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jueves, 7 de mayo de 2015

Roma y la conquista de la Península Italiana (700-264) (V): Conclusiones

La conquista de la Península Italiana se había conseguido en un notable corto espacio de tiempo; solo 75 años antes el poder de Roma no se extendía más allá de la relativamente minúscula región del Latium Vetus. Por otra parte, los romanos establecieron su control de una manera tan absoluta que si excluimos las circunstancias especiales de la Guerra de Anibal, no se enfrentaron a serias revueltas en Italia durante casi 200 años. Las únicas excepciones a este firme patrón fueron las aisladas y breves rebeliones de Falerii (241 a.C.) -si es que fue una rebelión y no un acto de agresión romana-  y Fregellae (125 a.C.), que no atrajeron ningún apoyo de otros aliados y ambas fueron facilmente aplastadas. La rapidez y minuciosidad de la conquista romana fueron asombrosas, y demandan algún tipo de explicación.

El primer punto que reclama un comentario es la extraordinaria beligerancia de los romanos. La conquista de Italia fue el resultado de una guerra que era a la vez intensiva y continua. En el periodo histórico de la República el estado romano estuvo envuelto en la guerra como una cuestión de rutina. Este patrón de constante actividad militar estaba firmemente establecido por la época de las Guerras Samnitas, cuando las campañas tenían lugar literalmente cada año, con las dudosas excepciones del periodo tras las Horcas Caudinas y los años 289-285 a.C., en las que simplemente no tenemos datos. La paz que se marcó, en 241 a.C., al cerrar el templo de Jano era genuinamente excepcional.

La belicosidad del estado romano está indicada no solo por la frecuencia con la que iba a la guerrra, sino también por la alta proporción de sus recursos humanos ciudadanos que estaban comprometidos al servicio militar. El tamaño de la poblacion ciudadana antes de la mitad del tercer milenio solo pueden conjeturarse, pero las estimaciones como las de A. Afzelious deben ser el orden de magnitud correcto. Las cifras de Afzelius implican un total de c.100.000 ciudadanos varones adultos en 338 a.C., aumentando a c. 115.000 en 304, y a c.160.000 después de 290. El reclutamiento regular anual en el siglo IV eran dos legiones (unos 9000 hombres), y se aumentó a cuatro legiones (unos 18.000 hombres) durante la Segunda Guerra Samnita. Resulta que, a través del periodo de las guerras de conquista italianas, entre el 9 y el 16 por ciento de todos los varones adultos estaban sirviendo regularmente en el ejército. En tiempos de crisis la proporción era incluso más alta, por ejemplo, en 295 a.C. cuando estuvieron en armas seis legiones, que representaban alrededor del 25 % de la probable población masculina masculina. Estas cifras, que son coherentes con las de periodos posteriores y mejor documentados, representan un nivel muy alto de participacion de los ciudadanos romanos, que hasta donde sabemos no pueden ser comparadas por el registro de ningún otror estado preindustrial.

Las implicaciones sociales y económicas de este grado de compromiso hacia la guerra son muy reveladores sobre la cultura y los valores romanos. A mediados de la República Roma era una sociedad guerrera impregnada en todos los niveles por lo que ha sido llamado correctamente un "ethos militarísta". Este rasgo característico se expresaba más claramente en ceremonias como el triunfo y en el culto de deidades guerreras tales como Bellona o Victoria. Esas divinidades se muestran prominentemente en los registros de los cimientos de los templos en la edad de las Guerras Samnitas, y entre los tipos de las monedas romanas más antiguas, que también se datan de este periodo.

No es sorprendente que en sus relaciones con otros estados Roma fuera consecuentemente agresiva. No se pretende ningún juicio de valor en este uso del término "agresivo"; simplemente se entiende como un comentario descriptivo sobre la actividad militar romana, que era intensiva y continua, y de hecho dio como resultado una expansión territorial, una riqueza creciente y la dominación política de otros pueblos. Que los romanos eran imperialistas es una perogrullada. También podemos observar que  las campañas en las que se implicaron tuvieron lugar en su mayor parte en territorio enemigo más que en el suyo o en el de sus aliados.

Si las acciones del estado romano estaban o no justificadas legal o moralmente, es otro tema, que no concierne al historiador. Igualmente, cuestiones de motivo e intención solo son de relevancia marginal. No podemos saber a ciencia cierta si los romanos eran consciente o cinicamente agresivos, pero parece improbable. De hecho la tradición mantiene que los romanos solo entablaban 'guerras justas' en defensa propia o de los intereses legítimos de sus aliados. Cuando se declaraba la guerra, se celebraban rituales espaciales por los feciales para confirmar la justicia de la causa romana y asegurarse el apoyo de los dioses. La idea de la 'guerra justa' a veces se ha descartado como una pretensión cínica o una fabricación ingenua de los analistas patriotas; pero es aún más probable que los romanos fueran capaces de convencerse de que su caso era realmente justo (cualquiera que fueran sus méritos 'objetivos') y que los dioses estaban de su lado.

Evidentemente los romanos estaban preparados para emplear la guerra como instrumento de política como apoyo de lo que consideraban que eran sus derechos legítimos. Esta voluntad para implicarse en la guerra era perfectamente racional, como ha demostrado W.V. Harris. Las guerras fructíferas traían ganancias tangibles en la forma de botín de bienes muebles, esclavos, esclavos y tierra, así como beneficios intangibles de seguridad incrementada, poder y gloria. Los romanos, que no eran imbéciles, estaban obviamente deseosos de esas ventajas de la guerra con éxitos y, sin duda, la vieron como deseable.

No obstante, la exigencia esencial, era la victoria. En cualquier calculo racional, las ventajas potenciales de éxito militar tendría que ser sopesado contra las posibles consecuencias de la derrota. El hecho notable es que los romanos no parecen haber sido disuadidos por los riesgos; evidentemente esperaban ganar, y generalmente lo hacían. Lo que debe ser explicado, por tanto, no es solo por qué los romanos combatían en tantas guerras, sino por qué lo hacían de manera tan afortunada. En el análisis final la respuestas a ambas cuestiones es siempre la misma: tenían a su disposición una máquina militar muy eficiente y podían invocar recursos que sus oponentes no podían esperar igualar.

Las bases del poder militar de Roma estaban firmemente colocadas en la colonización que siguió a la Gran Guerra Latina en 338 a.C. Como hemos visto, el resultado, la mancomunidad romana resultante comprendía una unidad territorial única cuyos habitantes se dividían en ciudadanos plenos, ciudadanos sine suffragio, colonos latinos y aliados latinos. Estos diversos grupos tenían una cosa en común: la obligación de proporcionar tropas para el ejército romano en tiempos de guerra. En consecuencia, la mancomunidad romana en 338 a.C. fue capaz de disponer de de recursos humanos sin rival, y era ya el más poderoso estado militar en la Italia peninsular. Su éxito llevó la expansión y a un incremento adicional de sus recursos humanos. Al mismo tiempo, la práctica de la guerra continua, inevitablemente supuso mejorar la organización y las habilidades tácticas, y una efectividad militar mayor.

Un punto que exige atención es que el estado romano reinvirtió los beneficios de las guerras de éxito en otras empresas militares. El coste de movilizar grandes ejércitos cada año era reunido por la imposición de un impuesto sobre la propiedad llamado tributum, que probablemente fue instituido a finales del siglo V. Parte de esta impuesto se pagaba, sin duda, en especie, en la forma de suministros para el ejército, y el resto en bronce sin acuñar, hecho que se refleja en el término latino utilizado en la paga de los soldados, el stipendium, que implica el peso del metal sin acuñar. El tributum era una recaudación irregular, impuesto cuando surgía la necesidad. Pero los ingresos derivados del botín y las indemnizaciones también era utilizado para el coste de la guerra. Una cuestión política importante, al que continuamente se refieren nuestras fuentes en la historia de la República, tenía que ver con el destino del botín adquirido por los ejércitos victoriosos. El comandante, sobre el que descansaba el poder de decisión, podía distribuir el botín de una vez entre sus tropas (y así complementar su paga existente) o tomarlo para el estado, en el caso de que pueda ser usado para pagar un reembolso a los contribuyentes, o a pagar el stipendium de los soldados romanos en campañas futuras y así hacer innecesario el pago de futuras entregas de tributum.

Otra manera en que los romanos obtenían sus pagos de guerra para sí mismos era imponer indemnizaciones sobre los enemigos derrotados, quienes eran obligados por tanto a proporcionar suministros, equipación y pago para el ejército romano durante un periodo de tiempo determinado. por ejemplo, en 306 a.C., a los hérnicos les fue concedida una tregua por el cónsul Q. Marcio Trémulo, que les ordenó suministrar el pago y provisiones de dos meses, y una túnica para cada soldado.

Pero el rasgo más importante de la maquinaria mitar romana fue el sistema de alianzas en Italia. Hacia mediados del siglo III, Roma había celebrado tratados permanentes con alrededor de 150 comunidades italianas, nominalmente independientes, que habían sido derrotadas en guerra o habían acordado voluntariamente convertirse en aliados. Los nuevos tratados (foedera) probablemente diferían unos de otros en el detalle, pero la estipulación común a todas ellas era la obligación de los aliados de suministrar ayuda militar a los romanos en tiempo de guerra. A cambio recibían la protección de Roma y parte de los beneficios de las empresas militares fructíferas.

Desde 338 a.C. en adelante, cada ejército romano que saltaba al campo comprendía tropas de ciudadanos (en las legiones) y contingente de aliados. Este hecho es fácilmente pasado por alto, ya que la contribución de los aliados tendía a ser ignorada por las fuentes que se centraban en Roma. Ya en la batalla de Sentinum los latinos y otros aliados superaban en número a los legionarios romanos. Puede estimarse, sobre la base de cifras proporcionadas por Polibio que en 225 a.c. la población aliada de Italia incluía unos 360.000 hombres en edad militar a los que los romanos podían haber movilizado si hubiera sido necesario; de las tropas realmente en armas en 225, los aliados sobrepasaban a los romanos en una proporción de tres a dos. En los años siguientes la ratio fluctuaba entre 1:1 y 2:1 hasta la época de la Guerra Social.

