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lunes, 13 de abril de 2015

Roma y la conquista de la Península Italiana (700-264) (IV): La Guerra contra Pirro y la conquista de la Magna Grecia (280-272).

1. El Conflicto entre Roma y Tarento
 
Hubo un tratado entre Roma y la ciudad griega del sur de Italia Tarento, con certeza desde 303-302 a.C., quizá incluso desde 332/1, que prohibía a los romanos de navegar hacia el norte más allá del promontorio Laciniano (al sur de Crotona) y penetrar en el golfo de Tarento. Pero, sin embargo, una escuadra de diez barcos romanos hicieron una aparición sorpresa en el puerto de Tarento, probablemente en el otoño de 282 –la primera vez que se hace mención de barcos de guerra romanos en los tiempos antiguos. Solo poco antes el cónsul C. Fabricio Luscino había liberado la ciudad de Thurii de un asedio lucano. Los Lucanos, junto con los Bruttii, estaban aterrorizando cada vez más a los asentamientos griegos en la Italia meridional. El cónsul dejó una guarnición atrás para proteger a la ciudad y su gobierno oligárquico que era leal a Roma. Por tanto, los tarentinos tenían buenas razones para temer que esto debilitaría seriamente su propia posición en relación con Thurii, su constante rival en reputación y poder. Nadie en la ciudad creyó por un momento que los barcos romanos estaban haciendo un recorrido turístico de la Magna Grecia en su camino para visitar Thurii o, quizás a las tres colonias romanas de Sena Gallica, Hadria y Castrum Novum que habían sido fundadas en la costa superior adriática después de la Tercera Guerra Samnita. Por el contrario, temían un propósito político tras la visita de parte del nuevo poder emergente en el Lacio, a la cual habían estado observando con sospecha durante algún tiempo y que, imaginaban, habían venido para derrocar al demos (la masa del pueblo) en Tarento para restablecer a los aristócratas que simpatizaban con Roma, tal como habían hecho en Thurii. Las amistosas relaciones que Roma disfrutaba con Nápoles (que había firmado un foedus a quo iure –contrato que hacía a las dos ciudades socios iguales con iguales derechos- con Roma tan pronto como 326, la primera de las ciudades griegas en hacerlo así), así como con otras ciudades griegas que incluían Massalia, también dieron fundamento para temer el declive del predominio tradicional de Tarento en el sur de Italia. Este miedo creció aún más fuerte cuando en torno a 306/5 a.C. los primeros signos de una relación económica, y pronto también política, entre Roma y la isla de Rodas dejaron claro que Roma estaba empezando a pensar más allá de los estrechos confines de la Italia central y mostraba interés en el mundo griego al este también. Además de esto, la ciudad sobre el Tíber había logrado en 306 alcanzar un nuevo tratado, el tercero con Cartago, marcando las esferas de influencia de una respecto a la otra, y reflejando las nuevas condiciones de poder en Italia. Aunque esto prohibió la entrada de Roma a la Sicilia greco-púnica. Los asentamientos griegos por otra parte debieron haber sentido que esto era al menos una amenaza interna para ellos.

Por tanto, provocada por la demagogia de Filocaris, una muchedumbre enfurecida cayó sobre los barcos romanos, que habían contravenido claramente el tratado existente. Hundieron cuatro y tomaron un quinto, mientras el resto lograron escapar por los pelos. El ejército tarentino marchó a Thurii y forzó a la aristocracia gobernante, que simpatizaba con Roma, así como a la guarnición romana, a retirarse de la ciudad. Para Roma, esta brusca acción significaba no solo una severa pérdida de prestigio; también un serio golpe a sus esfuerzos por establecer una influencia mayor en el sur de Italia. Una embajada romana llegó a Tarento a finales de 282 o a principios del año siguiente exigiendo satisfacción. Pero, salió de nuevo con las manos vacías y, si la tradición analística prorromana no está exagerando aquí como en tantos otros lugares, víctima de duros insultos. Como resultado un ejército romano invadió el territorio tarentino y pronto redujo a la ciudad a una posición extremadamente precaria. La asamblea del pueblo, no confiando más tiempo en su propia fortaleza y liderato, y en desafío a la vehemente oposición de los aristócratas, decidió, como a menudo en el pasado, buscar la ayuda de un comandante extranjero. En 343-338 había sido Arquídamo de Esparta. En 334 el rey moloso Alejandro I de Epiro vino con la esperanza de crearse un imperio para sí mismo en batalla con los lucanos y brutios, y pagó con su vida en 331. En 303 los espartanos respondieron a otra llamada de Tarento al enviar al hermano de Acrótato, Cleónimo al sur de Italia, donde tomó y mantuvo brevemente Metaponto; pero mientras él estaba ausente en Corcira los tarentinos se volvieron contra él y su intento por recobrar su ciudad en un ataque nocturno fracasó tristemente, Finalmente, los romanos le expulsaron del área y fue reducido a perseguir una carrera infructuosa de pillaje en el Adriático septentrional. El rey Agatocles de Siracusa también había intervenido repetidamente en la Italia meridional entre 298 y 295 a instigación de Tarento, y luchó contra los bruttios y yapigios, que habían estado amenazando a los griegos. Su muerte privó a los griegos de un fuerte protector y dejó atrás un vacío de poder que Roma pensaba ocupar.

No fue una mera casualidad que cayera esta vez la elección sobre el rey Pirro de Epiro, en el otro lado del Adriático. No mucho antes, en 282/1, Tarento había puesto una serie de barcos a disposición del rey molos con  el propósito de reconquistar la isla de Corcira, que había recibido en 295 como dote de su segunda esposa, Lanassa, hija de Agatocles, pero la había perdido de nuevo en 290 para Demetrio Poliorcetes cuando Lanassa lo dejó y se casó con Demetrio. También hubo varias conexiones comerciales entre Epiro, Italia meridional y Sicilia, que refleja el hecho de que grupos de pueblos tésprotos y caonios de Epiro se habían establecido antes allí. Los registros de que los tarentinos habían consultado el oráculo en Dodona alrededor del cambio del siglo IV al III e inscripciones de una serie de ofrendas votivas en este santuario principal de los epirotas muestran que los lazos de hecho deben haber sido bastante intensivos. Además, Pirro fue considerado un comandante y estratega excepcional, que nunca retrocedió ante el peligro personal y que inspiró una obediencia entusiasta en sus soldados. La memoria de la poderosa personalidad de Alejandro el Moloso, cuñado de Alejandro el Grande y tío de Pirro y predecesor en el trono moloso, también estaba aún indudablemente vívida en Tarento.

2. Pirro como rey de los Molosos; su política en Grecia hasta 281 a.C.

Por supuesto hubo otras razones para la predisposición de Pirro a responder a la súplica de ayuda tarentina. Pirro nació en 319, hijo del rey moloso Eácides que, en 317, fue depuesto y desterrado por decreto popular. Por tanto, Pirro pasó su juventud como refugiado en la corte del rey ilirio Glaucias. En 306 éste último restauró a Pirro por la fuerza en el trono moloso bajo el tipo de gobierno de regencia que era habitual en Epiro y Macedonia. Pero solo unos pocos años más tarde, en 302, Pirro fue una vez más expulsado, esta vez, por Casandro de Macedonia. Fue obligado a dejar el país y fue a servir como oficial en el ejército de su cuñado Demetrio Poliorcetes (hijo de Antígono Monoftalmo), que había casado con la hermana de Pirro, Deidamia. En 298 como secuela a una paz de corta duración entre Demetrio y Seleuco, éste último como mediador arregló una acuerdo de paz entre Demetrio y Ptolomeo I y en conexión con esto, Pirro fue a la corte alejandrina como rehén. Aquí ganó el favor de Berenice, amante, y luego su reina, de Ptolomeo, y casó con Antigona, su hija por su primer matrimonio con un noble macedonio, por otra parte desconocido. Solo un año más tarde, en 297, a continuación de la muerte de Casandro, Pirro retornó a su patria con un considerable apoyo militar y financiero de Ptolomeo I. Primero gobernó junto con Neoptólemo II, su pariente y protegido de Casandro, pero muy pronto le asesinó.

Casa Real de Epiro - Eácidas


Como rey de los Molosos –él nunca se tituló rey de los Epirotas y desde luego nunca rey de Epiro, un título encontrado sobre todo en la tradición romana- Pirro fue al mismo tiempo el hegemon de la Liga Epirota que fue fundada alrededor de 325/20 y se describe como el ΣΥΜΜΑΧΟΙ ΤΩΝ ΑΠΕΙΡΩΤΑΝ (’los aliados Epirotas’) en las inscripciones. La Liga unía los tres pueblos principales de Epiro –los Molosos, los Tésprotos, y los Caonios, quienes eran evidentemente los últimos en unirse; cada uno de ellos a su vez constaba de numerosos subgrupos. La constitución establecía los poderes del rey moloso dentro de unos límites bastante estrechos, tanto en lo que se refiere a su propio pueblo como en lo que respecta a la Liga Epirota. La acuñación de moneda, la concesión de la προξενíα (amistad pública hacia un extranjero), o ciudadanía y de libertad de impuestos, la concesión del derecho de asilo y otros privilegios se depositaban exclusivamente en el κοινóν (el común) de los Molosos, en la cabeza de lo que era el προστάτης, comparable a grosso modo en función y posición a los éforos de Esparta. Igualmente, era la συμμαχία (alianza) de los Epirotas y no el rey, su cabeza nominal y general, que poseía tanto el derecho a acuñar moneda y también ele derecho a conceder libertad de los derechos arancelarios, como es evidente a partir de las inscripciones Primero y ante todo, el rey moloso era, a través de una larga tradición, cabeza en tiempos de guerra, pero para declarar la guerra necesitaba el consentimiento de la asamblea militar. También actuaba como alto sacerdote y juez supremo, excepto en los casos de ofensas capitales, que eran juzgados por la asamblea militar. Pero el rey tenía derecho a celebrar tratados extranjeros y reclutar mercenarios en su propio nombre. En su Vida de Pirro, Plutarco registra que era costumbre para el rey moloso prestar un juramento anual en el templo de Zeus en Passaron –no lejos de la moderna Jannina- de que gobernaría de acuerdo con la constitución. El pueblo moloso entonces juraba a su vez que apoyaría y protegería la monarquía como establecía por la constitución. Hay indicios de que en varias ocasiones los gobernantes que violaban esas leyes eran expulsados o depuestos.

