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lunes, 22 de febrero de 2016

El Marquesado de Boudonitza (1204-1414)

De todos los señoríos feudales fundados en Grecia septentrional en la época de la conquista franca, el más importante y más duradero fue el marquesado de Boudonitza. Como los Venieri y los Viari en las dos islas de Cerigo y Cerigotto en el extremo sur, los señores de Boudonitza eran marqueses en el sentido literal del término –guardianes de las Marcas Griegas- y mantuvieron su posición de responsabilidad en la periferia del Ducado de Atenas hasta después del establecimiento de los turcos en Tesalia; aparte, también, de su importancia histórica, el marquesado de Boudonitza poseía el romántico glamur que se derrama sobre un lugar clásico famoso por la caballerosidad de la Edad Media.
Entre los aventureros que acompañaron a Bonifacio I de Montferrat, el nuevo rey de Tesalónica (1204-1207), en su marcha al interior de Grecia en el otoño de 1204, estaba Guido Pallavicini, el hijo más joven de un noble procedente de las cercanías de Parma que había ido al Este porque en casa cada hombre común podía colocarle ante los tribunales. Esta fue la vigorosa personalidad que, a los ojos de su jefe victorioso, parecía particularmente adecuada para vigilar el paso de las Termópilas, de donde el arconte griego, León Sgourós, había huido ante la mera visión de los latinos en sus cotas de malla. En consecuencia, le invistió con el feudo de Boudonitza y antes de mucho tiempo, sobre la infraestructura helénica de Pharygae, se alzó la imponente fortaleza de los marqueses italianos.
El lugar fue admirablemente elegido, y es, ciertamente, uno de los más hermosos en Grecia. El pueblo de Boudonitza, Bodonitza o Mendenitza, como  se llama ahora, está situado a una distancia de 3 horas y media a caballo de los baños de las Termópilas y a casi una hora y media de la cima del paso que lleva a través de las montañas hasta Dadi al pie del Parnaso. El castillo, que es visible durante más de un hora cuando nos aproximamos desde las Termópilas, se sitúa en una colina que bloquea el valle y ocupa una posición verdaderamente privilegiada. El Guardián de las Marcas, en tiempos francos, podía avistar desde sus almenas el azulado Golfo Maliaco  con la ciudad, incluso más importante, de Stylida, lugar de desembarco para Zetounion, o Lamia; su vista podía atravesar el canal hasta la entrada, y más allá, al Golfo de Almiro, como era llamado el Golfo de Volo por entonces; en la distancia podía divisar dos de las Espóradas septentrionales –Skiathos y Skopelos- primero en manos de los amistosos Ghisi, luego reconquistadas por los hostiles fuerzas bizantinas. La más septentrional de las tres baronías lombardas de Eubea con el brillante mancha que marca los baños de Aedepsos, y la pequeña isla de Panaia, o Canaia, entre Eubea y tierra firme, que fue uno de los últimos restos de autoridad italiana en esta parte de Grecia, se extienden ante él; y ninguna embarcación pirata podía acercarse por el Canal Atalante sin su conocimiento. Hacia tierra adentro, la vista está confinada por las vastas masas de montañas, pero el peligro no estaba, sin embargo, de ese lado, mientras que una garganta rocosa, lecho de un torrente seco, aislaba uno de los lados del castillo. Tal era el lugar donde, durante más de dos siglos, los Marqueses de Boudonitza vigilaban, como centinelas avanzados, primero de la “nueva Francia” y después del cristianismo.
La extensión del marquesado no puede definirse con exactitud. En los primeros años después de la conquista encontramos al primer marqués copropietario de Lamia; su territorio se extendía  hasta el mar, sobre el cual, más tarde, sus sucesores tuvieron considerables transacciones comerciales, y el puerto desde el que obtenían sus suministros al parecer había sido llamado simplemente la skala de Boudonitza. La frontera meridional de los Pallavicini lindaba con la seigneurie ateniense; pero sus relaciones feudales no eran con los atenienses, sino con Acaya. Si aceptamos o no la historia de la “Crónica de Morea” de que Bonifacio de Montferrat confirió la soberanía de Boudonitza a Guillaume de Champlitte, o la historia más probable del Sanudo mayor, de que el emperador Baudoin II (1237-1273) la entregó a Geoffroy II de Villehardoin, es cierto que, más tarde, el marqués era uno de los doce pares de Acaya, y en 1278 Charles I de Nápoles, en su calidad de Príncipe de Acaya (1278-1285), notificó, en consecuencia, el nombramiento de un bailío del principado para la marquesa de esa época. Fue solo durante el periodo catalán cuando el marqués llegaría a ser reconocido como feudatario de Atenas. Dentro de sus dominios estaba situada una sede episcopal católica romana –la de las Termópilas, dependientes de la sede metropolitana de Atenas. Al principio, el obispo residía en la ciudad que lleva ese nombre; al ser destruida, no obstante, durante esos tiempos tumultuosos, el obispo y canónigos construyeron un oratorio en Boudonitza. Incluso allí, sin embargo, los piratas penetraron y mataron al obispo, después de lo cual en 1209 el entonces ocupante de la sede, el tercero de la serie, suplicó a Inocencio II que le permitiera trasladarse a la abadía de “Communio” –quizás un monasterio fundado por uno de los Comnenos- dentro del mismo distrito. Hacia el fin del siglo XIV, el obispo era conocido comúnmente por el título de ‘Boudonitza’, debido a que residía allí, y entonces su sede fue una de las cuatro dentro de los confines del ducado de Atenas.

Situación del Marquesado de Boudonitza entre los estados de la "Grecia Franca"