Estos hechos tienen una importante relevancia en el problema del imperialismo romano. La disponibilidad de recursos romanos itálicos dio al estado romano un inmenso potencial militar y una capacidad casi infinita para absorber pérdidas, como iban a demostrar los acontecimientos de las guerras de Pirro y de Anibal. Pero igualmente importante fue el hecho de que el sistema de alianzas tenía una función exclusivamente militar, y fue usado por los romanos en tiempo de guerra. Por tanto, lógicamente, fue necesario para los romanos implicarse en la guerra si iban a aprovecharse de los servicios de los aliados para conservarlos bajo control. Esta interpretación funcional de la alianza romana fue esbozada por primera vez por A. Momigliano, cuya descripción de su operación vale la pena repetir.
La maquinaria trabajó durante unos siglos, desde en torno a 280 hasta 100 a.C.; y el modo en que trabajaba era que Roma pasaba de guerra a guerra sin pensar en la cuestión muy metafísica de si las guerras estaban destinadas a ganar poder o conservar a los aliados ocupados. Las guerras eran la esencia misma de la organización romana. La batalla de Sentinum era el preludio natural a la batalla de Pydna -o incluso a la destrucción de Corinto y la Guerra Social.
 El sistema era explotador en el sentido de que los aliados cargaban con una parte sustancial de las guerras de conquista, y una parte correspondiente de los riesgos; y en particular ellos sufrían una proporción del coste, ya que estaban obligados a pagar por sus contingentes con sus propios recursos. De este modo los romanos recaudaban a los aliados sin imponer un tributo directo, y creaba la posibilidad de hacer guerras a un precio relativamente bajo para ellos. Por su parte, los aliados estaban evidentemente preparados para aceptar este estado de cosas, y de hecho permanecían consecuentemente leales a Roma. Esta actitud de conformidad puede parecer a primera vista sorprendente, pero puede entenderse de dos maneras.

En primer lugar los romanos recibían el apoyo de las clases adineradas en los estados aliados, que se volvían naturalmente hacia Roma cuando sus intereses locales estaban amenazados. Durante las guerras romanas de conquista los romanos frecuentemente se beneficiaban de las acciones de los elementos prorromanos dentro de las comunidades italianas; los sucesos de Nápoles en 326 a.C. proporcionan un buen ejemplo. En una serie de ocasiones registradas los romanos intervinieron realmente con una fuerza militar para sofocar insurrecciones populares en nombre de las aristocracias locales de las comunidades aliadas, por ejemplo en Arretium en 302 a.C., en Lucania en 296 y en Volsinii en 264. A cambio ellos recibían la activa cooperación de las clases gobernantes de los estados aliados, un acuerdo que aseguraba su continua lealtad incluso en tiempos de crisis. Fue especialmente efectiva en regiones donde existían profundas divisiones sociales, como en la Etruria septentrional, donde parecen haber sobrevivido formas arcaicas de dependencia y clientelismo bien entrado el periodo romano.

La segunda razón para la cooperación de los estados italianos es que como socios militares de Roma obtenían una parte de los beneficios de las guerras fructíferas. Hay buenas pruebas de que cuando el botín de bienes muebles era distribuido entre un ejército victorioso los soldados aliados recibían una parte igual junto con los legionarios romanos. La única excepción conocida a esto, la ocasión en 177 a.C. cuando los aliados recibieron solo la mitad de lo que se daba a los romanos, era probablemente un acto aislado de avaricia.

Las cantidades de botín tomadas y el número de cautivos esclavizados durante las Guerras Samnitas fueron muy considerables, a juzgar por las cifras dadas Livio, que bien pueden estar basadas en un auténtico registro. La ganancia más importante que se hacía de las conquistas era la tierra, que era confiscada a los enemigos conquistados y utilizada para la colonización y la distribución individual. Aunque las fuentes no nos dan mucha ayuda en este asunto, es prácticamente cierto que los colonos incluían italianos no romanos (latinos y aliados) así como ciudadanos romanos.

Esta conclusión está basada no solo en lo que sabemos de la colonización en periodos anteriores, sino también sobre el simple argumento demográfico de que la población romana por sí misma no podía sostener tan alta proporción de emigración como implica el registro. De acuerdo con las fuentes, las colonias latinas estaban compuestas por entre 2.500 y 6.000 varones adultos. Esto significa que en el periodo entre 334 y 263 a.C., cuando se establecieron 19 de tales colonias, hasta 70.000 varones adultos y sus dependientes fueron reasentados. Es improbable que la población romana por sí misma pudiera haber resistido tal drenaje sobre sus recursos humanos. La única explicación razonable de los hechos es que una proporción sustancial de esos colonos fueron extraídos de las comunidades aliadas.

La participación de los aliados en la colonización de los territorios conquistados debe situarse frente al hecho de que como regla general los romanos confiscaron extensas áreas de tierras de los pueblos derrotados. El sistema romano ha sido comparado a una operación criminal que compensaba a sus víctimas integrándolas en la banda e invitándolas a compartir el proceso de futuros robos. Esta siniestra pero adecuada analogía nos retrotrae al punto sobre la necesidad del estado romano de hacer la guerra. Cualquier banda criminal digna de ser respetada pronto se rompería si su jefe decidiera abandonar el crimen e 'ir de legítimo'.

Al unirse a una extensa y eficiente organización y sacrificar su independencia política, los aliados italianos de Roma obtenían seguridad, protección y se beneficiaban de un premio relativamente modesto. Aunque los soldados aliados que servían en el ejército romano a menudo podían (si no siempre) superar en número a sus oponentes romanos, la carga colocada sobre los recursos humanos de los ciudadanos romanos era proporcionadamente mucho más dura. En 225 a.C. las tropas ciudadanas romanas contaban como un 40% del ejército romano y aliado combinado, pero en esa época los ciudadanos romanos representaban solo en torno a un 27% de la población total de la Italia peninsular. Al idear este tipo de balance anual se puede llegar a entender la posición de los aliados en relación con Roma, y explicar tanto la eficiencia y cohesión al sistema.

Lo que no podemos hacer, en el estado presente de nuestro conocimiento, es proceder desde esas esquemáticas generalizaciones a una apreciación de cómo afectaron las guerras de conquista a la vida del pueblo que tuvo la desgracia de vivir a través de ellas. Todo lo que podemos decir es que la unificación de Italia bajo el liderato romano se logró con un inmenso coste en términos de sufrimiento humano. La Italia central meridional estaba gravemente afectada por la sucesión interminable de guerras romano-samnitas. Es imposible cuantificar la extensión de la devastación y la pérdida de vidas a las que se refieren de un modo general nuestras fuentes; y los consiguientes efectos de la guerra, tales como la hambruna y enfermedades masivas, y la dislocación social y económica del campesinado, solo pueden imaginarse.



BIBLIOGRAFÍA:

CORNELL, T. J.: The conquest of Italy. Capítulo 8 del Volumen VII, parte II de la Cambridge Ancient History. Cambridge University Press, 2008.

lunes, 13 de abril de 2015

Roma y la conquista de la Península Italiana (700-264) (IV): La Guerra contra Pirro y la conquista de la Magna Grecia (280-272).

1. El Conflicto entre Roma y Tarento
 
Hubo un tratado entre Roma y la ciudad griega del sur de Italia Tarento, con certeza desde 303-302 a.C., quizá incluso desde 332/1, que prohibía a los romanos de navegar hacia el norte más allá del promontorio Laciniano (al sur de Crotona) y penetrar en el golfo de Tarento. Pero, sin embargo, una escuadra de diez barcos romanos hicieron una aparición sorpresa en el puerto de Tarento, probablemente en el otoño de 282 –la primera vez que se hace mención de barcos de guerra romanos en los tiempos antiguos. Solo poco antes el cónsul C. Fabricio Luscino había liberado la ciudad de Thurii de un asedio lucano. Los Lucanos, junto con los Bruttii, estaban aterrorizando cada vez más a los asentamientos griegos en la Italia meridional. El cónsul dejó una guarnición atrás para proteger a la ciudad y su gobierno oligárquico que era leal a Roma. Por tanto, los tarentinos tenían buenas razones para temer que esto debilitaría seriamente su propia posición en relación con Thurii, su constante rival en reputación y poder. Nadie en la ciudad creyó por un momento que los barcos romanos estaban haciendo un recorrido turístico de la Magna Grecia en su camino para visitar Thurii o, quizás a las tres colonias romanas de Sena Gallica, Hadria y Castrum Novum que habían sido fundadas en la costa superior adriática después de la Tercera Guerra Samnita. Por el contrario, temían un propósito político tras la visita de parte del nuevo poder emergente en el Lacio, a la cual habían estado observando con sospecha durante algún tiempo y que, imaginaban, habían venido para derrocar al demos (la masa del pueblo) en Tarento para restablecer a los aristócratas que simpatizaban con Roma, tal como habían hecho en Thurii. Las amistosas relaciones que Roma disfrutaba con Nápoles (que había firmado un foedus a quo iure –contrato que hacía a las dos ciudades socios iguales con iguales derechos- con Roma tan pronto como 326, la primera de las ciudades griegas en hacerlo así), así como con otras ciudades griegas que incluían Massalia, también dieron fundamento para temer el declive del predominio tradicional de Tarento en el sur de Italia. Este miedo creció aún más fuerte cuando en torno a 306/5 a.C. los primeros signos de una relación económica, y pronto también política, entre Roma y la isla de Rodas dejaron claro que Roma estaba empezando a pensar más allá de los estrechos confines de la Italia central y mostraba interés en el mundo griego al este también. Además de esto, la ciudad sobre el Tíber había logrado en 306 alcanzar un nuevo tratado, el tercero con Cartago, marcando las esferas de influencia de una respecto a la otra, y reflejando las nuevas condiciones de poder en Italia. Aunque esto prohibió la entrada de Roma a la Sicilia greco-púnica. Los asentamientos griegos por otra parte debieron haber sentido que esto era al menos una amenaza interna para ellos.

Por tanto, provocada por la demagogia de Filocaris, una muchedumbre enfurecida cayó sobre los barcos romanos, que habían contravenido claramente el tratado existente. Hundieron cuatro y tomaron un quinto, mientras el resto lograron escapar por los pelos. El ejército tarentino marchó a Thurii y forzó a la aristocracia gobernante, que simpatizaba con Roma, así como a la guarnición romana, a retirarse de la ciudad. Para Roma, esta brusca acción significaba no solo una severa pérdida de prestigio; también un serio golpe a sus esfuerzos por establecer una influencia mayor en el sur de Italia. Una embajada romana llegó a Tarento a finales de 282 o a principios del año siguiente exigiendo satisfacción. Pero, salió de nuevo con las manos vacías y, si la tradición analística prorromana no está exagerando aquí como en tantos otros lugares, víctima de duros insultos. Como resultado un ejército romano invadió el territorio tarentino y pronto redujo a la ciudad a una posición extremadamente precaria. La asamblea del pueblo, no confiando más tiempo en su propia fortaleza y liderato, y en desafío a la vehemente oposición de los aristócratas, decidió, como a menudo en el pasado, buscar la ayuda de un comandante extranjero. En 343-338 había sido Arquídamo de Esparta. En 334 el rey moloso Alejandro I de Epiro vino con la esperanza de crearse un imperio para sí mismo en batalla con los lucanos y brutios, y pagó con su vida en 331. En 303 los espartanos respondieron a otra llamada de Tarento al enviar al hermano de Acrótato, Cleónimo al sur de Italia, donde tomó y mantuvo brevemente Metaponto; pero mientras él estaba ausente en Corcira los tarentinos se volvieron contra él y su intento por recobrar su ciudad en un ataque nocturno fracasó tristemente, Finalmente, los romanos le expulsaron del área y fue reducido a perseguir una carrera infructuosa de pillaje en el Adriático septentrional. El rey Agatocles de Siracusa también había intervenido repetidamente en la Italia meridional entre 298 y 295 a instigación de Tarento, y luchó contra los bruttios y yapigios, que habían estado amenazando a los griegos. Su muerte privó a los griegos de un fuerte protector y dejó atrás un vacío de poder que Roma pensaba ocupar.

