inglesa, los condes Patrick de Dunbar y Gilbert de Umfraville, Earl de Angus, ambos escoceses de título pero ingleses de todo lo demás, se presentaron ante Edward I con un guía o un espía que informó al rey de la localización del enemigo: el ejército escocés se encontraba en las afueras de Falkirk, a 30 kilómetros de distancia. La intención de Wallace no era enfrentarse a los ingleses en una batalla campal, sino hostigar su retirada, quizá con la esperanza de convertirla en una huida apresurada. Al conocer la información, el rey ordenó avanzar de inmediato hacia Falkirk, pero sin declarar abiertamente sus intenciones. Wallace había juzgado mal a su enemigo: no era un ejército vencido y en retirada, aunque estuviera escaso de suministros, aún estaban decidios a luchar y se ordenó que trajeran de inmediato víveres suficientes para un día más o menos desde Leith, pues el hambre desaparece de las crónicas, reemplazada por la marcha y luego por la batalla. A mediodía, el ejército abandonó Kirklinston y cubrió a paso seguro pero sin prisas los aproximadamente 16 kilómetros que los separaban de su nuevo campamento en la zona de Burgh Muir, al este de la villa de Linlithgow.
La vanguardia del ejército inglés avistó a los escoceses a la luz gris del amanecer del 22 de julio, tras una marcha nocturna desde su campamento cerca de Linlithgow. Los escoceses esperaban en la falda inclinada y árida de la colina de Redding Muir, con el bosque de Callendar a la espalda y la ciudad de Falkirk a cierta distancia en dirección noroeste. La colina descendía hacia el suave valle donde el arroyo Glen confluye con el Westquarter, cuyo húmedo fondo, justo frente a la línea escocesa, se había convertido en un barrizal a causa de las fuertes lluvias. Los condes y los demás nobles que apoyaban a Wallace habían contribuido en gran medida a constituir una pequeña fuerza de caballería; ellos no habían acudido pero gran parte de la pequeña nobleza escocesa sí estaba presente. No puede asegurarse quien era el comandante de aquella fuerza, aunque lo más probable es que fuera James, el alto senescal.
La caballería inglesa, muy superior a la escocesa, y sobre todo los arqueros, decidieron la batalla a favor de los ingleses. Los schiltron escoceses, como se conoce a las formaciones de lanceros de infantería del ejército escoces, dejaron muchos huecos por las bajas que produjo la descarga de flechas y se vieron obligados a romper filas y huir, mientras que los caballeros ingleses penetraron a través de ellos, masacrando a los lanceros en un combate cuerpo a cuerpo. Los soldados de a pie ingleses debían de ser una fuerza similar a la de la infantería escocesa, que debieron de entrar en acción en los últimos momentos de la batalla. William Wallace escapó del desastre con unos pocos allegados y huyó por "castillos y bosques", probablemente refugiándose durante algún tiempo, en Torwood, población situada a unos 8 kilómetros al norte de Falkirk. Cuando, el 26 de julio, los ingleses llegaron a Stirling, no hallaron prácticamente ningún edifico habitable, salvo la casa de los dominicos, donde el rey estableció su cuartel general. Wallace había destruido casi toda la ciudad en su retirada hacia el norte desde Torwood.
Wallace renunció a su cargo de guardián. Su posición y el apoyo de la nobleza habían dependido de su éxito militar, y ambos declinaron con rapidez tras la derrota. Su ascendiente había sido breve y no podía haber una segunda oportunidad. Sin condado ni posición a la que regresar, Wallace volvió a la sombra de la historia. Algunos documentos ofrecen destellos ocasionales e incompletos de su trayectoria en los siete años que mediaron hasta su captura y ejecución. en 1299, Wallace viajó a la corte de Francia en misión diplomática para recoger apoyos en favor de Balliol. Dejó Paris a finales de 1300 con cartas de recomendación de Philippe IV para el Papa, y es de suponer que fue a Roma. En 1303 estaba de nuevo en Escocia, donde volvió a la contienda, ahora como un cabecilla más entre los que luchaban contra los ingleses.
