1. El crecimiento del poder romano bajo los reyes
Cuando el rey Tarquinio el Soberbio fue expulsado en 509 a.C., Roma, al decir de
todos, era una poderosa ciudad-estado con un territorio relativamente extenso,
un centro urbano desarrollado, una estructura territorial avanzada y un
ejército fuerte. Se nos dice, además, que los romanos ejercían un tipo de
hegemonía formal sobre los otros pueblos latinos, y trataban en términos de
igualdad con las grandes ciudades de Etruria y Campania. Su horizonte se
extendía hasta Sicilia y la
Magna Grecia; tenían vínculos diplomáticos y comerciales con
Cartago, y quizá también con Massalia, la colonia griega en la desembocadura
del Ródano.
No obstante, esta
situación no tuvo lugar de la noche a la mañana, sino que fue el resultado de
un proceso de expansión y conquista emprendido por los reyes. Generalmente
hablando son el producto de una elaboración secundaria por los analistas que
escribían en la República
tardía, que no tenían una idea clara de las condiciones sociales y económicas
del periodo arcaico y no apreciaban cuán lejos diferían de las de su propia
época.
Las campañas más
antiguas tuvieron lugar dentro del radio de unos pocos kilómetros de la ciudad.
Incluso en los casos donde los romanos supuestamente lucharon con naciones
enteras como los sabinos o los etruscos, la escena de la acción no se movió más
allá del territorio de Veyes y Caere en un caso, o de Eretum y Lucus Feroniae en el otro. En el Lacio tenemos noticia de campañas
contra los Prisci Latini, los 'Antiguos Latinos', cuyos
centros incluían Antemnae, Caenina, Corniculum, Ficulea, Cameria, Crustamerium, Ameriola, Medullia, Nomentum, Tellenae, Politorium y Ficana. Las más tempranas operaciones militare estaban confinadas a
un estrecho área que se extendía unos pocos kilómetros al noroeste de la ciudad
en el distrito entre el Tíber y el Anio, y en una dirección suroeste, a lo
largo del Tíber hacia la costa.
El 'Latium Vetus' y la expansión romana hacia el 500 a.C. |
La extensión de Roma en
este periodo está indicada por ciertos festivales antiguos, relacionados con
las fronteras. Tales ceremonias, como los Terminalia,
los Robigalia, y en particular, los Ambarvalia, en los que una procesión de
sacerdotes trazaban una frontera alrededor de la ciudad, parecen datar de una
época en la que el territorio de Roma se extendía por unas 5 millas romanas (algo más
de 7 km.)
en cada dirección, y así abarcaba un área de entre 150 y 200 km2.
Las huellas físicas de esta antigua frontera también sobrevive, por ejemplo, en
las Fossae Cluiliae, un
primitivo terraplén que se sitúa a 5 millas al sur de la ciudad y supuestamente
marcaba la frontera entre territorio romano y el de Alba Longa.
La expansión más allá
de estos límites más antiguos conocidos del ager publicus comenzó con la guerra contra Alba Longa, que la tradición atribuye
al reinado de Tulio Hostilio. Como resultado de la victoria
de Tulio, los romanos destruyeron Alba, absorbieron su población y anexionaron
sus territorios. Mayores ganancias se hicieron gracias a Anco Marcio, sucesor de Tulio, de quien se dice haber conducido una
serie de campañas bajando el valle del Tíber. Anco destruyó las ciudades de Ficana, Politorium y Tellenae,
extendió las fronteras del estado romano hasta la costa, y fundó Ostia en la desembocadura del Tíber. El
territorio así adquirido se fue incrementando y consolidando más bajo los
últimos reyes, y fue dividido por Servio Tulio en una serie de distritos administrativos
que, junto con las cuatro regiones de la ciudad, formaron nuevas 'tribus'
locales.
Las fuentes
supervivientes son muy confusas sobre el tema de las tribus locales, y no dan
ni idea ni de la función ni del número real de tribus establecidas
originalmente por Servio Tulio (la situación es discutida en Dionisio de Halicarnaso,
Ant. Rom. IV.15.1, un texto que desafortunadamente está corrupto).
Bastante más información definitiva se da por Livio que nos cuenta que en 495 a.C., el número de tribus
locales fue fijado en 21: tribus una et viginti factae. La
afirmación de Livio probablemente significa que en ese año, algunas tribus
nuevas fueron añadidas a las existentes para incrementar el total hasta 21. En
cualquier caso la figura de 21 permanecerá sin cambios hasta 387 a.C., cuando se crearon
cuatro nuevas tribus tras la anexión del territorio de Veyes (396 a.C.).
Localización hipotética de las tribus rústicas más antiguas (c.495 a.C.) |
El territorio que
nuestras fuentes atribuyen a Roma a fines de la monarquía, y que fue
incorporado en las tribus locales medía unos 822 km. cuadrados, de
acuerdo a la estimación de K. J. Beloch. Esto equivale al 35 % de la superficie
terrestre total del Latium Vetus.
Las otras ciudades latinas eran pequeñas en comparación. De acuerdo con los
cálculos de Beloch, que están basados en una reconstrucción conjetural de las
fronteras territoriales de las ciudades latinas, las dos mayores rivales de
Roma, Tíbur y Praeneste, poseían territorios de 351 y 262,5 km2,
respectivamente, y entre las restantes solamente Ardea y Lavinium tenían
más de 100 km2 cada una. Esas cifras son, ciertamente, solo
conjeturales; ajustando las fronteras produciría cifras ligeramente diferentes
y alterarían las proporciones relativas, pero no afectarían al cuadro general
en un grado significativo.
La narración
tradicional nos cuenta que el centro urbano de Roma se había expandido más allá
del núcleo original del Palatino y
el Foro, y que bajo Servio Tulio,
que estableció la frontera sagrada (el pomerium),
incluía las colinas Quirinal, Viminal, Esquilina y Celia. Este
área, la así llamada 'ciudad de las cuatro regiones' fue reconocido por Beloch
que se componía de 285 Ha.
cifras comparables pueden citarse para asentamientos mayores en Etruria y Magna
Grecia, pero las de las ciudades latinas cuyas áreas urbanas pueden medirse,
eran muchos más pequeñas; las más extensas de ellas, Satricum y Ardea ocupaban
solo unas 40 Ha.
cada una. El nivel de comparación es ciertamente aproximado, pues los datos,
sin embargo, parecerían indicar que la
Roma 'serviana' era con creces la más extensa y poderosa de
las ciudades-estado latinas.
Límites de la ciudad de Roma dentro del 'pomerium' serviano |
Otras indicaciones del
poder de Roma son proporcionadas por la organización centuriada, de nuevo
atribuida a Servio Tulio. La reconstrucción más probable del sistema centuriado
en su forma original presupone un ejército (classis) de 6.000 hoplitas de infantería y 600 de
caballería. Se ha reconocido que los hombres adultos libres normalmente
supondrían alrededor del 29 % de la población total libre de una comunidad
antigua. Pero el classis serviano, que estaba limitado a hombres en edad
militar que se podían permitir una equipación propia y que excluía a los
hombres viejos y los proletarios, deben haber constituido una proporción más
pequeña de la población de la
Roma del siglo VI. Si estaba entre el 20 % y el 25 % del
total, la población habría estado entre 26.400 y 33.000. Una interpretación
contraria de la classis serviana que aboga por un cuerpo de infantería
de 4.000, por el mismo método de cálculo produciría una cifra entre 18.400 y
23.000 para la población total. Las cifras, en cualquier caso, son del mismo
orden general de magnitud, y son coherentes con las ya obtenidas sobre la base
del tamaño estimado del ager Romanus.
A pesar de las
reticencias de historiadores actuales como G. Alföldi, que postulan que las
fechas de expansión deberían de retrasarse hasta mediados del s. V respecto al
relato tradicional, hay tres argumentos que apoyan la narración literaria. En
primer lugar, retrasar las fechas hasta una época presentada por las fuentes
como de debilidad y dificultades por las guerras con las tribus montañesas de ecuos y volscos, no casan con la idea de una expansión victoriosa de los
ejércitos romanos. Por otro lado, las familias patricias provenientes de Alba
Longa después de su conquista están representadas en los fasti consulares en las
primeras décadas de la republica, por lo que debieron emigrar bajo la monarquía.
En segundo lugar, las
fuentes literarias presentan una coherencia interna que inducen a una
verosimilitud. Ello ha hecho que Alföldi sugiera que todo fue producto de una
falsificación deliberada y sistemática, tergiversando los datos cuando
existían, e inventando los hechos cuando estaban ausentes. La principales
objeciones a esta idea es que hay buenas razones para no dudar de la honestidad
de Fabio Pictor y que no parece que
estuviera en posición de imponer una visión falsificada del pasado de Roma a
posteriores generaciones de historiadores romanaos. En tercer lugar, los
hallazgos arqueológicos son coherentes con la imagen tradicional de Roma, como
un floreciente centro urbano en el siglo VI, aunque es difícil imaginar qué
indicio arqueológico sería el adecuado, a nos ser una inscripción explicita
para probar o refutar las noticias de las fuentes respecto a que los romanos
conquistaron las tierras hasta la costa y las colinas albanas en el siglo VI.
La arqueología ha demostrado que Roma experimentó cambios dramáticos y se
desarrolló en una comunidad urbanizada en los años alrededor del 600 a.C.; pero hasta ahora no
ha dejado claro si el mismo proceso fue teniendo lugar simultáneamente en otros
lugares del Lacio. Nuestras fuentes implican que Roma aventajaba a sus vecinos
latinos durante el último siglo de la monarquía, pero este supuesto hecho no
puede ser demostrado aún arqueológicamente.
Se nos dice que no solo
redujeron a los latinos a la sujeción, sino que también obtuvieron victorias
contra los etruscos y los sabinos, de los que obtuvieron ganancias
territoriales. La noción fantástica de que Tarquinio Prisco recibió la sumisión
de los Doce Pueblos de Etruria
deriva en parte de una especulación antigua sobre el origen de los fasces; pero esto no descarta la
posibilidad de que los ejércitos romanos ocasionalmente asolaran los
territorios de Caere, Veyes y Tarquinia, y que el ager Romanus se extendiera
más allá del Tíber bajo los reyes. Al menos tres de las más antiguas tribus
rurales, la Romilia, la Galeria
y la Fabia, estaban localizadas probablemente en la
orilla derecha, y el distrito conocido como
Septem Pagi, que era objeto de continuas disputas entre Roma y Veyes,
parece haber caído en manos romanas antes del fin de la monarquía.
En el Lacio mismo los
romanos habían establecido una extensa hegemonía por el tiempo de Tarquinio el
Soberbio. Se dice que la base del éxito de este rey había sido su
reorganización de la Liga
Latina en una alianza militar regular. En el curso de su
reinado, Tarquinio capturó Pometia
por asalto, ganó el control sobre Tusculum
al casar a su hija con el ciudadano dirigente Octavo Mamilio; en el
momento del golpe que llevó a su expulsión, él estaba dedicado a asediar Ardea.
Hay dos piezas que
confirman la ascendencia de Roma en el Lacio en ese momento: en primer lugar,
el autor de las líneas 1011-1016 de la Teogonía
escribió que Agrios y Latinos, los hijos de Odiseo y Circe 'gobernaban sobre los famosos Tirsenos, muy lejos en un hueco de las islas sagradas'. Si el
apéndice de la Teogonía de Hesíodo está correctamente datado para
el siglo VI a.C. esas líneas probablemente representan una alusión
contemporánea al poder de los latinos bajo el liderato romano durante la edad
de los Tarquinios; en segundo lugar, que según Polibio, Roma celebró en 509 a.C. un tratado entre
Roma y Cartago lo que da muestra de la importancia que debía tener Roma en esta
época. Sobre la verosimilitud de este tratado, Diodoro dice explícitamente que
el tratado de 348 a.C.
era el primero y Tito Livio no lo menciona aunque hace una referencia a este último diciendo
que fue renovado ‘por tercera vez’. El argumento principal en favor de la fecha
de Polibio es precisamente el hecho de que el contenido del tratado coincide con
las circunstancias de fines del siglo VI. El tratado hace de Roma el señor
supremo de un 'imperio' en miniatura en el Lacio, que se extendía hasta la
costa hasta la llanura Pontina. Esto
se ajusta de manera precisa a la situación descrita en las fuentes que se tenía
bajo Tarquinio el Soberbio, cuyo control de la región estaba implícito por su
captura de Pometia y su fundación de una colonia (sea lo que signifique
eso exactamente) en Circeii. Se
descarta una fuente posterior porque el distrito pontino fue invadido poco
después por los volscos, y no fue recuperado por Roma hasta cien años después.
