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lunes, 19 de diciembre de 2011

Las Primeras Dinastías Califales del Islam: Califas Ortodoxos, Omeyas y Abbasíes (622-892).

1. Orígenes del Islam

Muhammad ibn Abd Allah (570-632), conocido como Mahoma en Occidente, pertenecía a la familia de los Hashim, rama de la tribu Quraysh venida a menos. La vocación religiosa de Muhammad se manifestó después de su matrimonio con Jadiya, la rica viuda de un comerciante, mucho mayor que él. La independencia económica dió la posibilidad a Muhammad de viajar por Arabia y tomar contacto con los grupos cristianos sirios, que contribuyeron a crear en él el estado de ánimo necesario para la especulación religiosa. Primero predicó su fe en su familia. Cuando, en La Meca, se dirigió a círculos más amplios se le trató con indulgencia, considerándole un khanif más (predicador asceta). Sin embargo, sus predicaciones encontraron pronto fuerte oposición de los mercaderes de La Meca. Al aumentar la hostilidad de los Qurayshíes, muerta Jadiya (619) y su tío Abu Talib, decidió abandonar La Meca y emigrar a Yatrib: la fecha de esta expulsión (Hégira) servirá de punto de partida de la cronología musulmana (622).

Con los adeptos que le acompañaron de La Meca y los convertidos en Yatrib formó su primera comunidad, de la que él era, a la vez, jefe político y religioso, organiza el culto y recibe la constante inspiración de la Divinidad. Rotos los lazos que le ligaban a sus antiguos compatriotas, la lucha contra La Meca adoptó la forma tradicional entre los nómadas, esto es, la de la razzia y golpes de mano contra las caravanas. Aunque hubo algunos éxitos, en 625 los de La Meca derrotaron a los musulmanes en el monte Ohod, cerca de Medina. La Meca y sus partidarios (beduinos y aún abisinios) cayeron sobre Medina pero tuvieron que retirarse (627). En 629 Muhammad entró en La Meca como peregrino tras las negociacoines de paz, acompañado de 2.000 musulmanes, y en 630, argumentando la ruptura por parte de La Meca de dicho pacto, ocupó sin resistencia la Ciudad Santa, y tomó posesión del Santuario de la Ka'aba. Poco antes había dirigido expediciones y embajadas a Persia, Bizancio, Egipto y al Negus de Abisinia.

Tras La Meca, inició una nueva campaña contra Taif, ciudad cuya campiña abastecía de víveres a aquella, y aunque no pudo tomarla, sus habitantes se convirtieron. Al derrotar el ataque de los Hawazim, tribus de  Arabia central, muchas tribus Tamim, Asad, Bakr, Taglib, entre otras, reconocieron la misión religiosa de Muhammad. Una expedición que dirigió contra Siria llegó hasta Murta, al sudeste del Mar Muerto, y fue casi exterminada por las tropas bizantinas (629). En 632 su autoridad era reconocida en buena parte de la península. Se disponía a organizar una expedición contra Siria para vengar el desastre de Murta cuado le sorprendió la muerte en Medina.

A la muerte de Muhammad no había previsto nada sobre la sucesión en la jefatura semipolítica y semirreligiosa que él había ejercido en vida. La suerte de la comunidad musulmana hubiera sido otra si desde el primer momento se hubiera pensado un sucesor, que como "vicario" o "califa" (khalifa) suyo ejerciera los poderes del Profeta. Tras algunas vacilaciones se impuso el nombre de Abu Bakr (632-634), padre de Aixa, la espoca preferida de Muhammad, y a quien éste, unos días antes de morir, había encargado de dirigir la oración en su nombre. A su muerte fue sucedido por Umar y, en lo sucesivo, durante 30 años, los cuatro califas que rigieron la comunidad musulmana fueron elegidos entre los que estimaron más digno de continuar la obra del Profeta. Son los llamados "Califas Ortodoxos". Todos habían conocido al Profeta, estaban emparentados con él. Los tres primeros vivieron en Medina; sólo Alí trasladó la capital a Kufa, en el Iraq.

