1. El
Conflicto entre Roma y Tarento
Hubo un tratado
entre Roma y la ciudad griega del sur de Italia Tarento, con certeza desde 303-302 a.C., quizá incluso desde
332/1, que prohibía a los romanos de navegar hacia el norte más allá del
promontorio Laciniano (al sur de Crotona) y penetrar en el golfo de Tarento.
Pero, sin embargo, una escuadra de diez barcos romanos hicieron una aparición
sorpresa en el puerto de Tarento, probablemente en el otoño de 282 –la primera
vez que se hace mención de barcos de guerra romanos en los tiempos antiguos.
Solo poco antes el cónsul C. Fabricio Luscino había liberado la ciudad de
Thurii de un asedio lucano. Los Lucanos, junto con los Bruttii, estaban
aterrorizando cada vez más a los asentamientos griegos en la Italia meridional. El
cónsul dejó una guarnición atrás para proteger a la ciudad y su gobierno
oligárquico que era leal a Roma. Por tanto, los tarentinos tenían buenas
razones para temer que esto debilitaría seriamente su propia posición en
relación con Thurii, su constante rival en reputación y poder. Nadie en la
ciudad creyó por un momento que los barcos romanos estaban haciendo un
recorrido turístico de la
Magna Grecia en su camino para visitar Thurii o, quizás a las tres colonias romanas de Sena Gallica, Hadria y Castrum Novum que habían
sido fundadas en la costa superior adriática después de la Tercera Guerra
Samnita. Por el contrario, temían un propósito político tras la visita de parte
del nuevo poder emergente en el Lacio, a la cual habían estado observando con sospecha
durante algún tiempo y que, imaginaban, habían venido para derrocar al demos
(la masa del pueblo) en Tarento para restablecer a los aristócratas que
simpatizaban con Roma, tal como habían hecho en Thurii. Las amistosas
relaciones que Roma disfrutaba con Nápoles (que había firmado un foedus a
quo iure –contrato que hacía a las dos ciudades socios iguales con iguales
derechos- con Roma tan pronto como 326, la primera de las ciudades griegas en
hacerlo así), así como con otras ciudades griegas que incluían Massalia,
también dieron fundamento para temer el declive del predominio tradicional de
Tarento en el sur de Italia. Este miedo creció aún más fuerte cuando en torno a
306/5 a.C. los primeros signos de una relación económica, y pronto también
política, entre Roma y la isla de Rodas dejaron claro que Roma estaba empezando
a pensar más allá de los estrechos confines de la Italia central y mostraba
interés en el mundo griego al este también. Además de esto, la ciudad sobre el
Tíber había logrado en 306 alcanzar un nuevo tratado, el tercero con Cartago,
marcando las esferas de influencia de una respecto a la otra, y reflejando las
nuevas condiciones de poder en Italia. Aunque esto prohibió la entrada de Roma
a la Sicilia
greco-púnica. Los asentamientos griegos por otra parte debieron haber sentido
que esto era al menos una amenaza interna para ellos.
Por tanto,
provocada por la demagogia de Filocaris, una muchedumbre enfurecida cayó sobre
los barcos romanos, que habían contravenido claramente el tratado existente.
Hundieron cuatro y tomaron un quinto, mientras el resto lograron escapar por
los pelos. El ejército tarentino marchó a Thurii y forzó a la aristocracia
gobernante, que simpatizaba con Roma, así como a la guarnición romana, a
retirarse de la ciudad. Para Roma, esta brusca acción significaba no solo una
severa pérdida de prestigio; también un serio golpe a sus esfuerzos por
establecer una influencia mayor en el sur de Italia. Una embajada romana llegó
a Tarento a finales de 282 o a principios del año siguiente exigiendo
satisfacción. Pero, salió de nuevo con las manos vacías y, si la tradición
analística prorromana no está exagerando aquí como en tantos otros lugares,
víctima de duros insultos. Como resultado un ejército romano invadió el
territorio tarentino y pronto redujo a la ciudad a una posición extremadamente
precaria. La asamblea del pueblo, no confiando más tiempo en su propia
fortaleza y liderato, y en desafío a la vehemente oposición de los
aristócratas, decidió, como a menudo en el pasado, buscar la ayuda de un
comandante extranjero. En 343-338 había sido Arquídamo de Esparta. En 334 el
rey moloso Alejandro I de Epiro vino con la esperanza de crearse un imperio
para sí mismo en batalla con los lucanos y brutios, y pagó con su vida en 331.
En 303 los espartanos respondieron a otra llamada de Tarento al enviar al
hermano de Acrótato, Cleónimo al sur de Italia, donde tomó y mantuvo brevemente Metaponto; pero mientras él estaba ausente en Corcira los tarentinos se
volvieron contra él y su intento por recobrar su ciudad en un ataque nocturno
fracasó tristemente, Finalmente, los romanos le expulsaron del área y fue
reducido a perseguir una carrera infructuosa de pillaje en el Adriático
septentrional. El rey Agatocles de Siracusa también había intervenido
repetidamente en la Italia
meridional entre 298 y 295 a
instigación de Tarento, y luchó contra los bruttios y yapigios, que habían
estado amenazando a los griegos. Su muerte privó a los griegos de un fuerte
protector y dejó atrás un vacío de poder que Roma pensaba ocupar.
No fue una mera
casualidad que cayera esta vez la elección sobre el rey Pirro de Epiro, en el
otro lado del Adriático. No mucho antes, en 282/1, Tarento había puesto una
serie de barcos a disposición del rey molos con el propósito de
reconquistar la isla de Corcira, que había recibido en 295 como dote de su
segunda esposa, Lanassa, hija de Agatocles, pero la había perdido de nuevo en
290 para Demetrio Poliorcetes cuando Lanassa lo dejó y se casó con Demetrio.
También hubo varias conexiones comerciales entre Epiro, Italia meridional y
Sicilia, que refleja el hecho de que grupos de pueblos tésprotos y caonios de
Epiro se habían establecido antes allí. Los registros de que los tarentinos
habían consultado el oráculo en Dodona alrededor del cambio del siglo IV al III
e inscripciones de una serie de ofrendas votivas en este santuario principal de
los epirotas muestran que los lazos de hecho deben haber sido bastante
intensivos. Además, Pirro fue considerado un comandante y estratega excepcional,
que nunca retrocedió ante el peligro personal y que inspiró una obediencia
entusiasta en sus soldados. La memoria de la poderosa personalidad de Alejandro
el Moloso, cuñado de Alejandro el Grande y tío de Pirro y predecesor en el
trono moloso, también estaba aún indudablemente vívida en Tarento.
2. Pirro
como rey de los Molosos; su política en Grecia hasta 281 a.C.
Por supuesto
hubo otras razones para la predisposición de Pirro a responder a la súplica de
ayuda tarentina. Pirro nació en 319, hijo del rey moloso Eácides que, en 317,
fue depuesto y desterrado por decreto popular. Por tanto, Pirro pasó su
juventud como refugiado en la corte del rey ilirio Glaucias. En 306 éste último
restauró a Pirro por la fuerza en el trono moloso bajo el tipo de gobierno de
regencia que era habitual en Epiro y Macedonia. Pero solo unos pocos años más
tarde, en 302, Pirro fue una vez más expulsado, esta vez, por Casandro de Macedonia. Fue obligado a dejar el país y fue a servir como oficial en el
ejército de su cuñado Demetrio Poliorcetes (hijo de Antígono Monoftalmo),
que había casado con la hermana de Pirro, Deidamia. En 298 como secuela a una
paz de corta duración entre Demetrio y Seleuco, éste último como mediador
arregló una acuerdo de paz entre Demetrio y Ptolomeo I y en conexión con esto,
Pirro fue a la corte alejandrina como rehén. Aquí ganó el favor de Berenice,
amante, y luego su reina, de Ptolomeo, y casó con Antigona, su hija por su
primer matrimonio con un noble macedonio, por otra parte desconocido. Solo un
año más tarde, en 297, a
continuación de la muerte de Casandro, Pirro retornó a su patria con un
considerable apoyo militar y financiero de Ptolomeo I. Primero gobernó junto
con Neoptólemo II, su pariente y protegido de Casandro, pero muy pronto le
asesinó.
Casa Real de Epiro - Eácidas |
Como rey de los
Molosos –él nunca se tituló rey de los Epirotas y desde luego nunca rey de
Epiro, un título encontrado sobre todo en la tradición romana- Pirro fue al
mismo tiempo el hegemon de la Liga Epirota que fue fundada alrededor de 325/20
y se describe como el ΣΥΜΜΑΧΟΙ ΤΩΝ ΑΠΕΙΡΩΤΑΝ (’los aliados Epirotas’) en las inscripciones. La Liga unía los tres pueblos
principales de Epiro –los Molosos, los Tésprotos, y los Caonios, quienes eran
evidentemente los últimos en unirse; cada uno de ellos a su vez constaba de
numerosos subgrupos. La constitución establecía los poderes del rey moloso
dentro de unos límites bastante estrechos, tanto en lo que se refiere a su
propio pueblo como en lo que respecta a la Liga Epirota. La
acuñación de moneda, la concesión de la προξενíα (amistad pública hacia un
extranjero), o ciudadanía y de libertad de impuestos, la concesión del derecho
de asilo y otros privilegios se depositaban exclusivamente en el κοινóν
(el común) de los Molosos, en la cabeza de lo que era el προστάτης,
comparable a grosso modo en función y posición a los éforos de Esparta.