El que se hubiera
concluido un tratado entre Roma y Cartago al final del siglo VI no es, en sí
mismo, particularmente sorprendente. El interés en el área del Mar Tirreno
durante este periodo está bien documentado, y es probable que el tratado con
Roma fuera uno de una serie de tales acuerdos que los cartagineses hicieron con
estados amigos en el área. La presencia de comunidades de cartagineses en
puertos etruscos está indicada por la existencia de un asentamiento costero
llamado Punicum (S. Marinella) en el
territorio de Caere y por las inscripciones bilingües (etruscas y fenicias) que
fueron descubiertas a principios de la década de los 60 en Pyrgi (S. Severa), otro puerto caeretano. Las inscripciones de
Pyrgi, que probablemente datan de principios del siglo V a.C., registran una
dedicación a la diosa fenicia Astarté
(la Uni etrusca) por Thefarie Velianas, el
gobernante de Caere. es probable que los cartagineses hubieran querido
establecer buenas relaciones con la ciudad del Tíber que controlaba un largo
tramo de la línea costera de la
Italia central, y evidentemente habría tenido sentido para
ellos mantener buenos términos con el nuevo régimen republicano que se estableció
en Roma después de los Tarquinios cuando todos los acuerdos existentes habían
sido automáticamente terminados. Por su parte, los líderes de la nueva
Rapública pueden haber esperado obtener reconocimiento para ellos mismos,
mediante una cuerdo formal con Cartago, y al mismo tiempo, habrían querido
afirmar su pretensión a la posición de hegemonía en el Lacio que los reyes
habían poseído anteriormente. El primer año de la República es, por tanto,
un contexto plausible para un tratado entre Roma y Cartago.
2. La Caída de la Monarquía y sus
consecuencias
Se nos cuenta que Tarquinio se había dirigido
primero a Veyes y Tarquinia, y les persuadió de organizar
una expedición armada del territorio romano; esta iniciativa fue desbaratada en
la batalla de Silva Arsia en la que
los romanos resultaron victoriosos, a pesar de la pérdida de su cónsul, L. Bruto. Tarquinio entonces se volvió
a Lars Porsenna, el rey de Clusium, que marchó sobre Roma y la
asedió desde su campamento en el Janículo:
pero el heroismo de Horacio Cocles, Mucio Escévola y Cloelia persuadieron a Porsenna a ceder, y enviar a sus fuerzas en
su lugar contra la ciudad latina de Ardea. La expedición terminó en fracaso, no
obstante, cuando los etruscos fueron derrotados por los latinos y sus aliados
procedentes de Cumas. Tarquinio,
entonces reclutó la ayuda de su yerno, Octavo
Mamilio de Tusculum, que movilizó la Liga Latina
en su ayuda y dirigió una revuelta contra Roma. Finalmente, tras la derrota de
Mamilio y los latinos en la batalla del lago Regilo (499 ó 496
a.C.), Tarquinio buscó refugio en Aristodemo el Afeminado, tirano de la Cumas griega y líder del
ejército de Cumas que había ayudado a los latinos contra Lars Porsenna. Fue
como exiliado en la corte de Aristodemo donde el odiado Tarquinio terminó sus
días, en el consulado de Apio Claudio
y Publio Servilio (495 a.C.).
La biografía de
Aristodemo confirma que la tradición romana ha distorsionado la verdad al
colocar al exiliado Tarquinio en el centro del escenario. De hecho, el cambio
de régimen de Roma fue solo un elemento en un conjunto de sucesos más complejo
y de largo alcance. Por ejemplo en el relato de Lars Porsenna, se tiene
constancia de que algunos escritores conocían una tradición diferente según la
cual los romanos se sometieron a Porsenna y fueron obligados a presentarse en
términos humillantes. Si esto es cierto, se comprende mejor la extraña historia
de que a los supervivientes del ejército de Porsenna se les dio refugio en Roma
tras su derrota en Aricia. Además,
los indicios apuntan más bien a que Porsenna, lejos de intentar restaurar a
Tarquinio, realmente le expulsó, y, o bien gobernó en su lugar, o bien
estableció un régimen títere (los 'cónsules') para gobernar la ciudad en su
nombre. Comoquiera que fuera, y los detalles concretos no son, evidentemente,
ahora recuperables, la estancia de Porsenna en Roma no pudo haber durado mucho
tiempo, y podemos asumir con seguridad que tras la batalla de Aricia la época
monárquica de Roma definitivamente llegó a su fin.
La interpretación habitual,
que puede encontrarse en la mayoría de los trabajos modernos, es que la
expulsión de los reyes marcó el fin de un periodo de gobierno etrusco en Roma,
y la reafirmación por los romanos de su independencia nacional. La versión más
radical de esta teoría mantiene que la aventura de Lars Porsenna fue
simplemente la última en una serie de conquistas etruscas, por las que Roma
estuvo sujeta al gobierno de una ciudad etrusca tras otra. Esas conquistas serían
parte de un patrón de expansión más amplio en Italia que llevó a la formación
de un 'imperio' etrusco que se extendía desde el valle del Po hasta el golfo de
Salerno. Al ocupar Roma, los etruscos ganaron el control de un paso vital del
río Tíber; una ver que este punto estratégico estuvo asegurado fueron capaces
de continuar su avance hacia Campania, donde quedaron a cargo de los
asentamientos existentes en Capua y Nola, probablemente en la segunda mitad del
siglo VI a.C.
El corolario de esta
tesis es que la caída de la monarquía romana al final del siglo VI cortó los
lazos entre Etruria y los asentamientos etruscos en Campania, y fue causa mayor
de su declive definitivo; el proceso fue agravado con la derrota del ejército
de Porsenna en Aricia, y más tarde por la destrucción de una flota etrusca por Hieron de Siracusa en los
exteriores de Cumas en 474 a.C.
El golpe final llegó cuando Campania fue invadida por los montañeses de idioma
osco en la década de 420.
Sin embargo, nada nos
obliga a creer que los asentamientos etruscos en Campania requiriesen el apoyo
de un cordón umbilical directo con la madre patria. Una hipótesis mucho más
razonable es que bajo Tarquinio Roma era un poder independiente, pero que el
elemento etrusco en su población era políticamente dominante y gobernaban la
ciudad en interés etrusco. Pero no hay huellas de que la política exterior de
los Tarquinios fuera de ningún modo 'pro-etrusca'. De hecho, como hemos visto,
la tradición mantiene que gobernaron como reyes independientes de Roma y
lucharon en guerras contra las ciudades etruscas. De nuevo, no es
necesario suponer que el golpe que expulsó a los Tarquinios conllevaba un
cambio en la política romana hacia los etruscos, ni hay ningún tipo de indicio
para tal cambio. Los romanos de tiempos posteriores eran bien conscientes de
sus orígenes mixtos, e hicieron una virtud positiva del hecho de que sus
ancestros hubieran estado dispuestos a admitir a extranjeros en su seno. La
tradición registra muchos ejemplos de individuos y grupos que emigraron a Roma
y fueron aceptados en la élite gobernante. Para los romanos el caso más sorprendente
de la disponibilidad de sus ancestros a admitir inmigrantes extranjeros fue
precisamente la historia de la familia de los Tarquinios.
De acuerdo con la
tradición Tarquinio prisco emigró a Roma con su esposa y familia a causa de que
sabía que era un lugar donde sería aceptado y donde sería capaz de hacer
fortuna. En cambio, el exilio de Tarquinio el Soberbio no supuso la expulsión
de todos los etruscos de la ciudad. Los relatos tradicionales son coherentes con
el modelo de una sociedad abierta en la que los individuos y grupos podrían
moverse libremente de un lugar a otro sin pérdida de derechos o posición
social. Estas historias reflejan un rasgo genuino de la sociedad arcaica de la Italia central. En las ciudades
etruscas las inscripciones han revelado la presencia de familias de origen
griego, latino e itálico, ocupando posiciones de alto rango social. En Roma
están atestiguado el mismo fenómeno por los fasti
consulares, que muestran que muchas familias inmigrantes tuvieron la suprema magistratura
durante los primeros años de la
República.
Si la caída de la
monarquía no era un síntoma de un colapso general del poder etrusco en la Italia central, sin
embargo, tuvo efectos de largo alcance en las relaciones externas de la ciudad.
La más importante de esas repercusiones fue la desintegración del poder romano en el Lacio en los primeros años
del siglo V. Se ha argumentado que este fue un periodo en el que la institución
de la monarquía estaba bajo amenaza en todas partes, y que los regímenes
republicanos estaban estableciéndose a través de la Italia central, en Etruria,
así como en el Lacio. Por lo que concierne a las ciudades latinas, hay pocas
huellas de la institución de la realeza en la tradición que sobrevivió, que no
hace referencia a reyes en el periodo tras la destrucción de Alba Longa, y si
algo implica es que las comunidades latinas se regían por regímenes
aristocráticos en el siglo VI. En Etruria sabemos que algunas monarquías
sobrevivieron bien en el siglo V, por ejemplo Caere y Veyes.
Es más probable que la
agitación política en Roma provocara una variedad de reacciones diferentes en
los estados vecinos. Alguno bien pudieron haber aprovechado la oportunidad para
seguir su ejemplo al expulsar a sus propios gobernantes, y ciertamente, leemos
en Livio que Sexto Tarquinio fue
asesinado por el pueblo de Gabii tan
pronto como supieron tuvieron noticias de la revolución en Roma. En general, es
probable que la mayoría de los latinos hubiera dado la bienvenida a la
oportunidad proporcionada por la caída de los Tarquinios para liberarse de la
dominación romana. La revuelta latina, de acuerdo con la reconstrucción más
probable, fue la continuación de la resistencia organizada de los latinos a las
fuerzas de Lars Porsenna, cuya breve ocupación de Roma habría aislado
temporalmente a la ciudad del resto del Lacio y fue, en parte, responsable de
la caída de los Tarquinios. Tras la batalla de Aricia, y la retirada tanto de
Porsenna como de Aristodemos, se estableció el escenario para un conflicto
entre Roma y el resto de los latinos, con los romanos, intentando recuperar su
anterior supremacía, y los latinos, determinados a resistir.
La cuestión se resolvió
en la batalla del lago Régilo, bien
en 499 o bien en 496 a.C.,
donde los romanos bajo el dictador A.
Postumio Albo obtuvo una memorable victoria. La batalla fue seguida, tras un
intervalo de unos pocos años por un tratado entre Roma y los latinos
(tradicionalmente 493 a.C.).
El tratado, conocido por la posteridad como el foedus Cassianum a partir del hecho de que fue firmado en
nombre de Roma por el cónsul Espurio Casio,
definiría las relaciones formales entre Roma y los latinos, que iban a
persistir durante los siguientes 150 años.
3. La Liga Latina
En los siglos V y IV
a.C. las comunidades de ‘nombre latino’ (nomen Latinum) se unieron en una
federación política y militar que tradicionalmente llamamos Liga Latina. Las relaciones políticas
entre los estados latinos durante este periodo fueron regularizadas por las
cláusulas del tratado de Espurio Casio. Sin embargo, es cierto que el tratado
mismo no creó la Liga Latina,
sino que simplemente introdujo modificaciones a una estructura preexistente, y
en particular redefinió la posición de Roma en relación a otros latinos. Pero
solo tenemos una imagen muy incompleta y poco fiable de la Liga en el periodo anterior
al tratado Casiano, y ya que nuestro conocimiento de tratado mismo es muy
pobre, hay también mucha incertidumbre y controversia sobre acerca de la
organización y carácter de la
Liga incluso en los siglos V y IV.
Integrantes de la Liga Latina |
En los siglos III y II
a.C. el nombre latino había dejado de tener un significado exclusivamente
étnico o territorial, y el término fue usado para describir una categoría
jurídica particular de comunidades no romanas en Italia, por la que los latinos
podían ejercer ciertos derechos y privilegios en sus tratos con los ciudadanos
romanos.
El relato tradicional
sostiene que la Liga
tenía funciones militares y políticas desde el principio. La base de esta
concepción era la creencia de que todos los pueblos del Latium Vetus eran las colonias de una única ciudad, Alba Longa, que, en consecuencia,
ejercía una posición de hegemonía en el periodo anterior a su destrucción por Tulio
Hostilio: ‘Albanos rerum potitos usque ad Tullum regem’. Esto parece ser
una construcción anacrónica y artificial, modelada sobre las relaciones que
existían en tiempos históricos entre Roma y sus aliados, muchas de las cuales
poseían derechos latinos y hacia mediados del siglo III componían la mayoría de
los socii
nominis Latini (‘aliados de
nombre Latino’). De acuerdo con el relato tradicional, la victoria de Tulio
Hostilio dio a Roma la hegemonía que había pertenecido anteriormente a Alba. La
nueva distribución fue solemnemente consagrada en un tratado que fue
posteriormente renovado en varias ocasiones a continuación de las ‘revueltas’
latinas. El foedus Cassianum fue
simplemente una de tales renovaciones.
