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domingo, 25 de febrero de 2018

Los intentos de independencia de Cataluña (I): La revuelta catalana contra Juan II de Aragón (1462-1472)

1. Antecedentes: el conflicto social en Cataluña bajo el reinado de Alfonso V

Cataluña conoció durante el reinado de Alfonso V, graves trastornos sociales. El más significativo fue el de los payeses de remensa (campesinos que para poder abandonar el señorío tenían que pagar una redención o remensa), que en realidad se había iniciado bastantes años atrás y que, por otra parte, duró nada menos que hasta el reinado 1486, cuando era rey de Aragón Fernando el Católico, y el que opuso, en el ámbito de la ciudad de Barcelona, a la Biga y la Busca.

a) Los payeses de remensa

La crisis en el campo arrancaba de las últimas décadas del siglo XIV y sobre todo del período 1380-390. La caída de las rentas señoriales, derivada, sin duda de la depresión del siglo XIV, había empujado a muchos señores de la tierra a poner en práctica los malos usos, lo que constituía una ofensa para los labriegos. Los efectos de la crisis entre los campesinos, por el contrario, eran muy desiguales, ya que un sector del campesinado, sin duda, el más rico, se había visto beneficiado. En cambio, empeoró notablemente la situación de los payeses más modestos, en particular los de las zonas montañosas, los cuales se convertirían, a la larga, en el ala radical del movimiento de protesta. Los objetivos de los payeses eran muy variados. Por una parte, intentaban garantizar la posesión de aquellas explotaciones que se habían acrecentado, gracias a la incorporación de los masos ronecs, es decir, las tierras abandonadas por los efectos de la crisis, y por otra pretendían alcanzar la libertad de los remensas. De todos modos mientras los payeses más acomodados preferían llevar la lucha por el terreno de las negociaciones de carácter sindical, los más pobres, por el contrario, defendían como únic avía para alcanzar los fines previstos la lucha armada.

Alfonso V tomó partido en el conflicto del campesinado catalán, por lo general en beneficio inequívoco de los payeses. A partir del año 1446, la monarquía aragonesa lanzó una ofensiva claramente antioligárquica que se tradujo, paralelamente, en una actitud filoremensa. Esta política favorable a los campesinos coincidió con la agitación en el medio rural, nuevamente perceptible en el año 1447. Por de pronto, se aprobó por parte de la corona, una reglamentación de las reuniones que celebraban los payeses. Dicha medida hizo posible la puesta en marcha, al poco tiempo, de un sindicato remensa. De todos modos, hay momentos en los que se observan ciertas vacilaciones de la corona, motivada por la reacción de la oligarquía, pero la presencia como lugarteniente general de Cataluña, bajo la tutela de la reina María, de Galcerán de Requesens, que ocupó el puesto en octubre de 1453, benefició notablemente a los campesinos. El día 5 de octubre del año 1455 se acordó la aprobación de la denominada Sentencia Interlocutoria, que en la práctica suponía la supresión de todas las servidumbres rurales, incluidos, pro supuesto, los malos usos. por de pronto los remensas recibían la posesión de la libertad que habían venido reclamando desde tiempo atrás. Ciertamente, al año siguiente, 1453, como consecuencia de la ofensiva de los poderosos en las Cortes de Barcelona, hubo un ligero retroceso de la política regia en ese terreno, dejándose en suspenso la aplicación de la mencionada Sentencia Interlocutoria, pero en septiembre de 1457 fue restablecida. 

b) La Biga y la Busca

El otro gran conflicto social, éste desarrollado básicamente, los últimos años delr einado de Alfonso V, fue el que enfrentó, en la ciudad de Barcelona, a la Busca y la Biga, dos plataformas que aglutinaban a grupos sociales diversos. La Busca tenía un carácter más popular, pues reunía en su seno a los sectores ligados a la producción industrial, en particular al de fabricantes de tejidos, y a los comerciantes de rango medio. La Biga, en cambio, estaba integrada por el sector más rico de los comercianes. Hubo, no obstante, excepciones. Una de ellas nos la proporciona la familia de los Deztorrent. Aunque el origen de su fortuna se había generalizado, según todos los indicios, en la práctica del comercio, los Deztorrent eran, a mediados del siglo XV, al mismo tiempo caballeros, ciudadanos honrados y mercaderes. Asimismo, una hábil política matrimonial les había permitido enlazar con grandes hombres de negocios, como los Casasaja, conocidos banqueros, pero también con linajes  nobiliarios como los corbera. Así pues, se trataba de una familia de la alta burguesía catalana. Sin embargo, en agudo contraste con esa situación, los Deztorrent no solo apoyaron la causa monárquica sino que uno de sus más destacados miembros, Pere Senior, militó en el partido de la Busca.

Sin duda alguna, los ciutadans honrats, es decir los sectores próximos a la Biga, habían controlado tradicionalmente el poder en el gobierno municipal de la ciudad de Barcelona. Ahora bien, las protestas contra el gobierno de los mencionados ciutadans honrats, por parte de los grupos populares, se hicieron oir desde 1425 en adelante. sin duda influyó en ello la crisis de ese año, que se tradujo en una caída de los salarios y en un incremento del paro. Más aún, las graves dificultades económicas de la década 1440-1450, perjudicaron notablemente a la Biga. Frente a ella, la Busca reclamaba la toma de medidas drásticas para acabar con la crisis, entre las que destacaban la realización de una política económica proteccionista y el saneamiento de la maltrecha administración municipal.

Las críticas por parte del pueblo menudo a la oligarquía gobernante en Barcelona habían ido creciendo, alcanzando una gran fuerza desde la primavera del año 1451. Un incidente particularmente grave estalló en septiembre de ese año, con motivo del envío a Mallorca de la denominada galea de guardia, que tenía como finalidad ayudar a los ciudadanos de Palma en su lucha contra los forans, es decir, los habitantes de las restantes villas. Ante las protestas populares los consellers ordenaron el regreso de la citada galera. Las tensiones entre la Biga y la Busca, por lo tanto, iban en aumento. Un importante paso adelante en el fortalecimiento de la Busca fue la constitución, en el año 1452, del llamado Sindicato de los tres Estamentos y Pueblo de Barcelona, que agrupaba a los mercaderes, los artesanos y los artistas.  En un primer momento al Alfonso V se había negado a conceder autorización para la creación de dicho sindicato, quizá por temor a que pudiera surgir en Barcelona una revuelta parecida a la de Mallorca de los forans, pero finalmente, en junio de 1452, lo permitió. Ni que decir tiene que aquel acontecimiento fue un duro golpe para los sectores privilegiados de la ciudad de Barcelona.