A la muerte de Muhammad muchas tribus se levantaron. Abu Bakr, con singular energía acalló todas las propuestas y en un año consiguió someter a su autoridad a toda la Península. La primera ola de la expansión árabe tuvo dos direcciones de ataque desde su comienzo. Una apuntaba hacia el norte, contra el Imperio Sasánida, que aún se encontraba bajo los efectos de la grave derrota sufrida a manos de Bizancio. En el año 633 se inició la irrupción de las tribus beduinas a través de la zona de protección fronteriza sasánida, en estado de desintegración, en la Mesopotamia media, acción que pronto fue apoyada por una unidad ansar al mando de Khalid b. al-Walid. Cayó al-Hira, y, después de una batalla decisiva junto al Yarmuk en Siria las fuerzas árabes reforzadas infringieron al ejército persa una derrota aniquiladora en las proximidades de Qasisiya (636-637). A esta siguió la caída de la capital Ctesifonte, en las márgenes del Tigris. Hasta el año 640, y partiendo de Siria, fue ocupada la Mesopotamia superior. En el 642 las tropas árabes se encontraban ya en el Irán. El ejército sasánida sufrió su última derrota cerca de Nehavend. El último rey sasánida, Yezdeguerd III (632-651) tuvo que luchar, no solo contra las unidades árabes invasoras sino también contra los intentos separatistas persas. Reducido al extremo nororiental de su reino, fue asesinado cerca de Marv en 651.

En el sector bizantino, los árabes arrollaron a los ghassaníes, el limes sirio y el ejército bizantino. El gran ataque comenzó en 633. El gobernador Sergio sufrió una grave derrota en Wadi Araba, que llevó a la pérdida de la provincia. Al mando de Khalid b. al-Walid, consiguieron un éxito definitivo al oeste de Jerusalén en julio de 634 al que siguió la toma de Bosra, y después de Damasco (635). El aniquilamiento de un ejército de socorro, el 20 de agosto de 636 a orillas del Yarmuk, batalla que llevó a la conquista de Siria, señalaría el destino de Siria y Palestina, aunque se conservasen algunas plazas fuertes (Akkon, Tiro, y Sidón hasta el 637; Jerusalén hasta 638 y Cesarea en 640).

Tras los grandes combates de Siria, comenzaba en 639 la conquista de Egipto que para los árabes, tanto desde el punto de vista económico (reserva de cereales y centro comercial) como estratégico (a causa de la amenaza del flanco de Siria) era importante. En 640 perdían las tropas bizantinas la batalla que decidiría la guerra, cerca de Babylon, en la parte noroeste de El Cairo. En septiembre de 642 abandonaban Alejandría las últimas unidades. La soberanía bizantina había acabado. Por el norte, el ataque árabe fue momentáneamente en la línea del Tauro. El África bizantina sufrió la misma suerte de Egipto: durante 647 fueron conquistadas Tripolitania y Cirenaica.

Hubo tres factores que frenaron el ímpetu de la expansión árabe por más de un decenio: la resistencia de los beréberes en el norte de África, la superioridad marítima de Bizancio y los transtornos interiores del Califato, que culminaron con la disputa en torno a la sucesión del cuarto califa, Alí.

Mu'awiya, gobernador de Siria, fue el primero en percibir cuan débil era la posición árabe sin el poder marítimo. Lentamente comenzó la construcción de una flota propia, cuya dotación se componía de griegos y sirios.

Abu Bakr designa, poco antes de morir, como sucesor a Umar ibn al-Khattab (634-644) que procedía igualmente de un clan qurayshí. Umar I fue reconocido unánimemente como "jefe de los creyentes" sin encontrar oposición. No solo fue el motor de la expansión, sino también el verdadero fundador del gran imperio árabe.

En las provincias conquistadas sumían la dirección del ejército y cuidaban del mantenimiento del orden interior los gobernadores nombrados por el califa. Estos dependían directamente del gobierno central; pero las tierras conquistadas eran administradas con preferencia por la provincia de la que había partido el conquistador. Esto dió origen a un sistema centralista, nada rígido, sino, más bien, dotado de cierta flexibilidad. Medina era el centro religioso y administrativo, pero los gobernadores poseían una amplia autonomía. De aquí se desviaron pronto las tendencias particularistas, aunque por el momento quedaban en un segundo plano por estar centrado el interés de todos enla conquista. El control más bien esporádico del gobierno central y menos aún la unidad de la Umma no estaban en condiciones de oponerse eficazmente a estas tendencias.