Es probable que la
supremacía de Alba Longa en la historia tradicional derivara no de cualquier
supuesta hegemonía política, sino del hecho histórico de que el festival
nacional de los pueblos latinos era celebrado cada año en su propio territorio,
en los Montes Albanos. En el periodo
histórico era el culto por excelencia. El festival anual, conocido como Latiar
o Feriae
Latinae, era en honor a Iuppiter
Latiaris, que era identificado en la leyenda con Latino, el ancestro epónimo de la tribu. El lugar del culto, la
cima del monte Albano (Monte Cavo) es el punto más alto de la región (949 metros) y domina la
llanura del Lacio. Las Feriae Latinae, que eran celebradas en la primavera de
cada año, continuaron teniendo lugar mucho después de la disolución de la Liga (338 a.C.), y todavía estaban
siendo celebradas en tiempos de los emperadores. El elemento central del ritual
era el banquete en el que cada comunidad tomaba parte aportando corderos,
queso, leche, o productos similares, por lo que el carácter pastoral de la
ceremonia es prueba fehaciente de su extrema antigüedad). Se sacrificaba un
toro blanco, y cada comunidad recibía su parte de la carne. Una curiosa lista
de 30 ‘populi Albenses’, que […]
acostumbraban a recibir carne en el monte Albano’ es proporcionada por
Plinio el viejo, y quizá representa un estadio primitivo en el desarrollo del
culto.
Lo que no es seguro,
sin embargo, es la relación que existía entre el culto de Iuppiter Latiaris y
la liga política de estados latinos a fines del siglo VI. La mayoría de los
estudiosos distinguen cuidadosamente las dos instituciones. Existían festivales
del mismo tipo en otras ciudades latinas, como Lavinium, en la arboleda dedicada a Diana en Aricia, y otras
en Tusculum y Ardea, cuyos respectivos santuarios se encontraban extramuros de
cada población. La proliferación de cultos comunes en diferentes sitios del
Lacio, a primera vista, no parece compatible con la idea de una liga latina
unida. Una explicación para conciliar ambos conceptos podría ser que los
diversos santuarios comunes eran originalmente los centros de comunidades
religiosas separadas dentro de un área relativamente restringida, por lo que
quizá la lista proporcionada por Plinio podría describir una federación de
comunidades de pequeñas villas en la inmediata vecindad de las colinas albanas.
Otras ligas locales habrían existido en otras partes del Lacio, con sus centros
en Lavinium, Ardea, etc, y quizá en una etapa posterior, alguna de estas
asociaciones sagradas llegó a abarcar a todos los latinos.
Estos cultos
compartidos serían vistos como una reliquia del periodo preurbano. Los santuarios
comunes, en su mayor parte muy antiguos, eran originalmente los lugares
sagrados de una nación latina organizada tribalmente, que, más tarde, en la
edad arcaica, llegaría a ser dividida en unidades políticamente separadas. La
persistencia de las celebraciones de culto común es la señal más clara del hecho
de que, a través de su historia, los latinos eran conscientes de pertenecer a
una comunidad integrada que trascendía las fronteras de las ciudades-estado
individuales. Compartían un nombre común (el nomen latinum), un
sentimiento común y un lenguaje común. Adoraban a los mismos dioses y tenían
similares instituciones políticas y sociales. Los hallazgos arqueológicos han
sacado a la luz una cultura material, llamada ‘cultura laziale’, que fue difundida a través de la región del
Latium Vetus desde el periodo del Bronce Final en adelante. Este sentido de
unidad cultural nunca fue completamente sumergido por el crecimiento de la
ciudad-estado, debido a que el fenómeno de la urbanización ocurrió en el Lacio durante
el periodo ‘orientalizante tardío’
(c.630-c.580 a.C.), sin duda en Roma y probablemente en otros centros también,
y fue acompañado por una radical transformación de instituciones políticas y
sociales, proceso que está reflejado en el relato tradicional de los tres
últimos reyes romanos. El surgimiento de ciudades-estado en el Lacio fue el
resultado de una transformación revolucionaria de una cultura periférica
llevada a cabo por el contacto con comunidades socialmente más avanzadas en Etruria y Magna Grecia. El resultado fue una amalgama única en la que las
estructuras de la ciudad-estado se superpusieron sobre un residuo sustancia de
instituciones preurbanas o ‘prepolíticas’.
Este hecho puede ayudar
a explicar la supervivencia de otras instituciones comunales que parecen ser un
legado del periodo preurbano, como eran el conjunto de privilegios sociales y
legales que se ponían en común por los latinos y eran definidos en tiempos
históricos como derechos específicos (iura).Estos incluían el conubium,
o derecho a contraer matrimonio legal con un socio de otra comunidad latina; commercium,
o derecho a tener acuerdos con personas de otras comunidades latinas y hacer
contratos legalmente vinculantes (especialmente importante era el derecho a la
propiedad de bienes dentro del territorio de otro estado latino); y el llamado ius
migrandni, o capacidad de adquirir la ciudadanía de otro estado latino
simplemente por instalar residencia permanente allí.
Estos derechos parecen
evocar el fenómeno de movilidad horizontal
que caracterizó a Italia en el periodo arcaico, cuyas características eran que
no estaba limitado a ningún grupo étnico particular, aunque parece haber estado
dirigido a la integración de etruscos, latinos, sabios y otros dentro de las
comunidades individuales, y quera, principalmente un fenómeno aristocrático. En
el periodo orientalizante (c.730 a.C.-c.580 a.C.) Italia central estaba
dominada por clanes aristocráticos, cuyos miembros llevaban un suntuoso modo de
vida y mantenían estrechos contactos unos con otros a través de matrimonios
mixtos y e intercambio de regalos; pero, al mismo tiempo, mantenían la
distancia con las clases más bajas en sus propias comunidades. En Roma,
encontramos que los patricios estaban dispuestos a admitir en sus propios rangos
un aristocrático líder de clan, el sabino Attus
Clausus, y proporcionó para él y sus dependientes, pero excluían
rígidamente a miembros ciudadanos que no pertenecieran al patriciado.
Hay razones para pensar
que estos ‘derechos latinos’ eran una versión institucionalizada de la
movilidad horizontal que caracterizaba a la sociedad de la Italia central en el
periodo preurbano. Los acuerdos formales entre estados, como el foedus Cassianum, probablemente redujo
estos derechos, al restringir su ejercicio a las comunidades que señalaba el
tratado. Esta hipótesis explicaría la cláusula de las Doce Tablas, de que un ciudadano romano esclavizado por deudas solo
podía venderse ‘trans Tiberim peregre’ (‘en territorio extranjero al otro lado
del Tíber’), donde el ager Romanus
limitaba con territorio etrusco.
Hay razones para pensar
que esta Liga Latina fuera un fenómeno artificial y relativamente tardío,
creado con el propósito de organizar la resistencia al crecimiento del poder
romano, y que sería algo distinto de las asociaciones religiosas y la comunidad
de derechos privados latinos. Sus reuniones tenían lugar fuera del territorio
romano en la arboleda de Ferentina (‘Lucus
Ferentinae, o más apropiadamente ‘Lucus ad caput aquae Ferentinae’.
Cuando los latinos se
separaron de Roma tras la expulsión de los Tarquinios y la ocupación de la
ciudad por Porsenna, su resistencia fue organizada, una vez más, desde
Ferentina, esta vez bajo el liderato de Tusculum y Aricia. Esta fase de la
historia latina está mejor documentada gracias a dos textos: el primero es el
relato de Dionisio de Halicarnaso sobre la Vida y hechos de Aristodemos de Cumas; el segundo es un fragmento de Orígenes de Catón el Viejo que recoge
una dedicación conjunta de un bosquecillo de Diana en Aricia por un grupo de
pueblos latinos. El texto, que
probablemente fue trascrito por Catón a partir de la inscripción dedicatoria
original, se lee como sigue:
‘Egerius Baebius de Tusculum, el dictador
latino, dedicó la arboleda de Diana en el bosque de Aricia. Los siguientes
pueblos que tomaron parte conjuntamente: Tusculum, Aricia, Lanuvium, Laurentum
(es decir, Lavinium), Cora, Tibur, pometia, Rutulian, Ardea…’
La fecha más probable
sería en torno al 500 a.C.,
cuando los latinos empezaban a coordinar sus esfuerzos contra Roma. El lugar de
encuentro se ha localizado por debajo del borde noreste del cráter del lago Nemi. Es probable que la fundación del
culto registrado por Catón represente un intento por los latinos de aislar a
Roma y establecer un nuevo ‘culto federal’ de diana que suplantara o rivalizara
con el santuario sobre el Aventino en Roma, que databa de la época de Servio
Tulio. La lista de pueblos no está completa, pero confirma el papel principal
adoptado por Tusculum, la ciudad que encabeza la lista y cuyo representante Egerius Baebius celebró la dedicación
como ‘dictator latinus’. Parece que pudo haber sido el magistrado
principal de la Liga Latina
o un funcionario designado para el propósito específico de dedicar la arboleda.
Ambas interpretaciones son igualmente posibles pero el resto de los indicios
parecen favorecer el punto de vista de que la
Liga Latina era comandaba por un dictador.
5. Roma y sus aliados en el siglo V
Por tanto, esta era la
federación que fue derrotada en el lago Régilo y con el que los romanos
celebraron el tratado Casiano en 493
a.C. Espurio Casio, cuyo nombre era mencionado en otro
texto, era una figura histórica que aparece tres veces en los fasti consulares del periodo. Los
términos del trabajo estaban inscritos en un pilar de bronce que fue erigido en
el foro y todavía estaba allí en tiempos de Cicerón. El tratado fue resumido por Dionisio de Halicarnaso como
un acuerdo bilateral entre romanos por un lado y latinos por otro. Este hecho
es el argumento más firme para decir que Roma no era en aquel tiempo, y quizá
nunca lo había sido, miembro de la Liga
Latina. El tratado establece una paz perpetua entre las dos
partes y una alianza militar defensiva por la que cual irá en ayuda del otro si
es atacado. Cada uno acuerda no asistir o dar paso libre a los enemigos del
otro. El botín de cualquier campaña victoriosa deberá ser compartido por igual.
Finalmente, se hace una cláusula para el establecimiento de disputas
comerciales entre los ciudadanos de los diferentes estados.
Sobre la organización y
mando del ejército aliado encontramos alguna información en un fragmento del
anticuario L. Cincio, quien nos
cuenta que, bajo el consulado de P.
Decio Mus (340 a.C.)
los latinos acostumbraban a reunirse en la arboleda de Ferentina para discutir
acuerdos que tenían que ver con el mando. Aunque el pasaje presenta algunas
dudas, podría deducirse de él que habría una reunión anual regular de los
latinos en Ferentina, pero no necesariamente una campaña anual regular; así que
era solamente en los años en que se contemplaban acciones militares, cuando
sería necesario un comandante militar, comandante que era convocado desde Roma.
En los años que siguieron al foedus
Cassiannum podemos observar la alianza en marcha. En la segunda mitad del
siglo V, Roma y los latinos se enfrentaron con enemigos en todas partes y
supuestamente estaban envueltos en continuos conflictos armados. La alianza
hizo posible una resistencia efectiva y salvó al Lacio de ser invadido.
En 486 a.C. ocurrió un
acontecimiento importante, cuando los hérnicos
fueron introducidos en la alianza. Estos eran un pueblo itálico, relacionado al
parecer con los sabinos, que habitaban la estratégica y vital regio del valle
del Trerus (Sacco). En ausencia de
cualquier material arqueológico o epigráfico los hérnicos son ahora poco más
que un nombre para nosotros. Las únicas reliquias son restos poco
impresionantes de muros poligonales, que datan del periodo prerromano, que
todavía pueden verse en los principales centros hérnicos: Anagnia, Verulae, Ferentinum y (sobre todo) Aletrium. Pero no sabemos si esos
lugares eran asentamientos urbanos plenamente desarrollados en el siglo V. lo
más probable es que fueran lugares de refugio fortificados. Una referencia
aislada en Livio sugiere que los hérnicos estaban organizados en una liga
centrada en Anagnia.
La alianza con los
hérnicos se atribuía, una vez más, a Espurio
Casio, que fue cónsul por tercera vez en 486 a.C. Se dice que los
hérnicos habían sido admitidos con condiciones idénticas a las del tratado Casiano
anterior. Sin embargo, no está claro si el resultado fue una alianza tripartita
que implicaba también a los latinos o si era un pacto separado entre Roma y los
hérnicos. En cualquier caso, parece probable que, como la alianza se cumplió,
Roma llegó a ser, cada vez más, el foco de sus actividades; al coordinar los
esfuerzos de dos grupos dispares de aliados, inevitablemente vino a
controlarlos a ambos. La incorporación de los hérnicos a la alianza tuvo, por
tanto, el efecto paradójico de debilitar la posición de los aliados y el
fortalecimiento de la de Roma.