No obstante, el hecho decisivo para el acceso de la Busca al poder municipal de Barcelona fue la presencia como lugarteniente real en Barcelona de Galcerán de Requesens. En noviembre de 1453 la Busca lograba llegar al poder, aunque ciertamente, quien en esos momentos actuaba no era el sector radical, sino la fracción moderada de la misma. los triunfadores inmediatamente comenzaron a poner en marcha las reformas previstas. No fue posible proceder a una rápida devaluación monetaria, como se había previsto en un principio,pero en cambio se acordó establecer una política de claro signo proteccionista, amparada en un Acta de Navegación. Asimismo se procedió a democratizar el gobierno municipal, estableciendo igual número de representantes para cada uno de los cuatro estamentos en el Consell de Cent.

La Biga reaccionó, utilizando a su favor, entre otros elementos, el inevitable desaliento de gran parte del pueblo menudo, que no había visto el fin de sus desdichas con el acceso al poder de la Busca. La Biga terminará por constituir uno de los elementos básicos de la futura evolución catalana contra Juan II, que sucedió en el trono aragonés a Alfonso V en 1458. Dicho enfrentamiento fue la manifestación de una grave crisis interna en la sociedad en relación con una depresión económica, tanto en el siglo XIV como en el XV; es la oposición entre dos conceptos distintos de dirigir el desarrollo del país y su gobierno, y por fin es una de las principales causas de una cruel guerra civil de diez años, surgida, encauzada y mantenida desde Barcelona que consiguió arrastrar a gran parte de Cataluña.



2. Juan II, rey de la Corona de Aragón (1458-1479)

El fallecimiento sin hijos legítimos de Alfonso V el Magnánimo en 1458, permitió que fuera coronado rey de los territorios que integraban la corona de Aragón su hermano Juan, el cual se convirtió en Juan II de Aragón. Éste se enteró de la muerte de su hermano el día 15 de julio de 1458, mientras se hallaba en la localidad navarra de Tudela. Es posible, como ha apuntado el historiador Jaime Vicens, que Juan recibiera la noticia de la muerte de su hermano con cierta alegría, en parte como consecuencia de los muchos años que ambos hermanos llevaban separados. Lo cierto es que unos días después Juan II juró en la seo de Zaragoza, en su condición de monarca de Aragón, los fueros de dicho reino.

El nuevo monarca aragonés contaba en su haber con un amplísima experiencia política. en efecto, Juan II había tenido un indudable protagonismo, tanto en tierras de la corona de Castilla como en el reino de Navarra, sin olvidar su actuación en las islas del entorno italiano. Juan II, hijo de Leonor de Alburquerque y de Fernando de Antequera, el que llegó a ser, posteriormente, primer monarca de la dinastía Trastámara en Aragón, había nacido en 1398 en la villa castellana de Medina del Campo. Así pues, en el momento en que fue proclamado rey de Aragón tenia nada menos que sesenta años de edad, situación nada frecuente en los tiempos medievales. al marchar su padre hacia Aragón en 1412, tras la resolución adoptada en el compromiso de Caspe, el infante Juan se convirtió en uno de los dirigentes del bando aragonés en Castilla. 

La instalación de la dinastía Trastámara en la corona de Aragón le posibilitó proyectar su actividad política en aquellos territorios. Los primeros pasos los dio en el Mediterráneo: en 1415 fue nombrado lugarteniente general de Cerdeña y Sicilia, cargo en el que estuvo hasta 1416. Años más tarde ocuparía la lugartenencia en los reinos de Aragón y de Valencia y, desde 1454, la de Cataluña. Su actividad en tierras del principado, desarrollada en el contexto de una aguda crisis económica y social, se decantó claramente a favor de los buscaires y de los payeses de remensas, es decir, de los sectores populares de la ciudad y del campo. Esa actitud explica los serios problemas que tuvo el lugarteniente Juan con las Cortes de Cataluña, y en particular con los grupos aristocráticos del Principado, los cuales se opusieron rotundamente a las medidas que adoptó en aquellos años.

Por otra parte, su matrimonio con Blanca de Navarra, que tuvo lugar en 1419, le permitió ser, en 1425, rey consorte de aquel territorio y, desde 1441, tras el fallecimiento de su esposa, monarca efectivo. En su testamento, Blanca de Navarra dejaba el reino a su hijo Carlos, si bien le pedía a éste que no tomara el título sin el previo consentimiento de su padre. Carlos había nacido en 1421 adoptando, dos años después, el título de príncipe de Viana. No obstante, pronto surgieron serias desavenencias entre Juan de Navarra y su hijo Carlos de Viana. Por si fuera poco el problema se agravó debido a que el enfrentamiento entre padre e hijo conectó inmediatamente con la división existente en tierras de Navarra entre el bando de los beamonteses y el de los agramonteses. Los primeros, gentes de la montaña, dedicados preferentemente a actividades ganaderas, apoyaron la causa de Carlos de Viana, en tanto que los agramonteses, procedentes de la llanuras y por lo tanto agricultores, se pusieron del lado de Juan.


Juan de Navarra lanzó una ofensiva en 1451, de la que resultó preso su hijo Carlos. No obstante Carlos de Viana salió libre tras el acuerdo de Zaragoza, firmado en 1453. Pese a todo la paz entre los bandos enfrentados de Navarra parecía del todo punto imposible. El ataque beamontés contra Torralba dio lugar a la reacción de Juan, el cual decidió, en 1455, desposeer a su hijo de la herencia navarra. En cambio fue designada heredera su hija Leonor, que casaría con el noble francés Gastón de Foix. En 1456 Carlos de Viana fue a Francia y, posteriormente, se entrevistó con Alfonso V de Aragón, con la finalidad de encontrar apoyos para su causa. Pese a todo, las cortes de Estella, reunidas en 1457, reconocieron a Leonor como heredera del trono. Un año después Juan II accedía a la corona de Aragón. La pugna entre padre e hijo estaba servida, si bien con la novedad de que sus efectos se iban a trasladar desde las tierras navarras a las de Cataluña.