En noviembre de 644 Umar fue asesinado por motivos personales por un esclavo persa . El comité de elección, compuesto por seis qurayshíes designó como califa a uno de sus miembros: al hombre piadoso y poco enérgico Uthman ibn Affan (644-656) procedente de la familia de los Omeyas. La debilidad de Uthman y la influencia de sus numerosos parientes, llegados bajo su mando a altos puestos y que utilizaron su posición sin escrúpulos, provocaron pronto la oposición contra la familia de los Omeyas. En el trasfondo de la vida política jugaban un papel importante las viejas rivalidades entre las familias de la nobleza de La Meca y de Medina. A esto se añadía la creciente oposición de las provincias a la administración central. Revueltas apoyadas secretamente, tanto por otros candidatos al califato (entre ellos Alí), como por los "piadosos" de Medina hicieron su aparición. Un grupo militar de insurgentes egipcios asesinó al califa en julio de 656, y designó sucesor en el mismo día a Alí, primo y yerno de Muhammad.

El califato de Alí ibn Abi Talib (656-661) hizo que se detuviera completamente la expansión árabe, a causa de los constantes conflictos interiores. Alí, tenido por el asesino de Uthman chocó inmediatamente con otros aspirantes al califato. En diciembre de 656, en la "batalla del camello", Alí con tropas procedentes de Kufa pudo deshacerse de dos compañeros del Profeta (Talha y Zubayr), apoyados por el ejército de Basora.

Más peligrosa fue la resistencia del gobernador de Siria, Mu'awiya, que como pariente de Uthman, en nombre de la legitimidad se negó con todo su ejército a reconocer a Alí. Éste, obligado por la fuerza de su oponente y la moral de sus propias tropas, aceptó un arbitraje. Contra esta posición se alzaron entre sus mismos partidarios, los defensores de la idea religioso-conservadora del califato, los kharidjies ("secesionistas"). En 658, Alí hizo ejecutar a ocho hombres de su ejército, pero poco después fue asesinado en Kufa (enero de 661) por un kharidjí. Su hijo Hasan renunció al Califato, a cambio de una compensación monetaria y Mu'awiya fue proclamado califa en Jerusalén.

Con la muerte de Alí, el Islam se escindió en dos grandes corrientes cargada de conflictos: el sunnismo y el shi'ismo (si'at Alí, "partidarios de Alí"). Como primer Imam de los shi'íes, Alí ejerció una influencia en la historia del Islam que casi igualó a la del Profeta.


Expansión bajo Muhammad y los Califas Ortodoxos

2. La Dinastía Omeya

Los Omeyas fueron, ya antes de Muhammad, uno de los clanes dirigents del Hedjaz, a pesar de su tardía conversión, y habían jugado ya un destacado papel entre los primeros califas, y el tercero de estos, Uthman ibn Affan fue un Omeya. La soberanía de los Omeyas señala la época mediterránez del califato, y coincide ante todo con una fase de la ulterior expansión y fortalecimiento del estado árabe. Mu'awiya I (661-680) fue, después de Umar, la figura política más destacada del periodo protoislámico y el segundo fundador del califato. Gracias a su amplia visión de estadista fue el verdadero organizador del gran imperio árabe.

El califato, que de soberanía electiva se había convertido en dignidad dinástica hereditaria permaneció durante un siglo en la familia de los Omeyas, pese a los constantes enfrentamientos internos. Bajo la restauración de Abd al-Malik (685-705), la mayor figura politica después de Mu'awiya, el gran imperio árabe alcanzó el cenit de su poder y su cultura. Abd al-Malik logró detener nuevamente los particulares intereses regionales y otras tendencias hacia la autodestrucción del estado-nación árabe, no sin recurrir, si las circunstancias lo exigían a un ejército profesional, neutral en estas cuestiones. Pero la era de los últimos Omeyas se caracterizó por breves reinados, amargas querellas intestinas y constantes revueltas. A la muerte del tercer destacado estadista Omeya, Hisham (724-743) comenzó un periodo atormentado de luchas por la sucesión. Marwan II (743-750), general experimentado, que reorganizó el ejército mediante la introducción de unidades más pequeñas y ágiles, alcanzó la soberanía en las zonas centrales, en lugar del auténtico heredero, Ibrahim. Retenido por levantamientos en Siria y Mesopotamia, no logró dominar la conjuración de los Abbasíes, de la línea colateral de la familia de Muhammad, apoyados por los árabes del sur de Khurasan. Al estallar abiertamente la rebelión fue derrotado junto al Gran Zab por Abd Allah b. Alí, y cuando trataba de huir fue asesinado junto a Busir, en Egipto.