La fuerza total aliada
estaba aportada por cada uno de los tres socios. Nuestras fuentes son indecisas
en esta cuestión, a veces afirmando que cada uno contribuía con un número igual
de tropas, y a veces que los aliados (latinos y hérnicos juntos) aportaban la
mitad del ejército y los romanos la otra mitad. En cuanto a la cuestión del botín este es un asunto de gran
importancia como queda de manifiesto en el foedus
Cassianum, y a menudo es tratado a lo largo de la narración tradicional.
Las fuentes declaran a veces que el botín se repartía en tres partes iguales,
pero en otras ocasiones insinúan solo que los romanos generosamente ‘concedían’
algo del saqueo a los aliados. Consistía en bienes muebles, ganado, esclavos y
tierra. La distribución de tierras adquiridas por conquista presentaba
problemas especiales, sobre todo en lo concernía a los latinos, ya que la
Liga Latina no constituía un estado
unitario, sino más bien una coalición de estados. Posiblemente lo mismo podía
decirse de los hérnicos. Dividir una extensión de tierra en parcelas separadas
pertenecientes a diferentes estados habría sido impensable desde un punto de
vista administrativo, así como legalmente absurdo. El problema fue superado por
la institución de la colonia. Por este simple recurso la tierra conquistada era
repartida a colonos que eran organizados en una nueva comunidad independiente
con su propia ciudadanía y su propio territorio.
La mayoría de las
colonias estaban en las fronteras del Lacio o en lugares que habían sido
anteriormente latinas y ahora eran reconquistadas a los volscos y ecuos. En la
mayoría de los casos los territorios de las colonias no limitaban con el ager Romanus. Por tanto, era lógico que
los nuevos asentamientos se convirtieran en miembros de la Liga Latina. Como tales estaban
obligados a enviar contingentes al ejército aliado junto con los otros
latinos, pero también poseían derechos
latinos. En consecuencia, eran conocidas como colonias latinas (coloniae
Latinae). Una excepción a este patrón era Ferentium, que fue
conquistado (o reconquistado) a los volscos en 413. Ya que Ferentium estaba en
territorio hérnico, fue unido a la federación hérnica, más que a la latina. El
mismo principio se aplicó probablemente a Veyes y otros lugares como Labici,
que fueron directamente incorporados al estado romano.
No hay razón para dudar
que esas colonias tempranas fueran coloniae Latinae del tipo normal.
Sin embargo, es importante señalar que la apelación ‘coloniae Latinae’ se refiere solamente al estatus legal de la
comunidad recién fundada, y nada tiene que ver ni con el origen étnico de los
colonos ni la manera en que fue fundada. En cualquier empresa colonial al menos el 50 % de los colonos serían
romanos. El resto serían tomados de los aliados ya fueran latinos o hérnicos o
ambos. Los romanos continuaron permitiendo a sus aliados itálicos compartir ese
derecho en el proyecto colonial hasta el tiempo de la Guerra Social (91 a.C.). Pero raramente
registran el hecho de la participación aliada y tienden a referirse a esas
empresas compartidas como si fueran exclusivamente romanas. De hecho, aunque
fueran siempre el grupo más grande de colonos, todavía podían constituir una
minoría de la población total, ya que muchos de los primitivos colonos estaban
establecidos en varias de las ciudades existentes, cuyos habitantes
supervivientes estaban entonces inscritos en la colonia. De hecho esto es lo
que ocurrió en Antium en 467 a.C.,
donde los volscos nativos fueron incluidos junto con romanos, latinos y
hérnicos, lo que no es sorprendente, pues la alternativa habría sido
expulsarlos, masacrarlos o esclavizarlos en masa, y es dudoso si los romanos y
sus aliados podrían haberse permitido el desperdicio de mano de obra que
implicaba tal actuación.
Las fuentes nos cuentan
que el estado romano era el responsable de la operación completa. En la
práctica las decisiones serían tomadas por los romanos y la consulta de los
aliados fuera una mera formalidad. Los oficiales romanos eran probablemente los
encargados para las tareas prácticas de fundar las colonias y distribuir la
tierra. Esta conclusión procede tanto de la analogía con el mando militar como
del hecho de que en cada caso el grupo más numeroso de colonos era romano.
Livio nos da el nombre de los comisionados que supervisaban las empresas coloniales,
y siempre son romanos. Por ejemplo, ‘los triumviros que dirigieron la colonia a
Ardea en 442 a.C.
fueron Agripa Menenio Lanato, T. Clodio Simulo y M. Ebucio Helva, todos prominentes miembros del Senado.
Es posible que algunos
de los más antiguos asentamientos coloniales nunca hubieran llegado a ser
colonias latinas. Por ejemplo, si la tierra conquistada que limitaba el ager Romanus pudiera haber sido
simplemente anexionada y asignada a viritim (es decir, en parcelas
individuales) a ciudadanos romanos que no se organizaban en una nueva
comunidad, sino que permanecían como ciudadanos y eran directamente
administrados desde Roma. Este procedimiento fue adoptado cuando Veyes fue
conquistada en 396 a.C.
y puede haber ocurrido antes, por ejemplo en Labici, cuando Livio simplemente dice que 1500 colonos fueron
enviados ‘desde la ciudad’.
5. Las incursiones de sabinos, ecuos y volscos
La caída de la
monarquía romana fue seguida por un breve periodo de confusa agitación. Pero
en los años que siguieron la situación se estabilizó gradualmente y en la
década de 490, parece estar emergiendo una nueva estructura de relaciones
políticas en el Lacio. Los romanos fueron capaces de recuperar al menos una cantidad
del poder que habían tenido bajo los reyes. Son registradas una serie de
campañas exitosas contra los sabinos
en el periodo 505-500 a.C.; fueron seguidas por un avance en la región
entre el Tíber y el Anio. Fidenae y Crustumerium fueron tomadas (y quizá también Ficulea –aunque no tenemos información explícita respecto a la
historia de Ficulea en el siglo V).
Estas adquisiciones son
reflejadas en la creación de nuevas tribus locales en 495 a.C. Las nuevas tribus
deben haber incluido la Claudia, en el distrito
donde la gens Claudia se estableció
tras su llegada en 504 a.C.,
y la Clustumina, el anterior territorio de
Crustumerium. En este punto, el territorio de Roma al noreste de la ciudad se
extendía hasta las fronteras de Nomentum;
también controlaba la vía Salaria,
que corre a lo largo de la orilla derecha del Tíber, casi hasta la fortaleza
sabina de Eretum. Como resultado el
área abarcada dentro del ager Romanus
se había incrementado hasta unos 949 km2 La expansión
posterior a expensas de los latinos fue verificada por el foedus Cassianum. Pero ese mismo acuerdo
representa la consolidación a expensas de la posición romana en el Lacio.
La formación de la
alianza militar entre Roma y la
Liga Latina fue una respuesta a una amenaza militar externa
que llegó a ser patente en los años de 490. Las colonias de Velitrae, Signia y Norba
probablemente representan un intento por parte de la alianza de reforzar las
fronteras del Lacio contra el peligro de una invasión hostil. Pero a pesar de
esas precauciones la estabilidad nuevamente establecida del Lacio fue
violentamente interrumpida a finales de la década de 490 por incursiones de los
volscos y ecuos, quienes, por primera vez, empiezan a ocupar un lugar destacado
en la narración tradicional por esta época.
No tenemos modo de
saber cómo o cuando lograron ocupar los volscos
la mitad meridional del Lacio. No obstante, es cierto que durante la mayoría
del siglo V tomaron el control de los Monti
Lepini (la zona montañosa al oeste del valle del Sacco), la mayoría de la
llanura Pontina, y todo el distrito
costero desde Antium a Tarracina que en el siglo VI había sido
el ‘imperio’ de Tarquinio el Soberbio. Una breve observación en Livio muestra
en las fortalezas de Cora y Pometia estaban en sus manos hacia 495 a.C.; Antium fue ocupado
antes de 493 a.C.,
y fue seguido poco después por Velitrae,
en el borde del macizo albano.
Las afiliaciones
etnolingüísticas de los volscos son problemáticas. Los indicios onomásticos y
la probabilidad general sugieren que eran un pueblo osco-sabelio que había bajado desde los Apeninos antes del fin del
siglo VI. Esto es confirmado hasta cierto punto por el hecho de que otra rama
de los volscos se estableció en una fecha temprana en la región del valle del
Liris medio, alrededor de Sora, Arpinum y Atina. La evidencia lingüística es aportada por la llamada Tabula Veliterna, una inscripción de bronce de cuatro líneas procedente de
Velitrae, que se fecha desde el siglo III a.C., y escrita en un lenguaje que se
toma en general como volsco. El lenguaje de la inscripción tenía estrechas
afinidades con el umbro, y por esta razón los estudiosos generalmente postulan
un origen ‘septentrional’ para los volscos, y se supone que emigraron bajando
hacia el valle del Liris desde más allá del lago Fucine durante el curso del siglo VI a.C.
En cualquier caso, es
probable que la aparición de los volscos en la parte meridional del Lacio fuera
resultado de una migración desde el interior, y que fue parte de un movimiento
más amplio de pueblos que, sabemos, afectó a la mayor parte de Italia en el
siglo V. Nuestras fuentes literarias informan de una sucesión de migraciones
tribales en este tiempo que resultó en la expansión de los pueblos sabelios y la difusión de los dialectos
osco-umbros a través de las regiones centrales y meridionales de la península.
El proceso fue descrito
en detalle por Catón el Viejo en su
trabajo sobre los orígenes de Italia, que desafortunadamente no sobrevivió en
su totalidad. Pero el fragmento citado por Dionisio de Halicarnaso nos cuenta que
el proceso comenzó con la emigración de los sabinos desde un lugar cerca de Amiternum (bajo las laderas
septentrionales del Gran Sasso) a su
patria posterior en las colinas alrededor de Reate; desde allí enviaron nuevas colonias y fundaron asentamientos
en la forma de ‘ciudades sin muros’.
Estas migraciones
resultaron ser una serie de ‘primaveras
sagradas’. La primavera sagrada (ver sacrum) era un drástico
remedio ceremonial motivado por crisis de subsistencia o similares, por el que
rodo el producto de un año dado sería sacrificado a Marte. Los animales son
sacrificados, pero los niños eran perdonados y designados sacrati. Cuando
alcanzaban la madurez esta generación de gente joven serían mandados al mundo
para que se las arreglaran por sí mismos, bajo un líder que era obligado a
seguir a un animal salvaje; entonces, se asentarían donde el animal se paraba
para descansar, y formar una nueva tribu. Este mito contaba para el origen de
los Picenos, por ejemplo, que habían
seguido a un pájaro carpintero (Picus) en su emigración desde el
valle del Tronto hasta Asculum (Ascoli Piceno) y la costa
Adriática; del mismo modo la tribu samnita de los Hirpinos habían seguido un lobo (hirpus) en su migración
desde las colinas sabinas. La leyenda de los orígenes de Roma contiene elementos
similares, ya que Rómulo y Remo son concebidos como líderes de una
banda de jóvenes pastores guerreros que vivían en la naturaleza. El mito
corresponde a la realidad, al menos en su supuesto básico, de que la presión de
la superpoblación en una región de pobres recursos naturales era la causa
primaria de la emigración. El ver sacrum
mismo probablemente refleja un primitivo rito de iniciación.
Las migraciones
activaron una reacción en cadena, y las ondas de choque se sintieron a lo largo
y ancho de la península. En Magna Grecia los efectos fueron catastróficos, ya
que los yápigios, lucanos y brucios presionaron sobre las ciudades costeras. La desastrosa
derrota de Tarento por los yápigios en 473 a.C., fue ‘la peor que los griegos habían
sufrido jamás’, de acuerdo con Herodoto. En el suroeste, ciudad tras ciudad fue
inundada por los lucanos, hasta que, hacia 400 a.c., Velia y Nápoles fueron los únicos centros que quedaron de cultura helénica
a lo largo de toda la costa tirrena.
Tierra adentro, desde
Nápoles, los samnitas de habla osca ocuparon Campania, y se organizaron en una nación itálica (los ‘Campanos’)
tras ocupar las principales ciudades. Este movimiento parece haber comenzado
como una infiltración gradual de inmigrantes samnitas más que como una invasión
organizada. En Capua los habitantes etruscos admitieron a los recién llegados
dentro de la comunidad ciudadana tras un periodo inicial de resistencia; pero
este gesto no impidió que los samnitas derrocaran a la clase gobernante etrusca
en un violento golpe una noche en 423
a.C.