Edward I se quedó en Stirling las dos semanas siguientes a la batalla. A pesar de la magnitud de la derrota, la batalla de Falkirk no fue decisiva, pues los escoceses estaban lejos de estar sometidos, pero inauguró la fase más sombría de la lucha. los escoceses luchaban ahora con la espalda contra la pared, y tendrían que pasar dieciséis años para que osaran desafiar al invasor en una batalla en campo abierto. Mantuvieron el control de las regiones situadas al norte del Forth, mientras Edward I incendiaba los territorios ubicados al norte de Stirling durante sus incursiones. Como represalia por el apoyo prestado por MacDuff a Wallace, los ingleses dejaron un rastro de devastación por todo Fife hasta Saint Andrews. El castillo de Stirling cayó de nuevo en sus manos y los escoceses no lo recuperaron hasta finales de 1299. Los ingleses se dirigieron a Perth, que los escoceses incendiaron y huyeron antes de que llegara el enemigo. los invasores seguían teniendo problemas de abastecimiento y Edward I se enzarzaba de continuo en desacuerdos con algunos barones que causaban dificultades y discutían por el retraso a la hora de confirmar sus privilegios. El gran mariscal de Inglaterra y el conde de Hereford se retiraron llevándose consigo sus contingentes feudales, pues estaban en su derecho. A Edward no le quedó otra opción que retirarse de Escocia. Reparó el castillo de Striling con premura y destacó una guarnición antes de reemprender el camino hacia el sur por Falkirk y Torphichen. El 20 de agosto estaba en Glencorse, al sur de Edimburgo. Aquí giró hacia el oeste y marchó hacia Ayr para lidiar con sus rebeldes. Llegó a la ciudad una semana después y la encontró vacía e incendiada, y el castillo debilitado por orden de Robert Bruce para que los ingleses no pudieran utilizarlos. Edward esperaba la llegada de suministros por mar desde Irlanda, pero los barcos que debían unirse a él en Ayr no llegaron y durante quince días hubo una gran hambruna en el campamento. El ejército volvió con desánimo hacia el sur y se arrastró a través de extensos páramos yermos hasta Nithdale, y después hasta Lochmaben, donde tomaron el castillo de Robert Bruce. Edward I puso una guarnición en él y dedicó algún tiempo a reforzar sus defensas y las de la cercana Dumfries; no quería abandonar la parte de Escocia que tenía bajo su control. Robert Clifford quedó a cargo de Lochmaben mientras que Edward se desplazó a Carlisle, adonde llegó el 9 de septiembre. las pérdidas de caballos en Escocia habían sido cuantiosas y la campaña de ocho semanas había salido muy cara. Edward había obtenido una gran victoria, pero aún no había conquistado Escocia y la campaña se saldaba con escasos resultados. En Carlisle, el rey repartió las tierras arrebatadas a los escoceses que se habían enfrentado a él en Falkirk entre sus seguidores en recompensa por los servicios prestados. Algunas de aquellas tierras seguirían en manos escocesas y los nobles ingleses que las recibieron, como bien sabía Edward I, tendrían que volver a ayudarle en Escocia si querían tomar posesión de ellas. El castillo de Jedburgh seguía en poder escocés y Edward supervisó el asedio antes de proseguir su marcha hacia el sur a finales de octubre.
d) Escocia de 1298 a 1307
A finales de 1298, Robert Bruce, Earl de Carrick, y John Comyn, señor de Badenoch, fueron elegidos guardianes de Escocia. Su cargo duró poco y desembocó en una sucesión de liderazgos en los que los Comyn siempre estaban por medio. A pesar de las divisiones entre sus dirigentes y el propio país, la lucha nacional contra la dominación inglesa continuó sin descanso en nombre del rey John I. Las únicas regiones del país en poder de los invasores eran zonad de Dumfrieshire y el sureste, donde abundaban los castillos ocupados.
En los últimos días de 1298, el rey Edward I, que aún se hallaba en el norte, hizo una convocatoria de tropas para una campaña que no llegó a realizarse. No volvería hasta el verano de 1300 con el objetivo de romper el control que los escoceses habían restablecido durante aquel tiempo en el suroeste. Sitió y tomó el castillo de Caerlaverock, después avanzó hasta Galloway y se enfrentó allí a un ejército escocés comandado por el Earl de Buchan y John Comyn de Badenoch en el río Cree. La caballería escocesa volvió a sufrir una aplastante derrota en este choque a pesar de ser la sección más numerosa de todo el ejército. Edward lamentó no disponer de tropas galesas para perseguir a los fugitivos por el terreno agreste donde se refugiaron. En 1301, el rey de Inglaterra lanzó otra campaña en Escocia para tomar y afianzar el control de la línea formada por los condados de Tweeddale y Clydesdale. El ejército invadió Escocia con dos divisiones: la mayor, bajo el mando del rey, avanzó desde Berwick; la menor, a las órdenes de Edward de Caernarvon, príncipe de Gales, avanzó por el suroeste para que "el verdadero crédito de domar el orgullo de los escoceses" recayera sobre su hijo, en palabras del padre. Las dos fuerzas debían realizar una maniobra de pinza que se cerraría en Inverkip, pero lo impidieron la decidida resistencia local y las deserciones de los soldados de a pie ingleses. El príncipe tuvo que retirarse a Linlithgow, donde su padre había establecido los cuarteles de invierno. En enero de 1302, Edward I firmó una tregua de nueve meses con los escoceses, pero apenas había expirado, volvió a llamar a sus tropas, que se reunieron en mayo de 1303. Entre tanto, su lugarteniente en Escocia, John de Segrave, realizó una incursión en la región de Lothian controlada por los escoceses, al oeste de Edimburgo. El 24 de febrero de 1303, cerca de Roslin, la brigada principal de su mal coordinada fuerza fue atacada por sorpresa y vencida con grandes bajas por una fuerza escocesa a caballo, entre cuyos jefes pudo estar William Wallace. Segrave resultó herido y fue hecho prisionero, y aunque la segunda brigada llegó justo a tiempo para rescatarlo, fue un desastre importante para los ingleses que devolvió el ánimo a los escoceses.