2. Hacia la revolución catalana (1458-1462)

Juan II, por de pronto, se desentendió de la política mediterránea, por la que tanto interés había mostrado su hermano y antecesor en el torno aragonés Alfonso V.  Su mente estaba centrada en Navarra, territorio de donde era rey, como en Castilla, escenario de su nacimiento y de buena parte de sus actuaciones políticas de anteriores décadas. No obstante, los asuntos de Cataluña adquirieron tal contundencia que se convirtieron, a la postre, en el eje indiscutible de su actuación como rey de Aragón.

El rey renovó su juramento en las Cortes de Aragón, celebradas en 1460, al tiempo que su hijo Fernando recibía el título de duque de Montblanch, lo que lo configuraba como sucesor. Ahora bien, desde los inicios de su reinado Juan II tuvo que hacer frente, básicamente, a los problemas suscitados en tierras de Cataluña, los cuales le atenazaron, de hecho, durante todo su reinado. La etapa en la que Juan de Navarra ocupó la lugartenencia general de Cataluña, iniciada en el año 1454, coincidió con el ascenso de la busca al poder municipal. En aquellos años se fue preparando el terreno que iba a conducir, poco tiempo después, a la revuelta catalana contra Juan II. Los sectores privilegiados del principado, es decir, la nobleza, la alta burguesía y un importante sector del clero,  terminaron por sentir vivos recelos hacia la persona del lugarteniente. En otro orden de cosas es preciso recordar que  el nuevo monarca aragonés, después de enviudar de Blanca de Navarra, se había casado, en el año 1447, en segundas nupcias con Juana Enríquez, dama perteneciente a una importante familia de la nobleza castellana. De dicho matrimonio había nacido en 1452 un hijo, Fernando, el futuro rey católico. Juan II de Aragón, por otra parte, tenía una idea firme en lo que a la política internacional se refiere: constituir una gran alianza contra la monarquía francesa, en la que, según sus deseos, deberían de integrarse, además de la corona de Aragón, Portugal, Inglaterra y Borgoña.

El acceso de Juan II de Aragón coincidió con la rebelión de los barones napolitanos contra Ferrante I, hijo bastardo de Alfonso V. Paralelamente su hijo Carlos, que había estado en Nápoles con Alfonso V, y que por esas fechas adoptaba los títulos de "primogénito de Aragón, de Navarra y de Sicilia, príncipe de Viana", pasó a Sicilia. Esa noticia no gustó nada a Juan II, quien solicitó ayuda a las Cortes de Aragón, de Cataluña y Valencia. Al poco tiempo Carlos de Viana regresó a la península, desembarcando en el puerto de Salou. Desde aquella localidad envió una embajada a Juan II de Aragón, exigiendo el libre tránsito del príncipe por cualquier reino de los que componían la corona. Pese al tono exigente del escrito, el 26 de enero de 1460 se firmó la concordia de Barcelona entre Juan II y su hijo Carlos, en la que el padre perdonaba los supuestos desvaríos en que, según él, había incurrido el príncipe de Viana. En realidad, tanto Juan II como el príncipe de Viana habían claudicado, en buena medida, de sus iniciales puntos de vista. No obstante, Carlos, que no dejaba de reclamar el reconocimiento de su condición de primogénito, hizo una entrada triunfal en la ciudad de Barcelona, a finales de marzo de aquel mismo año. Aquel acto no agradó en modo alguno a Juan II, pero pese a todo, padre e hijo se reunieron en Igualada en el mes de mayo, después de siete años de separación, y se fundieron en un abrazo, aunque se supone sin demasiado cariño por parte del monarca. Ese mismo año Juan II convocó las Cortes del reino de Aragón, que comenzaron en la localidad de Fraga, desde donde se trasladaron a Zaragoza y posteriormente a Calatayud. Dichas Cortes llevaron a cabo una importante labor legislativa, que afectaba, obviamente, al reino de Aragón.

De todos modos, las relaciones entre Juan II y su hijo Carlos se fueron enrareciendo. contribuyó a ello también el hecho de que desde Castilla se enviara una embajada que pretendía llevar a cabo el matrimonio  de Carlos de Viana con Isabel, la hermana de Enrique IV. La ruptura definitiva entre Juan II y Carlos se produjo el 2 de diciembre de 1460, fecha en al que el príncipe fue detenido en Lérida, por orden de su padre. El rey de Aragón había convocado Cortes en aquella ciudad catalana. El príncipe Carlos, que no había sido citado para asistir a dicha reunión, se trasladó por su cuenta a Lérida. lo cierto es que tanto la Biga como los grupos aristocráticos, quejosos de la política desarrollada por Juan II en sus años de lugarteniente general de Cataluña, creyeron que había llegado la ocasión de actuar. La prisión de Carlos de Viana la consideraban un acto arbitrario, por cuanto vulneraba claramente las normas tradicionales catalanas. Las Cortes de Lérida, reunidas en torno a  finales de 1460, pusieron de manifiesto la rotunda que se dibujaba entre el rey y los poderosos. Sin duda la prisión de Carlos de Viana actuó como detonante de la revolución catalana.

Es más, solo dos días después de la detención de Carlos de Viana se constituyó el Consell representativo del Principado de Cataluña, institución en la que algunos historiadores han visto una especie de comité de Salud Pública. Integrado por 27 miembros, el citado Consell, instrumento creado conjuntamente por la aristocracia y el patriciado urbano, se atribuía funciones de soberanía popular. Al mismo tiempo encontramos a las masa populares catalanas enardecidas, con frecuencia manejadas por demagogos. En ese clima, y ante el susto de los buscaires, la Biga logró el retorno al gobierno municipal de Barcelona. Un destacado jurista catalán, Joan Dusay se permitió el lujo de afirmar que Juan II había vulnerado numerosas disposiciones legislativas. Crecía el entusiasmo entre los sectores opuestos al monarca aragonés. Las principales aspiraciones de estos grupos hostiles a Juan II eran, por una parte, el reconocimiento de los derechos del príncipe Carlos y, por otra, el establecimiento efectivo de las leyes tradicionales del Principado. Las viejas aspiraciones de los grupos pactistas entroncaban con la herida abierta entre Juan II y Carlos de Viana.