Volviendo al Lacio,
podemos ver que las incursiones de los sabinos, ecuos y volscos en el siglo V
eran manifestaciones locales de este fenómeno más amplio, y que tuvieron
similares efectos sobre los asentamientos en la llanura costera. Como hemos
visto, los volscos ocuparon las ciudades del Lacio meridional probablemente
poco antes del 500; en el este las ciudades de Tíbur, Pedum y Praeneste fueron amenazadas por los
ecuos, pueblo montañés que habitaban el valle del alto Anio y las colinas
circundantes.
No sabemos nada sobre
el lenguaje y la cultura de los ecuos,
aunque es una suposición justa el que fueran también un pueblo sabelio que
hablaba un dialecto de tipo osco. Una vez más los indicios arqueológicos consisten
exclusivamente en restos de fortificaciones poligonales que pueden verse en una
serie de lugares de montaña en los Monti
Prenestini. Supuestamente, los fuertes estarían igualados con posiciones
defensivas que son citadas en las fuentes literarias. Fue desde esas fortalezas
de montaña desde donde los ecuos hacían sus frecuentes incursiones en la
llanura latina.
Hay buenas razones para
pensar que Tíbur, Pedum y Praeneste fueran invadidas por los ecuos al comienzo
del siglo V a.C. Tíbur había tomado parte en al fundación de la arboleda de Diana
en Aricia, pero luego desapareció de los registros hasta el siglo IV. Se dice
que Praeneste habría hecho defección de la
Liga Latina hacia 499 a.C. –no es una
ocurrencia imposible, dado que uno de los cónsules de 499, C. Veturio, pertenecía a un clan que
tenía desde hace mucho tiempo conexiones con Praeneste –pero esto es lo último
de lo que tenemos noticia de Praeneste durante el resto del siglo. Pedum está, asimismo, desaparecida del
relato tradicional del siglo V, dejando aparte una breve aparición en la saga
de Coriolano. La mejor explicación para estos silencios es que Tíbur, Praeneste
y Pedum habían sido ocupadas por los ecuos. La posibilidad se convierte en una
certeza virtual cuando tenemos en cuenta el hecho de que en las guerras contra
los ecuos el principal escenario era el paso del Algidus y la región alrededor de Tusculum, que es presentada como la más vulnerable de las ciudades
latinas. Este estado de cosas no tendrían sentido si los latinos todavía controlaran
Praeneste.
Las víctimas
principales de los ataques volscos y ecuos eran, por tanto, las ciudades
latinas periféricas que protegían al territorio romano de los peores efectos de
la acción enemiga. Pero en el caso de los sabinos era Roma la directamente
afectada. Las guerras entre los romanos y los sabinos habían estado ocurriendo
durante siglos. Después de todo, el primer acontecimiento de la historia
romana, tras la muerte de Remo, fue el rapto
de las sabinas, y la consiguiente guerra entre sus maridos y sus suegros.
Esta leyenda expresa del modo más dramático la creencia, profundamente
enraizada, de los romanos de que eran una mezcla de latinos y sabinos. El hecho
de que dos reyes posteriores, Numa Pompilio y Anco Marcio fueran sabinos era un
recordatorio más para los romanos de que las relaciones con los sabinos se
habían caracterizado por una infiltración pacífica así como por hostilidad
armada. Muchas de las familias más nobles, incluyendo a los Valerii y los Postumii, pretendían un origen sabino, y el indudable relato
histórico de la migración de los Claudii en 504 a.C., es prueba de que el
proceso de integración aún estaba sucediendo en el periodo republicano. Las
esporádicas guerras entre romanos y sabinos también continuaron hasta mediados
del siglo V.
No esta claro como
encaja la historia de Appio Herdonio
en el patrón general. En 460 a.C.,
Herdonio, un noble sabino, intentó ocupar Roma, al tomar el Capitolio con una
banda de 4.000 compañeros. Después de unos pocos días, los romanos, con la
ayuda de una fuerza de Tusculum, lograron desalojar a Herdonio, quien fue
muerto junto con sus seguidores sabinos. El episodio, que es auténtico, sin
duda, no tiene paralelo en la tradición. Quizá pueda representar un golpe de estado
por un grupo de inmigrantes desfavorecidos (son presentados como clientes en
Dionisio de Halicarnaso, y como esclavos y exiliados en Livio); puede ser que
Herdonio y su banda de conspiradores fracasaran donde los samnitas tuvieron
éxito en Capua más tarde. Pero no puede haber ninguna certeza sobre el
incidente, que sigue siendo un misterio.
Las guerras contra las
tribus montañesas en los comienzos del siglo V tuvieron un efecto desastroso
sobe la vida cultural y económica de Roma y los latinos. Este punto no es
simplemente una deducción a priori
del hecho de que la mitad del Lacio cayó en manos enemigas; también está
confirmado por la clara evidencia de una recesión económica en Roma en el siglo
V. los indicios arqueológicos muestran que Roma era una próspera comunidad en
rápida expansión en el siglo VI. El siglo V, por el contrario, es una edad
oscura. El periodo después de c.475 a.C. no ha producido prácticamente ningún
material arqueológico distintivo, con la excepción de unos pocos sarcófagos de
piedra y algunas modestas cantidades de cerámica fina importada. De hecho, la
importación de cerámica ática descendió dramáticamente en el siglo V comparada
con el siglo VI; un reciente estudio ha demostrado que aunque puede observarse
una reducción general del nivel de importaciones áticas también en las ciudades
etruscas, el declive era mucho más drástico en Roma que en Etruria. Este
argumento puede ser apoyado por otros indicios. Por ejemplo, nuestras fuentes
registran la dedicación de varios templos importantes en los primeros años de la República. Aparte
del gran templo de Iuppiter Capitolino
(509 a.C.),
incluían los de Saturno (497), Mercurio (495), Ceres (493), y Cástor
(484). Pero después de 484 la tradición, que normalmente es meticulosa en el
registro de detalles de este tipo, no tiene más recuerdo de ninguna dedicatoria
hasta la de Apolo en 433. No se da
ninguna explicación de este patrón en las fuentes, pero es razonable conjeturar
que la construcción de templos estaba financiada por el botín (como deja claro la tradición en el caso del
templo capitolino), y que ninguna construcción de templos tuvo lugar después de
los años 90 del siglo V, porque los romanos no estuvieron envueltos durante
mucho tiempo en exitosas y lucrativas guerras.
Tradicionalmente, los
historiadores, y con razón, atribuyen las dificultades de Roma en este periodo
a los reveses militares que sufrió a manos de los montañeses invasores. El más
serio de esos contratiempos ocurrió en los años 490-488 a.C., cuando los volscos,
liderados por el renegado romano Cn.
Marcio Coriolano, invadieron el territorio latino en dos devastadoras
campañas anuales. Capturando una ciudad tras otra, las fuerzas de Coriolano
avanzaron hasta las Fossae Cluiliae en los arrabales de Roma.
En la historia tradicional, de la que Livio da la visión más emotiva y la menos
precisa, la ciudad fue salvada solo por las súplicas de la esposa y madre de
Coriolano, que le convencieron para volver atrás.
El episodio de
Coriolano era una leyenda popular, celebrada en la poesía y cantada durante
siglos después. Sus credenciales históricas son naturalmente sospechosas, y se
ha utilizado desde casi cada punto de vista; pero a pesar de muchos signos
inequívocos de embellecimiento literario tardío (por ejemplo el intento de
asimilar Coriolano a Temístocles), no hay duda de que los elementos básicos
pertenecen a una larga tradición local establecida. Un rasgo notable,
característico de cuentos épicos, es el énfasis en los detalles topográficos, y
especialmente en el catálogo de oscuros nombres de lugares que se encuentran en
la narración de la victoriosa campaña de Coriolano. En su primera campaña tomó Tolerium, Bola, Labici, Pedum, Corbio y Bovillae, y en
su segunda Longula, Satricum, Setia, Pollusca, Corioli y Mugilla (Livio fusiona las dos campañas en una sola). Se ha
destacado correctamente que la narración de la famosa marcha revela vestigios
de un ‘sistema de villas’ que desde hacia mucho tiempo había desaparecido en el
periodo histórico. Dejando aparte los detalles románticos, se puede aceptar
razonablemente que la historia refleja una memoria popular auténtica de un
tiempo en que los volscos invadieron la mayor parte del Lacio y amenazaron la
existencia misma de Roma. No obstante, la cronología es muy insegura, ya que
apenas ninguna de las personas destacadas en la historia aparecen en los fasti consulares; pero la creencia de
los romanos de que los sucesos tuvieron lugar en los primeros años del siglo V
probablemente sea correcta en términos generales.
Las guerras volscas
continuaron intermitentemente durante todo el siglo V. Sus incursiones en
territorio latino o bien se alternaban, o bien coincidían con las de los ecuos.
Durante el periodo c.494 hasta c.455 se registra prácticamente cada año una
campaña romana contra uno u otro, o ambos, de esos pueblos; después de mediados
del siglo V, el registro se convierte en más esporádico. El espectacular éxito
de los volscos bajo Coriolano nunca se repitió, hasta donde sabemos, aunque
ocasionalmente tenemos noticias de ejércitos de ecuos y volscos avanzando hasta
las puertas de Roma (446 a.C.).
El más memorable
episodio de las guerras ecuas es la historia de L. Quictio Cinncinato, quien durante una emergencia en 458 a.C. fue convocado desde
el arado para asumir la dictadura. En 15 días Cinncinato había reunido un ejército,
marchado contra los ecuos (que están asediando a un ejército consular acampado
en el Algidus), les derrotó, triunfó, dejó su cargo y retornó a su labor de
arar. No obstante, se debe admitir que su relato ejemplar nos cuenta más sobre
la ideología moralizante de la élite romana posterior que sobre la historia
militar del siglo V. Incluso si Cinncinato fuera un personaje histórico (como
probablemente fue) la supuestamente aplastante victoria de 458 a.C., es más que un poco
sospechosa, especialmente cuando los ecuos volvieron al año siguiente, y de
nuevo en 455.
Por otra parte, la
historia de una importante victoria sobre ecuos y volscos en el Algidus en 431 a.c., tiene más derecho a
ser considerada históricamente auténtica. Este relato comparte ciertos rasgos
en común con la saga de Coriolano y las descripciones que sobreviven de la
batalla del lago Regilo, como el registro de los nombres y hazañas de los
combatientes individuales de ambas parte. Este rasgo, que da a la descripción
de la batalla un carácter ‘épico’, no es debido, en primera instancia a Livio
(aunque la explota al máximo), pero, más bien, es una señal de que los sucesos
habían sido celebrados en la memoria popular durante siglos. Pero tales
episodios eran excepcionales. En su mayor parte la tradición literaria consiste
en un relato vacuo e insípido de campañas anuales de las que la mayoría, lo más
que podemos decir es que probablemente tuvieron lugar. Los detalles que los
acompañan son claramente ejercicios retóricos y no son tomados en serio.
Sea lo que fuere que
las generaciones de romanos puedan haber querido creer sobre los logros
heroicos de sus ancestros, el hecho es que no consiguieron borrar el triste
recuerdo del siglo V como periodo de dureza y adversidad. Ciertamente, las
fuentes registran frecuentemente derrotas romanas (por ejemplo contra los
volscos en 484 y 478). Esta claro que Livio hizo lo que pudo para minimizarlas
al considerarla embarazosas. Intentó encontrar circunstancias atenuantes, y usó
tácticas de distracción, por ejemplo al resaltar actos individuales de heroísmo
romano. Un ejemplo obvio del uso de esta técnica es la historia de Sex. Tampanio, un comandante de
caballería que se distinguió en la desastrosa batalla de Verrugo en 423 a.C.
Debemos destacar que la
guerra del siglo V era un tipo de fenómeno muy distinto de la actividad militar
organizada del estado romano de la
República tardía. Los analistas fracasaron con claridad al
entender la diferencia, y al describir las guerras de la República Temprana
en términos de conceptos y prácticas posteriores que inevitablemente
distorsionaron los hechos. Si las guerras del siglo V son concebidas como
operaciones militares a gran escala, entonces, ciertamente, es difícil de
explicar su frecuencia y regularidad durante tan largo periodo de tiempo.
Livio, hombre honesto e
inteligente, estaba él mismo desconcertado por la aparente capacidad de los
ecuos y volscos para desplegar ejércitos años tras años, a pesar de las
continuas derrotas. Ofreció una serie de explicaciones: que varias ramas
diferentes de ecuos y volscos podían haber estado involucradas en diferentes
momentos, que la Italia
central podía haber estado más densamente poblada en el siglo V, etc. Pero la
explicación verdadera seguramente es que lo que estaba ocurriendo no era una
guerra como Livio lo entendió, sino más bien un patrón de incursiones y
escaramuzas mucho menos intensivo. La escala de operaciones fue probablemente
pequeña, con pocas batallas campales y lejanas entre sí, con bajas
relativamente ligeras.