Igualmente, era la συμμαχία (alianza) de los Epirotas y no el rey, su
cabeza nominal y general, que poseía tanto el derecho a acuñar moneda y también
ele derecho a conceder libertad de los derechos arancelarios, como es evidente
a partir de las inscripciones Primero y ante todo, el rey moloso era, a través
de una larga tradición, cabeza en tiempos de guerra, pero para declarar la
guerra necesitaba el consentimiento de la asamblea militar. También actuaba
como alto sacerdote y juez supremo, excepto en los casos de ofensas capitales,
que eran juzgados por la asamblea militar. Pero el rey tenía derecho a celebrar
tratados extranjeros y reclutar mercenarios en su propio nombre. En su Vida
de Pirro, Plutarco registra que era costumbre para el rey moloso prestar un
juramento anual en el templo de Zeus en Passaron –no lejos de la moderna
Jannina- de que gobernaría de acuerdo con la constitución. El pueblo moloso
entonces juraba a su vez que apoyaría y protegería la monarquía como establecía
por la constitución. Hay indicios de que en varias ocasiones los gobernantes
que violaban esas leyes eran expulsados o depuestos.
Para un hombre
como Pirro, que no en nada quedaba por debajo de los otros diádocos o Alejandro
el Grande en sus ambiciones, energía y deseos de gloría, este era un campo muy
limitado y restrictivo en el que desarrollar su personalidad. Así Pirro pronto
comenzó a impulsar su camino más allá de los estrechos límites de Epiro.
Después de ocupar Corcira (¿y posiblemente Leukas?) que él había adquirido en 295 a través de su matrimonio
con Lanassa, hija de Agatocles, después al año siguiente dio apoyo y ayuda a
Alejandro V, hijo de su antiguo enemigo Casandro, en su intento de obtener el
trono de Macedonia. En 294, como precio de su ayuda, se le dio a Pirro la
región de Ambracia en el Epiro meridional, Acarnania, Amfiloquia y las regiones
de Tymfea y Parauea en el país fronterizo entre Epiro y Macedonia. En esta
conexión, un acuerdo especial, encarnado en un tratado parece haberse celebrado
entre él y la Liga
Acarnania. Con esas extensas adquisiciones de tierra Pirro
había comenzado a construir los fundamentos de una base de poder personal en la
forma de una monarquía personal helenística, y esto encontró un apropiado foco
de atención cuando se construyó una residencia en Ambracia- fuera de su propio
territorio nativo. Siendo la poligamia la típica forma matrimonial de los
Diádocos, Pirro casó en 292, por tercera y cuarta vez, en rápida sucesión y
para fines puramente políticos, primero con la hija del príncipe ilirio
Bardylis y luego con una hija del rey Audoleon de los Peonios. De este modo
pudo dar la espalda de forma segura a la frontera norte de Epiro mientras
también ganaba importantes aliados para sus futuros planes, que ahora estaban
directamente dirigidos a ganar para sí mismo el trono de Macedonia. Como es
natural, Lanassa se sintió ofendida y dejó a Pirro para casarse con su rival
más acérrimo Demetrio Poliorcetes, al que también dio Corcira como su dote.
Después de años de lucha, Pirro obtuvo una victoria, a través de su propio
coraje personal, sobre el general de Demetrio Panteuco en 289. Sin tener en
cuenta el tratado de paz que fue celebrado a continuación, y claramente
enfatizando su relación con Alejandro el Grande, cuya madre Olympia que
ciertamente venía de la casa gobernante de los Molosos, Pirro logró en 287
persuadir al ejército macedonio para proclamarle rey de Macedonia. En esta
calidad poco después visitó Atenas y ofreció un sacrificio a Atenea.
Pero no pudo
resistir mucho tiempo contra Lisímaco, antiguo guardaespaldas de Alejandro el
Grande ahora establecido en Tracia, cuyo ejército era muy superior y que estaba
igualmente interesado en el trono de Macedonia y el papel de sucesor de
Alejandro. En torno al año 284 ya había tenido que retirarse a Epiro, y ahora
intentaba extender su reino hacia Iliria. Hacia 282/1 obtuvo Corcira de nuevo,
subyugó alguna de las tribus vecinas en las fronteras del Epiro septentrional
e Iliria y probablemente también ganó el control de Apolonia, la colonia
fundada por Corcira en la costa adriática en 588 a.C. Tras la muerte de
Lisímaco en la primavera de 281 y la de Seleuco I en el verano posterior del
mismo año, Pirro vio otra buena oportunidad de afirmar sus pretensiones a
Macedonia y tomó las armas contra el nuevo rey, Ptolomeo Ceraunos quien ni mucho menos estaba aún firmemente establecido sobre el trono. Pero antes
de que comenzara ninguna lucha seria la embajada tarentina llegó a Pirro. La
perspectiva de ganar nuevo poder y gloria en el mundo griego occidental y – si
podemos creer el relato en Plutarco, que presuntamente se derivaba de Próxeno,
el historiador de la corte de pirro – la futura posibilidad de ser capaz de
conquistar Sicilia y quizás incluso invadir África del Norte y Cartago, como su
suegro Agatocles, todo parecía así tan tentador al rey moloso que
rápidamente concluyó un tratado con Ptolomeo Ceraunos. Esto colocó a Ceraunos
bajo la obligación de poner tropas a disposición de Pirro en apoyo de la
planeada campaña en Italia, mientras que Pirro, a su vez, renunciaba a sus
pretensiones al trono macedonio. Ahora no había nada que le impidiera ir hacia
el oeste, y por primera vez en su historia Roma se vio cara a cara con uno de
los poderes helenísticos.
3. Pirro en
Tarento. La batalla de Heraclea (280
a.C.)
La rigurosa
acción del cónsul Emilio Barbula contra Tarento resultó dio lugar lo primero a
la elección de un nuevo general, por nombre Agis, cuyas buenas conexiones con
Roma, se esperaba, conduciría a un pacífico fin al conflicto. Pero poco después
dos de las divisiones avanzadas de Pirro fondearon en el puerto de la ciudad en
rápida sucesión. La primera división de 3.000 combatientes esta comandada por
el más cercano confidente y consejero de Pirro, Cineas el Tesalio, mientras que
el segundo era liderado por el general Milo. Cualquier otro intento de alcanzar
una solución amistosa con Roma se detuvo inmediatamente y Agis fue sustituido
por un hombre aceptable para el rey. Pero las negociaciones de Pirro en Macedonia y las preparaciones militares para su expedición a través del
Adriático se eternizaban y el nuevo magistrado en Tarento renovó la petición de
ayuda al rey, apoyado por los samnitas, lucanos y mesapios que igualmente se
sentían amenazados por Roma. Su promesa, sin duda muy exagerada de proporcionar
a Pirro unos 350.000 soldados y al menos 20.000 jinetes terminó con la
probación de una campaña italiana por las autoridades de la Liga Epirota y el
reclutamiento de un ejército federal. Esto solamente fue posible una vez que el
rey hubo expuesto sus planes y objetivos ante la asamblea de la Liga. Como ya se
mencionó, Pirro era verdaderamente excepcional como estratega tanto como
táctico en el campo militar. Era impetuoso y temerario en la batalla, pero
también era un político inmensamente prudente, hábil y –si resultara necesario-
también sin escrúpulos. Al proclamar que su proyecto sería una especie de
campaña panhelénica para liberar a todos los griegos en Italia meridional de
una vez por todas de la amenaza perpetua del mundo bárbaro, consiguió primero y
ante todo asegurar la participación esencial de las tropas de la Liga Epirota, que
iban a formar el núcleo y columna vertebral de lo que era por otra parte, un
ejército bastante heterogéneo. Sobre esto, logró ganar el apoyo de los otros
estados helenísticos, cuyos gobernantes estaban más que
contentos con que este incansable y peligroso hombre buscara una palestra para
sus actividades en otra parte. Así, recibió tropas militares macedonias, y
veinte elefantes de guerra indios de Ptolomeo Ceraunos. Antígono Gonatas puso
a su disposición los barcos que eran indispensables para cruzar el mar y asegurar
los refuerzos. Antioco I de Siria envió dinero; y una serie de monedas de oro
más tarde acuñadas en Siracusa y que llevan el retrato de Berenice como
Artemisa sugieren que con toda probabilidad también recibió dinero de Ptolomeo
I de Egipto. En su ingeniosamente pensada campaña de propaganda en Grecia,
Italia meridional y más tarde en Sicilia, Pirro hábilmente hace referencia a su
descendencia desde Aquiles y de Alejandro el Grande. Asumió la actuación como
su heredero e igualmente como vengador de la muerte de su tío Alejandro el
Moloso que había sido asesinado en Italia meridional.
