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domingo, 25 de febrero de 2018

Los intentos de independencia de Cataluña (I): La revuelta catalana contra Juan II de Aragón (1462-1472)

1. Antecedentes: el conflicto social en Cataluña bajo el reinado de Alfonso V

Cataluña conoció durante el reinado de Alfonso V, graves trastornos sociales. El más significativo fue el de los payeses de remensa (campesinos que para poder abandonar el señorío tenían que pagar una redención o remensa), que en realidad se había iniciado bastantes años atrás y que, por otra parte, duró nada menos que hasta el reinado 1486, cuando era rey de Aragón Fernando el Católico, y el que opuso, en el ámbito de la ciudad de Barcelona, a la Biga y la Busca.

a) Los payeses de remensa

La crisis en el campo arrancaba de las últimas décadas del siglo XIV y sobre todo del período 1380-390. La caída de las rentas señoriales, derivada, sin duda de la depresión del siglo XIV, había empujado a muchos señores de la tierra a poner en práctica los malos usos, lo que constituía una ofensa para los labriegos. Los efectos de la crisis entre los campesinos, por el contrario, eran muy desiguales, ya que un sector del campesinado, sin duda, el más rico, se había visto beneficiado. En cambio, empeoró notablemente la situación de los payeses más modestos, en particular los de las zonas montañosas, los cuales se convertirían, a la larga, en el ala radical del movimiento de protesta. Los objetivos de los payeses eran muy variados. Por una parte, intentaban garantizar la posesión de aquellas explotaciones que se habían acrecentado, gracias a la incorporación de los masos ronecs, es decir, las tierras abandonadas por los efectos de la crisis, y por otra pretendían alcanzar la libertad de los remensas. De todos modos mientras los payeses más acomodados preferían llevar la lucha por el terreno de las negociaciones de carácter sindical, los más pobres, por el contrario, defendían como únic avía para alcanzar los fines previstos la lucha armada.

Alfonso V tomó partido en el conflicto del campesinado catalán, por lo general en beneficio inequívoco de los payeses. A partir del año 1446, la monarquía aragonesa lanzó una ofensiva claramente antioligárquica que se tradujo, paralelamente, en una actitud filoremensa. Esta política favorable a los campesinos coincidió con la agitación en el medio rural, nuevamente perceptible en el año 1447. Por de pronto, se aprobó por parte de la corona, una reglamentación de las reuniones que celebraban los payeses. Dicha medida hizo posible la puesta en marcha, al poco tiempo, de un sindicato remensa. De todos modos, hay momentos en los que se observan ciertas vacilaciones de la corona, motivada por la reacción de la oligarquía, pero la presencia como lugarteniente general de Cataluña, bajo la tutela de la reina María, de Galcerán de Requesens, que ocupó el puesto en octubre de 1453, benefició notablemente a los campesinos. El día 5 de octubre del año 1455 se acordó la aprobación de la denominada Sentencia Interlocutoria, que en la práctica suponía la supresión de todas las servidumbres rurales, incluidos, pro supuesto, los malos usos. por de pronto los remensas recibían la posesión de la libertad que habían venido reclamando desde tiempo atrás. Ciertamente, al año siguiente, 1453, como consecuencia de la ofensiva de los poderosos en las Cortes de Barcelona, hubo un ligero retroceso de la política regia en ese terreno, dejándose en suspenso la aplicación de la mencionada Sentencia Interlocutoria, pero en septiembre de 1457 fue restablecida. 

b) La Biga y la Busca

El otro gran conflicto social, éste desarrollado básicamente, los últimos años delr einado de Alfonso V, fue el que enfrentó, en la ciudad de Barcelona, a la Busca y la Biga, dos plataformas que aglutinaban a grupos sociales diversos. La Busca tenía un carácter más popular, pues reunía en su seno a los sectores ligados a la producción industrial, en particular al de fabricantes de tejidos, y a los comerciantes de rango medio. La Biga, en cambio, estaba integrada por el sector más rico de los comercianes. Hubo, no obstante, excepciones. Una de ellas nos la proporciona la familia de los Deztorrent. Aunque el origen de su fortuna se había generalizado, según todos los indicios, en la práctica del comercio, los Deztorrent eran, a mediados del siglo XV, al mismo tiempo caballeros, ciudadanos honrados y mercaderes. Asimismo, una hábil política matrimonial les había permitido enlazar con grandes hombres de negocios, como los Casasaja, conocidos banqueros, pero también con linajes  nobiliarios como los corbera. Así pues, se trataba de una familia de la alta burguesía catalana. Sin embargo, en agudo contraste con esa situación, los Deztorrent no solo apoyaron la causa monárquica sino que uno de sus más destacados miembros, Pere Senior, militó en el partido de la Busca.

Sin duda alguna, los ciutadans honrats, es decir los sectores próximos a la Biga, habían controlado tradicionalmente el poder en el gobierno municipal de la ciudad de Barcelona. Ahora bien, las protestas contra el gobierno de los mencionados ciutadans honrats, por parte de los grupos populares, se hicieron oir desde 1425 en adelante. sin duda influyó en ello la crisis de ese año, que se tradujo en una caída de los salarios y en un incremento del paro. Más aún, las graves dificultades económicas de la década 1440-1450, perjudicaron notablemente a la Biga. Frente a ella, la Busca reclamaba la toma de medidas drásticas para acabar con la crisis, entre las que destacaban la realización de una política económica proteccionista y el saneamiento de la maltrecha administración municipal.

Las críticas por parte del pueblo menudo a la oligarquía gobernante en Barcelona habían ido creciendo, alcanzando una gran fuerza desde la primavera del año 1451. Un incidente particularmente grave estalló en septiembre de ese año, con motivo del envío a Mallorca de la denominada galea de guardia, que tenía como finalidad ayudar a los ciudadanos de Palma en su lucha contra los forans, es decir, los habitantes de las restantes villas. Ante las protestas populares los consellers ordenaron el regreso de la citada galera. Las tensiones entre la Biga y la Busca, por lo tanto, iban en aumento. Un importante paso adelante en el fortalecimiento de la Busca fue la constitución, en el año 1452, del llamado Sindicato de los tres Estamentos y Pueblo de Barcelona, que agrupaba a los mercaderes, los artesanos y los artistas.  En un primer momento al Alfonso V se había negado a conceder autorización para la creación de dicho sindicato, quizá por temor a que pudiera surgir en Barcelona una revuelta parecida a la de Mallorca de los forans, pero finalmente, en junio de 1452, lo permitió. Ni que decir tiene que aquel acontecimiento fue un duro golpe para los sectores privilegiados de la ciudad de Barcelona.

No obstante, el hecho decisivo para el acceso de la Busca al poder municipal de Barcelona fue la presencia como lugarteniente real en Barcelona de Galcerán de Requesens. En noviembre de 1453 la Busca lograba llegar al poder, aunque ciertamente, quien en esos momentos actuaba no era el sector radical, sino la fracción moderada de la misma. los triunfadores inmediatamente comenzaron a poner en marcha las reformas previstas. No fue posible proceder a una rápida devaluación monetaria, como se había previsto en un principio,pero en cambio se acordó establecer una política de claro signo proteccionista, amparada en un Acta de Navegación. Asimismo se procedió a democratizar el gobierno municipal, estableciendo igual número de representantes para cada uno de los cuatro estamentos en el Consell de Cent.

La Biga reaccionó, utilizando a su favor, entre otros elementos, el inevitable desaliento de gran parte del pueblo menudo, que no había visto el fin de sus desdichas con el acceso al poder de la Busca. La Biga terminará por constituir uno de los elementos básicos de la futura evolución catalana contra Juan II, que sucedió en el trono aragonés a Alfonso V en 1458. Dicho enfrentamiento fue la manifestación de una grave crisis interna en la sociedad en relación con una depresión económica, tanto en el siglo XIV como en el XV; es la oposición entre dos conceptos distintos de dirigir el desarrollo del país y su gobierno, y por fin es una de las principales causas de una cruel guerra civil de diez años, surgida, encauzada y mantenida desde Barcelona que consiguió arrastrar a gran parte de Cataluña.



2. Juan II, rey de la Corona de Aragón (1458-1479)

El fallecimiento sin hijos legítimos de Alfonso V el Magnánimo en 1458, permitió que fuera coronado rey de los territorios que integraban la corona de Aragón su hermano Juan, el cual se convirtió en Juan II de Aragón. Éste se enteró de la muerte de su hermano el día 15 de julio de 1458, mientras se hallaba en la localidad navarra de Tudela. Es posible, como ha apuntado el historiador Jaime Vicens, que Juan recibiera la noticia de la muerte de su hermano con cierta alegría, en parte como consecuencia de los muchos años que ambos hermanos llevaban separados. Lo cierto es que unos días después Juan II juró en la seo de Zaragoza, en su condición de monarca de Aragón, los fueros de dicho reino.

El nuevo monarca aragonés contaba en su haber con un amplísima experiencia política. en efecto, Juan II había tenido un indudable protagonismo, tanto en tierras de la corona de Castilla como en el reino de Navarra, sin olvidar su actuación en las islas del entorno italiano. Juan II, hijo de Leonor de Alburquerque y de Fernando de Antequera, el que llegó a ser, posteriormente, primer monarca de la dinastía Trastámara en Aragón, había nacido en 1398 en la villa castellana de Medina del Campo. Así pues, en el momento en que fue proclamado rey de Aragón tenia nada menos que sesenta años de edad, situación nada frecuente en los tiempos medievales. al marchar su padre hacia Aragón en 1412, tras la resolución adoptada en el compromiso de Caspe, el infante Juan se convirtió en uno de los dirigentes del bando aragonés en Castilla. 

La instalación de la dinastía Trastámara en la corona de Aragón le posibilitó proyectar su actividad política en aquellos territorios. Los primeros pasos los dio en el Mediterráneo: en 1415 fue nombrado lugarteniente general de Cerdeña y Sicilia, cargo en el que estuvo hasta 1416. Años más tarde ocuparía la lugartenencia en los reinos de Aragón y de Valencia y, desde 1454, la de Cataluña. Su actividad en tierras del principado, desarrollada en el contexto de una aguda crisis económica y social, se decantó claramente a favor de los buscaires y de los payeses de remensas, es decir, de los sectores populares de la ciudad y del campo. Esa actitud explica los serios problemas que tuvo el lugarteniente Juan con las Cortes de Cataluña, y en particular con los grupos aristocráticos del Principado, los cuales se opusieron rotundamente a las medidas que adoptó en aquellos años.

Por otra parte, su matrimonio con Blanca de Navarra, que tuvo lugar en 1419, le permitió ser, en 1425, rey consorte de aquel territorio y, desde 1441, tras el fallecimiento de su esposa, monarca efectivo. En su testamento, Blanca de Navarra dejaba el reino a su hijo Carlos, si bien le pedía a éste que no tomara el título sin el previo consentimiento de su padre. Carlos había nacido en 1421 adoptando, dos años después, el título de príncipe de Viana. No obstante, pronto surgieron serias desavenencias entre Juan de Navarra y su hijo Carlos de Viana. Por si fuera poco el problema se agravó debido a que el enfrentamiento entre padre e hijo conectó inmediatamente con la división existente en tierras de Navarra entre el bando de los beamonteses y el de los agramonteses. Los primeros, gentes de la montaña, dedicados preferentemente a actividades ganaderas, apoyaron la causa de Carlos de Viana, en tanto que los agramonteses, procedentes de la llanuras y por lo tanto agricultores, se pusieron del lado de Juan.


Juan de Navarra lanzó una ofensiva en 1451, de la que resultó preso su hijo Carlos. No obstante Carlos de Viana salió libre tras el acuerdo de Zaragoza, firmado en 1453. Pese a todo la paz entre los bandos enfrentados de Navarra parecía del todo punto imposible. El ataque beamontés contra Torralba dio lugar a la reacción de Juan, el cual decidió, en 1455, desposeer a su hijo de la herencia navarra. En cambio fue designada heredera su hija Leonor, que casaría con el noble francés Gastón de Foix. En 1456 Carlos de Viana fue a Francia y, posteriormente, se entrevistó con Alfonso V de Aragón, con la finalidad de encontrar apoyos para su causa. Pese a todo, las cortes de Estella, reunidas en 1457, reconocieron a Leonor como heredera del trono. Un año después Juan II accedía a la corona de Aragón. La pugna entre padre e hijo estaba servida, si bien con la novedad de que sus efectos se iban a trasladar desde las tierras navarras a las de Cataluña.

2. Hacia la revolución catalana (1458-1462)

Juan II, por de pronto, se desentendió de la política mediterránea, por la que tanto interés había mostrado su hermano y antecesor en el torno aragonés Alfonso V.  Su mente estaba centrada en Navarra, territorio de donde era rey, como en Castilla, escenario de su nacimiento y de buena parte de sus actuaciones políticas de anteriores décadas. No obstante, los asuntos de Cataluña adquirieron tal contundencia que se convirtieron, a la postre, en el eje indiscutible de su actuación como rey de Aragón.

El rey renovó su juramento en las Cortes de Aragón, celebradas en 1460, al tiempo que su hijo Fernando recibía el título de duque de Montblanch, lo que lo configuraba como sucesor. Ahora bien, desde los inicios de su reinado Juan II tuvo que hacer frente, básicamente, a los problemas suscitados en tierras de Cataluña, los cuales le atenazaron, de hecho, durante todo su reinado. La etapa en la que Juan de Navarra ocupó la lugartenencia general de Cataluña, iniciada en el año 1454, coincidió con el ascenso de la busca al poder municipal. En aquellos años se fue preparando el terreno que iba a conducir, poco tiempo después, a la revuelta catalana contra Juan II. Los sectores privilegiados del principado, es decir, la nobleza, la alta burguesía y un importante sector del clero,  terminaron por sentir vivos recelos hacia la persona del lugarteniente. En otro orden de cosas es preciso recordar que  el nuevo monarca aragonés, después de enviudar de Blanca de Navarra, se había casado, en el año 1447, en segundas nupcias con Juana Enríquez, dama perteneciente a una importante familia de la nobleza castellana. De dicho matrimonio había nacido en 1452 un hijo, Fernando, el futuro rey católico. Juan II de Aragón, por otra parte, tenía una idea firme en lo que a la política internacional se refiere: constituir una gran alianza contra la monarquía francesa, en la que, según sus deseos, deberían de integrarse, además de la corona de Aragón, Portugal, Inglaterra y Borgoña.

El acceso de Juan II de Aragón coincidió con la rebelión de los barones napolitanos contra Ferrante I, hijo bastardo de Alfonso V. Paralelamente su hijo Carlos, que había estado en Nápoles con Alfonso V, y que por esas fechas adoptaba los títulos de "primogénito de Aragón, de Navarra y de Sicilia, príncipe de Viana", pasó a Sicilia. Esa noticia no gustó nada a Juan II, quien solicitó ayuda a las Cortes de Aragón, de Cataluña y Valencia. Al poco tiempo Carlos de Viana regresó a la península, desembarcando en el puerto de Salou. Desde aquella localidad envió una embajada a Juan II de Aragón, exigiendo el libre tránsito del príncipe por cualquier reino de los que componían la corona. Pese al tono exigente del escrito, el 26 de enero de 1460 se firmó la concordia de Barcelona entre Juan II y su hijo Carlos, en la que el padre perdonaba los supuestos desvaríos en que, según él, había incurrido el príncipe de Viana. En realidad, tanto Juan II como el príncipe de Viana habían claudicado, en buena medida, de sus iniciales puntos de vista. No obstante, Carlos, que no dejaba de reclamar el reconocimiento de su condición de primogénito, hizo una entrada triunfal en la ciudad de Barcelona, a finales de marzo de aquel mismo año. Aquel acto no agradó en modo alguno a Juan II, pero pese a todo, padre e hijo se reunieron en Igualada en el mes de mayo, después de siete años de separación, y se fundieron en un abrazo, aunque se supone sin demasiado cariño por parte del monarca. Ese mismo año Juan II convocó las Cortes del reino de Aragón, que comenzaron en la localidad de Fraga, desde donde se trasladaron a Zaragoza y posteriormente a Calatayud. Dichas Cortes llevaron a cabo una importante labor legislativa, que afectaba, obviamente, al reino de Aragón.