Es evidente que un
modelo de guerra política o de estilo Clausewitziano no puede imponerse
fácilmente sobre el mundo arcaico de la Italia central. En su lugar encontramos un patrón
difuso de razzias anuales. La guerra es registrada regularmente, pero no hay continuidad
de un año a otro. Un año los volscos podían atacar, al año siguiente los ecuos,
al siguientes ambos juntos –en un patrón aparentemente aleatorio. Del lado
romano, cada campaña anual se trató como un asunto totalmente autónomo. Nuevos
cónsules ocuparían el cargo, y un nuevo ejército sería reclutado. Cada
primavera y otoño se celebraban rituales esenciales para marcar el comienzo y
el fin de la temporada de campaña. Este rítmico patrón de belicismo anual no se
limitaba a Roma, sino que era característico de la sociedad itálica en general
durante la edad arcaica.
La concepción legalista
de la guerra como fenómeno político presupone el pleno desarrollo del estado.
Pero en la guerra del siglo V a menudo no hay una distinción clara en las
acciones de los estados y la de los individuos y grupos privados. La mayoría de
la actividad bélica registrada en este periodo incluye bandas misteriosas de
guerreros que acompañan a líderes individuales como clientes o ‘compañeros’, y
funcionaban como ejércitos privados. No es sorprendente que las fuentes
literarias no expliquen adecuadamente el papel de esas bandas o ‘conspiraciones’,
pero aportan amplias pruebas de sus actividades, por ejemplo, e incidente de
Apio Herdonio, la emigración de los Claudios y la guerra privada de los Fabios
contra Veyes. El fenómeno está atestiguado ahora por un documento
contemporáneo. La inscripción recientemente descubierta en Satricum, que registra
una dedicación a Marte por los
‘compañeros’ (sodales) de Publio
Valerio. ‘Esas conspiraciones’ privadas son análogas a los ejércitos de
volscos y samnitas que eran reclutados por medio de lex sacratae. Una lex sacrata era un antiguo rito que
obligaba a los soldados a seguir a sus líderes hasta la muerte. Los milites
sacrati recuerdan a las pandillas de jóvenes enviados como consecuencia
de un ver sacrum. El mito del ver sacrum bien puede reflejar un
primitivo patrón de iniciación por el que los hombres jóvenes que habían
alcanzado una edad determinada eran segregados del resto de la tribu y enviados
a valerse por sí mismos mediante la incursión y el pillaje. Ciertamente, es
posible que alguno de los grupos de incursión que entraron en el Lacio durante
el siglo V fueran de hecho grupos marginales semiautónomos de este tipo.
Se deduce que en Italia
central en el siglo V habría poca diferencia en la práctica entre la guerra y
el bandolerismo –hecho reconocido por Livo, que frecuentemente habla de
periodos en los que no había ‘ni paz ni guerra’. En todos los acontecimientos
la razón de ser de esas guerras fue siempre el mismo. Eran incursiones
depredadoras por los pueblos montañeses sobre los relativamente prósperos y
avanzados asentamientos en la llanura. La noción en la ‘guerra justa’ y la
pretensión tradicional de que las guerras de Roma se combatían en represalia
contra agresiones externas, probablemente derivaba de experiencias del siglo V.
Esta interpretación se ve confirmada por el hecho de que el procedimiento
fecial, la actuación ritual por la que las guerras se declaraban formalmente,
estaba centrada alrededor de la rerum repetitio, una petición para
el retorno de las propiedad robadas; la expresión res repetundae, debe ser
tomada ciertamente en su sentido literal, que aun retiene en las leges
repetundarum, de la República
Tardía. La rerum repetitio
también enfatiza el crudo carácter económico de la guerra del siglo V. El
principal objetivo fue siempre la adquisición de botín. A la captura de grandes
cantidades de botín se refirieron una y otra vez en los relatos tradicionales
de las campañas, y la importancia de esta característica está confirmada por
las cláusulas específicas en el foedus
Cassianum. La esperanza de que en el curso normal de los acontecimientos
fuera obtenido botín de cualquier esfuerzo militar con éxito es un rasgo
sorprendente de los antiguos tratados, y es una indicación reveladora de las
actitudes mentales contemporáneas hacia la guerra.
Este patrón de
incursión y contraincursión parece haber disminuido notablemente después de
mediados del siglo V. Los sabinos desaparecieron de las crónicas después de 449 a.C., y los ataques de
ecuos y volscos son informados menos frecuentemente. En el periodo de 32 años
entre 442 y 411 a.C.,
son registradas campañas contra los volscos solo en 3 años (431, 423 y 413), y contra los ecuos
en solo cuatro (431, 421, 418 y 414). La explicación más probable es que los
ecuos y volscos gradualmente desarrollaron un modo de existencia más asentado,
en lugar de entender que el registro sea defectuoso de algún modo. Esta
deducción está basada en el hecho de que las fuentes continúan informando sobre
otros sucesos ‘rutinarios’ tales como plagas y escasez de grano, durante el
periodo en cuestión.
6. Veyes y la ofensiva romana
Situada en una meseta
rocosa a unos 15 km
al norte de Roma, Veyes era la más
cercana de las ciudades etruscas a la frontera del Lacio. Roma y Veyes
compartían frontera común a lo largo del Tíber, y tampoco es de extrañar que
las fuentes remonten su rivalidad a los mismos comienzos de la historia romana.
Se dice que la primera guerra había ocurrido bajo Rómulo, que capturó y
colonizó Fidenae y obtuvo el control
del distrito conocido como Septem Pagi
en la orilla derecha, así como los lechos de sal al norte de la desembocadura
del río. La leyenda puede estar basada en nada más que el hecho de que los
Septem Pagi fuera parte de la tribu Romilia,
pero en cualquier caso es probable que durante el periodo monárquico ganara la
posesión de una franja de territorio en la orilla derecha que se estiraba desde
lo que ahora es el Vaticano hasta la costa.
Las guerras
intermitentes entre Roma y Veyes deben haber ocurrido bajo la monarquía, aunque
no podemos reconstruirla en detalle a partir de las narraciones pocos fiables
de Livio y Dionisio de Halicarnaso. El rastro de los tres conflictos importantes
que ocurrieron durante el periodo republicano es mucho más seguro. Los
encuentros fueron acontecimientos bien definidos que podemos llamar
legítimamente Primera, Segunda y Tercera Guerra de Veyes. Este hecho, en sí mismo,
diferencia claramente la lucha entre Roma y Veyes del patrón más primitivo de
bandidaje organizado de las guerras ecuas y volscas. La diferencia surge
simplemente del hecho de que Veyes, como Roma, pero al contrario de ecuos y
volscos, era una ciudad-estado bien desarrollada y centralizada.
Durante los últimos 50
años nuestro conocimiento de la ciudad de Veyes y su territorio se ha
incrementado enormemente por los hallazgos arqueológicos, que han resultado, en
parte de excavaciones, y en parte del amplio estudio de campo de Etruria meridional
(incluyendo la mayor parte del ager Veientanus) que fue llevado a
cabo por la British School
en Roma en los años entre 1950 y 1974.
Durante el siglo VI
Veyes era un floreciente centro urbano. No se le conoce mucho sobre la
disposición real de la ciudad, aunque la evidencia de hallazgos de superficie
sugiere un patrón bastante abierto de construcciones dispersas holgadamente que
recorrían toda la extensión de la mesera de la ciudad desde la puerta noroeste
hasta el santuario en Piazza d’Armi.
Probablemente había alguna concentración alrededor de un punto donde convergían
los principales caminos, que formaban el centro de la posterior ciudad romana, pero
esto aún tiene que ser confirmado por la excavación. Los lugares del santuario
en Portonaccio, Campetti y Piazza d’Armi
han sido explorados más sistemáticamente, y está claro que en cada uno de ellos
se levantaron edificaciones sustánciales durante el siglo VI. Las famosas
estatuas acroteriales (acróteras)
del templo de Portonaccio son una indicación de la riqueza de la ciudad y de su
alto nivel de logro artístico. No es fantasioso atribuir las terracotas de
Portonaccio a la escuela de Vulca,
el escultor de Veyes que fue llamado a Roma por Tarquinio prisco para hacer las
estatuas para el Templo Capitolino.
Veyes controlaba un
extenso y fértil territorio, midiendo unos 562 km2 . Hallazgos de
campo han revelado un patrón uniforme y relativamente denso de asentamiento
rural en los siglos VI y V, que indican que la mayor parte de la tierra estaba
bajo cultivo o pastoreo. Su capacidad productiva estaba en gran medida moderada
por un elaborado sistema de túneles de drenaje (cuniculi) que son comunes
en el ager Veientanus, datando la
mayoría de ellos probablemente del siglo V. El territorio de Veyes también
estaba cubierto por una red de caminos cuidadosamente diseñados que
probablemente fueron construidos durante los siglos VII y VI y son, en
cualquier caso, de fecha prerromana. Los caminos facilitaban el movimiento no
solo de los productos rurales a la ciudad sino también de objetos de comercio a
larga distancia sobre los que la prosperidad de Veyes parece haber estado
basada en gran medida. Un estudio reciente, que ha proporcionado mucho de la
información, para el resumen anterior, ha concluido que “tanto los caminos como
los esquemas de drenaje reflejan bastante claramente el control y organización
de una ciudad importante, poniendo su territorio en orden”.
Las guerras entre Roma
y Veyes en el siglo V eran conflictos organizados entre estados desarrollados,
limitados a tres episodios de lucha bien definidos y relativamente breves,
separados por periodos de paz garantizados por tratados (indutiae). Como
corresponde a su carácter, las guerras surgieron de una compleja variedad de
causas económicas y políticas, y las dos partes tenían objetivos a largo plazo
que iban más allá de la mera adquisición de botín aunque la incursión naturalmente continuaba durante
el curso de la lucha.
La prosperidad, tanto
de Roma como de Veyes, dependía en gran medida del control de sus principales
líneas naturales de comunicación. El tráfico que pasaba junto a la parte
occidental de Italia de norte a sur, podía ir, bien a través de Roma o a través
del territorio de Veyes, cruzando el Tíber en Fidenae o en Lucus Feroniae.
Pero la rivalidad entre las dos ciudades surgió de sus intentos de controlar
las rutas a lo largo del valle del Tíber desde la costa al interior. Parece que
los veyentinos habían amenazado el control de Roma sobre el margen derecho al
mantener una cabeza de puente en Fidenae ; mientras que Roma, al ocupar la
orilla derecha, podía cortar el acceso de los veyentinos a la costa y los
lechos de sal en la desembocadura del río. Por tanto, no es sorprendente que en
las guerras entre ellas, el principal objetivo de los romanos debía haber sido
conseguir el control permanente de Fidenae, que cambió de manos frecuentemente
en el curso del siglo V, mientras que los veyentinos concentraron sus esfuerzos
contra las posesiones romanas en el margen derecho.
De la Primera Guerra Veyentina (483-474 a.C.) lo más que podemos
decir con certeza es que los veyentinos llevaron la mejor parte. Las fuentes
recuerdan una victoria romana en una batalla campal en 480, los detalles de la
cual son verosímiles pero posiblemente imaginarios. En cualquier caso, no
detuvieron el avance de los veyentinos hacia el territorio romano y la
ocupación del puesto fortificado sobre el Janículo.
Fue en un intento de oponerse a este movimiento cuando el clan de los Fabios, acompañado solo por sus propios
clientes y ‘compañeros’, marcharon en 479 a.C., para ocupar un pequeño puesto
fronterizo sobre el río Cremera. Dos
años más tarde sufrieron una catastrófica derrota en la que el clan entero, 306
personas en total, fue eliminado, con la excepción de un único joven que escapó
para conservar vivo el nombre de los Fabios.
Aunque la tradición
posterior embelleció este relato con detalles tomados del episodio casi
contemporáneo de los 300 espartanos de las Termópilas, su historicidad básica
no puede cuestionarse seriamente. La historia está evidentemente conectada con
el hecho de que la tribu Fabia estaba situada en la frontera del ager Veientanus, que estaba marcado por
el río Cremera. La guerra de los Fabios se combatió, por tanto, en defensa de
sus propios intereses privados. El incidente representa uno de los últimos
vestigios de una arcaica forma de organización social que probablemente estaba
ya en avanzado proceso de obsolescencia. Finalmente, destacamos que en los años
485 a 479 a.C., uno de los cónsules
anuales era siempre un Fabio; pero después de 479, los Fabios desaparecen de
los fasti hasta 467, cuando el oficio
supremo fue ocupado por Q. Fabio Vibulano,
el superviviente del Cremera.