Guido, el primer marqués de Boudonitza (1205-1237>), el “Marquesópulo”, como le llaman los súbditos griegos, jugó un papel muy importante tanto en la historia política como eclesiástica de su tiempo- justamente el papel que debería esperarse de un hombre de su temperamento anárquico. La “Crónica” citada más arriba le sitúa presente en el asedio de Corinto. Él y su hermano, cuyo nombre puede haber sido Rubino, estaban entre los líderes de la rebelión lombarda con el emperador latino Henri (1206-1216) en 1209: obstinadamente rehusó atender el primer Parlamento de Ravenika en mayo de ese año; y, dejando su castillo sin defensa, se retiró con los todavía recalcitrantes rebeldes tras los muros más fuertes de la Cadmeia en Tebas. Este incidente obtuvo para Boudonitza el honor de su única visita imperial; pues el emperador Henri pasó allí una tarde –un cierto miércoles- en su camino a Tebas, y desde allí cabalgó a través del closure o paso, que conduce sobre las montañas hasta Dadi y la llanura beocia- entonces, como ahora, la ruta más corta desde Boudonitza hasta la capital beocia, y en ese tiempo lugar de una iglesia de Nuestra Señora de Santa María de Clusurio, propiedad del abad y canónigos del Templo del Señor. Como la mayoría de sus compañeros nobles, el marqués no fue respetuoso con los derechos y propiedades de la Iglesia a la que pertenecía. Si bien concedió la fuerte posición de Lamia a los templarios, secularizó propiedades que pertenecían a su obispo y exhibió un marcado rechazo a pagar diezmos. No obstante, le encontramos, con sus compañeros, firmando el concordato que fue elaborado para regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado en el segundo Parlamento de Ravenika en mayo de 1210.
Como uno de los nobles preeminentes del Reino Latino de Tesalónica, Guido continuó estando asociado con su fortuna. En 1221 le encontramos actuando como bailío para la regente Margaret durante la minoría del joven rey Demetrio (1207-1230), en cuyo nombre ratificó un tratado con el clero que respetaba la propiedad de las Iglesia. Su territorio se convirtió en el refugio del arzobispo católico de Larisa, sobre el que fue conferido temporalmente el obispado de Termópilas por Honorio III, cuando los griegos de Epiro le expulsaron de su sede. Y cuando el efímero reino cayó ante ellos, el mismo Papa, en 1224, ordenó a Geoffroy II de Villehardouin de Acaya, a Othon de la Roche de Atenas, y a los tres barones lombardos de Eubea ayudar a defender el castillo de Boudonitza, y se alegró  de que hubieran sido suscritos 1.300 hyperperi, por los prelados y clero, para su defensa, de manera que pudo ser mantenido por ‘G., señor del mencionado castillo’, hasta la llegada del marqués Guglielmo de Montferrat. Guido todavía estaba vivo el 2 de mayo de 1237, cuando hizo su testamento. Poco después de esa fecha probablemente murió; Hopfs establece en su genealogía, sin citar ninguna autoridad, que fue muerto por los griegos. Había sobrevivido a la mayoría de sus compañeros cruzados; y, a consecuencia  de la reconquista griega de Tesalia, su marquesado era ahora, con la dudosa excepción de Larissa, el más septentrional de los feudos francos, la verdadera “Marca” de la Hellas latina.
Guido había contraído matrimonio con una dama borgoñona llamada Sibylle, posiblemente una hija de la Casa de Cicon, establecida posteriormente en Grecia, y por tanto prima de Guy de la Roche de Atenas. Con ella tuvo dos hijas y un hijo, Ubertino o Uberto, que le sucedió como segundo marqués (<1253-1264>). A pesar del lazo feudal que debería haberle ligado al Príncipe de Acaya, y que él repudió audazmente, Ubertino, apoyó a su primo, el “Gran Señor” (Megaskyr) de Atenas, en la guerra fratricida entre estos prominentes gobernantes francos, que culminó en la derrota de los atenienses en la batalla de Karydu en 1258, donde el marqués estuvo presente, y desde donde acompañó a Guy de la Roche en su retirada a Tebas. Al año siguiente, no obstante, obedeció la convocatoria del príncipe de Acaya a tomar parte en la campaña fatal en ayuda del déspota Mikhaēl II Comnēnos Doukas de Epiro (1230-1268) contra el emperador griego de Nicea, que finalizó en la llanura de Pelagonia; y en 1263, cuando el príncipe, después de su retorno de la prisión griega, hizo la guerra contra los griegos de la recién establecida provincia bizantina en Morea, el marqués de Boudonitza fue una vez más convocado en su ayuda. El resurgimiento del poder griego en Eubea en este periodo, y los frecuentes actos de piratería en el canal de Atalante fueron de un daño considerable para el pueblo de Boudonitza, cuyos suministros de comida eran, a veces, interceptados por los corsarios. Pero el marqués Ubertino se benefició a través de la voluntad de su hermana Mabilia, que se había casado con Azzo VII d’Este de Ferrara, y legó a su hermano en 1264 su propiedad cerca de Parma.
Después de la muerte de Ubertino, el marquesado, como tantas baronías francas, recayó en las manos de una mujer. La nueva marquesa de Boudonitza fue su segunda hermana, Isabella (<1278-1286), quien es incluida en la circular mencionada más arriba, dirigida a todos los grandes magnates de Acaya por Charles I de Anjou, el nuevo príncipe, y notificándoles la designación de Galeran d’Ivry como el vicario general angevino en el principado. En esa ocasión, la ausencia de la marquesa fue una de las razones alegadas por el arzobispo Benedict de Patras, en el nombre de los presentes en Glarentza, para el rechazo del homenaje al nuevo bailío. Tan importante era la posición del marquesado como uno de los doce pares de Acaya.
La marquesa Isabella murió sin hijos; y, en consecuencia, en 1286, se planteó una disputada sucesión entre su marido, Antonio el Flamenco, un franco establecido en el Este, señor de Karditsa, en Beocia, y el representante varón más cercano de la familia Pallavicino, su primo Tommaso, nieto del hermano del primer marqués, Rubino. La disputa fue remitida a Guillaume I de la Roche, duque de Atenas (1280-1287), en su calidad de bailío de Acaya, ante la corte feudal a la que legalmente llegaría una cuestión relativa a Boudonitza. Tommaso, no obstante, resolvió el asunto al tomar el castillo, y  solo se mantuvo allí, sino que transmitió el marquesado a su hijo, Alberto (  ?  -1311).
El quinto marqués es mencionado entre los convocados por Philippe I de Saboya (1301-1307), príncipe de Acaya, al famoso parlamento y torneo en el istmo de corinto en la primavera de 1305, y al haber sido uno de los magnates que obedeció la llamada del tocayo y sucesor de Philippe, Philippe II de Tarento (1307-1313), en 1307. Cuatro años más tarde cayó, en la gran batalla del Céfiso, luchando contra los catalanes bajo la bandera del león de Gautier I de Brienne (1308-1311), quien por su voluntad unos pocos días antes había legado 100 hyperperi a la iglesia de Boudonitza.
El marquesado, el único de los territorios francos al norte del istmo, escapó a la conquista por los catalanes, aunque como en Atenas, una viuda y su hijo fueron dejados solos para defenderlo. Alberto había casado con una rica heredera eubea, Maria dalle Carceri, un vástago de la familia lombarda que había llegado desde Verona en tiempos de la conquista. Por este matrimonio él se convirtió en hexarca, o propietario de un sexto de esa gran isla, y así es oficialmente descrito en la lista veneciana de gobernantes griegos. A su muerte, de acuerdo con las reglas de sucesión establecidas en el Libro de Costumbres del Imperio de Romania, el marquesado fue dividido en partes iguales entre su viuda y su hija infante, Guglielma (1311-1358). María, no obstante, no permaneció desconsolada mucho tiempo; ciertamente, las consideraciones políticas aconsejaban un matrimonio inmediato con alguien lo bastante poderoso para proteger su propiedad y los intereses de su hija de los catalanes de Atenas. Hasta ahora, los Guardianes de la Marca del Norte solo habían necesitado pensar  en los enemigos griegos enfrente, pues todo el territorio tras ellos, donde Boudonitza era más fácilmente atacable, había estado en manos de los franceses y amigos. Más afortunada que la mayoría de las damas de alta cuna de la Grecia franca, la marquesa viuda había evitado el destino de aceptar a uno de los conquistadores de su marido como su sucesor. Siendo así libre para elegir, seleccionó como esposo a Andrea Cornaro, un veneciano de buena familia, un gran personaje en Creta, y barón de Skarpanto. Cornaro así, en 1312, recibió, en virtud de este matrimonio, la mitad de Boudonitza de su esposa, mientras que su hija confirió la mitad restante, en virtud de su unión posterior con Bartolommeo Zaccaria, a un miembro de esa famosa raza genovesa, que ya poseía Quíos y que estaba a punto de establecer una dinastía en la Morea.
Cornaro vino a residir ahora en Eubea, donde su propio interés, así como también el patriotismo le llevó a oponerse a las reclamaciones de Alfonso Fadrique, el nuevo virrey del ducado catalán de Atenas. Su oposición y la natural ambición de Fadrique, abatió, no obstante, sobre el marquesado los horrores de una invasión catalana, y quizás fue en esta ocasión cuando Bartolommeo Zaccaria fue llevado prisionero y enviado a una prisión siciliana, de donde solo fue liberado por la intervención del Papa Juan XXII. Fue afortunado para los habitantes de Boudonitza el que Venecia incluyera a Cornaro en la tregua que hizo con los catalanes en 1319. Cuatro años más tarde siguió a su esposa a la tumba, y su hija fue desde entonces la única marquesa.
Guglielma Pallavicini era una auténtica descendiente del primer marqués. De todos los gobernantes de Boudonitza, con su excepción, ella fue la más obstinada, y debe ser incluida en ese de ninguna manera pequeño número de mujeres de temperamento fuerte, sin escrúpulos  y apasionadas, que produjo la Grecia franca y al que la Grecia clásica podía haber envidiado como tema para su etapa trágica. A la muerte de su marido genovés ella consideró que tanto la proximidad de Boudonitza a la colonia veneciana de Negroponte como su pretensión desde antiguo al castillo de Larmena en esa isla requería que ella se casara con un veneciano, especialmente cuando la decisión de su reclamación e incluso su derecho a residir en la isla recaían sobre el bailío veneciano. En consecuencia, pidió a la República  que le diera a uno de sus nobles como su consorte, y prometió sumisamente que aceptaría a cualquiera que el Senado pudiera elegir. La elección recayó sobre Niccolò Giorgio, o Zorzi, por darle la forma veneciana del nombre,  que pertenecía a la distinguida familia que había dado un dux a la República y recientemente había asistido al joven Gautier II de Brienne en su fallida campaña para recobrar el ducado perdido de su padre de manos de los catalanes. Una galera veneciana le escoltó en 1335 al puerto de Boudonitza, y un marqués, el fundador de una nueva línea, gobernó una vez más sobre el castillo de los Pallavicini.
Al principio no hubo motivo para arrepentirse de la alianza. Si los catalanes, ahora establecidos en Neopatria y Lamia, a unas pocas horas de Boudonitza, ocupaban varias villas del adyacente marquesado, a pesar de las recomendaciones de Venecia, Niccolò I alcanzó un pacto con ellos, probablemente al acordar pagar un tributo anual de cuatro caballos totalmente equipados para el Vicario General del Ducado de Atenas, que encontramos en la época de su hijo constituyendo el lazo feudal entre ese estado y Boudonitza. Él adoptó, también, las reclamaciones eubeas de su esposa; pero Venecia, que tenía un ojo sobre el fuerte castillo de Larmena, remitió la cuestión legal al bailío de Acaya, de la cual tanto Eubea como Boudonitza eran aún reconocidas técnicamente como dependencias. El bailío, en nombre de la princesa soberana de Acaya, Catherine de Valois (1333-1346), decidió contra Guglielma, y la adquisición de Larmena por Venecia puso fin a sus esperanzas. Furiosa en su decepción, la marquesa acusó a su marido veneciano de cobardía y de preferencia hacia su ciudad nativa, mientras que razones más domésticas aumentaban su indignación. Su consorte era un viudo, mientras que ella había tenido una hija de su primer marido, y le hacía sospechar de favorecer a su propio vástago a expensas de su hija, Marulla, en cuyo nombre había depositado una gran suma de dinero en el banco de Negroponte. Para completar la tragedia familiar representada dentro de los muros de Boudonitza, ahora solo faltaba un siniestro aliado de la furiosa esposa. Él, también, estaba disponible en la persona de Manfredo Pallavicini, el pariente, consejero de negocios, y quizás amante, de la marquesa. Como uno de la vieja estirpe del viejo conquistador, sin duda, consideró al marido veneciano como un intruso que había obtenido primero los honores de familia y luego traicionó su confianza. Al final estalló la crisis. Pallavicini insultó al marqués, su superior feudal; este último le arrojó en prisión, en donde el prisionero atentó contra la vida de su señor. Como par de Acaya, el marqués disfrutaba del derecho de infligir la pena capital. Ahora lo ejerció; Pallavicini fue ejecutado, y los burgueses reunidos de Boudonitza, si podemos creer la versión veneciana, aprobaron el acto, diciendo que era mejor que un vasallo muriera antes que causar una injuria sobre su señor.
La continuación demostró, no obstante, que Guglielma no estaba aplacada. Ella podía haber asentido con sus labios a lo que los burgueses habían dicho. Pero ella trabajó sobre sus sentimientos de devoción hacia su familia que había gobernado tanto tiempo sobre ellos; se levantaron contra el marqués extranjero a instigación de su señora; y Niccolò fue obligado a cruzar a Negroponte, dejando a su pequeño hijo Francesco y todas sus propiedades tras él. Por lo tanto, se dirigió a Venecia, y expuso su caso ante el Senado. Este cuerpo abrazó calurosamente su causa, y ordenó a la marquesa recibirle de vuelta a su anterior honorable posición, o a entregar su propiedad. En caso de que rehusara, el bailío de Negroponte fue instruido para romper toda comunicación entre Boudonitza y esa isla y a embargar el dinero de su hija todavía depositado en el bando eubeo. Para aislarla todavía más, fueron enviadas cartas a los catalanes d Atenas, solicitándoles que no intervinieran entre marido y esposa. Como la marquesa permaneció obstinada, Venecia hizo un último esfuerzo por un acuerdo amistoso, pidiendo a los líderes catalanes, a la reina Jeanne I de Nápoles (reina de Nápoles [1343-1381], y princesa de Acaya [1374-1381]), como cabeza de la Casa de Anjou, a la que pertenecía el principado de Acaya, y al Delfín Humbert II de Vienne, que comandaba por entonces la flota papal contra los turcos, que usaran su influencia en nombre de su ciudadana. Cuando esto falló, el bailío llevó a cabo sus instrucciones, confiscó los fondos depositados en el banco, y pagó a Niccolò con ellos el valor de su propiedad. Ni la pérdida del dinero de su hija ni las armas espirituales del Papa Clemente VI pudieron mover a la obstinada señora de Boudonitza, y en su obispo local, Nitardus de Thermopylae, encontró fácilmente un consejero que al disuadió del perdón. Así, Niccolò nunca regresó a Boudonitza; sirvió a la República como enviado al zar serbio, Dushan, y como uno de los consejeros del Dux, y murió en Venecia en 1354. Tras su muerte, la marquesa admitió inmediatamente a su único hijo, Francesco, el “Marchesotto”, como era llamado, ahora un joven de 17 años, para gobernar con ella, y como los catalanes estaban amenazando, una vez más su tierra, hizo propuestas a la República. Esta última,  contenta de saber que un ciudadano veneciano estaba gobernando una vez más como marqués en Boudonitza, le incluyó a él y a su madre en sus tratados con Atenas, y cuando Guglielma murió, en 1358, después de una larga y variable trayectoria, su hijo recibió de vuelta la propiedad confiscada de su difunta medio hermana.
El pacífico reinado de Francesco fue un gran contraste a la tormentosa carrera de su madre. Sus vecinos catalanes, divididos por las envidias de jefes rivales no tenían ya la energía para nuevas conquistas. El establecimiento de un reino serbio en Tesalia solo afectó al marquesado en la medida en que le permitían conceder la mano de su hija a un principillo serbio. El peligro turco, que estaba destinado a engullir el marquesado  en la siguiente generación, estaba, no obstante, amenazando ya a catalanes, serbios e italianos por igual, y en consecuencia Francesco Giorgio fue uno de los magnates de Grecia a los que el Papa Gregorio XI invitó al congreso sobre la cuestión oriental, que fue convocado para reunirse en Tebas el 1 de octubre de 1373. Pero cuando el ducado ateniense, del que era tributario, estaba entretenido por una disputa sucesoria entre Maria, reina de Sicilia y Pedro IV de Aragón, el marqués veneciano, pensando que era el momento favorable para intensificar su conexión con los catalanes, se declaró a favor de la reina. Era, de hecho, el miembro más importante de la minoría que estaba a su favor, pues se nos dice que “tenía un estado muy próspero”, y sabemos que se había enriquecido mediante empresas mercantiles. En consecuencia, asistió a la Compañía Navarra en su ataque sobre el ducado, de modo que Pedro IV escribió en 1381 al bailío veneciano de Negroponte, pidiéndole que impidiera a sus compatriotas en Boudonitza que ayudaran a los enemigos del rey. La victoria del partido aragonés cerró el incidente, y la generosa política de los vencedores se extendió sin duda a él. Pero en 1388 el derrocamiento final del gobierno catalán por Neri Acciaiuoli hizo al marquesado independiente del ducado de Atenas. En las listas feudales –como la de 1391- el marqués continuaba figurando como uno de los pares temporales de Acaya, pero su posición real era la de un “ciudadano y amigo” de Venecia, en quien buscaba ahora ayuda en los problemas.
Francesco puede haber vivido para ver al realización de sus esperanzas, pues parece haber muerto entorno a 1388, dejando enmarquesado a su hijo mayor, Jacopo I (<1388-1410), bajo la regencia de su viuda Eufrosina, hija de la famosa familia insular de Sommaripa, que todavía sobrevivía en las Cícladas. Pero el joven marqués pronto se encontró con que solo había cambiado su tributo al vicario general por un tributo al sultán. No se nos cuenta el momento exacto en el que Bayezit I impuso este pago, pero puede haber pocas dudas de que Boudonitza se convirtió en tributaria de los turcos por primera vez en la campaña de 1393-4, cuando el “Trueno” cayó sobre Grecia septentrional, cuando el cuñado serbio del marqués fue expulsado de Farsala y Domokos, cuando Lamia y Neopatras se sometieron, cuando el condado de Salona, fundado al mismo tiempo que Boudonitza, cesó de existir. En el camino a Salona, el ejército del sultán debió haber pasado a menos de cuatro horas de Boudonitza y conjeturamos que fue perdonado bien porque la estación estaba avanzada –Salona cayó en febrero de 1394- o porque el castillo era demasiado fuerte, o porque su señor era un veneciano. Este respiro se prolongó por la caída de Bayezit en Agora y la lucha fratricida entre sus hijos, mientras que el marqués tuvo cuidado de hacerse incluir en los tratados de 1403, 1408 y 1409 entre el sultán Sulaymān y Venecia; una cláusula especial en el primero de esos instrumentos le liberó de todas sus obligaciones excepto de las que había contraído hacia el padre del sultán, Bayazit. Todavía, incluso en la época de Sulaymān, tal era su sentido de inseguridad que obtuvo permiso de Venecia para enviar a sus campesinos y ganado al fuerte castillo de Karystos en Eubea, del que su hermano Niccolò se había convertido en arrendatario. Figuraba también en el tratado de 1405, que la República celebró con Antonio I Acciaiouli (1394-1435), el nuevo soberano de Atenas y así se consideró seguro de ataque en el sur. De hecho, estaba ansioso por extender sus responsabilidades, pues era uno de los que pujaron por las dos islas venecianas de Tinos y Míkonos, cuando fueron puestas a subasta en el año siguiente. En esta oferta, no obstante, fracasó.
La muerte de Sulaymān y la ascensión de su hermano Musa en 1410 selló el destino del marquesado. A principios de la primavera un enorme ejército turco apareció ante el viejo castillo. Boudonitza era fuerte, y su marqués un hombre resuelto, de modo que durante un largo tiempo el asedio fue en vano. “Jacopo”, dice el documento veneciano compuesto por su hijo, “prefería, como el magnánimo y verdadero cristiano que era, morir antes que someter el lugar”. Pero hubo traición dentro de los muros del castillo; traicionado por uno de los sirvientes, el marqués cayó, como otro Leónidas, defendiendo bravamente las Termópilas medievales contra la nueva invasión persa. Incluso entonces, sus hijos, “siguiendo los pasos de su padre”, mantuvieron el castillo más tiempo en la esperanza de que Venecia recordaría a sus distantes hijos en su aflicción. El Senado, de hecho, ordenó al Capitán del Golfo hacer indagaciones sobre si Boudonitza aún resistía y en ese caso enviar socorro a sus gallardos defensores –añadió el cauto gobierno- “con tan poco gasto como fuera posible-. Pero antes de que los vigilantes de la torre pudieran divisar al capitán por el canal de Atalante, todo había terminado; la comida y las municiones se habían agotado y los Zorzi estaban obligados a rendirse, con la condición de que sus vidas y propiedades serían perdonadas. Los turcos rompieron sus promesas, privaron a sus prisioneros de sus bienes, les expulsaron del hogar de sus ancestros y arrastraron al joven Niccolò a la corte del sultán en Adrianópolis.
Una considerable confusión prevalece en este último acto de la historia de Boudonitza, debido al hecho de que los dos personajes destacados, el hermano y el hijo mayor del último marqués llevaban el mismo nombre de Niccolò. En consecuencia, Hopf ha adoptado dos versiones diferentes en sus tres relatos sobre estos acontecimientos. En una revisión de la evidencia documental, parece que el hermano, el barón de Karystos, no estaba en Boudonitza durante el asedio, y que, cuando su sobrino fue capturado, él se proclamó marqués. Venecia reconoció su título, e instruyó a su enviado a Musa para incluirle en su tratado con el sultán y para procurar al mismo tiempo la liberación del hijo del último marqués. Por tanto, en la paz de 1411, Musa prometió, por amor de Venecia y viendo que pasaba por veneciano, no hostigarle más, con la condición de que pagara el tributo establecido. No solo esto, sino que se permitió que los barcos del marqués y las mercancías entraran en los dominios turcos a cambio del pago de un impuesto fijo. Así, temporalmente restaurado, el marquesado quedó en posesión del tío, del que el sobrino, incluso después de su liberación, o bien no podía o bien no se cuidó en reclamarlo. Se retiró a Venecia, y muchos años más tarde, recibió, como recompensa por la heroica defensa de su padre de Boudonitza, expuesto de chátelain de Pteleon, cerca de la desembocadura del golfo de Volo, el último puesto avanzado veneciano en tierra firme de la Grecia nororiental –posición que el ocupó durante ocho años.
Mientras, su tío, el marqués, había perdido todo excepto su estéril título. Aunque los turcos habían evacuado Boudonitza, y el castillo había sido reparado, se sintió tan inseguro que envió a su obispo como emisario a Venecia, solicitando ayuda en el caso de una nueva invasión turca y permiso para transportar de vuelta a sus siervos a los que había enviado a Karystos unos pocos años antes. Sus temores demostraron estar bien fundados. En vano la República dio órdenes de que deberían ser incluidos en su tratado con el nuevo sultán, Muhammad I. El 20 de junio de 1414, un extenso ejército turco atacó y tomó el castillo, y con él muchos prisioneros, el marqués entre ellos, pues al año siguientes encontramos a su esposa, una hija adoptiva del duque de Atenas, apelando a Venecia para obtener su liberación de su mazmorra turca. Recobró su libertad, pero no su marquesado. En el tratado de 1416, Boudonitza fue, de hecho, asignada realmente, a él a cambio del tributo habitual; pero nueve años más tarde encontramos a Venecia aún intentando obtener en vano su restitución. Continuó, no obstante, poseyendo el título de marqués de Boudonitza con el castillo de Karystos, que recayó en su hijo, el “Marchesotto”, y en el hijo de su hijo, hasta que la conquista turca de Eubea en 1470 puso fin al gobierno veneciano sobre esa gran isla. De allí, el último marqués titular de Boudonitza, después de gobernar Lepanto, se retiró a Venecia, de donde eran los Zorzi y donde ellos están aún representados en gran medida.