No fue una mera casualidad que cayera esta vez la elección sobre el rey Pirro de Epiro, en el otro lado del Adriático. No mucho antes, en 282/1, Tarento había puesto una serie de barcos a disposición del rey molos con  el propósito de reconquistar la isla de Corcira, que había recibido en 295 como dote de su segunda esposa, Lanassa, hija de Agatocles, pero la había perdido de nuevo en 290 para Demetrio Poliorcetes cuando Lanassa lo dejó y se casó con Demetrio. También hubo varias conexiones comerciales entre Epiro, Italia meridional y Sicilia, que refleja el hecho de que grupos de pueblos tésprotos y caonios de Epiro se habían establecido antes allí. Los registros de que los tarentinos habían consultado el oráculo en Dodona alrededor del cambio del siglo IV al III e inscripciones de una serie de ofrendas votivas en este santuario principal de los epirotas muestran que los lazos de hecho deben haber sido bastante intensivos. Además, Pirro fue considerado un comandante y estratega excepcional, que nunca retrocedió ante el peligro personal y que inspiró una obediencia entusiasta en sus soldados. La memoria de la poderosa personalidad de Alejandro el Moloso, cuñado de Alejandro el Grande y tío de Pirro y predecesor en el trono moloso, también estaba aún indudablemente vívida en Tarento.

2. Pirro como rey de los Molosos; su política en Grecia hasta 281 a.C.

Por supuesto hubo otras razones para la predisposición de Pirro a responder a la súplica de ayuda tarentina. Pirro nació en 319, hijo del rey moloso Eácides que, en 317, fue depuesto y desterrado por decreto popular. Por tanto, Pirro pasó su juventud como refugiado en la corte del rey ilirio Glaucias. En 306 éste último restauró a Pirro por la fuerza en el trono moloso bajo el tipo de gobierno de regencia que era habitual en Epiro y Macedonia. Pero solo unos pocos años más tarde, en 302, Pirro fue una vez más expulsado, esta vez, por Casandro de Macedonia. Fue obligado a dejar el país y fue a servir como oficial en el ejército de su cuñado Demetrio Poliorcetes (hijo de Antígono Monoftalmo), que había casado con la hermana de Pirro, Deidamia. En 298 como secuela a una paz de corta duración entre Demetrio y Seleuco, éste último como mediador arregló una acuerdo de paz entre Demetrio y Ptolomeo I y en conexión con esto, Pirro fue a la corte alejandrina como rehén. Aquí ganó el favor de Berenice, amante, y luego su reina, de Ptolomeo, y casó con Antigona, su hija por su primer matrimonio con un noble macedonio, por otra parte desconocido. Solo un año más tarde, en 297, a continuación de la muerte de Casandro, Pirro retornó a su patria con un considerable apoyo militar y financiero de Ptolomeo I. Primero gobernó junto con Neoptólemo II, su pariente y protegido de Casandro, pero muy pronto le asesinó.

Casa Real de Epiro - Eácidas


Como rey de los Molosos –él nunca se tituló rey de los Epirotas y desde luego nunca rey de Epiro, un título encontrado sobre todo en la tradición romana- Pirro fue al mismo tiempo el hegemon de la Liga Epirota que fue fundada alrededor de 325/20 y se describe como el ΣΥΜΜΑΧΟΙ ΤΩΝ ΑΠΕΙΡΩΤΑΝ (’los aliados Epirotas’) en las inscripciones. La Liga unía los tres pueblos principales de Epiro –los Molosos, los Tésprotos, y los Caonios, quienes eran evidentemente los últimos en unirse; cada uno de ellos a su vez constaba de numerosos subgrupos. La constitución establecía los poderes del rey moloso dentro de unos límites bastante estrechos, tanto en lo que se refiere a su propio pueblo como en lo que respecta a la Liga Epirota. La acuñación de moneda, la concesión de la προξενíα (amistad pública hacia un extranjero), o ciudadanía y de libertad de impuestos, la concesión del derecho de asilo y otros privilegios se depositaban exclusivamente en el κοινóν (el común) de los Molosos, en la cabeza de lo que era el προστάτης, comparable a grosso modo en función y posición a los éforos de Esparta. Igualmente, era la συμμαχία (alianza) de los Epirotas y no el rey, su cabeza nominal y general, que poseía tanto el derecho a acuñar moneda y también ele derecho a conceder libertad de los derechos arancelarios, como es evidente a partir de las inscripciones Primero y ante todo, el rey moloso era, a través de una larga tradición, cabeza en tiempos de guerra, pero para declarar la guerra necesitaba el consentimiento de la asamblea militar. También actuaba como alto sacerdote y juez supremo, excepto en los casos de ofensas capitales, que eran juzgados por la asamblea militar. Pero el rey tenía derecho a celebrar tratados extranjeros y reclutar mercenarios en su propio nombre. En su Vida de Pirro, Plutarco registra que era costumbre para el rey moloso prestar un juramento anual en el templo de Zeus en Passaron –no lejos de la moderna Jannina- de que gobernaría de acuerdo con la constitución. El pueblo moloso entonces juraba a su vez que apoyaría y protegería la monarquía como establecía por la constitución. Hay indicios de que en varias ocasiones los gobernantes que violaban esas leyes eran expulsados o depuestos.

Para un hombre como Pirro, que no en nada quedaba por debajo de los otros diádocos o Alejandro el Grande en sus ambiciones, energía y deseos de gloría, este era un campo muy limitado y restrictivo en el que desarrollar su personalidad. Así Pirro pronto comenzó a impulsar su camino más allá de los estrechos límites de Epiro. Después de ocupar Corcira (¿y posiblemente Leukas?) que él había adquirido en 295 a través de su matrimonio con Lanassa, hija de Agatocles, después al año siguiente dio apoyo y ayuda a Alejandro V, hijo de su antiguo enemigo Casandro, en su intento de obtener el trono de Macedonia. En 294, como precio de su ayuda, se le dio a Pirro la región de Ambracia en el Epiro meridional, Acarnania, Amfiloquia y las regiones de Tymfea y Parauea en el país fronterizo entre Epiro y Macedonia. En esta conexión, un acuerdo especial, encarnado en un tratado parece haberse celebrado entre él y la Liga Acarnania. Con esas extensas adquisiciones de tierra Pirro había comenzado a construir los fundamentos de una base de poder personal en la forma de una monarquía personal helenística, y esto encontró un apropiado foco de atención cuando se construyó una residencia en Ambracia- fuera de su propio territorio nativo. Siendo la poligamia la típica forma matrimonial de los Diádocos, Pirro casó en 292, por tercera y cuarta vez, en rápida sucesión y para fines puramente políticos, primero con la hija del príncipe ilirio Bardylis y luego con una hija del rey Audoleon de los Peonios. De este modo pudo dar la espalda de forma segura a la frontera norte de Epiro mientras también ganaba importantes aliados para sus futuros planes, que ahora estaban directamente dirigidos a ganar para sí mismo el trono de Macedonia. Como es natural, Lanassa se sintió ofendida y dejó a Pirro para casarse con su rival más acérrimo Demetrio Poliorcetes, al que también dio Corcira como su dote. Después de años de lucha, Pirro obtuvo una victoria, a través de su propio coraje personal, sobre el general de Demetrio Panteuco en 289. Sin tener en cuenta el tratado de paz que fue celebrado a continuación, y claramente enfatizando su relación con Alejandro el Grande, cuya madre Olympia que ciertamente venía de la casa gobernante de los Molosos, Pirro logró en 287 persuadir al ejército macedonio para proclamarle rey de Macedonia. En esta calidad poco después visitó Atenas y ofreció un sacrificio a Atenea.

Pero no pudo resistir mucho tiempo contra Lisímaco, antiguo guardaespaldas de Alejandro el Grande ahora establecido en Tracia, cuyo ejército era muy superior y que estaba igualmente interesado en el trono de Macedonia y el papel de sucesor de Alejandro. En torno al año 284 ya había tenido que retirarse a Epiro, y ahora intentaba extender su reino hacia Iliria. Hacia 282/1 obtuvo Corcira de nuevo, subyugó alguna de las tribus vecinas en las fronteras del Epiro septentrional e Iliria y probablemente también ganó el control de Apolonia, la colonia fundada por Corcira en la costa adriática en 588 a.C. Tras la muerte de Lisímaco en la primavera de 281 y la de Seleuco I en el verano posterior del mismo año, Pirro vio otra buena oportunidad de afirmar sus pretensiones a Macedonia y tomó las armas contra el nuevo rey, Ptolomeo Ceraunos quien ni mucho menos estaba aún firmemente establecido sobre el trono. Pero antes de que comenzara ninguna lucha seria la embajada tarentina llegó a Pirro. La perspectiva de ganar nuevo poder y gloria en el mundo griego occidental y – si podemos creer el relato en Plutarco, que presuntamente se derivaba de Próxeno, el historiador de la corte de pirro – la futura posibilidad de ser capaz de conquistar Sicilia y quizás incluso invadir África del Norte y Cartago, como su suegro Agatocles, todo parecía así tan tentador al rey moloso que rápidamente concluyó un tratado con Ptolomeo Ceraunos. Esto colocó a Ceraunos bajo la obligación de poner tropas a disposición de Pirro en apoyo de la planeada campaña en Italia, mientras que Pirro, a su vez, renunciaba a sus pretensiones al trono macedonio. Ahora no había nada que le impidiera ir hacia el oeste, y por primera vez en su historia Roma se vio cara a cara con uno de los poderes helenísticos.