La tregua que se hizo
en 474 dejaba a los veyentinos firmemente en posesión de Fidenae, que ya debía
de haber controlado antes del desastre del Cremera. De modo que Fidenae se
convirtió ene foco de la Segunda Guerra Veyentina que
estalló en 437 a.C.,
cuando cuatro embajadores romanos fueron asesinados por orden de Lars Tolumnio, el tirano de Veyes. Otro
suceso memorable y con certeza auténtico, de este conflicto fue la batalla en
la que Aulo Cornelio Cosso mató al líder
veyentino Lars Tolumnio en combate singular. Por esto fue recompensado con el spolia
opima, distinción que previamente había sido lograda solamente por
Rómulo. El corselete de lino inscrito que Cosso dedicó al templo Iuppiter
Feretrius estaba –tristemente- aún allí, en tiempos de Augusto, cuando se
convirtió en el objeto de una controversia política. Poco después (435), Fidenae
fue asediada y capturada, cuando los soldados romanos entraron en la ciudadela
por medio de un túnel.
De acuerdo con Livio,
Fidenae se rebeló más tarde de nuevo, solo para ser recuperada y destruida en
426. No sería imposible que Fidenae hubiera cambiado de bando una vez más
después de 435, y que allí realmente hubiera dos guerras, pero en esta ocasión
parece que la tradición ha registrado erróneamente el mismo suceso dos veces.
Ello nos lleva a la cuestión de si Cornelio Cosso ganó o no los spolia opima durante su consulado (como
mantenía el emperador Augusto), en cuyo caso tendrá que ser fechado en 428 a.C., mejor que en 437 a.C., cuando Cosso fue
tribuno militar. Como quiera que fuera el resultado final fue que Roma había
establecido una posesión permanente en Fidenae hacia 426 y se preparó para tomar la ofensiva.
En la Tercera Guerra Veyentina (406-396 a.C.), los romanos
tomaron la iniciativa y lanzaron un ataque a gran escala sobre la misma ciudad
de Veyes. Se dice que el asedio que siguió había durado unos 10 años; finalizó
con la captura de la ciudad por el dictador M. Furio Camilo. Los hechos esenciales –la caída de Veyes en 396 a.C. y la consiguiente
incorporación de su territorio en su ager
Romanus- son históricamente ciertos y marcan el fin de una época, en la
historia de Italia. Pero detalles tradicionales de la guerra, como los
recordados por Livio y otros son en su mayor parte legendarios.
La historia de la caída
de Veyes fue elaborada en dos modelos distintos. Primero, la idea de un asedio de
10 años fue evidentemente modelada sobre la leyenda griega de la Guerra de Troya, y son
claramente visibles las huellas de un intento superficial por asimilar los dos
acontecimientos en las narraciones que sobreviven. En segundo lugar, todo el
relato está impregnado por una atmósfera de misticismo y religiosidad. La
historia consta de una sucesión de sucesos sobrenaturales. El fin de Veyes,
profetizado en su ‘Libro del Destino’
fue la consecuencia de una ofensa religiosa cometida por su rey. La caída de la
ciudad fue presagiada por una elevación del nivel del lago Albano, un prodigio
que los romanos compensaron al construir un túnel de drenaje según las órdenes
del Oráculo Délfico. Esta estrambótica historia debe ser conectada de alguna
manera con la tradición de que los romanos entraron en Veyes mediante un túnel,
tema que tenía él mismo una variedad desconcertante de asociaciones (el asedio
anterior de Fidenae, los cuniculi en
el campo alrededor de Veyes, etc). La historia finaliza con la ‘evocación’ de Iuno Regina, la diosa de Veyes, que fue
persuadida para abandonar la ciudad y caer en Roma. Su estatua de culto fue
transportada a Roma, donde fue instalada en un templo sobre el Aventino
dedicado por Camilo.
La consulta al Oráculo
de Delfos es una elaboración del hecho histórico de que los romanos enviaron
una ofrenda de gracias a Delfos tras su victoria. La ofrenda, un cuenco de oro,
fue colocado en el tesoro de los masaliotas. Más tarde fue robado y fundido por
Onomarco en la Guerra Sagrada, pero su
base quedó en Delfos para que cualquiera lo viera. Esta tradición está
confirmada además por la historia del pirata de las Lípari, Timasiteo, quien escoltó los barcos
romanos a Delfos y fue recompensado por el Senado con una concesión de hospitium
publicum. El recuerdo de este suceso fue preservado por los
descendientes de Timasiteo, que fue honrado por los romanos cuando las Islas
Lípari fueron anexionadas en 252
a.C.
Las guerras entre Roma
y Veyes ilustran un importante hecho sobre la historia política etrusca, a
saber, el particularismo de las ciudades individuales. El hecho de que Veyes no
recibiera apoyo significativo de las otras ciudades etruscas evidentemente se
opone a las expectativas de los analistas romanos. En el relato de Livio hay
una suposición subyacente de que las otras ciudades deberían haber asistido a
Veyes y así lo habrían hecho de no haber sido por circunstancias especiales,
tales como la conducta impía del rey veyentino en los juegos nacionales.
Tenemos noticias una y otra vez de reuniones de la ‘Liga’ etrusca en el Fanum Voltumnae (cerca de Volsinii), en
el que se reunían los delgados de los
‘Doce Pueblos’ en los que rehusaron, por una u otra razón a prestar ayuda a
Veyes.
De hecho es altamente
cuestionable si la federación de doce pueblos que se reúne en el santuario de
Voltumna funcionaba incluso como liga política o militar. No hay un caso históricamente
verificado en las fuentes de una acción que implicara un ejército federal
etrusco, y muchos estudiosos han supuesto que la Liga de Voltumna era
simplemente una asociación religiosa. Por otra parte, hay abundantes indicios
de antagonismo y guerras entre las ciudades etruscas. Este estado de cosas está
ahora documentado por la elogia Tarquiniensia, inscripciones
latinas del siglo I d.C que se refiere a sucesos de la historia de Tarquinii en el siglo V (y quizá
también en el IV). Las inscripciones se refieren a intervenciones hostiles por
los magistrados de Tarquinii en los asuntos de Caere y Arretium, así
como una guerra contra los latinos.
Durante las guerras
entre Roma y Veyes, Tarquinii parece, en todo caso, haber apoyado a Veyes. Clusium, por otra parte, permaneció
neutral, mientras que Caere favoreció a
los romanos. Cualquier sugerencia de que las guerras fueran parte de un
conflicto racial continuado entre los latinos y etruscos puede ser descartado,
por tanto. Esta conclusión está confirmada definitivamente por el hecho de que
los seguidores más leales y constantes de Veyes eran los Capenates y los Faliscos.
Esos pueblos, que vivían en la región al norte de Veyes, entre el Tíber y los
lagos de Vico y Bracciano, hablaban un dialecto del latín y eran étnicamente
distintos de los etruscos. Pero Capena
y Falerii, política y
geográficamente, pertenecían al área de influencia de Veyes y ellos nunca
fallaron en dar su apoyo activo en la lucha contra Roma. Tras la caída de
Veyes, los romanos rápidamente los redujeron a la sumisión (en 395 y 394
respectivamente).
Esos acontecimientos
forman parte de una nueva fase en la historia de las relaciones externas de Roma.
En los últimos años del siglo V hay claros signos de una política más agresiva,
no solo contra Veyes y sus satélites, sino también en el Lacio meridional. En
una serie de noticias dispersas, Livio registra la captura de Bola (415 a.C.), Ferentium (413 a.C.), Carventum (410 a.C.) y Artena (404 a.C.). Estos éxitos están
combinados con ocasionales retrocesos, pero pocas dudas pueden haber sobre el
éxito total del avance, que tuvo el efecto de expulsar a los ecuos fuera de la
region del Algidus y extender el
control romano en dirección al valle del Sacco.
En la región costera Roma derrotó a los volscos en Antium en 408 a.C.,
capturó Anxur (Terracina) en 406 a.C. y colonizó Circeii en 393 a.C. Los detalles son
confusos, pero la tendencia básica es inequívoca.
Este cambio de actitud
coincide con una reforma del ejército romano (los detalles concretos de tal
reforma permanecen oscuros) y la introducción del pago (stipendium) para las
tropas. Al mismo tiempo, las fuentes por primera vez comienzan a referirse al tributum,
un impuesto sobre la propiedad que era recaudado para cubrir el costo de los
gastos militares, y a la imposición de indemnizaciones sobre las comunidades
derrotadas, comenzando con Falerii
en 394 a.C.
Estas innovaciones están probablemente conectadas con una reforma del sistema
centuriado, y la introducción de clases de propiedad clasificada en lugar de
las viejas classis ‘servianas’.
Nuestro conocimiento de
este periodo es aún lamentablemente inadecuado. Pero a través de la penumbra
podemos discernir tenuemente las líneas de una sociedad arcaica en
descomposición, en un estado de transición radical y dinámico. El saqueo de la
ciudad por una banda de galos saqueadores en 390 a.C., fue un golpe
inesperado y momentáneamente devastador, pero sus efectos a largo plazo eran
insignificantes. En el transcurso de una generación más o menos Roma emergió
incluso más fuerte que antes. Los pueblos de Italia central se encontrarían en
breve con que la recién fundada ciudad de Camilo era una fuerza mucho más
agresiva y peligrosa que la vieja ciudad de Rómulo.
7. El desastre gálico
En verano de 390 a.C. una horda de celtas
del valle del Po cruzó los Apeninos en Etruria septentrional. Avanzando hacia
el sur por el Val de Chiarra pararon
brevemente en Clusium y luego
siguieron por el valle del Tíber y se dirigió a Roma. Un ejército romano fue
reunido apresuradamente y enviado contra los invasores, pero fue derrotado en
el río Allia el 18 de julio, que
para siempre fue marcado como día nefasto. Los supervivientes huyeron a Veyes,
dejando a Roma a merced de los galos, que entraron en la ciudad indefensa unos
cinco días más tarde y la saquearon. Se dice que todo había sido destruido, con
la excepción del Capitolio, donde una pequeña guarnición la retuvo. Entonces,
los galos partieron, bien porque los romanos les pagaron para que se fueran, o
bien porque fueron expulsados por un ejército romano formado por Camilo a
partir de los supervivientes del Allia.
Estos elementos básicos
constituyeron uno de los episodios más dramáticos en la historia romana. Los
escritores griegos del siglo IV se refieren al saqueo, incluyendo el filósofo Aristóteles y el historiador Teopompo; fue el primer suceso de la
historia romana en imprimirse en la conciencia misma de los griegos. Hay casi
con certeza una sólida base histórica para la declaración de Polibio (I.6.1) de que el saqueo
ocurrió en el mismo año que la paz de Antálcidas
y el asedio de Regio por Dionisio I de Siracusa –esto es, en 387
ó 386 a.C.
Se deduce que la cronología tradicional ‘varroniana’ estaba 3 ó 4 años a la
deriva en este punto.
Un análisis histórico
de la catástrofe entraña la consideración de tres problemas: primero, debemos
buscar alguna explicación de la súbita aparición de los galos. ¿Qué estaban
haciendo en las cercanías de Roma en 390 a.C ? En segundo lugar, debemos intentar
identificar y tener en cuenta alguna de las leyendas que llegaron a atribuirse
al acontecimiento. Tercero, debemos evaluar la extensión del desastre, y
preguntarnos cuán seriamente dañó a la ciudad y perturbó la vida de sus
habitantes.
En primer lugar, pues,
la cuestión de por qué los galos atacaron Roma. La invasión gálica de Italia en
390 a.C.
solo puede entenderse en el contexto de los movimientos de pueblos celtas en el
norte de Italia durante los siglos previos. Este punto fue claramente apreciado
por Livio, él mismo nativo de la
Cisalpina, que dedicó dos importantes capítulos sobre el tema. Livio describe una sucesión de
migraciones por diferentes tribus, comenzando con los insubres, que se movieron a la región alrededor de Milán bajo el
liderato del legendario Belloveso en
trono al 600 a.C.
Fueron seguidos, en el curso de los dos siglos siguientes, por los Cenomani, Libui, Salui, Boii y Lingones. El último grupo en llegar fueron los Senones, que hacia el comienzo del siglo IV a.C., habían ocupado la
franja de tierra junto al Adriático conocida más tarde como ager
Gallicus.