Genealogía de las familias Pallavicini y Giorgio

BIBLIOGRAFÍA:

 W. Miller. “The Marquisate of Boudonitza (1204-1414)”. The Journal of Hellenic Studies, 28 (1908): 234–249.

lunes, 9 de noviembre de 2015

El Ducado de Naxos (1207-1572) II: La Dinastía Crispo (1383-1572)


I. Inicios de la Dinastía Crispo (1383-1463)

Incluso en nuestro tiempo, el asesinato de un soberano no ha impedido a la Europa cristiana reconocer a su sucesor, y los venecianos eran abiertamente políticos primero y cristianos después. No tenían motivo para apreciar al duque asesinado, que había conspirado contra ellos, mientras que su asesino era un hombre enérgico, que podía defender el ducado contra los turcos, y que, siendo un usurpador, estaría más abierto a la influencia veneciana que la dinastía legítima. Francesco Crispo encontró un alto eclesiástico para actuar como su apologista; el obispo de Milo fue como enviado suyo para obtener el consentimiento de Venecia a su usurpación, y preparar el camino para una visita suya. Cada uno escribió en su favor -los nobles latinos del Archipiélago y el duque de Candia por igual; de todos los barones de las Cícladas, Januli Gozzadini, el virrey del último duque, tuvo en solitario la caballerosidad de protestar contra él. Por un ingenioso golpe de diplomacia, el usurpador se ganó al bailío de Negroponte para su causa al privar de Maria Sanudo, la medio hermana del último duque, de su isla de Andros, y la concedió, combinada con Siros, al hijo del bailío, Pietro Zeno, junto con la mano de una de sus propias hijas. Una alianza matrimonial propuesta entre uno de sus hijos y una hija del dux, obtuvo los favores del magistrado supremo. Solamente dos voces se levantaron contra él la de Maria Sanudo y de la viuda del último duque. Esta última, que había superado la jugada de Crispo al casarse con un hijo del dux, finalmente fue pacificada mediante una porción de la viuda cerca de los baños calientes de Aedepsos en Eubea; la primera, a la que Crispo hipócritamente pretendía "tratar como su propia hija", recibió como compensación la isla marmórea de Paros, con la condición de que se casara con Gasparo de Sommaripa, miembro de una familia que todavía florece en el Archipiélago. Originalmente descendientes del marqués de Sommerive, en el Languedoc, habían emigrado a Verona, desde donde habían venido a buscar fortuna en Grecia. Varios motivos parece haber influido en Crispo en la elección de este hombre. Los Sommaripa muy probablemente pueden haber estado conectados a los Dalle Carceri, en cuyo caso pensaría que era deseable pacificar a un peligroso rival; o si no, puede haber considerado que un hombre que hasta entonces no había obtenido ninguna posición en el mundo feudal de Grecia, sentiría gratitud a su benefactor; una tercera razón, se nos dice expresamente, era neutralizar las reclamaciones de María Sanudo al casarla con uno que era considerado en los círculos exclusivos del Archipiélago como un advenedizo. En esto quedó decepcionado; ella no abandonó su pretensión, y aunque su marido apeló en vano a su pariente, Giovanni Galezzo Visconti de Milán, después de un largo y tedioso litigio, su hijo recuperó, medio siglo más tarde, la isla de Andros de su madre.

Los venecianos tenían todas las razones para estar contentos con la usurpación de Francesco Crispo. Ello les dio carta blanca en Eubea, pues prudentemente no pretendió suceder al último duque en las dos grandes baronías de esa isla, que así cayeron bajo la influencia de Venecia; hizo al Archipiélago mucho más dependiente  del buen deseo de la República, que desde entonces tomó un interés más entusiasta en su preservación. En la persona de Pietro Zeno, el nuevo barón de Andros, encontró el político más útil de la época, un hombre perfectamente familiarizado con  cada fase del tema oriental, al cual empleó en todas sus delicadas negociaciones en el Levante. Además, en 1390, la familia Ghisi, la segunda dinastía más importante en la Cícladas, llegó a su fin en Tinos y Míkonos, y aquellas islas, con Delos, pasaron intencionadamente a sus manos. Todavía hay Ghisi en Grcia, orgullosos de sus árboles genealógicos, conscientes de su pasado aristocrático; pero nunca tuvieron posesiones de nuevo en sus islas ancestrales. Así, Venecia se convirtió en suprema en el Archipiélago; en el mismo año de la usurpación de Crispo, Jacques de Baux, el último príncipe angevino de Acaya murió, de modo que el nuevo duque no tenía nada que esperar de los viejos señores supremos del ducado. Venecia, por otra parte, le ayudó con navíos contra los corsarios del sultán Bayezit I, y le incluyó en sus tratados con ese soberano y otros poderes levantinos, protestando solo cuando él mismo se daba el gusto de expediciones piráticas hasta la costa siria. No cabía duda de que los griegos preferían el gobierno de Venecia en el Archipiélago al de los pequeños barones. Cuando Tinos y Míkonos se convirtieron en venecianas, los isleños imploraron a la República que no se deshiciera de ellos, y declararon que emigrarían a alguna de las otras colonias venecianas antes que quedarse en su propia isla, si eran compradas por Pietro Zeno de Andros.

En la floreciente isla de Sérifos, el sabio gobierno de Ermolao Minotto había sido seguido por la agobiante tiranía de un auténtico demonio en forma humana, un noble veneciano, Niccolò Adoldo. Afortunadamente par los sérifianos, su señor estaba generalmente ausente, prefiriendo las delicias de Venecia a la residencia en la isla, que los antiguos griegos y romanos por igual habían considerado como una abominación de desolación y el viajero del siglo XV, Bartolomeo dali sonetti, llama Serfeno de la calamitate. Pero de tiempo en tiempo Adoldo descendía sobre Sérifos con el propósito de absorber algún dinero de sus infelices súbditos. En una de esas ocasiones, desembarcó con una banda de mercenarios cretenses -la peor especie de asesinos- invitó a varios serifianos destacados para cenar en su castillo, y luego les arrestó. Las torturas más horribles fracasaron en hacerles revelar el lugar donde habían ocultado su dinero, con lo cual el desconcertado tirano los lanzó desde las almenas del castillo para morir en las piedras de abajo. Sérifos era una remota isla en 1393 -incluso no es muy accesible ahora- pero en el curso del tiempo las noticias de su masacre llegó a Venecia, pues las familias venecianas de los Michieli y los Giustiniani también tenían parte de Sérifos, y Adoldo había infringido sus derechos. En consecuencia, fue enjuiciado por crueldad y asesinato, sentenciado a un confinamiento de dos años "en las prisiones menores", y se le prohibió incluso volver a visitar su isla, cuya parte de ella fue confiscada por la República. Así, los isleños tuvieron una lección práctica en la venganza que Venecia imponía a los tiranos que resultaba que eran sus ciudadanos. En cuanto a Adoldo, murió a una edad madura en honor de santidad; sus restos fueron enterrados en la iglesia de San Simeone Piccolo, que él donó, y se erigió una espléndida tumba sobre su indignas cenizas .

Francesco Crispo murió en 1397, dejando una extensa familia de hijos, y la necesidad de proveerles llevó a una división mayor del ducado en feudos baroniales. Así, mientras que su hijo mayor, Jacopo I, le sucedió como duque de Naxos, otro de sus hijos recibió Milo y Kímolos, un tercero Anafi, un cuarto Siros, y un quinto Íos. Jacopo, aunque se ganó el epíteto de "íl Pacifico", no esta menos dispuesto en unirse a los otros poderes cristianos del Levante para sus intereses comunes contra los turcos, cuya gran derrota a manos de los mongoles en Angora había dado al Archipiélago un respiro meramente temporal de sufrir un ataque. Así, fue el fundador de la Liga Cristiana, en cuya representación su cuñado y vasallo, Pietro Zeno de Andros, celebró el muy ventajoso tratado de 1403 con el sultán Sulayman. Un año más tarde incluso visitó Inglaterra para invocar la ayuda de Henry IV. Nuestro emprendedor soberano no fue capaz de ayudarle, aunque en una ocasión había planeado dirigir un ejército "hasta la sepultura de Cristo"; pero, cuando Henry Beaufort, obispo de Winchester, hizo una peregrinación  a Palestina en 1418, fue trasportado de regreso a Venecia en una de las galeras de Pietro Zeno -la única conexión hasta donde hemos sido capaces de descubrir, entre  Inglaterra y el ducado. El duque también estaba dispuesto a unir su galera a las de las colonias venecianas en una campaña contra los turcos sobre la costa de Asia Menor, y Venecia no solo le describió como su "buen y querido amigo", sino que uso sus amistosos oficios con los sultanes Mûsa y Mehmet I, y con Elías Bey, el soberano de Caria, para preservar al Archipiélago de depredaciones, además de permitir a su protegido comprar armas de su arsenal y exportar madera de ciprés desde Creta para la fortificación de sus islas. Sin embargo, el ducado sufrió las incursiones de los inevitables turcos, como contó Zeno al gobierno veneciano, que ocurrían a diario. En 1416, la insensible omisión del duque a saludar a Mehmet I en Esmirna llevó a que una extensa flota turca bajara sobre las Cícladas, que se llevara a muchos de los habitantes de Andros, Milo y Paros, e provocara una gran cantidad de daños. Venecia vengó este ataque mediante la victoria naval de Gallípoli, pero la herida infligida sobre las islas fue tan grande que alguna de ellas casi se despobló. El sacerdote florentino Buondelmonti, que pasó casi cuatro años en esa época, "en temor y gran ansiedad", viajando entre las Cícladas, de las cuales nos ha dejado uno de los relatos más tempranos compuestos por cualquier escritor durante la dominación franca, describe la vida en el Archipiélago en colores sombríos. Tanto en Naxos como en Sifnos había tal falta de hombres, que mucha mujeres era incapaces de encontrar maridos; de hecho, la pequeña y desdichada población de la última isla, todavía propiedad absoluta de los Da Corogna, que tenían un torre en un encantador jardín, estaba compuesta principalmente de mujeres, que eran celosas católicas, aunque no entendían una palabra de latín, en el que se mantenían sus servicios. En Sérifos, tan rica cuarenta años antes, el cultivado florentino no encontró "nada sino calamidad"; el pueblo pasaba sus vidas "como brutos", y estaban en constante temor, día y noches, por temor a caer en manos de los infieles, aunque Venecia había incluido la isla en sus tratados con los turcos, como mucha otras de las Cícladas. Siros, destinada a ser la más floreciente de todas las islas, era, por entonces "relativamente sin importancia"; los isleños se alimentaban de algarrobas y carne de cabra, y llevaban una vida de continua ansiedad, aunque un fuerte sentido de exclusividad les ligaba a su menesteroso hogar. El pueblo de Paros estaba en el mismo apuro, la ciudad principal de Paroikia tenía pocos ciudadanos, mientras que los piratas frecuentaban la gran bahía de Naoussa; Antíparos y Síkinos fueron abandonadas a las águilas y los asnos salvajes, y la mayoría de las isletas estaban desiertas. Comparada con las otras islas, Andros había sufrido menos, debido sin duda, a la enérgica personalidad de Zeno, el "Duque de Andros", como a veces él se llamaba, y al vigor de Januli della Grammatica, su seguidor. Pero incluso Zeno consideró prudente dar asilo a los temibles enemigos de la Cristiandad en su isla, de igual modo que el duque de Naxos daba protección a los corsarios de Cataluña y Vizcaya. El único lugar en el Egeo al que los musulmanes nunca molestaron fue el monasterio de Patmos. cuyos monjes estaban en los mejores términos con ellos. Para reparar los estragos causados por las incursiones turcas, varios de los barones insulares dieron pasos en esta época para repoblar sus desoladas posesiones. Así, Marco Crispo colonizó Íos con albaneses procedentes de la Mora, y reforzó las defensas del lugar al construir un castillo y una ciudad a sus pies, cuyos restos pueden verse aún. A este castillo los campesinos acostumbraban a trepar cada mañana desde sus parcelas de tierra en la rica llanura de más abajo, y no atrevía a salir fuera, hasta que las ancianas a las que habían enviado fuera como espías antes del amanecer, informaban que la costa estaba despejada y que ninguna nave pirata estaba fondeada en el hermoso puerto. En 1413 Giovanni Quirini de Stampalia [Astipalea], que también estaba administrando Tinos y Míkonos para los venecianos, procedió a repoblar su propia isla, que nunca se había recuperado de la gran incursión de Umur Beg Morbassan setenta años antes, a expensas de las dos colonias venecianas puestas a su cargo. Esa emigración a gran escala de tiniotas a Astipalea atrajo un gran alboroto a través de todo el Archipiélago. Una inscripción en la capilla del castillo de Astipalea que él restauró, aún nos recuerda que el "conde de Tinos", como se autotitulaba, comenzó la importación de los colonos el 30 de marzo de 1413, fiesta del traslado de su santo patrón, San Quirino, y cada sucesivo viajero a las  Cícladas alude a él. Pero Venecia naturalmente opuso a la despoblación de sus dos islas; se le ordenó a Quirini retornar hacia allí con toda la población  que había transportado y no moverse a más de 25 millas de su cargo. Del mismo modo, los Gozzadini repoblaron la ciudad de Thermia, que los turcos habían tomado por traición, y probablemente fue en este periodo cuando los albaneses cruzaron desde Eubea para establecerse en el norte de Andros -la única isla de las Cícladas que todavía mantiene población albanesa. Bajo estas circunstancias, los recursos minerales de las islas, excepto las canteras de mármol de Paros, no podía explotarse. El oro encontrado en algunas partes de Naxos era dejado sin trabajar, y las minas de esmeril de esa isla, que menciona Buondelmonti, y que ahora son tan rentables para el gobierno griego, no parecen haber sido una fuente de ingresos para el duque, que fue obligado a recaudar dinero para el pago de sus deudas mediante la venta de caballos y mulas en Candia, justo cuando, incluso entonces, el ganado de Tinos era altamente apreciado. Buondelmoti menciona las emanaciones de sulfuro y las piedras de molino de Milo, y alude a un infructuoso experimento hecho por el duque Giacomo para explorar las insondables profundidades del cráter que forma el puerto de Santorini.