Para un hombre como Pirro, que no en nada quedaba por debajo de los otros diádocos o Alejandro el Grande en sus ambiciones, energía y deseos de gloría, este era un campo muy limitado y restrictivo en el que desarrollar su personalidad. Así Pirro pronto comenzó a impulsar su camino más allá de los estrechos límites de Epiro. Después de ocupar Corcira (¿y posiblemente Leukas?) que él había adquirido en 295 a través de su matrimonio con Lanassa, hija de Agatocles, después al año siguiente dio apoyo y ayuda a Alejandro V, hijo de su antiguo enemigo Casandro, en su intento de obtener el trono de Macedonia. En 294, como precio de su ayuda, se le dio a Pirro la región de Ambracia en el Epiro meridional, Acarnania, Amfiloquia y las regiones de Tymfea y Parauea en el país fronterizo entre Epiro y Macedonia. En esta conexión, un acuerdo especial, encarnado en un tratado parece haberse celebrado entre él y la Liga Acarnania. Con esas extensas adquisiciones de tierra Pirro había comenzado a construir los fundamentos de una base de poder personal en la forma de una monarquía personal helenística, y esto encontró un apropiado foco de atención cuando se construyó una residencia en Ambracia- fuera de su propio territorio nativo. Siendo la poligamia la típica forma matrimonial de los Diádocos, Pirro casó en 292, por tercera y cuarta vez, en rápida sucesión y para fines puramente políticos, primero con la hija del príncipe ilirio Bardylis y luego con una hija del rey Audoleon de los Peonios. De este modo pudo dar la espalda de forma segura a la frontera norte de Epiro mientras también ganaba importantes aliados para sus futuros planes, que ahora estaban directamente dirigidos a ganar para sí mismo el trono de Macedonia. Como es natural, Lanassa se sintió ofendida y dejó a Pirro para casarse con su rival más acérrimo Demetrio Poliorcetes, al que también dio Corcira como su dote. Después de años de lucha, Pirro obtuvo una victoria, a través de su propio coraje personal, sobre el general de Demetrio Panteuco en 289. Sin tener en cuenta el tratado de paz que fue celebrado a continuación, y claramente enfatizando su relación con Alejandro el Grande, cuya madre Olympia que ciertamente venía de la casa gobernante de los Molosos, Pirro logró en 287 persuadir al ejército macedonio para proclamarle rey de Macedonia. En esta calidad poco después visitó Atenas y ofreció un sacrificio a Atenea.

Pero no pudo resistir mucho tiempo contra Lisímaco, antiguo guardaespaldas de Alejandro el Grande ahora establecido en Tracia, cuyo ejército era muy superior y que estaba igualmente interesado en el trono de Macedonia y el papel de sucesor de Alejandro. En torno al año 284 ya había tenido que retirarse a Epiro, y ahora intentaba extender su reino hacia Iliria. Hacia 282/1 obtuvo Corcira de nuevo, subyugó alguna de las tribus vecinas en las fronteras del Epiro septentrional e Iliria y probablemente también ganó el control de Apolonia, la colonia fundada por Corcira en la costa adriática en 588 a.C. Tras la muerte de Lisímaco en la primavera de 281 y la de Seleuco I en el verano posterior del mismo año, Pirro vio otra buena oportunidad de afirmar sus pretensiones a Macedonia y tomó las armas contra el nuevo rey, Ptolomeo Ceraunos quien ni mucho menos estaba aún firmemente establecido sobre el trono. Pero antes de que comenzara ninguna lucha seria la embajada tarentina llegó a Pirro. La perspectiva de ganar nuevo poder y gloria en el mundo griego occidental y – si podemos creer el relato en Plutarco, que presuntamente se derivaba de Próxeno, el historiador de la corte de pirro – la futura posibilidad de ser capaz de conquistar Sicilia y quizás incluso invadir África del Norte y Cartago, como su suegro Agatocles, todo parecía así tan tentador al rey moloso que rápidamente concluyó un tratado con Ptolomeo Ceraunos. Esto colocó a Ceraunos bajo la obligación de poner tropas a disposición de Pirro en apoyo de la planeada campaña en Italia, mientras que Pirro, a su vez, renunciaba a sus pretensiones al trono macedonio. Ahora no había nada que le impidiera ir hacia el oeste, y por primera vez en su historia Roma se vio cara a cara con uno de los poderes helenísticos.

3. Pirro en Tarento. La batalla de Heraclea (280 a.C.)

La rigurosa acción del cónsul Emilio Barbula contra Tarento resultó dio lugar lo primero a la elección de un nuevo general, por nombre Agis, cuyas buenas conexiones con Roma, se esperaba, conduciría a un pacífico fin al conflicto. Pero poco después dos de las divisiones avanzadas de Pirro fondearon en el puerto de la ciudad en rápida sucesión. La primera división de 3.000 combatientes esta comandada por el más cercano confidente y consejero de Pirro, Cineas el Tesalio, mientras que el segundo era liderado por el general Milo. Cualquier otro intento de alcanzar una solución amistosa con Roma se detuvo inmediatamente y Agis fue sustituido por un hombre aceptable para el rey. Pero las negociaciones de Pirro en Macedonia y las preparaciones militares para su expedición a través del Adriático se eternizaban y el nuevo magistrado en Tarento renovó la petición de ayuda al rey, apoyado por los samnitas, lucanos y mesapios que igualmente se sentían amenazados por Roma. Su promesa, sin duda muy exagerada de proporcionar a Pirro unos 350.000 soldados y al menos 20.000 jinetes terminó con la probación de una campaña italiana por las autoridades de la Liga Epirota y el reclutamiento de un ejército federal. Esto solamente fue posible una vez que el rey hubo expuesto sus planes y objetivos ante la asamblea de la Liga. Como ya se mencionó, Pirro era verdaderamente excepcional como estratega tanto como táctico en el campo militar. Era impetuoso y temerario en la batalla, pero también era un político inmensamente prudente, hábil y –si resultara necesario- también sin escrúpulos. Al proclamar que su proyecto sería una especie de campaña panhelénica para liberar a todos los griegos en Italia meridional de una vez por todas de la amenaza perpetua del mundo bárbaro, consiguió primero y ante todo asegurar la participación esencial de las tropas de la Liga Epirota, que iban a formar el núcleo y columna vertebral de lo que era por otra parte, un ejército bastante heterogéneo. Sobre esto, logró ganar el apoyo de los otros estados helenísticos, cuyos gobernantes estaban más que contentos con que este incansable y peligroso hombre buscara una palestra para sus actividades en otra parte. Así, recibió tropas militares macedonias, y veinte elefantes de guerra indios de Ptolomeo Ceraunos. Antígono Gonatas puso a su disposición los barcos que eran indispensables para cruzar el mar y asegurar los refuerzos. Antioco I de Siria envió dinero; y una serie de monedas de oro más tarde acuñadas en Siracusa y que llevan el retrato de Berenice como Artemisa sugieren que con toda probabilidad también recibió dinero de Ptolomeo I de Egipto. En su ingeniosamente pensada campaña de propaganda en Grecia, Italia meridional y más tarde en Sicilia, Pirro hábilmente hace referencia a su descendencia desde Aquiles y de Alejandro el Grande. Asumió la actuación como su heredero e igualmente como vengador de la muerte de su tío Alejandro el Moloso que había sido asesinado en Italia meridional. 

El ejército con el que Pirro dejó Epiro en la primavera de 280 –después de consultar al oráculo de Zeus enDodona y recibir una rspuesta favorable –constaba de 22.500 soldados de infantería, incluyendo 2.000 arqueros y 500 armados con hondas, 3.000 soldados de caballería y 20 elefantes de guerra. En su núcleo estaban las tropas molosas, tesprotias y caonias combinadas, reforzadas con mercenarios de Etolia, Tesalia, Atamania, Acarnania y el resto de la Hélade. Los llamados φíλοι – los amigos del rey- comandaban las divisiones individuales y juntos formaban el consejo real de guerra, siendo a este respecto totalmente comparable a los líderes Hetairoi, los Compañeros de Alejandro el Grande. El cruce hacia Italia, hecho con ayuda de barcos tarentinos y macedonios, resultó difícil. Una fuerte tormenta dispersó la armada, de modo que, para empezar, Pirro llegó a Tarento con solo parte de su ejército. Pero incluso así fue inmediatamente elegido στρατεγóς αυτοκρατωρ –esto es, como comandante supremo, con autoridad ilimitada. Adoptó vigorosas medias para reforzar las prestaciones defensivas de la ciudad, no solo ocpando la fortaleza inmediatamente con sus propias tropas epirotas de manera que tuviera una mejor posesion de la ciudad, sino también prohibiendo todas las representaciones teatrales, cerrando la gimnasi y prohibiendo las συσσíτια, o mesas comunales, que se encontraban allí de cuerdo con la costumbre laconia: Tarento era una colonia fundada por Esparta. Reclutó a todos los hombres jóvenes de cuerpo sano para el servicio militar y pidió duros sacrificios financieros del resto de los ciudadanos. Cualquier derroche o deserción era castigada con dureza. Tuvo como objetivo incrementar la efectividad de su ejército al máximo a través de continuo entrenamiento. Cuando algunos de los aristócratas intentaron aprovecharse del malestar y el descontento que pronto surgió en Tarento al incitar al pueblo contra el rey moloso, inmediatamente fueron deportados a Epiro o ejecutado sin más alboroto. Pirro incluso llevó su influencia a soportar la ceca de la ciudad, cuya autonomía siempre había reconocido formalmente, pues junto a la imagen del jinete del delfín aparecían allí símbolos complementarios que hacían referencia al rey sobre las estáteras tarentinas: el rayo y el águila de Zeus de Dodona, una punta de lanza como símbolo de ‘la casa del poderoso Éaco con lanzas’ –como Leónidas de Tarento llama al linaje de Pirro en un epigrama-, un elefante y el yelmo de los reyes macedonios con dos cuernos de cabra, portados por Pirro y por Alejandro el Grnade antes de él.