Fueron esos mismos
Senones, de acuerdo con Livio, quienes cruzaron los Apeninos e invadieron la
península en 390. Su objetivo, dice, era encontrar tierras para asentarse. Este
punto de vista es corroborado por otras fuentes que, aunque menos informativas,
cuenta la misma historia (Polibio, Dionisio de Halicarnaso y Plutarco). Todos
ellos están de acuerdo en que eran los productos de su tierra, y especialmente
de sus viñedos, lo que tentaba a los galos a invadir Italia. En el relato
tradicional eran seducidos por un cierto Arruns
de Clusium, que estaba esperando que con su asistencia sería capaz de tomar
venganza sobre el amante de su esposa. En cualquier caso, Clusium era el primer
destino de los galos. Roma se vio involucrada cuando tres embajadores romanos,
todos hijos de M. Fabio Ambusto,
lucharon junto a los hombres de Clusium en una batalla contra los galos y así
provocaron su cólera.
Hay muchas dificultades
en este relato. La descripción que hace Livio de la ocupación celta del valle
del Po ha sido muy criticada, particularmente por su ‘larga’ cronología. Pero,
de hecho, es compatible con las versiones de otras fuentes (que son mucho menos
precisas en la cuestión del fechado). Aunque no hay indicios arqueológicos
definitivos de migraciones celtas en el norte de Italia antes del siglo VI y el
comienzo de la cultura de La Tène, del mismo
modo, no hay nada que cuente contra el esquema de Tito Livio. La principal
dificultad es que no está claro exactamente cómo deben ser reconocidos
arqueológicamente. Por ejemplo, hay estrechas semejanzas entre algunos
enterramientos de la llamada cultura de Golasecca
en Lombardía y la cultura de Hallstatt más allá de los Alpes. Estos
mismos yacimientos de Golasecca durante los siglos V y IV contienen un número
creciente de material Lateniense, pero a ningún nivel hay ruptura reconocible
de la continuidad. La suposición más razonable es que hubo una infiltración
gradual de elementos céticos en un periodo de varios siglos. Supuestamente, en la Romagna, se han encontrado
cementerios celtas, con material que data desde los siglos VI y V, por ejemplo,
en Casola Valsenio y S. Martino en Garatta (ambos cerca de
Ravenna). Pero la identificación ‘celta’ de esos hallazgos permanece incierta. Generalmente
hablando todavía es verdad que la
llegada de los celtas en Italia del norte no puede ser documentada por medios
arqueológicos. La prueba más explícita es proporcionada por la famosa estela
funeraria de Bologna, que muestra combates entre jinetes etruscos y guerreros
celtas desnudos y que confirman el relato de Livio de la insegura posición de
las ciudades etruscas en el valle del Po en los años después del 400.
El retrato general de
Livio de la ocupación céltica del norte de Italia, por tanto, puede ser más
fiable de lo que se ha supuesto a veces. No obstante, menos cierto es la noción
de que los galos eran tentados para trasladarse desde la llanura del Po hacia la Italia peninsular con la
esperanza de encontrar tierras más productivas. La historia de Arruns de
Clusium, sin duda, una vieja tradición, (era conocido por Polibio y por Catón),
pero sin conexión con la invasión gala de 390 a.C., es ridícula. Así, también es la
explicación tradicional del ataque sobre Roma. La idea de que los romanos eran
castigados por una ruptura del ius Pentium por sus embajadores en
Clusium es una ficción legalista con fuertes insinuaciones antifabianas.
Una incoherencia
importante en la tradición es que la fuerza invasora es claramente imaginada
como una banda guerrera –los seguidores de Brenno- más que como una emigración
popular en masa en busca de tierras para asentarse. Una tribu emigrante no
habría avanzado hasta Roma, al menos no en primer lugar: por otra parte, el relato
tiene más sentido si Brenno y sus hombres fueran una partida guerrera que se
movían en la península italiana en busca de saqueo y aventura. Despojado de sus
detalles románticos, la historia de Arruns de Clusium implica que los galos
intervinieron en una lucha política interna en Clusium, a la orden de una de
las facciones en disputa, en otras palabras, eran una banda de mercenarios, no
una tribu en movimiento. Su ruta, vía Clusium y Roma, se vuelve comprensible si
aceptamos que su destino último era el Mezzogiorno,
ya que la ruta natural a Campania y Magna Gracia era a través de los Apeninos y
bajando por los valles del Chiarra y el Tíber.
Concretamente nos dice
que, unos pocos meses después del saqueo de Roma, los galos se alistaron como
mercenarios al servicio de Dionisio de Siracusa, y le ayudaron en sus guerras
contra los griegos italiotas. Esta información parece ser confirmada por la
información de que en su camino de vuelta
desde el sur, los galos fueron alcanzados y derrotados en la ‘llanura Trausiana’ (dondequiera que
sea) por un ejército etrusco de Caere. Estrabón confirma esta historia, y añade
que fueron los caeretanos quienes recuperaron el oro que los romanos habían
pagado a los galos. Esta victoria caeretana, no mencionada en la tradición
romana superviviente, casi seguro proporcionó las materias primas concretas
para la elaborada historia de la victoria que salvó la dignidad de Camilo.
Se ha sugerido que los
siguientes ataques galos fueron orquestados por Dionisio de Siracusa, cuyo
objetivo principal era debilitar el poder del aliado de Roma, Caere. En 384 el puerto caeretano de Pyrgi fue saqueado por una flota
siracusana; si Dionisio había organizado un ataque simultáneo sobre Caere desde
el interior por sus mercenarios galos, tenemos un contexto plausible para la
batalla de la llanura trausiana. Esta reconstrucción hipotética no puede ser
probada, pero, en verdad, aporta una explicación verosímil de los sucesos que
de otro modo sería muy difícil de entender.
La estrecha amistad de Roma
y Caere se da por sentado en el relato tradicional, que registra que a las
Vírgenes Vestales y a los objetos sagrados que ellas custodiaban le fueron
dados refugio en Caere. Fueron escoltadas por un plebeyo llamado Lucio Albinio,
que probablemente sea una figura histórica y en cualquier caso pertenece a un
nivel muy anterior de la tradición. Aristóteles, al parecer, escribió que la
ciudad fue salvada por ‘por un cierto Lucio’ que supuestamente sería identificado
con Albinio. La afirmación de
Aristóteles es una de las razones de por qué los estudioso tienden a rechazar
la parte de camilo en la historia. Podemos añadir que Camilo ni siquiera es
mencionado por Polibio.
En la leyenda
desarrollada, Camilo estaba en el exilio en Ardea cuando los galos descendieron
(había sido injustamente acusado de administrar mal el botín de Veyes), y fue
designado dictador solo después de la caída de la ciudad. Luego procedió a
formar un nuevo ejército de los restos del antiguo, marchó sobre Roma y derrotó
a los galos en el Foro en el mismo momento en que el oro estaba siendo pesado.
Es evidente que esta leyenda fue diseñada en un intento de comenzar el hecho
más humillante de todos: el pago del rescate. Se dice que cuando el oro estaba
siendo pesado los romanos se quejaron sobre las pesas, con lo cual Brenno lanzó
su espada en la balanza con las palabras ‘vae
victis’ (‘¡ay de los vencidos’)- un incidente que ha inmortalizado al jefe
galo en contraste con la sosa figura de Camilo, el más lánguido de todos héroes
de Roma.
La parte desarrollada
por Camilo en la saga gálica es manifiestamente una adición tardía y
artificial. Incluso la historia de su exilio puede no ser más que un recurso
para separarle del desastre del Allia. No es simplemente que su supuesta
contribución fuera negada implícitamente por Aristóteles y Polibio. Igualmente
es significativo que existan otras tradiciones relacionadas con la partida de
los galos y la recuperación del oro. Polibio, por ejemplo, mantenía que los
galos dejaron voluntariamente la ciudad a causa de que habían recibido noticias
de un ataque en su patria por los vénetos. La familia de los Livios Drusos pretendía, por otra parte
que el oro se pagó, pero luego en una fecha posterior lo recuperó su ancestro,
que derrotó a un jefe galo en combate singular durante una campaña en Italia
septentrional. Otra versión, como hemos visto, da el crédito a Caere. Esas
tradiciones alternativas no podrían haber tenido ninguna vigencia si la
historia de Camilo hubiera sido verdadera o un elemento de tradición más
antigua.
En general, puede
decirse que la leyenda de Camilo sirve
para reemplazar el papel histórico de Caere, y que él mismo es un sustituto de
la persona de L. Albino, que es un aparte integral de una tradición original en
la que Caere tenía el centro del escenario. Una segunda función de Camilo en el
proceso narrativo es liderar la oposición a una propuesta popular para
reconstruir la ciudad sobre el lugar de Veyes. Si acaso, la historia es un reflejo
de las tensiones que surgieron en relación con la distribución del territorio
conquistado de Veyes, y de la agitación plebeya por una parte en su
distribución. Estas es una de una serie de elementos antiplebeyos en la
historia de Camilo.
La sospecha se extiende
también a la figura de M. Manlio
Capitolino, que supuestamente salvó al Capitolio de su captura, fue el
quien fue despertado por el cacareo de los gansos sagrados justo cuando los
galos estaban a punto de escalar la ciudadela. Sin duda, esta historia habría
sido rechazada si nosotros aceptáramos una tradición alternativa, de la cual
han sido detectadas huellas en la literatura, la de que los galos lograron
tomar el Capitolio. Otros elementos legendarios que quedan totalmente inciertos
incluyen la narración de los ancianos senadores que se entregaron ellos mismos
y los enemigos a los dioses infernales, y luego con calma se sentaron alrededor
del Foro esperando la muerte. Esas y otras historias presentan una imagen
general de una catástrofe que fue, no obstante, redimida por actos individuales
de heroísmo y piedad.
Sin duda, las fuentes
no intentan minimizar la extensión del desastre. Informan de la pérdida
generalizada de vidas, el total colapso moral y la destrucción física de la
ciudad. Sin embargo, hay buenos motivos para pensar que esas informaciones son
exageradas. El Allia fue, ciertamente, una derrota, pero las bajas pueden haber
sido ligeras ya que son dadas para entender que los romanos huyeron en el
primer encuentro. Se ha sugerido razonablemente que la fuga de los soldados a
Veyes no fue un acto espontáneo que surge en el pánico del combate, sino parte
de un plan preestablecido; en otras palabras, los romanos dándose cuenta de que
su causa estaba perdida y que serían incapaces de salvar la ciudad, la
evacuaron en su avance. Esto sería coherente con la historia de Albinio y las
Vestales.
Más recelo se añade a
los relatos de la destrucción de la ciudad. La idea tradicional de que todo fue
destruido se utiliza como causa para dos cosas. Primero, fue avanzada como
explicación por la incertidumbre de la temprana historia romana, ya que la
información sobre los siglos VI y V era escasa porque todos los registros
habían sido destruidos por los galos. Segundo, se cree que el carácter caótico
y no planeado de la ciudad posterior fue el resultado de la prisa con la que
fue reconstruida tras el saqueo. Pero, de hecho, ambas explicaciones son
erróneas. Es evidente que el plan caótico de la ciudad fue resultado de su
desarrollo gradual, más que de la veloz reconstrucción. Si hubiera sido
reconstruida de la nada, se podría haber esperado rastros de planeamiento
deliberado. Como para la destrucción de los registros, lo sorprendente no es
que tantos antiguos documentos, construcciones, monumentos y reliquias fueran
destruidos, sino más bien que tantos de ellos sobrevivieran. La mejor
explicación de todos los indicios es que los galos estaban interesados en el
botín móvil, y que dejaron solamente la mayoría de los monumentos y las
construcciones. Saquearon el lugar, y se llevaron lo que pudieron llevarse. La
historia de que tuvieron que ser comprados es coherente con esta
interpretación, y es más probablemente cierto.
Esta conclusión está en
línea con el sentido común y es además coherente con el hecho de que no haya
sido identificada aún positivamente ninguna huella arqueológica del desastre
galo. La “capa quemada” bajo el segundo del Comitium es una clara prueba de un fuego destructivo que en un
tiempo se pensó que había sido trabajo de Brenno; pero recientemente se ha
establecido que la destrucción del Comitium tuvo lugar en el siglo VI, y quizá
fue parte del mismo fuego que quemó la
Regia y el primer templo del Foro Boario –prueba de una
amplia agitación que quizá está conectada con la ascensión de Servio Tulio. En
cualquier caso, la ausencia de cualquier evidencia arqueológica de destrucción
a comienzos del siglo IV seguramente debe apoyar la conclusión general de que
los efectos materiales del saqueo fueron superficiales. Pero el argumento más
fuerte para una interpretación ‘minimalista’ del desastre gálico es la rapidez
y el vigor de la recuperación romana en los años siguientes.
Bibliografía:
T.J.CORNELL: Rome and Latium to 390 a.C. Cap. 6 de la Cambridge Ancient History vol. 7, parte 2, The Rise of Rome to 220 B.C. Cambridge University Press, 1989.
Muy buen Artículo :D
ResponderEliminarParte de la historia de Roma que menos atencion ha tenido, se le agradece el aporte
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