Simultáneamente, la Diputación del General desafió al monarca, convocando un parlamento, a comienzos de 1461, del que emanó una embajada, dirigida a Juan II, en la que le pedían la inmediata liberación del príncipe Carlos, así como que se le otorgara a éste la primogenitura universal, que en justicia le correspondía. Juan II respondió con una rotunda negativa. El día 7 de febrero de 1461 el Consell del Principado, irritado ante la postura adoptada por Juan II de Aragón, dio un importante paso adelante, al proclamar a Carlos de Viana heredero de Cataluña. ese acontecimiento ha sido considerado tradicionalmente como el que marca el inicio de la revolución catalana. Solo unos días más tarde era apresado Galcerán de Requesens, el antiguo lugarteniente de Cataluña, que fue un decidido protector tanto de la busca como de los payeses de remensa. Ni que decir tiene que aquella detención era un triunfo más de los opositores a Juan II.  Incluso en Zaragoza se organizaron grupos favorables a la causa del príncipe Carlos. El rey de Aragón, asustado ante la marcha de los acontecimientos, decidió dar marcha atrás, decretando unos días más tarde, el 25 de febrero, la liberación de su hijo Carlos. Aquella decisión suponía, sin duda alguna, la capitulación de la monarquía ante el levantamiento de Cataluña.

Inmediatamente se abrieron negociaciones entre padre e hijo, las cuales desembocaron en la firma de la denominada Capitulación de Villafranca del Penedés, que fue suscrita por ambas partes el 21 de junio de 1461. En el fondo dicho documento recogía todas las reivindicaciones políticas de la oligarquía desde los tiempos de Pedro IV el Ceremonioso, a finales del siglo XIV. Ciertamente, el rey continuaba poseyendo la plenitud de la potestad real, lo que se traducía en la capacidad teórica tanto para convocar a las Cortes como para nombrar a los oficiales de la corte. Pero al mismo tiempo, ahí radicaba la cuña introducida en las Capitulaciones por los grupos opuestos a Juan II, se ponían importantes frenos al poder real.

Por de pronto el rey de Aragón no podía entrar en el territorio del principado sin una autorización previa de las instituciones consideradas representativas de Cataluña. Asimismo, Juan II delegaba todas sus funciones y el poder ejecutivo en un lugarteniente perpetuo e irrevocable, que sería Carlos de Viana o, en su caso, el infante Fernando. Por último, los nombramientos de oficiales que efectuase el rey tenían que ser aprobados previamente por la Generalitat, el Consell de Cent y el Consell del Principat. Se trataba, en definitiva, de una especie de régimen constitucional, al menos desde la perspectiva de las tradicionales fuerzas pactistas, pertenecientes, como es sabido, a los sectores sociales predominantes. Por otra parte, Juan II mostró un semblante francamente débil, como lo pone de relieve el hecho de que admitiera en ese documento la injusticia con que habían procedido en el pasado sus consejeros, entre los cuales se mencionaba a Galcerán de Requesens. Era, por lo tanto, la aristocracia la que se hacía con el poder, en tanto que los grupos sociales populares quedaban relegados del mismo.

No obstante, en los meses que siguieron a la firma de la Capitulación de Villafranca cambió notablemente la situación en el Principado, lo que benefició al monarca aragonés. Un dato positivo para la causa de Juan II fue, entre otros, la mejora de sus relaciones con Castilla, lo que se plasmó en un acuerdo con Enrique IV, que fue suscrito  el 26 de agosto de 1461. Sin embargo, tuvo mayor trascendencia la muerte del príncipe de Viana el 23 de septiembre de 1461 en Barcelona, al parecer, a consecuencia de una enfermedad pulmonar, aunque inmediatamente circularon bulos que aludían a un posible asesinato, obviamente por orden expresa de su padre. El príncipe de Viana fue llorado por la mayor parte de los catalanes, tanto pertenecientes a los sectores oligárquicos como al pueblo menudo, y se convirtió en poco menos que un mito.  Lo sorprendente del caso es que Carlos de Viana, siendo un navarro, apareciera como el símbolo de las tradiciones de un pueblo, el catalán, que le era totalmente extraño.

Unos días después, el 11 de octubre, Fernando, el hijo de Juan II y Juana Enríquez, fue jurado heredero de la corona de Aragón. En noviembre de aquel mismo año fue enviado a Cataluña con el fin de que se ocupara de la lugartenencia del Principado, aunque en compañía de su madre, pues él solo tenía en esos momentos nueve años de edad. Fernando hizo su entrada solemne en Barcelona el día 21 de noviembre. De todos modos una serie de acontecimientos, que se sucedieron en los meses finales de 1461 y los iniciales de 1462, contribuyeron a precipitar el clima próximo a la guerra civil que se respiraba profundamente por aquellas fechas en las tierras del Principado. La responsabilidad de aquel dramático enfrentamiento recae, en buena medida, en los grandes señores de la tierra, con el conde de Pallars a la cabeza, en los miembros de la Biga y en un importante sector del estamento eclesiástico, pero también en la actitud, con mucha frecuencia pasional, que puso de manifiesto Juana Enríquez,la esposa de Juan II. Ahora bien, el caldo de cultivo de los gravísimos problemas que padeció Cataluña durante el reinado de Juan II fue la profunda crisis demográfica, social y económica que se arrastraba desde tiempo atrás. De ahí nació la revuelta y esta, a su vez, desembocó en la guerra civil.

Las fuerzas realistas, pese a todos los obstáculos que se interponían en el camino, parecían ir recuperando posiciones. En febrero de 1462 se amotinaron los payeses de remensa. Casi al mismo tiempo, un importante contingente de menestrales se dirigió al palacio real de Barcelona, gritando el nombre de Juan II, y ofreciendo su ayuda incondicional al rey de Aragón. Al día siguiente el Sindicato de los Tres Estamentos pedía a Juana Enríquez la vuelta inmediata del monarca y el nombramiento de un oficial real para que presidiese sus reuniones. Por su parte el Consell del Principado tomó la decisión, el día 5 de marzo, de reclutar con la mayor premura un ejército, cuyo objetivo inmediato no era otro sino poner fin a la sublevación de remensa. Unos días después, el 11, Juana Enríquez, temerosa ante los acontecimientos recientes, decidió abandonar Barcelona. Acompañada de su hijo, el príncipe Fernando, se dirigió a Gerona. 