El ejército con
el que Pirro dejó Epiro en la primavera de 280 –después de consultar al oráculo
de Zeus enDodona y recibir una rspuesta favorable –constaba de 22.500 soldados
de infantería, incluyendo 2.000 arqueros y 500 armados con hondas, 3.000
soldados de caballería y 20 elefantes de guerra. En su núcleo estaban las
tropas molosas, tesprotias y caonias combinadas, reforzadas con mercenarios de
Etolia, Tesalia, Atamania, Acarnania y el resto de la Hélade. Los llamados φíλοι
– los amigos del rey- comandaban las divisiones individuales y juntos
formaban el consejo real de guerra, siendo a este respecto totalmente
comparable a los líderes Hetairoi, los Compañeros de Alejandro el Grande. El
cruce hacia Italia, hecho con ayuda de barcos tarentinos y macedonios, resultó
difícil. Una fuerte tormenta dispersó la armada, de modo que, para empezar, Pirro llegó a Tarento con solo parte de su ejército. Pero incluso así fue
inmediatamente elegido στρατεγóς αυτοκρατωρ –esto es, como comandante supremo, con autoridad ilimitada.
Adoptó vigorosas medias para reforzar las prestaciones defensivas de la ciudad,
no solo ocpando la fortaleza inmediatamente con sus propias tropas epirotas de
manera que tuviera una mejor posesion de la ciudad, sino también prohibiendo
todas las representaciones teatrales, cerrando la gimnasi y prohibiendo las συσσíτια,
o mesas comunales, que se encontraban allí de cuerdo con la costumbre laconia:
Tarento era una colonia fundada por Esparta. Reclutó a todos los hombres jóvenes
de cuerpo sano para el servicio militar y pidió duros sacrificios financieros
del resto de los ciudadanos. Cualquier derroche o deserción era castigada con
dureza. Tuvo como objetivo incrementar la efectividad de su ejército al máximo
a través de continuo entrenamiento. Cuando algunos de los aristócratas
intentaron aprovecharse del malestar y el descontento que pronto surgió en
Tarento al incitar al pueblo contra el rey moloso, inmediatamente fueron
deportados a Epiro o ejecutado sin más alboroto. Pirro incluso llevó su
influencia a soportar la ceca de la ciudad, cuya autonomía siempre había
reconocido formalmente, pues junto a la imagen del jinete del delfín aparecían
allí símbolos complementarios que hacían referencia al rey sobre las estáteras
tarentinas: el rayo y el águila de Zeus de Dodona, una punta de lanza como
símbolo de ‘la casa del poderoso Éaco con lanzas’ –como Leónidas de Tarento
llama al linaje de Pirro en un epigrama-, un elefante y el yelmo de los reyes
macedonios con dos cuernos de cabra, portados por Pirro y por Alejandro el
Grnade antes de él.
Las noticias de
la llegada del rey a Tarento causaron consternación en Roma. Los romanos solo
recientemente habían logrado derrotar al ejército unido de boii y etruscos en
el lago Vadimon y había conseguido por fin atar a las importantes comunidades
etruscas por tratado a Roma. Ni se había demostrado fácil para Roma defenderse
contra los senones que habían descendido sobre ella desde Italia septentrional
en el mismo año, aunque todo había terminado muy satisfactoriamente con la
anexión del ager
Gallicus y la fundación de la colonia de Sena Gallica sobre el Adriático.
Las duras pérdidas sufridas durante la Tercera Guerra
Samnita (298-290), que había llevado finalmente a Roma y sus aliados a la
supremacía en Italia central, aún era un recuerdo doloroso. El hecho era que
Roma necesitaba urgentemente un largo periodo de paz en el que consolidar lo
que lo que había logrado hasta aquí. Ya que la ciudad del Tíber también estaba
envuelta una y otra vez en batallas con los etruscos, y que los samnitas y
lucanos aún permanecían como enemigos acérrimos, Roma tuvo que llevar al límite
cada músculo si iba a triunfar contra Pirro. Por tanto, se reclutaron tropas
adicionales, supuestamente incluso de los proletarii –esa
clase de ciudadanos sin medios que normalmente estaba exenta de impuesto o
servicio militar y que solo podía ser convocada en tiempos de tumultus maximus,
esto es, en casos de extrema emergencia. Las tropas romanas fueron acuarteladas
en ciudades griegas aliadas como Rhegium, Thurii y Locri. La misma Roma se
colocó bajo la protección de una fuerte guarnición.
En 281/80,
al contrario de una práctica normal, L. Emilio Barbula no había conducido su
ejército de vuelta desde Tarento a sus cuarteles de invierno, sino que se había
retirado al área alrededor de Venusia de manera que fuera capaz de mantener
bajo control a samnitas y lucanos. P. Valerio Levino, uno de los dos nuevos
cónsules para el año 280, marchó con otro contingente hacia el rey e intentó
aislarlo de los lucanos, que le habían prometido refuerzos. Podría parecer que
a primera vista ambos comandantes romanos lograron su objetivo, pues Pirro
estableció un campamento entre Pandosia y Heraclea, al norte del río Siris y
esperó su momento. Su ejército era superado en número por los romanos, que era
una fuerza de unos 30.000, pues había dejado algunas tropas atrás para la
protección de Tarento. Como los esperados refuerzos de las tribus locales y las
otras ciudades griegas aún no se habían materializado, el rey tuvo que intentar
ganar tiempo. Así que envió un mensajero a Valerio Levino con la sugerencia de
que la disputa con Tarento debería establecerse por una corte de arbitraje
neutral. Este era un procedimiento perfectamente habitual entre los estados
helenísticos en esa época e incluso antes. También era un procedimiento que el
mismo Pirro recomendaba en sus tratados sobre tácticas –documento que
desafortunadamente desaparecido desde entonces- donde argumentaba que antes de
cualquier batalla debería darse prioridad a explorar todos los medios
diplomáticos posibles de alcanzar un acuerdo para evitar un baño de sangre
innecesario. Pirro mantuvo este principio de negociación tanto ahora como más
tarde, tras su victoria de Heraclea, aunque de hecho estaba en una posición
favorable; como resultado no parece en absoluto un hombre que se desenvolviera
en la aventura de la guerra, que buscara decisiones solo por la batalla –como
algunas fuentes antiguas e investigaciones modernas lo tienen por igual.
Pero el
cónsul romano, que estaba en el lado opuesto del río declinó la sugerencia,
aunque la aceptación habría significado la amistad y alianza con el epirota.
Quizá el romano temió que el establecimiento de una corte de arbitraje de este
tipo inevitablemente sería para desventaja de Roma, o quizá esperaba que se
produjera un desenlace militar antes que el ejército de Pirro superara en
número al suyo. También fue el cónsul romano quien abrió el ataque y ordenó a
su caballería, que estaba situada en las alas, que cruzara el Siris. Esta
maniobra significaba que los epirotas, que estaban establecidos junto al río,
corrían el peligro de quedar atrapados en un movimiento de pinza, y se
retiraron rápidamente, dejando el camino abierto para que ambas legiones
cruzaran sin obstáculos. Cuando la falange griega chocó con los romanos estuvo
en gran peligro durante un tiempo, aunque Pirro apareció por todas partes entre
sus hombres, inspirando valor a dondequiera que fuera. Habitualmente Pirro
tenía a sus elefantes en el centro actuando como una cuña, pero en esta
ocasión los había dividido entre las dos alas a cada lado, y cuando las puso en
acción contra la caballería romana, las legiones estaban aterrorizadas en un
desacostumbrado espectáculo de la naturaleza salvaje, barritando las bestias a
todo volumen, y comenzaron a huir despavoridos. El gran Anibal mismo –de quien
se dice que en conversaciones con Escipión Africano había llamado a Pirro el
mejor comandante después de Alejandro el Grande –repitió este concepto táctico
con gran éxito en la batalla de Trebia en 218. Pirro tomó el campamento
enemigo y solo la caída de la noche puso fin a la persecución del enemigo. El
resto del ejército romano escapó a Venusia pero unos 7.000 hombres habían
muerto y 1.800 habían caído prisioneros. A pesar de que se dice que el rey
moloso había exclamado ‘¡Otra victoria como esta y estamos perdidos!, pues
también él había perdido 4.000 soldados, entre ellos algunos de sus amigos de
confianza y mejores oficiales, y reemplazarlos se demostró extremadamente
difícil (la expresión ‘victoria pírrica’ se deriva de esta declaración,
aunque, de hecho, es moderna). Pirro quedó impresionado por el coraje de los soldados
enemigos y dio órdenes de que los muertos –supuestamente todos heridos solo en
el pecho- recibieran un entierro honorable. Celebró su victoria con ofrendas
votivas de armas de enemigos capturados en su templo nativo de Dodona. Una
modesta tableta de bronce aún sobrevive con la inscripción votiva: ‘El rey
Pirro y los Epirotas y los Tarentinos a Zeus Naius de los romanos y sus
aliados’. Envió su propia armadura y las βουκéφαλα
–las cabezas de las bestias sacrificadas- al templo de Atenea en Lindos en
la isla de Rodas. Zeus de Tarento también recibió ricas ofrendas votivas y los
tarentinos de igual modo enviaron ofrendas a Atenea para demostrar el
significado de esta victoria sobre los bárbaros. Sobre las monedas tarentinas un
pequeño elefante y una nike alada proclamaban la victoria que ellos habían
ganado juntos.