Edward I partió de Roxburgh en junio de 1303 con una poderosa fuerza de caballería y 7.000 soldados de a pie para "poner fin a este asunto". Las anteriores campañas de verano habían fracasado. Esta vez, el rey pretendía mantener un ejército en el terreno durante todo el año que no diera respiro al enemigo, como ya hiciera para someter a los galeses. Con un coste inmenso, se construyeron tres pontones prefabricados y se transportaron en una flota de 27 barcos. Edward avanzó por escocia en etapas sencillas, "quemando por todas partes, aldeas y ciudades, granjas y graneros [...] incansablemente". El Earl del Ulster y sus tropas irlandesas tomaron los castillos de Rothesay e Inverkip en el oeste, y saquearon sus inmediaciones. Los escoceses no tenían capacidad para poner en el terreno un ejército equivalente al inglés en batalla, solo podían atosigarlos a medida que avanzaban sin pausa. Los puentes flotantes se tendieron sobre el Forth a principios de junio, permitiendo al ejército invasor evitar el castillo de Stirling y marchar hacia el norte hasta Perth, y después hasta Kinloss, en el estuario del Moray, donde el rey recibió la sumisión de los señores del norte. Edward I volvió por una ruta indirecta a través de las montañas de Dunfermline, donde pasó el invierno de 1303-1304. Aún tenía un gran ejército y continuó operando durante toda la estación. Una fuerza de asalto con mil efectivos penetró en Lennox hasta Drymen; John de Botetourt y John de Saint John atacaron Galloway con una poderosa fuerza que incluía cuatro abanderados, 141 hombres de armas y 2.736 soldados de infantería. Tropas comandadas por Sagrave, Clifford y Latimer sorprendieron y aplastaron a una fuerza escocesa bajo el mando de William Wallace, y Simon Fraser en Happrew (Tweeddale).
El pequeño ejército escocés mandado por John Comyn de Badenoch hizo también varias incursiones contra los ingleses desde su base en las montañas, si bien su situación era desesperada y, comprendiendo que la derrota traería la ruina o incluso liquidaría el poder de los Comyn en Escocia, el terrateniente de Badenoch acabó pidiendo la paz. Edward fue indulgente en sus condiciones y los escoceses se sometieron. A cambio, los rebeldes recibieron el perdón sobre sus vidas, la garantía de la libertad bajo sus viejas leyes y la recuperación de los derechos sobre sus tierras. Algunos de los principales rebeldes fueron desterrados por algún tiempo, entre ellos John de Soules, el guardián, que prefirió el exilio permanente en Francia. William Wallace, el enemigo del rey, no recibió clemencia. Permaneció irreductible durante largo tiempo a pesar de los esfuerzos de Edward por capturarlo. Que siguiera libre demuestra el apoyo popular que debió de recibir.
William Oliphant, gobernador del castillo de Stirling solicitó autorización a Edward I para enviar un mensajero a John de Soules a fin de conocer con qué condiciones estaría dispuesto a rendir el castillo. El rey rechazó su solicitud y el 22 de abril comenzó el asedio del castillo de Stirling. Era una ocasión tanto social como militar, y el rey hizo construir un mirador en su casa de la ciudad para que las damas de la corte tuvieran un puesto de observación confortable. El más importante despliegue de artillería de asedio nunca visto en Escocia llegó a Stirling para doblegar las defensas del castillo. La guarnición resistió a pesar del intenso bombardeo, aunque al final se vio obligada a aceptar la rendición incondicional por falta de provisiones. El asunto tuvo un epílogo cómico: el rey había hecho construir in situ una nueva y poderosa máquina llamada Warwolf, "lobo de guerra" con un costo elevadísimo, pero aún no había llegado a entrar en acción. El rey insistió en que el asedio aún no haía concluido y que con sus tropas no entrarían en el castillo "hasta que lo alcancemos con Warwolf, y los que están dentro se defiendan de él como mejor puedan".
e) Captura y ejecución de Wallace
En el verano de 1304, el rey de Inglaterra tenía Escocia bien sujeta en su firme puño, sus tropas guarnicionaban los castillos y se había restablecido el orden. Edward I regreso a Inglaterra con su ejército y la administración real abandonó York para volver a Londres. El rey nunca volvió a poner los pies en Escocia. Designó como su lugarteniente a su primo, John de Britanny, Earl de Richmond, y con sagacidad política se aseguró de que los escoceses desempeñaran un papel importante en la administracion del país. Wallace seguía huido, pero la red se cerraba a su alrededor y el rey instó a los nobles escoceses a "esforzarse por capturar a sir William Wallace y entregarlo al rey, que vigilará cómo se conducen cada uno de ellos para conceder el mayor favor en lo qe respecta a la expiacion de deudas pasadas a quien lo capture". Wallace fue capturado el 3 de agosto de 1305, tras ser traicionado, según la tradición, por su compatriota sir John Menteith. Lo condujeron a Londres, donde, coronado burlonamente con laurel, protagonizó una procesión de camino a su juicio en Westminster Hall ante una enorme multitud que se había congregado para presenciar el espectáculo. El proceso fue una mera formalidad y Wallace fue condenado a una bárbara ejecución. Fue ahorcado, descuartizado y destripado en vida, y quemaron sus entrañas ante sus ojos. Finalmente, fue decapitado y su cabeza se exhibió en el puente de Londres. Su cuerpo fue cortado en cuatro partes para exhibirlos en Newcastle, Berwick, Stirling y Perth.
f) Muerte de Edward I y restauración de la monarquía escocesa bajo Robert Bruce
Para Edward I, la situación de Escocia parecía estar estabilizada. Pero el 10 de febrero de 1306 Robert Bruce asesinó a John Comyn el Rojo en la iglesia de Greyfriars, en Dumfries, y se proclamó rey de los escoceses (1306-1329). El rey Edward I de Inglaterra murió el 7 de julio de 1307 en Burgh-by-Sands, en la costa de Solway, cuando se dirigía al norte para someter de nuevo a los escoceses. Le sucedió su hijo, Edwad de Carnarvon, que fue coronado con el nombre de Edward II (1307-1327). Los intereses del nuevo rey estaban lejos de Escocia y la presión acuciante sobre Bruce se suavizó, concediéndole un respiro que le permitió imponer su dominio, derrotar a sus adversarios y aflojar el puño que Inglaterra cerraba sobre su reino.