De todos modos, las relaciones entre Juan II y su hijo Carlos se fueron enrareciendo. contribuyó a ello también el hecho de que desde Castilla se enviara una embajada que pretendía llevar a cabo el matrimonio  de Carlos de Viana con Isabel, la hermana de Enrique IV. La ruptura definitiva entre Juan II y Carlos se produjo el 2 de diciembre de 1460, fecha en al que el príncipe fue detenido en Lérida, por orden de su padre. El rey de Aragón había convocado Cortes en aquella ciudad catalana. El príncipe Carlos, que no había sido citado para asistir a dicha reunión, se trasladó por su cuenta a Lérida. lo cierto es que tanto la Biga como los grupos aristocráticos, quejosos de la política desarrollada por Juan II en sus años de lugarteniente general de Cataluña, creyeron que había llegado la ocasión de actuar. La prisión de Carlos de Viana la consideraban un acto arbitrario, por cuanto vulneraba claramente las normas tradicionales catalanas. Las Cortes de Lérida, reunidas en torno a  finales de 1460, pusieron de manifiesto la rotunda que se dibujaba entre el rey y los poderosos. Sin duda la prisión de Carlos de Viana actuó como detonante de la revolución catalana.

Es más, solo dos días después de la detención de Carlos de Viana se constituyó el Consell representativo del Principado de Cataluña, institución en la que algunos historiadores han visto una especie de comité de Salud Pública. Integrado por 27 miembros, el citado Consell, instrumento creado conjuntamente por la aristocracia y el patriciado urbano, se atribuía funciones de soberanía popular. Al mismo tiempo encontramos a las masa populares catalanas enardecidas, con frecuencia manejadas por demagogos. En ese clima, y ante el susto de los buscaires, la Biga logró el retorno al gobierno municipal de Barcelona. Un destacado jurista catalán, Joan Dusay se permitió el lujo de afirmar que Juan II había vulnerado numerosas disposiciones legislativas. Crecía el entusiasmo entre los sectores opuestos al monarca aragonés. Las principales aspiraciones de estos grupos hostiles a Juan II eran, por una parte, el reconocimiento de los derechos del príncipe Carlos y, por otra, el establecimiento efectivo de las leyes tradicionales del Principado. Las viejas aspiraciones de los grupos pactistas entroncaban con la herida abierta entre Juan II y Carlos de Viana.

Simultáneamente, la Diputación del General desafió al monarca, convocando un parlamento, a comienzos de 1461, del que emanó una embajada, dirigida a Juan II, en la que le pedían la inmediata liberación del príncipe Carlos, así como que se le otorgara a éste la primogenitura universal, que en justicia le correspondía. Juan II respondió con una rotunda negativa. El día 7 de febrero de 1461 el Consell del Principado, irritado ante la postura adoptada por Juan II de Aragón, dio un importante paso adelante, al proclamar a Carlos de Viana heredero de Cataluña. ese acontecimiento ha sido considerado tradicionalmente como el que marca el inicio de la revolución catalana. Solo unos días más tarde era apresado Galcerán de Requesens, el antiguo lugarteniente de Cataluña, que fue un decidido protector tanto de la busca como de los payeses de remensa. Ni que decir tiene que aquella detención era un triunfo más de los opositores a Juan II.  Incluso en Zaragoza se organizaron grupos favorables a la causa del príncipe Carlos. El rey de Aragón, asustado ante la marcha de los acontecimientos, decidió dar marcha atrás, decretando unos días más tarde, el 25 de febrero, la liberación de su hijo Carlos. Aquella decisión suponía, sin duda alguna, la capitulación de la monarquía ante el levantamiento de Cataluña.

Inmediatamente se abrieron negociaciones entre padre e hijo, las cuales desembocaron en la firma de la denominada Capitulación de Villafranca del Penedés, que fue suscrita por ambas partes el 21 de junio de 1461. En el fondo dicho documento recogía todas las reivindicaciones políticas de la oligarquía desde los tiempos de Pedro IV el Ceremonioso, a finales del siglo XIV. Ciertamente, el rey continuaba poseyendo la plenitud de la potestad real, lo que se traducía en la capacidad teórica tanto para convocar a las Cortes como para nombrar a los oficiales de la corte. Pero al mismo tiempo, ahí radicaba la cuña introducida en las Capitulaciones por los grupos opuestos a Juan II, se ponían importantes frenos al poder real.

Por de pronto el rey de Aragón no podía entrar en el territorio del principado sin una autorización previa de las instituciones consideradas representativas de Cataluña. Asimismo, Juan II delegaba todas sus funciones y el poder ejecutivo en un lugarteniente perpetuo e irrevocable, que sería Carlos de Viana o, en su caso, el infante Fernando. Por último, los nombramientos de oficiales que efectuase el rey tenían que ser aprobados previamente por la Generalitat, el Consell de Cent y el Consell del Principat. Se trataba, en definitiva, de una especie de régimen constitucional, al menos desde la perspectiva de las tradicionales fuerzas pactistas, pertenecientes, como es sabido, a los sectores sociales predominantes. Por otra parte, Juan II mostró un semblante francamente débil, como lo pone de relieve el hecho de que admitiera en ese documento la injusticia con que habían procedido en el pasado sus consejeros, entre los cuales se mencionaba a Galcerán de Requesens. Era, por lo tanto, la aristocracia la que se hacía con el poder, en tanto que los grupos sociales populares quedaban relegados del mismo.

No obstante, en los meses que siguieron a la firma de la Capitulación de Villafranca cambió notablemente la situación en el Principado, lo que benefició al monarca aragonés. Un dato positivo para la causa de Juan II fue, entre otros, la mejora de sus relaciones con Castilla, lo que se plasmó en un acuerdo con Enrique IV, que fue suscrito  el 26 de agosto de 1461. Sin embargo, tuvo mayor trascendencia la muerte del príncipe de Viana el 23 de septiembre de 1461 en Barcelona, al parecer, a consecuencia de una enfermedad pulmonar, aunque inmediatamente circularon bulos que aludían a un posible asesinato, obviamente por orden expresa de su padre. El príncipe de Viana fue llorado por la mayor parte de los catalanes, tanto pertenecientes a los sectores oligárquicos como al pueblo menudo, y se convirtió en poco menos que un mito.  Lo sorprendente del caso es que Carlos de Viana, siendo un navarro, apareciera como el símbolo de las tradiciones de un pueblo, el catalán, que le era totalmente extraño.

Unos días después, el 11 de octubre, Fernando, el hijo de Juan II y Juana Enríquez, fue jurado heredero de la corona de Aragón. En noviembre de aquel mismo año fue enviado a Cataluña con el fin de que se ocupara de la lugartenencia del Principado, aunque en compañía de su madre, pues él solo tenía en esos momentos nueve años de edad. Fernando hizo su entrada solemne en Barcelona el día 21 de noviembre. De todos modos una serie de acontecimientos, que se sucedieron en los meses finales de 1461 y los iniciales de 1462, contribuyeron a precipitar el clima próximo a la guerra civil que se respiraba profundamente por aquellas fechas en las tierras del Principado. La responsabilidad de aquel dramático enfrentamiento recae, en buena medida, en los grandes señores de la tierra, con el conde de Pallars a la cabeza, en los miembros de la Biga y en un importante sector del estamento eclesiástico, pero también en la actitud, con mucha frecuencia pasional, que puso de manifiesto Juana Enríquez,la esposa de Juan II. Ahora bien, el caldo de cultivo de los gravísimos problemas que padeció Cataluña durante el reinado de Juan II fue la profunda crisis demográfica, social y económica que se arrastraba desde tiempo atrás. De ahí nació la revuelta y esta, a su vez, desembocó en la guerra civil.

Las fuerzas realistas, pese a todos los obstáculos que se interponían en el camino, parecían ir recuperando posiciones. En febrero de 1462 se amotinaron los payeses de remensa. Casi al mismo tiempo, un importante contingente de menestrales se dirigió al palacio real de Barcelona, gritando el nombre de Juan II, y ofreciendo su ayuda incondicional al rey de Aragón. Al día siguiente el Sindicato de los Tres Estamentos pedía a Juana Enríquez la vuelta inmediata del monarca y el nombramiento de un oficial real para que presidiese sus reuniones. Por su parte el Consell del Principado tomó la decisión, el día 5 de marzo, de reclutar con la mayor premura un ejército, cuyo objetivo inmediato no era otro sino poner fin a la sublevación de remensa. Unos días después, el 11, Juana Enríquez, temerosa ante los acontecimientos recientes, decidió abandonar Barcelona. Acompañada de su hijo, el príncipe Fernando, se dirigió a Gerona. 

3. La Guerra civil (1462-1472)

La guerra civil catalana enfrentó a los nobles y los patricios que defendían un programa de corte claramente pactista, por una parte, y a los mercaderes buscaires, los menestrales, los payeses sindicalistas y la monarquía, por otra. Si enfocamos ese conflicto desde otra perspectiva, más propiamente relacionada con el ejercicio del poder político, el acento hay que ponerlo en el brutal choque habido entre el autoritarismo monárquico y la oligarquía constitucionalista. De todos modos no es posible presentar la guerra civil catalana de la época de Juan II de Aragón de una manera simplista, como con tanta frecuencia ha sucedido.

Ahora bien, el pactismo político, independientemente de que conectara con las tradiciones específicas del principado, fue de la mano del reccionarismo social. La monarquía, por su parte, transitó por el camino del autoritarismo no porque fuesen sus protagonistas miembros de la dinastía Trastámara, ni menos aún por su origen castellano, sino simplemente porque ése era el ámbito más idóneo, dadas las circunstancias del momento, para intentar salir airosa del peligroso conflicto en que se vio envuelta. En cuanto a los sectores populares, resulta de todo punto lógico que se encarrilasen por la vía del sindicalismo, a la que consideraban la más adecuada para el logro de sus aspiraciones. Al fin y al cabo si el constitucionalismo era la bandera de lucha de la oligarquía el sindicalismo sería la de las clases modestas y populares.

En la primavera de 1462 la guerra civil era una realidad innegable en tierras de cataluña. A finales de abril se descubrió una conjura en Barcelona, la cual, pretendía entregar la ciudad a la reina, Juana Enríquez, y permitir, al mismo tiempo, la entrada de Juan II en Cataluña. Los detenidos, sin duda gentes próximas a la Busca, fueron inmediatamente juzgados. Los más destacados dirigentes de aquella supuesta conjura, entre los que cabe mencionar a Francesc Pallarés y a Pere Deztorrent, fueron ejecutados en el mes de mayo. Lo más grave del caso era que los buscaires eliminados pertenecían a la facción más moderada de aquel sector, lo que suponía cerrar los posibles puentes de diálogo entre la monarquía y las instituciones catalanas. Juan II, ante la avalancha que se venía encima, se vio forzado a pactar con Luis XI de Francia, en mayo de 1462, firmando una cuerdo con el monarca galo en la localidad de Salvatierra, que posteriormente fue ratificado en Bayona. A cambio de la ayuda militar que recibiría del monarca francés, el aragonés pagaría una cantidad a Luis XI, al tiempo que hipotecaba los derechos sobre Rosellón y Cerdaña, territorios que Francia reivindicaba desde tiempo atrás.

Por su parte, el ejército del Consell se dirigió, en mayo de 1462, contra la ciudad de Gerona. Al frente de las tropas rebeldes iba el conde de Pallars. No obstante, el socorro francés permitió, poco tiempo después, liberar Gerona, lo que supuso la salvación de Juana Enríquez y de su hijo Fernando. El asedio de Gerona había durado alrededor de seis semanas, en el transcurso de las cuales Juana Enríquez pasó momentos ciertamente dramáticos. Pero en junio de aquel mismo año, Juan II, vulnerando abiertamente lo acordado en la Capitulación de Villafranca, había entrado en Cataluña, ocupando la villa de Balaguer. Ante esa actitud los rebeldes decidieron, el 9 de julio de 1432, desposeerlo de la corona, al tiempo que lo proclamaban enemigo público. Solo unos días después, el 23 de julio, los realistas lograron un importante triunfo sobre los rebeldes en las proximidades del castillo de Rubinat. Los combatientes contra Juan II lucharon con gran bravura, pero al final se puso de manifiesto la superioridad de las tropas realistas. La victoria de Rubinat permitió al monarca aragonés entrar en la localidad de Tárrega. Juan II contaba con importantes ayudas en el territorio de Aragón. De todos modos el comienzo del conflicto había sido muy fuerte, lo que explica que en ambos bandos se impusieran los grupos más radicales, al tiempo que fracasaban cuantos intentos de mediación se pusieron en marcha. El día 14 de agosto de 1462 el Consell del Principado decidió pedir ayuda al rey de Castilla, Enrique IV.

En el verano de 1462 el Principado estaba dividido en dos bandos claramente enfrentados. En un lado se hallaban los realistas, a los que apoyaban los payeses de remensa, así como el sector de los buscaires. En el ámbito internacional Juan II contaba con la ayuda de Luis XI de Francia y de Gastón de Foix, casado con Leonor, hija del monarca aragonés y reina de Navarra. El bando contrario estaba dirigido por la Generalitat y el Consell del Principado. A su frente se hallaba, al menos teóricamente, el monarca castellano, Enrique IV, a quien habían acudido los rebeldes catalanes. Estos atacaban a Juan II por su actitud contraria al pactismo, que ellos, en cambio, reivindicaban. Según Jaime Vicens, "el pactismo constituye la temática de fondo del pensamiento político de la burguesía catalana a lo largo del siglo XV". El bando rebelde lo integraban, básicamente, las clases dominantes, pero también formaban parte del mismo algunos grupos procedentes de los sectores populares, que habían sido ganados a su causa mediante el uso de métodos más o menos demagógicos.

Enrique IV había sido proclamado rey de Cataluña antes de que concluyera el verano de 1462. El 12 de septiembre se inició el sitio de Barcelona por las tropas de Juan II y de sus aliados franceses, que fueron los que aconsejaron el inicio de aquella acción. No obstante, a comienzos del mes de octubre, debido a la tenaz resistencia ofrecida por los habitantes de la ciudad, el sitio tuvo que ser levantado. El parlamento de Cataluña, reunido en Barcelona el día 13 de noviembre de 1462, juró fidelidad a Enrique IV de Castilla, a través de su lugarteniente Jean de Beaumont. De todos modos en el transcurso de los años 1462-1463 el conflicto pareció orientarse en un sentido claramente negativo para los rebeldes contra Juan II. Dos ataques de estas fuerzas contra Gerona fracasaron, al tiempo que perdían Tarragona, ganada para la causa realista en octubre de 1462. En enero de 1463 cayó Perpiñán ante el ataque de las tropas francesas. De esa forma Perpiñán pasó a los dominios de Luis XI de Francia, el cual ocuparía la Cerdaña unos meses más tarde. Paralelamente, Juan II alentaba la rebelión de la alta nobleza castellana contra su rey, Enrique IV. Por si fuera poco, éste abandonó a los rebeldes catalanes al aceptar, en abril de 1463, la sentencia arbitral de Bayona, que había sido dictada por el habilidoso monarca francés Luis XI.