4. Nuevas
negociaciones con Roma. La batalla en Ausculum (279 a.C.)
El primer
éxito militar de Pirro tuvo consecuencias de largo alcance, pues ahora no solo
los lucanos, samnitas y bruttii, sino también las ciudades griegas, que se
habían mantenido tan apartadas, declararon abiertamente su apoyo al
vencedor- liderados por la ciudad de Crotona. Cuando Pirro apareció fuera de
Locri los ciudadanos precipitadamente entregaron a la guarnición romana, pero
Pirro inmediatamente dejó que 200 hombres fueran liberados sin pedir rescate.
Rhegium, cuyos habitantes también querían unirse a Pirro, solamente podía
mantenerse leal a Roma mediante el ejercicio de la fuerza bruta sobre la parte
de las tropas campanas estacionadas allí y mediante el asesinato de los más
influyentes de sus ciudadanos.
Pero
Pirro, como Anibal después de él, no supo cómo explotar su victoria al máximo.
Su oponente, el rey Antígono Gonatas de Macedonia, se dice que había destacado
en burla que, como jugador, hizo muchas buenas tiradas, pero no sabía cómo
usarlas. Ahora hizo marchar a los refuerzos que había estado esperando de sus
aliados hacia el noroeste a través de Lucania y Campania mientras sus tropas
periódicamente saqueaban las tierras de sus aliados en route. Pero
fracasó en tomar Nápoles y Capua, que Levino había sido capaz de ocupar justo a
tiempo cuando huía a toda prisa. De manera que el rey avanzó a lo largo de la
via Latina y a través de Fregellae hacia Roma. Su intención difícilmente podía
haber sido asediar la ciudad, protegida como estaba en ese tiempo por una
muralla de ciudad, y todavía menos tomar la ciudad por sorpresa, una empresa
para la que su ejército apenas habría sido suficientemente grande. Parece mucho
más probable que su objetivo era intentar tomar contacto con los etruscos y así
forzar a Roma a una guerra en dos frentes. Mientras, no obstante, el otro
cónsul, Ti. Coruncanio, había derrotado a Volsinii y Vulci, y concluyó un tratado de paz –o en
cualquier caso un alto el fuego- con ellas y estaba libre para venir
en socorro de Roma. Fue ahora el turno de Pirro de enfrentarse con el peligro
de ser atrapado entre los dos ejércitos consulares y se retiró de Anagnia, a
unos 60 kilómetros
al sur de Roma, de vuelta a Tarento donde estableció sus cuarteles de invierno
en otoño de 280.
Desde
aquí Pirro intentó una vez más durante los meses siguientes alcanzar un acuerdo
amistoso con Roma. Los antiguos registros de esas negociaciones son
contradictorios y además la tradición analística romana está engordada con
innumerables anécdotas y relatos imaginarios que estaban dedicados a lanzar una
luz favorable sobre Roma. No obstante, una tradición que se remonta a Livio (la
fuente más fiable aquí), revela que primero de todo una legación de tres
cónsules anteriores (viri consulares)
vinieron hasta pirro en Tarento para negociar la liberación de los prisioneros
de guerra a cambio de un rescate o en un intercambio mutuo. Eran C. Fabricio Luscino,
y Q. Emilio Papo, los cónsules del año 282, y P. Cornelio Dolabella, que había
ocupado ese cargo en 283. Pirro, que estaba impresionado por la personalidad de
Fabricio, tomó el consejo de Cineas, y con la esperanza de alcanzar unos
términos de paz aceptables, liberó a todos los prisioneros sin petición de
rescate, y les envió, probablemente a finales del otoño de 280, de vuelta a
Roma con Cineas. Los tesalios, cuya elocuencia era comparada por los
contemporáneos a la de Demóstenes, plantearon ante el Senado los términos bajo
los que podría terminar la enemistad: 1) El reconocimiento de la libertad (ελεύθερια)
y autodeterminación (αυτονομíα)
para Tarento y las otras ciudades griegas en Italia del sur –petición que se
planteó una y otra vez (y nunca realizada correctamente) durante las luchas por
el poder entre los diádocos por separado y que al mismo tiempo representaba el
programa con el que Pirro había respondido a la petición de Tarento de ayuda.
2) el retorno de todas las tierras tomadas de los samnitas, lucanos y brutii a
sus propietarios originales. Esto probablemente incluía las colonias romanas de
Luceria (fundada en 314) y Venusia (fundada en 291). Implicaba la retirada de
la totalidad de Apulia, Bruttium, Lucania y Samnio, posiblemente Campania
también, y en efecto habría reducido la esfera de influencia de Roma al Lacio
solamente. 3) La conclusión de una alianza, que las fuentes no desarrollan
después, con el rey Pirro –no, esto es, con los Epirotas, ni con Tarento, que
arroja una luz reveladora sobre la posición de Pirro.
De
acuerdo con la costumbre oriental helenística, Cineas llevó costosos regalos
con él a Roma que él ofreció a los más influyentes personalidades y sus esposas
y niños. Pero en la ignorancia de la tradición griega tomaron esto como un
intento de soborno y rechazaron los regalos. No obstante, una mayoría en el
Senado parece haberse inclinado a aceptar las indudablemente duras condiciones
del rey moloso, debido a que su propia fortaleza parecía terminada. Ya que
Pirro había dejado claro que buscaba la paz, sin duda esperaban que futuras
negociaciones pudieran lograr algunas concesiones. Fue solamente cuando Apio
Claudio Caeco, ahora casi ciego, se pronunció en contra de las propuestas de
paz que el Senado las rechazó. Desde la construcción de la Vía Apia, que había
recibido su nombre de él, había tenido un interés particular en Campania y el
sur de Italia. Su discurso debió ser notablemente vívido y persuasivo. Todavía
era frecuentemente leído en tiempos de Cicerón y era considerado como el
documento más antiguo de su clase en ser conservado en los archivos romanos. A
pesar de esta decisión, no obstante, Fabricio fue enviado una vez más a Pirro
para negociar sobre el destino de los prisioneros de guerra, que ahora se
enfrentaban a la perspectiva de ser devueltos a Pirro y vendidos como
esclavos. Con un gesto generoso y característico, Pirro les liberó y declaró
que no deseaba regatear sobre el precio de su libertad pero prefería enfrentar
su fuerza contra Roma una vez más sobre el campo de batalla. Se dice que Cineas
había considerado que el Senado era como una asamblea de reyes, pero Pirro era
bastante su igual en dignidad y confianza en sí mismo.
Después
de la ruptura de las negociaciones con Roma, el rey reforzó su capacidad
militar y también reclutó nuevos mercenarios, la mayoría de Italia meridional.