BIBLIOGRAFÍA:
PETE ARMSTRONG: Stirling Bridge & Falkirk 1297-98. William Wallace's rebelion. 2003
Solo algunas incursiones transfronterizas oportunistas siguieron a la batalla del puente de Stirling. No fue hasta octubre cuando Wallace en persona penetró en Northumbria con un ejército de unos cien jinetes y 3.000 infantes en un ataque salvaje y destructivo, marcado por las atrocidades debidas en realidad a la indisciplina de las tropas escocesas. Los incursores incendiaron y saquearon todo lo que encontraron a su paso desde Tynedale hasta Corbridge, y luego Hexham, a cuyo priorato exigieron tributo para evitar su destrucción; después se dirigieron hacia el oeste, en dirección a Cumbria y Carlisle. Al carecer de máquinas de asedio, no pudieron tomar la poderosa fortaleza de la frontera, aunque acorralaron durante un mes a la guarnición que incluía las tropas de Henry Percy, mientras devastaban e "incendiaban la región a más de cien kilómetros a la redonda". Cuando el invierno empezó a dejarse sentir, marcharon hacia el este, en dirección a Durham, pero después de pasar por Stainmore una fuerte nevada les obligó a dar media vuelta por Bowes y regresar a Newcastle. Aquella ciudad estaba menos fortificada que Carlisle, pero sudefensa esta bien organizada. Los indisciplinados escoceses se estaban cansando de la campaña de invierno y querían volver a sus hogares con el botín, que cargaban consigo en su mayor parte. Wallace llevaba tiempo ausente de Escocia; su presencia en casa se hacía necesaria. No tenía elección; abandonó el intento de tomar Newcastle y a primero de diciembre cruzó la frontera de vuelta Escocia. Aunque la operación fue destructiva, no tuvo un gran efecto estratégico; solo sirvió para disparar las rentas escocesas con los tributos y el botín. Ahora bien, se vio como un ajusta retribución que resultó muy popular y apuntaló la posición de Wallace en Escocia.
En algún momento de aquel invierno Wallace fue armado caballero por uno de los earls escoceses más importantes y luego nombrado guardián del reino. Con ello se destacaba entre la nobleza, y su autoridad y liderazgo recibían marchamo oficial. Se desconocen los detalles de la ceremonia, cuyo único testigo es una carta que pertenece a los escasos cuatro documentos que emitió Wallace mientras estuvo en el poder. en ella se define a sí mismo como
"caballero, guardián del reino de Escocia y general de su ejército por consentimiento de la comunidad de ese reino y en nombre del famoso príncipe John, ilustre rey de Escocia por la gracia de Dios".La carta, escrita en marzo de 1298, poco después de la caída del castillo de Dundee, está dirigida a Alexander Scrymgeour, otorgándole la custodia del castillo y garantizándole sus tierras, por las que debía rendir vasallaje al rey John Balliol y servir como portaestandarte. Queda claro que Wallace estaba convencido que actuaba en nombre del rey exiliado y no tenía intención de ocupar el trono. Aun así, el consentimiento de la comunidad que se atribuye no debió ser del todo sincero en el caso de la nobleza. El único de los cuatro documentos emitidos por Wallace que ha llegado a nuestros días es otra carta, esta vez dirigida al gobierno de la ciudad hanseática de Lübeck el 11 de octubre de 1297, a la que invitaba a reanudar las relaciones comerciales con Escocia, ahora que "se ha recuperado mediante la guerra". Esta afirmación era prematura; el desastre de Stirling había unido a los ingleses en su decisión de poner a los escoceses de rodillas e invadir Escocia en 1298.
La Campaña de 1297 |
Antes del verano de 1298 el rey Edward I no pudo hacer nada para vengar la derrota de sus fuerzas en el puente de Stirling. El grueso de las tropas inglesas bajo el mando de Warenne y contando con los condes de Norfolk, Hereford y Arundel llegaron a sumar 21.000 hombres de infantería, aunque apenas pudieron relevar a las fuerzas de los castillos Roxburgh y Berwick. Poco a poco estas tropas fueron licenciadas, en espera de la vuelta del rey desde Francia. El rey planeó entrar en Escocia con mejores en verano, de las cuales solo 2.000 soldados eran ingleses, mientras que el grueso de la infantería era galesa, unos 10.500 hombres. Edward pudo reunir un contingente de 2.200 jinetes de caballería, 1.200 de los cuales estaban a sueldo y 1.000 pertenecían a séquitos de carácter feudal, una fuerza que no permite comparación con la que se presentó en Stirling.
El objetivo de Edward I era nada menos que el sometimiento total de Escocia. Trasladó el cuartel general de su gobierno a York, donde permaneció los seis años siguientes. Llegó a esta ciudad el 26 de mayo con las tropas de la casa real e hizo un peregrinaje al santuario de San Juan de Beverley, un santo que gozaba de gran popularidad en el ejército pues había ganado fama como hombre poderoso en la batalla. El rey tomó el estandarte del santo y continuó su camino a través de Wilton, Kirkham y Northallerton hasta Durham, donde llegó el 12 de junio. También aquí tomó el estandarte de Cutberto de Durham, otro santo cuya reputación como protector de los ingleses frente a los escoceses rivalizaba con la de Juan. Aquellas dos antiguas divisas había inspirado a los ingleses en la batalla del Estandarte, en Northallerton (1138).