Jacopo I murió en 1418 en su camino para encontrarse con el Papa Martín V en Mantua. Jugó un papel considerable en la diplomacia del Levante de su tiempo; había sido fundamental para organizar la retrocesión de Corinto a los griegos por los caballeros de San Juan; su posesión del trono usurpado por su padre fue poco perturbado por las continuas peticiones de compensaciones pecuniarias, que la viuda del último duque legítimo hacía contra él en Venecia, y a la que él opuso las usuales tácticas dilatorias de Italia, apoyadas por la normal falta de recursos de el Levante. Por su voluntad designó a su hermano Giovanni como sucesor, así por primera vez en la historia del ducado, dejando de lado la habitual costumbre del Imperio de Romania, de acuerdo con la cual una de sus hijas debía sucederle. Tal vez había sido así para el resto de Grecia, habiéndose aceptado este sincero reconocimiento de las ventajas de la ley sálica en tiempos problemáticos; ciertamente la historia de los estados francos habría sido más pacífica, si bien menos pintoresca. En cualquier caso, Jacopo I, estableció así un precedente, que fue seguido posteriormente; ninguna mujer se sentó de nuevo sobre el trono, rodeado por el mar, del Archipiélago.

El gobierno veneciano, largo tiempo ansioso de obtener un  dominio sobre el ducado,pensó que había llegado el momento del paso decisivo. En consecuencia, se propuso, ocupar los dominios del último duque en nombre de su viuda y su madre, y confirmar a todos sus hermanos en sus respectivos feudos, con la condición de que rendirían el mismo homenaje que antes. En ese caso, la República estaba dispuesta a reparar en profundidad el castillo de Naxos. Un embajador veneciano iba a expresar estas propuestas a Niccolò Crispo de Siros, que estaba actuando como regente en ausencia del último duque. Pero prevalecieron consejos más prudentes. Niccolò, se advirtió, no solo era un adversario del gobierno veneciano, sino que tenía una esposa genovesa -de acuerdo con otro relato ella era una princesa de Trebisonda- mientras que su hermano Giovanni, el heredero del último duque, se encontraba en Venecia. Tenía por costumbre residir allí durante unos meses en ese tiempo; en ese momento estaba residiendo con su cuñada en el convento de Santa María delle Vergini; y él eligió a su esposa, no de Genova o Trebisonda, sino de entre las hijas de la República. Por tanto, se decidió reconocerle como duque, siempre que hiciera un juramento de obediencia a Venecia y reconociera que su ducado era una dependencia veneciana. Una galera veneciana, por tanto, fue dispuesta para conducirle a él, bien a su capital, bien a su propia isla de Milo. Tuvo el sentido de satisfacer cualquier posible oposición por parte de sus hermanos al incrementar sus ya considerables infantazgos, concediendo Santorini, que había estado unida a Naxos durante unos 80 años, a Niccolò de Siros, y Thirasia a Marco de Íos -un arreglo que, aunque sin duda inevitable, tendía a debilitar la unidad del Estado. Pero cuando había una extensa familia ducal, la subdivisión era la única alternativa a la guerra civil. Por otra parte, el nuevo duque actuó con una completa falta de caballerosidad hacia su cuñada y su madre, María Sanudo, reduciéndolas a la miseria y al exilio al privarlas de sus islas de Paros y Antíparos, valiosas posesiones que proporcionaban cada una 30 marineros para la galeras ducales, y, restituyéndolas a las desafortunadas damas solamente después de fuertes y repetidas protestas desde Venecia, respaldadas por la fuerza.

Giovanni II (1418-1437), aunque había accedido al ducado con la aprobación total de Venecia, encontró que, en aquel tiempo de tensión, ésta no siempre era capaz de proteger a sus distantes candidatos. Ocasionalmente, le daría una galera para su defensa contra los turcos; pero en sus tratados con Mehmet I y Murat II en 1419 y 1430, insertó una cláusula al efecto de que él y sus hermanos, deberían ser incluidos en los términos de la paz, tratados como venecianos, y exentos de tributos y cualquier otra vejación. Ciertamente, en una cláusula del anterior tratado, el sultán establecía expresamente que reconocía a "Santorini, Anafi, Therasia, Astipalea, Thermia, Amorgos, Íos, Paros, Naxos, Siros, Milo, Sifnos, Ceos, Sérifos, Tinos, Míkonos y Andros" todas como venecianas. Pero, en 1426 la orgullosa República confesó con franqueza que no podía ayudarle, y se contrentaba con que él y Zeno de Andros hicieran los mejores pactos que pudieran con los turcos, así como salvar sus islas, y cuidaran solamente de que no recibieran ni avituallaran a los barcos turcos, ni ayudaran de ningún modo a esos enemigos de la Cristiandad. El duque, no obstante,  no solo acordó pagar tributo y abrir sus puertos a los turcos, sino que infligió una injuria incluso más grande a los intereses venecianos al omitir desde esa época encender las usuales señales de fuego para advertir al bailío de Negroponte de la aproximación de la flota turca. Su conexión con Venecia demostró, a veces, ser una fuente real de peligro para sí misma; pues, cuando los venecianos asolaron la colonia genovesa de Quíos en 1431, el almirante genovés, Spínola, tomó venganza al tomar Naxos y Andros, y se requirió toda la diplomacia de los Crispi para impedir que sus islas se convirtieran en posesiones venecianas. Grande fue el disgusto de Venecia cuando tuvo noticia de que sus "queridos amigos" habían hecho un tratado con, y pagado un chantaje, a su rival más mortífero; no obstante, durante algunos años continuaron siendo partidarios de Genova. Pero entonces, como ahora, los pequeños estados del Levante pudieron replicar con alguna verdad, que si sus protectores naturales en Europa los abandonaban, deberían defenderse por sí mismos.

Giovanni II, parece haber muerto en 1437, dejando un único hijo, Jacopo II (1437-1447), todavía un menor, bajo la tutela de una poderosa mujer, la duquesa viuda Francesca; mientras que los tres tíos del niño, Niccolò de Siros y Santorini, Marco de Iós y Thirasia, y Guglielmo de Anafi, fueron nombrados los albaceas de su hermano, y el primero de los tíos regente del ducado. El reinado de Jacopo II fue principalmente destacable por el establecimiento de las pretensiones de la familia Sommaripa a la isla de Andros. María Sanudo nunca había abandonado sus derechos a esa valiosa isla, que el primero de los duques Crispi había concedido, a Pietro Zeno. Ese famoso diplomático, tanto tiempo la figura principal del oriente latino, que, si su suerte hubiera sido echada en un escenario más grande, podría haber dejado un gran nombre en la historia, murió en 1427; y, como su hijo y sucesor, Andrea, estaba delicado, y solo tuvo una hija, Vencia pronto hizo preparativos para ocupar Andros a su muerte, para que no cayera en manos indeseables, y decidió que su hija debería estar bajo la tutela de la República hasta su matrimonio. Las noticias de esos planes, sin embargo, se filtraron; y, cuando Andrea murió realmente en 1437, al bailío veneciano de Negroponte, a quien se le había ordenado tomar la isla en nombre de la República, se le anticiparon y los tíos del joven duque negaron a su emisario la admisión, que habían encarcelado a la viuda del último barón en el viejo castillo en Andros y la forzaron a firmar un documento, prometiendo la mano de su pequeña hija, todavía una niña, a su sobrino en los siguientes cinco años, junto con Andros como dote. El gobierno veneciano estaba naturalmente indignado por esta frustración de su largamente deseado plan por los pequeños señores del Archipiélago; un noble veneciano, Francesco Quirini, fue enviado a Naxos; apoyado por una galera cretense, y la amenaza de que el duque sería tratado como enemigo de la República, obtuvo la cesión de la isla para sí, como gobernador veneciano, en espera de la resolución de la cuestión. Durante tres años él y su sucesor administraron Andros en nombre de la República, la cual se quejó de que solamente quería afirmar su jurisdicción en el Archipiélago, mientras que todos los demás pretendientes estaban siendo oídos en Venecia. Finalmente, en 1440, la corte veneciana decidió que el barón legal de Andros era el hijo de María Sanudo, Crusino I Sommaripa, señor de Paros y triarca (terzieri) de Eubea; Crusino acordó pagar indemnizaciones a los miembros de la familia Zeno, y así, después de más de medio siglo, Andros retornó a su dueño legal.

Instalado en su valiosa isla, que retuvo hasta la conquista turca, el clan Sommaripa ocupó ahora la posesión anteriormente mantenida por los Ghisi -la de la segunda familia más importante en el ducado. Además, Crusino era un hombre de cultura así como un hombre de accion. Había excavado estatuas de mármol en Paros, y estaba encantado de mostrarlas a Ciriaco de Ancona, que le visitó más de una vez e inspeccionó las canteras de esa isla, de donde se exportaba el marmol.

La instalación de los Sommaripa en Andros no fue el único cambio dinástico en el archipiélago en este periodo. el yerno de Crusino, un Loredano, recibió de él la isla de Antíparos, y así, una nueva gran familia veneciana puso un pie en las Cícladas. Esta infusión de sangre nueva, fue un gran beneficio para la isla, que había estado mucho tiempo deshabitada; pues el enérgico veneciano la repobló con nuevos colonos, y construyó y residió en el castillo, cuya entrada, ahora caída, todavía conservaba en el siglo XVIII, su escudo de armas. Al mismo tiempo, otro colonizador veneciano, Giovanni Quirini de Astipalea, adquirió la totalidad de Amorgos, y este creciente  interés en el Levante puede quizá explicar el título de "Conde", que llevaron él y todos sus descendientes. Una tercera familia veneciana, los Michieli, poseían ahora todo Sérifos, establecieron sus armas con la fecha de 1434 sobre la puerta del castillo. Incluso las dinastía no venecianas, como los Gozzadini de Thermia y Ceos, y los españoles Da Corogna de Ceos y Sifnos, estaban contentos de ser considerados venecianos, cada vez que la República firmaba un tratado con los turcos, aunque Januli Da Corogna afirmaba orgullosamente que él no reconocía lealtad a ningún hombre por su roca de Sifnos, sobre la que los duques de Naxos todavía reclamaban una vaga soberanía, y de la que sus vasallos, los Grimani, pretendían ser, hacía mucho, los señores legítimos.