Como es natural las ciudades griegas, en nombre de cuya libertad e
independencia, después de todo, estaba siendo asumida toda la campaña, estaban
ahora llamados a financiar las operaciones. Tarento tenía que reducir el peso
medio de sus estáteras de plata desde 7.9 a 6.5 gramos de manera que
podía acuñar más moneda. El llamado Templo de los Archivos de Locri muestra
cuán inmensas sumas de dinero consiguió obtener también Pirro en otros lugares,
y revela también cuán ricas y florecientes eran esas ciudades. Los archivos
consisten en treinta y ocho tabletas de bronce con inscripciones del templo de
Zeus Olympios que una vez estuvo en Locri, y fueron encontradas en una caja de
piedra en el invierno de 1958-9. Siete de las inscripciones pueden ser datadas
en la época de Pirro, entre septiembre de 281 y septiembre de 275. Revelan que
durante esos seis años se pagaron no menos de 11.240 talentos de plata fueron
pagados procedentes del templo fondos ‘para el rey’ en forma de préstamos o
impuestos. La palabra griega συντéλεια es usada, que quizá puede
traducirse más bien aquí como ‘contribución hacia la causa común’. Esta suma
representa aproximadamente 295 toneladas métricas de plata, una cantidad que
corresponde a 45,3 millones de monedas de plata tarentinas de la época, pesando
6,5 gramos
cada una, o 53,6 millones de dracmas de Pirro, que pesaban 5,5 gramos cada una. Con
esta enorme suma podían pagarse a aproximadamente 20-24.000 mercenarios su
acostumbrado dracma diario durante seis años. En Ausculum el ejército de Pirro
ascendía a unos 40.000, pero era considerablemente más pequeño que el resto del
tiempo. Los ingresos del templo se derivaban de impuestos, recaudación,
diversas cuotas especiales, y ofrendas a los dioses, de la venta de trigo,
cebada, vino y aceite de oliva, cultivado en las tierras del templo, de la
venta de azulejos y ladrillos de la producción propia del templo, y finalmente
pero no menos importante de los considerables ingresos provenientes de la
prostitución del templo que era costumbre en Locri en tiempos de crisis. Locri
tuvo que sacar las más altas sumas de 2.685 talentos después de la batalla de Heraclea y de 2.452 talentos en septiembre de 276 tras el retorno del rey desde
Sicilia. Esas cantidades anuales también revelan que, al contrario de las
declaraciones de los autores antiguos, Locri nunca cayó en manos romanas
durante las guerras con Pirro y desde luego nunca se unió a Roma
voluntariamente. Por supuesto puede aceptarse que Pirro recibió cantidades
similares de dinero, y especialmente, entregadas más o menos voluntariamente,
de otras ciudades aliadas a él, y especialmente de Tarento que estaba implicada
más directamente.
En la
primavera de 279 Pirro marchó lentamente hacia el norte a través de Apulia con
un ejército reforzado por sus aliados en torno a unos 40.000 hombres, tomando
una serie de pequeñas ciudades en su camino. Los dos nuevos cónsules, P.
Sulpicio Saverrio y P. Decio Mus, marcharon contra él para proteger las
colonias de Venusia y Luceria y para impedir que el rey entrara hasta el Samnio
y desde allí amenazara a la misma Roma. Los dos ejércitos, aproximadamente de
igual fuerza, se encontraron cerca de Ausculum, por un puente sobre el río Aufidus
crecido por las aguas de inundación. Era un país boscoso, muy inadecuado para
el despliegue de la caballería, la falange griega y los elefantes. El relato de
cicerón de la batalla, al igual que el de otros autores, muestra a la
importante Roma atada a este conflicto, pues al cónsul P. Decio Mus se le
permitió haber seguido el ejemplo de su famoso padre en 295 (y el de su abuelo
en ¿340?), y haberse ‘dedicado’ a los dioses del Inframundo, preparado para
morir para asegurar una victoria romana. Pero esto no puede ser cierto, pues él
todavía es mencionado en otras fuentes estando vivo en 265 y los Fasti
Capitolini no registran su muerte en el cargo en 279 como lo haría normalmente.
La batalla se
prolongó durante dos días, pero solo tenemos relatada relativamente, si acaso
contradictoriamente a veces, de los sucesos del segundo día, cuando Pirro movió
su ejército antes del amanecer a la llanura abierta, que se adecuaba mejor a
sus tácticas. Luego colocó su caballería en las alas junto a los samnitas y los
macedonios, con los elefantes tras ellos, mientras en el centro, de derecha a
izquierda, estaban las formaciones de mercenarios griegos, los epirotas, los
brutti y lucanos, los tarentinos y los mercenarios ambracios e italiotas. Se
enfrentaron a cuatro legiones y sus unidades auxiliares. Durante algún tiempo
la batalla se mantuvo indecisa. Cuando los elefantes se enviaron primero a la
lucha, se dice que fracasaron a causa de una contraofensiva por medio de carros
que los romanos habían equipado con guadañas montadas sobre varas móviles. El
ala izquierda griega retrocedió las alas y cuando Pirro extendió el centro para
cubrir su izquierda los romanos presionaron hacia delante aquí también. El
campamento del rey ya estaba siendo saqueado e incendiados por las tropas
aliadas romanas. Pero finalmente el mismo Pirro, con su caballería y elefantes,
rompió el frente de las legiones tercera y cuarta que estaban luchando en el
centro y decidió el resultado de la batalla a su favor, aunque él mismo fue
herido seriamente durante esta intervención personal. Aunque cayeron unos 6.000
romanos, el resto consiguió retirarse a un fuerte de montaña y allí
resistieron otros ataques. El rey perdió unos 3.500 hombres. Se retiró a
Tarento, todo placer en su victoria eclipsada por duras pérdidas. Además
recibió allí recibió malas noticias de casa. La muerte de Ptolomeo Ceraunos,
que había sido muerto junto con la mayoría de su ejército a principios de 279
en una batalla contra las tribus celtas que habían descendido una vez más sobre
Macedonia había sumido al país en serias luchas intestinas. Ninguno de los
diversos pretendientes al trono fue capaz de afirmarse al principio. Los
molosos también se sintieron progresivamente amenazados por esas hordas de
bárbaros que habían forzado su camino hasta Etolia, saqueando y asesinando a su
paso, pues ya no había la protección que Ptolomeo Ceraunos había dado antes a
Epiro. En todo caso hubo levantamientos y disturbios y Pirro tuvo que decidir
si debía retornar o no a Grecia. La tentación de hacerlo era tanto mayor por
cuanto fue obligado a admitir que no había apenas ninguna posibilidad de éxito
rápido en Italia a la vista de la intensificada oposición romana por una parte
y a la creciente aversión a él mismo en Tarento por otra.
5. Siracusa pide
ayuda. El tratado romano-púnico contra Pirro 279/8 a.C.
Mientras
Pirro estaba dudando aún, llegaron mensajeros a Tarento desde Siracusa,
ofreciendo al rey el mando supremo en la guerra contra Cartago. Este
ofrecimiento era un reconocimiento pleno de la propia incompetencia y debilidad
de la ciudad. De hecho, no solo Siracusa sino la Sicilia griega en general
había estado en un estado de anarquía desde la muerte de Agatocles en 289. La
misma Siracusa, destrozada entre el ejército y el líder civil Hicetas, había
sido obligada a hacer un tratado con Cartago, por el cual ella perdía las
ciudades anteriormente bajo su control. Hicetas se enfrentó pronto a una serie
de tiranos –Heracleidas en Leontini, Tindarión en Tauromenion y Fintias en
Acragas- y él mismo fue llevado al poder supremo en Siracusa. Fintias fue
derrotado por Hicetas y varias ciudades combinadas para derrocarle. Pero poco
después, en 279, después de ser derrotado por los cartagineses, Hicetas fue
reemplazado por Toinón. No obstante fue incapaz de afirmarse durante mucho
tiempo. En la época del ofrecimiento a Pirro, los siracusanos, resentidos por
el gobierno despótico de Toinón, y ayudado por Sosístrato, el nuevo tirano de
Acragas, le expulsó de la ciudad a la isla mar adentro de Ortigia. Desde esta
isla con sus poderosas fortalezas, y con la ayuda de la flota que le fue
dejada, Toinón causó mucho daño a los ciudadanos de Siracusa e interrumpió la
totalidad de la vida política y económica de la ciudad. Al mismo tiempo los
Mamertinos, los “hijos de Marte”, mercenarios campanos que habían combatido
anteriormente por el tirano Agatocles y se habían establecido en Messana, en la
costa noreste de Sicilia en 289, aprovecharon el tiempo y de nuevo la debilidad
del estado siracusano al invadir el territorio de Siracusa, saqueando, asolando
y tomando como esclavos algunos habitantes que cayeron en sus manos. Como poder
principal en Sicilia, Cartago también tomó la oportunidad para hacer todo lo
que pudo por medio de continuas incursiones y escaramuzas para reducir el poder
de la que hasta ahora siempre había sido su más peligroso oponente en la isla.
Gracias a una situación que se asemejaba a una guerra civil en Siracusa y al
consecuente debilitamiento de las defensas siracusanas, Cartago podía ahora por
fin lograr el objetivo que había perseguido continuadamente durante siglos
–traer a toda Sicilia bajo su poder.
La oferta
siracusana le pareció extremadamente tentadora a Pirro. Como antiguo yerno de
Agatocles pudo ofrecer una pretensión enteramente legítima a su reino,
especialmente ya que Lanassa, la hija del tirano le había dado a su hijo
Alejandro al que, por esta razón, designó más tarde como heredero a su reino de
Sicilia. La posesión de esta inmensamente fértil y rica isla, cuya riqueza
estaba simbolizada por la diosa madre Deméter, sin duda le pondría en una
posición mucho mejor que antes para jugar un papel decisivo en la vida política
de los estados helenísticos. Al mismo tiempo abrió la posibilidad de proseguir
la guerra contra Roma sobre una base diferente. Si duda, también le pareció a
su amplia visión y a sus nociones de largo alcance liberar a los griegos de
Sicilia del perpetuo temor de los cartagineses a los que ellos menospreciaban
como bárbaros, y posiblemente incluso, como Agatocles, llevar la batalla
allende el mar a África. Incluso si realmente se hubieran renovado las
conversaciones de paz entre Pirro y Roma después de la batalla de Ausculum,
como se insinúa por algunas fuentes, ciertamente poco fiables, todas las
negociaciones estaban condenadas al fracaso desde el momento en que el rey supo
que Roma y Cartago estaban a punto de formar una alianza contra él.