Ahora bien, los rebeldes catalanes no se sintieron ni mucho menos derrotados por la defección del rey castellano, lo que explica que acudieran a la búsqueda de un nuevo candidato para colocarlo al frente del movimiento pactista. La elección recayó, en esta ocasión, en el condestable Pedro de Portugal, al que la Generalitat de Cataluña le hizo la propuesta el 27 de octubre de 1463. Personaje singular éste, a la vez estoico y melancólico destacaba por su indiscutible valor militar, lo que explica que los catalanes lo consideraran una especie de condottiero. De todas formas, Pedro de Portugal sería algo así como el rey de una república aristocrática. Ello no impidió, sin embargo, que tomara alguna decisión que, en principio, puede parecer sorprendente, como la de disolver el Consell del Principado, medida que adoptó en marzo de 1464. El motivo, según expone Jerónimo de Zurita, fue oponerse a "tiranía y desorden de los que tenían en el gobierno de la diputación". El Consell estuvo suspendido durante cinco meses. Al fin y al cabo el condestable se había formado bajo la convicción de que la monarquía debía actuar con plenos poderes, tanto políticos como militares. En ese año de 1463, por otra parte, se habían reunido en Zaragoza las Cortes  de Aragón. Fernando, el hijo de Juan II, actuó en esa ocasión como lugarteniente general del reino. Una de las principales conclusiones de dichas Cortes fue la decisión aragonesa de prestar ayuda económica y militar a Juan II en su pugna contra el condestable Pedro de Portugal.

Pese a todo, las cosas iban bien para la causa del rey de Aragón. Sus tropas pusieron sitio a la ciudad de Lérida en marzo de 1464. Los leridanos, aquejados por el hambre y la carestía, realizaron un esfuerzo sobrehumano, pero al final no tuvieron más remedio que rendirse a los ejércitos de Juan II, lo que sucedió el 6 de julio de 1464. El rey de Aragón, que hizo una solemne entrada en Lérida, decidió, dando muestras de magnanimidad, no tomar medidas de represalia. Poco tiempo después, el 25 de agosto, las tropas realistas ocuparon Villafranca del Penedés, plaza de gran importancia estratégica. Unos días más tarde Jean de Beaumont, el líder navarro del bando que había apoyado en su día la causa del príncipe de Viana, disgustado con las actitudes de Pedro de Portugal, abandonó a los rebeldes catalanes, siendo cordialmente recibido por Juan II en Tarragona el 6 de septiembre. En noviembre de ese mismo año se firmaba un pacto entre Juan II y los beamonteses, lo que significaba la paz definitiva en tierras de Navarra.

Satisfecho de sus últimos éxitos, Juan II de Aragón decidió poner en marcha una nueva campaña ofensiva contra los catalanes en rebeldía. En febrero de 1465, entre las localidades de Prats del Rei y Calaf, se enfrentaron las tropas realistas y las del condestable Pedro de Portugal. En dicha batalla, según lo ponen de relieve las fuentes consultadas, participaron los combatientes más destacados de ambos bandos. Los ejércitos de Juan II, a cuyo frente se hallaba el conde de Prades, salieron triunfadores. Entre los rebeldes hechos prisioneros figuraba el conde de Pallars, uno de los cabecillas de la rebelión catalana. La victoria de Calaf tuvo gran trascendencia. Una de sus principales consecuencias fue el hecho de que los territorios de Aragón, Valencia y Mallorca decidieran sumarse, sin ninguna reticencia, a la causa real. Mientras tanto cundía el pánico en el bando rebelde. En esas circunstancias algunos bigaires, probablemente convencidos de que su derrota iba a ser absoluta, decidieron cambiar de bando. Mientras tanto continuaban los éxitos militares de las tropas realistas. En agosto de 1465 la localidad de Cervera, después de haber ofrecido una tenaz resistencia, capituló ante Juan II. En octubre de ese mismo año, los realistas ponían sitio al castillo de Amposta, el cual cayó en poder de las tropas de Juan II unos meses más tarde, en junio de 1466. Tres semanas después los realistas ocuparon, la importante plaza de Tortosa. El avance de los ejércitos del rey aragonés parecía de todo punto imparable. Las cosas se complicaron más para los rebeldes catalanes a finales de junio de 1466 a causa del inesperado fallecimiento del condestable Pedro de Portugal. 

La evolución de los acontecimientos, tal y como habían sucedido desde los inicios de 1465 hasta el verano de 1466, parecía anunciar el próximo fin de la guerra civil catalana. Sin embargo, en los meses siguientes, las cosas no se desarrollaron en la dirección prevista. Uno de los principales motivos del giro que se produjo en el curso de la guerra civil catalana fue el creciente deterioro de las relaciones entre Juan II de Aragón y Luis XI de Francia. Este pretendía a toda costa quedarse con los condados de Rosellón y de Cerdaña. Pero el asunto era mucho más grave, pues al mismo tiempo el monarca galo, que al parecer se había puesto en connivencia con Castilla, tenía el propósito de desmembrar, si era posible, la corona de Aragón. Eso explica que se llegara a una ruptura de la anterior alianza francoaragonesa. De todos modos, el panorama era bastante confuso. En el campo rebelde, a raíz del fallecimiento de Pedro de Portugal, el clima de derrota no dejaba de avanzar, lo que explica que aumentara el número de los que opinaban que lo mejor era llegar a un acuerdo con Juan II. En la ciudad de Barcelona, "muchos que antes no se atrevían a hablar en favor del rey, la reina o el primogénito, lo hacían ahora con la mayor libertad", según escribió en su día el historiador francés Joseph Calmette.

En ese contexto los radicales, acaudillados por el obispo de Vic, Cosme de Montserrat, decididos a proseguir la revuelta a toda costa, acudieron a Renato I de Anjou, conde de Provenza (1434-1480), duque de Anjou, Bar (1430-1480) y Lorena (1431-1453) y rey de Nápoles (1438-1442; titular desde 1442 a 1480), perteneciente a la familia que había reinado anteriormente en el sur de Italia, al que ofrecieron la corona catalana (30 de julio de 1466). Detrás del duque de Provenza se hallaba el rey de Francia, Luis XI. "La gravedad de esta decisión puede medirse por la incompatibilidad del elegido con todo lo que representaba el destino histórico de Cataluña en el Mediterráneo. Si este tenía algún sentido era, sin duda, la constitución de un imperio marítimo contra las fuerza antagónicas de los Anjou, apoyados por la corona de Francia. Lo peor no era la entrega de Cataluña a Francia, sino la rendición al angevismo del imperio mediterráneo. 

Un hijo de Renato de Anjou, llamado Juan de Lorena, se presentó, al poco tiempo en Cataluña con tropas francesas y napolitanas. Se iniciaba, de esa manera, la última fase de la guerra civil catalana. En un primer momento los rebeldes salieron vencedores. Los realistas intentaron cortar el paso a las tropas de Juan de Lorena, atacando la plaza de Rosas, pero fracasaron  (octubre-noviembre de 1466). La comarca del Ampurdán se convirtió, desde los inicios de 1467, en el escenario por excelencia de la guerra. El objetivo esencial de ambos contendientes era la ocupación de la ciudad de Gerona. En un principio Juan II pudo entrar en Gerona, lo que sucedió el 27 de octubre de 1467.

Pero unos días más tarde, el 21 de noviembre, el ejército conjunto de los rebeldes catalanes y de Juan de Lorena obtuvo una importante victoria sobre los soldados realistas en la localidad de Vilademat. Dicho combate fue el revés de la medalla de Calaf. Vilademar permitió respirar a las fuerzas revolucionarias, que llevaban mucho tiempo sin celebrar ningún éxito militar. El Ampurdán, como consecuencia de la victoria parecía totalmente perdido para la causa realista. Tanto Juan II como su hijo, el príncipe Fernando, embarcaron hacia Tarragona. Mientras tanto, habían tenido lugar unas nuevas Cortes de Aragón, convocadas en el año 1466 en Alcañiz y posteriormente trasladadas a Zaragoza, en donde se clausuraron en el año 1468. A dichas reuniones asistió, en calidad de lugarteniente general del reino, Juana Enríquez. Una vez más se acordó, por parte aragonesa, prestar ayuda militar a Juan II. No obstante, unos meses más tarde, en febrero de 1468, fallecía, tras una rápida enfermedad, la reina, Juana Enríquez. Juan II había acumulado, en poco tiempo, muchos y muy variados reveses. 

El panorama con que se abrió el año 1468, encontraste con el que existía en el verano de 1466, no era precisamente optimista para la causa de Juan II. No obstante, el monarca aragonés decidió jugar a fondo las bazas que aún le quedaban. Una de ellas era su hijo el príncipe Fernando, en quien puso toda su confianza. En junio de 1468 le otorgó el título de rey de Sicilia. Al mismo tiempo se planeó su matrimonio con la princesa castellana Isabel, hermana de Enrique IV, la cual había sido reconocida como heredera de Castilla en el pacto de los Toros de Guisando. Ciertamente, las tropas angevinas lograron ocupar, en junio de 1469, la plaza de Gerona. De todos modos, pese a los últimos éxitos obtenidos, la moral de los rebeldes estaba comenzando a hacer aguas. Poco a poco ganaba terreno en el Principado la idea de la paz y de la transacción. En cambio el rey de Aragón, que ya contaba en esas fechas con setenta años, seguía dando muestras de una gran fortaleza. Un importante paso adelante en su política fue la boda de su hijo Fernando con Isabel de Castilla, que tuvo lugar en la villa de Valladolid el 19 de octubre de 1469. Dos de los principales colaboradores de la princesa castellana, Gutierre de Cárdenas y Gonzalo Chacón, fueron premiados con mercedes en tierras aragonesas.

Por otra parte, Juan II logró que las cortes de Monzón, que tenían el carácter de generales en toda la corona de Aragón, y que comenzaron sus sesiones a finales del año 1469, prolongándose hasta septiembre de 1470, le concedieran importantes subsidios para que pudiera afrontar los gastos ocasionados por la guerra con los rebeldes catalanes. Al mismo tiempo, el reino de Aragón se comprometió a aportar ayudas militares a su monarca. Otro dato a tener en cuenta en el curso de los acontecimientos fue la muerte, en diciembre de 1470, de Juan de Lorena, el hijo de Renato de Anjou. En lo que se refiere al plano internacional Juan II se apuntó un gran tanto al conseguir que se firmara, el 7 de agosto de 1471, el pacto de Abbeville, en el que se participaban, además de su propio reino, Inglaterra y Borgoña. De esa manera pretendía aislar a Luis XI, el cual no tenía otro objetivo, con su intervención en el conflicto de Cataluñá, sino quedarse con el Rosellón y la Cerdaña.

Pero los triunfos más espectaculares de Juan II de Argón se produjeron en el terreno militar. La ofensiva realista se tradujo, en muy poco tiempo, en importantes victorias. El día 11 de octubre de 1471 la emblemática ciudad de Gerona volvía a caer en poder de las tropas realistas. Los defensores gerundenses no tuvieron el menor reparo en pasarse a las filas del bando monárquico. A cambio fueron generosamente recompensados por Juan II. Poco tiempo después diversas villas del Ampurdán pasaron asimismo al bando del rey. Primero cayó Hostalric, luego Sant Celoni y Blanes, finalmente Sant Feliu de Guixols, Palamós, Palafrugell, Pals, La Bisbal y Tallada. Los siguientes éxitos de los realistas fueron la ocupación de San Cugat, Sabadell y Granollers. Como remate, el 26 de noviembre de ese mismo año los soldados aragoneses aplastaron a los rebeldes en Santa Coloma de Gramanet, cerca del río Besós. En los primeros meses del año 1472 las tropas de Juan II fueron incorporando las plazas que aún resistían del norte de Cataluña, como Figueras, Peralada, Torroella, Castelló y Roses. Es preciso señalar que Juan II se mostró francamente liberal en las diversas capitulaciones que firmaba con las ciudades y villas que iba conquistando. Inmediatamente los realistas, sin duda ganados por el optimismo debido a los últimos éxitos obtenidos, iniciaron el cerco de Barcelona. Las noticias que llegaban al entrono de Juan II ponían de relieve que la moral de los habitantes de la ciudad era, en esos momentos, francamente muy baja.

4. La concordia de Pedralbes

La tensión crecía por momentos en el interior de la ciudad de Barcelona, cuyos habitantes estaban pasando grandes apuros. Muchos pensaban que la mejor salida era intentar llegar a un pacto con Juan II. Por su parte el monarca aragonés trataba de hacer mella en la resistencia de los barceloneses, enviándoles misivas por las que prometía el perdón. Finalmente, Barcelona capituló, ante el insistente asedio de las tropas realistas, el 16 de octubre de 1472. Había concluido, después de más de diez años, la guerra civil catalana. Al día siguiente Juan II pisaba nuevamente el suelo de Barcelona.

La rendición final de Cataluña quedó plasmada en la denominada Capitulación de Pedralbes. Dicho acuerdo fue suscrito por los hijos del monarca aragonés, pero también por los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca. Juan II restituyó a los catalanes el calificativo de fieles a la monarquía, les otorgó el perdón general por cuanto habían realizado durante el tiempo de guerra y, accediendo a las instancias de Barcelona, declaró caducada toda gestión policiaca y criminal que pudiera realizarse en virtud de los hechos pasados, incluso tratándose de crímenes de lesa majestad. En resumen, no hubo represión ni depuraciones. Daba la impresión de que se quería volver a los tiempos anteriores de la guerra civil, sin admitir que había habido, obviamente vencedores y vencidos. De todas formas, unos días después de la firma de la Capitulación de Pedralbes, el 22 de octubre, Juan II se comprometió a confirmar las constituciones, privilegios y libertades del Principado. El principio de la autoridad monárquica podía avenirse con el respeto a las tradiciones de Cataluña. No obstante, el conde de Pallars continuó la rebelión en sus tierras, hasta que terminó siendo apresado y ejecutado, lo que sucedió años más tarde, en 1477. De todos modos, no hay que olvidar que Cataluña, aunque había dado un importante paso adelante al recuperar la paz, estaba atravesando una difícil situación económica, social e incluso moral, que venía de tiempos anteriores, pero que se había acentuado con motivo de la revuelta contra Juan II.

Por otra parte, seguía pendiente la delicada cuestión del Rosellón y la Cerdaña. En los años siguientes ese asunto encendió de nuevo la discordia, aunque ahora los protagonistas fueran exclusivamente Juan II de Aragón y Luis XI de Francia. El monarca aragonés, que, pese a su avanzada edad, seguía demostrando su vitalidad, cruzó los Pirineos a finales de enero de 1473. A comienzos de febrero Juan II entraba con sus tropas en Perpiñán, donde fue recibido triunfalmente. Inmediatamente se produjo un contraataque francés. Para intentar cortarlo llegaron ayudas militares enviadas desde Castilla por el príncipe Fernando. El rey de Francia pareció ceder, lo que explica que aceptara firmar la paz de Perpiñán, el 17 de septiembre de 1473. El Rosellón y la Cerdaña, según lo que se estableció en ese acuerdo, permanecían en la Corona de Aragón, aunque de momento quedaban neutralizadas  en tanto no se abonara por parte de Juan II la deuda debida a Luis XI, por su anterior ayuda militar contra los rebeldes catalanes.