Por lo que se sabe, entre la primavera y el comienzo del verano de 1298, Wallace se encontraba en el agreste territorio del bosque de Selkirk reuniendo y entrenando un ejército para hacer frente a la inevitable ofensiva inglesa. Enfrentarse a una invasión total dirigida por el propio rey no solo requería hombres entrenados, sino también un gran número de efectivos. Parece que no tuvo escrúpulos a la hora de obligar a los renuentes y se dice que construyó horcas en las afueras de las ciudades como advertencia para los más perezosos. Al aumentar el tamaño de sus fuerzas es posible que el comandante trasladara su base a Torwood, donde era más fácil abastecerlas y podía bloquear la ruta de Edward I hacía Stirling.
El rey inglés cabalgó desde Durham hasta Newcastle, donde permaneció hasta el 29 de junio. Después viajó hasta Alnwick, y desde ahí a Roxburgh, via Chillingham, donde pasó el mes de julio reuniendo un ejército. La caballería debía presentarse en Roxburgh a mediados del verano, el 25 de junio, para reunirse con la infantería que venia campo a través desde Carlisle. Cuando el ejército estuvo completo, marchó hacia el norte con el rey a la cabeza a través de las colinas de Lammermuir, en Lauderdale. En su avance halló el territorio deshabitado y desprovisto de recursos, ya que los escoceses habían huido tras destruirlo todo. Los ingleses contribuyeron a la devastación señalando su avance con columnas de humo negro a modo de desafío a Wallace. Aunque Edward I desconocía el paradero del ejército escocés, atravesó Lauderdale y luego se dirigió a Kirkliston a través de Dalhousie hasta llegar al oeste de Edimburgo, donde permaneció del 15 al 20 de julio. Le seguía una larga columna de carros de suministros y ganado. Edward era un consumado maestro de la logística. De hecho la conquista de Gales se había debido a una buena organización más que a acciones militares decisivas y, por la misma razón, ahora el fracaso de sus planes de abastecimiento puso la campaña de 1298 al borde del desastre. La marcha desde Roxburgh había agotado los víveres que llevaba consigo y el avance se atascó en Kirkliston en medio de un desasosiego general. el mal tiempo y los vientos contrarios que transportaban suministros a Leith desde los puertos de la costa este de Inglaterra. No era fácil alimentar un ejército; las cantidades necesarias eran ingentes. El prior de Coldstream reclamó 117 libras y 17 chelines por la única noche que el ejército inglés pasó en su priorato durante la primera invasión de Escocia. Mientras el ejército inglés esperaba hambriento en Kirklinston, Edward envió a Anthony Beck, obispo de Durham, y a John Fitzmarmaduke para que tomaran algunos castillos de la región de East Lothian que seguían en poder de los escoceses. Los hombres del obispo no tenían más alimento que los cultivos de guisantes y judías que encontraban y, sin máquinas de asedio, el éxito de los sitios era difícil. Beck envió a Fitzmarmaduke para que informara de la situación al rey y pedir nueva órdenes. En su respuesta, Edward exigió a Beck que no tuviera piedad, dejando claro que no aceptaría tibiezas porque estaba decidido a acabar con los escoceses por todos los medios a su alcance. La oportuna llegada de algunos de los largamente esperados barcos con suministros levantó el ánimo de las tropas. Las agrias palabras del rey encendieron a los hombres de Beck, que tomaron el castillo de Dirleton en dos días; los escoceses abandonaron los demás castillos sin luchar. En lugar de los víveres tan necesarios, algunos barcos transportaban nada menos que doscientos toneles de vino. El hambre había llevado a una gran parte de la infantería galesa a una situación apremiante. No se sabe como, estos hombres consiguieron hacerse con la bebida y, como era de esperar, comenzaron los problemas al enzarzarse en reyertas entre ellos y con la infantería inglesa. Algunos sacerdote intentaron detener los disturbios y acabaron muertos a manos de los galeses borrachos. Ante esta situación, tuvieron que intervenir los hombres de armas ingleses, con el resultado de ochenta borrachos muertos antes de que se consiguiera restablecer el orden. Los galeses, ensangrentados y resentidos, se alejaron del campamento inglés para lamer sus heridas. La campaña había tocado fondo. No todo el contingente galés estuvo mezclado en el asunto, pues era escasa la unidad entre sus filas, ya que eran muchas las cuestiones que se paraban a unos de otros. Edward I no se extrañó cuando a la mañana siguiente le comunicaron que los galeses amenazaban con desertar y pasarse al bando escocés. El rey replicó que les dejaran unirse a ellos: "Así los derrotaremos a todos a la vez". A pesar de su ciega confianza en sí mismo, era consciente de que la campaña iba mal y decidió retirarse a Edimburgo para reabastecerse. Al parecer, desconocía la ubicación del ejécito escocés y, a juzgar por los avisos que envió a los alguaciles de Northumbria, Cumbria y Westmoreland, temía que Wallace lanzara una contrainvasión a través de la marca del oeste, De hecho, el ejército de Wallace se encontraba en algún lugar al oeste del ejército inglés, entre los invasores y su objetivo, el castillo de Stirling.