Tanto
Roma como Cartago estaban persiguiendo fines extremadamente egoístas. Cartago vio
la petición de ayuda como una amenaza a su esfuerzo por colocar toda Sicilia,
Siracusa incluida por fin, bajo su control –una ambición que parecía estar tan
cerca de cumplirse. No obstante, temía aún más el ansia por la acción y el
genio militar del rey moloso quien, una vez desembarcado en Siracusa, tendría
el apoyo, no solo de los siracusanos, sino también, sin duda gracias a su
nombre, de las otras ciudades griegas de la isla, cuando marcharan contra los
cartagineses a los que todos temían y odiaban. Por otra parte, Roma esperaba
por fin librarse de la presión que el rey, con su gran experiencia militar y
sus excepcionales habilidades tácticas y estratégicas, había estado ejerciendo
durante algún tiempo sobre la ciudad y que también significaba un continuo
peligro adicional de batalla renovada con los etruscos y los samnitas, cuyas
simpatías estaban inequívocamente del lado de Pirro. Pero era Cartago quien
tomó la iniciativa. Ya en otoño de 279 una flota de 120 barcos de guerra de
Cartago arribaron a Ostia, puerto de Roma en la desembocadura del Tíber, y su
comandante Magón, ofreció al senado ayuda militar. La oferta fue cortésmente
rechazada, pero luego se firmó un nuevo tratado después de todo, conservando
los términos, celebrados anteriormente de común acuerdo, del llamado tratado de
Filino de 306 – que Polibio incorrectamente representa como una fabricación
antirromana del historiador griego Filino, que vivió en Acragas en la segunda
mitad del siglo III a.C. Este nuevo tratado fue el cuarto, en la larga
historia de las relaciones romano-púnicas, que comenzó en 508/7. El texto, que
debe entenderse, es cierto, más como un contrato preliminar, está conservado en
Polibio, pero tanto una interpretación de la primera parte como una exacta
traducción presentan dificultades, pues el historiador, escribiendo en griego,
ha intentado evidentemente dar una traducción tan literal como posible del
texto, que originalmente estaba escrito en latín anticuado y en lenguaje
púnico. Ambas partes se comprometían darse mutua asistencia militar, por medio
del cual Cartago iba a proporcionar barcos de transporte en ambas direcciones
para las tropas de ambos poderes siempre que fuera necesario. Cada estado, era,
no obstante, responsable del pago de sus propios soldados. Ya que los romanos,
en esta época, aún no poseían una extensa y efectiva flota de guerra, los
cartagineses prometieron a Roma un activo apoyo en el mar, con la condición
expresa, no obstante, de que los marineros cartagineses no serían forzados a
luchar contra sus voluntad. Las especificaciones individuales dejaron claro que
debía haber sido una alianza contra Pirro y no un tratado general. La situación
histórica también descarta virtualmente la interpretación mantenida por algunos
de que las palabras introductorias se refieren a u posible acuerdo o incluso a
un tratado de paz separado entre Pirro y, o bien Roma, o bien Cartago.
El acuerdo era
especialmente ventajoso para Roma, pues con la ayuda de la flota cartaginesa
estaba en una posición muy superior para atacar y bloquear a Tarento desde el
mar –por tierra el rey era más fuerte. También parece posible de este modo que
se podría impedir que los refuerzos llegaran desde Grecia, o en cualquier caso
que su viaje podría hacerse extremadamente peligroso. Por otra parte, Roma no
podía comprometerse de ningún modo a dar apoyo masivo contra los griegos en
Sicilia, sin duda en parte, esto estaba fuera de consideración para las
ciudades griegas en la Italia
meridional, algunas de las cuales eran amistosas hacia Roma. Cartago creía que
el tratado impediría que Roma hiciera la paz con Pirro, haciendo, de este modo,
inseguro para el rey dejar Italia y así manteniéndolo bien lejos de Sicilia y
Siracusa. Para el rey moloso el tratado significaba un fuerte cambio en la
fuerzas relativas de los combatientes en Italia en su propia desventaja, pues
desde ahora en adelante tuvo que tener en cuenta no solo las tropas italianas
bajo el mando de Roma, sino también con la flota cartaginesa y posiblemente
incluso con tropas terrestres cartaginesas también. Pero por otra parte, la
conquista de Siracusa por los cartagineses virtualmente significaría el colapso
de toda su política hasta el momento, que había anunciado la liberación de los
griegos de la amenaza bárbara como su objetivo principal, y esto sería seguro
que tendría un efecto extremadamente negativo sobre su reputación tanto en
Italia como en la misma Grecia. Así que Pirro, no de mala gana, volvió su
atención hacia Sicilia, la posesión de la cual parecía facilitar mayores posibilidades
de futuro para sus ambiciones que Italia.
6. Pirro en Sicilia.
Así, en
primavera de 278, después de otro combate indeciso en Apulia –fue en esta época
cuando se supone que Pirro había escapado por poco de ser asesinado por
su medico personal, gracias a una magnánima advertencia del cónsul C. Fabricio
–el rey comenzó a hacer los preparativos necesarios para cruzar a Sicilia.
Parece que Roma esperaba una decisión de esta naturaleza, pues en esta época, y
evidentemente muy poco tiempo después de la ratificación del tratado de
asistencia mutua, los cartagineses transportaron 500 soldados romanos en sus
barcos a Rhegium. Pero el intento de tomar la ciudad en un ataque sorpresa y
por tanto ganar el control de los estratégicamente importantes estrechos entre
Sicilia y la punta meridional de Italia falló, aunque mostró que era posible
convencer a los mamertinos en Messana de una alianza con Cartago. No mucho
después la flota púnica de unos 130 barcos, bajo el mando del almirante Magón,
apareció en Siracusa y bloqueó el gran puerto. El grito de ayuda de los
siracusanos llegó a ser más insistente que nunca y el rey fue obligado a entrar
en acción. Una vez más envió primero a su fiel amigo Cineas a negociar por
adelantado con las ciudades griegas en la isla y así preparar a fondo el
terreno por medios diplomáticos antes de su propia llegada. Entonces, en el
verano de 278, él mismo partió para Sicilia con un ejército relativamente
modesto de solo 8.000 soldados de infantería y un pequeño número de jinetes y elefantes,
dejando una nutrida guarnición tras él en Tarento bajo el mando del general de
confianza Milo. Otras tropas epirotas permanecieron estacionadas en varios
lugares aliados suyos, como protección contra los romanos y contra el peligro
de traición, aunque no pudieron impedir que los dos nuevos cónsules, C.
Fabricio Luscino y Q. Emilio Papo ganaran de nuevo, en el transcurso del año, a
alguno de los pueblos y ciudades que previamente se habían pasado a Pirro. En Roma en el invierno de ese mismo año, celebraron un triunfo sobre los lucanos,
samnitas, tarentinos y bruttii, que demuestra que sus éxitos deben haber sido
considerables.
En su
viaje con las tropas expedicionarias hacia el sur desde Tarento junto a la
costa, Pirro desembarcó primero en Locri, que todavía tenía que proporcionar un
fuerte respaldo financiero. Luego, cruzó a Tauromenium en Sicilia. Tindarión,
su tirano, estaba deseando unirse a él y colocar su ejército bajo el mando del
rey. Cuando desembarcó en Catana, Pirro fue saludado jubilosamente como el
largamente esperado libertador y honrado con coronas de oro. No solo esto, sino
que también recibió refuerzos en forma de levas ciudadanas. Entonces, el
ejército partió por tierra hacia Siracusa, la flota de unas 60 naves, la mayor
parte tarentinas, navegando listas para la acción a lo largo de la costa y
cubriendo el avance de las tropas de tierra. Cuando el rey se aproximaba a
Siracusa el almirante púnico apresuradamente levantó el bloqueo, pues aunque
tenía unos 100-130 barcos a su disposición, estaba en peligro de ser cogido
entre los 140 barcos siracusanos que estaban en el puerto y la flota de Pirro
en el mar. El ejército cartaginés también levantó el asedio y se batió en una
retirada apresurada. Así, Pirro fue capaz de entrar en Siracusa triunfante en
medio de los aplausos de los griegos, y la ciudad fue formalmente entregada a
él por Sosístrato. Toinón entonces igualmente entregó Ortygia, y la flota, un
refuerzo bienvenido. De este modo, las hábiles negociaciones de Pirro incluso
consiguieron reconciliar –quizá bajo amenaza- a los dos antiguos gobernantes
antagónicos de la ciudad. Las otras ciudades griegas en Sicilia, esperanzadas
en un cercano y definitivo final de la siempre presente amenaza púnica,
enviaron todas mensajeros a Siracusa anunciando su deseo de apoyar a Pirro y
subordinarse a él. Entre ellos, por ejemplo, estaba Heracleidas, el tirano de
Leontinos, que envió a Pirro un ejército de 4.000 soldados de infantería y 500
jinetes. Muy pronto el rey moloso tuvo a asu disposición un ejército de unos
30.000 hombres y 2.500 caballos y los cartagineses se retirarona sus dominios
originales, su epikratia,
en el oeste de la isla.