La oposición contra los Omeyas venía de diversos partidos. Los "piadosos" de Medina intrigaban contra la dinastía de los políticos y generales sirios, que manejaban el Califato como un reino profano y que poseía un concepto de la soberanía más arábigo que islámico. El Iraq se rebeló por intereses regionales contra la preeminencia de Siria, región de la que procedían los Omeyas. Entre los descontentos se encontraban además los irreductibles kharidjíes, peor más aún que los seguidores del shi'ismo, en torno a los cuales se congregaban los musulmanes no árabes menos privilegiados. Con Husayn b. Alí que bajo Yazid I (680-683) cayó en una revuelta de shi'íes de Kufa, cerca de Karbala, en octubre de 680, ganó el movimiento un martir. A la tradición local de Kufa y al recuerdo nostálgico de los días en que esta ciudad había sido bajo Alí la capital del Islam, se unia el legitimismo político para el que la descendencia de Alí constituía la única heredera leal del Califato, además de una religiosidad emocional-sectaria impregnada de entusiasmo shi'í.

Tan peligros como el shi'ismo fue el robustecimiento de las tribus. Grupos tribales o clanes familiares se convirtieron nuevamente en factores de poder político. Sobre todo, entre árabes septentrionales y meridionales (Qaysíes y Kalbíes) se creó una fuerte enemistad política.

Sin embargo, el siglo de los Omeyas aportó la segunda gran expansión de Dar al-Islam. La idea estratégica de Mu'awiya consistía en atacar a Bizancio en su centro político, en su centro vital, Constantinopla, en lugar de continuar con las constantes incusiones en las montañas de Anatolia. La lucha por el poderío marítimo como preparación de esta estrategia comenzó ya en su época de gobernador.

La guerra marítima se prolongó durante medio siglo y culminó tres veces con el sitio de Constantinopla (668-669; 674-678 y 716-717). Estos intentos fracasaron ante la superioridad marítima bizantina y el famoso  fuego griego, líquido explosivo, mantenido en secreto. Independientemente, la expansión territorial seguía avanzando en otras direcciones. Sobre el ala oriental fue conquistada Qabul (664); conquista que se vió facilitada por la anarquía de las tribus en las que se disolvió el imperio del Gran Khan turco en la frontera oriental. Diez años después caían Bukhara y Samarcanda. Por último, el año 715 fueron definitivamente sometidos, en campañas de más duración, el Khurasan, la Corasmia y la Sogdiana. Al mismo tiempo (711-712) el ejercito islámico alcanzaba Sind (con Karachi y Hyderabad) y el Punjab en los umbrales de la India. En su última correría los árabes llegaron incluso al Turkestán occidental y al paso de Pamir, tras la batalla junto al Talas.

En Occidente, en 642 había sido ocupada la Pentápolis para proteger los flancos; pero varias regiones del exarcado de Cartago resistían aún. En 664 se inició un nuevo avance: un ejército bizantino fue derrotado junto a Adrumeto y Djelula fue tomada. La posición clave para la conquista del norte de África fue obtenida con la fundación del campamento militar de Qayruan por Uqba b. Nafi en 670. Desde alí se alcanzó por primera vez en el año 681 la costa atlántica de Marruecos, al tiempo que se iniciaba una intensa guerra contra los beréberes en la región del Aurés. Pero debido a la superioridad marítima bizantina en el mar fueron necesarios casi veinte años de guerra y numerosos reveses para que pudieran ser derrotados entre 693 y 700 (Cartago en 698) los últimos focos de resistencia bizantina y beréber. El norte de África se convirtió en una provincia autónoma durante el mandato de Musa b. Nusayr, y Túnez, la nueva capital en una gran base de la flota árabe que controló el Mediterráneo.

El primer ataque a España, al mando de Tariq b. Ziyad, aunque estaba solo esperado como una incursión de saqueo obtuvo un éxito inesperado en 711. El ejército visigodo sucumbió al primer combate; solo algunas ciudades opusieron una seria resistencia. También cayó Córdoba y Toledo. En 713 Musa proclamó en Toledo la soberanía sobre la nueva provincia de Al-Ándalus; ya en 718 comenzaron las primeras correrías al sur de Francia; en 720 caían la Septimania con Narbona, su baluarte más importante. El ataque a la Francia central fracasó en 732 en Poitiers frente a todas las tropas francas dirigidas por Carlos Martel.

A medida que declinaba la dinastía Omeya, los avances se hacían más lentos y dificultosos. Carlos Martel frenaba los avances por la Galia; León III Isáurico defendía Constantinopla (717-718) y derrotaba a los árabes en Asia Menor (740), la China de Ming-Huang actúa de valladar a la progresión musulmana en Asia.