En ese momento bajo de la fortuna inglesa, los condes Patrick de Dunbar y Gilbert de Umfraville, Earl de Angus, ambos escoceses de título pero ingleses de todo lo demás, se presentaron ante Edward I con un guía o un espía que informó al rey de la localización del enemigo: el ejército escocés se encontraba en las afueras de Falkirk, a 30 kilómetros de distancia. La intención de Wallace no era enfrentarse a los ingleses en una batalla campal, sino hostigar su retirada, quizá con la esperanza de convertirla en una huida apresurada. Al conocer la información, el rey ordenó avanzar de inmediato hacia Falkirk, pero sin declarar abiertamente sus intenciones. Wallace había juzgado mal a su enemigo: no era un ejército vencido y en retirada, aunque estuviera escaso de suministros, aún estaban decidios a luchar y se ordenó que trajeran de inmediato víveres suficientes para un día más o menos desde Leith, pues el hambre desaparece de las crónicas, reemplazada por la marcha y luego por la batalla. A mediodía, el ejército abandonó Kirklinston y cubrió a paso seguro pero sin prisas los aproximadamente 16 kilómetros que los separaban de su nuevo campamento en la zona de Burgh Muir, al este de la villa de Linlithgow.
La vanguardia del ejército inglés avistó a los escoceses a la luz gris del amanecer del 22 de julio, tras una marcha nocturna desde su campamento cerca de Linlithgow. Los escoceses esperaban en la falda inclinada y árida de la colina de Redding Muir, con el bosque de Callendar a la espalda y la ciudad de Falkirk a cierta distancia en dirección noroeste. La colina descendía hacia el suave valle donde el arroyo Glen confluye con el Westquarter, cuyo húmedo fondo, justo frente a la línea escocesa, se había convertido en un barrizal a causa de las fuertes lluvias. Los condes y los demás nobles que apoyaban a Wallace habían contribuido en gran medida a constituir una pequeña fuerza de caballería; ellos no habían acudido pero gran parte de la pequeña nobleza escocesa sí estaba presente. No puede asegurarse quien era el comandante de aquella fuerza, aunque lo más probable es que fuera James, el alto senescal.
La caballería inglesa, muy superior a la escocesa, y sobre todo los arqueros, decidieron la batalla a favor de los ingleses. Los schiltron escoceses, como se conoce a las formaciones de lanceros de infantería del ejército escoces, dejaron muchos huecos por las bajas que produjo la descarga de flechas y se vieron obligados a romper filas y huir, mientras que los caballeros ingleses penetraron a través de ellos, masacrando a los lanceros en un combate cuerpo a cuerpo. Los soldados de a pie ingleses debían de ser una fuerza similar a la de la infantería escocesa, que debieron de entrar en acción en los últimos momentos de la batalla. William Wallace escapó del desastre con unos pocos allegados y huyó por "castillos y bosques", probablemente refugiándose durante algún tiempo, en Torwood, población situada a unos 8 kilómetros al norte de Falkirk. Cuando, el 26 de julio, los ingleses llegaron a Stirling, no hallaron prácticamente ningún edifico habitable, salvo la casa de los dominicos, donde el rey estableció su cuartel general. Wallace había destruido casi toda la ciudad en su retirada hacia el norte desde Torwood.
Wallace renunció a su cargo de guardián. Su posición y el apoyo de la nobleza habían dependido de su éxito militar, y ambos declinaron con rapidez tras la derrota. Su ascendiente había sido breve y no podía haber una segunda oportunidad. Sin condado ni posición a la que regresar, Wallace volvió a la sombra de la historia. Algunos documentos ofrecen destellos ocasionales e incompletos de su trayectoria en los siete años que mediaron hasta su captura y ejecución. en 1299, Wallace viajó a la corte de Francia en misión diplomática para recoger apoyos en favor de Balliol. Dejó Paris a finales de 1300 con cartas de recomendación de Philippe IV para el Papa, y es de suponer que fue a Roma. En 1303 estaba de nuevo en Escocia, donde volvió a la contienda, ahora como un cabecilla más entre los que luchaban contra los ingleses.
Edward I se quedó en Stirling las dos semanas siguientes a la batalla. A pesar de la magnitud de la derrota, la batalla de Falkirk no fue decisiva, pues los escoceses estaban lejos de estar sometidos, pero inauguró la fase más sombría de la lucha. los escoceses luchaban ahora con la espalda contra la pared, y tendrían que pasar dieciséis años para que osaran desafiar al invasor en una batalla en campo abierto. Mantuvieron el control de las regiones situadas al norte del Forth, mientras Edward I incendiaba los territorios ubicados al norte de Stirling durante sus incursiones. Como represalia por el apoyo prestado por MacDuff a Wallace, los ingleses dejaron un rastro de devastación por todo Fife hasta Saint Andrews. El castillo de Stirling cayó de nuevo en sus manos y los escoceses no lo recuperaron hasta finales de 1299. Los ingleses se dirigieron a Perth, que los escoceses incendiaron y huyeron antes de que llegara el enemigo. los invasores seguían teniendo problemas de abastecimiento y Edward I se enzarzaba de continuo en desacuerdos con algunos barones que causaban dificultades y discutían por el retraso a la hora de confirmar sus privilegios. El gran mariscal de Inglaterra y el conde de Hereford se retiraron llevándose consigo sus contingentes feudales, pues estaban en su derecho. A Edward no le quedó otra opción que retirarse de Escocia. Reparó el castillo de Striling con premura y destacó una guarnición antes de reemprender el camino hacia el sur por Falkirk y Torphichen. El 20 de agosto estaba en Glencorse, al sur de Edimburgo. Aquí giró hacia el oeste y marchó hacia Ayr para lidiar con sus rebeldes. Llegó a la ciudad una semana después y la encontró vacía e incendiada, y el castillo debilitado por orden de Robert Bruce para que los ingleses no pudieran utilizarlos. Edward esperaba la llegada de suministros por mar desde Irlanda, pero los barcos que debían unirse a él en Ayr no llegaron y durante quince días hubo una gran hambruna en el campamento. El ejército volvió con desánimo hacia el sur y se arrastró a través de extensos páramos yermos hasta Nithdale, y después hasta Lochmaben, donde tomaron el castillo de Robert Bruce. Edward I puso una guarnición en él y dedicó algún tiempo a reforzar sus defensas y las de la cercana Dumfries; no quería abandonar la parte de Escocia que tenía bajo su control. Robert Clifford quedó a cargo de Lochmaben mientras que Edward se desplazó a Carlisle, adonde llegó el 9 de septiembre. las pérdidas de caballos en Escocia habían sido cuantiosas y la campaña de ocho semanas había salido muy cara. Edward había obtenido una gran victoria, pero aún no había conquistado Escocia y la campaña se saldaba con escasos resultados. En Carlisle, el rey repartió las tierras arrebatadas a los escoceses que se habían enfrentado a él en Falkirk entre sus seguidores en recompensa por los servicios prestados. Algunas de aquellas tierras seguirían en manos escocesas y los nobles ingleses que las recibieron, como bien sabía Edward I, tendrían que volver a ayudarle en Escocia si querían tomar posesión de ellas. El castillo de Jedburgh seguía en poder escocés y Edward supervisó el asedio antes de proseguir su marcha hacia el sur a finales de octubre.