En
primavera de 277, Pirro marchó via Enna, que por su propia voluntad había
forzado a su guarnición púnica a retirarse hacia Acragas. Aquí, el tirano
Sosístrato, que había tomado parte en la invitación a Pirro para venir a
Siracusa, se unió al rey, supuestamente con otras 30 ciudades dentro de su
territorio, y reforzó al ejército del rey mediante una ejército de 8.000
soldados de a pie y 800 jinetes. En una marcha triunfal, Heraclea Minoa,
Azonae, Selinunte, Halicyae, Segesta y las otras ciudades del interior, tanto
grandes como pequeñas, cayeron en manos de Pirro unas tras otras en rápida
sucesión. Incluso el inaccesible y fuertemente fortificado bastión montañoso
sobre el monte Eryx en la costa noroccidental fue asediado y tomado. Se
llevaron a cabo esplendidas celebraciones de la victoria y competiciones en
honor a Heracles, que había sido reverenciado aquí desde los tiempos antiguos y
que era tenido, por supuesto, por el ancestro de la línea Eácida. Después de
sus primeros éxitos, si no antes, Pirro –que al principio aparece teniendo solo
una posición hegemónica en Sicilia- parece haber sido proclamado rey -βασιλεύς-
de acuerdo a la costumbre griega por las tropas siciliotas1 y
así fue confirmado como legítimo sucesor de Agatocles. Otros relatos, no
obstantes, sugieren que fue a su llegada a Siracusa cuando fue saludado con
este honorable título, que estaba atado a la persona y no a un territorio
particular. Sea como fuere, designó a Alejandro, su hijo habido de Lanassa,
como heredero a su reino siciliano, mientras que Heleno le sucedería en sus
dominios en Italia –lo que sea que se entienda por esto- y Ptolomeo en el de
Epiro.
Cuando
Panormus también cayó y los mamertitos hubieron sufrido varias derrotas serias
en el noreste de la isla, a los cartagineses solo les quedaba el importante
puerto de Lilybaeum (Lilibeo) en la costa oeste bajo su control. Ya que tenían razones
para temer perder incluso este último bastión y con él cualquier vestigio o
influencia que tuvieran en la isla, ofrecieron a Pirro conversaciones de paz.
Se declararon dispuestos a pagar una enorme indemnización de guerra y –a pesar
del tratado con Roma- poner barcos a disposición del rey para posteriores
operaciones. Esto implicaba que esperaban –de hecho incluso lo imaginaban- que
el rey retornaría a Italia. Al principio, de hecho, Pirro estaba dispuesto a
aceptar lo que parecía ser una oferta favorable, pues la situación en Italia
ciertamente no se desarrollaba a su favor durante 277. El cónsul C. Cornelio
Rufino había conquistado Crotona, por tanto perdida ahora para la causa de
Pirro, aunque al contrario de la tradición literaria posterior las inscripciones
recientemente encontradas de los archivos del templo muestran que Locri había
sido capaz de resistir. Pero Caulonia había caído en manos del enemigos, y los
samnitas, lucanos y brutii habían sufrido repetidas derrotas como es evidente a
partir de los registros de desfiles triunfales celebrados en Roma en 277 y 276.
El entusiasmo por la causa de Pirro y la disposición a apoyar a un rey
que luchaba en Sicilia –esto es, relativamente lejos- estaba disminuyendo
constantemente. Pero el consejo real convocado por Pirro, que incluía no solo
sus confidentes de confianza sino también representantes de las ciudades
sicilianas individuales, decidieron después de un interminable debate rechazar
el ofrecimiento de paz púnico. Todas las ciudades de Sicilia debían ser
liberadas; de otro modo todo el esfuerzo y el sacrificio habría sido en vano.
Todas y cada una de las bases cartaginesas sobre la isla eran un potencial
punto de partida para futuros nuevos conflictos.
Pero el
decidido asedio de Lilybaeum que se inició ahora tuvo que ser suspendido
después de dos meses sin resultado. Fue virtualmente imposible tomar la ciudad
desde el lado de tierra, y había pocas esperanzas de llevar a cabo un
bloqueo marítimo con éxito –la flota de Pirro no era lo suficientemente grande.
Por esta razón puso sus esperanzas en una campaña en África. Como Agatocles,
quiso transportar la guerra en una flota recientemente construida a través del
mar al hogar del enemigo y forzar a una decisión definitiva. Pero intentó poner
sus planes en práctica con característica impaciencia y esto muy pronto llevó a
un serio conflicto con sus aliados. Pues no solo comenzó –como Agatocles y como
otros gobernantes helenísticos de su tiempo- a exigirles impuestos como si
fueran sus súbditos, sino que pedía también el suministro de remeros y
marineros para su nueva flota y el dinero con el que pagarles. No es
sorprendente que las ciudades estuvieran incluso más enfurecidas respecto a su
invasión sobre su propia autonomía, especialmente cuando interfirió con su
jurisdicción y asumió él mismo la dirección de casos individuales en los que
tenía un interés particular. También confiscó como tierras reales propiedades
que una vez habían pertenecido a Agatocles, desposeyendo a los actuales
propietarios y haciendo regalos de vastas extensiones de tierra a sus amigos y
seguidores. Por tanto estos a su vez, adquirieron una influencia substancial en
las ciudades y esos epirotas, que habían ascendido tan súbitamente en
rango y riqueza, tendieron frecuentemente a despreciar a la población local que
de hecho era culturalmente muy superior. De este modo se desarrollo un cuerpo
de fuerte oposición, especialmente en Siracusa, similar al que había crecido en
Tarento –una oposición que no tendría miedo de renovar los lazos rotos con
Cartago y traicionar la causa griega, como tantas otras veces, para sus propios
fines particulares. Esto llevó a Pirro a tomar una vigorosa iniciativa. Toinón
y otros siracusanos sospechosos de conspirar con el enemigo fueron ejecutados.
Sosístrato logró escapar a tiempo pero por sus acciones el rey perdió a uno de
sus más valiosos aliados, que gobernaba no solo sobre Acragas sino también
sobre una extensa área del resto de la isla. Las medidas de Pirro, no
impidieron, no obstante, que algunas de las ciudades se unieran abiertamente a
los mamertinos y otras a los cartagineses, y estos últimos, sin obstáculos por
parte de Pirro, procedieron a traer un poderoso nuevo ejército sobre Sicilia,
porque ahora no podían esperar para revertir los reveses que habían sufrido
hasta ahora. La situación empeoró cuando llegaron a Siracusa los emisarios de
los samnitas, lucanos y brutii pidiendo urgentemente a Pirro que volviera tan
pronto como fuera posible a Italia, pues Roma había incrementado la presión
sobre esas tribus aún más y veían en Pirro su única esperanza de cambiar la
situación. Pirro también tenía motivos para temer que su enlace terrestre con
Tarento, que llevaba a través de Bruttium, podía ser cortado y que todos sus
planes se colapsarían como un castillo de naipes si el Samnio y Lucania cayeran
en manos romanas. Su decisión de abandonar la expedición siciliana y volver a
Tarento, fue lo más fácil, ya que fue obligado a admitir que la causa siciliana
estaba casi perdida –un resultado para el que él mismo, desde luego, no
estaba libre de culpa.
Notas:
1. Siciliotas:
Habitantes griegos de Sicilia en contraposición a las poblaciones autóctonas de
sículos, sicanos y élimos.
7. Pirro retorna a Italia. La batalla de Beneventum
275 a.C.
Plutarco recuerda
a Pirro diciendo que dejaba la isla tras él como un terreno libre para los
romanos y cartagineses, cuando zarpó de Siracusa a finales del verano de 276,
con 110 barcos de guerra y numerosas naves de carga. Pero cuando navegaba hacia
el norte a lo largo de la costa siciliana fue sorprendido por una flota púnica
no lejos de Rhegium y sufrió duras pérdidas. En torno a 70 de sus barcos de
guerra fueron hundidos y muchos otros muy dañados. Solamente una docena
escaparon indemnes. A pesar de que los cartagineses no habían logrado su
objetivo real, la destrucción del ejército entero de Pirro, pues la flota de
naves de transportes fue capaz de escapar y desembarcar sin problemas en Locri.