3. La Guerra civil (1462-1472)

La guerra civil catalana enfrentó a los nobles y los patricios que defendían un programa de corte claramente pactista, por una parte, y a los mercaderes buscaires, los menestrales, los payeses sindicalistas y la monarquía, por otra. Si enfocamos ese conflicto desde otra perspectiva, más propiamente relacionada con el ejercicio del poder político, el acento hay que ponerlo en el brutal choque habido entre el autoritarismo monárquico y la oligarquía constitucionalista. De todos modos no es posible presentar la guerra civil catalana de la época de Juan II de Aragón de una manera simplista, como con tanta frecuencia ha sucedido.

Ahora bien, el pactismo político, independientemente de que conectara con las tradiciones específicas del principado, fue de la mano del reccionarismo social. La monarquía, por su parte, transitó por el camino del autoritarismo no porque fuesen sus protagonistas miembros de la dinastía Trastámara, ni menos aún por su origen castellano, sino simplemente porque ése era el ámbito más idóneo, dadas las circunstancias del momento, para intentar salir airosa del peligroso conflicto en que se vio envuelta. En cuanto a los sectores populares, resulta de todo punto lógico que se encarrilasen por la vía del sindicalismo, a la que consideraban la más adecuada para el logro de sus aspiraciones. Al fin y al cabo si el constitucionalismo era la bandera de lucha de la oligarquía el sindicalismo sería la de las clases modestas y populares.

En la primavera de 1462 la guerra civil era una realidad innegable en tierras de cataluña. A finales de abril se descubrió una conjura en Barcelona, la cual, pretendía entregar la ciudad a la reina, Juana Enríquez, y permitir, al mismo tiempo, la entrada de Juan II en Cataluña. Los detenidos, sin duda gentes próximas a la Busca, fueron inmediatamente juzgados. Los más destacados dirigentes de aquella supuesta conjura, entre los que cabe mencionar a Francesc Pallarés y a Pere Deztorrent, fueron ejecutados en el mes de mayo. Lo más grave del caso era que los buscaires eliminados pertenecían a la facción más moderada de aquel sector, lo que suponía cerrar los posibles puentes de diálogo entre la monarquía y las instituciones catalanas. Juan II, ante la avalancha que se venía encima, se vio forzado a pactar con Luis XI de Francia, en mayo de 1462, firmando una cuerdo con el monarca galo en la localidad de Salvatierra, que posteriormente fue ratificado en Bayona. A cambio de la ayuda militar que recibiría del monarca francés, el aragonés pagaría una cantidad a Luis XI, al tiempo que hipotecaba los derechos sobre Rosellón y Cerdaña, territorios que Francia reivindicaba desde tiempo atrás.

Por su parte, el ejército del Consell se dirigió, en mayo de 1462, contra la ciudad de Gerona. Al frente de las tropas rebeldes iba el conde de Pallars. No obstante, el socorro francés permitió, poco tiempo después, liberar Gerona, lo que supuso la salvación de Juana Enríquez y de su hijo Fernando. El asedio de Gerona había durado alrededor de seis semanas, en el transcurso de las cuales Juana Enríquez pasó momentos ciertamente dramáticos. Pero en junio de aquel mismo año, Juan II, vulnerando abiertamente lo acordado en la Capitulación de Villafranca, había entrado en Cataluña, ocupando la villa de Balaguer. Ante esa actitud los rebeldes decidieron, el 9 de julio de 1432, desposeerlo de la corona, al tiempo que lo proclamaban enemigo público. Solo unos días después, el 23 de julio, los realistas lograron un importante triunfo sobre los rebeldes en las proximidades del castillo de Rubinat. Los combatientes contra Juan II lucharon con gran bravura, pero al final se puso de manifiesto la superioridad de las tropas realistas. La victoria de Rubinat permitió al monarca aragonés entrar en la localidad de Tárrega. Juan II contaba con importantes ayudas en el territorio de Aragón. De todos modos el comienzo del conflicto había sido muy fuerte, lo que explica que en ambos bandos se impusieran los grupos más radicales, al tiempo que fracasaban cuantos intentos de mediación se pusieron en marcha. El día 14 de agosto de 1462 el Consell del Principado decidió pedir ayuda al rey de Castilla, Enrique IV.

En el verano de 1462 el Principado estaba dividido en dos bandos claramente enfrentados. En un lado se hallaban los realistas, a los que apoyaban los payeses de remensa, así como el sector de los buscaires. En el ámbito internacional Juan II contaba con la ayuda de Luis XI de Francia y de Gastón de Foix, casado con Leonor, hija del monarca aragonés y reina de Navarra. El bando contrario estaba dirigido por la Generalitat y el Consell del Principado. A su frente se hallaba, al menos teóricamente, el monarca castellano, Enrique IV, a quien habían acudido los rebeldes catalanes. Estos atacaban a Juan II por su actitud contraria al pactismo, que ellos, en cambio, reivindicaban. Según Jaime Vicens, "el pactismo constituye la temática de fondo del pensamiento político de la burguesía catalana a lo largo del siglo XV". El bando rebelde lo integraban, básicamente, las clases dominantes, pero también formaban parte del mismo algunos grupos procedentes de los sectores populares, que habían sido ganados a su causa mediante el uso de métodos más o menos demagógicos.

Enrique IV había sido proclamado rey de Cataluña antes de que concluyera el verano de 1462. El 12 de septiembre se inició el sitio de Barcelona por las tropas de Juan II y de sus aliados franceses, que fueron los que aconsejaron el inicio de aquella acción. No obstante, a comienzos del mes de octubre, debido a la tenaz resistencia ofrecida por los habitantes de la ciudad, el sitio tuvo que ser levantado. El parlamento de Cataluña, reunido en Barcelona el día 13 de noviembre de 1462, juró fidelidad a Enrique IV de Castilla, a través de su lugarteniente Jean de Beaumont. De todos modos en el transcurso de los años 1462-1463 el conflicto pareció orientarse en un sentido claramente negativo para los rebeldes contra Juan II. Dos ataques de estas fuerzas contra Gerona fracasaron, al tiempo que perdían Tarragona, ganada para la causa realista en octubre de 1462. En enero de 1463 cayó Perpiñán ante el ataque de las tropas francesas. De esa forma Perpiñán pasó a los dominios de Luis XI de Francia, el cual ocuparía la Cerdaña unos meses más tarde. Paralelamente, Juan II alentaba la rebelión de la alta nobleza castellana contra su rey, Enrique IV. Por si fuera poco, éste abandonó a los rebeldes catalanes al aceptar, en abril de 1463, la sentencia arbitral de Bayona, que había sido dictada por el habilidoso monarca francés Luis XI.