El reinado de catorce años del duque Jacopo II fue un periodo de paz para el Archipiélago. Las energías de los turcos estaban temporalmente desviadas a Hungría, y su aplastante derrota por János Hunyadi en Nish envalentonó a los venecianos para enviar una flota al Egeo al mando de Luigi Loredano, padre del nuevo barón de Antíparos. en estas circunstancias, no nos sorprendemos de encontrar las islas de Andros y Naxos, que acababan de reforzar su flotilla, contribuyendo con galeras a la escuadra veneciana; pero el colapso de la falsa hueste cristiana en la gran batalla de Varna llevó a Venecia  a hacer la paz con el sultán en 1446, incluyendo el ducado naxio en las estipulaciones del tratado. el año siguiente murió el duque, dejando a su esposa embarazada de un hijo que nació seis semanas después de la muerte de su padre, y recibió el nombre de Gian Giacomo (1447-1453). Los dos miembros más fuertes de la familia, Niccolò de Siros y Santorini y Guglielmo de Anafi, los mismos que habían actuado como regentes del último duque, asumieron una vez más el gobierno con consentimiento de Venecia, y encarceló a la abuela del niño, la duquesa viuda Francesca, que había ejercido gran influencia durante el último reinado, y que reclamaba la regencia. Niccolò murió pronto, y luego encontamos a la duquesa Francesca, al arzobispo y a los ciudadanos de Naxos, eligiendo a su hijo Francesco como regente en su lugar y pidiendo al gobierno veneciano que ratificara su elección -un hecho interesante, que muestra que el pueblo tenía voz en la seleccion de un regente, y que el ducado era más que nunca dependiente de Venecia. Por tanto, la república incluyó de nuevo a los dos regentes en los tratados de paz que hizo con Alfonso I de Nápoles y Mehmet II en 1450  1451 -el último acuerdo que celebró con los turcos antes de la caída de Constantinopla.

En 1452 el pequeño duque murió y en seguida siguió una disputada sucesión. Se había permitido la sucesión femenina: el pariente más cercano era la tía del duque niño, Adriana, esposa de Domenico Sommaripa, hijo del barón de Andros, y se había estipulado en su contrato de matrimonio que si su hermano Jacopo II moría sin herederos, ella le sucedería. Pero ya había habido un precedente en la dinastía Crispo de exclusión de mujeres, y esto le dio un pretexto a los regentes, el viejo Guglielmo Crispo de Anafi, tío-abuelo del último duque, y Francesco de Santorini, su primo, para reclamar el ducado como los más cercanos agnados. Al principio, el gobierno venciano, por un decreto de marzo de 1452, excluyó a estos dos candidatos rivales, y podía haber sido posible para la familia Sommaripa, si se hubieran tomado la molestia de hacer campaña de inmediato en Venecia, asegurar la sucesión. Pero Guglielmo Crispo, aunque era viejo, era también era ambicioso; había actuado como regente del ducado dos veces y de ningún modo iba a finalizar sus días en el castillo que había construido en su isla de Anafi, la más remota de todas las Cícladas. Él llegó a un acuerdo con su sobrino Francesco, que parecía favorable para ambos. Él sería duque durante el resto de su vida; y, como solo tenía una hijo legítimo,  y ese una hija, el ducado pasaría a su muerte a su sobrino, su hija heredaría la distante Anafi, mientras las tierras y sirvientes femeninos serían la parte de su bastardo Jacopo. La guerra civil iba a evitarse, sobre todo, pues por esta época los turcos eran los dueños de Constantinopla, y el temor a los corsarios turcos y catalanes había aterrorizado últimamente a los isleños, que huyeron en gran cantidad de la gran ciudad ante las malas noticias. En consecuencia, antes del final de 1453, Guglielmo II, fue proclamado duque, y auqnue Venecia le covnocó ante el senado para responder de las quejas de los Sommaripa, al final sabiamente consintió a la sucesión de un hombre tan experimentado, que estaba list para colocar sus recursos navales a su disposición, y permitió a su canciller acompañar a su flota. La autoritaria viuda, Francesca, que tanto tiempo había ejercido influencia en los asuntos del ducado, se retiró ahora a sus lagunas nativas, de modo que no hubo nadie en la corte ducal para disputar su suremacía.

Durante el reinado del duque Guglielmo II (1453-1463) ocurrió uno de esos tremendos fenómenos que conferido una notoriedad mundial a una isla de las Cícladas. Durante más de siete siglos, incluso desde el año 726, el volcán de Santorini había estado en silencio, aunque las rocas de lava y el fuerte vino puede haber recordado a los isleños su origen. Pero, en 1457, emergió del mar una masa de roca, negra como el carbón, que constituyó el tercer acrecentamiento de la isla, y dos siglos más tarde, el resultado de este transtorno podía distiguirse claramente por su arena quemada, de las porciones más viejas de roca quemada.

Pero los cataclismos políticos de la época eran más serios que los de la naturaleza. Estaba reservado para el viejo Guglielmo de Naxos ser testigo de la desaparicion de un estado cristiano tras otro ante el avance musulmán. En el año de su ascensión había caído el Imperio Bizantino; en su reinado cayó también el principado bizantino en la Morea, el ducado florentino de Atenas, y todavía más cerca de casa, el estado insular que los genoveses Gattilusii habían gobernado durante aproximadamente  un siglo en Lesbos. De todas esas calamidades, la caída de los Gattilusii, debió ser lo que más les afectó, pues su familia estaba conectada con ellos por lazos de matrimonio, y cuando Dorino Gattilusio fue expulsado por los turcos de Ænos, se estableció en el exilio en Naxos, y se casó con la sobrina nieta del duque.

Ahora fue también cuando las islas de Esciros, Escópelos y Scíatos se ofrecieron a los venecianos. más claramente incluso que sus compañeros de las Espóradas septentrionales, los isleños de las Cícladas vieron que Venecia era ahora su única protección posible contra el Turco -pues ¿de qué servirían los 2.000 jinetes del ducado contra lsa huestes del Islam? Por su parte, Venecia no olvidó "al Duque de Naxos, sus nobles y sus hombres, con sus lugares y todo lo que tenían", en el tratado que la republica hizo con Mehmet II, en 1454, y que especialmente les exoneraba de "tributos o cualquier otro servicio", y les daba el status de venecianos, con el derecho a izar la bandera del león de San Marcos en sus castillos. Sin embargo, el ducado solo fue salvado de un ataque a manos de una extensa flota turca al mando de Junis Beg, en el siguiente año, por una de esas súbitas tormentas tan comunes en el Egeo, -ataque justificado a los ojos del airado sultán por la hospitalidad y seguridad que los piratas habían recibido en los puertos de Naxos, Paros y Rheneia. Advertido por el destino de los lesbios, y por una flota turca de refresco, el duque consideró recomendable asegurar sus posesiones mediante el pago de tributo al todopoderoso Mehmet II. Sintió  la conquista turca del continente griego; pero debió darse cuenta de que más pronto o más tarde un destino similar esperava a sus propios dominios, y que la forma más alta de práctica habilidad política  era complementar el paapel de custodios de los tratados turco-venecianos mediante el más duradero nexo monetario con el sultán.

II. El último siglo del Ducado del Archipiélago (1463-1566)

Guglielmo II murió en 1463, y en virtud del arreglo realizado en su ascensión, su sobrino, Francesco II de Santorini (1463), le sucedió. Pero el nuevo duque no disfrutó mucho tiempo de su codiciada dignidad; aquejado de una seria dolencia, fue a buscar el consejo de un doctor en la colonia veneciana de Coron, y murió allí el mismo año. Su hijo, Jacopo III (1463-1480), fue proclamado duque por el pueblo, bajo la regencia de la viuda del último duque, aunque parecía dudoso, al principio, si el tío del muchacho, Antonio, señor de Siros (1450-1476), no usurparía el trono.  Coincidiendo como lo hizo con la larga guerra turco-veneciana, que duró desde 1463 hasta 1479, el reinado de Jacopo III, no falló en ser afectado por los demás desastres que les ocurrieron a las posesiones venecianas en el Levante. En 1468, cuatro navíos turcos atacaron Andros; Giovanni Sommaripa, barón de la isla, perdió su vida defendiendo su hogar; y los invasores, se retiraron, después de asolar el lugar, con numerosos prisioneros y botín valorados en 15.000 ducados. Dos años más tarde, después del desastre que coronó la guerra -la captura de Negroponte- la flota turca dsembarcó en Andros de nuevo, en su camino a casa, y se llevó a tantos cautivos que la población fue reducida a 2.000 almas. Después de las visitas reconfortadoras de la flota veneciana, casi todas las islas recibieron en mayor o menor grado la visita de las incursiones turcas en este terrible periodo. Peros retuvo no más de 3.000 habitantes; Antíparos, repoblada una generación antes por Loredano, fue reducida a escasamente un centenar de personas; a pesar de los esfuerzos previos de Giovanni Quirini para colonizar Astipalea, la negligencia de su hijo, un ausente, permitió que la colonia menguara hasta los 400, mientras que la rica isla de Santorini, aunque ahora posesión directa del duque de Naxos, alimentó a solo 300 habitantes, y rentaba al duque no más de 500 ducados. Aún mas pequeña era la población de Ceos y Sérifos, mentras que las dos islas venecianas de Tinos y Míkonos se habían quejado hacía tiempo de la devastación provocada por los turcos -a lo que debía añadirse el drenado de hombres alistados en el Archipiélago para el servicio en la armada veneciana, la cual paró allí en su camino para atacar Esmirna en 1472. Delos, que el almirante veneciano, Mocenigo, visitó en esa época, estaba bastante desierta; pero los restos del templo y del teatro, el coloso de Apolo, la masa de pilares y estatuas, y la cisterna llena de agua son descrtas por su biógrafo. Naxos fue visitada por la flota turca en su turno en 1477, y dos años más tarde la diócesis naxia, que durante algún tiempo había sido muy pobre, es descrita como estando en gran parte en la ocupación de los turcos. Felizmente, la paz de 1479, al final puso fin a la larga disputa entre Venecia y el sultán; el duque de Naxos y sus súbditos fueron tratados como venecianos, y tres años más tarde el nuevo sultán, Bayezit II, repitió el acuerdo de su predecesor.

La restauración de la paz naturalmente fue objeto de regocijo para el archipiélago puesto a prueba tan duramente, y el matrimonio de su hija en el carnaval de 1480 dio al duque una oportunidad de desahogar sus sentimientos y los de su pueblo. Había elegido como yerno a Domenico Pisani, hijo del duque de Candia y meimbro de una familia veneciana muy distinguida, y le concedió, como dote de su hija, su propia isla nativa de Santorini, con la condicion de que Pisani la restauraría en el caso de que hubiera nacido un hijo al donante ducal. Nunca había habido festividades tan espléndidas en la historia del ducado. El castillo de Milo, donde Jacopo III estaba residiendo, resonó con la alegría de los invitados de la boda. En el viejo castillo de los Barozzi en Skaros, Pisani se arrodilló con su esposa ante su señor el duque, y recibió de sus manos las llaves del castillo. Luego, en la torre del castillo más bajo, los vasallos fueron acompañados para rendir homenaje a su nuevo señor, principalmente entre ellas las dos grandes familias de Santorini, los Gozzadini y los Argyroi, o D'Argenta, arcontes griegos latinizados, que se jactaban de su descendencia desde uno de los emperadores bizantinos, pero no despreciaban poseer el castillo de San Niccolò de manos del señor de Santorini. Pisani mostró toda la energía de un rey en el día de su coronación. Plantó vides y olivos, sembró algodón, y preguntó cómo podía él beneficiar mejor a los comerciales de la comunidad. Parecía haberse abierto una nueva era; designó un nuevo obispo; colocó el lugar bajo la protección veneciana, izó la bandera de Venecia además de la suya, y viajó a la república con su esposa para obtener confirmación de su posesion. Naturalmente, Venecia concedió la petición de tan desaeable y bien conectado gobernante.

Pero el idilio de Santorini no duró mucho. Mientras Pisani estaba todavía en Venecia, su suegro murió. Jacopo III no dejaba hijos, por lo que, en virtud del contrato de matrimonio, Pisani fue autorizado a retener la isla; ciertamente, al no haber sido adoptada la ley sálica en la dinastía Crispo, su esposa habría sucedido como duquesa del Archipiélago. Pero el hermano del último duque, Giovanni III (1480-1494), no contento con acceder al ducado, desembarcó en Santorini, ocupó Skarós, bajó la bandera Pisani, e izó los rombos y las dos cruces de los Crispi. El padre de Pisani se quejó en Venecia por este acto de violencia, y el gobierno veneciano ordenó al admirante de la flota obligar a la restitución de la isla. Pero cuando sus emisarios llegaron a Santorini, encontraron que Giovanni III había reforzado las defensas de Skarós, y fueron forzado a retirarse ignominiosamente bajo una nutrida lluvia de piedras. Esto era más de lo que podía aguantar las autoridades venecianas. Ordenaron al duque, en una perentoria carta, que apareciera en Vencia para responder por los cargos conta él. Su réplica fue indicar a su cuñado  que actuara en nombre suyo. Después de que se hubieran expresado las opiniones opuestas por la corte, se acordó finalmente un compromiso: que el duque conservaría Santorini a cambio de pagar una compensación a Pisani y sus herederos. Giovanni III, habiendo obtenido lo que quería, contestó humildemente que "estaba preparado para vivir o morir por Venecia"; mientras que la familia Pisani en poco tiempo tendría la dudosa satisfacción de reinar sobre tres de las más pequeñas islas del Archipiélago.