Desde Locri, Pirro fue a Rhegium, pero fue incapaz de tomar la ciudad debido a
la fuerte resistencia ofrecida allí por la guarnición campana, que estaba mando
el mando romano y reforzada por mamertinos de Messana. Cuando se estaba
retirando de la ciudad sufrió una emboscada por los mamertinos y sufrió fuertes
pérdidas adicionales. Su ejército solamente escapó de esta precaria situación
con la ayuda de la intervención personal del rey mismo que, en combate
singular, supuestamente cortó a un oponente en dos con un único golpe de su
espada. Finalmente llegó de vuelta a Locri con 20.000 hombres y 3.000 jinetes
–incluso entonces un ejército considerable- y una vez más exigió una suma
particularmente alta en impuestos de la ciudad para cubrir sus pérdidas y
reclutar nuevos mercenarios. No contento con esto, también confiscó los tesoros
del templo de Perséfone en Locri, para gran indignación de los griegos. La
mayoría de ellos los devolvió de nuevo, no obstante, cuando los barcos que
llevaban el botín a Tarento se encontró con una fuerte tormenta, que él tomó
por un mal presagio. No sabemos con certeza si Pirro volvió también ahora una
vez más a Grecia, y en particular a Antígono Gonatas de Macedonia y Antíoco I
de Siria, con una súplica o incluso una demanda para un futuro apoyo. Los
samnitas y lucanos cansados después de tres años de duras pérdidas en su guerra
contra Roma, mostraron poca inclinación a continuar apoyando al rey sin
reservas. Pero por otra parte, los cónsules del año 275 encontraron igualmente
difícil movilizar un nuevo ejército, tanto más cuanto Roma había sido visitada
en 276 por un brote de peste que se había cobrado un alto precio de vidas.
Livio informa de un descenso en el número de ciudadanos desde 287.222 en el año
280 a
solo 271.224 en 275. El cónsul M. Curio Dentato amenazó a cualquier ciudadano
que buscara evadir el servicio militar con la venta de su persona en esclavitud
y la libre disposición de todas sus propiedades, la primera vez que tal amenaza
había sido emitida jamás y una segura indicación de cuán agotados estaban
también los romanos de la guerra.
En la primavera
de 275 ambos cónsules movieron sus ejércitos a posiciones estratégicas para
impedir a Pirro avanzar hacia Roma una vez más. L. Cornelio Léntulo se
estacionó en Lucania para interceptar a Pirro en esta temprana etapa si fuera
posible, o bien aislarlo de sus líneas de comunicación en el caso de un ataque
sobre Roma. M. Curio mientras tanto ocupaba los pasos cerca de la ciudad de
Malventum, que más tarde en 268, se convirtió en colonia romana con derecho
latino y fue rebautizada Beneventum. Su objetivo era entorpecer a Pirro en su
avance hacia Capua y Roma. Pirro ordenó a una división proteger su flanco sur
contra Léntulo, y él mismo marchó contra M. Curio. Por primera vez su ejército
fue seriamente sobrepasado en número por los romanos, así que intentó ganar una
ventaja táctica al encontrar una altura favorable desde la que pudiera hacer un
ataque sorpresa sobre el campamento enemigo. Pero sus tropas epirotas, poco
familiarizadas con el terreno se perdieron durante un avance nocturno a la posición
planeada para atacar y fueron rechazadas con relativa facilidad a la
mañana siguiente por los romanos, que habían estado observando su aproximación.
En la consiguiente batalla sobre la llanura los exhaustos griegos se vinieron
abajo ante la avalancha de las legiones y los romanos lograron aterrar tanto a
los elefantes del rey con flechas ardientes que huyeron en estampida y cargaron
hacia sus propias filas. Ocho de los animales fueron capturados y mostrados en
Roma por primera vez en 272, en el desfile triunfal de Curio. Los romanos
también capturaron el campamento de Pirro, dando así a sus oficiales la primera
oportunidad de ver por sí mismos cómo lograban los griegos empresas de este
tipo. Más tarde, cuando fue censor, M. Curio construyó el segundo gran
acueducto de Roma, el Anio Vetus, con parte del botín que fue capturado
aquí y asignado a él como comandante.
8. Retorno a Epiro. Muerte de Pirro, 272 a.C.
Pirro estaba
ahora en peligro de ser atrapado entre los ejércitos de los dos cónsules y se
retiró a toda velocidad a Tarento tras su derrota. No hay cifras fiables para
sus pérdidas –más tarde fuentes romanas las exageraron desvergonzadamente- pero
en cualquier caso eran suficientemente altas para él como para decidir la
vuelta a Epiro, y en el otoño de 275 zarpó hacia Grecia con solo 8.000 soldados
y 500 jinetes. Dejó a su hijo Heleno y a su general Milo atrás en Tarento con
un contingente relativamente fuerte de tropas para demostrar que de ningún modo
había abandonado sus planes italianos y continuaría interviniendo en nombre de
la libertad de las ciudades griegas y especialmente de Tarento. Pero en
realidad había sido derrotado por un oponente más fuerte, y él lo sabía.
Es cierto
que Pirro reconquistó el título de rey de Macedonia en 274, en apenas unos
meses de su vuelta, en una batalla contra Antígono Gonatas. Ya engalanado con
la insignia de su cargo, fue capaz, a través del continuo magnetismo de su
personalidad, de atraer a la falange macedonia a su lado durante una batalla en
los desfiladeros de el Aous, cerca de la actual Tepelene, en Albania. Pero
incluso este éxito no le colocó en posición de volver a Italia, y además, su
reputación en Macedonia, al principio, inmensamente alta, se redujo muy
rápidamente cuando dejó a sus propias tropas que ocuparan en Macedonia las ciudades y
permitiera a sus mercenarios celtas saquear las tumbas de los reyes macedonios
en Aegae. Estas tumbas fueron redescubiertas en 1976 cerca del palacio
helenístico de Vergina, no lejos del sur de Beroea en las estribaciones del Olimpo. En el invierno de 274/3 convocó a su hijo Heleno de vuelta de Tarento,
aunque Milo se mantuvo por el momento. Persiguiendo sin descanso un nuevo plan
tras otro, apareció con un ejército en el Peloponeso en la primavera siguiente
de 272, con la excusa de que su general Cleónimo, hijo del rey espartano
Cleómenes II, deseaba ser restablecido en sus derechos ancestrales en Laconia.
Al mismo tiempo anunció su deseo de liberar a toda Grecia de la dominación de
Antígono Gonatas –un mensaje que era, por supuesto, demasiado transparente como
para engañar a nadie, aunque los etolios hicieron una alianza con él. Pero
fracasó un ataque sobre Esparta, con considerables pérdidas, y su propio hijo
Ptolomeo se encontraba entre los muertos. A finales del otoño de 272, después
de unas pocas escaramuzas en Laconia, Pirro marchó a Argos, donde Antígono
había aparecido con un ejército. Gracias a la ayuda secreta de un amigo, un
ciudadano de Argos, e ignorando la neutralidad de la ciudad, Pirro se abrió
paso en la ciudad –a pesar de unos augurios sacrificatorios desfavorables. Pero
en la lucha callejera que siguió fue herido mortalmente por una teja arrojada
por una mujer desde el tejado de su casa, cuando lo vio amenazar a su hijo –un
ignominioso fin para tan famoso hombre. Su cuerpo fue quemado por los
vencedores y más tarde fue erigido un monumento en el lugar, con las armas del
rey y las imágenes de sus elefantes. Los registros son contradictorios en
cuanto a si sus restos mortales fueron llevados al templo de Deméter en Argos o
enterrados en el Pyrrheum en Ambracia donde había construido su residencia.
Influenciado
sin duda por las noticias de la muerte del rey moloso, Tarento se
sometió poco después (en 272) a Roma y fue incluido entre los aliados
navales (socii
navales). A Milo y a los epirotas le fueron concedidos salvoconductos.
Los largos años de guerra con Pirro, y sus fuertes perdidas, no obstante,
continuaron determinando la política romana hacia los otros poderes
helenísticos y especialmente hacia Filipo V de Macedonia, a largo plazo.
La derrota
final del Samnio y Lucania estuvo señalada por la fundación de colonias en
Paestum (273 a.C.), Beneventum (268) y Aesernia (263). Hacia 264 la conquista
romana de la Italia peninsular fue completa.
BIBLIOGRAFÍA:
FRANKE, P.R.: Pyrrhus. Capítulo 10 del Volumen VII, parte II de la Cambridge Ancient History. Cambridge University Press, 2008.
Buen aporte, justo su presencia en Italia coincidio con el asalto galo a Grecia, ¿habria derrotado facilmente a los galos?....
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