Pero unos meses después de reanudó la guerra. Luis XI ordenó lanzar una ofensiva militar en toda toda regla en el Rosellón. El 5 de diciembre de 1474 caía la localidad de Elna en poder de las tropas francesas. El siguiente objetivo de Luis XI era la conquista de Perpiñán, resistiendo con gran heroismo. Finalmente el 10 de marzo de 1475, la capital de Rosellón fue entregada al rey de Francia. A continuación Aragón y Francia firmaron una tregua, que tendría validez para los siguientes seis meses. No hay que olvidar, por otra parte, que en 1474, una vez elevados al trono castellano Isabel y Fernando, había estallado en aquel reino la guerra de sucesión. Esta circunstancia perjudicó notablemente los planes de Juan II, el cual no podía esperar refuerzos militares en Sevilla. Es más los reyes de Castilla tuvieron que pactar con Luis XI, para evitar de esa manera un posible ataque francés. A lo señalado cabe añadir otro elemento negativo para los proyectos de Juan II de Aragón: el desplome de la gran alianza occidental antifrancesa, planeada años atrás en el tratado de Abbeville.

No es posible olvidar, en otro orden de cosas, que continuaba pendiente de resolución en tierras de Cataluña el complicado asunto de los payeses de remensa. Uno de sus principales dirigentes, Francesc de Verntallat, fue elevado, a la condición de noble, mas el problema remensa seguía en activo. Juan II, de todos modos, se mostró indeciso en el asunto del campesinado catalán, al igual que en su política con respecto a las oligarquías municipales. Al mismo tiempo Juan II mostró una gran pasividad en el transcurso de las Cortes celebradas entre los años 1473 y 1478. Finalmente Juan II murió en Barcelona, a los 80 años de edad, en las primeras horas de la mañana del día 19 de enero de 1479. Su secretario, Juan de Coloma, que le acompañó hasta el último suspiro, dejó escrito que el rey de Aragón "mori com un poll", lo que quería decir que lo hizo pacíficamente. A Juan II le sucedía en el trono su hijo Fernando II, "el componedor, conservador y reformador" universal", según una expresión atribuida a a los consellers de la ciudad de Barcelona




BIBLIOGRAFÍA:

JULIO VALDEÓN BARUQUE: Los Trastámaras. 2001

Bibliografía adicional:

- JAIME VICENS VIVES: Juan II de Aragón (1398-1479). Monarquía y revolución en la España del siglo XV. 1953
- JOSEPH CALMETTE: Louis XI, Jean II et la révolution catalane (1461-1473). 1977
-SANTIAGO SOBREQUÉS VIDAL y JAIME SOBREQUÉS CALLICÓ: La guerra civil catalana del segle XV. Estudis sobre la crisi social y ecoòmica de la Baixa Edat Mirjana. 1973.
- JESÚS ERNEST MARTÍNEZ: Pere de Portugal "rei dels catalans". 1960















viernes, 24 de abril de 2015

Los Primeros Reinos de Taifas en Al-Andalus (1031-1110) (III) Las Taifas de las Marcas fronterizas y el Levante

1. La Taifa de la Marca Inferior: Badajoz

Al estallar las guerras civiles de córdoba, con sus repercusiones totales andalusíes, un liberto de Almanzor, seguramente de origen eslavo, llamado Sābūr al-‛Āmirī, que había servido en el palacio califal, se proclamó "chambelán" (hāŷib) en la Marca Inferior, es decir, se declaró dispuesto a ejercer un poder efectivo y autónomo, guardando las formas de su titulación y dependencia teórica respecto a alguno de los Califas que se sucedían casi sin parar en la rueda de la fortuna en que se había trocado el máximo puesto del poder central. Y puso su capital en Badajoz.

Como advenedizo que en realidad era Sābūr, alejado además del foco de dominio eslavo que era el Levante, sus cortesanos y apoyos debieron ser, en principio los notables locales y, entre ellos, confió su visirato a ‛Abd Allāh b. Maslama b. al-Aftas, el cual, a la muerte de Sābūr, el 8 de abril de 1022, según atestigua su lapida sepulcral que se conserva, se alzó con todo el poder, a pesar de que su antiguo señor dejaba dos hijos, que no dejaron de reclamar sus derechos y se se hicieron fuertes en Lisboa, constituyendo una pequeña subtaifa durante un tiempo, hasta que el régulo de Badajoz envió contra ellos a uno de sus propios hijos y ‛Abd al-Malik b. Sābūr, el único que quedaba, se retiró a Córdoba.



Eran los Aftasíes beréberes de la tribu Miknāsa, y fueron reclutados por Tāriq b. Ziyād para iniciar la conquista de al-Andalus, a comienzos del siglo VIII. Estaban, pues, muy arraigados en la Península ibérica y, después de tres centurias de permanencia, se habían andaluso-arabizado profundamente y pretendían, como algunos otros, presumir de poseer linaje árabe, y en este caso se jactaban de tener origen himyarí y ser parte de los árabes Tuŷībíes.

El nombre del primer régulo aftasí fue Abū Muhammad ‛Abd Allāh b. Maslama b. al-Aftas con la nisba pretendida de al-Tuyibí, por lo que querían aparentar, y el título bastante alto de al-Mansūr. Procedía de Fahs al-Ballūt, el "valle de las bellotas", hoy Los Pedroches, donde su familia se había instalado. Muy pronto estallaron las hostilidades entre Badajoz y los ‛Abbādíes de Sevilla, comenzando ya las refriegas entre Ismāīl y al-Mansūr, primero por la ocupación de Beja, y con la intervención también contra Badajoz del señor de Carmona. En 1030, el régulo aftasí reforzó las murallad de su capital, Badajoz, cuyos muros habían sido alzados antes por Abd al-Rahmān al-Ŷillīqī, "el Gallego", que allí había logrado mantener, con sus sucesores, una secular rebeldía contra los Omeyas y a quien se le deben varias construcciones en Badajoz, que los Aftasíes mejoraron.


Nada más dicen las fuentes sobre los últimos años de este primer régulo aftasí de Badajoz, y solo vienen a dar la fecha exacta de su muerte, el 19 de yūmāda I del año 437, mientras que su lápida funeraria, que se conserva, da la misma fecha, pero del mes yūmāda II, equivalente al 2 -o más bien al 30- de diciembre de 1045. 

El siguiente soberano se llamaba Abū Bakr Muhammad y tomó el título de al-Muzaffar, "el Triunfador". Sucedió a su padre ‛Abd Allāh al-Mansūr, cuando éste murió en 1045. Tuvo aficiones cultas, y, con la colaboración de su secretario Sa‛īd b. Jayra, llegó a componer una vasta enciclopedia en diez grandes partes o encuarenta volúmenes, dicen, tratando de diversas materias, y la bautizó con su nombre, al-Muzaffarí, obra que hoy parece perdida, aunque fuentes posteriores incluyan pasajes suyos, y, por ejemplo, al-Marrākusī, en el siglo XIII, decía que la había leído casi en su totalidad.


A pesar de sus dedicaciones cultas, al-Muzaffar empleó quizá más tiempo en guerras y enfrentamientos, que no faltaron en sus veintidós años de reinado. Tuvo contiendas, primero, con al-Ma’mūn de Toledo, desde 1046, y que cesaron cuando el toledano hubo de guerrear contra el rey de Sevilla, contra el cual se implicó también muy pronto al-Muzaffar, por ayudar a la taifa de Niebla, atacada por el sevillano, hacia 1044. Tres años más tarde entró en la coalición beréber contra al-Mu‛tadid, el cual reaccionó atacando tierras de Badajoz. En 1050, al-Muzaffar fue vencido cerca de Évora, teniendo que permanecer a la defensiva, encerrado tras las murallas de Badajoz, contemplando sin poder hacer nada el castigo de su territorio por parte de al-Mutadid, hasta que éste dejó de asolarle, en febrero-marzo de 1051, y entonces el régulo de Badajoz tuvo la habilidad de aparentar una tranquilidad que no sentía para quedar airoso ante todos, desorientar al enemigo, y elevar la moral de su gente, y entonces se le ocurrió enviar mensajeros a Córdoba, para que le procuraran esclavas cantoras. Ibn Hayyān lo cuenta con asombro.


Al fin, en el verano de aquel mismo año, 1051, al-Mutadid de Sevilla y al-Muzaffar de Badajoz convinieron la paz, por intermedio del señor de Córdoba y, seguramente, ante la amenaza de los avances cristianos. Hacia 1057-58 al-Muzaffar perdió frente a los conquistadores leoneses Lamego, Viseu y otras varias plazas. Fernando I envió muchas tropas contra Santarem y el régulo de Badajoz ofreció tributos. Cinco mil dinares tuvo que aceptar pagar, desde 1057-58, anualmente, pero eso no le libró de perder también Coimbra, una de sus principales ciudades. Al-Muzaffar murió en 460/1067-68.


De sus hijos, Yahyà había sido declarado heredero por al-Muzaffar, llevando primero el título de Maŷd al-Dawla y ascendiendo después al de al-Mansūr. Su padre debió confiar el gobierno de Évora a otro de sus hijos, llamado ‛Umar, que a la muerte de al-Muzaffar pretendió sucederle en Badajoz, en contra de la proclamación allí de su hermano Yahyà. Tras guerras desoladoras para la taifa, en que el rey leones salió muy beneficiado, los dos hermanos convinieron que Yahyà dominaría Badajoz con solo nominal supremacía sobre Umar, que siguió en Évora, hasta que murió el primero y todo el poder de la taifa pasó a este segundo, que se tituló al-Mutawakkil.


Posiblemente hacia 1072, pudo Umar entrar como señor en Badajoz, dejando como gobernador de Évora a su hijo Abbās. Las fuentes alaban la cultura de al-Mutawakkil, y sobre todo sus dotes para la poesía.


En el año 1080 intervino al-Mutawakkil en Toledo: los toledanos cansados de la anarquía que su soberano al-
Qādir no podía enderezar, ofrecieron a al-Mutawakkil la ciudad. En junio de 1080, el rey de Badajoz entró en Toledo, mientras que el régulo de esta taifa huía a Cuenca. Al-Mutawakkil se mantuvo en la ciudad hasta abril de 1081, cuando Alfonso VI y al-Qādir le atacaron y él se volvió a Badajoz, donde pronto empezaría a pagar parias a Alfonso VI, pues, aparte de esto, el conflicto entre las antiguas Marcas Media e Inferior procuró ventajas para el rey castellano, que estaba a solo cuatro años de su toma de Toledo. Aquel conflicto pareció especialmente cruento a sus contemporáneos, como reflejan textos reunidos por Ibn Bassām, y entre ellos un poema del visir toledano ‛Umar b. ‛Atyūn -partidario del régulo pacense- que acababa contando cómo en Guadalajara "tanta sangre ha corrido, que aborrecen [por su rojez] las rosas".

La presión de Alfonso  VI sobre las taifas iba en aumento, y quizá como una reacción, al-Mutawakkil tuvo la iniciativa de enviar a su cadí Abū l-Walīd al-Bāŷī a las demás taifas para intentar conciliarse. Otro exponente de esta situación serían las cartas cruzadas entre al-Mutawakkil y Alfonso VI, cuyo presunto texto recoge algún cronista tardío.


Al-Mutawakkil y al-Mutamid de Sevilla fueron los primeros régulos que dirigieron embajadas, con petición de socorro, al emir almorávide Yūsuf b. Tāšufīn, quizá ya desde que entrara Alfonso VI, en septiembre de 1079, en la plaza de Coria. De una manera o de otra, se iniciaron las negociaciones que procuraron y consiguieron la llegada de los Almorávides a la península, para defender a las taifas de las presiones cristianas, y que significativamente tuvieron por primer objetivo de defensa la taifa de Badajoz, donde el ejército almorávide con el de las taifas lograron vencer al rey castellano en Sagrajas/Zaqālla, en octubre de 1086.


Cuando Yūsuf b. Tāšufīn decidió conquistar os reinos de taifas, pensó al-Mutawakkil conseguir que el emir almorávide dejara libre Badajoz, y siempre se le mostró deferente, felicitándole por sus conquistas de otras taifas e incluso ayudándole en la toma de Sevilla, pero a la vez trataba con Alfonso VI, que prometió ayudarle por la entrega de Lisboa, Cintra y Santarem. Los súbditos de al-Mutawakkil llamaron entonces a lso almorávide, que entraron en Badajoz, en febrero-abril de 1094, mientras que al-Mutawakkil con los suyos resistía en la alcazaba, hasta que fueron vencidos, el régulo aftasí y alguno de sus hiijos, a finales de 1095 o 1096; quizá a la matanza escapó uno de ellos, Naŷm al-Dawla Sa'd. El nombrado heredero, al-Mansūr, resistió aislado en Montánchez, hasta que se entregó a Alfonso VI y se hizo cristiano.




2. La Taifa de la Marca Media: Toledo

Toledo conservaba su aureola de haber sido urbs regia visigoda, como los árabes perpetuaron llamándola madīnat al-mulūk; tuvo  gran importancia estratégica como capital de la Marca Media, pudiendo mantener frente a Córdoba una dependencia relativa hasta el siglo del Califato. Otra vez independiente, al producirse las guerras civiles de comienzos del XI, allí se adueñaron del poder algunos personajes de la ciudad, entre ellos el cadí Abū Bakr Ya‛īš b. Muhammad y algunos otros, entre los cuales citan las fuentes también a un Ibn Masarra, a ‛Abd al-Rahmān y a Abd al-Malik b. Matiyo. Posiblemente descontentos los toledanos con los desacuerdos entre ellos y, en especial, del mal gobierno de este último, decidieron ofrecer el gobierno de la taifa al señor de Santaver, ‛Abd al-Rahmān b. Dī l-Nūn, que les envió para hacerse cargo del poder a su hijo Ismāīl. Bajo la soberanía de los Dū l-Nūn alcanzó Toledo un gran esplendor, especialmente en los tiempos de al-Ma’mun.




Los Banū Dī l-Nūn eran una familia beréber de la tribu Hawwara, llegados a la península en tiempos de la conquista islámica. Se establecieron en Santabariya o Santaver y en el proceso de arabizacion de los siglos VIII al X cambiaron su etnia beréber Zennun, arabizándola en  Dū l-Nūn. Durante todo ese tiempo fueron uno de los linajes más destacados de la Marca Media, citados por la fuentes por sus alzamientos frente al poder central y por sus alternativas sumisiones. Volvieron a su autonomía durante el primer decenio del siglo XI: entonces, posiblemente, ‛Abd al-Rahmān b. Dī l-Nūn logró que el Califa Sulayman al-Musta'in le otorgase nombramiento como señor de Santaver, con Huete, Uclés y Cuenca; llevó el título de Nāsir al-Dawla. Sabemos que este Abd al-Rahman confió en 1018 a su hijo Ismaīl  el gobierno de Uclés y que luego lo envió a Toledo, cuando los toledanos le entregaron su mando.

Ismaīl al-Zāfir puso las bases de una gran taifa toledana bajo los Dū l-Nūn; taifa bastante extensa, destacó en la política, cultura y economía de aquel siglo. Confió los asuntos de gobierno, significativamente, a un personaje local, que llegó a adquirir tanta relevancia que suele dársele el apelativo de "jeque de la ciudad" (šayj al-balda), Abū Bakr ibn al-Hadīdī, "hombre de ciencia y de ingenio, de modo que Isma‛īl no decidía nada sin contar con él; luego dado el lugar que ocupaba, algunos toledanos le tomaron envidia".