Las noticias de la llegada del rey a Tarento causaron consternación en Roma. Los romanos solo recientemente habían logrado derrotar al ejército unido de boii y etruscos en el lago Vadimon y había conseguido por fin atar a las importantes comunidades etruscas por tratado a Roma. Ni se había demostrado fácil para Roma defenderse contra los senones que habían descendido sobre ella desde Italia septentrional en el mismo año, aunque todo había terminado muy satisfactoriamente con la anexión del ager Gallicus y la fundación de la colonia de Sena Gallica sobre el Adriático. Las duras pérdidas sufridas durante la Tercera Guerra Samnita (298-290), que había llevado finalmente a Roma y sus aliados a la supremacía en Italia central, aún era un recuerdo doloroso. El hecho era que Roma necesitaba urgentemente un largo periodo de paz en el que consolidar lo que lo que había logrado hasta aquí. Ya que la ciudad del Tíber también estaba envuelta una y otra vez en batallas con los etruscos, y que los samnitas y lucanos aún permanecían como enemigos acérrimos, Roma tuvo que llevar al límite cada músculo si iba a triunfar contra Pirro. Por tanto, se reclutaron tropas adicionales, supuestamente incluso de los proletarii –esa clase de ciudadanos sin medios que normalmente estaba exenta de impuesto o servicio militar y que solo podía ser convocada en tiempos de tumultus maximus, esto es, en casos de extrema emergencia. Las tropas romanas fueron acuarteladas en ciudades griegas aliadas como Rhegium, Thurii y Locri. La misma Roma se colocó bajo la protección de una fuerte guarnición.

 En 281/80, al contrario de una práctica normal, L. Emilio Barbula no había conducido su ejército de vuelta desde Tarento a sus cuarteles de invierno, sino que se había retirado al área alrededor de Venusia de manera que fuera capaz de mantener bajo control a samnitas y lucanos. P. Valerio Levino, uno de los dos nuevos cónsules para el año 280, marchó con otro contingente hacia el rey e intentó aislarlo de los lucanos, que le habían prometido refuerzos. Podría parecer que a primera vista ambos comandantes romanos lograron su objetivo, pues Pirro estableció un campamento entre Pandosia y Heraclea, al norte del río Siris y esperó su momento. Su ejército era superado en número por los romanos, que era una fuerza de unos 30.000, pues había dejado algunas tropas atrás para la protección de Tarento. Como los esperados refuerzos de las tribus locales y las otras ciudades griegas aún no se habían materializado, el rey tuvo que intentar ganar tiempo. Así que envió un mensajero a Valerio Levino con la sugerencia de que la disputa con Tarento debería establecerse por una corte de arbitraje neutral. Este era un procedimiento perfectamente habitual entre los estados helenísticos en esa época e incluso antes. También era un procedimiento que el mismo Pirro recomendaba en sus tratados sobre tácticas –documento que desafortunadamente desaparecido desde entonces- donde argumentaba que antes de cualquier batalla debería darse prioridad a explorar todos los medios diplomáticos posibles de alcanzar un acuerdo para evitar un baño de sangre innecesario. Pirro mantuvo este principio de negociación tanto ahora como más tarde, tras su victoria de Heraclea, aunque de hecho estaba en una posición favorable; como resultado no parece en absoluto un hombre que se desenvolviera en la aventura de la guerra, que buscara decisiones solo por la batalla –como algunas fuentes antiguas e investigaciones modernas lo tienen por igual.

 Pero el cónsul romano, que estaba en el lado opuesto del río declinó la sugerencia, aunque la aceptación habría significado la amistad y alianza con el epirota. Quizá el romano temió que el establecimiento de una corte de arbitraje de este tipo inevitablemente sería para desventaja de Roma, o quizá esperaba que se produjera un desenlace militar antes que el ejército de Pirro superara en número al suyo. También fue el cónsul romano quien abrió el ataque y ordenó a su caballería, que estaba situada en las alas, que cruzara el Siris. Esta maniobra significaba que los epirotas, que estaban establecidos junto al río, corrían el peligro de quedar atrapados en un movimiento de pinza, y se retiraron rápidamente, dejando el camino abierto para que ambas legiones cruzaran sin obstáculos. Cuando la falange griega chocó con los romanos estuvo en gran peligro durante un tiempo, aunque Pirro apareció por todas partes entre sus hombres, inspirando valor a dondequiera que fuera. Habitualmente Pirro tenía a sus elefantes en el centro actuando como una cuña, pero en esta ocasión los había dividido entre las dos alas a cada lado, y cuando las puso en acción contra la caballería romana, las legiones estaban aterrorizadas en un desacostumbrado espectáculo de la naturaleza salvaje, barritando las bestias a todo volumen, y comenzaron a huir despavoridos. El gran Anibal mismo –de quien se dice que en conversaciones con Escipión Africano había llamado a Pirro el mejor comandante después de Alejandro el Grande –repitió este concepto táctico con gran éxito en la batalla de Trebia en 218. Pirro tomó el campamento enemigo y solo la caída de la noche puso fin a la persecución del enemigo. El resto del ejército romano escapó a Venusia pero unos 7.000 hombres habían muerto y 1.800 habían caído prisioneros. A pesar de que se dice que el rey moloso había exclamado ¡Otra victoria como esta y estamos perdidos!, pues también él había perdido 4.000 soldados, entre ellos algunos de sus amigos de confianza y mejores oficiales, y reemplazarlos se demostró extremadamente difícil (la expresión ‘victoria pírrica’ se deriva de esta declaración, aunque, de hecho, es moderna). Pirro quedó impresionado por el coraje de los soldados enemigos y dio órdenes de que los muertos –supuestamente todos heridos solo en el pecho- recibieran un entierro honorable. Celebró su victoria con ofrendas votivas de armas de enemigos capturados en su templo nativo de Dodona. Una modesta tableta de bronce aún sobrevive con la inscripción votiva: El rey Pirro y los Epirotas y los Tarentinos a Zeus Naius de los romanos y sus aliados. Envió su propia armadura y las βουκéφαλα –las cabezas de las bestias sacrificadas- al templo de Atenea en Lindos en la isla de Rodas. Zeus de Tarento también recibió ricas ofrendas votivas y los tarentinos de igual modo enviaron ofrendas a Atenea para demostrar el significado de esta victoria sobre los bárbaros. Sobre las monedas tarentinas un pequeño elefante y una nike alada proclamaban la victoria que ellos habían ganado juntos.

 4. Nuevas negociaciones con Roma. La batalla en Ausculum (279 a.C.)

 El primer éxito militar de Pirro tuvo consecuencias de largo alcance, pues ahora no solo los lucanos, samnitas y bruttii, sino también las ciudades griegas, que se habían mantenido tan apartadas, declararon abiertamente su apoyo al vencedor- liderados por la ciudad de Crotona. Cuando Pirro apareció fuera de Locri los ciudadanos precipitadamente entregaron a la guarnición romana, pero Pirro inmediatamente dejó que 200 hombres fueran liberados sin pedir rescate. Rhegium, cuyos habitantes también querían unirse a Pirro, solamente podía mantenerse leal a Roma mediante el ejercicio de la fuerza bruta sobre la parte de las tropas campanas estacionadas allí y mediante el asesinato de los más influyentes de sus ciudadanos.

 Pero Pirro, como Anibal después de él, no supo cómo explotar su victoria al máximo. Su oponente, el rey Antígono Gonatas de Macedonia, se dice que había destacado en burla que, como jugador, hizo muchas buenas tiradas, pero no sabía cómo usarlas. Ahora hizo marchar a los refuerzos que había estado esperando de sus aliados hacia el noroeste a través de Lucania y Campania mientras sus tropas periódicamente saqueaban las tierras de sus aliados en route. Pero fracasó en tomar Nápoles y Capua, que Levino había sido capaz de ocupar justo a tiempo cuando huía a toda prisa. De manera que el rey avanzó a lo largo de la via Latina y a través de Fregellae hacia Roma. Su intención difícilmente podía haber sido asediar la ciudad, protegida como estaba en ese tiempo por una muralla de ciudad, y todavía menos tomar la ciudad por sorpresa, una empresa para la que su ejército apenas habría sido suficientemente grande. Parece mucho más probable que su objetivo era intentar tomar contacto con los etruscos y así forzar a Roma a una guerra en dos frentes. Mientras, no obstante, el otro cónsul, Ti. Coruncanio, había derrotado a Volsinii y Vulci, y concluyó un tratado de paz –o en cualquier caso un alto el fuego- con ellas y estaba libre para venir en socorro de Roma. Fue ahora el turno de Pirro de enfrentarse con el peligro de ser atrapado entre los dos ejércitos consulares y se retiró de Anagnia, a unos 60 kilómetros al sur de Roma, de vuelta a Tarento donde estableció sus cuarteles de invierno en otoño de 280.

 Desde aquí Pirro intentó una vez más durante los meses siguientes alcanzar un acuerdo amistoso con Roma. Los antiguos registros de esas negociaciones son contradictorios y además la tradición analística romana está engordada con innumerables anécdotas y relatos imaginarios que estaban dedicados a lanzar una luz favorable sobre Roma. No obstante, una tradición que se remonta a Livio (la fuente más fiable aquí), revela que primero de todo una legación de tres cónsules anteriores (viri consulares) vinieron hasta pirro en Tarento para negociar la liberación de los prisioneros de guerra a cambio de un rescate o en un intercambio mutuo. Eran C. Fabricio Luscino, y Q. Emilio Papo, los cónsules del año 282, y P. Cornelio Dolabella, que había ocupado ese cargo en 283. Pirro, que estaba impresionado por la personalidad de Fabricio, tomó el consejo de Cineas, y con la esperanza de alcanzar unos términos de paz aceptables, liberó a todos los prisioneros sin petición de rescate, y les envió, probablemente a finales del otoño de 280, de vuelta a Roma con Cineas. Los tesalios, cuya elocuencia era comparada por los contemporáneos a la de Demóstenes, plantearon ante el Senado los términos bajo los que podría terminar la enemistad: 1) El reconocimiento de la libertad (ελεύθερια) y autodeterminación (αυτονομíα) para Tarento y las otras ciudades griegas en Italia del sur –petición que se planteó una y otra vez (y nunca realizada correctamente) durante las luchas por el poder entre los diádocos por separado y que al mismo tiempo representaba el programa con el que Pirro había respondido a la petición de Tarento de ayuda. 2) el retorno de todas las tierras tomadas de los samnitas, lucanos y brutii a sus propietarios originales. Esto probablemente incluía las colonias romanas de Luceria (fundada en 314) y Venusia (fundada en 291). Implicaba la retirada de la totalidad de Apulia, Bruttium, Lucania y Samnio, posiblemente Campania también, y en efecto habría reducido la esfera de influencia de Roma al Lacio solamente. 3) La conclusión de una alianza, que las fuentes no desarrollan después, con el rey Pirro –no, esto es, con los Epirotas, ni con Tarento, que arroja una luz reveladora sobre la posición de Pirro.