Un descontento general se extendía por le interior del mundo musulmán, alimentado por los conversos (mawlas). Estos eran despreciados por los musulmanes árabes y no gozaban de los mismo privilegios y exenciones de impuestos, pues en la práctica, los convertidos seguían sometidos a las misma contribuciones que antes de su conversión. De otra parte, mientras que en Siria, Palestina y Egipto, los árabes habían sido bien recibidos por las poblaciones cristianas, de ahí que recibieran un trato muy favorable. Por mucho tiempo proveyeron de funcionarios a la dinastía Omeya, conservaron sus templos, la ciudad de Jerusalén siguió recibiendo peregrinos de todas partes. En Egipto la situación no parece haber sido tan favorable para los cristianos. En África del norte, donde la conquista se había llevado a sangre y fuego, los musulmanes se condujeron con igual dureza contra romanos y beréberes, pero estos, una vez incorporados al Islam, seguían siendo peor tratados que los cristianos de Siria. Una sublevación que estalló en Tanger pronto encontró eco en la masa de beréberes. Mataron al gobernador y rápidamente se extendió a todo el Maghreb. La acaudillaba un tal Maysara, afiliado al kharidjismo, doctrina que congeniaba perfectamente con todos los musulmanes que no fuesen árabes. El gobernador de España fue derrotado y un enorme ejército enviado desde siria por el Califa Hisham fue igualmente vencido cerca del río Sabu, al norte de Marruecos. Finalmente nuevos contingentes de tropas enviados desde Egipto vencieron a los beréberes en dos batallas.

Entre los árabes puros subsistía la vieja rivalidad entre kalbíes y qaysaríes. Las querellas religiosas con sus sectas de shi'ies  y kharidjíes hacían su aparición y con frecuencia servían para ocultar el odio profundo que en extensos territorios del Islam se mantenía contra los Omeyas. Los soberanos Omeyas, actuando cada vez más como déspotas orientales no contando ni con la simpatía de las gentes de Siria, sostén de la dinastía, evitan el contacto con la multitud.

Víctima de un complot urdido por la secta de los qadaríes cayó al-Walid II en la fortaleza de Bakra (744). Los qadaríes le sustituyeron por uno de su secta, Yazid III, hijo de al-Walid I, sin contar con el apoyo de nadie. Muerto aquel a los cinco meses, su hermano Ibrahim nada pudo hacer para recoger el poder. La Mesopotamia apoyó entonces a un primo hermano de su padre, Marwan II, que tras grandes esfuerzos logró someter la Siria y entrar en Damasco. Pero sentía Siria como algo extraño a él y cambió la capital a Harrán.

Mientras, el número de descontestos va en aumento en las provincias al este del Tigris. La masa la constituyen los mawlas o conversos, a los que su situación de inferioridad les hacía mantenerse en estado de constante protesta.  La secta kharidjí cuenta entre ellos con numerosos adeptos, ya que satisface sus aspiraciones igualitarias dentro del Islam. Pero en el Khurasan se concreta una oposición antidinástica.

Los descendientes de al-Abbas, afirmando que el hijo de Muhammad ibn Hanafiya (otro hijo de Alí, aunque no de Fátima) les había transmitido sus derechos, desde su residencia en el lindero del desierto crearon una organización en Kufa. Como emisario al Khurasan enviaron a un hombre de origen oscuro, probablemente de raza irania, Abu Muslim. Era capaz de formar un ejército y una coalición a partir de elementos disidentes, árabes y otros, y de participar en la revuelta bajo el estandarte negro que sería el símbolo del movimiento y en nombre de un miembro de la familia del Profeta. No se mencionó específiamente a ninguno de los miembros, con lo cual aumento el apoyo al movimiento. Desde el Khurasan, se traslado hacia el oeste; los Omeyas fueron derrotados en varias batallas en los años 749-750, y el último califa de la Casa, Marwan II fue perseguido hasta Egipto y muerto. Mientras tanto, el anónimo jefe fue proclamado en Kufa: se trataba de Abu'l-Abbas, descendiente, no de Alí, sino de al-Abbas.

Los Omeyas fueron perseguidos y exterminados en todas partes, los cadáveres eran desenterrados y sus cenizas aventadas; se destruyen sus palacios, acueductos y pantanos para que nadie recuerde su memoria. Un solo miembro, Abd ar-Rahman, nieto del califa Hisham consiguió huir y después de vagar algún tiempo por el norte de África, consiguió instalarse en al-Ándalus.