Isma‛īl murió en 435/1043-44 y le sucedió su hijo Yahyà, que ya se tituló con bastante altura al-Ma’mūn, que fue extraordinariamente alabado por las fuentes, pues, entre otras cosas, supo dar brillo a su corte, rodeándose de sabios y de hombres de letras, que acudían a él de todas partes, atraídos por su renombre de generosidad. También se preocupó al-Ma’mūn de edificar y reconstruir Toledo: a él se le adjudica el maŷlis al-mukarram ("salón noble") o bustān al-na‛ūra ("jardín de la noria"), en que se acondicionó al-Ma’mūn una almunia magnífica, huerta de recreo en qe los mármoles rivalizaban con las fuentes y los juegos de agua.


En ese afán de corte fastuosa celebró al-Ma’mūn con todo lujo la fiesta de circuncisión de su nieto Yahyá, que luego será su sucesor en Toledo; la fama de esta celebración se extendió a todas partes, y muchos poetas acudieron allí a leer sus versos, aunque al-Ma’mūn solo escuchó a Ibn Šaraf, Ibn Jalīfa al-Misrī y a Ibn Zakī de Lisboa. Las expresión "i‛dār dū-l-nū" (circuncisión dū-l-nūní) se usó desde entonces para hacer referencia a un festejo magnífico.


En su política exterior hubo de hacer frente al-Ma’mūn a graves problemas: por una parte a los ataques de Fernando I (1035-065), que después de 1057, empezó a atacar la parte septentrional de la taifa toledana, hasta que al-Ma’mūn compró la paz con parias. Se enfrentó también con otros régulos de taifas y al comienzo de su reinado hubo de pelear contra Sulaymān al-Mustaīn, señor de Zaragoza (1039-1046), cuya muerte vino a paralizar una contienda que había dejado exhaustas a ambas taifas y había propiciado la intervención de los reinos cristianos, puestos de uno u otro lado, y obteniendo beneficios de ambos.


Terminada la guerra con Zaragoza, pretendió al-Ma’mūn expansionar sus dominios hacia el oeste, a costa de los Aftasíes de Badajoz, que se resistieron tenazmente; luego dedicó sus afanes a apoderarse de la antigua metrópolis de al-Andalus, Córdoba, también apetecida por el rey de Sevilla, con idénticos fines de aureolarse con el prestigio de poseer la antigua capital. Las relaciones con Sevilla tuvieron un buen momento, cuando al-Ma’mūn pactó con al-Mutadid, aviniéndose el toledano a reconocer al falso Hišām II, alzado en Sevilla, a cambio de ayuda contra Zaragoza. En 1067 al-Ma’mūn procuró de nuevo la ayuda sevillana apra tomar Córdoba, mientras reunía tropas, incluso cristianas. Al-Ma’mūn bajo sobre Córdoba en 1070, pero fue desplazado por el rey de Sevilla; en enero de 1075, Ibn ‛Ukāša se alzó en Córdoba y proclamó a al-Ma’mūn, el cual acudió en seguida a tomar posesión de su anhelada presa; allí murió en junio de aquel mismo año, probablemente envenenado; Ibn ‛Ukāša mantuvo hasta 1078 la soberanía toledana sobre Córdoba, en nombre de al-Qādir, nieto y sucesor de al-Ma’mūn.


Al gran al-Ma’mūn le sucedió su nieto Yahyà, hijo de Isma‛īl, muerto antes que al-Ma’mūn. Este Yahyà tomó el título de al-Qādir; padecía una enfermedad crónica y según las fuentes era un individuo débil e indolente, dominado por sus servidores y con nulas dotes de gobierno. Por ello, el rey de Sevilla le arrebató Córdoba y toda la tierra intermedia, hasta Talavera. Pronto tuvo también conflictos con al-Muqtadir de Zaragoza, que también le tomó tierras. Abū Bakr de valencia también le retiró su vasallaje. Sancho Ramírez apareció sobre Cuenca. El único consuelo de al-Qādir era Alfonso VI, que le exigía por su ayuda grandes sumas.


Para colmo, al-Qādir se había dejado envolver en las intrigas cortesanas, permitiendo la muerte del que fuera leal visir de su familia Ibn al-Hadīdī, asesinado en Toledo el 25 de agosto de 10475. El relato de Ibn al-Kardabūs es totalmente expresivo de una situación apuradísima, entre las presiones económicas de Alfonso VI y el disgusto de los toledanos, por tantas miserias y desgobierno; por tanto, sus súbditos llamaron a al-Mutawakkil de Badajoz, y al-Qādir tuvo que huir a Huete, cuyo gobernador no quiso acogerle. Solo le quedó pedir ayuda a Alfonso VI, lo que le costó la entrega de riquezas y de los castillos de Zorita y de Cantuarias, por adelantado, y cuando triunfaron y desalojaron a al-Mutawakkil, le costó además la entrega de Canales, castillo a unos 30 kilómetro de Toledo. con ello Alfonso VI preparaba su próximo y definitivo acoso, hasta conseguir la gran capital en 1085. al-Qādir aún aguantó cuatro años en su taifa, soportado por sus disgustados súbditos y hostigado por Sevilla y Zaragoza, que le cogían tierras. Llamó entonces desesperado a Alfonso VI, ofreciéndo darle Toledo si el rey cristiano le ayudaba a lograr a cambio Valencia.


Alfonso VI vino definitivamente sobre Toledo en 1083, para instalarse en otoño del año 1084 en el famoso palacio de al-Ma’mūn, situado fuera del recinto amurallado. Al-Qādir seguía en su alcázar, mientras los habitantes de la ciudad resistían por su propia cuenta. El invierno de 1085, que fue muy duro, puso en situación difícil tanto a sitiadores como sitiados, pero los primeros salieron mejor parados y lograron la rendición de Toledo el 6 de mayo de 1085, por medio de un compromiso pactado en que Alfonso VI se comprometía a respetar vidas y haciendas, cobrarle solo los mismo impuestos que cobraban los reyes musulmanes y respetarles su culto, además de conservarles la Mezquita Aljama, condición esta última que pronto fue incumplida.




3. La Taifa de la Marca Superior: Zaragoza

a) La Marca Superior bajo los Tuŷībíes durante el siglo X


La Marca Superior, con su capital en Zaragoza, había permanecido desde los tiempos de la conquista musulmana con intermitentes independencias respecto a poder cordobés, protagonizando su localismo  diversos linajes, uno de los cuales comenzó a ganar terreno desde finales del siglo IX, los Tuŷībíes, instalados en el valle del Ebro desde los tiempos de la conquista. La autonomía de estos Tuŷībíes, en el siglo XI, no supuso ruptura respecto al gobierno local anterior, aunque la interferencia de las disposiciones de Almanzor se notó porque los régulos de la taifa zaragozana procedían de una rama lateral de los Tuŷībíes, que desplazaron a la central. Los Tuŷibíes tenían origen árabe, siendo su antepasado Amīrā b. al-Muhāŷir, el primero de ellos que entró en al-Andalus.




Desde los tiempos de al-Hakam II aparecen mencionados en las fuentes diversos personajes Tuŷibíes que ocupaban el gobierno de los principales enclaves urbanos de la Marca Superior. La rama más importante fue la que gobernaba en Zaragoza, y eran los descendientes de Muhammad al-Anqar (el Tuerto) (890-925), sucedido por su hijo Hašīm (925-930), a su vez sucedido por su hijo Muhammad b. Hašīm (930-950) y luego por su hijo Yahyà, del que poseemos una última referencia fechada en 975, cuando volvió a sus dominios tras intervenir en el Magreb, en el gobierno de Zaragoza fue sucedido por su hermano ‛Abd al-Rahmān b. Muhammad (976>-989), conspirador contra Almanzor y ejecutado por éste en el año 989, siendo nombrado por el régulo cordobés entonces para desempañar la gobernación de Zaragoza un sobrino y homónimo del así ejecutado, llamado ‛Abd al-Rahmān b. Yahyà, que ya ante había ejercido fugazmente el cargo, en 975, durante la ausencia de su padre en el Magreb. Ninguna noticia sobre el gobierno de Zaragoza vuelve a aparecer en las fuente hasta que vemos alzarse con la soberanía de la taifa a Mundir I, hacia 1013.

Una rama colateral de los Tuŷībíes dominaba en el área de Calatayud y Daroca: entre 862 y 934 los Tuŷībíes bilbilitanos fueron fieles a los Omeyas y hostigaron a los Banu Qasi. La sucesión en el poder se hizo de padres a hijos, sin que se documenten problemas dinásticos ni de legitimidad. El primogénito gobernaba desde Calatayud, y los hermanos, en caso de haberlos, gobernaban los castillos del distrito subordinados. En 890/1 el emir Abd Allāh confirmó como sahib (señor) de Calatayud a Mundir b. ‛Abd al-Rahmān b. ‛Abd al-Azīz al-Tuŷī, que murió en 921 o en 924/5. El 21 de julio de 930 Abd al-Rahmān III confirmó en Calatayud a Mutarrif b. al-Mundir y en Daroca a su hermano Yūnus (b. al-Mundir) Ibn  ‛Abd al-Azīz al-Tuŷibí. En 934 el sahib de Zaragoza Muhammad b. Hašīm al-Tuŷibí, primo de Mutarrif y de Yūnus se rebeló contra la autoridad de los Omeyas de Córdoba, e invocó los vínculos de consanguinidad para que también se rebelaran los bilbilitanos. Al principio, Mutarrif y Yūnus se mantuvieron fieles al Califa omeya, pero en 935 Yūnus se desmarcó y se alió con Hašīm. Calatayud se mantuvo fiel a Abd al-Rahmān III que envió a parte de su ejército en mayo para someter Zaragoza y Daroca. Yūnus, temeroso, huyó de Daroca con sus hijos y se refugió en Zaragoza. Abd al-Rahmān III pudo así controlar nuevamente los pasos naturales que conducían a la capital del Ebro; el del oeste en Calatayud, a través de su aliado, Mutarrif, y el del sur a través de Daroca, abandonada por Yūnus y ocupado pacíficamente. Cuando parecía que Muhammad b. Hašīm se iba a rendir, recibió auxilio de Ramiro II y de la intrigante reina Toda. En abril de 936, al-Nāsir envió a Zaragoza al caíd ‛Abd al-Hamid b. Basil con tropas y, más tarde, con refuerzos, al visir Sā'id b. al-Mundir al-Qurashi, que llevaba la orden de destituir al responsable del asedio de Zaragoza, Ahmad b. Ishaq al-Qurashi, y dirigir personalmente las operaciones militares. Según al-Udrī, Ahmad, ávido de venganza paró en Calatayud para ver a Mutarrif y le metió miedo con historias que había inventado. Mutarrif se declaró en rebeldía y buscó la alianza con Muhammad b. Hašīm. Ante esta nueva situación, Yūnus regresó a Daroca en otoño de 936. Fue así como los rebeldes a Abd al-Rahmān III controlaron nuevamente los valles de Jalón y Jiloca, cortando totalmente los suministros al campamento de al-Yazira. El 28 de marzo de 937, Abd al-Rahmān III diseñó una campaña contra la Marca Superior. En junio el ejército califal llegó a Gallocanta. Mutarrif se había aliado con alaveses y castellanos, que acudieron a Calatayud para ayundarle. Yūnus, al saber la llegada del Califa, volvió a evacuar Daroca e intentó hacer frente común con su hermano "dejando 30 fortalezas y alcazabas de sus distritos, que pasaron pacíficamente" a ser controlados por el Califa. Calatayud fue tomada por la fuerza, tras un duro asedio. Yūnus y Mutarrif fueron ejecutados. Hakam b. al-Mundir se encastilló en la alcazaba y obtuvo el perdón del Califa al capitular el 31 de julio de 937, y en 940 fue confirmado en recompensa a su fidelidad. Tras su muerte en 950 le sucedió su hijo al-‛Āsī b. Hakam, que gobernó hasta 961/2 o 972. Desde 972 a 975 la región es gobernada por funcionarios cordobeses, hasta que ese año fue nombrado sobre Daroca un hermano del mencionado al-Āsī , llamado ‛Abd al-Azīz b. Hakam, que recibió el mandato de fortificar la zona y luego incorporarse a las operaciones musulmanas, mandadas por el general Ghālib, alrededor de Gormaz. En los años 980/1 este Abd al-Azīz, en pago a su lealtad fue  nombrado también sobre Calatayud. Murió hacia 997, fecha en que aparece sucedido en su puesto por uno de sus hijos, Hakam, muerto en 1005/6, cuyos dominios entonces se repartieron su hermano Hašīm, que gobernará Daroca, y su pariente Mundir (luego primer régulo de la taifa de Zaragoza) y que desde esos comienzos del siglo XI gobernaba Tudela.


Otra rama de los Tuŷībíes ocupaba el área de Lérida, Monzón y Balaguer: su gobernador era Yahyà b. Hašīm, desde el año 930, hasta su muerte en 952, sucedido por su hijo Hudayl, que debió integrarse cada vez más en el funcionariado cordobés; probablemente actuó luego en la otra línea de los Tuŷībíes, la de los Banu Sumādih, pues tenemos referencias de que 969 se alzó en los confines leridanos Abū l-Ahwas Ma'n b. ‛Abd al-Azīz, que se refugió con los cristianos y se refugiaron en uno de sus castillos, llamado al-Roso, cuyos habitantes tributaban entonces a los musulmanes, aunque logró rebelarles. Al fin fue reducido por el caíd de Lérida, hacia la primavera de 975, y tras algún tiempo fue perdonado por el Califa, para sobresalir más tarde como general de Almanzor. Otra referencia del año 975 nos indica que en ese año fue nombrado gobernador de Lérida y Monzón, con sus respectivos distritos, Hašīm b. Muhammad al-Tuŷībi. ningún otro dato poseemos sobre el gobierno de la zona, hasta comienzos del siglo XI, en que aparece allí dominante otro linaje, el de Sulaymān b. Hūd, que se adueñó de Lérida tras matar al gobernador anterior, Abū l-Mutarrif al-Tuŷībi, ya en los tiempos revueltos de las guerras civiles.


También a comienzos del siglo XI, los Tuŷībíes sustituyeron a los Banū Šabrīt en los dominios de Huesca y Barbastro, pues allí veremos actuar como gobernador, en 1006, a Muhammad b. Ahmad b. Sumādih.


En conjunto, pues: en la segunda mitad del siglo X las tres principales áreas de la Marca Superior (1ª, Zaragoza-Tudela; 2ª, Calatayud-Daroca; y 3ª, Lérida-Monzón) aparecen regidos por Tuŷībíes de las ramas centrales, los descendientes de Muhammad al-Anqar, por un lado, y de su hermano Mundir b. Abd al-Rahmān. todos ellos cuando van accediendo al poder local son confirmados en sus cargos por el gobierno central de al-Andalus, en tiempos de los Califas Abd al-Rahmān III (929-961) y al-Hakam II (961-976), y si hay, por breve periodo algún enfrentamiento entre los Tuŷībíes y la administración cordobesa, ésta les sustituye por funcionarios cordobeses, durante los cortos periodos periodos de tiempo que suele durar estos enfrentamientos. Pero desde que Almanzor acapara el poder en al-Andalus le vemos intervenir respecto a los Tuŷībíes, en su designación como gobernadores de los diversos enclaves de la Marca, con menos miramientos en mantener la sucesión mayoritariamente patrilineal de éstos, y además, y seguramente según cuanto destacaron en las filas de Almanzor, irrumpen con fuerza en el control de diversas zonas de la cuenca del Ebro, dos ramas más, laterales de los Tuŷībíes, la de los Banu Sumādih, que allí, y significativamente saltarán a regir a la taifa de Almería, y la del futuro régulo de la taifa de Zaragoza Mundir I.