La Campaña de Falkirk (1298) |
d) Escocia de 1298 a 1307
A finales de 1298, Robert Bruce, Earl de Carrick, y John Comyn, señor de Badenoch, fueron elegidos guardianes de Escocia. Su cargo duró poco y desembocó en una sucesión de liderazgos en los que los Comyn siempre estaban por medio. A pesar de las divisiones entre sus dirigentes y el propio país, la lucha nacional contra la dominación inglesa continuó sin descanso en nombre del rey John I. Las únicas regiones del país en poder de los invasores eran zonad de Dumfrieshire y el sureste, donde abundaban los castillos ocupados.
En los últimos días de 1298, el rey Edward I, que aún se hallaba en el norte, hizo una convocatoria de tropas para una campaña que no llegó a realizarse. No volvería hasta el verano de 1300 con el objetivo de romper el control que los escoceses habían restablecido durante aquel tiempo en el suroeste. Sitió y tomó el castillo de Caerlaverock, después avanzó hasta Galloway y se enfrentó allí a un ejército escocés comandado por el Earl de Buchan y John Comyn de Badenoch en el río Cree. La caballería escocesa volvió a sufrir una aplastante derrota en este choque a pesar de ser la sección más numerosa de todo el ejército. Edward lamentó no disponer de tropas galesas para perseguir a los fugitivos por el terreno agreste donde se refugiaron. En 1301, el rey de Inglaterra lanzó otra campaña en Escocia para tomar y afianzar el control de la línea formada por los condados de Tweeddale y Clydesdale. El ejército invadió Escocia con dos divisiones: la mayor, bajo el mando del rey, avanzó desde Berwick; la menor, a las órdenes de Edward de Caernarvon, príncipe de Gales, avanzó por el suroeste para que "el verdadero crédito de domar el orgullo de los escoceses" recayera sobre su hijo, en palabras del padre. Las dos fuerzas debían realizar una maniobra de pinza que se cerraría en Inverkip, pero lo impidieron la decidida resistencia local y las deserciones de los soldados de a pie ingleses. El príncipe tuvo que retirarse a Linlithgow, donde su padre había establecido los cuarteles de invierno. En enero de 1302, Edward I firmó una tregua de nueve meses con los escoceses, pero apenas había expirado, volvió a llamar a sus tropas, que se reunieron en mayo de 1303. Entre tanto, su lugarteniente en Escocia, John de Segrave, realizó una incursión en la región de Lothian controlada por los escoceses, al oeste de Edimburgo. El 24 de febrero de 1303, cerca de Roslin, la brigada principal de su mal coordinada fuerza fue atacada por sorpresa y vencida con grandes bajas por una fuerza escocesa a caballo, entre cuyos jefes pudo estar William Wallace. Segrave resultó herido y fue hecho prisionero, y aunque la segunda brigada llegó justo a tiempo para rescatarlo, fue un desastre importante para los ingleses que devolvió el ánimo a los escoceses.
Edward I partió de Roxburgh en junio de 1303 con una poderosa fuerza de caballería y 7.000 soldados de a pie para "poner fin a este asunto". Las anteriores campañas de verano habían fracasado. Esta vez, el rey pretendía mantener un ejército en el terreno durante todo el año que no diera respiro al enemigo, como ya hiciera para someter a los galeses. Con un coste inmenso, se construyeron tres pontones prefabricados y se transportaron en una flota de 27 barcos. Edward avanzó por escocia en etapas sencillas, "quemando por todas partes, aldeas y ciudades, granjas y graneros [...] incansablemente". El Earl del Ulster y sus tropas irlandesas tomaron los castillos de Rothesay e Inverkip en el oeste, y saquearon sus inmediaciones. Los escoceses no tenían capacidad para poner en el terreno un ejército equivalente al inglés en batalla, solo podían atosigarlos a medida que avanzaban sin pausa. Los puentes flotantes se tendieron sobre el Forth a principios de junio, permitiendo al ejército invasor evitar el castillo de Stirling y marchar hacia el norte hasta Perth, y después hasta Kinloss, en el estuario del Moray, donde el rey recibió la sumisión de los señores del norte. Edward I volvió por una ruta indirecta a través de las montañas de Dunfermline, donde pasó el invierno de 1303-1304. Aún tenía un gran ejército y continuó operando durante toda la estación. Una fuerza de asalto con mil efectivos penetró en Lennox hasta Drymen; John de Botetourt y John de Saint John atacaron Galloway con una poderosa fuerza que incluía cuatro abanderados, 141 hombres de armas y 2.736 soldados de infantería. Tropas comandadas por Sagrave, Clifford y Latimer sorprendieron y aplastaron a una fuerza escocesa bajo el mando de William Wallace, y Simon Fraser en Happrew (Tweeddale).