Ahora bien, los rebeldes catalanes no se sintieron ni mucho menos derrotados por la defección del rey castellano, lo que explica que acudieran a la búsqueda de un nuevo candidato para colocarlo al frente del movimiento pactista. La elección recayó, en esta ocasión, en el condestable Pedro de Portugal, al que la Generalitat de Cataluña le hizo la propuesta el 27 de octubre de 1463. Personaje singular éste, a la vez estoico y melancólico destacaba por su indiscutible valor militar, lo que explica que los catalanes lo consideraran una especie de condottiero. De todas formas, Pedro de Portugal sería algo así como el rey de una república aristocrática. Ello no impidió, sin embargo, que tomara alguna decisión que, en principio, puede parecer sorprendente, como la de disolver el Consell del Principado, medida que adoptó en marzo de 1464. El motivo, según expone Jerónimo de Zurita, fue oponerse a "tiranía y desorden de los que tenían en el gobierno de la diputación". El Consell estuvo suspendido durante cinco meses. Al fin y al cabo el condestable se había formado bajo la convicción de que la monarquía debía actuar con plenos poderes, tanto políticos como militares. En ese año de 1463, por otra parte, se habían reunido en Zaragoza las Cortes  de Aragón. Fernando, el hijo de Juan II, actuó en esa ocasión como lugarteniente general del reino. Una de las principales conclusiones de dichas Cortes fue la decisión aragonesa de prestar ayuda económica y militar a Juan II en su pugna contra el condestable Pedro de Portugal.

Pese a todo, las cosas iban bien para la causa del rey de Aragón. Sus tropas pusieron sitio a la ciudad de Lérida en marzo de 1464. Los leridanos, aquejados por el hambre y la carestía, realizaron un esfuerzo sobrehumano, pero al final no tuvieron más remedio que rendirse a los ejércitos de Juan II, lo que sucedió el 6 de julio de 1464. El rey de Aragón, que hizo una solemne entrada en Lérida, decidió, dando muestras de magnanimidad, no tomar medidas de represalia. Poco tiempo después, el 25 de agosto, las tropas realistas ocuparon Villafranca del Penedés, plaza de gran importancia estratégica. Unos días más tarde Jean de Beaumont, el líder navarro del bando que había apoyado en su día la causa del príncipe de Viana, disgustado con las actitudes de Pedro de Portugal, abandonó a los rebeldes catalanes, siendo cordialmente recibido por Juan II en Tarragona el 6 de septiembre. En noviembre de ese mismo año se firmaba un pacto entre Juan II y los beamonteses, lo que significaba la paz definitiva en tierras de Navarra.

Satisfecho de sus últimos éxitos, Juan II de Aragón decidió poner en marcha una nueva campaña ofensiva contra los catalanes en rebeldía. En febrero de 1465, entre las localidades de Prats del Rei y Calaf, se enfrentaron las tropas realistas y las del condestable Pedro de Portugal. En dicha batalla, según lo ponen de relieve las fuentes consultadas, participaron los combatientes más destacados de ambos bandos. Los ejércitos de Juan II, a cuyo frente se hallaba el conde de Prades, salieron triunfadores. Entre los rebeldes hechos prisioneros figuraba el conde de Pallars, uno de los cabecillas de la rebelión catalana. La victoria de Calaf tuvo gran trascendencia. Una de sus principales consecuencias fue el hecho de que los territorios de Aragón, Valencia y Mallorca decidieran sumarse, sin ninguna reticencia, a la causa real. Mientras tanto cundía el pánico en el bando rebelde. En esas circunstancias algunos bigaires, probablemente convencidos de que su derrota iba a ser absoluta, decidieron cambiar de bando. Mientras tanto continuaban los éxitos militares de las tropas realistas. En agosto de 1465 la localidad de Cervera, después de haber ofrecido una tenaz resistencia, capituló ante Juan II. En octubre de ese mismo año, los realistas ponían sitio al castillo de Amposta, el cual cayó en poder de las tropas de Juan II unos meses más tarde, en junio de 1466. Tres semanas después los realistas ocuparon, la importante plaza de Tortosa. El avance de los ejércitos del rey aragonés parecía de todo punto imparable. Las cosas se complicaron más para los rebeldes catalanes a finales de junio de 1466 a causa del inesperado fallecimiento del condestable Pedro de Portugal. 

La evolución de los acontecimientos, tal y como habían sucedido desde los inicios de 1465 hasta el verano de 1466, parecía anunciar el próximo fin de la guerra civil catalana. Sin embargo, en los meses siguientes, las cosas no se desarrollaron en la dirección prevista. Uno de los principales motivos del giro que se produjo en el curso de la guerra civil catalana fue el creciente deterioro de las relaciones entre Juan II de Aragón y Luis XI de Francia. Este pretendía a toda costa quedarse con los condados de Rosellón y de Cerdaña. Pero el asunto era mucho más grave, pues al mismo tiempo el monarca galo, que al parecer se había puesto en connivencia con Castilla, tenía el propósito de desmembrar, si era posible, la corona de Aragón. Eso explica que se llegara a una ruptura de la anterior alianza francoaragonesa. De todos modos, el panorama era bastante confuso. En el campo rebelde, a raíz del fallecimiento de Pedro de Portugal, el clima de derrota no dejaba de avanzar, lo que explica que aumentara el número de los que opinaban que lo mejor era llegar a un acuerdo con Juan II. En la ciudad de Barcelona, "muchos que antes no se atrevían a hablar en favor del rey, la reina o el primogénito, lo hacían ahora con la mayor libertad", según escribió en su día el historiador francés Joseph Calmette.