La expansión árabe desde la Hégira hasta la expulsion de los Omeyas (622-750)



3. El Califato de Bagdad

Una familia de gobernantes sucedió a otra, y Siria fue sustituida como centro del califato musulmán por Iraq. El poder de Abu'l-Abbas (749-754), y de sus sucesores, conocidos por su antepasado como Abbasíes, residían menos en los países del Oriente mediterráneo o en el Hedjaz, que en los antiguos territorios sasánidas: el sur de Iraq y los oasis y mesetas de Irán, Khurasán y la tierra que se extendía desde aquí hasta Asia Central. Para el califa era más dificil gobernar el Maghreb, pero también era menos importante.

En cierto modo, el gobierno abbasí no difería mucho del de los últimos Omeyas. Desde el principio se vio enfrentado al ineludible problema de toda nueva dinastía: cómo transformar el limitado poder que deriva de una coalición inestable de intereses independientes en algo más estable y duradero. Los Abbasíes habían conquistado el trono mediante una combinación de fuerzas unidas solamente por la oposición a los Omeyas, y ahora tenían que definirse las realciones de fuerza dentro de la coalición. En primer lugar, el califa se deshizo de los que le ayudaron a tomar el poder. Abu Muslim y otros fueron eliminados. También hubo conflictos en el seno de la propia familia: primero, sus miembros fueron nombrados gobernadores, pero algunos de ellos alcanzaron un poder excesivo, y en el lapso de una generación se creó una nueva élite dirigente. Algunos fueron escogidos entre vástagos de familias iranias tradicionalmente dedicadas al servicio del estado y recien convertidos al Islam. Otros procedían de la propia familia gobernante, y otros más eran esclavos liberados.

Esta concentración de poderes en manos del soberano se produjo en tiempos de los sucesores de Abu'l-Abbas, en especial de al-Mansur (754-775) y Harun al-Rashid (786-809), y se expresó en la creación de una nueva capital, Bagdad. Estaba situada en al confluencia del Tigris y el Éufrates, un punto en el que un sistema de canales había dado lugar a fértiles tierras capaces de proveer al sustento para una gran ciudad y rentas para el gobierno. Se hallaba en las rutas estratégicas que conducían a Irán y más allá, a la Jazirah del norte de Iraq, donde se producía el cereal, y a Siria y Egipto, donde la lealtad a los Omeyas continuaba inalterable. Como se trataba de una nueva ciudad, en ella los dirigentes se hallaban libres de la presión que ejercían los habitantes musulmanes de Kufa y Basora.

Los soldados del Khurasan, a través de los cuales accedieron al poder los Abbasíes estaban divididos en grupos bajo el mando de diversos jefes. Para los califas no resultaba fácil conservar la lealtad de aquellos, y a medida que se integraba en la población de Bagdad pasaban a ser una fuerza militar menos efectiva. A la muerte de Harun al-Rashid estalló una guerra civil entre sus hijos al-Amin y al-Ma'mun. Al-Amin fue proclamado califa y el ejército de Bagdad luchó a favor suyo, pero fue derrotado. A principios del siglo IX, la necesidad de un ejército efectivo y leal fue cubierta con la compra de esclavos y con el reclutamiento de soldados de las tribus de pastores de habla turca, o de las que habitaban al otro lado de las fronteras del estado, con extranjeros que carecían de vínculos con la sociedad a la que ayudaban a gobernar, y que mantenían una relación de clientela personal con el califa.

En parte para mantener a los soldados aparados de la población de Bagdad que se había vuelto hostil al gobierno dle califa, al-Mu'tasim (833-842) trasladó la capital de Bagdad a una nueva ciudad, Samarra, situada río arriba del Tigris; pero, aunque se vio libre de la presión del pueblo, sucumbió a la influencia de los jefes de los soldados turcos que acabaron por tomar el gobierno del califa. Éste fue también un periodo en el que los gobernantes de las provincias alejadas del Imperio pasaron a ser prácticamente independientes y en el propio Iraq el poder del califa se vió amenazado por una importante y prolongada revuelta de esclavos negros en las plantaciones azucareras y en las salinas del sur del país: la rebelión de los Zanj, 868-883. Unos años depués, en 892, el califa al-Mu'tadid regresó a Bagdad.

Extensión del Imperio Abbasí





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