El pequeño ejército escocés mandado por John Comyn de Badenoch hizo también varias incursiones contra los ingleses desde su base en las montañas, si bien su situación era desesperada y, comprendiendo que la derrota traería la ruina o incluso liquidaría el poder de los Comyn en Escocia, el terrateniente de Badenoch acabó pidiendo la paz. Edward fue indulgente en sus condiciones y los escoceses se sometieron. A cambio, los rebeldes recibieron el perdón sobre sus vidas, la garantía de la libertad bajo sus viejas leyes y la recuperación de los derechos sobre sus tierras. Algunos de los principales rebeldes fueron desterrados por algún tiempo, entre ellos John de Soules, el guardián, que prefirió el exilio permanente en Francia. William Wallace, el enemigo del rey, no recibió clemencia. Permaneció irreductible durante largo tiempo a pesar de los esfuerzos de Edward por capturarlo. Que siguiera libre demuestra el apoyo popular que debió de recibir.
William Oliphant, gobernador del castillo de Stirling solicitó autorización a Edward I para enviar un mensajero a John de Soules a fin de conocer con qué condiciones estaría dispuesto a rendir el castillo. El rey rechazó su solicitud y el 22 de abril comenzó el asedio del castillo de Stirling. Era una ocasión tanto social como militar, y el rey hizo construir un mirador en su casa de la ciudad para que las damas de la corte tuvieran un puesto de observación confortable. El más importante despliegue de artillería de asedio nunca visto en Escocia llegó a Stirling para doblegar las defensas del castillo. La guarnición resistió a pesar del intenso bombardeo, aunque al final se vio obligada a aceptar la rendición incondicional por falta de provisiones. El asunto tuvo un epílogo cómico: el rey había hecho construir in situ una nueva y poderosa máquina llamada Warwolf, "lobo de guerra" con un costo elevadísimo, pero aún no había llegado a entrar en acción. El rey insistió en que el asedio aún no haía concluido y que con sus tropas no entrarían en el castillo "hasta que lo alcancemos con Warwolf, y los que están dentro se defiendan de él como mejor puedan".
Campañas de Edward I desde 1300 hasta 1307 |
e) Captura y ejecución de Wallace
En el verano de 1304, el rey de Inglaterra tenía Escocia bien sujeta en su firme puño, sus tropas guarnicionaban los castillos y se había restablecido el orden. Edward I regreso a Inglaterra con su ejército y la administración real abandonó York para volver a Londres. El rey nunca volvió a poner los pies en Escocia. Designó como su lugarteniente a su primo, John de Britanny, Earl de Richmond, y con sagacidad política se aseguró de que los escoceses desempeñaran un papel importante en la administracion del país. Wallace seguía huido, pero la red se cerraba a su alrededor y el rey instó a los nobles escoceses a "esforzarse por capturar a sir William Wallace y entregarlo al rey, que vigilará cómo se conducen cada uno de ellos para conceder el mayor favor en lo qe respecta a la expiacion de deudas pasadas a quien lo capture". Wallace fue capturado el 3 de agosto de 1305, tras ser traicionado, según la tradición, por su compatriota sir John Menteith. Lo condujeron a Londres, donde, coronado burlonamente con laurel, protagonizó una procesión de camino a su juicio en Westminster Hall ante una enorme multitud que se había congregado para presenciar el espectáculo. El proceso fue una mera formalidad y Wallace fue condenado a una bárbara ejecución. Fue ahorcado, descuartizado y destripado en vida, y quemaron sus entrañas ante sus ojos. Finalmente, fue decapitado y su cabeza se exhibió en el puente de Londres. Su cuerpo fue cortado en cuatro partes para exhibirlos en Newcastle, Berwick, Stirling y Perth.
f) Muerte de Edward I y restauración de la monarquía escocesa bajo Robert Bruce
Para Edward I, la situación de Escocia parecía estar estabilizada. Pero el 10 de febrero de 1306 Robert Bruce asesinó a John Comyn el Rojo en la iglesia de Greyfriars, en Dumfries, y se proclamó rey de los escoceses (1306-1329). El rey Edward I de Inglaterra murió el 7 de julio de 1307 en Burgh-by-Sands, en la costa de Solway, cuando se dirigía al norte para someter de nuevo a los escoceses. Le sucedió su hijo, Edwad de Carnarvon, que fue coronado con el nombre de Edward II (1307-1327). Los intereses del nuevo rey estaban lejos de Escocia y la presión acuciante sobre Bruce se suavizó, concediéndole un respiro que le permitió imponer su dominio, derrotar a sus adversarios y aflojar el puño que Inglaterra cerraba sobre su reino.
BIBLIOGRAFÍA:
PETE ARMSTRONG: Stirling Bridge & Falkirk 1297-98. William Wallace's rebelion. 2003