En ese contexto los radicales, acaudillados por el obispo de Vic, Cosme de Montserrat, decididos a proseguir la revuelta a toda costa, acudieron a Renato I de Anjou, conde de Provenza (1434-1480), duque de Anjou, Bar (1430-1480) y Lorena (1431-1453) y rey de Nápoles (1438-1442; titular desde 1442 a 1480), perteneciente a la familia que había reinado anteriormente en el sur de Italia, al que ofrecieron la corona catalana (30 de julio de 1466). Detrás del duque de Provenza se hallaba el rey de Francia, Luis XI. "La gravedad de esta decisión puede medirse por la incompatibilidad del elegido con todo lo que representaba el destino histórico de Cataluña en el Mediterráneo. Si este tenía algún sentido era, sin duda, la constitución de un imperio marítimo contra las fuerza antagónicas de los Anjou, apoyados por la corona de Francia. Lo peor no era la entrega de Cataluña a Francia, sino la rendición al angevismo del imperio mediterráneo. 

Un hijo de Renato de Anjou, llamado Juan de Lorena, se presentó, al poco tiempo en Cataluña con tropas francesas y napolitanas. Se iniciaba, de esa manera, la última fase de la guerra civil catalana. En un primer momento los rebeldes salieron vencedores. Los realistas intentaron cortar el paso a las tropas de Juan de Lorena, atacando la plaza de Rosas, pero fracasaron  (octubre-noviembre de 1466). La comarca del Ampurdán se convirtió, desde los inicios de 1467, en el escenario por excelencia de la guerra. El objetivo esencial de ambos contendientes era la ocupación de la ciudad de Gerona. En un principio Juan II pudo entrar en Gerona, lo que sucedió el 27 de octubre de 1467.

Pero unos días más tarde, el 21 de noviembre, el ejército conjunto de los rebeldes catalanes y de Juan de Lorena obtuvo una importante victoria sobre los soldados realistas en la localidad de Vilademat. Dicho combate fue el revés de la medalla de Calaf. Vilademar permitió respirar a las fuerzas revolucionarias, que llevaban mucho tiempo sin celebrar ningún éxito militar. El Ampurdán, como consecuencia de la victoria parecía totalmente perdido para la causa realista. Tanto Juan II como su hijo, el príncipe Fernando, embarcaron hacia Tarragona. Mientras tanto, habían tenido lugar unas nuevas Cortes de Aragón, convocadas en el año 1466 en Alcañiz y posteriormente trasladadas a Zaragoza, en donde se clausuraron en el año 1468. A dichas reuniones asistió, en calidad de lugarteniente general del reino, Juana Enríquez. Una vez más se acordó, por parte aragonesa, prestar ayuda militar a Juan II. No obstante, unos meses más tarde, en febrero de 1468, fallecía, tras una rápida enfermedad, la reina, Juana Enríquez. Juan II había acumulado, en poco tiempo, muchos y muy variados reveses. 

El panorama con que se abrió el año 1468, encontraste con el que existía en el verano de 1466, no era precisamente optimista para la causa de Juan II. No obstante, el monarca aragonés decidió jugar a fondo las bazas que aún le quedaban. Una de ellas era su hijo el príncipe Fernando, en quien puso toda su confianza. En junio de 1468 le otorgó el título de rey de Sicilia. Al mismo tiempo se planeó su matrimonio con la princesa castellana Isabel, hermana de Enrique IV, la cual había sido reconocida como heredera de Castilla en el pacto de los Toros de Guisando. Ciertamente, las tropas angevinas lograron ocupar, en junio de 1469, la plaza de Gerona. De todos modos, pese a los últimos éxitos obtenidos, la moral de los rebeldes estaba comenzando a hacer aguas. Poco a poco ganaba terreno en el Principado la idea de la paz y de la transacción. En cambio el rey de Aragón, que ya contaba en esas fechas con setenta años, seguía dando muestras de una gran fortaleza. Un importante paso adelante en su política fue la boda de su hijo Fernando con Isabel de Castilla, que tuvo lugar en la villa de Valladolid el 19 de octubre de 1469. Dos de los principales colaboradores de la princesa castellana, Gutierre de Cárdenas y Gonzalo Chacón, fueron premiados con mercedes en tierras aragonesas.

Por otra parte, Juan II logró que las cortes de Monzón, que tenían el carácter de generales en toda la corona de Aragón, y que comenzaron sus sesiones a finales del año 1469, prolongándose hasta septiembre de 1470, le concedieran importantes subsidios para que pudiera afrontar los gastos ocasionados por la guerra con los rebeldes catalanes. Al mismo tiempo, el reino de Aragón se comprometió a aportar ayudas militares a su monarca. Otro dato a tener en cuenta en el curso de los acontecimientos fue la muerte, en diciembre de 1470, de Juan de Lorena, el hijo de Renato de Anjou. En lo que se refiere al plano internacional Juan II se apuntó un gran tanto al conseguir que se firmara, el 7 de agosto de 1471, el pacto de Abbeville, en el que se participaban, además de su propio reino, Inglaterra y Borgoña. De esa manera pretendía aislar a Luis XI, el cual no tenía otro objetivo, con su intervención en el conflicto de Cataluñá, sino quedarse con el Rosellón y la Cerdaña.

Pero los triunfos más espectaculares de Juan II de Argón se produjeron en el terreno militar. La ofensiva realista se tradujo, en muy poco tiempo, en importantes victorias. El día 11 de octubre de 1471 la emblemática ciudad de Gerona volvía a caer en poder de las tropas realistas. Los defensores gerundenses no tuvieron el menor reparo en pasarse a las filas del bando monárquico. A cambio fueron generosamente recompensados por Juan II. Poco tiempo después diversas villas del Ampurdán pasaron asimismo al bando del rey. Primero cayó Hostalric, luego Sant Celoni y Blanes, finalmente Sant Feliu de Guixols, Palamós, Palafrugell, Pals, La Bisbal y Tallada. Los siguientes éxitos de los realistas fueron la ocupación de San Cugat, Sabadell y Granollers. Como remate, el 26 de noviembre de ese mismo año los soldados aragoneses aplastaron a los rebeldes en Santa Coloma de Gramanet, cerca del río Besós. En los primeros meses del año 1472 las tropas de Juan II fueron incorporando las plazas que aún resistían del norte de Cataluña, como Figueras, Peralada, Torroella, Castelló y Roses. Es preciso señalar que Juan II se mostró francamente liberal en las diversas capitulaciones que firmaba con las ciudades y villas que iba conquistando. Inmediatamente los realistas, sin duda ganados por el optimismo debido a los últimos éxitos obtenidos, iniciaron el cerco de Barcelona. Las noticias que llegaban al entrono de Juan II ponían de relieve que la moral de los habitantes de la ciudad era, en esos momentos, francamente muy baja.