No dejaron de implicarse los Tuŷībíes, a favor o en contra en las acciones de Almanzor, y eso les supuso adquirir o perder el poder en la Marca Superior. Por ejemplo, en las luchas que enfrentaron a Almanzor contra el general Ghalib, apoyó a este último, Hašīm b. Hakam, hermano del señor de Calatayud, al-Āsī; otro de los hermanos, ‛Abd al-Azīz, señor de Daroca, tomó partido por Almanzor, que tras vencer a su rival primero en Armuña de Guadalajara, en 980, y al año siguiente cerca de Atienza, ocupó Calatayud, una de las principales bases de su oponente, y confió su gobierno allí, que le había sido, al haberle ayudado a Abd al-Azīz. En aquellas luchas murió su oponente, Hašīm.


En 989, un hijo de Almanzor llamado 
‛Abd Allāh conspiró contra su padre pues éste prefería a otro de sus hijos, ‛Abd al-Malik. El gobernador de Zaragoza, ‛Abd al-Rahmān formó parte de la conspiración, pero Almanzor desbarató todo: convocó en Guadalajara a Abd al-Rahmān, con orden de incorporarse para una aceifa por Castilla; allí acampados, agentes cordobeses provocaron alborotos con los soldados zaragozanos que acusaron a su gobernador de quedarse con los pagos de todos; el 8 de junio de eses año, 989, fue cesado como gobernador de Zaragoza y doce días después procesado y ejecutado en al-Zahīra, la ciudad palaciega de Almanzor, que nombró de inmediato a otro tuŷībí en aquel cargo, confiando el gobierno de la Marca a ‛Abd al-Rahmān b. Yahyà, sobrino del ejecutado.

Otros tuŷībíes fueron leales colaboradores de Almanzor, y a todos sus niveles, formaron parte de sus ejércitos: desde el generalato, desempeñado por Abū l-Ahwas Ma‛n b. ‛Abd al-Azīz, que incluso llegó a ejercer el gobierno del territorio magrebí dominado por al-Andalus hasta la categoría de simple jinete que fue Yahyà b. Mutarrif, padre del primer régulo, Mundir, que también destacó en las filas de Almanzor. Realmente, a quien Mundir debía todo era al todopoderoso haŷīcordobés y a sus hijos, y siempre les guardó lealtad, según parece, acogiéndo en su corte de Zaragoza a varios personajes que otrora formaron el séquito de los āmiríes, como  sus secretarios y poetas, Ibn Darrāŷ y Sāidi y también tomó bajo su protección al nieto de Almanzor, llamado ‛Abd al-Azīz, que en 1021/2 fue proclamado soberano de la taifa de Valencia, tan controlada por partidarios de los āmiríes.


b) El surgimiento de la Taifa de Zaragoza bajo los Tuŷībíes.


Cabe insistir que Mundir pertenecía a una rama secundaria de los Tuŷībíes, que cuatro generaciones atrás había desempeñado el gobierno de Daroca, sin volver a sobresalir hasta los tiempos de Almanzor, antes de cuya muerte, en 1002, había logrado Mundir "puestos de mando", para conseguir tres o cuatro años más tarde, el gobierno de Tudela, después de que allí falleciera su pariente Hakam b. ‛Abd al-Azīz, que hasta entonces, 1005/6, lo desempañaba. Con esta base, y tras destacar en las guerras civiles cordobesas, obtuvo del Califa Sulaymān, el dominio de Zaragoza. Ello debió ocurrir en 1013, siendo ésta de Mundir una de las primeras taifas, junto con otras de grupos bereberes, también otorgadas por el mismo Califa, que así hubo de reconocer la guerra de los dos elementos -los fronterizos y los beréberes- engrandecidos precisamente por la actividad bélica de los āmiríes. Intervino Mundir también, coaligado don Jayrān de Almería, en la proclamación del Califa al-Murtadà, desentendiéndose del resto a continuación, desde 1018, para concentrarse en su taifa, que aún rigió unos tres años más, hasta su muerte.


Los dominios de Mundir limitaban con las taifas de Toledo, Albarracín, Valencia y Tortosa, y con todas ellas hubo de tener relaciones, poco atestiguadas, aunque sabemos que quiso intervenir en Tortosa. En Lérida y Tudela dominaba otro destacado cabecilla de las luchas civiles, Sulaymān b. Hūd, con el cual tuvo también que habérselas Mundir y sus descendientes hasta que pronto Sulaymān les suplante en Zaragoza.


Mundir, como casi todos los fundadores de taifas, se tituló "chambelán" (haŷīb), además de llevar dos títulos honoríficos, el de Dū l-ri’ āsatayn ("El de la Doble Jefatura") y el de al-Mansūr ("el Victorioso"). En su corte de Zaragoza acogió a personajes huidos de Córdoba, entre ellos al poeta Ibn Darrāŷ, como ya se mencionó, quien le dedicó grandes loas, comparando las construcciones del régulo zaragozano con míticos palacios sudarábigos. En sus días se amplió la mezquita aljama de Zaragoza. Dicen las crónicas que los otros gobernadores de la Marca le acataron; sin embargo, tuvo que invadir Huesca y desplazar allí a su pariente tuyibí Sumādih, que se refugió en Valencia y cuyo hijo Man se alzará más tarde con la taifa de Almería.


Mundir procuró mantener buenas relaciones con castellanos y catalanes, y así acogió con fiestas al cortejo castellano y catalán que realizaban las bodas entre Berenguer Ramón y Sancha, hija de Sancho García. Su gran oponente fue Sancho el Mayor de Navarra, contra el cual Mundir hubo de arbitrar medios bélicos y diplomáticos, sin poder impedir que el soberano pamplonés se apoderara de Buil y luego de toda la ribera del Cinca hasta Perarrúa, tomando posiciones sobre el llano de Huesca.


Cuando murió Mundir, en 1021/2 le sucedió su hijo Yahyà al-Muzaffar, que nominalmente reconoció a distintos Califas de Córdoba y también simbólicamente al Califa abbāsí. Se alió por matrimonio con la taifa toledana, casando con una hermana del régulo Ismāīl. Siguieron las hostilidades entre Zaragoza y Pamplona. Debió morir Yahyà en 1036, aunque en las monedas empezó a figurar el nombre de su hijo Mundir desde 1029, cuando posiblemente fuera designado heredero.


Mundir, el segundo tuŷībí de este nombre, debía contar unos diecisiete años cuando sucedió a su padre y ello quizá explica que pudiera mantenerse solo dos años al frente de su taifa, siendo asesinado según noticias de al-Udrī. Se alzó contra él un primo suyo, ‛Abd Allāh b. Hakam, de la rama central tuŷībí, y pretextando que Mundir no reconocía a Hišām III, el último Califa omeya de Córdoba, ya depuesto y refugiado en Lérida junto a Sulaymān b. Hūd, le dio muerte. Tampoco ‛Abd Allāh conservó mucho tiempo su poder, solo veintiocho días, al cabo de los cuales huyó dejando Zaragoza a merced del señor de Lérida Sulaymān b. Hūd.



Linajes Tuŷībíes de Zaragoza, Lérica, Calatayud y Daroca

 
c) La Dinastía de los Banū Hūd


Esta familia, que vemos acceder al señorío de la taifa zaragozana, en 1038 o 1039, procedía de un árabe que entró a la Península Ibérica cuando la conquista del siglo VIII. Ya se ha señalado cómo Sulaymān b. Hūd destacó en las luchas civiles del periodo y cómo desplazó a los Tuŷībíes de Zaragoza en 1038/9, tomando el título de al-Mustaīn. situó estratégicamente a sus hijos en los principales enclaves: a Yūsuf en Lérida, a Lubb en Huesca, a Mundir en Tudela y a Muhammad en Calatayud, mientras su primogénito Ahmad permanecía como heredero presunto en Zaragoza. Destacó Sulaymān en el "partido andalusí" de las taifas y tuvo conflictos de límites con Toledo, peleando por Guadalajara; ambas taifas recurrieron a ayudas cristianas, pagando costosas parias. Murió Sulaymān en 1046, siendo sucedido en Zaragoza por su hijo Ahmad, a quien en principio se negaron a reconocer sus hermanos, instalados en los principales enclaves del valle del Ebro.


Ahmad fue en realidad el principal régulo de su dinastía. Comenzó por reducir a la obediencia a sus hermanos, aunque apenas doblegó al de Lérida. Estas luchas fratricidas costaron mucho dinero y esfuerzo en beneficio de los vecinos cristianos, a quienes uno y otro compraban ayuda. En 1060/1 logró apoderarse de Tortosa. Hubo de hacer frente a los conquistadores de Sancho el de Peñalén y de Ramiro I de Aragón, a quien venció en Graus (mayo 1063), y luego de Sancho Ramírez, que procuraba avanzar por los pasos del Esera y del Isábena.


Coincidiendo con los esfuerzos de los reinos cristianos peninsulares, acudieron cruzados transpirenaicos a luchar contra los territorios de la Marca Superior, y lograron apoderarse de Barbastro en 1064. los musulmanes andalusíes se solidarizaron con la recuperación de tan importante enclave, logrando expulsar a los cruzados de allí a mediados de abril de 1065. El régulo zaragozano llevó desde entonces el título de al-Muqtadir, dejando el más modesto de Imād al-Dawla. Algunos intentos de convertir al régulo zaragozano o de polemizar entre las dos religiones debieron acompañar esas intervenciones armadas de los cruzados, pues se conserva una correspondencia entre un "monje de Francia" y el gran teólogo al-Bāŷī, que hablaba en nombre del señor zaragozano.


El rey aragonés procuraba avanzar por la línea de Barbastro, tomando Alquézar en 1065. Al-Muqtadir tuvo la habilidad de aliarse con el navarro Sancho el de Peñalén en contra del aragonés, según tratado que se conserva. En 1076 al-Muqtadir ocupó Denia. A partir de 1081, el Cid prestó su ayuda militar a la taifa de Zaragoza. 


Durante sus treinta y seis años de gobierno, al-Muqtadir realizó importantes actos de hegemonía sobre otras taifas y de contención de las conquistas cristianas. Fue un gran mecenas y dio brillo a su corte, con la Aljafería. Desde 1081, en que enfermó gravemente, dos hijos suyos tomaron las riendas del poder: Yūsuf en Zaragoza y Mundir en los territorios orientales, teniendo entre ambos querellas debilitadoras, con intervenciones cristianas, asomando ya en el horizonte el peligroso Alfonso VI, que animó las intrigas interiores también del visir Ibn al-Royólo. Con todo esto, Sancho Ramírez logró importantes avances territoriales.




Poco pudo contener la alianza entre Yūsuf al-Mutamin de Zaragoza y el régulo de Valencia, pronto desplazado por al-Qādir  de Toledo. Ahmad al-Mustaīn accedió al poder a la muerte de su padre y duró su gobierno veinticinco años, entre 1085 y 1110, en los cuales se esforzó, si resultados positivos, por mantener la política zaragozana frente a Valencia, Aragón y Castilla, a pesar incluso de haber trabado buenas relaciones con los Almorávides.

Tras lograr Valencia los Almorávides, en 1102, comenzaron su acometida de las taifas más septentrionales cada vez más presionadas por los avances cristianos. Entre unos y otros oscilaban las tendencias de entrega de los andalusíes del valle del Ebro. Al-Mustaīn murió luchando contra tropas pamplonesas, en enero de 1110, y le sucedió su hijo Imād al-Dawla, el cual para contrarrestar la presencia y afán conquistador de los Almorávides, recurrió a la protección de los cristianos, a cambio de fuertes parias. Sus súbditos se inclinaron por los Almorávides y les abrieron las puertas de Zaragoza, el 31 de mayo de 1110. Los Banu Hud, ayudados al principios por los soberanos de Aragón y de Castilla después, resistieron casi medio siglo más, primero en Rueda de Jalón, luego en Castilla, para reaparecer finalmente recabando algún poder en las segundas y en las terceras taifas.


4. Las Taifas de Tortosa y Denia

a) La Taifa de Tortosa hasta 1061


En Tortosa como en el resto de Levante, debieron alzarse muy pronto los eslavos, reaccionando sobre todo contra el Califa al-Mahdī, el cual había dado un golpe de estado contra los āmiríes y contra Hišām II, en 1009, iniciando poco después su política antieslava, por ser los eslavos partidarios del antiguo régimen. Precisamente, según las fuentes, en esos momentos tenía el poder en Tortosa un antiguo liberto de Almanzor, el esclavo Labīb, que allí constituyó su taifa, defendiéndola de inmediato de ataques del régulo de Zaragoza, Mundir I, que procuraría la importante salida al mar que Tortosa representaba. La solidaridad de los demás eslavos, más o menos consolidados en sus taifas levantinas desde la primera decena del siglo XI, ayudó mucho a la consolidación de Labīb en Tortosa, donde, a pesar de no dar del todo la talla de soberano, "por sus escasos desvelos", según el Bayān III, se mantuvo hasta su muerte, tras haber logrado extender temporalmente  su poder a Valencia, de dū lhiŷŷa 408 ó 409, es decir, en abril o mayo 1018 o de 1019, y de haber llegado a reconocer por Califa al falso Hišām II, en 1035-36.


Tras él, rigió la taifa tortosina otro liberto de Almanzor, también eslavo, llamado Muqātil y titulado Sayf al-milla ("Sable de la fé), desde fecha desconocida pero quizá algo anterior a 431/1039-40, en que comienzan a aparecer monedas a su nombre. Un nuevo régulo, Yala, también de iguales orígenes,empieza a ser citado en las monedas desde 445/1053-54, y sigue mencionado así hasta 450/1057-58. Poco debió durar su mandato, siendo sucedido por otro eslavo, Nabīl, que ya se mantuvo hasta que el régulo de Zaragoza, al-Muqtadir, ocupó aquella taifa en 1060, parece que de forma pacífica, pues los mismos tortosinos se alzaron contra él y llamaron al régulo zaragozano, con quien compartirían intereses políticos frente al conde de Barcelona e intereses económicos.

Desde 1060 Tortosa continuó sus destinos englobada en la taifa de Zaragoza, aunque parte del tiempo la pasó desligada del tronco zaragozano, por constituir una especie de subtaifa, a partir de 1081, junto con Lérida y luego con Denia. 


b) La Taifa de Denia hasta 1076

Desde los primeros disturbios que estallaron en Córdoba, al comenzar el año 1009, la represión del nuevo Califa al-Mahdī alejó a los eslavos de la capital y, posiblemente, Muŷāhid, eslavo liberto de los hijos de Almanzor, partiría de aquel inseguro lugar para intentar labrarse un porvenir en el levante peninsular. Acaso comenzó por asegurar Tortosa para el  poder de los eslavos, y siguió bajando, con alguna escala intermedia, como Valencia, para al final lograr instalarse en Denia, hacia 1010 o 1012, tomando el título de al-Muwaffaq, no se sabe cúando, y el prenombre de Abū l-Ŷays, con lo que todas las partes de su nombre vienen a aludir a la milicia y al éxito. Él independizó Denia y de allí se expansionó. Quizá ya instalado en el poder quiso arabizar e islamizar sus orígenes y algunas crónicas señalan que era hijo de un Yūsuf y nieto de un Alī, cuando, en realidad, sus antepasados debieron ser cristianos y como esclavo debió ser llevado, desde pequeño, a la corte de Almanzor, por lo cual tomó el título de al-āmirí. Destacó también Muŷāhid por su cultura y sus riquezas, más reales que la reconstrucción de sus orígenes, sobre los cuales pueden formularse hipótesis distintas, como su proveniencia de Cerdeña.