La paz celebrada entre Venecia y los turcos no garantizó la seguridad del Levante. Durante las operaciones de Mehmet II contra Rodas, el Egeo estaba acosado por los piratas turcos, que eran un terror continuo para los más o menos piadosos peregrinos en su camino a tierra Santa, y no era extraño encontrar la propiedad de un corsario turco llena de prisioneros sacados de sus casas en la Cícladas. Bayezit II, el nuevo sultán, a pesar de su compromiso con Venecia de que no se le exigiría tributo al ducado, pidió los atrasos del pago, y se quejó de que el duque de Naxos y el barón de Paros daba refugio a piratas que hacían presas en los dominios turcos. A esta queja siguió la preparación de una flotilla para expulsar al último infractor de la isla de mármol. La República ordenó a  su almirante protegerle, y el arzobispo de Paros y Naxos aprovechó la oportunidad de su presencia en el Archipiélago para sugerir que la oferta de una renta podía inducir a los gobernantes de esas islas a transferir todos sus derechos a Venecia. Ni el duque ni Sommaripa estaban dispuestos a abdicar, aunque éste último estaba contento de izar la bandera veneciana además de la suya. Pero la tiránica conducta de Giovanni III pronto llevó a la ocupación veneciana. Ese testarudo gobernante exasperó a sus súbditos por sus exacciones, hasta tal punto, que, liderados por un veterano griego, le asediaron a él y los nobles en el castillo, del que solo fueron rescatados por la oportuna llegada de una flota perteneciente a los Caballeros de Rodas. Incluso esta lección no le hizo enmendar su camino. La ejecución de un líder rebelde volvió a encender la enemistad del pueblo contra el duque, y cuando murió en 1494, muchos de sus súbditos menearon sus cabezas y hablaron de veneno.

Aunque había dejado dos niños, hijo e hija, ambos eran menores e ilegítimos, de modo que el momento era favorable para una intervención veneciana. Quizá fue mera casualidad que el almirante veneciano con seis galeras estuviera en el puerto, y su aparición inspiró al partido popular para pedir la anexión a la república. Los hombres principales, no obstante, favorecían las reclamaciones de la madre de los niños; y el más enérgico miembro de la familia Crispo, Jacopo, bastardo del viejo duque Guglielmo II, asumió el título de gobernador de Naxos en su nombe y emitió documentos oficiales con este cargo. Mientras, no obstante, el pueblo, acompañado por sus esposas, teniendo a sus hijos en brazos, se aproximaron al almirante veneciano con gritos de "¡queremos estar gobernados por Venecia! ¡nos sometemos a ella! El almirante, que probablemente había sugerido esta demostración, les recibió bien, nombró un gobernador veneciano de Naxos, y envió oficiales a ocupar y administrar las otras islas que habían pertenecido al último duque -Santorini, Siros, Íos y Milo. Al mismo tiempo, un enviado del pueblo naxio fue enviado a Venecia para anunciar las noticias, seguido por su arzobispo y por una ambajada oficial. Se propueso entonces en el Senado que la república aceptaría el ducado, después de hacer la debida provisión para la viuda e hijos del último duque, para aliviar al pueblo de la tiranía, y para prevenir que las islas se convirtieran en un nido de corsarios y en parte del creciente imperio turco. No obstante, se decidió que  la administración de las rentas de la isla se dejarían a la familia ducal; pero que debería nombrarse un gobernador veneciano para un periodo de dos años con residencia en Naxos y un salario de 500 ducados pagadero de esos fondos; los ciudadanos naxios iban a ser enviados a gobernar las islas dependientes. Como primer gobernador veneciano de Naxos, fue elegido Pietro Contarini. Así, en 1494, Venecia al final se convirtió en señora del ducado del Archipiélago.

Quizá, la adquisición no era de gran valor económico. Se nos cuenta que de las cinco islas que el último duque había poseído bajo su dominio directo, Santorini e Íos contenían 800 almas, y Siros la mitad de ese número. Tanto Íos como Milo tenían buenos y frecuentados puertos, pero las fortifiaciones del último puerto estaban en ruinas, y al canónigo milanés Casola, que entró en Íos justo antes de la muerte del duque, le pareció el castillo de montaña de los Crispi allí "una pocilga", donde los habitantes se hacinaban juntos por temor a los piratas, pero donde la comida era buena y las mujeres bellas. Milo y Naxos eran las más florecientes de las Cícladas; la primera era rica en salitre, piedra pómez y piedras de molino; y sus baños calientes, que se habían mostrado fatales, así se dice, para el viejo duque Guglielmo II, eran las segunda solo por detrás de las de Thermia, que el entusiasta marinero veneciano Bartolomeo "dalli Sonetti", como se llamaba a sí mismo, declaraba superiores a los baños de Padua. De las otras Cícladas, donde la influencia veneciana era ahora dominante, aunque los barones de las islas eran nominalmente dependientes de ella, las dos más prósperas eran las de los Sommaripa, Paros y Andros. El señor de Andros, que fue reconocido por Venecia como bastante independiente del ducado de Naxos, parece incluso haberse titulado "Duque" de su propia isla, como había hecho Pietro Zeno, un hombre mucho más importante. Todas las otras islas, excepto tres y parte de una cuarta, pertenecían ahora a familias venecianas -Amorgos y Astipalea a los Quirini; Sérifos a los Michieli; Antiparos a los Loredani; parte de Ceos, cuyo puerto podía acoger una gran flota, a los Premarini. La hija del viejo Guglielmo Crispo, Fiorenza, todavía poseía su isla de Anafi; y los Gozzadini gobernaban sobre Sifnos, Thermia y parte de Ceos. Viendo que Venecia era la señora absoluta de Tinos y Míkonos, así como de las Espóradas septentrionales, y había adquirido Chipre cinco años antes, todavía poseía un considerable interés en el Levante, a pesar de la pérdida de Negroponte.

Las Cícladas estaban todas fortificadas, como podemos ver a partir de los planos de cada isla. Santorini y Ceos poseían cinco castillos cada uno; Paros, cuatro (entre ellos la potente fortaleza de Céfalos, que Niccoló Sommaripa había erigido recientemente como su residencia en una alta roca sobre el mar); Naxos y Amorgos tres cada una; Milo dos; y Sira y la mayor parte de las otras islas uno. Tal era la condición del Archipiélago cuando el primer gobernador veneciano desembarcó en Naxos.

La administración veneciana, breve como fue, parece haber sido beneficiosa para las islas. por el momento, los corsarios fueron borrados del mar, y la fercuente presencia de una flota veneciana en uno u otro de los puertos dieron a los habitnates una sensación de seguridad. Pero esos beneficios fueron solamente temporales. Los piratas volvieron a su terreno de caza favorito tan pronto como el almirante veneciado hubo zarpado, y dos de ellos en particular, Paolo de Campo de Catania, medio corsario medio ermitaño, y su rival Hasan el Negro de nombre, hicieron mucho daño. Además, la renovación de las hostilidades entre el sultán y la República en 1499 alarmaron a los isleños. El gobernador veneciano de Naxos escribió que no tenía pólvora; un embajador veneciano, que realizó una visita de paso,  informó de que las fortificaciones eran débiles, y sugería que el gobernador debería ser destituido y su salario dedicado a reforzarlas. Esta política recibió apoyo en casa de parte de la familia Loredano, una de cuyas hijas, "una señora de sabiduría y gran talento", había casado con Francesco, hijo del último duque de Naxos, en consecuencia, como este último había alcanzado la mayoría de edad, el senado decidió, en octubre de 1500, restaurarle el ducado, con la condición de que no tuviera a su padre por modelo. Y así, en mala hora, un joven que acabó siendo un maniaco homicida, ocupó el lugar de Venecia.

El cambio fue en todos los sentidos desafortunado para el pueblo de las Cícladas. La continuación de la guerra turco-veneciana expuso a Naxos a dos ataques en años sucesivos, en el curso de los cuales la ciudad baja fue tomada y saqueada, y muchos naxios llevados como prisioneros. Tan salvajes fueron los sentimientos de venganza que tales actos causaron, que un célebre corsario turco, obligado a tomar tierra fue asado lentamente durante tres horas por el pueblo enfurecido. La paz de 1503, como era habitual, incluyó al Archipiélago, pero los pequeños señores del Egeo eran en este momento a menudo más agobiantes para sus súbditos que los mismos turcos. Los Sommaripa de Paros estaban en guerra con los Sommaripa de Andros; los desventurados andrianos escribieron en griego a Venecia quejándose de que muchos de sus compatriotas habían sido llevado fuera a la isla del mármol, mientras que su propio "duque" Francesco era un tirano tan cruel que pensaron llamar a los turcos. Antes que permitir que tal calamidad ocurriera, la república trasladó al opresor a Venecia, y durante siete años, de 1507 a 1514, Andros fue gobernada por gobernadores venecianos y bandera del león ondeó sobre el castillo golpeado por las olas de sus señores feudales. Mientras, la capital del Archipiélago, la más bella isla del Egeo, había sido el escenario de las tragedias más horribles en la historia del ducado. Francesco III (1494 y 1500-1510) , había estado enfermo hacía tiempo, pero no fue hasta 1509, cuando estaba ocupado con la galera ducal al servicio veneciano en Trieste, en que tenemos noticia por primera vez de su locura. Tan violenta fue su conducta, que sus hombres juraron que antes servirían al turco, y el duque fue puesto en custodia en San Michele di Murano, la actual isla cementerio. De allí, no obstante, de acuerdo con una práctica todavía común en Italia, fue liberado y así dio la oportunidad de cometer un atroz crimen. El 15 de agosto de 1510, logró atraer "mediante canciones, besos y caricias" atraer a su esposa a su cama con el propósito de asesinarla. Por un momento, la duquesa consiguió escapar de la espada de su maniaco esposo al huir, justo como estaba, en camisón, a la casa de su tía, la señora de Íos, Lucrezia Loredano. Hasta allí, no obstante, en la noche del 17, la persiguió su marido, abrió de golpe las puertas y forzó su camino escaleras arriba, donde encontró a la señora de Íos en la cama. Mientras, al oir el ruido, la aterrorizada duquesa se había ocultado bajo una bañera; pero un esclavo delató su escondite; el duque la golpeó en cabeza con su espada; pero, en un frenético intento de parar el golpe, tomó la hoja con ambas manos, y cayó desvanecida sobre el suelo a sus pies. Incluso entonces la furía del desgraciado no se apaciguó; dio a la postrada mujer una estocada en el estómago, y luego la dejó para que muriera. Mientras, toda la ciudad estaba a sus pies; el duque huyó a su jardín, y desde allí fue inducido por el pueblo a volver a su palacio, donde se esforzó en vano en probar que las heridas de su esposa eran el resultado de jugar con un cuchillo. Se celebró una asamblea, en la que se decidió deponer al asesino, proclamar a su hijo Giovanni, que entonces no contaba más de 11 años, y elegir como gobernador del ducado a Giacomo Gozzadini, barón de Ceos, que residía en Naxos y que ya había ocupado ese puesto en una ocasión anteriormente. Las noticias de su deposición alcanzaron a Francesco cuando se sentaba a la mesa en el palacio con su hijo; tan grande era su furia que cogió un cuchillo para matar a su heredero, y de no haber cogido el barbero de palacio su arma, hubiera sido cometido un segundo asesinato. Afortunadamente, escapó saltando por la balconada; el pueblo se precipitó dentro del palacio, y después de una fiera lucha, en la que el duque fue herido, fue capturado y enviado a Santorini en custodia.

Los naxios no perdieron tiempo en informar lo que estaba ocurriendo a las autoridades más venecianas más cercanas, y la cuestión se llevó ante gobierno de la república. Esta última decidió enviar a Antonio Loredano, el hermano de la duquesa asesinada, como gobernador a Naxos, con un salario de 400 ducados al año, pagaderos de las rentas ducales, y trasladar al maniaco a Candia. Allí, en 1511, en el aniversario de su crimen, murió de fiebre. Loredano permaneció en su cargo durante cuatro años y medio, y así, por segunda vez, Naxos disfrutó de un breve protectorado veneciano. Como Andros también estaba bajo la administración de la República, pendiente del estaqblecimiento de varias reclamaciones sobre esa isla, la sombra del león alado cayó sobre todo el Archipiélago.

La administración veneciana de Naxos terminó cuando el joven duque Giovanni IV (1517-1564), llegó a la mayoría de edad, y como Alberto Sommaripa finalmente había sido reconocido como señor legítimo de Andros, y vistió de escarlata en señal de su sucesión, la Cícladas fueron dejadas una vez más al gobierno de las dinastías locales. El reinado de Giovanni IV, fue el más largo de cualquier duque del Archipiélago, y con una excepción, el más afortunado. No había estado mucho tiempo sobre el trono, cuando fue sorprendido meintras cazaba, por un corsario turco, y llevado como premio. Inmediatamente ordenó a su almirante en aguas griegas rescatar a su protegido, y el embajador veneciano en Constantinopla habló tan enérgicamente sobre el asunto, que el sultán prometió emitir una carta "marcada con la cabeza del corsario". El encarcelamiento del duque fue breve, pero su captura, como dijo lastimeramente, tuvo un efecto tan malo sobre sus finanzas que no pudo pagar sus deudas. Posbiblemente, el no lo veía como una excusa para eludirlas, ya que un comisionado veneciano encontró que sus rentas eran 3.000 ducados y sus gastos 1.300. "El joven duque", escribió esta autoridad, está rodeado por malos consejeros; su isla es débil, su castillo fuerte, pero malamente armado". Sanudo, que le encontró en Venecia, le describe como "un joven muy inexperto", pero, sin embargo, la soberbia República le trató con la mayor consideración. No solo incluyó a "Naxos y las islas pertenecientes a ella" en su tratado con Selim I, en 1517, sino que  concedió muchas marcas de honor al visitante ducal, que demostró cuán alto era el estatus social del soberano del Archipiélago. Cuatro nobles en escarlata y muchos otros en negro fueron enviados por el Dux para escoltarle desde la casa donde estaba residiendo, seis trompeteros y los hombres de la galera ducal le precedían, y cuando apareció vestido de terciopelo carmesí con una cadena dorada alrededor de su cuello, el dux le abrazó y le ofreció sentarse a su lado.