3. Pirro en Tarento. La batalla de Heraclea (280 a.C.)

La rigurosa acción del cónsul Emilio Barbula contra Tarento resultó dio lugar lo primero a la elección de un nuevo general, por nombre Agis, cuyas buenas conexiones con Roma, se esperaba, conduciría a un pacífico fin al conflicto. Pero poco después dos de las divisiones avanzadas de Pirro fondearon en el puerto de la ciudad en rápida sucesión. La primera división de 3.000 combatientes esta comandada por el más cercano confidente y consejero de Pirro, Cineas el Tesalio, mientras que el segundo era liderado por el general Milo. Cualquier otro intento de alcanzar una solución amistosa con Roma se detuvo inmediatamente y Agis fue sustituido por un hombre aceptable para el rey. Pero las negociaciones de Pirro en Macedonia y las preparaciones militares para su expedición a través del Adriático se eternizaban y el nuevo magistrado en Tarento renovó la petición de ayuda al rey, apoyado por los samnitas, lucanos y mesapios que igualmente se sentían amenazados por Roma. Su promesa, sin duda muy exagerada de proporcionar a Pirro unos 350.000 soldados y al menos 20.000 jinetes terminó con la probación de una campaña italiana por las autoridades de la Liga Epirota y el reclutamiento de un ejército federal. Esto solamente fue posible una vez que el rey hubo expuesto sus planes y objetivos ante la asamblea de la Liga. Como ya se mencionó, Pirro era verdaderamente excepcional como estratega tanto como táctico en el campo militar. Era impetuoso y temerario en la batalla, pero también era un político inmensamente prudente, hábil y –si resultara necesario- también sin escrúpulos. Al proclamar que su proyecto sería una especie de campaña panhelénica para liberar a todos los griegos en Italia meridional de una vez por todas de la amenaza perpetua del mundo bárbaro, consiguió primero y ante todo asegurar la participación esencial de las tropas de la Liga Epirota, que iban a formar el núcleo y columna vertebral de lo que era por otra parte, un ejército bastante heterogéneo. Sobre esto, logró ganar el apoyo de los otros estados helenísticos, cuyos gobernantes estaban más que contentos con que este incansable y peligroso hombre buscara una palestra para sus actividades en otra parte. Así, recibió tropas militares macedonias, y veinte elefantes de guerra indios de Ptolomeo Ceraunos. Antígono Gonatas puso a su disposición los barcos que eran indispensables para cruzar el mar y asegurar los refuerzos. Antioco I de Siria envió dinero; y una serie de monedas de oro más tarde acuñadas en Siracusa y que llevan el retrato de Berenice como Artemisa sugieren que con toda probabilidad también recibió dinero de Ptolomeo I de Egipto. En su ingeniosamente pensada campaña de propaganda en Grecia, Italia meridional y más tarde en Sicilia, Pirro hábilmente hace referencia a su descendencia desde Aquiles y de Alejandro el Grande. Asumió la actuación como su heredero e igualmente como vengador de la muerte de su tío Alejandro el Moloso que había sido asesinado en Italia meridional. 

El ejército con el que Pirro dejó Epiro en la primavera de 280 –después de consultar al oráculo de Zeus enDodona y recibir una rspuesta favorable –constaba de 22.500 soldados de infantería, incluyendo 2.000 arqueros y 500 armados con hondas, 3.000 soldados de caballería y 20 elefantes de guerra. En su núcleo estaban las tropas molosas, tesprotias y caonias combinadas, reforzadas con mercenarios de Etolia, Tesalia, Atamania, Acarnania y el resto de la Hélade. Los llamados φíλοι – los amigos del rey- comandaban las divisiones individuales y juntos formaban el consejo real de guerra, siendo a este respecto totalmente comparable a los líderes Hetairoi, los Compañeros de Alejandro el Grande. El cruce hacia Italia, hecho con ayuda de barcos tarentinos y macedonios, resultó difícil. Una fuerte tormenta dispersó la armada, de modo que, para empezar, Pirro llegó a Tarento con solo parte de su ejército. Pero incluso así fue inmediatamente elegido στρατεγóς αυτοκρατωρ –esto es, como comandante supremo, con autoridad ilimitada. Adoptó vigorosas medias para reforzar las prestaciones defensivas de la ciudad, no solo ocpando la fortaleza inmediatamente con sus propias tropas epirotas de manera que tuviera una mejor posesion de la ciudad, sino también prohibiendo todas las representaciones teatrales, cerrando la gimnasi y prohibiendo las συσσíτια, o mesas comunales, que se encontraban allí de cuerdo con la costumbre laconia: Tarento era una colonia fundada por Esparta. Reclutó a todos los hombres jóvenes de cuerpo sano para el servicio militar y pidió duros sacrificios financieros del resto de los ciudadanos. Cualquier derroche o deserción era castigada con dureza. Tuvo como objetivo incrementar la efectividad de su ejército al máximo a través de continuo entrenamiento. Cuando algunos de los aristócratas intentaron aprovecharse del malestar y el descontento que pronto surgió en Tarento al incitar al pueblo contra el rey moloso, inmediatamente fueron deportados a Epiro o ejecutado sin más alboroto. Pirro incluso llevó su influencia a soportar la ceca de la ciudad, cuya autonomía siempre había reconocido formalmente, pues junto a la imagen del jinete del delfín aparecían allí símbolos complementarios que hacían referencia al rey sobre las estáteras tarentinas: el rayo y el águila de Zeus de Dodona, una punta de lanza como símbolo de ‘la casa del poderoso Éaco con lanzas’ –como Leónidas de Tarento llama al linaje de Pirro en un epigrama-, un elefante y el yelmo de los reyes macedonios con dos cuernos de cabra, portados por Pirro y por Alejandro el Grnade antes de él.

Las noticias de la llegada del rey a Tarento causaron consternación en Roma. Los romanos solo recientemente habían logrado derrotar al ejército unido de boii y etruscos en el lago Vadimon y había conseguido por fin atar a las importantes comunidades etruscas por tratado a Roma. Ni se había demostrado fácil para Roma defenderse contra los senones que habían descendido sobre ella desde Italia septentrional en el mismo año, aunque todo había terminado muy satisfactoriamente con la anexión del ager Gallicus y la fundación de la colonia de Sena Gallica sobre el Adriático. Las duras pérdidas sufridas durante la Tercera Guerra Samnita (298-290), que había llevado finalmente a Roma y sus aliados a la supremacía en Italia central, aún era un recuerdo doloroso. El hecho era que Roma necesitaba urgentemente un largo periodo de paz en el que consolidar lo que lo que había logrado hasta aquí. Ya que la ciudad del Tíber también estaba envuelta una y otra vez en batallas con los etruscos, y que los samnitas y lucanos aún permanecían como enemigos acérrimos, Roma tuvo que llevar al límite cada músculo si iba a triunfar contra Pirro. Por tanto, se reclutaron tropas adicionales, supuestamente incluso de los proletarii –esa clase de ciudadanos sin medios que normalmente estaba exenta de impuesto o servicio militar y que solo podía ser convocada en tiempos de tumultus maximus, esto es, en casos de extrema emergencia. Las tropas romanas fueron acuarteladas en ciudades griegas aliadas como Rhegium, Thurii y Locri. La misma Roma se colocó bajo la protección de una fuerte guarnición.

 En 281/80, al contrario de una práctica normal, L. Emilio Barbula no había conducido su ejército de vuelta desde Tarento a sus cuarteles de invierno, sino que se había retirado al área alrededor de Venusia de manera que fuera capaz de mantener bajo control a samnitas y lucanos. P. Valerio Levino, uno de los dos nuevos cónsules para el año 280, marchó con otro contingente hacia el rey e intentó aislarlo de los lucanos, que le habían prometido refuerzos. Podría parecer que a primera vista ambos comandantes romanos lograron su objetivo, pues Pirro estableció un campamento entre Pandosia y Heraclea, al norte del río Siris y esperó su momento. Su ejército era superado en número por los romanos, que era una fuerza de unos 30.000, pues había dejado algunas tropas atrás para la protección de Tarento. Como los esperados refuerzos de las tribus locales y las otras ciudades griegas aún no se habían materializado, el rey tuvo que intentar ganar tiempo. Así que envió un mensajero a Valerio Levino con la sugerencia de que la disputa con Tarento debería establecerse por una corte de arbitraje neutral. Este era un procedimiento perfectamente habitual entre los estados helenísticos en esa época e incluso antes. También era un procedimiento que el mismo Pirro recomendaba en sus tratados sobre tácticas –documento que desafortunadamente desaparecido desde entonces- donde argumentaba que antes de cualquier batalla debería darse prioridad a explorar todos los medios diplomáticos posibles de alcanzar un acuerdo para evitar un baño de sangre innecesario. Pirro mantuvo este principio de negociación tanto ahora como más tarde, tras su victoria de Heraclea, aunque de hecho estaba en una posición favorable; como resultado no parece en absoluto un hombre que se desenvolviera en la aventura de la guerra, que buscara decisiones solo por la batalla –como algunas fuentes antiguas e investigaciones modernas lo tienen por igual.

 Pero el cónsul romano, que estaba en el lado opuesto del río declinó la sugerencia, aunque la aceptación habría significado la amistad y alianza con el epirota. Quizá el romano temió que el establecimiento de una corte de arbitraje de este tipo inevitablemente sería para desventaja de Roma, o quizá esperaba que se produjera un desenlace militar antes que el ejército de Pirro superara en número al suyo. También fue el cónsul romano quien abrió el ataque y ordenó a su caballería, que estaba situada en las alas, que cruzara el Siris. Esta maniobra significaba que los epirotas, que estaban establecidos junto al río, corrían el peligro de quedar atrapados en un movimiento de pinza, y se retiraron rápidamente, dejando el camino abierto para que ambas legiones cruzaran sin obstáculos. Cuando la falange griega chocó con los romanos estuvo en gran peligro durante un tiempo, aunque Pirro apareció por todas partes entre sus hombres, inspirando valor a dondequiera que fuera. Habitualmente Pirro tenía a sus elefantes en el centro actuando como una cuña, pero en esta ocasión los había dividido entre las dos alas a cada lado, y cuando las puso en acción contra la caballería romana, las legiones estaban aterrorizadas en un desacostumbrado espectáculo de la naturaleza salvaje, barritando las bestias a todo volumen, y comenzaron a huir despavoridos. El gran Anibal mismo –de quien se dice que en conversaciones con Escipión Africano había llamado a Pirro el mejor comandante después de Alejandro el Grande –repitió este concepto táctico con gran éxito en la batalla de Trebia en 218. Pirro tomó el campamento enemigo y solo la caída de la noche puso fin a la persecución del enemigo. El resto del ejército romano escapó a Venusia pero unos 7.000 hombres habían muerto y 1.800 habían caído prisioneros. A pesar de que se dice que el rey moloso había exclamado ¡Otra victoria como esta y estamos perdidos!, pues también él había perdido 4.000 soldados, entre ellos algunos de sus amigos de confianza y mejores oficiales, y reemplazarlos se demostró extremadamente difícil (la expresión ‘victoria pírrica’ se deriva de esta declaración, aunque, de hecho, es moderna). Pirro quedó impresionado por el coraje de los soldados enemigos y dio órdenes de que los muertos –supuestamente todos heridos solo en el pecho- recibieran un entierro honorable. Celebró su victoria con ofrendas votivas de armas de enemigos capturados en su templo nativo de Dodona. Una modesta tableta de bronce aún sobrevive con la inscripción votiva: El rey Pirro y los Epirotas y los Tarentinos a Zeus Naius de los romanos y sus aliados. Envió su propia armadura y las βουκéφαλα –las cabezas de las bestias sacrificadas- al templo de Atenea en Lindos en la isla de Rodas. Zeus de Tarento también recibió ricas ofrendas votivas y los tarentinos de igual modo enviaron ofrendas a Atenea para demostrar el significado de esta victoria sobre los bárbaros. Sobre las monedas tarentinas un pequeño elefante y una nike alada proclamaban la victoria que ellos habían ganado juntos.