Seguramente fue el primero de los régulos de taifas que acuñó moneda, apartándose de las emisiones oficiales cordobesas, desde el temprano año de 402/1011-12, con la ceca local inidentificada de L.w.ta/o, y en uno de cuyos dirhemes, de 405/1014-15 figura el  nombre de Muŷāhid con "su" Califa, el omeya al-Mu‛aytī, a quien el audaz régulo alzó al Califato en Denia, tomando la iniciativa de este tipo de pronunciamientos provinciales en 1014 y cuyo poder solo soportó algunos meses. 

Ibn Idārī, transmite, al parecer sin fundamento, que Muŷāhid se encontraba en Mallorca como gobernador, en nombre de los Āmiríes, cuando estalló la guerra civil en Córdoba. Más seguro parece que Muŷāhid ocupara las islas después de proclamar, en noviembre de 1014, Califa en Denia a  un oscuro príncipe omeya llamado ‛Abd Allāh al-Mu‛aytī, de una rama oriental de aquella familia, que todavía niño vino desde Egipto a Córdoba, donde pudo dar rienda a sus aficiones cultas y recibir una esmerada educación. La dispersión de las guerras civiles le llevó a Denia, donde Muŷāhid no desaprovechó la ocasión de lucir un Califa propio, del cual presentarse como "chambelán" (hāŷib) y quedar legitimado, recibiendo además el rasgo del doble visirato poco antes de emprender el dominio de las Baleares, que parece haber sido pacífico y haber ocurrido entre la proclamación de al-Mu‛aytī y la expedición que Muŷāhid emprendió contra Cerdeña en agosto-septiembre de 2015.

En esta fecha Muŷāhid partió de Mallorca, recién tomada por él, y utilizando sus recursos. Otros ataques habían lanzado a los musulmanes contra aquella isla durante los siglos VIII y IX con fines de saqueo, pero Muŷāhid, vencida una primera resistencia de los isleños, parece que pretendió construirse allí un alcázar, en lo cual empleó los últimos meses del año 1015 y los primeros de 1016. Mientras, se había organizado la reacción cristiana, y el papa Benedicto VIII impulsó a Pisa y Génova contra los atacantes, lo cual llevó a cabo en la primavera-verano de 1016, expulsándole de Cerdeña, con grandes pérdidas, incluso teniendo que dejar allí cautivos a miembros de su familia, incluso a una de sus mujeres y a su hijo ‛Alī, que torno luego a Denia, donde acabó sucediendo a su padre. Hay indicios que abonarían su procedencia de aquella isla, donde quisieron permanecer algunas mujeres de la familia de Muŷāhid, después de que éste se retirara de allí derrotado.

La expedición de Muŷāhid contra Cerdeña está confusamente narrada en las fuentes árabes y en las italianas: éstas últimas cargan de fantasía el episodio y hacen de Muŷāhid (al que llaman "Mugettus rex"), el prototipo del fiero pirata, según el Liber Maiolichinus; fundador de una "colonia di filibustieri" -según Sismondi-, que todavía en 1050 seguiría asolando las costas italianas. En cierto sentido, todo esto indica la importancia de la marina de Denia y Baleares, notables también en el Mediterráneo oriental, como prueba un documento de la Guenizá de El Cairo fechado en Denia, el 10 de enero de 1083, acerca de un cargamento de cinabrio, y como prueban también las referencias de Ibn Simāk sobre las naves de Denia que llegaban a Siria. Ibn al-Jatīb es el autor árabe que más razonable noticia ofrece de la expedición a Cerdeña.

Al regresar de su expedición a Cerdeña, Muŷāhid encontró a "su" Califa engreído, y sencillamente, lo expulsó, yéndose al-Mu‛aytī al Norte de África, y dejando el campo libre al régulo eslavo, cuyos súbditos no parecen afectados por la pérdida de la fachada califal; bien nos dice Ibn al-Jatīb que las gentes de las Islas Baleares le temían, pues había sabido imponerse a sus notables y personajes, e incluso les exigía servicios y contribuciones extraordinarias, como llevarles registro de las yeguas que tenían, confiscándoles sus potros, en cuanto servían para la monta, a cambio de muy poco dinero, y obligándolos a no quedarse con ninguno ni cometer ningún fraude al respecto. El control de Muŷāhid se ejerció en las Baleares por medio de gobernadores, por él designados, el primero de los cuales fue, al parecer, su propio sobrino ‛Abd Allāh; tras él, muerto en 428/1036-37, designó a uno de sus libertos llamado al-Aglab, que ejerció su cargo hasta 1048-49, cuando en la capital de la taifa, Denia, ya reinaba reinaba Iqbāl al-dawla, hijo de Muŷāhid.

Muŷāhid fue un régulo activo; intervino bastante en las luchas civiles y también en la política local de los eslavos levantinos, ocupando alguna vez el poder en Valencia, donde, en 1018, se mantuvo incluso dos años, hasta que los eslavos āmiríes deciden proclamar allí a un nieto de su patrón Almanzor, y Muŷāhid tiene que retirarse. No es segura su participación en la proclamación del Califa al-Murtadà, alzado en Játiva y pronto abandonado por sus anteriores partidarios. Aunque comenzó aceptando al nieto de Almanzor como señor de Valencia, acabó enfadándose con él, enfrentados por la herencia eslava de la taifa de Almería, como cuenta el emir Abd Allāh en sus Memorias.

Muŷāhid había recibido una esmerada educación en la cultura árabe y fue considerado uno de los hombres más eruditos de su tiempo. Reunió una gran biblioteca en sus palacios de Denia y de Mallorca. Celebraba en su corte sesiones literarias y en Denia residieron, fija o temporalmente, algunos de los más finos poetas y sabios de aquel siglo. Arbitraba Muŷāhid las tertulias literarias, y así nos ha quedado la estampa de gran hombres de letras y guerrero, como fue exaltado por Ibn Burd en su Epístola de la espada y el cálamo. Los elogios a Muŷāhid llenan páginas de fuentes.

Al morir Muŷāhid en 1045, su hijo Alī se hizo cargo del poder, con el problema de que su hermano Hasan le venía discutiendo, al parecer la sucesión paterna, tramando un complot en su contra, del cual existe importante testimonio en cartas del mismo Alī, contando la traición fraterna, y conservadas por Ibn Bassam en su Dajira. 

Alī Iqbāl al-Dawla era el primogénito, nacido en Córdoba antes de 1009, mientras que su hermano Hasan nació después de la expedición contra Cerdeña, es decir, después de 1016, situándose en destacado lugar mientras que el primogénito permanecía cautivo y tardó en poder ser rescatado. Tuvo también Muŷāhid cuatro hijas, a las que casó estratégicamente con otros tantos soberanos de taifas: con el de Zaragoza, de Sevilla, el de Valencia y el de Almería. De algún modo estos enlaces entre dinastías tuvieron alguna proyección en la escena política de aquel siglo y, además de una representativo, dieron pie en ocasiones a intervenciones entre taifas unidas por enlaces matrimoniales. Hay otros ejemplos, pero el que ahora nos ocupa propició de algún modo la intervención de al-Muqtadir de Zaragoza en la taifa de su cuñado Alī Iqbāl al-Dawla, al que desposeyó de sus dominio, en 1076.

Treinta y un años se mantuvo Iqbāl al-Dawla como soberano de Denia y Baleares, sin que ningún hecho extraordinario sobresalga en sus fías, sino la prosperidad continuada, gracias al corso y al comercio por todo el mediterráneo. ninguna guerra conocida movió Iqbāl al-Dawla en sus tiempos. Mantuvo buenas relaciones con las otras taifas, e incluso con el rey castellano y con el conde de Barcelona, sin tener que pagar parias, apostilla Ibn Jaldūn. lo mismo que su padre, dedicó atención al boato cultural de su corte pero no destacó tanto como él en sus aficiones letradas.

Iqbāl al-Dawla había nacido de madre cristiana y había permanecido cautivo de cristianos bastante tiempo de su juventud, tras la fracasada expedición contra Cerdeña. De él se conservarían, aunque son documentos discutidos, dos diplomas suyos permitiendo a los cristianos de sus dominios el tener por obispo al de Barcelona, pudiendo nombrar éste a los eclesiásticos de las iglesias de aquella taifa. Las fuentes árabes ponderan la rectitud musulmana de Iqbāl al-Dawla.

Tres razones dan  las fuentes árabes para indicar porqué al-Muqtadir de Zaragoza quiso y pudo tomar Denia: la escasez de tropas de Iqbāl al-Dawla, su apego al dinero que le hacía acumular grandes tesoros, codiciados por el zaragozano y la traición del visir Ibn al-Royólo. En marzo-abril de 1076, al-Muqtadir vino a desposeer a su cuñado de Denia, el cual, según unas fuentes marchó con su desposeedor a Zaragoza o huyó al norte de África. Un hijo de Iqbāl al-Dawla intentó recuperar el territorio de Denia, perdido por su padre, y se tituló Sirāŷ al-Dawla, logrando algunos avances con ayuda de Ramón Berenguer II, pero al-Muqtadir consiguió envenenarle.



c) La taifa de Denia y Tortosa bajo los Ibn Hūd

Entregó al-Muqtadir el gobierno de Denia, y del resto de sus territorios orientales a su hijo Mundir, y a la muerte de su padre se puso a gobernar de forma autónoma, acosado por su hermano al-Mu‛tamin desde Zaragoza, a partir de 1081-83. Hay monedas de Mundir con ceca de Denia desde 1082-83, que conservó su señorío, junto con el de Lérida y Tortosa, hasta morir en 1090. Le sucedió entonces un hijo, niño aún, Sulaymān Sayyid o Sa‛d al-Dawla, bajo la tutoría de una familia que parece poderosa, llamada por la Primera Crónica General "hijos de Betyr". En Denia residía Sayyid al-Dawla, y allí acuñó moneda entre 1090 y 1092, fecha ésta última en que Denia fe tomada por los Almorávides, acabando así esta taifa.  


5. La Taifa de Albarracín

Se extendió por un territorio no demasiado amplio de la Marca Media, perteneciente sobre todo a la actual provincia de Teruel, y denominado en árabe al-Sahla, "la llanura", o Sahlat Banī Razīn, "llanura de los Banū Razīn", que ese extendería desde Castielfabid hasta Calamocha y desde la sierra por donde discurre el curso alto del Guadalaviar hasta los del Cabriel y el Tajo. Es posible que el topónimo Sahla haya quedado en el nombre del lugar de Cella, mientras que la capital haya quedado en el nombre de Cella, mientras que la capital se llamaba Šanta Mariya al-Šarq, "Santa María de Oriente", para diferenciarse de la "Santa María de Occidente", o del Algarbe, conservando ambas durante el periodo andalusí, el nombre anterior de "Santa María", como otros tantos topónimos hagiográficos. Este también se denominaba Šanta Mariya Banī Razīn, pues se encontraba en el territorio que señoreaba esta familia beréber de los Razīn, pertenecientes a la gran confederación de los Hawwāra, tronco de la gran cabila de los Barānis.


El antepasado de esta familia, llamado Razīn, había sido uno de los grandes jefes militares que entraron en la península Ibérica con el ejército de Tāriq b. Ziyād para efectuar las primeras operaciones de conquista. primero los Razīn estuvieron en Córdoba, pero poco después se trasladaron a la zona fronteriza entre la Marca Superior y la Marca Media. Dieron nombre a su capital, que todavía se llama "Albarracín", donde les vemos destacar entre los arráeces de las fronteras, especialmente en el siglo X.


En sus territorios de la Sahla señorearon los Banū Razīn, con las típicas alternativas de obediencia o de insumisión al poder central de al-Andalus, hasta que en los primeros momentos de las guerras civiles se fueron desligando del todo de los conflictos califales. El jeque de los Banū Razīn era, cuando el golpe de estado dado contra Hišām II, Abū Muhammad Hudayl b. Khalaf b. Lubb b. Razīn "el Beréber", que fue quien se independizó en sus dominios, tomando el apelativo de "chambelán" o hāŷib, con que pretendieron legitimarse muchos de los fundadores de taifas, manifestando que así solo seguían el procedimiento de poder efectivo tomado por Almanzor, respetando el poder teórico de algún Califa.





Hacia 1013 iría cortando lazos de dependencia respecto a los Califas de Córdoba; parece que este primer régulo de la taifa de Albarracín aún se mantuvo relativamente fiel al Califa Hišām II (cuyo segundo Califato se extendió entre julio de 1010 y mayo de 1013) y solo al final apoyó a su oponente, Sulaymān al-Mustaīn, en su segundo Califato (mayo 1013-julio 1016), que fue quien le confirmó en el señorío de sus dominios. Las fuentes históricas solo precisan que

 "al principio de las luchas civiles aspiró a independizar su tierra y a gobernar a los suyos, igual que hacía su vecino Ismāīl b. Dī l-Nūn, que había cortado con el poder de Córdoba",
con indicación de que el fenómeno de constitución de las taifas se fue extendiendo de unos lugares a otros, siguiendo unos los pasos de los demás y procurando declarar muchos la soberanía sobre sus territorios, antes de que otros se los arrebataran. En efecto, Albarracín tuvo que salvarse, en principio, de la codicia del régulo de Zaragoza Mundir I, como indica también Ibn al-Jatīb, en el pasaje antes citado, donde se resalta asimismo el retiro en que discurrió la historia de esta taifa, apartamiento que sería político, pero desde luego no económico -ya que estaba situada en las rutas que comunicaban este y oeste- y ni siquiera cultural.

Ibn Bassam nos ha conservado el texto de una epístola en que el Califa Sulaym
ān al-Mustaīn reprocha a Hudayl alguna iniciativa que le había disgustado y que quizá fuera una negativa del señor de Albarracín a tomar parte a su favor en las luchas cordobesas; y bien puede ser, pues casi singularmente, estos régulos se mantuvieron aislados en sus dominios. Por otro lado, las fuentes árabes elogian las prendas personales de Hudayl y la prosperidad que logró para sus tierras, "las más ricas de la Frontera", según Ibn al-Jatīb, lo cual ha de atribuirse a la situación estratégica de aquella taifa en el conjunto de las rutas comerciales del momento.

Las fuentes también a su cultas alaban su cultura, el afán que tuvo en lograr una corte brillante, sobre todo especializada en el cultivo de la música. Las fuentes no dejan de aludir también a su crueldad, con algún ejemplo terrible. Murió Hudayl en Santa María de Albarracín, el año 436/1044-5, tras sobrepasar los treinta años de reinado, "todos ellos de tranquilidad y de paz", como resaltan las fuentes, y hacen bien en resaltarlo, pues en aquella época tal situación debió ser rara. Llevó los títulos de ‛Izz al-Dawla ("Fuerza de la Dinastía") y de Dū l-maŷdayn ("el de la doble gloria").