 De acuerdo con la costumbre oriental helenística, Cineas llevó costosos regalos con él a Roma que él ofreció a los más influyentes personalidades y sus esposas y niños. Pero en la ignorancia de la tradición griega tomaron esto como un intento de soborno y rechazaron los regalos. No obstante, una mayoría en el Senado parece haberse inclinado a aceptar las indudablemente duras condiciones del rey moloso, debido a que su propia fortaleza parecía terminada. Ya que Pirro había dejado claro que buscaba la paz, sin duda esperaban que futuras negociaciones pudieran lograr algunas concesiones. Fue solamente cuando Apio Claudio Caeco, ahora casi ciego, se pronunció en contra de las propuestas de paz que el Senado las rechazó. Desde la construcción de la Vía Apia, que había recibido su nombre de él, había tenido un interés particular en Campania y el sur de Italia. Su discurso debió ser notablemente vívido y persuasivo. Todavía era frecuentemente leído en tiempos de Cicerón y era considerado como el documento más antiguo de su clase en ser conservado en los archivos romanos. A pesar de esta decisión, no obstante, Fabricio fue enviado una vez más a Pirro para negociar sobre el destino de los prisioneros de guerra, que ahora se enfrentaban a la perspectiva de ser devueltos a Pirro y vendidos como esclavos. Con un gesto generoso y característico, Pirro les liberó y declaró que no deseaba regatear sobre el precio de su libertad pero prefería enfrentar su fuerza contra Roma una vez más sobre el campo de batalla. Se dice que Cineas había considerado que el Senado era como una asamblea de reyes, pero Pirro era bastante su igual en dignidad y confianza en sí mismo.

Después de la ruptura de las negociaciones con Roma, el rey reforzó su capacidad militar y también reclutó nuevos mercenarios, la mayoría de Italia meridional. Como es natural las ciudades griegas, en nombre de cuya libertad e independencia, después de todo, estaba siendo asumida toda la campaña, estaban ahora llamados a financiar las operaciones. Tarento tenía que reducir el peso medio de sus estáteras de plata desde 7.9 a 6.5 gramos de manera que podía acuñar más moneda. El llamado Templo de los Archivos de Locri muestra cuán inmensas sumas de dinero consiguió obtener también Pirro en otros lugares, y revela también cuán ricas y florecientes eran esas ciudades. Los archivos consisten en treinta y ocho tabletas de bronce con inscripciones del templo de Zeus Olympios que una vez estuvo en Locri, y fueron encontradas en una caja de piedra en el invierno de 1958-9. Siete de las inscripciones pueden ser datadas en la época de Pirro, entre septiembre de 281 y septiembre de 275. Revelan que durante esos seis años se pagaron no menos de 11.240 talentos de plata fueron pagados procedentes del templo fondos ‘para el rey’ en forma de préstamos o impuestos. La palabra griega συντéλεια es usada, que quizá puede traducirse más bien aquí como ‘contribución hacia la causa común’. Esta suma representa aproximadamente 295 toneladas métricas de plata, una cantidad que corresponde a 45,3 millones de monedas de plata tarentinas de la época, pesando 6,5 gramos cada una, o 53,6 millones de dracmas de Pirro, que pesaban 5,5 gramos cada una. Con esta enorme suma podían pagarse a aproximadamente 20-24.000 mercenarios su acostumbrado dracma diario durante seis años. En Ausculum el ejército de Pirro ascendía a unos 40.000, pero era considerablemente más pequeño que el resto del tiempo. Los ingresos del templo se derivaban de impuestos, recaudación, diversas cuotas especiales, y ofrendas a los dioses, de la venta de trigo, cebada, vino y aceite de oliva, cultivado en las tierras del templo, de la venta de azulejos y ladrillos de la producción propia del templo, y finalmente pero no menos importante de los considerables ingresos provenientes de la prostitución del templo que era costumbre en Locri en tiempos de crisis. Locri tuvo que sacar las más altas sumas de 2.685 talentos después de la batalla de Heraclea y de 2.452 talentos en septiembre de 276 tras el retorno del rey desde Sicilia. Esas cantidades anuales también revelan que, al contrario de las declaraciones de los autores antiguos, Locri nunca cayó en manos romanas durante las guerras con Pirro y desde luego nunca se unió a Roma voluntariamente. Por supuesto puede aceptarse que Pirro recibió cantidades similares de dinero, y especialmente, entregadas más o menos voluntariamente, de otras ciudades aliadas a él, y especialmente de Tarento que estaba implicada más directamente.

 En la primavera de 279 Pirro marchó lentamente hacia el norte a través de Apulia con un ejército reforzado por sus aliados en torno a unos 40.000 hombres, tomando una serie de pequeñas ciudades en su camino. Los dos nuevos cónsules, P. Sulpicio Saverrio y P. Decio Mus, marcharon contra él para proteger las colonias de Venusia y Luceria y para impedir que el rey entrara hasta el Samnio y desde allí amenazara a la misma Roma. Los dos ejércitos, aproximadamente de igual fuerza, se encontraron cerca de Ausculum, por un puente sobre el río Aufidus crecido por las aguas de inundación. Era un país boscoso, muy inadecuado para el despliegue de la caballería, la falange griega y los elefantes. El relato de cicerón de la batalla, al igual que el de otros autores, muestra a la importante Roma atada a este conflicto, pues al cónsul P. Decio Mus se le permitió haber seguido el ejemplo de su famoso padre en 295 (y el de su abuelo en ¿340?), y haberse ‘dedicado’ a los dioses del Inframundo, preparado para morir para asegurar una victoria romana. Pero esto no puede ser cierto, pues él todavía es mencionado en otras fuentes estando vivo en 265 y los Fasti Capitolini no registran su muerte en el cargo en 279 como lo haría normalmente.

La batalla se prolongó durante dos días, pero solo tenemos relatada relativamente, si acaso contradictoriamente a veces, de los sucesos del segundo día, cuando Pirro movió su ejército antes del amanecer a la llanura abierta, que se adecuaba mejor a sus tácticas. Luego colocó su caballería en las alas junto a los samnitas y los macedonios, con los elefantes tras ellos, mientras en el centro, de derecha a izquierda, estaban las formaciones de mercenarios griegos, los epirotas, los brutti y lucanos, los tarentinos y los mercenarios ambracios e italiotas. Se enfrentaron a cuatro legiones y sus unidades auxiliares. Durante algún tiempo la batalla se mantuvo indecisa. Cuando los elefantes se enviaron primero a la lucha, se dice que fracasaron a causa de una contraofensiva por medio de carros que los romanos habían equipado con guadañas montadas sobre varas móviles. El ala izquierda griega retrocedió las alas y cuando Pirro extendió el centro para cubrir su izquierda los romanos presionaron hacia delante aquí también. El campamento del rey ya estaba siendo saqueado e incendiados por las tropas aliadas romanas. Pero finalmente el mismo Pirro, con su caballería y elefantes, rompió el frente de las legiones tercera y cuarta que estaban luchando en el centro y decidió el resultado de la batalla a su favor, aunque él mismo fue herido seriamente durante esta intervención personal. Aunque cayeron unos 6.000 romanos, el resto consiguió retirarse  a un fuerte de montaña y allí resistieron otros ataques. El rey perdió unos 3.500 hombres. Se retiró a Tarento, todo placer en su victoria eclipsada por duras pérdidas. Además recibió allí recibió malas noticias de casa. La muerte de Ptolomeo Ceraunos, que había sido muerto junto con la mayoría de su ejército a principios de 279 en una batalla contra las tribus celtas que habían descendido una vez más sobre Macedonia había sumido al país en serias luchas intestinas. Ninguno de los diversos pretendientes al trono fue capaz de afirmarse al principio. Los molosos también se sintieron progresivamente amenazados por esas hordas de bárbaros que habían forzado su camino hasta Etolia, saqueando y asesinando a su paso, pues ya no había la protección que Ptolomeo Ceraunos había dado antes a Epiro. En todo caso hubo levantamientos y disturbios y Pirro tuvo que decidir si debía retornar o no a Grecia. La tentación de hacerlo era tanto mayor por cuanto fue obligado a admitir que no había apenas ninguna posibilidad de éxito rápido en Italia a la vista de la intensificada oposición romana por una parte y a la creciente aversión a él mismo en Tarento por otra.