 4. Nuevas negociaciones con Roma. La batalla en Ausculum (279 a.C.)

 El primer éxito militar de Pirro tuvo consecuencias de largo alcance, pues ahora no solo los lucanos, samnitas y bruttii, sino también las ciudades griegas, que se habían mantenido tan apartadas, declararon abiertamente su apoyo al vencedor- liderados por la ciudad de Crotona. Cuando Pirro apareció fuera de Locri los ciudadanos precipitadamente entregaron a la guarnición romana, pero Pirro inmediatamente dejó que 200 hombres fueran liberados sin pedir rescate. Rhegium, cuyos habitantes también querían unirse a Pirro, solamente podía mantenerse leal a Roma mediante el ejercicio de la fuerza bruta sobre la parte de las tropas campanas estacionadas allí y mediante el asesinato de los más influyentes de sus ciudadanos.

 Pero Pirro, como Anibal después de él, no supo cómo explotar su victoria al máximo. Su oponente, el rey Antígono Gonatas de Macedonia, se dice que había destacado en burla que, como jugador, hizo muchas buenas tiradas, pero no sabía cómo usarlas. Ahora hizo marchar a los refuerzos que había estado esperando de sus aliados hacia el noroeste a través de Lucania y Campania mientras sus tropas periódicamente saqueaban las tierras de sus aliados en route. Pero fracasó en tomar Nápoles y Capua, que Levino había sido capaz de ocupar justo a tiempo cuando huía a toda prisa. De manera que el rey avanzó a lo largo de la via Latina y a través de Fregellae hacia Roma. Su intención difícilmente podía haber sido asediar la ciudad, protegida como estaba en ese tiempo por una muralla de ciudad, y todavía menos tomar la ciudad por sorpresa, una empresa para la que su ejército apenas habría sido suficientemente grande. Parece mucho más probable que su objetivo era intentar tomar contacto con los etruscos y así forzar a Roma a una guerra en dos frentes. Mientras, no obstante, el otro cónsul, Ti. Coruncanio, había derrotado a Volsinii y Vulci, y concluyó un tratado de paz –o en cualquier caso un alto el fuego- con ellas y estaba libre para venir en socorro de Roma. Fue ahora el turno de Pirro de enfrentarse con el peligro de ser atrapado entre los dos ejércitos consulares y se retiró de Anagnia, a unos 60 kilómetros al sur de Roma, de vuelta a Tarento donde estableció sus cuarteles de invierno en otoño de 280.

 Desde aquí Pirro intentó una vez más durante los meses siguientes alcanzar un acuerdo amistoso con Roma. Los antiguos registros de esas negociaciones son contradictorios y además la tradición analística romana está engordada con innumerables anécdotas y relatos imaginarios que estaban dedicados a lanzar una luz favorable sobre Roma. No obstante, una tradición que se remonta a Livio (la fuente más fiable aquí), revela que primero de todo una legación de tres cónsules anteriores (viri consulares) vinieron hasta pirro en Tarento para negociar la liberación de los prisioneros de guerra a cambio de un rescate o en un intercambio mutuo. Eran C. Fabricio Luscino, y Q. Emilio Papo, los cónsules del año 282, y P. Cornelio Dolabella, que había ocupado ese cargo en 283. Pirro, que estaba impresionado por la personalidad de Fabricio, tomó el consejo de Cineas, y con la esperanza de alcanzar unos términos de paz aceptables, liberó a todos los prisioneros sin petición de rescate, y les envió, probablemente a finales del otoño de 280, de vuelta a Roma con Cineas. Los tesalios, cuya elocuencia era comparada por los contemporáneos a la de Demóstenes, plantearon ante el Senado los términos bajo los que podría terminar la enemistad: 1) El reconocimiento de la libertad (ελεύθερια) y autodeterminación (αυτονομíα) para Tarento y las otras ciudades griegas en Italia del sur –petición que se planteó una y otra vez (y nunca realizada correctamente) durante las luchas por el poder entre los diádocos por separado y que al mismo tiempo representaba el programa con el que Pirro había respondido a la petición de Tarento de ayuda. 2) el retorno de todas las tierras tomadas de los samnitas, lucanos y brutii a sus propietarios originales. Esto probablemente incluía las colonias romanas de Luceria (fundada en 314) y Venusia (fundada en 291). Implicaba la retirada de la totalidad de Apulia, Bruttium, Lucania y Samnio, posiblemente Campania también, y en efecto habría reducido la esfera de influencia de Roma al Lacio solamente. 3) La conclusión de una alianza, que las fuentes no desarrollan después, con el rey Pirro –no, esto es, con los Epirotas, ni con Tarento, que arroja una luz reveladora sobre la posición de Pirro.

 De acuerdo con la costumbre oriental helenística, Cineas llevó costosos regalos con él a Roma que él ofreció a los más influyentes personalidades y sus esposas y niños. Pero en la ignorancia de la tradición griega tomaron esto como un intento de soborno y rechazaron los regalos. No obstante, una mayoría en el Senado parece haberse inclinado a aceptar las indudablemente duras condiciones del rey moloso, debido a que su propia fortaleza parecía terminada. Ya que Pirro había dejado claro que buscaba la paz, sin duda esperaban que futuras negociaciones pudieran lograr algunas concesiones. Fue solamente cuando Apio Claudio Caeco, ahora casi ciego, se pronunció en contra de las propuestas de paz que el Senado las rechazó. Desde la construcción de la Vía Apia, que había recibido su nombre de él, había tenido un interés particular en Campania y el sur de Italia. Su discurso debió ser notablemente vívido y persuasivo. Todavía era frecuentemente leído en tiempos de Cicerón y era considerado como el documento más antiguo de su clase en ser conservado en los archivos romanos. A pesar de esta decisión, no obstante, Fabricio fue enviado una vez más a Pirro para negociar sobre el destino de los prisioneros de guerra, que ahora se enfrentaban a la perspectiva de ser devueltos a Pirro y vendidos como esclavos. Con un gesto generoso y característico, Pirro les liberó y declaró que no deseaba regatear sobre el precio de su libertad pero prefería enfrentar su fuerza contra Roma una vez más sobre el campo de batalla. Se dice que Cineas había considerado que el Senado era como una asamblea de reyes, pero Pirro era bastante su igual en dignidad y confianza en sí mismo.

Después de la ruptura de las negociaciones con Roma, el rey reforzó su capacidad militar y también reclutó nuevos mercenarios, la mayoría de Italia meridional. Como es natural las ciudades griegas, en nombre de cuya libertad e independencia, después de todo, estaba siendo asumida toda la campaña, estaban ahora llamados a financiar las operaciones. Tarento tenía que reducir el peso medio de sus estáteras de plata desde 7.9 a 6.5 gramos de manera que podía acuñar más moneda. El llamado Templo de los Archivos de Locri muestra cuán inmensas sumas de dinero consiguió obtener también Pirro en otros lugares, y revela también cuán ricas y florecientes eran esas ciudades. Los archivos consisten en treinta y ocho tabletas de bronce con inscripciones del templo de Zeus Olympios que una vez estuvo en Locri, y fueron encontradas en una caja de piedra en el invierno de 1958-9. Siete de las inscripciones pueden ser datadas en la época de Pirro, entre septiembre de 281 y septiembre de 275. Revelan que durante esos seis años se pagaron no menos de 11.240 talentos de plata fueron pagados procedentes del templo fondos ‘para el rey’ en forma de préstamos o impuestos. La palabra griega συντéλεια es usada, que quizá puede traducirse más bien aquí como ‘contribución hacia la causa común’. Esta suma representa aproximadamente 295 toneladas métricas de plata, una cantidad que corresponde a 45,3 millones de monedas de plata tarentinas de la época, pesando 6,5 gramos cada una, o 53,6 millones de dracmas de Pirro, que pesaban 5,5 gramos cada una. Con esta enorme suma podían pagarse a aproximadamente 20-24.000 mercenarios su acostumbrado dracma diario durante seis años. En Ausculum el ejército de Pirro ascendía a unos 40.000, pero era considerablemente más pequeño que el resto del tiempo. Los ingresos del templo se derivaban de impuestos, recaudación, diversas cuotas especiales, y ofrendas a los dioses, de la venta de trigo, cebada, vino y aceite de oliva, cultivado en las tierras del templo, de la venta de azulejos y ladrillos de la producción propia del templo, y finalmente pero no menos importante de los considerables ingresos provenientes de la prostitución del templo que era costumbre en Locri en tiempos de crisis. Locri tuvo que sacar las más altas sumas de 2.685 talentos después de la batalla de Heraclea y de 2.452 talentos en septiembre de 276 tras el retorno del rey desde Sicilia. Esas cantidades anuales también revelan que, al contrario de las declaraciones de los autores antiguos, Locri nunca cayó en manos romanas durante las guerras con Pirro y desde luego nunca se unió a Roma voluntariamente. Por supuesto puede aceptarse que Pirro recibió cantidades similares de dinero, y especialmente, entregadas más o menos voluntariamente, de otras ciudades aliadas a él, y especialmente de Tarento que estaba implicada más directamente.