‛Abd al-Malik b. Hudayl fue proclamado al morir su padre, el año 436/1044-5, y ejerció tras él la soberanía de la taifa de Albarracín durante un largo periodo de más de medio siglo, lo cual es indicio de estabilidad de su poder. Ya en tiempos de su padre, seguramente nombrado heredero por él, tomó el título de Husām al-Dawla ("Sable de la dinastía"), que después incrementó con el de Ŷabr al-Dawla ("Orgullo de la dinastía"). Era, según las fuentes del todo diferente a su padre, en cuanto a personalidad, y un cronista anónimo transmite de Ibn Hayya, contemporáneo suyo, una negativa descripción, calificándole de 

"mal de su época y oprobio de su tiempo, realmetne necio y de verdad insignificante...era peligroso, insensato y sanguinario",
y a pesar de todo se mantuvo en el poder. Pero los malos tiempos de ‛Abd al-Malik ya no eran los de su padre, sino los de la segunda mitad del siglo XI, cuando según expresión de Menéndez Pidal "se desgozna una España antigua y toma nuevos ejes y nueva órbita otra España diferente", y, en este cambio, encontramos al señor de Albarracín que ha de adular, en 1085, a Alfonso VI ¡y felicitarle por haber conquistado Toledo!, cuando todos los régulos de taifas le enviaron temerosos, magníficos regalos y ‛Abd al-Malik también riquísimos presentes, para recibir del monarca castellano, como correspondencia, un mono, del cual el necio ‛Abd al-Malik presumía. Desde entonces tributó a Castilla.

Enseguida, en 1089, tuvo que entregar parias al Cid, aunque mientras éste sitiaba Valencia rehusó pagarle lo acordado; antes de agosto de 1093 intentó congraciarse con el rey de Aragón, que avisó al Cid de las pretensiones del régulo de Albarracín, y los ejércitos del castellano invadieron la taifa, y de nuevo se le sometió ‛Abd al-Malik. Después de que el Cid ganara Valencia, en 1094, encontramos al señor de Albarracín aliado de los Almorávides, que avanzaban por Levante para socorrer aquella ciudad, y junto a ellos se encuentra ‛Abd al-Malik, participando en la batalla del Cuarte, y, como todos los demás, abandonando el sitio en vergonzosa huida.


‛Abd al-Malik murió el 9 ša‛bān 496/18 mayo 1103. Le sucedió su hijo Yahyà, antes ya declarado heredero. Su reinado no llegó a un año, pues le destronaron los Almorávides, el 8 raŷab 497/6 abril 1104, y con él acabó la dinastía de los Banū Razīn y su taifa, sustituidos y ocupada por el imperio magrebí que seguía incorporando los territorios de al-Andalus.


 

6. La Taifa de los Banū Qāsim de Alpuente

Alpuente, a dos jornadas al sur del reino taifa de Albarracín, fue un enclave bien poblado y con cierta actividad comercial, situado ente las taifas de Zaragoza y Toledo y el Levante, compartiendo bastantes características con la de Albarracín: pequeño territorio, aislamiento político, estratégica situación en las rutas comerciales entre el centro y el este peninsulares, y adornándose también con el cultivo de las bellas letras y recibiendo elogios, aunque estereotipados, del gran polígrafo Ibn Hazm en su Epístola elogiosa de al-Andalus.


De gobernadores de la región, seguramente desde los primeros tiempos de la conquista islámica, pasaron los Banū Qāsim a independizarse allí, al principio de la guerra civil que acabó con el Califato, y aunque ya desligados de la suerte de Córdoba, este linaje fronterizo, en su alejada pero segura tierra, pudo dar asilo a algunos príncipes Omeyas como ‛Abd al-Rahmān y su hermano Hišām III, alzados al Califato respectivamente con los títulos de al-Murtadà y de al-Mutadd; éste último, designado Califa de Córdoba en junio de 1027, se demoró algunos meses todavía en su periférico refugio, antes de llegar a su nueva capital en 1029 y cerrar la lista de Califas en 1031.


Pocas referencias traen las fuentes sobre la taifa de Alpuente; incluso algunas contradicciones: por un lado, los Banū Qāsim pretendían tener origen árabe y ser fihríes de ascendencia yemení, lo cual demuestra no solo la preeminencia de lo árabe, sino el grado de arabización que los "andalusíes" del siglo XI habían alcanzado, y entre ellos también los que procedían de los beréberes llegados en el siglo VIII, en las oleadas conquistadoras, como les ocurrió seguramente a estos Banū Qāsim y como revela Ibn Hazm en su Tratado de linajes, donde señala que estos régulos de Alpuente eran beréberes kutāmíes, aunque se hubieran adherido como maulas a los árabes Fihríes.




‛Abd Allāh I b. Qāsim fue quien se alzó con el poder autónomo, reaccionando contra el vacío del poder central, instalando desde el comienzo de las guerras civiles, dicen las fuentes sin más precisión, su dominio en aquella zona que venía señoreando su familia y que así se mantuvo también durante todo el siglo XI, como dinastía taifa, sucediendo a ‛Abd Allāh un hijo, dos nietos y brevemente un biznieto, adoptando títulos no demasiados rimbombantes, como son los compuestos por la referencia "Dawla", que se limitan a ensalzar la propia dinastía y no tienen rango de sobrenombres califales.

El poder pasó tranquilamente de unos miembros de la familia a otros, cuando fallecía el antecesor, línea solo alterada en raŷab 434/febrero-marzo de 1043, cuando al morir Ahmad dejó tras de sí a su hijo Muhammad II, con solo unos siete años de edad, el cual, aunque protegido por su abuelo materno, llamado Qāsim, y del que Ibn al-Jatīb señala cómo era "el jeque de esta dinastía... que durante unos meses administró en nombre de su nieto el poder, conservándole al hijo de su hija el privilegio que se le había otorgado, en tanto alcanzaba la mayoría de edad", en interesante referencia a los entresijos de las estructuras familiares, lo cual no pudo impedir que un tío paterno del menor elegido, ‛Abd Allāh II b. Muhammad, titulado Nizām o Ŷanāh al-Dawla, tomara el poder para sí mismo, encarcelando al abuelo Qasim y casándose con la viuda de su hermano, y así consolidando su autoridad, que duró muchos años, hasta la conquista de los Almorávides, a comienzos del siglo siguiente.


En medio de las transformaciones territoriales de tantas otras taifas, mientras las más reducidas desaparecían conquistadas por las más grandes, la taifa de Alpuente se mantuvo incólume, viniendo a verse afectada solo al final por las presiones del Cid Campeador, a quien empezaron a pagar tributo desde 1089. Poco después, y con la característica oscilación de los régulos de taifas, entraban en tratos con los Almorávides, en poderosa pero todavía no lograda ofensiva por el Levante, hacia 1092. Luego Alpuente quedó aislada por éstos, por la ocupación de Valencia por el Cid, y solo cuando la remontaron los Almorávides, desde los primeros años del siglo siguiente, pudieron éstos continuar su conquista de las taifas, llegándole seguramente el turno a Alpuente algo antes que a Albarracín, ocupada pror el imperio magrebí en abril de 1104. Dice sin embargo el Bayān que el poder de los Banū Qāsim duró en Alpuente hasta el año 500/1106/7.



7. La Taifa de Valencia

Al parecer, Valencia venía estando bien integrada en el Califato andalusí, hasta el golpe de estado del Califa al-Mahdī, en 1009. Los eslavos, situados en el partido anti-Mahdī, bien colocados en la administración levantina, tuvieron que buscarse su futuro constituyendo taifas donde pudieron y, entre otros lugares ya mencionados, en Valencia. Es muy posible que primero procedieran en equipo y así el nombre de varios eslavos eminentes aparece citado en relación con otras taifas eslavas del oriente de al-Andalus, hasta que hacia 1010 aparecen administrando Valencia dos de ellos, Mubārak y Muzaffar, ambos libertos de otro liberto, el zabalzorta de al-Zāhira, la ciudad palatina de Almanzor, vinculados, pues, el partido āmirí. Al parecer, hacia ese año fueron llamados a rendir cuentas por el gobernador de la ciudad y sortearon las acusaciones de mala administración que allí les esperaban; enseguida les encontramos ejerciendo poder autónomo en valencia, acogiendo a muchos refugiados de las guerras que asolaban la parcialmente asolada capital de al-Andalus.




Se preocuparon de mejorar su ciudad y de reforzar las murallas valencianas, además de enriquecerse, logrando recaudar altísimos impuestos,
 "con el mayor rigor de todas las categorías de la población, hasta el punto de que la situación de sus súbditos se degradó. Las gentes emigraron unas tras otras de las regiones que ocupaban, las cuales, a fin de cuentas, se arruinaron. Mientras tanto, a ellos y a sus pares todo les sonreía, gracias al impuesto (harag) que les procuraba rentas abundantes; gozaban de gran holgura y de una gran estabilidad por el hecho de que no organizaban ninguna expedición contra cualquier enemigo, y porque no les sobrevino ningún golpe de mala suerte que les obligase a gastos imprevistos".
Gobernaron en perfecta armonía, y Mubārak parece haber llevado el peso del gobierno. El rencor que sus súbditos exprimidos acumuló contra su gobierno, en definitiva "extranjera", se destapó al completo el día que Mubārak 
"salió a caballo del alcázar de valencia; acudieron a su paso los habitantes de la ciudad, para pedirle alivio de un tributo que les había impuesto, y a los que respondió: "Dios mío, si no es mi propósito gastarlo en beneficio de todos los musulmanes, no se aplace mi castigo hoy mismo", y siguió marcha; llegado al puente, que era de madera, una pata de su caballo se escurrió del borde y lo arrastro hacia abajo; le saltó encima otro travesaño que le descalabró, cayó bajo el caballo y falleció; así dios les libró de él. El pueblo se levantó contra ellos y asaltó el alcázar. Muzaffar murió pronto.
A pesar de todo, curiosamente, los eslavos mantuvieron el poder en Valencia, primero regidos conjuntamente por Labīb de Tortosa y por Muŷāhid de Denia; luego el segundo quedó como único régulo:
"los eslavos allí le dieron el poder [allí] en dū l-hiŷŷa 410/mayo de 1019, y los rezos se pronunciaron en su nombre desde el almimbar de Valencia, pero más tarde los eslavos se le sublevaron, le destronaron y nombraron soberano a Abd al-Azīz".
De esta forma, en 1021, un nieto de Almanzor fue colocado en el trono de Valencia. La hora eslava había pasado, y llegaba al poder en aquella taifa un linaje glorioso, de orígenes árabes y antigua instalación en al-Andalus. ‛Abd al-Azīz era hijo de ‛Abd al-Rahmān Sanchuelo, y nieto, por tanto, de Almanzor; tenía en abril de 1021, cuando subió al poder, unos catorce o quince años, y hasta entonces había estado refugiado en la taifa de Zaragoza.


Empezó reconociendo por califa a al-Qāsim b. Hammūd, que le confirmó en su puesto y le llamó dū l-sābiqatayn y al-Mu‛tamin. En su política exterior pasó ‛Abd al-Azīz de una buena relación con el régulo de Denia y Baleares, Muŷāhid, a hostilidad; en las luchas ocurridas entre ambos, ‛Abd al-Azīz, que por parte materna descendía de Sancho II Abarca, recurrió a los cristianos. Asimismo hubo de hacer frente a guerras contra la taifa de Almería: los habitantes de esta ciudad, tras la muerte del eslavo Zuhayr en 1038, le proclamaron allí, pero pronto su cuñado Ma‛n b. Sumādih, a quien designara su gobernador en aquella plaza, se declaró independiente y parece que hubo guerras entre ambos. Fue también ‛Abd al-Azīz un régulo constructor, y dejó sólidamente fortificada Valencia, aunque la mayor gloria literaria se la dio la edificación de su famosa almunia.

Murió ‛Abd al-Azīz en dū l-hiŷŷa 45/ enero de 1061, y le sucedió su hijo ‛Abd al-Malik, Nizām al-Dawla. solo se mantuvo en el  poder cuatro años, pues entonces su suegro al-Mamūn de Toledo lo destronó y se lo llevó a Uclés; según Ibn Hayyān aquello le ocurrió por ser aficionado al vino y carecer de cualidades elogiables, tener escasa religiosidad y poco carácter, siendo además bastante negligente. El régulo de Toledo dejó en Valencia al secretario Ibn Robas gobernando en su nombre.

Cuando murió al-Mamūn en 1075, otro hijo de ‛Abd al-Azīz, llamado Abū Bakr, recuperó la taifa para su familia. No tomó ningún título honorífico. Hecho suyo destacado fue la alianza matrimonial que pactó entre una de sus hijas y el régulo de Zaragoza al-Mutamin, en enero de 1085, cuatro meses antes de la muerte de Abū Bakr, que ya probó en su tiempo los enfrentamientos con el Cid.

Le sucedió su hijo ‛Uthmān, quien pudo mantenerse en el poder solo nueve meses, pues al-Qādir, a quien Alfonso VI había desposeído del Toledo en mayo de 1085, se presentó ante Valencia con tropas cristianas en febrero de 1086 y ‛Uthmān fue destronado.

Al-Qādir confió el gobierno de Valencia al piadoso alfaquí y visir Abū ‛Isà Lubbūn b. Lubbūn, que pronto se retiró a Murviedro, luego a Sagunto, y se independizó, tras conflictos entre ambos. La situación del régulo extraño empeoró, pues siguiendo su hábito introdujo muchos nuevos impuestos, con tal de poder pagar a los mercenarios cristianos y seguir cultivando la amistad de Alfonso VI con regalos.

Entonces los Almorávides cruzaron a la Península y vencieron en Sagrajas/Zallāqa, en octubre de 1086. Valencia iba centrado cada vez más el interés de todos por poseerla: de Mundir de Tortosa, Lérida y Denia, de al-Mustaīn de Zaragoza y del Cid, principalmente, que de facto regía ya la ciudad por medio de un visir que había hecho nombrar, un Ibn Faraŷ de Cuenca, pero se ausentó unos meses, por conflictos que no hacen al caso, mientras que los Almorávides subían por Murcia, conquistada por ellos en noviembre-diciembre de 1091, y hasta Alcira, donde entraron hacia el verano de 1092.

Esto fortaleció al partido anti al-Qādir, concentrando su descontento por la presencia de tropas cristianas y por la situación impositiva, cuya salvación ponía sus esperanzas en la llegada de los Almorávides. Un cadí de valencia, de rancia familia árabe, Ŷa‛far b. ‛Abd Allāh b. Ŷahhāf, entró en negociaciones con los Almorávides, urgiéndoles a presentarse en Valencia, donde en efecto entró uno de sus destacamentos, al tiempo que estallaba un motín contra al-Qādir,asesinado el 28 de octubre de 1092.

Ibn Ŷahhāf fue proclamado al día siguiente y adoptó pompa real, aunque guardó las formas respecto al emir almorávide. Ante esto, acudió el Cid, iniciando su guerra contra Valencia el 1 de noviembre de 1092, clamando venganza por la muerte de al-Qādir; cercó estrechamente la ciudad, que no pudieron salvar los Almorávides. El Cid entró en Valencia el 28 de ŷumāda I 487/15 de junio de 1094. Terminó así una taifa, para dar paso al poder político cristiano y a la convivencia entre ambas religiones, que por ahora solo iba a durar hasta 1102, cuando Valencia fue evacuada por las gentes del Cid y entraron los Almorávides, que seguían completando su imperio andalusí.




BIBLIOGRAFÍA:

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- M. J. VIGUERA MOLINS: Los Amiríes y la Marca Superior. Peculiaridades de una actuación singular. Coloquio «La Marca Superior de al-Andalus y el Occidente cristiano. 1991.
- M. J. VIGUERA MOLINS: Aragón musulmán. 1988.
- HERBERT GONZÁLEZ ZYMLA: El Castillo y las fortificaciones de Calatayud: estado de la cuestión y secuencia constructiva, pp. 205-207.