 5. Siracusa pide ayuda. El tratado romano-púnico contra Pirro 279/8 a.C.

 Mientras Pirro estaba dudando aún, llegaron mensajeros a Tarento desde Siracusa, ofreciendo al rey el mando supremo en la guerra contra Cartago. Este ofrecimiento era un reconocimiento pleno de la propia incompetencia y debilidad de la ciudad. De hecho, no solo Siracusa sino la Sicilia griega en general había estado en un estado de anarquía desde la muerte de Agatocles en 289. La misma Siracusa, destrozada entre el ejército y el líder civil Hicetas, había sido obligada a hacer un tratado con Cartago, por el cual ella perdía las ciudades anteriormente bajo su control. Hicetas se enfrentó pronto a una serie de tiranos –Heracleidas en Leontini, Tindarión en Tauromenion y Fintias en Acragas- y él mismo fue llevado al poder supremo en Siracusa. Fintias fue derrotado por Hicetas y varias ciudades combinadas para derrocarle. Pero poco después, en 279, después de ser derrotado por los cartagineses, Hicetas fue reemplazado por Toinón. No obstante fue incapaz de afirmarse durante mucho tiempo. En la época del ofrecimiento a Pirro, los siracusanos, resentidos por el gobierno despótico de Toinón, y ayudado por Sosístrato, el nuevo tirano de Acragas, le expulsó de la ciudad a la isla mar adentro de Ortigia. Desde esta isla con sus poderosas fortalezas, y con la ayuda de la flota que le fue dejada, Toinón causó mucho daño a los ciudadanos de Siracusa e interrumpió la totalidad de la vida política y económica de la ciudad. Al mismo tiempo los Mamertinos, los “hijos de Marte”, mercenarios campanos que habían combatido anteriormente por el tirano Agatocles y se habían establecido en Messana, en la costa noreste de Sicilia en 289, aprovecharon el tiempo y de nuevo la debilidad del estado siracusano al invadir el territorio de Siracusa, saqueando, asolando y tomando como esclavos algunos habitantes que cayeron en sus manos. Como poder principal en Sicilia, Cartago también tomó la oportunidad para hacer todo lo que pudo por medio de continuas incursiones y escaramuzas para reducir el poder de la que hasta ahora siempre había sido su más peligroso oponente en la isla. Gracias a una situación que se asemejaba a una guerra civil en Siracusa y al consecuente debilitamiento de las defensas siracusanas, Cartago podía ahora por fin lograr el objetivo que había perseguido continuadamente durante siglos –traer a toda Sicilia bajo su poder.

 La oferta siracusana le pareció extremadamente tentadora a Pirro. Como antiguo yerno de Agatocles pudo ofrecer una pretensión enteramente legítima a su reino, especialmente ya que Lanassa, la hija del tirano le había dado a su hijo Alejandro al que, por esta razón, designó más tarde como heredero a su reino de Sicilia. La posesión de esta inmensamente fértil y rica isla, cuya riqueza estaba simbolizada por la diosa madre Deméter, sin duda le pondría en una posición mucho mejor que antes para jugar un papel decisivo en la vida política de los estados helenísticos. Al mismo tiempo abrió la posibilidad de proseguir la guerra contra Roma sobre una base diferente. Si duda, también le pareció a su amplia visión y a sus nociones de largo alcance liberar a los griegos de Sicilia del perpetuo temor de los cartagineses a los que ellos menospreciaban como bárbaros, y posiblemente incluso, como Agatocles, llevar la batalla allende el mar a África. Incluso si realmente se hubieran renovado las conversaciones de paz entre Pirro y Roma después de la batalla de Ausculum, como se insinúa por algunas fuentes, ciertamente poco fiables, todas las negociaciones estaban condenadas al fracaso desde el momento en que el rey supo que Roma y Cartago estaban a punto de formar una alianza contra él.

 Tanto Roma como Cartago estaban persiguiendo fines extremadamente egoístas. Cartago vio la petición de ayuda como una amenaza a su esfuerzo por colocar toda Sicilia, Siracusa incluida por fin, bajo su control –una ambición que parecía estar tan cerca de cumplirse. No obstante, temía aún más el ansia por la acción y el genio militar del rey moloso quien, una vez desembarcado en Siracusa, tendría el apoyo, no solo de los siracusanos, sino también, sin duda gracias a su nombre, de las otras ciudades griegas de la isla, cuando marcharan contra los cartagineses a los que todos temían y odiaban. Por otra parte, Roma esperaba por fin librarse de la presión que el rey, con su gran experiencia militar y sus excepcionales habilidades tácticas y estratégicas, había estado ejerciendo durante algún tiempo sobre la ciudad y que también significaba un continuo peligro adicional de batalla renovada con los etruscos y los samnitas, cuyas simpatías estaban inequívocamente del lado de Pirro. Pero era Cartago quien tomó la iniciativa. Ya en otoño de 279 una flota de 120 barcos de guerra de Cartago arribaron a Ostia, puerto de Roma en la desembocadura del Tíber, y su comandante Magón, ofreció al senado ayuda militar. La oferta fue cortésmente rechazada, pero luego se firmó un nuevo tratado después de todo, conservando los términos, celebrados anteriormente de común acuerdo, del llamado tratado de Filino de 306 – que Polibio incorrectamente representa como una fabricación antirromana del historiador griego Filino, que vivió en Acragas en la segunda mitad del siglo III a.C. Este nuevo tratado  fue el cuarto, en la larga historia de las relaciones romano-púnicas, que comenzó en 508/7. El texto, que debe entenderse, es cierto, más como un contrato preliminar, está conservado en Polibio, pero tanto una interpretación de la primera parte como una exacta traducción presentan dificultades, pues el historiador, escribiendo en griego, ha intentado evidentemente dar una traducción tan literal como posible del texto, que originalmente estaba escrito en latín anticuado y en lenguaje púnico. Ambas partes se comprometían darse mutua asistencia militar, por medio del cual Cartago iba a proporcionar barcos de transporte en ambas direcciones para las tropas de ambos poderes siempre que fuera necesario. Cada estado, era, no obstante, responsable del pago de sus propios soldados. Ya que los romanos, en esta época, aún no poseían una extensa y efectiva flota de guerra, los cartagineses prometieron a Roma un activo apoyo en el mar, con la condición expresa, no obstante, de que los marineros cartagineses no serían forzados a luchar contra sus voluntad. Las especificaciones individuales dejaron claro que debía haber sido una alianza contra Pirro y no un tratado general. La situación histórica también descarta virtualmente la interpretación mantenida por algunos de que las palabras introductorias se refieren a u posible acuerdo o incluso a un tratado de paz separado entre Pirro y, o bien Roma, o bien Cartago. 

El acuerdo era especialmente ventajoso para Roma, pues con la ayuda de la flota cartaginesa estaba en una posición muy superior para atacar y bloquear a Tarento desde el mar –por tierra el rey era más fuerte. También parece posible de este modo que se podría impedir que los refuerzos llegaran desde Grecia, o en cualquier caso que su viaje podría hacerse extremadamente peligroso. Por otra parte, Roma no podía comprometerse de ningún modo a dar apoyo masivo contra los griegos en Sicilia, sin duda en parte, esto estaba fuera de consideración para las ciudades griegas en la Italia meridional, algunas de las cuales eran amistosas hacia Roma. Cartago creía que  el tratado impediría que Roma hiciera la paz con Pirro, haciendo, de este modo, inseguro para el rey dejar Italia y así manteniéndolo bien lejos de Sicilia y Siracusa. Para el rey moloso el tratado significaba un fuerte cambio en la fuerzas relativas de los combatientes en Italia en su propia desventaja, pues desde ahora en adelante tuvo que tener en cuenta no solo las tropas italianas bajo el mando de Roma, sino también con la flota cartaginesa y posiblemente incluso con tropas terrestres cartaginesas también. Pero por otra parte, la conquista de Siracusa por los cartagineses virtualmente significaría el colapso de toda su política hasta el momento, que había anunciado la liberación de los griegos de la amenaza bárbara como su objetivo principal, y esto sería seguro que tendría un efecto extremadamente negativo sobre su reputación tanto en Italia como en la misma Grecia. Así que Pirro, no de mala gana, volvió su atención hacia Sicilia, la posesión de la cual parecía facilitar mayores posibilidades de futuro para sus ambiciones que Italia.

 6. Pirro en Sicilia.

 Así, en primavera de 278, después de otro combate indeciso en Apulia –fue en esta época cuando se supone que Pirro  había escapado por poco de ser asesinado por su medico personal, gracias a una magnánima advertencia del cónsul C. Fabricio –el rey comenzó a hacer los preparativos necesarios para cruzar a Sicilia. Parece que Roma esperaba una decisión de esta naturaleza, pues en esta época, y evidentemente muy poco tiempo después de la ratificación del tratado de asistencia mutua, los cartagineses transportaron 500 soldados romanos en sus barcos a Rhegium. Pero el intento de tomar la ciudad en un ataque sorpresa y por tanto ganar el control de los estratégicamente importantes estrechos entre Sicilia y la punta meridional de Italia falló, aunque mostró que era posible convencer a los mamertinos en Messana de una alianza con Cartago. No mucho después la flota púnica de unos 130 barcos, bajo el mando del almirante Magón, apareció en Siracusa y bloqueó el gran puerto. El grito de ayuda de los siracusanos llegó a ser más insistente que nunca y el rey fue obligado a entrar en acción. Una vez más envió primero a su fiel amigo Cineas a negociar por adelantado con las ciudades griegas en la isla y así preparar a fondo el terreno por medios diplomáticos antes de su propia llegada. Entonces, en el verano de 278, él mismo partió para Sicilia con un ejército relativamente modesto de solo 8.000 soldados de infantería y un pequeño número de jinetes y elefantes, dejando una nutrida guarnición tras él en Tarento bajo el mando del general de confianza Milo. Otras tropas epirotas permanecieron estacionadas en varios lugares aliados suyos, como protección contra los romanos y contra el peligro de traición, aunque no pudieron impedir que los dos nuevos cónsules, C. Fabricio Luscino y Q. Emilio Papo ganaran de nuevo, en el transcurso del año, a alguno de los pueblos y ciudades que previamente se habían pasado a Pirro. En Roma en el invierno de ese mismo año, celebraron un triunfo sobre los lucanos, samnitas, tarentinos y bruttii, que demuestra que sus éxitos deben haber sido considerables.