Como la mayor parte de su raza, no obstante, Giovanni IV, no tenia escrúpulos en desafiar a la república cuando convenía a sus propósitos. Poco después de su ascensión, la dinastía Sommaripa se extinguió en Paros (1518), por la muerte del último barón, Crusino II, sin descendencia. Inmediatamente se alzaron varios pretendientes; pues Paros, aunque sus ingresos eran entonces pequeños, era una de las islas más importantes. De esos pretendientes el más activo era el joven duque de Naxos, quien capturó los castillos de Céfalos y Paroikia, e instaló a sus propios oficiales en ambas fortalezas. Mientras, el gobierno veneciano, en su calidad de legatario residual del último barón, y en virtud de los poderes generales de arbitrio que hace tiempo había reclamado en tales casos, ordenó a un enviado ocupar Paros en su nombre, estando pendiente la decisión de la disputa. La guarnición naxia, no obstante, rechazó por la fuerza sus propuestas, y fue necesario hacer una demostración naval antes de que el duque entrara en razón. Entonces, la cuestión fue sometida a un comité de expertos en Venecia, y el senado decidió en favor de Fiorenza Sommaripa, quien, como hermana del último barón, era la heredera legítima, de acuerdo con los estatutos del Imperio de Romania, y que como viuda de un noble veneciano, Giovan Francesco Venier († 1518), era la candidata más deseable. Así, en 1520, la isla de marmol, como la isla de Venus, pasó a los Venieri. Pero tuvieron poco tiempo para dejar cualquier huella sobre su nuevo dominio, pues su dinastía también se extinguio once años después, a la muerte de Niccolò II Venier en 1531, cuando una nueva disputa se levantó por la sucesión. En esta ocasión, el duque de Naxos, ahora con más edad y sabiduria, no se interpuso; un comisionado veneciano fue enviado para gobernar la isla en el ínterin, y en 1535 la república decidió en favor de otra mujer, Cecilia Venier, hermana de Niccolò II, y esposa de un bravo veneciano, Bernardo Sagredo, cuya heroica defensa de la isla contra los turcos es uno de las últimas y más brillantes páginas en la historia del Archipiélago.

La ascensión de Sulaymān el Magnífico renovó e incrementó los peligros a los que estaban peculiarmente expuestos los pequeños señores del Egeo, como puesto de avanzada del Cristianismo. Cualquier ventaja que pudieran ganar de su tratado con Venecia estaban más que equilibrados por su captura de Rodas -un hecho de armas facilitado por la indiferencia de la serena república. Pero el duque de Naxos no era indiferente al destino de los Caballeros guerreros, una rama de cuya orden existía en su capital, y que había ayudado durante los últimos cuarenta años a la vecina isla de Nikaria. Rogó a Dios para ayudarles en esta, su hora de necesidad, e dio lugar a la censura de Venecia y al riesgo de un ataque turco al suministrarle provisiones. Ciertamente parece haberse pensado que después de la caída de Rodas ellos pedirían su permiso para hacer de Naxo su cuartel general. Tal acto de generosidad, no obstante, habría sido fatal para el ducado; pues o bien los recién llegados se habrían hecho sus amos, o bien el sultán lo habría anexionado sin demora, antes que permitir que una posición tan central cayera en posesión de sus enemigos mortales. Los sacerdotes hacía mucho que habían transladado los arzobispados de Lindos y los dos asiáticos a la sede metropolitana del Archipiélago de Naxos, y ahora dotaron al arzobispo con los bienes de la Orden allí.

Durante los siguientes diez años tenemos pocas noticias del ducado; Venecia estuvo en paz con el gran sultán, de modo que su protegido fue capaz de dejar su estado insular con el proposito de pagar un voto en Loreto y Roma, sin molestias excepto por la visita de algún peligroso corsario turco. Su debilidad, no obstante, quedó claramente de manifiesto en 1532, cuando Kurtuglu, uno de los peores de esos ladrones del mar, apareció súbitamente en Naxos con doce naves, y solamente fue sobornado por un regalo de dinero y viandas. Tanto el gobernador veneciano de Paros como el pequeño señor de Sifnos tuvieron que pagar un chantaje a este rufián, que recaudó 30 ducados de las exiguas finanzas de esta última isla.

En 1536 Francia y el sultán hicieron un terrible alianza con el propósito de expulsar a Venecia del Levante, y al año siguiente estalló la guerra que estaba destinada a privar a la República de sus últimas posesiones en la Morea. El ataque turco sobre Corfú fracasó, pero una flota de setenta galeras y treinta navíos más pequeños aparecieron en el Egeo bajo el mando de Khayr al-Din Barbarroja, el terrible corsario, siendo él mismo un isleño de Lesbos, que había llegado a ser un almirante turco. Sus primeros ataques estaban dirigidos contra las dos islas venecianas de Cerigo y Egina, desde donde el comandante barbarroja zarpó a las Cícladas, donde una pequeña dinastía veneciana tras otra caían ante él. El castillo de Sérifos, donde los Michieli lo habían enseñoreado durante más de un siglo, no pudieron salvar su diminuta baronía de la anexión; el grupo de islas, Íos, Anafi y Antiparos, que habían pasado por matrimonio o herencia unos pocos años antes desde la familia ducal a los Pisani, ahora se convirtieron en turcas; los Quirini perdieron sus posesiones de Astipalea y Amorgos, cuyos habitantes huyeron a Creta. Esas seis islas nunca más volvieron a tener influencia latina. Abandonada por Venecia en el vergonzoso tratado de 1540, sus señores venecianos en vano intentaron recobrarlas mediante negociaciones con la Sublime Puerta. Los Pisani pleitearon por la restitución de la pequeña Anafi, pero el bailío veneciano en Constantinopla replicó que todos los habitantes habían sido trasladados, y que la isleta había quedado como una mera roca estéril. Los Quirini estaban dispuestos a consentir la pérdida de Amorgos, si podían retener Astipalea, la isla cuyo nombre habían incorporado con los suyos. Pero allí, de nuevo, el sultán fue inexorable. El escudo de los Michieli sobre el la puerta del castillo en Sérifos preservó en solitario la memoria de su gobierno allí; pero la conexión de los Quirini con Astipalea sobrevive en sus armas en esa isla y en el nombre de la plaza, calle, puente y palacio en Venecia, donde residieron mucho tiempo (Querini Stampalia), y donde murió, en la segunda mitad del siglo XIX, el último de su raza, Giovanni di Alvise ( 1869).

Habiendo hecho así una conquista fácil de las islas más pequeñas, Barbarroja apareció en Paros y la ordenó someter. Pero Bernardo Sagredo, el barón de la isla marmórea, estaba dispuesto a no abandonar su nuevamente ganada posesión sin lucha. Abandonando la fortaleza de Agoussa al enemigo, se encerró con las pequeñas fuerzs a su mando en el fuerte castillo de Céfalos, donde, con la ayuda de un proscrito florentino, no solo resistió varios días, sino que hizo salidas efectivas sobre los sitiadores. La falta de pólvora, no obstante, le obligó a rendirse; a su esposa, Cecilia Venier, se le permitió retirarse a Venecia, y el mismo Sagredo pronto fue liberado de cautividad, gracias a la gratitud de un marinero de Ragusa que una vez había remado en una galera bajo su mando. Los parios, unos 6.000 de número, fueron tratado como lo habían sido otros isleños; los ancianos fueron asesinados, los hombres jóvenes fueron enviados a servir en el remo; a las mujeres se les ordenó danzar en la costa, de modo que el conquistador pudiera elegir las más placenteras para sus lugartenientes; los niños fueron enrolados en los cuerpos de los jenízaros. Aunque Sagredo intentó recobrar su isla perdida mediante el ofrecimiento de un tributo, fue abandonada al sultán por el tratado de 1540. Pero el último pareció haberla entregado al duque de Naxos, entre cuyas posesiones la encontramos incluída unos veinte años más tarde, mientras que al mismo tiempo, un griego llamado Eraclídes Basilikós, uno de esos aventureros tan comunes en el Levante, que presumían de ser descendientes de los gobernantes de Moldavia, estaba satisfecho titulándose Margrave Palatino de Paros.

Desde Paros, la flota turca zarpó a la capital de las Cícladas. Tan pronto como las terribles galeras fueron avistadas, los habitantes huyeron de todas partes de la isla a tomar refugio en la ciudad, dejando en su precipitación sus escasos bienes y enseres tras ellos. Los turcos tras destruir todo lo que encontraron a su paso, enviaron al duque un enviado cristiano por medio del cual le exigía someterse al sultán a cambio de mantener sus posesiones. Ante la imposibilidad de resistir un asedio, el duque aceptó las condiciones comprometiendose a pagar un tributo anual de 5.000 ducados,y pagando el primer año por adelantado para apaciguar a su amenazante adversario. La suma estaba más allá de los medios de un pobre duque y un exiguo estado, pero la pérdida del dinero era un mal menor ante la pérdida de sus dominios. Sin embargo, con todas esas concesiones, no pudo impedir que los turcos saquearan "la Reina de las Cícladas" y se llevaran más de 25.000 ducados de botín, y él ya preveía que, a menos que la Cristiandad se uniera contra el Turco, en el intervalo de unos pocos años compartirían el mismo destino que le había sucedido, ochenta años antes, al último emperador griego de Constantinopla.

Con la esperanza perdida de hacer que la cristiandad olvidara sus querellas y se combinaran contra el enemigo común, el duque envió su memorable carta al Papa Pablo III, al emperador Carlos V, a Fernando, rey de Romanos y a Francisco I de Francia, por la que les recordaba la riqueza y fortaleza del magnificente sultán. Apuntaba que la política del sultán era separales, de modo que fuera más fácil destruir a uno mientras engatusaba al otro, y que por esete medio no tardaría mucho en que toda la tierra estuviera a los pies de Mehmet. Asimismo, le urgía a que se levantaran e invadieran al imperio turco mientras la atención del sultán estaba distrída por la guerra con Persia. Pero todo fue en vano.

Mientras, Barbarroja continuó con su carrera de conquista; Míkonos, que se intentó ocupar tan dolorosamente 16 años antes, ahora sucumbió, nunca se convertiría en veneciana de nuevo, aunque el rector de Tinos todavía podía pretender tener jurisdiccion sobre la isla hermana y durante medio siglo llevó su nombre en su cargo. Muchos de los habitantes fueron capturados; el resto huyó a Tinos. El pueblo de esta última isla, a pesar de su devoción a Venecia, se rindió inmediatamente a la llamada del terrible admirante; a sugenrencia de un traidor melio, que, como súbdito del duque de Naxos, no era amigo de los venecianos, entregaron a Dolfino, el rector, a Barbarroja. Pronto se arrepintieron de su precipitada rendición, pidieron ayuda a Creta, y una vez más ondearon la bandera del león. Ceos, entonces dividida entre los Premarini y los Gozzadini, fue capturada, pero concedida por el sultán al duque al año siguiente. Crusino Sommaripa perdió Andros, pero logró recuperar la posesión de su isla, gracias a la intervención del embajador francés en Constantinopla. Se acordó que pagaría un tributo anual de 35.000 aspers al bey de Negroponte, y un edicto del sultán permitió especialmente a los andrianos defenderse contra la violencia de los jenízaros.

En 1538, Barbarroja hizo un segundo crucero en el Egeo con una flota de 120 barcos, recibió el tributo debido del duque de Naxos, y puso fin para siempre al gobierno de Venecia en la Espóradas del Norte. El pueblo de Esciros inmediatamente entregó a Cornaro, su rector, con su corte y algunos artilleros enviados desde Candia, y ofrecieron pagar un tributo de 2.000 ducados a los turcos. Memmo, el rector de Eskíatos, sabía que el elevado castillo poseía una gran fortaleza natural; por tanto, decidió resisitir, y como su guarnicion era pequeña, armaron a los nativos, en los que pensó que odía confiar. Desgraciadamente, una flecha le hirió en el primer ataque; como estuvo herido en su litera, los traidores en el castillo cayeron sobre él y le mataron; luego dejaron entrar a los turcos. Barbarroja estaba tan indignado por el asesinato de bravo oponente, que ordenó al instante la decapitación inmediata de los hombres que habían traicionado a su comandante. Cuando el barón Blancard, el almirante francés, pasó poco después, encontró Eskiatos y Eskópelos desiertas.

Como las islas de los despose idos barones del Archipiélago, las Espóradas del Norte y la mucho más antigua colonia veneciana de Míkonos fueron retenidas por el sultán en la paz de 1540, a pesar de los esfuerzos del plenipotenciario veneciano. Cinco años más tarde econtramos a Venecia todavía intentando en vano obtener la restitución de la pequeña Míkonos. Solo las dinastías no venecianas del Egeo -los Crispi, los Sommaripa, y los Gozzadini- sobrevivieron a las dos visitas fatales del almirante de la barba roja. Incluso el señor de la pequeña Sifnos estaba contento de pagar tributo. Ellos sabían, no obstante, que solamente existían de mala gana. Venecia ya no podía proporcionales protección, ni tenía los mismos intereses que antes en un mar donde Tinos era ahora su única posesion. Venecia permitía a los tiniotas tener en gran medida un obierno local.