 En la primavera de 279 Pirro marchó lentamente hacia el norte a través de Apulia con un ejército reforzado por sus aliados en torno a unos 40.000 hombres, tomando una serie de pequeñas ciudades en su camino. Los dos nuevos cónsules, P. Sulpicio Saverrio y P. Decio Mus, marcharon contra él para proteger las colonias de Venusia y Luceria y para impedir que el rey entrara hasta el Samnio y desde allí amenazara a la misma Roma. Los dos ejércitos, aproximadamente de igual fuerza, se encontraron cerca de Ausculum, por un puente sobre el río Aufidus crecido por las aguas de inundación. Era un país boscoso, muy inadecuado para el despliegue de la caballería, la falange griega y los elefantes. El relato de cicerón de la batalla, al igual que el de otros autores, muestra a la importante Roma atada a este conflicto, pues al cónsul P. Decio Mus se le permitió haber seguido el ejemplo de su famoso padre en 295 (y el de su abuelo en ¿340?), y haberse ‘dedicado’ a los dioses del Inframundo, preparado para morir para asegurar una victoria romana. Pero esto no puede ser cierto, pues él todavía es mencionado en otras fuentes estando vivo en 265 y los Fasti Capitolini no registran su muerte en el cargo en 279 como lo haría normalmente.

La batalla se prolongó durante dos días, pero solo tenemos relatada relativamente, si acaso contradictoriamente a veces, de los sucesos del segundo día, cuando Pirro movió su ejército antes del amanecer a la llanura abierta, que se adecuaba mejor a sus tácticas. Luego colocó su caballería en las alas junto a los samnitas y los macedonios, con los elefantes tras ellos, mientras en el centro, de derecha a izquierda, estaban las formaciones de mercenarios griegos, los epirotas, los brutti y lucanos, los tarentinos y los mercenarios ambracios e italiotas. Se enfrentaron a cuatro legiones y sus unidades auxiliares. Durante algún tiempo la batalla se mantuvo indecisa. Cuando los elefantes se enviaron primero a la lucha, se dice que fracasaron a causa de una contraofensiva por medio de carros que los romanos habían equipado con guadañas montadas sobre varas móviles. El ala izquierda griega retrocedió las alas y cuando Pirro extendió el centro para cubrir su izquierda los romanos presionaron hacia delante aquí también. El campamento del rey ya estaba siendo saqueado e incendiados por las tropas aliadas romanas. Pero finalmente el mismo Pirro, con su caballería y elefantes, rompió el frente de las legiones tercera y cuarta que estaban luchando en el centro y decidió el resultado de la batalla a su favor, aunque él mismo fue herido seriamente durante esta intervención personal. Aunque cayeron unos 6.000 romanos, el resto consiguió retirarse  a un fuerte de montaña y allí resistieron otros ataques. El rey perdió unos 3.500 hombres. Se retiró a Tarento, todo placer en su victoria eclipsada por duras pérdidas. Además recibió allí recibió malas noticias de casa. La muerte de Ptolomeo Ceraunos, que había sido muerto junto con la mayoría de su ejército a principios de 279 en una batalla contra las tribus celtas que habían descendido una vez más sobre Macedonia había sumido al país en serias luchas intestinas. Ninguno de los diversos pretendientes al trono fue capaz de afirmarse al principio. Los molosos también se sintieron progresivamente amenazados por esas hordas de bárbaros que habían forzado su camino hasta Etolia, saqueando y asesinando a su paso, pues ya no había la protección que Ptolomeo Ceraunos había dado antes a Epiro. En todo caso hubo levantamientos y disturbios y Pirro tuvo que decidir si debía retornar o no a Grecia. La tentación de hacerlo era tanto mayor por cuanto fue obligado a admitir que no había apenas ninguna posibilidad de éxito rápido en Italia a la vista de la intensificada oposición romana por una parte y a la creciente aversión a él mismo en Tarento por otra.

 5. Siracusa pide ayuda. El tratado romano-púnico contra Pirro 279/8 a.C.

 Mientras Pirro estaba dudando aún, llegaron mensajeros a Tarento desde Siracusa, ofreciendo al rey el mando supremo en la guerra contra Cartago. Este ofrecimiento era un reconocimiento pleno de la propia incompetencia y debilidad de la ciudad. De hecho, no solo Siracusa sino la Sicilia griega en general había estado en un estado de anarquía desde la muerte de Agatocles en 289. La misma Siracusa, destrozada entre el ejército y el líder civil Hicetas, había sido obligada a hacer un tratado con Cartago, por el cual ella perdía las ciudades anteriormente bajo su control. Hicetas se enfrentó pronto a una serie de tiranos –Heracleidas en Leontini, Tindarión en Tauromenion y Fintias en Acragas- y él mismo fue llevado al poder supremo en Siracusa. Fintias fue derrotado por Hicetas y varias ciudades combinadas para derrocarle. Pero poco después, en 279, después de ser derrotado por los cartagineses, Hicetas fue reemplazado por Toinón. No obstante fue incapaz de afirmarse durante mucho tiempo. En la época del ofrecimiento a Pirro, los siracusanos, resentidos por el gobierno despótico de Toinón, y ayudado por Sosístrato, el nuevo tirano de Acragas, le expulsó de la ciudad a la isla mar adentro de Ortigia. Desde esta isla con sus poderosas fortalezas, y con la ayuda de la flota que le fue dejada, Toinón causó mucho daño a los ciudadanos de Siracusa e interrumpió la totalidad de la vida política y económica de la ciudad. Al mismo tiempo los Mamertinos, los “hijos de Marte”, mercenarios campanos que habían combatido anteriormente por el tirano Agatocles y se habían establecido en Messana, en la costa noreste de Sicilia en 289, aprovecharon el tiempo y de nuevo la debilidad del estado siracusano al invadir el territorio de Siracusa, saqueando, asolando y tomando como esclavos algunos habitantes que cayeron en sus manos. Como poder principal en Sicilia, Cartago también tomó la oportunidad para hacer todo lo que pudo por medio de continuas incursiones y escaramuzas para reducir el poder de la que hasta ahora siempre había sido su más peligroso oponente en la isla. Gracias a una situación que se asemejaba a una guerra civil en Siracusa y al consecuente debilitamiento de las defensas siracusanas, Cartago podía ahora por fin lograr el objetivo que había perseguido continuadamente durante siglos –traer a toda Sicilia bajo su poder.

 La oferta siracusana le pareció extremadamente tentadora a Pirro. Como antiguo yerno de Agatocles pudo ofrecer una pretensión enteramente legítima a su reino, especialmente ya que Lanassa, la hija del tirano le había dado a su hijo Alejandro al que, por esta razón, designó más tarde como heredero a su reino de Sicilia. La posesión de esta inmensamente fértil y rica isla, cuya riqueza estaba simbolizada por la diosa madre Deméter, sin duda le pondría en una posición mucho mejor que antes para jugar un papel decisivo en la vida política de los estados helenísticos. Al mismo tiempo abrió la posibilidad de proseguir la guerra contra Roma sobre una base diferente. Si duda, también le pareció a su amplia visión y a sus nociones de largo alcance liberar a los griegos de Sicilia del perpetuo temor de los cartagineses a los que ellos menospreciaban como bárbaros, y posiblemente incluso, como Agatocles, llevar la batalla allende el mar a África. Incluso si realmente se hubieran renovado las conversaciones de paz entre Pirro y Roma después de la batalla de Ausculum, como se insinúa por algunas fuentes, ciertamente poco fiables, todas las negociaciones estaban condenadas al fracaso desde el momento en que el rey supo que Roma y Cartago estaban a punto de formar una alianza contra él.

 Tanto Roma como Cartago estaban persiguiendo fines extremadamente egoístas. Cartago vio la petición de ayuda como una amenaza a su esfuerzo por colocar toda Sicilia, Siracusa incluida por fin, bajo su control –una ambición que parecía estar tan cerca de cumplirse. No obstante, temía aún más el ansia por la acción y el genio militar del rey moloso quien, una vez desembarcado en Siracusa, tendría el apoyo, no solo de los siracusanos, sino también, sin duda gracias a su nombre, de las otras ciudades griegas de la isla, cuando marcharan contra los cartagineses a los que todos temían y odiaban. Por otra parte, Roma esperaba por fin librarse de la presión que el rey, con su gran experiencia militar y sus excepcionales habilidades tácticas y estratégicas, había estado ejerciendo durante algún tiempo sobre la ciudad y que también significaba un continuo peligro adicional de batalla renovada con los etruscos y los samnitas, cuyas simpatías estaban inequívocamente del lado de Pirro. Pero era Cartago quien tomó la iniciativa. Ya en otoño de 279 una flota de 120 barcos de guerra de Cartago arribaron a Ostia, puerto de Roma en la desembocadura del Tíber, y su comandante Magón, ofreció al senado ayuda militar. La oferta fue cortésmente rechazada, pero luego se firmó un nuevo tratado después de todo, conservando los términos, celebrados anteriormente de común acuerdo, del llamado tratado de Filino de 306 – que Polibio incorrectamente representa como una fabricación antirromana del historiador griego Filino, que vivió en Acragas en la segunda mitad del siglo III a.C. Este nuevo tratado  fue el cuarto, en la larga historia de las relaciones romano-púnicas, que comenzó en 508/7. El texto, que debe entenderse, es cierto, más como un contrato preliminar, está conservado en Polibio, pero tanto una interpretación de la primera parte como una exacta traducción presentan dificultades, pues el historiador, escribiendo en griego, ha intentado evidentemente dar una traducción tan literal como posible del texto, que originalmente estaba escrito en latín anticuado y en lenguaje púnico. Ambas partes se comprometían darse mutua asistencia militar, por medio del cual Cartago iba a proporcionar barcos de transporte en ambas direcciones para las tropas de ambos poderes siempre que fuera necesario. Cada estado, era, no obstante, responsable del pago de sus propios soldados. Ya que los romanos, en esta época, aún no poseían una extensa y efectiva flota de guerra, los cartagineses prometieron a Roma un activo apoyo en el mar, con la condición expresa, no obstante, de que los marineros cartagineses no serían forzados a luchar contra sus voluntad. Las especificaciones individuales dejaron claro que debía haber sido una alianza contra Pirro y no un tratado general. La situación histórica también descarta virtualmente la interpretación mantenida por algunos de que las palabras introductorias se refieren a u posible acuerdo o incluso a un tratado de paz separado entre Pirro y, o bien Roma, o bien Cartago. 