 En su viaje con las tropas expedicionarias hacia el sur desde Tarento junto a la costa, Pirro desembarcó primero en Locri, que todavía tenía que proporcionar un fuerte respaldo financiero. Luego, cruzó a Tauromenium en Sicilia. Tindarión, su tirano, estaba deseando unirse a él y colocar su ejército bajo el mando del rey. Cuando desembarcó en Catana, Pirro fue saludado jubilosamente como el largamente esperado libertador y honrado con coronas de oro. No solo esto, sino que también recibió refuerzos en forma de levas ciudadanas. Entonces, el ejército partió por tierra hacia Siracusa, la flota de unas 60 naves, la mayor parte tarentinas, navegando listas para la acción a lo largo de la costa y cubriendo el avance de las tropas de tierra. Cuando el rey se aproximaba a Siracusa el almirante púnico apresuradamente levantó el bloqueo, pues aunque tenía unos 100-130 barcos a su disposición, estaba en peligro de ser cogido entre los 140 barcos siracusanos que estaban en el puerto y la flota de Pirro en el mar. El ejército cartaginés también levantó el asedio y se batió en una retirada apresurada. Así, Pirro fue capaz de entrar en Siracusa triunfante en medio de los aplausos de los griegos, y la ciudad fue formalmente entregada a él por Sosístrato. Toinón entonces igualmente entregó Ortygia, y la flota, un refuerzo bienvenido. De este modo, las hábiles negociaciones de Pirro incluso consiguieron reconciliar –quizá bajo amenaza- a los dos antiguos gobernantes antagónicos de la ciudad. Las otras ciudades griegas en Sicilia, esperanzadas en un cercano y definitivo final de la siempre presente amenaza púnica, enviaron todas mensajeros a Siracusa anunciando su deseo de apoyar a Pirro y subordinarse a él. Entre ellos, por ejemplo, estaba Heracleidas, el tirano de Leontinos, que envió a Pirro un ejército de 4.000 soldados de infantería y 500 jinetes. Muy pronto el rey moloso tuvo a asu disposición un ejército de unos 30.000 hombres y 2.500 caballos y los cartagineses se retirarona sus dominios originales, su epikratia, en el oeste de la isla.

 En primavera de 277, Pirro marchó via Enna, que por su propia voluntad había forzado a su guarnición púnica a retirarse hacia Acragas. Aquí, el tirano Sosístrato, que había tomado parte en la invitación a Pirro para venir a Siracusa, se unió al rey, supuestamente con otras 30 ciudades dentro de su territorio, y reforzó al ejército del rey mediante una ejército de 8.000 soldados de a pie y 800 jinetes. En una marcha triunfal, Heraclea Minoa, Azonae, Selinunte, Halicyae, Segesta y las otras ciudades del interior, tanto grandes como pequeñas, cayeron en manos de Pirro unas tras otras en rápida sucesión. Incluso el inaccesible y fuertemente fortificado bastión montañoso sobre el monte Eryx en la costa noroccidental fue asediado y tomado. Se llevaron a cabo esplendidas celebraciones de la victoria y competiciones en honor a Heracles, que había sido reverenciado aquí desde los tiempos antiguos y que era tenido, por supuesto, por el ancestro de la línea Eácida. Después de sus primeros éxitos, si no antes, Pirro –que al principio aparece teniendo solo una posición hegemónica en Sicilia- parece haber sido proclamado rey -βασιλεύς- de acuerdo a la costumbre griega por las tropas siciliotas1 y así fue confirmado como legítimo sucesor de Agatocles. Otros relatos, no obstantes, sugieren que fue a su llegada a Siracusa cuando fue saludado con este honorable título, que estaba atado a la persona y no a un territorio particular. Sea como fuere, designó a Alejandro, su hijo habido de Lanassa, como heredero a su reino siciliano, mientras que Heleno le sucedería en sus dominios en Italia –lo que sea que se entienda por esto- y Ptolomeo en el de Epiro.

 Cuando Panormus también cayó y los mamertitos hubieron sufrido varias derrotas serias en el noreste de la isla, a los cartagineses solo les quedaba el importante puerto de Lilybaeum (Lilibeo) en la costa oeste bajo su control. Ya que tenían razones para temer perder incluso este último bastión y con él cualquier vestigio o influencia que tuvieran en la isla, ofrecieron a Pirro conversaciones de paz. Se declararon dispuestos a pagar una enorme indemnización de guerra y –a pesar del tratado con Roma- poner barcos a disposición del rey para posteriores operaciones. Esto implicaba que esperaban –de hecho incluso lo imaginaban- que el rey retornaría a Italia. Al principio, de hecho, Pirro estaba dispuesto a aceptar lo que parecía ser una oferta favorable, pues la situación en Italia ciertamente no se desarrollaba a su favor durante 277. El cónsul C. Cornelio Rufino había conquistado Crotona, por tanto perdida ahora para la causa de Pirro, aunque al contrario de la tradición literaria posterior las inscripciones recientemente encontradas de los archivos del templo muestran que Locri había sido capaz de resistir. Pero Caulonia había caído en manos del enemigos, y los samnitas, lucanos y brutii habían sufrido repetidas derrotas como es evidente a partir de los registros de desfiles triunfales celebrados en Roma en 277 y 276. El entusiasmo por la causa de Pirro y  la disposición a apoyar a un rey que luchaba en Sicilia –esto es, relativamente lejos- estaba disminuyendo constantemente. Pero el consejo real convocado por Pirro, que incluía no solo sus confidentes de confianza sino también representantes de las ciudades sicilianas individuales, decidieron después de un interminable debate rechazar el ofrecimiento de paz púnico. Todas las ciudades de Sicilia debían ser liberadas; de otro modo todo el esfuerzo y el sacrificio habría sido en vano. Todas y cada una de las bases cartaginesas sobre la isla eran un potencial punto de partida para futuros nuevos conflictos.

 Pero el decidido asedio de Lilybaeum que se inició ahora tuvo que ser suspendido después de dos meses sin resultado. Fue virtualmente imposible tomar la ciudad desde el lado de tierra, y había pocas esperanzas de llevar a cabo un bloqueo marítimo con éxito –la flota de Pirro no era lo suficientemente grande. Por esta razón puso sus esperanzas en una campaña en África. Como Agatocles, quiso transportar la guerra en una flota recientemente construida a través del mar al hogar del enemigo y forzar a una decisión definitiva. Pero intentó poner sus planes en práctica con característica impaciencia y esto muy pronto llevó a un serio conflicto con sus aliados. Pues no solo comenzó –como Agatocles y como otros gobernantes helenísticos de su tiempo- a exigirles impuestos como si fueran sus súbditos, sino que pedía también el suministro de remeros y marineros para su nueva flota y el dinero con el que pagarles. No es sorprendente que las ciudades estuvieran incluso más enfurecidas respecto a su invasión sobre su propia autonomía, especialmente cuando interfirió con su jurisdicción y asumió él mismo la dirección de casos individuales en los que tenía un interés particular. También confiscó como tierras reales propiedades que una vez habían pertenecido a Agatocles, desposeyendo a los actuales propietarios y haciendo regalos de vastas extensiones de tierra a sus amigos y seguidores. Por tanto estos a su vez, adquirieron una influencia substancial en las ciudades y esos epirotas, que  habían ascendido tan súbitamente en rango y riqueza, tendieron frecuentemente a despreciar a la población local que de hecho era culturalmente muy superior. De este modo se desarrollo un cuerpo de fuerte oposición, especialmente en Siracusa, similar al que había crecido en Tarento –una oposición que no tendría miedo de renovar los lazos rotos con Cartago y traicionar la causa griega, como tantas otras veces, para sus propios fines particulares. Esto llevó a Pirro a tomar una vigorosa iniciativa. Toinón y otros siracusanos sospechosos de conspirar con el enemigo fueron ejecutados. Sosístrato logró escapar a tiempo pero por sus acciones el rey perdió a uno de sus más valiosos aliados, que gobernaba no solo sobre Acragas sino también sobre una extensa área del resto de la isla. Las medidas de Pirro, no impidieron, no obstante, que algunas de las ciudades se unieran abiertamente a los mamertinos y otras a los cartagineses, y estos últimos, sin obstáculos por parte de Pirro, procedieron a traer un poderoso nuevo ejército sobre Sicilia, porque ahora no podían esperar para revertir los reveses que habían sufrido hasta ahora. La situación empeoró cuando llegaron a Siracusa los emisarios de los samnitas, lucanos y brutii pidiendo urgentemente a Pirro que volviera tan pronto como fuera posible a Italia, pues Roma había incrementado la presión sobre esas tribus aún más y veían en Pirro su única esperanza de cambiar la situación. Pirro también tenía motivos para temer que su enlace terrestre con Tarento, que llevaba a través de Bruttium, podía ser cortado y que todos sus planes se colapsarían como un castillo de naipes si el Samnio y Lucania cayeran en manos romanas. Su decisión de abandonar la expedición siciliana y volver a Tarento, fue lo más fácil, ya que fue obligado a admitir que la causa siciliana estaba casi perdida –un resultado para el que él mismo, desde luego,  no estaba libre de culpa.

 Notas:

1. Siciliotas: Habitantes griegos de Sicilia en contraposición a las poblaciones autóctonas de sículos, sicanos y élimos.

 7. Pirro retorna a Italia. La batalla de Beneventum 275 a.C.

Plutarco recuerda a Pirro diciendo que dejaba la isla tras él como un terreno libre para los romanos y cartagineses, cuando zarpó de Siracusa a finales del verano de 276, con 110 barcos de guerra y numerosas naves de carga. Pero cuando navegaba hacia el norte a lo largo de la costa siciliana fue sorprendido por una flota púnica no lejos de Rhegium y sufrió duras pérdidas. En torno a 70 de sus barcos de guerra fueron hundidos y muchos otros muy dañados. Solamente una docena escaparon indemnes. A pesar de que los cartagineses no habían logrado su objetivo real, la destrucción del ejército entero de Pirro, pues la flota de naves de transportes fue capaz de escapar y desembarcar sin problemas en Locri. Desde Locri, Pirro fue a Rhegium, pero fue incapaz de tomar la ciudad debido a la fuerte resistencia ofrecida allí por la guarnición campana, que estaba mando el mando romano y reforzada por mamertinos de Messana. Cuando se estaba retirando de la ciudad sufrió una emboscada por los mamertinos y sufrió fuertes pérdidas adicionales. Su ejército solamente escapó de esta precaria situación con la ayuda de la intervención personal del rey mismo que, en combate singular, supuestamente cortó a un oponente en dos con un único golpe de su espada. Finalmente llegó de vuelta a Locri con 20.000 hombres y 3.000 jinetes –incluso entonces un ejército considerable- y una vez más exigió una suma particularmente alta en impuestos de la ciudad para cubrir sus pérdidas y reclutar nuevos mercenarios. No contento con esto, también confiscó los tesoros del templo de Perséfone en Locri, para gran indignación de los griegos. La mayoría de ellos los devolvió de nuevo, no obstante, cuando los barcos que llevaban el botín a Tarento se encontró con una fuerte tormenta, que él tomó por un mal presagio. No sabemos con certeza si Pirro volvió también ahora una vez más a Grecia, y en particular a Antígono Gonatas de Macedonia y Antíoco I de Siria, con una súplica o incluso una demanda para un futuro apoyo. Los samnitas y lucanos cansados después de tres años de duras pérdidas en su guerra contra Roma, mostraron poca inclinación a continuar apoyando al rey sin reservas. Pero por otra parte, los cónsules del año 275 encontraron igualmente difícil movilizar un nuevo ejército, tanto más cuanto Roma había sido visitada en 276 por un brote de peste que se había cobrado un alto precio de vidas. Livio informa de un descenso en el número de ciudadanos desde 287.222 en el año 280 a solo 271.224 en 275. El cónsul M. Curio Dentato amenazó a cualquier ciudadano que buscara evadir el servicio militar con la venta de su persona en esclavitud y la libre disposición de todas sus propiedades, la primera vez que tal amenaza había sido emitida jamás y una segura indicación de cuán agotados estaban también los romanos de la guerra.