4. La concordia de Pedralbes

La tensión crecía por momentos en el interior de la ciudad de Barcelona, cuyos habitantes estaban pasando grandes apuros. Muchos pensaban que la mejor salida era intentar llegar a un pacto con Juan II. Por su parte el monarca aragonés trataba de hacer mella en la resistencia de los barceloneses, enviándoles misivas por las que prometía el perdón. Finalmente, Barcelona capituló, ante el insistente asedio de las tropas realistas, el 16 de octubre de 1472. Había concluido, después de más de diez años, la guerra civil catalana. Al día siguiente Juan II pisaba nuevamente el suelo de Barcelona.

La rendición final de Cataluña quedó plasmada en la denominada Capitulación de Pedralbes. Dicho acuerdo fue suscrito por los hijos del monarca aragonés, pero también por los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca. Juan II restituyó a los catalanes el calificativo de fieles a la monarquía, les otorgó el perdón general por cuanto habían realizado durante el tiempo de guerra y, accediendo a las instancias de Barcelona, declaró caducada toda gestión policiaca y criminal que pudiera realizarse en virtud de los hechos pasados, incluso tratándose de crímenes de lesa majestad. En resumen, no hubo represión ni depuraciones. Daba la impresión de que se quería volver a los tiempos anteriores de la guerra civil, sin admitir que había habido, obviamente vencedores y vencidos. De todas formas, unos días después de la firma de la Capitulación de Pedralbes, el 22 de octubre, Juan II se comprometió a confirmar las constituciones, privilegios y libertades del Principado. El principio de la autoridad monárquica podía avenirse con el respeto a las tradiciones de Cataluña. No obstante, el conde de Pallars continuó la rebelión en sus tierras, hasta que terminó siendo apresado y ejecutado, lo que sucedió años más tarde, en 1477. De todos modos, no hay que olvidar que Cataluña, aunque había dado un importante paso adelante al recuperar la paz, estaba atravesando una difícil situación económica, social e incluso moral, que venía de tiempos anteriores, pero que se había acentuado con motivo de la revuelta contra Juan II.

Por otra parte, seguía pendiente la delicada cuestión del Rosellón y la Cerdaña. En los años siguientes ese asunto encendió de nuevo la discordia, aunque ahora los protagonistas fueran exclusivamente Juan II de Aragón y Luis XI de Francia. El monarca aragonés, que, pese a su avanzada edad, seguía demostrando su vitalidad, cruzó los Pirineos a finales de enero de 1473. A comienzos de febrero Juan II entraba con sus tropas en Perpiñán, donde fue recibido triunfalmente. Inmediatamente se produjo un contraataque francés. Para intentar cortarlo llegaron ayudas militares enviadas desde Castilla por el príncipe Fernando. El rey de Francia pareció ceder, lo que explica que aceptara firmar la paz de Perpiñán, el 17 de septiembre de 1473. El Rosellón y la Cerdaña, según lo que se estableció en ese acuerdo, permanecían en la Corona de Aragón, aunque de momento quedaban neutralizadas  en tanto no se abonara por parte de Juan II la deuda debida a Luis XI, por su anterior ayuda militar contra los rebeldes catalanes.

Pero unos meses después de reanudó la guerra. Luis XI ordenó lanzar una ofensiva militar en toda toda regla en el Rosellón. El 5 de diciembre de 1474 caía la localidad de Elna en poder de las tropas francesas. El siguiente objetivo de Luis XI era la conquista de Perpiñán, resistiendo con gran heroismo. Finalmente el 10 de marzo de 1475, la capital de Rosellón fue entregada al rey de Francia. A continuación Aragón y Francia firmaron una tregua, que tendría validez para los siguientes seis meses. No hay que olvidar, por otra parte, que en 1474, una vez elevados al trono castellano Isabel y Fernando, había estallado en aquel reino la guerra de sucesión. Esta circunstancia perjudicó notablemente los planes de Juan II, el cual no podía esperar refuerzos militares en Sevilla. Es más los reyes de Castilla tuvieron que pactar con Luis XI, para evitar de esa manera un posible ataque francés. A lo señalado cabe añadir otro elemento negativo para los proyectos de Juan II de Aragón: el desplome de la gran alianza occidental antifrancesa, planeada años atrás en el tratado de Abbeville.

No es posible olvidar, en otro orden de cosas, que continuaba pendiente de resolución en tierras de Cataluña el complicado asunto de los payeses de remensa. Uno de sus principales dirigentes, Francesc de Verntallat, fue elevado, a la condición de noble, mas el problema remensa seguía en activo. Juan II, de todos modos, se mostró indeciso en el asunto del campesinado catalán, al igual que en su política con respecto a las oligarquías municipales. Al mismo tiempo Juan II mostró una gran pasividad en el transcurso de las Cortes celebradas entre los años 1473 y 1478. Finalmente Juan II murió en Barcelona, a los 80 años de edad, en las primeras horas de la mañana del día 19 de enero de 1479. Su secretario, Juan de Coloma, que le acompañó hasta el último suspiro, dejó escrito que el rey de Aragón "mori com un poll", lo que quería decir que lo hizo pacíficamente. A Juan II le sucedía en el trono su hijo Fernando II, "el componedor, conservador y reformador" universal", según una expresión atribuida a a los consellers de la ciudad de Barcelona




BIBLIOGRAFÍA:

JULIO VALDEÓN BARUQUE: Los Trastámaras. 2001

Bibliografía adicional:

- JAIME VICENS VIVES: Juan II de Aragón (1398-1479). Monarquía y revolución en la España del siglo XV. 1953
- JOSEPH CALMETTE: Louis XI, Jean II et la révolution catalane (1461-1473). 1977
-SANTIAGO SOBREQUÉS VIDAL y JAIME SOBREQUÉS CALLICÓ: La guerra civil catalana del segle XV. Estudis sobre la crisi social y ecoòmica de la Baixa Edat Mirjana. 1973.
- JESÚS ERNEST MARTÍNEZ: Pere de Portugal "rei dels catalans". 1960















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