El acuerdo era especialmente ventajoso para Roma, pues con la ayuda de la flota cartaginesa estaba en una posición muy superior para atacar y bloquear a Tarento desde el mar –por tierra el rey era más fuerte. También parece posible de este modo que se podría impedir que los refuerzos llegaran desde Grecia, o en cualquier caso que su viaje podría hacerse extremadamente peligroso. Por otra parte, Roma no podía comprometerse de ningún modo a dar apoyo masivo contra los griegos en Sicilia, sin duda en parte, esto estaba fuera de consideración para las ciudades griegas en la Italia meridional, algunas de las cuales eran amistosas hacia Roma. Cartago creía que  el tratado impediría que Roma hiciera la paz con Pirro, haciendo, de este modo, inseguro para el rey dejar Italia y así manteniéndolo bien lejos de Sicilia y Siracusa. Para el rey moloso el tratado significaba un fuerte cambio en la fuerzas relativas de los combatientes en Italia en su propia desventaja, pues desde ahora en adelante tuvo que tener en cuenta no solo las tropas italianas bajo el mando de Roma, sino también con la flota cartaginesa y posiblemente incluso con tropas terrestres cartaginesas también. Pero por otra parte, la conquista de Siracusa por los cartagineses virtualmente significaría el colapso de toda su política hasta el momento, que había anunciado la liberación de los griegos de la amenaza bárbara como su objetivo principal, y esto sería seguro que tendría un efecto extremadamente negativo sobre su reputación tanto en Italia como en la misma Grecia. Así que Pirro, no de mala gana, volvió su atención hacia Sicilia, la posesión de la cual parecía facilitar mayores posibilidades de futuro para sus ambiciones que Italia.

 6. Pirro en Sicilia.

 Así, en primavera de 278, después de otro combate indeciso en Apulia –fue en esta época cuando se supone que Pirro  había escapado por poco de ser asesinado por su medico personal, gracias a una magnánima advertencia del cónsul C. Fabricio –el rey comenzó a hacer los preparativos necesarios para cruzar a Sicilia. Parece que Roma esperaba una decisión de esta naturaleza, pues en esta época, y evidentemente muy poco tiempo después de la ratificación del tratado de asistencia mutua, los cartagineses transportaron 500 soldados romanos en sus barcos a Rhegium. Pero el intento de tomar la ciudad en un ataque sorpresa y por tanto ganar el control de los estratégicamente importantes estrechos entre Sicilia y la punta meridional de Italia falló, aunque mostró que era posible convencer a los mamertinos en Messana de una alianza con Cartago. No mucho después la flota púnica de unos 130 barcos, bajo el mando del almirante Magón, apareció en Siracusa y bloqueó el gran puerto. El grito de ayuda de los siracusanos llegó a ser más insistente que nunca y el rey fue obligado a entrar en acción. Una vez más envió primero a su fiel amigo Cineas a negociar por adelantado con las ciudades griegas en la isla y así preparar a fondo el terreno por medios diplomáticos antes de su propia llegada. Entonces, en el verano de 278, él mismo partió para Sicilia con un ejército relativamente modesto de solo 8.000 soldados de infantería y un pequeño número de jinetes y elefantes, dejando una nutrida guarnición tras él en Tarento bajo el mando del general de confianza Milo. Otras tropas epirotas permanecieron estacionadas en varios lugares aliados suyos, como protección contra los romanos y contra el peligro de traición, aunque no pudieron impedir que los dos nuevos cónsules, C. Fabricio Luscino y Q. Emilio Papo ganaran de nuevo, en el transcurso del año, a alguno de los pueblos y ciudades que previamente se habían pasado a Pirro. En Roma en el invierno de ese mismo año, celebraron un triunfo sobre los lucanos, samnitas, tarentinos y bruttii, que demuestra que sus éxitos deben haber sido considerables.

 En su viaje con las tropas expedicionarias hacia el sur desde Tarento junto a la costa, Pirro desembarcó primero en Locri, que todavía tenía que proporcionar un fuerte respaldo financiero. Luego, cruzó a Tauromenium en Sicilia. Tindarión, su tirano, estaba deseando unirse a él y colocar su ejército bajo el mando del rey. Cuando desembarcó en Catana, Pirro fue saludado jubilosamente como el largamente esperado libertador y honrado con coronas de oro. No solo esto, sino que también recibió refuerzos en forma de levas ciudadanas. Entonces, el ejército partió por tierra hacia Siracusa, la flota de unas 60 naves, la mayor parte tarentinas, navegando listas para la acción a lo largo de la costa y cubriendo el avance de las tropas de tierra. Cuando el rey se aproximaba a Siracusa el almirante púnico apresuradamente levantó el bloqueo, pues aunque tenía unos 100-130 barcos a su disposición, estaba en peligro de ser cogido entre los 140 barcos siracusanos que estaban en el puerto y la flota de Pirro en el mar. El ejército cartaginés también levantó el asedio y se batió en una retirada apresurada. Así, Pirro fue capaz de entrar en Siracusa triunfante en medio de los aplausos de los griegos, y la ciudad fue formalmente entregada a él por Sosístrato. Toinón entonces igualmente entregó Ortygia, y la flota, un refuerzo bienvenido. De este modo, las hábiles negociaciones de Pirro incluso consiguieron reconciliar –quizá bajo amenaza- a los dos antiguos gobernantes antagónicos de la ciudad. Las otras ciudades griegas en Sicilia, esperanzadas en un cercano y definitivo final de la siempre presente amenaza púnica, enviaron todas mensajeros a Siracusa anunciando su deseo de apoyar a Pirro y subordinarse a él. Entre ellos, por ejemplo, estaba Heracleidas, el tirano de Leontinos, que envió a Pirro un ejército de 4.000 soldados de infantería y 500 jinetes. Muy pronto el rey moloso tuvo a asu disposición un ejército de unos 30.000 hombres y 2.500 caballos y los cartagineses se retirarona sus dominios originales, su epikratia, en el oeste de la isla.

 En primavera de 277, Pirro marchó via Enna, que por su propia voluntad había forzado a su guarnición púnica a retirarse hacia Acragas. Aquí, el tirano Sosístrato, que había tomado parte en la invitación a Pirro para venir a Siracusa, se unió al rey, supuestamente con otras 30 ciudades dentro de su territorio, y reforzó al ejército del rey mediante una ejército de 8.000 soldados de a pie y 800 jinetes. En una marcha triunfal, Heraclea Minoa, Azonae, Selinunte, Halicyae, Segesta y las otras ciudades del interior, tanto grandes como pequeñas, cayeron en manos de Pirro unas tras otras en rápida sucesión. Incluso el inaccesible y fuertemente fortificado bastión montañoso sobre el monte Eryx en la costa noroccidental fue asediado y tomado. Se llevaron a cabo esplendidas celebraciones de la victoria y competiciones en honor a Heracles, que había sido reverenciado aquí desde los tiempos antiguos y que era tenido, por supuesto, por el ancestro de la línea Eácida. Después de sus primeros éxitos, si no antes, Pirro –que al principio aparece teniendo solo una posición hegemónica en Sicilia- parece haber sido proclamado rey -βασιλεύς- de acuerdo a la costumbre griega por las tropas siciliotas1 y así fue confirmado como legítimo sucesor de Agatocles. Otros relatos, no obstantes, sugieren que fue a su llegada a Siracusa cuando fue saludado con este honorable título, que estaba atado a la persona y no a un territorio particular. Sea como fuere, designó a Alejandro, su hijo habido de Lanassa, como heredero a su reino siciliano, mientras que Heleno le sucedería en sus dominios en Italia –lo que sea que se entienda por esto- y Ptolomeo en el de Epiro.

 Cuando Panormus también cayó y los mamertitos hubieron sufrido varias derrotas serias en el noreste de la isla, a los cartagineses solo les quedaba el importante puerto de Lilybaeum (Lilibeo) en la costa oeste bajo su control. Ya que tenían razones para temer perder incluso este último bastión y con él cualquier vestigio o influencia que tuvieran en la isla, ofrecieron a Pirro conversaciones de paz. Se declararon dispuestos a pagar una enorme indemnización de guerra y –a pesar del tratado con Roma- poner barcos a disposición del rey para posteriores operaciones. Esto implicaba que esperaban –de hecho incluso lo imaginaban- que el rey retornaría a Italia. Al principio, de hecho, Pirro estaba dispuesto a aceptar lo que parecía ser una oferta favorable, pues la situación en Italia ciertamente no se desarrollaba a su favor durante 277. El cónsul C. Cornelio Rufino había conquistado Crotona, por tanto perdida ahora para la causa de Pirro, aunque al contrario de la tradición literaria posterior las inscripciones recientemente encontradas de los archivos del templo muestran que Locri había sido capaz de resistir. Pero Caulonia había caído en manos del enemigos, y los samnitas, lucanos y brutii habían sufrido repetidas derrotas como es evidente a partir de los registros de desfiles triunfales celebrados en Roma en 277 y 276. El entusiasmo por la causa de Pirro y  la disposición a apoyar a un rey que luchaba en Sicilia –esto es, relativamente lejos- estaba disminuyendo constantemente. Pero el consejo real convocado por Pirro, que incluía no solo sus confidentes de confianza sino también representantes de las ciudades sicilianas individuales, decidieron después de un interminable debate rechazar el ofrecimiento de paz púnico. Todas las ciudades de Sicilia debían ser liberadas; de otro modo todo el esfuerzo y el sacrificio habría sido en vano. Todas y cada una de las bases cartaginesas sobre la isla eran un potencial punto de partida para futuros nuevos conflictos.

 Pero el decidido asedio de Lilybaeum que se inició ahora tuvo que ser suspendido después de dos meses sin resultado. Fue virtualmente imposible tomar la ciudad desde el lado de tierra, y había pocas esperanzas de llevar a cabo un bloqueo marítimo con éxito –la flota de Pirro no era lo suficientemente grande. Por esta razón puso sus esperanzas en una campaña en África. Como Agatocles, quiso transportar la guerra en una flota recientemente construida a través del mar al hogar del enemigo y forzar a una decisión definitiva. Pero intentó poner sus planes en práctica con característica impaciencia y esto muy pronto llevó a un serio conflicto con sus aliados. Pues no solo comenzó –como Agatocles y como otros gobernantes helenísticos de su tiempo- a exigirles impuestos como si fueran sus súbditos, sino que pedía también el suministro de remeros y marineros para su nueva flota y el dinero con el que pagarles. No es sorprendente que las ciudades estuvieran incluso más enfurecidas respecto a su invasión sobre su propia autonomía, especialmente cuando interfirió con su jurisdicción y asumió él mismo la dirección de casos individuales en los que tenía un interés particular. También confiscó como tierras reales propiedades que una vez habían pertenecido a Agatocles, desposeyendo a los actuales propietarios y haciendo regalos de vastas extensiones de tierra a sus amigos y seguidores. Por tanto estos a su vez, adquirieron una influencia substancial en las ciudades y esos epirotas, que  habían ascendido tan súbitamente en rango y riqueza, tendieron frecuentemente a despreciar a la población local que de hecho era culturalmente muy superior. De este modo se desarrollo un cuerpo de fuerte oposición, especialmente en Siracusa, similar al que había crecido en Tarento –una oposición que no tendría miedo de renovar los lazos rotos con Cartago y traicionar la causa griega, como tantas otras veces, para sus propios fines particulares. Esto llevó a Pirro a tomar una vigorosa iniciativa. Toinón y otros siracusanos sospechosos de conspirar con el enemigo fueron ejecutados. Sosístrato logró escapar a tiempo pero por sus acciones el rey perdió a uno de sus más valiosos aliados, que gobernaba no solo sobre Acragas sino también sobre una extensa área del resto de la isla. Las medidas de Pirro, no impidieron, no obstante, que algunas de las ciudades se unieran abiertamente a los mamertinos y otras a los cartagineses, y estos últimos, sin obstáculos por parte de Pirro, procedieron a traer un poderoso nuevo ejército sobre Sicilia, porque ahora no podían esperar para revertir los reveses que habían sufrido hasta ahora. La situación empeoró cuando llegaron a Siracusa los emisarios de los samnitas, lucanos y brutii pidiendo urgentemente a Pirro que volviera tan pronto como fuera posible a Italia, pues Roma había incrementado la presión sobre esas tribus aún más y veían en Pirro su única esperanza de cambiar la situación. Pirro también tenía motivos para temer que su enlace terrestre con Tarento, que llevaba a través de Bruttium, podía ser cortado y que todos sus planes se colapsarían como un castillo de naipes si el Samnio y Lucania cayeran en manos romanas. Su decisión de abandonar la expedición siciliana y volver a Tarento, fue lo más fácil, ya que fue obligado a admitir que la causa siciliana estaba casi perdida –un resultado para el que él mismo, desde luego,  no estaba libre de culpa.