En la primavera de 275 ambos cónsules movieron sus ejércitos a posiciones estratégicas para impedir a Pirro avanzar hacia Roma una vez más. L. Cornelio Léntulo se estacionó en Lucania para interceptar a Pirro en esta temprana etapa si fuera posible, o bien aislarlo de sus líneas de comunicación en el caso de un ataque sobre Roma. M. Curio mientras tanto ocupaba los pasos cerca de la ciudad de Malventum, que más tarde en 268, se convirtió en colonia romana con derecho latino y fue rebautizada Beneventum. Su objetivo era entorpecer a Pirro en su avance hacia Capua y Roma. Pirro ordenó a una división proteger su flanco sur contra Léntulo, y él mismo marchó contra M. Curio. Por primera vez su ejército fue seriamente sobrepasado en número por los romanos, así que intentó ganar una ventaja táctica al encontrar una altura favorable desde la que pudiera hacer un ataque sorpresa sobre el campamento enemigo. Pero sus tropas epirotas, poco familiarizadas con el terreno se perdieron durante un avance nocturno a la posición planeada para atacar y fueron rechazadas con relativa facilidad  a la mañana siguiente por los romanos, que habían estado observando su aproximación. En la consiguiente batalla sobre la llanura los exhaustos griegos se vinieron abajo ante la avalancha de las legiones y los romanos lograron aterrar tanto a los elefantes del rey con flechas ardientes que huyeron en estampida y cargaron hacia sus propias filas. Ocho de los animales fueron capturados y mostrados en Roma por primera vez en 272, en el desfile triunfal de Curio. Los romanos también capturaron el campamento de Pirro, dando así a sus oficiales la primera oportunidad de ver por sí mismos cómo lograban los griegos empresas de este tipo. Más tarde, cuando fue censor, M. Curio construyó el segundo gran acueducto de Roma, el Anio Vetus, con  parte del botín que fue capturado aquí y asignado a él como comandante.


8. Retorno a Epiro. Muerte de Pirro, 272 a.C.

Pirro estaba ahora en peligro de ser atrapado entre los ejércitos de los dos cónsules y se retiró a toda velocidad a Tarento tras su derrota. No hay cifras fiables para sus pérdidas –más tarde fuentes romanas las exageraron desvergonzadamente- pero en cualquier caso eran suficientemente altas para él como para decidir la vuelta a Epiro, y en el otoño de 275 zarpó hacia Grecia con solo 8.000 soldados y 500 jinetes. Dejó a su hijo Heleno y a su general Milo atrás en Tarento con un contingente relativamente fuerte de tropas para demostrar que de ningún modo había abandonado sus planes italianos y continuaría interviniendo en nombre de la libertad de las ciudades griegas y especialmente de Tarento. Pero en realidad había sido derrotado por un oponente más fuerte, y él lo sabía.

 Es cierto que Pirro reconquistó el título de rey de Macedonia en 274, en apenas unos meses de su vuelta, en una batalla contra Antígono Gonatas. Ya engalanado con la insignia de su cargo, fue capaz, a través del continuo magnetismo de su personalidad, de atraer a la falange macedonia a su lado durante una batalla en los desfiladeros de el Aous, cerca de la actual Tepelene, en Albania. Pero incluso este éxito no le colocó en posición de volver a Italia, y además, su reputación en Macedonia, al principio, inmensamente alta, se redujo muy rápidamente cuando dejó a sus propias tropas que ocuparan en Macedonia las ciudades y permitiera a sus mercenarios celtas saquear las tumbas de los reyes macedonios en Aegae. Estas tumbas fueron redescubiertas en 1976 cerca del palacio helenístico de Vergina, no lejos del sur de Beroea en las estribaciones del Olimpo. En el invierno de 274/3 convocó a su hijo Heleno de vuelta de Tarento, aunque Milo se mantuvo por el momento. Persiguiendo sin descanso un nuevo plan tras otro, apareció con un ejército en el Peloponeso en la primavera siguiente de 272, con la excusa de que su general Cleónimo, hijo del rey espartano Cleómenes II, deseaba ser restablecido en sus derechos ancestrales en Laconia. Al mismo tiempo anunció su deseo de liberar a toda Grecia de la dominación de Antígono Gonatas –un mensaje que era, por supuesto, demasiado transparente como para engañar a nadie, aunque los etolios hicieron una alianza con él. Pero fracasó un ataque sobre Esparta, con considerables pérdidas, y su propio hijo Ptolomeo se encontraba entre los muertos. A finales del otoño de 272, después de unas pocas escaramuzas en Laconia, Pirro marchó a Argos, donde Antígono había aparecido con un ejército. Gracias a la ayuda secreta de un amigo, un ciudadano de Argos, e ignorando la neutralidad de la ciudad, Pirro se abrió paso en la ciudad –a pesar de unos augurios sacrificatorios desfavorables. Pero en la lucha callejera que siguió fue herido mortalmente por una teja arrojada por una mujer desde el tejado de su casa, cuando lo vio amenazar a su hijo –un ignominioso fin para tan famoso hombre. Su cuerpo fue quemado por los vencedores y más tarde fue erigido un monumento en el lugar, con las armas del rey y las imágenes de sus elefantes. Los registros son contradictorios en cuanto a si sus restos mortales fueron llevados al templo de Deméter en Argos o enterrados en el Pyrrheum en Ambracia donde había construido su residencia.

Influenciado sin duda por las noticias de la muerte del rey moloso, Tarento se sometió poco después (en 272) a Roma y fue incluido entre los aliados navales (socii navales). A Milo y a los epirotas le fueron concedidos salvoconductos. Los largos años de guerra con Pirro, y sus fuertes perdidas, no obstante, continuaron determinando la política romana hacia los otros poderes helenísticos y especialmente hacia Filipo V de Macedonia, a largo plazo. 

La derrota final del Samnio y Lucania estuvo señalada por la fundación de colonias en Paestum (273 a.C.), Beneventum (268) y Aesernia (263). Hacia 264 la conquista romana de la Italia peninsular fue completa.


BIBLIOGRAFÍA:

FRANKE, P.R.: Pyrrhus. Capítulo 10 del Volumen VII, parte II de la Cambridge Ancient History. Cambridge University Press, 2008.

sábado, 28 de marzo de 2015

Los Primeros Reinos de Taifas en Al-Andalus (1031-1110) (II): Las Taifas del Sur de al-Andalus




1. Las Taifas Hammūdíes: Málaga y Algeciras


Málaga y Algeciras fueron sede de dos taifas paralelas, pues iniciaron juntas de la mano de los Hammūdíes, los cuales, llegaron a ocupar el Califato de córdoba, iniciándose su poder en el año 1013, cuando el entonces Califa de Córdoba Sulaymān al-Musta'īn nombró a al-Qāsim b. Hammūd gobernador o valí de Tánger y Arcila y a su hermano  ‛Alī b. Hammūd  de Ceuta; éste último se alzó en aquella plaza, al comenzar el año 1016 y marchó contra Córdoba, donde entró victorioso el 1 de julio, apoyado por eslavos y beréberes, para atacar al Califa al-Musta'īn, en presunta venganza por Hišām II; Alī b. Hammūd, tras asesinar a al-Musta'īn y no hallar a Hišām II, se hizo proclamar Califa a su vez. Así en 1016, una nueva dinastía, la Hammudí, sustituyó a la centenaria Omeya.



Los Hammūdíes se decían descendientes de los Idrīsíes, fundadores de un reino en Fez en el siglo VIII, y que procedías de ‛Alī, yerno del profeta Muhammad, aunque a esas alturas del siglo XI se hallaban muy berberizados. Habían entrado desde finales del siglo X en la órbita de la intervención cordobesa en el Magreb.