Apenas se había celebrado la paz de 1540 cuando el duque, que tan elocuentemente había sermoneado a los Grandes Poderes sobre la necesidad de unión, ejemplificó la insinceridad de tales máximas, al beneficiar a sus propios parientes a expensas de sus vecinos cristianos. Los turcos consintieron, y los venecianos protestaron en vano, cuando expulsó a los Premarini de su parte de Ceos, y la concedió, junto con la desvastada isla de Míkonos, que Venecia había sido forzada a entregar al sultán, a su hija al casarse con Giovan Francesco Sommaripa, el último señor latino de Andros, mientras que permitía a los Gozzadini, que eran los parientes de su esposa y amigos tradicionales de su dinastía, retener su parte de Ceos. El duque podía continuar distribuyendo feudos a sus amigos, podía nombrar a sus parientes gobernadores de sus islas subordinadas; pero no se hacía ilusiones sobre la seguridad de su tenencia. Cada añó la desafección de sus súbditos griegos, que en esta época formaban el 19 o 20 % de la poblacion de Naxos se incrementó; vieron que sus señores latinos eran ellos mismos esclavos de los turcos, y cuando una nación occidental había perdido su prestigio, ¿cómo podía esperar gobernar a un pueblo oriental? Además, para recaudar fondos para su tributo al sultán y para sobornar a los oficiales turcos, el duque estaba obligado a extraer más dinero que antes de sus súbditos. Estos últimos, como en otros estados latinos del Levante, encontraron líderes en el clero ortodoxo. En 1559, el duque fue obligado a expulsar al metropolitano ortodoxo Paronoxia por sedición. Tal incidente que no tiene paralelo en la historia del ducado desde los días de Marco II fue de mal agüero para el futuro. Por aún, el patriarca ecuménico pidió al gran visir que expulsara a la jerarquía católica, cuya escandalosa conducta y gran impopularidad eran admitidas por el duque en dos cartas a Roma. Era obvio que en cualquier momento los nativos odían llamar a los turcos para poner fin a la tiranía de la pequeña guarnición extranjera que todavía conservaba sus títulos y dignidades sin el poder para hacerlos respetar.

El ducado de Naxos bajo Giovanni IV

Giovanni IV, afortunado por  la oportunidad de su muerte, se ahorró la humillación de ser testigo de la caída de su dinastía. Finalizó su largo reinado -el más largo que cualquier duque del Archipiélago- en 1564, y su segundo hijo, Jacopo IV (1564-1566 y 1571-1572), el último gobernante cristiano del ducado reinó en su lugar pues su hijo mayor, Francesco IV (1545-<1550), que había compartido el trono de su padre y por tanto había adquirido alguna experiencia de gobierno, le había precedido desfortunadamente. El nuevo duque reconocía que era un simple títere de los turcos, pero aunque veía la debilidad de su posición, actuó como si fuera inexpugnable. Él y los nobles de su pequeña corte no pensaban en nada sino en sus placeres y en cómo satisfacerlos. El libertinaje del castillo de Naxos escandalizó absolutamente a los moderados griegos; y el climax se alcanzó cuando el clero latino vivió en abierto concubinato y un eclesiástico católico acompañó públicamente el cuerpo de su dama a la tumba y recibió las condolencias de sus amigos en su pérdida. Este shock a su moralidad, combinado con la opresión fiscal, al final hizo a los griegos desear un cambio de señor, tal como el pueblo de Quíos acababa de experimentar. Enviaron a dos de los suyos al sultán, mendigándole que les enviaran a alguna persona adecuada para gobernarles. El duque se dio cuenta ahora del peligro; recaudó 12.000 ducados y zarpó para contrarrestar sus esfuerzos mediante el más convencente de los argumentos. Pero era demasiado tarde; a su llegada, fue despojado inmediatamente de todas sus posesiones y lanzado en prisión como un malhechor común, donde permaneció durante cinco o seis meses. Mientras otro renegado cristiano, Pialì Pasha, que había expulsado a los genoveses de Quíos, regresaba del Adriático, y ocupó Naxos sin oposicion. Los griegos de Andros que habían aprendido a despreciar a su débil señor, viendo el éxito obtenido por sus compañeros en Naxos al deshacerse de su duque, conspiraron contra la vida de Sommaripa. Abandonado por la mayoría de los latinos de la isla, que, en lugar de reunirse a su alrededor, huyeron de la persecucion de los griegos, salvó su vida, pero perdió sus islas de Andros y Ceos, al huir a Naxos, isla nativa de su esposa. Al mismo tiempo, la última dinastía que quedaba, la de los Gozzadini, fue borrada del mapa.

El nuevo sultán, Selim II, concedió el más antiguo y pintoresco de todos los estados latinos del Levante a su favorito, Joseph Nasi, un aventurero judío, quien de este modo, después de muchas vicisitudes se levantó desde la prosaica tesorería hasta el romántico trono isleño de los Sanudi y los Crispi. Nasi pertenecía a una familia de judíos portugueses, que aparentemente había aceptado el cristianismo para escapar a la persecución, había asumido el agresivo nombre portugués de Miquez, mejor para ocultar su origen hebreo. Después de muchas vicisitudes, armado con una carta del embajador francés en Roma, fuera Constantinopla, donde los judíos eran bien recibidos y donde comenzó su fortuna real. Volvió a la fe de sus antepasado y bajo el nombre de Joseph Nasi, se ganó la intimidad del futuro sultán, Selim II. Como otros magnates judíos, Nasi estaba ansioso de beneficiar a su raza además de a sí mismo. Acariciaba la idea de fundar un estado judío. En vano pidó a Venecia que le cediera una isla para la nueva Sión; de Sulaymān el Magnifico obtuvo permiso para reconstruir la ciudad de Tiberias. Los sorprendidos diplomáticos franceses informaron de que intentaba hacerse "rey de los Judíos". Tal era el hombre al que Selim II otorgó Naxos, Andros y las otras islas del Archipiélago, con el título histórico de duque.

Cuando los isleños oyeron que un judío iba a ser su nuevo amo, se apresuraron a reparar el error que habían cometido. Los griegos no amaban a los católicos, pero querían a los judíos aún menos. Los súbditos del desposeído duque suplicaron al sultán que liberara a Jacopo IV, y lo restaurara a su fiel pueblo. Selim II lo liberó pero rechazó restaurarle en el trono ducal. Encontrando que sus argumentos eran del todo inútiles contra el todopoderoso judío, Crispo, acompañado pro su familia y por su hermana, la señora de Andros, huyeron a la Morea, desde donde partieron hacia Roma para buscar la ayuda del Papa Pío V, mentras que su esposa encontraba refugio en la república de Ragusa. Desde Roma el duque fue a suplicar limosna a Venecia; y todo el gobierno veneciano, movido or el espectáculo de su pobreza, le asistió, igual que había hecho el papa, y le capacitó para vivir de manera más adecuada al "Primer Duque de la Cristiandad".

El duque judío de Naxos jamás visitó su ducado durantre los 13 años que le perteneció. Posiblemente no se atrevía cambiar la corte de Constantinopla, donde era el compañero del sultán Selim, por el espléndido aislamiento del castillo feudal de los Crispi en Naxos o por la fortaleza isleña de los Sommaripa en Andros. Estaba ansioso por sacar todo lo que pudiera de las Cícladas -pues el tributo de las islas al sultán era de 14.000 ducados y sus gastos personales enormes, y por tanto envío a un representante en el que tenía total confianza, Francesco Coronello, quien se empeñó en completar la conquista de las islas con Tinos, la última posesión veneciana. Para ello envió al almirante turco Pialí Pasha; la guarnición, al mando de Girolamo Paruta salvó a la isla de la conquista turca, en incluso algo más tarde Coronello, cuando estaba visitando Siros, cayó en manos del comandante de tres navíos cretenses. La fatal guerra que se desató ahora iba a costar a Venecia la posesión de Chipre; una flota veneciana entró en el Arcuipiélago; el momento era propicio, pues el lugarteniente de Nasi estaba prisionero en Canea; y así, en 1571, con la ayuda del provveditore Canale, Jacopo IV, fue restaurado en el trono ducal, y Niccolò Gozzadini recobró su isla de Sifnos. No obstante, no parece que hubiera regresado a Naxos, que fue temporalmente colocada bajo la administración de un cierto Angelo "Giudizzi", quizá uno de los Gozzadini. Pero ejerció su autoridad al nombrar a un nuevo arzobispo. El duque demostró su gratitud a la República al seguir su flota a la gran batalla de Lepanto con una fuerza de 500 hombres.

Mientras, los tiniotas habían enviado un mensajero secreto a Venecia, implorando a la República que no dejara perder un hombre tan peligroso como Coronello. Por lo tanto, el Senado ordenó a las autoridades cretenses averiguar la verdad de las alegaciones contra él; si demostraba que eren ciertas, entonces lo ejecuctarían en secreto y dirían que había muerto de una enfermedad; si había cualquier duda sobre los cargos, le enviarían a prisión en Candia, para mayor seguridad. La secuencia de este incidente es desconocida; peor Coronello logró recobrar su libertad y su anterior posición en Naxos, que fue recuperada por los turcos bajo Mehmet Pasha casi tan pronto como había conquistada por Canale. En cualquier caso, en 1572 encontramos a Giacomo IV, rogando a la República que ordenara a su flota ayudarle a recapturar sus dominios. Como otra gente, estaba inspirado con esperanza  por la reciente victoria de Lepanto, en la que él había tomado parte; pero se decepcionaron sus esperanzas en la humillante paz que los venecianos celebraron con el sultan en 1573. 

A la muerte de Selim II, al año siguiente, se esperaba que la influencia de su favorito Nasi menguara, ya que el gran visir lo odiaba, y por tanto, las posibilidades del depuesto duque parecían más brillantes. La madre del nuevo sultán, Murat III, una Baffo, era nativa de Paros, y por tanto, esperaba que su influencia con su hijo ejerciera en su favor. Por consiguiente, en 1575 partió hacia Constantinopla por el camino de Ragusa y Filipópolis. Pero su misión fracasó, y al año siguiente murió en Pera, y fue enterrado allí en la iglesia latina. Nasi, cuya influencia había disminuido desde la ascensión de Murat III, todavía era suficientemente capaz de retener el ducado de Naxos y el impuesto del vino, continuó gobernando las islas desde su mansión en Belvedere, cerca de Constantinopla, aunque el fiel Coronello, cuya autoridad fue tal que se dice que se había titulado oficialmente "Duque del archipiélago". Nasi mantuvo las antiguas leyes y costumbres de los latinos; sus otros oficiales eran todos cristianos; intentó ganarse a algunas de las antiguas familias, como los Sirigo y los D'Argenta, o los Argyroi de Santorin, mediante la entrega de lugares bajo su gobernador-lugarteniente y confirmándoles en la legitimidad de su propia posición, mediante el matrimonio de uno de sus hijos con un miembro de la antigua familia ducal. Pero su administración fue tan poco capaz de defender las vidas y propiedades de los súbditos de su amo de los corsarios como lo había sido la de los Crispo. En 1577, los D'Argenta, que habían sido barones del castillo de San Nicolás en Santorini durante generaciones, fueron atacados por diez galeras turcas y llevados a Siria. Lograron obtener su libertad, pero no recuperaron su castillo ancestral.

El duque Nasi de Naxos murió en 1579, y como no dejó herederos, su dinastía murió con él. En cuanto se conoció la noticia, varios habitantes de las Cícladas que estaban en Constantinopla fueron a la Puerta y pidieron la restauración de sus anteriores señores de Naxos y Andros, cuyos hijos se habían retirado a Venecia. El embajador francés informó que el gran visir -un amargo enemigo de Nasi- se había expresado favorable al regreso de esas dos antiguas dinastías, pero no se cumplió nada del plan. Se decidió anexionar las islas al imperio turco, y se enviaron un sandjakbeg y un cadí para gobernarlas. En 1580, una representación de cristianos de las islas incluyendo los Sommaripa de Andros, apareció en la Sublime Puerta, y obtuvieron de Murat III capitulaciones extremadamente favorables, que fueron confirmadas por Ibrahim 60 años más tarde, y formaron la carta estatutaria de las Cícladas bajo el gobierno turco.

Pero, aunque el ducado del Archipiélago había muerto para siempre, una pequeña pero antigua dinastía latina aún permaneció en las Cícladas durante casi cuarenta años más. Los Gozzadini habían sido restaurados en Sifanto (Sifnos) en 1571, y en su palacio en esa insignificante isla, y en su castillo de Akrotiri en Santorini, continuaron residiendo. No se nos cuenta como lograron sobrevivir a la oleada turca; quizá su insignificancia les salvó, o que ellos descendían de Bologna y no de Venecia. En cualquier caso, ellos, que se jactaban de su independencia respecto del ducado, todavía existían, aunque tributarios del imperio turco. En 1607 Angelo Gozzadini envió a sus hijos, para ser educados, al Collegio Greco en Roma, y en esa ocasión, el Papa Pablo V, emitió una llamada en su nombre a toda la Cristiandad, con especial referencia a una futura cruzada de la flota veneciana en el Egeo. Al año siguiente, la escuadra veneciana encontró una hospitalaria recepción de su parte en su domino insular, y se declaró un leal vasallo de la República; pero en 1617, su diminuto estado fue engullido por el Imperio turco. Angelo buscó refugio en Roma, donde el cardenal Gozzadini era entonces influyente; pero en su vejez regresó a Naxos, donde sus ancestros habían vivido tanto tiempo. Sus dos hijos, uno de los cuales luchó por Venecia en la guerra de Candia, en vano esperó la restauración de sus siete islas, pero murieron, al igual que tantos príncipes depuestos, en el exilio en Roma.



Genealogías:

Dinastía Crispo, duques de Naxos

Dinastías Giustiniani, Da Corogna y Gozzadini (en Ceos, Sérifos, Sifnos, Thermia y Anafi)



Dinastía Michieli (en Ceos y Sérifos)


Dinastía Premarini (en Ceos)


Dinastías Quirini y Grimani (en Astipalea y Amorgos)


Dinastía Schiavi (en Íos y Amorgos)


Dinastía Sommaripa (en Paros, Antíparos y Andros)



BIBLIOGRAFÍA:

W. MILLER: The Latins in the Levant. A History of Frankish Greece (1204-1566). 1908.
A.M.H.J. STOKVIS: Manuel d'Histoire, de Genealogie et de Chronologie de tous les Etats de Globe. 1966.