 Notas:

1. Siciliotas: Habitantes griegos de Sicilia en contraposición a las poblaciones autóctonas de sículos, sicanos y élimos.

 7. Pirro retorna a Italia. La batalla de Beneventum 275 a.C.

Plutarco recuerda a Pirro diciendo que dejaba la isla tras él como un terreno libre para los romanos y cartagineses, cuando zarpó de Siracusa a finales del verano de 276, con 110 barcos de guerra y numerosas naves de carga. Pero cuando navegaba hacia el norte a lo largo de la costa siciliana fue sorprendido por una flota púnica no lejos de Rhegium y sufrió duras pérdidas. En torno a 70 de sus barcos de guerra fueron hundidos y muchos otros muy dañados. Solamente una docena escaparon indemnes. A pesar de que los cartagineses no habían logrado su objetivo real, la destrucción del ejército entero de Pirro, pues la flota de naves de transportes fue capaz de escapar y desembarcar sin problemas en Locri. Desde Locri, Pirro fue a Rhegium, pero fue incapaz de tomar la ciudad debido a la fuerte resistencia ofrecida allí por la guarnición campana, que estaba mando el mando romano y reforzada por mamertinos de Messana. Cuando se estaba retirando de la ciudad sufrió una emboscada por los mamertinos y sufrió fuertes pérdidas adicionales. Su ejército solamente escapó de esta precaria situación con la ayuda de la intervención personal del rey mismo que, en combate singular, supuestamente cortó a un oponente en dos con un único golpe de su espada. Finalmente llegó de vuelta a Locri con 20.000 hombres y 3.000 jinetes –incluso entonces un ejército considerable- y una vez más exigió una suma particularmente alta en impuestos de la ciudad para cubrir sus pérdidas y reclutar nuevos mercenarios. No contento con esto, también confiscó los tesoros del templo de Perséfone en Locri, para gran indignación de los griegos. La mayoría de ellos los devolvió de nuevo, no obstante, cuando los barcos que llevaban el botín a Tarento se encontró con una fuerte tormenta, que él tomó por un mal presagio. No sabemos con certeza si Pirro volvió también ahora una vez más a Grecia, y en particular a Antígono Gonatas de Macedonia y Antíoco I de Siria, con una súplica o incluso una demanda para un futuro apoyo. Los samnitas y lucanos cansados después de tres años de duras pérdidas en su guerra contra Roma, mostraron poca inclinación a continuar apoyando al rey sin reservas. Pero por otra parte, los cónsules del año 275 encontraron igualmente difícil movilizar un nuevo ejército, tanto más cuanto Roma había sido visitada en 276 por un brote de peste que se había cobrado un alto precio de vidas. Livio informa de un descenso en el número de ciudadanos desde 287.222 en el año 280 a solo 271.224 en 275. El cónsul M. Curio Dentato amenazó a cualquier ciudadano que buscara evadir el servicio militar con la venta de su persona en esclavitud y la libre disposición de todas sus propiedades, la primera vez que tal amenaza había sido emitida jamás y una segura indicación de cuán agotados estaban también los romanos de la guerra.

En la primavera de 275 ambos cónsules movieron sus ejércitos a posiciones estratégicas para impedir a Pirro avanzar hacia Roma una vez más. L. Cornelio Léntulo se estacionó en Lucania para interceptar a Pirro en esta temprana etapa si fuera posible, o bien aislarlo de sus líneas de comunicación en el caso de un ataque sobre Roma. M. Curio mientras tanto ocupaba los pasos cerca de la ciudad de Malventum, que más tarde en 268, se convirtió en colonia romana con derecho latino y fue rebautizada Beneventum. Su objetivo era entorpecer a Pirro en su avance hacia Capua y Roma. Pirro ordenó a una división proteger su flanco sur contra Léntulo, y él mismo marchó contra M. Curio. Por primera vez su ejército fue seriamente sobrepasado en número por los romanos, así que intentó ganar una ventaja táctica al encontrar una altura favorable desde la que pudiera hacer un ataque sorpresa sobre el campamento enemigo. Pero sus tropas epirotas, poco familiarizadas con el terreno se perdieron durante un avance nocturno a la posición planeada para atacar y fueron rechazadas con relativa facilidad  a la mañana siguiente por los romanos, que habían estado observando su aproximación. En la consiguiente batalla sobre la llanura los exhaustos griegos se vinieron abajo ante la avalancha de las legiones y los romanos lograron aterrar tanto a los elefantes del rey con flechas ardientes que huyeron en estampida y cargaron hacia sus propias filas. Ocho de los animales fueron capturados y mostrados en Roma por primera vez en 272, en el desfile triunfal de Curio. Los romanos también capturaron el campamento de Pirro, dando así a sus oficiales la primera oportunidad de ver por sí mismos cómo lograban los griegos empresas de este tipo. Más tarde, cuando fue censor, M. Curio construyó el segundo gran acueducto de Roma, el Anio Vetus, con  parte del botín que fue capturado aquí y asignado a él como comandante.


8. Retorno a Epiro. Muerte de Pirro, 272 a.C.

Pirro estaba ahora en peligro de ser atrapado entre los ejércitos de los dos cónsules y se retiró a toda velocidad a Tarento tras su derrota. No hay cifras fiables para sus pérdidas –más tarde fuentes romanas las exageraron desvergonzadamente- pero en cualquier caso eran suficientemente altas para él como para decidir la vuelta a Epiro, y en el otoño de 275 zarpó hacia Grecia con solo 8.000 soldados y 500 jinetes. Dejó a su hijo Heleno y a su general Milo atrás en Tarento con un contingente relativamente fuerte de tropas para demostrar que de ningún modo había abandonado sus planes italianos y continuaría interviniendo en nombre de la libertad de las ciudades griegas y especialmente de Tarento. Pero en realidad había sido derrotado por un oponente más fuerte, y él lo sabía.

 Es cierto que Pirro reconquistó el título de rey de Macedonia en 274, en apenas unos meses de su vuelta, en una batalla contra Antígono Gonatas. Ya engalanado con la insignia de su cargo, fue capaz, a través del continuo magnetismo de su personalidad, de atraer a la falange macedonia a su lado durante una batalla en los desfiladeros de el Aous, cerca de la actual Tepelene, en Albania. Pero incluso este éxito no le colocó en posición de volver a Italia, y además, su reputación en Macedonia, al principio, inmensamente alta, se redujo muy rápidamente cuando dejó a sus propias tropas que ocuparan en Macedonia las ciudades y permitiera a sus mercenarios celtas saquear las tumbas de los reyes macedonios en Aegae. Estas tumbas fueron redescubiertas en 1976 cerca del palacio helenístico de Vergina, no lejos del sur de Beroea en las estribaciones del Olimpo. En el invierno de 274/3 convocó a su hijo Heleno de vuelta de Tarento, aunque Milo se mantuvo por el momento. Persiguiendo sin descanso un nuevo plan tras otro, apareció con un ejército en el Peloponeso en la primavera siguiente de 272, con la excusa de que su general Cleónimo, hijo del rey espartano Cleómenes II, deseaba ser restablecido en sus derechos ancestrales en Laconia. Al mismo tiempo anunció su deseo de liberar a toda Grecia de la dominación de Antígono Gonatas –un mensaje que era, por supuesto, demasiado transparente como para engañar a nadie, aunque los etolios hicieron una alianza con él. Pero fracasó un ataque sobre Esparta, con considerables pérdidas, y su propio hijo Ptolomeo se encontraba entre los muertos. A finales del otoño de 272, después de unas pocas escaramuzas en Laconia, Pirro marchó a Argos, donde Antígono había aparecido con un ejército. Gracias a la ayuda secreta de un amigo, un ciudadano de Argos, e ignorando la neutralidad de la ciudad, Pirro se abrió paso en la ciudad –a pesar de unos augurios sacrificatorios desfavorables. Pero en la lucha callejera que siguió fue herido mortalmente por una teja arrojada por una mujer desde el tejado de su casa, cuando lo vio amenazar a su hijo –un ignominioso fin para tan famoso hombre. Su cuerpo fue quemado por los vencedores y más tarde fue erigido un monumento en el lugar, con las armas del rey y las imágenes de sus elefantes. Los registros son contradictorios en cuanto a si sus restos mortales fueron llevados al templo de Deméter en Argos o enterrados en el Pyrrheum en Ambracia donde había construido su residencia.

Influenciado sin duda por las noticias de la muerte del rey moloso, Tarento se sometió poco después (en 272) a Roma y fue incluido entre los aliados navales (socii navales). A Milo y a los epirotas le fueron concedidos salvoconductos. Los largos años de guerra con Pirro, y sus fuertes perdidas, no obstante, continuaron determinando la política romana hacia los otros poderes helenísticos y especialmente hacia Filipo V de Macedonia, a largo plazo. 

La derrota final del Samnio y Lucania estuvo señalada por la fundación de colonias en Paestum (273 a.C.), Beneventum (268) y Aesernia (263). Hacia 264 la conquista romana de la Italia peninsular fue completa.


BIBLIOGRAFÍA:

FRANKE, P.R.: Pyrrhus. Capítulo 10 del Volumen VII, parte II de la Cambridge Ancient History. Cambridge University Press, 2008.