Cuando pasó desde Ceuta a la Península para ir contra el Califa al-Musta'īn, ‛Alī b. Hammūd comenzó por tomar Málaga, que se convirtió en la base de operaciones hammūdí y, después, junto a Algeciras, en reducto final. Instalado ‛Alī b. Hammūd en Córdoba como Califa, tomó el título de al-Nāsir li-Dīn Allāh, pretextando tener una carta de Hišām II nombrándole su heredero; a pesar de esto, de sus ornatos familiares y del apoyo beréber, ‛Alī fue asesinado el 21 de marzo de 1018, en conjura ejecutada por sus propios servidores. Aunque había designado sucesor a su hijo Yahyà, los cordobeses prefirieron a su hermano al-Qāsim b. Hammūd, que tomó el título oficial de al-Ma’mūn, hasta entonces gobernador de Sevilla. La opción califal legitimista Omeya, que entretanto había alzado como Califa a al-Murtadà, fracasó poco tiempo después. Pero tampoco al-Qāsim b. Hammūd duró mucho tiempo: su sobrino Yahyà se revolvió contra él, cruzando el Estrecho con tropas y desde Málaga, yendo contra Córdoba, de donde huyó al-Qasim, el cual, refugiado en Sevilla, siguió titulándose Califa, entretanto su  sobrino Yahyà también se adornaba con igual título en Córdoba, desde el 12 de agosto de 1021, aunque solo dieciocho meses pudo mantenerse Yahyà en Córdoba, adonde acabó por volver al-Qāsim b. Hammūd (febrero de 1023), retirándose aquel a Málaga. El segundo reinado de al-Qasim como Califa solo duró hasta finales de octubre de 1023 cuando los cordobeses expulsaron a los Hammudíes, y ya casi para siempre. Sevilla y su cadí Ibn Abbād ya no acogieron a al-Qāsim, quien refugiándose en Jerez, fue asediado y acabó por caer preso de su sobrino Yahyà, a principios de 1024, quien lo encerró en una prisión de Málaga. Éste, por su parte aún volvió a ser Califa de Córdoba en 1025, para regresar definitivamente a su taifa malagueña en febrero-marzo de 1026. Así, en Málaga y Algeciras se concentró, desde entonces el poder hammūdí para ser, pese a los grandes títulos que aún conservaron, una o dos taifas más.

a) La taifa hammūdí de Málaga

Málaga fue la sede, desde 1026, de Yahyà b. ‛Alī b. Hammūd, titulado oficialmente al-Mu‛talī, que desde esa fecha se retiró para siempre del Califato de Córdoba, para mantenerse en las para él más seguras bases costeras. Continuó titulándose Califa y pretendiendo la supremacía, al menos, de las taifas beréberes, querellándose por ello con la taifa de Carmona, a cuyo régulo desplazó, yendo éste a refugiarse en Sevilla, hacia donde se dirigió entonces el ataque de los Hammūdíes; al-Mu‛talī murió ante los muros de Sevilla, en 1035. Como cabeza del "partido beréber", los Hammūdíes tuvieron enfrente a los "andalusíes" capitaneados por Sevilla. Un pariente del propio régulo de Carmona, plaza en entredicho en este ataque de 1035, contó al historiador Ibn Hayyān la enconada lucha entonces, en el mes de muharram 427/noviembre-diciembre 1035, y la muerte del Califa hammūdí.

Aunque Yahyà había nombrado heredero suyo a su hijo Hasan, diversas circunstancias manejadas por los cortesanos Naŷā Abu Ŷa‛far Ahmad b. Baqānna, dieron la primacía a un hermano del Califa difunto, llamado Idrīs I b. ‛Alī b. Hammūd al-Muta’ayyad, que estaba en Ceuta y que parece haber sido el primer designado por su hermano para sucederle. De todos modos, se presentó en Málaga, y allí fue proclamado, no solo por los malagueños, sino por los taifas de Granada y Almería, en dū l-hiŷŷa 427/octubre 1036. Unos cuatro meses antes, y seguramente al poco de llegar a Málaga, había tomado represalias contra su tío al-Qāsim, ordenando darle muerte en la prisión donde se hallaba. Se alaba su energía y sus dotes de gobierno, su generosidad y buen criterio, la prosperidad lograda hasta su muerte, el 16 muharram 431/8 octubre 1039. 

Como había accedido Idrīs I al Califato relegando a su sobrino Hasan, debió verse obligado a proclamarle sucesor, pero al morir, para Ibn Baqanna, que había gozado de la privanza de Idrīs I, ejerciendo los cargos de ministro de su gobierno y jefe de su secretaría cancilleresca durante todo su reinado, el advenimiento del príncipe Hasan implicaba su inmediata caída, ya que el presunto heredero estaba mediatizado por el eslavo Abu'-Fawz Naŷā’, enemigo personal de Abu Ŷa‛far y que, como éste, ambicionaba el poder. Por ello, Abu Ŷa‛far se apresuraría a dar un golpe de estado, proclamando al hijo del difunto, Yahyà II al-Qā’im, el mismo 8 de octubre de 1039, que fue reconocido por Málaga y las taifas habituales. Hasan se encontraba en Ceuta, apéndice todavía de los dominios hammūdíes, y allí fue proclamado Califa también, cruzando rápidamente a la Península y haciéndose reconocer por los malagueños, en ŷumādà II 431/febrero-marzo 1040. Su primo Yahyà II había reinado menos de cuatro meses.

Al nuevo Califa Hasan al-Muntasir le reconoció también Granada y las taifas de su partido. A pesar de su antipatía por él, nombró visir Abu Ŷa‛far, pero lo mató el 24 de mayo de 1042, y, a instancias de Naŷā’, habría designado en el puesto de aquel al mercader al-Satīfī, quien al morir Hasan al-Muntasir sin dejar hijos, en ŷumādà I 434/diciembre 1042 metió en prisión a su hermano Idris al tiempo que llamaba a Naŷā’, quien se alzó en Ceuta y pasó el estrecho con un ejército beréber con el propósito de conquistar para sí los pequeños reinos hammūdíes: Algeciras y Málaga, pero solamente pudo hacerse con éste último reino.

La usurpación de al-Naŷā terminó con su muerte violenta: hizo una expedición a Algeciras con el objetivo de capturar a Muhammad y Hasan, hijos del Califa al-Qasim b. Hammud, que se habían independizado de Málaga, a la muerte de Idris I, o acaso antes, a la muerte de Yahyà I. Al fracasar en sus planes, volvió a Málaga; uno de los esclavos del padre de los príncipes de Algeciras penetró una noche en la tienda de  Naŷā’ y lo asesinó, cortàndole la cabeza, y con ella clavada en una pica recorrió la región. Entonces el pueblo se rebeló contra al-Satifi y lo mató y lo crucificó. Mientras, Idris fue sacado de su prisión y entronizado con el nombre de Idris II b. Yahyà I, titulado al-‛Alī que posiblemente consiguió el Califato ya en enero de 1043; su primer reinado duró cinco años, recibiendo el acatamiento de todos, y sobre todo, el del régulo granadino Bādīs, todo lo cual se le retiró, en cambio, a su sucesor, el usurpador Muhammad b. Idrīs b. ‛Alī, titulado también al-Mahdī, como el hammūdí de la taifa de Algeciras, a quien trasladaron su reconocimiento las taifas de Granada, Carmona, Morón y Arcos; al-Mahdī de Málaga usurpó su trono malagueño en febrero de 1047, manifestando una berberofobía que le dejó sin partidarios, mientras el usurpado, Idris II al-‛Alī, refugiado en Bobastro, pretendía en vano ayuda del régulo de Ceuta, Suqūt.

En 1053 el Califa hammūdí al-Mahdī de Málaga fue envenenado; le sucedió su débil sobrino Idrīs III b. Yahyà II b. Idrīs b. b. ‛Alī, que se tituló al-Sāmī, el cual fue capturado pocos meses después y conducido a Ceuta, donde Suqūt le asesinó. El antes depuesto Califa Idris II al-‛Alī volvió a ser Califa de Málaga, en 1053, llevando además el título de al-Zāfir; a su muerte en 1054 ó 1055, le sucedió primero su hijo Muhammad II al-Musta‛lī y, enseguida, su otro hijo, menor de edad, Yahyà III al-Mahdī; todo ellos sucedió ya en fechas imprecisas, desde 1053, hasta que, en 448 ó 449/1056-1058, Bādīs de Granada, ante el intentó de ocupación de Málaga por Sevilla, se la anexionó, sin resistencia. Ese último Califa hammūdí Yahyà III se refugió en Almería, y luego en Córdoba. Málaga siguió desde entonces los derroteros de la taifa granadina, aunque llegara a independizarse de ella bajo el mando del príncipe granadino Tamīm b. Buluggīn b. Bādīs (1073-1090) y terminara conquistada por los Almorávides, en 1090.

b) La taifa hammūdí de Algeciras

Algeciras, que era clave esencial entonces en la relación marítima entre ambas orillas del Estrecho, resultó ocupada por los Hammudíes, como no podía ser menos. El desgajamiento de Algeciras como taifa independiente ocurrió en 427/1035 o cuatro años después, no está del todo claro, cuando allí se independizó un hijo del que fuera Califa de Córdoba, al-Qāsim b. Hammūd, siempre relegados él y sus descendients, por la otra rama familiar. Este hijo se llamaba muhammad y llegó a proclamarse Califa y a titularse al-Mahdī, igual que su pariente Muhammad b. Idrīs al-Mahdī de Málaga, a quien retiraron su reconocimiento los régulos de Granada, Carmona, Morón y Arcos, para pasarse al bando del nuevo Califa de la taifa de Algeciras.

Muhammad b. al-Qāsim de Algeciras murió en 1048/49, siendo sucedido por su hijo al-Qāsim II, según convinieron los poderosos jeques de los beréberes. Este segundo régulo independiente de la taifa de Algeciras se tituló al-Wātiq, pero sus monedas conocidas, entre los años 1051 a 1055, siguen amparándose en el nombre y título califal de su padre, por lo cual podría pensarse que al-Wātiq, aunque señor de Algeciras, no llegó a proclamarse Califa. En 1054/55 perdió además el apoyo de los régulos beréberes de las taifas que le seguían y en tales circunstancias tuvo que entregar Algeciras a al-Mu‛tadid de Sevilla, cayendno, pues, en las peligrosas apetencias de la expansión sevillana. Algeciras fue desde entonces parte de esta gran taifa, hasta que entraron en ella los Almorávides.


2. La Taifa de Arcos y la dinastía de los Jizrūníes


Los Jizrūníes que dominaron la taifa de Arcos eran beréberes recién llegados a la península Ibérica y que ganaron un territorio donde sobrevivir, en medio de las guerras civiles, por conquista armada. Pertenecían a la cábila de los Yarniyān o Irniyān, de la tribu beréber Zanatā, y habían llegado a al-Andalus, al mando de su jeque Muhammad b. Jizrūn b. ‛Abdūn al-Jazarī, para engrosar los ejércitos de Almanzor. De este modo, debieron estar destacados en la cora de Sidonia, pues cuando estalla el golpe de estado y comienza la anarquía se hallan en Qalšāna, cerca de Arcos, por el año 402/1011-1012, a donde quizá habían bajado abandonado Córdoba tras la primera expulsión de allí del "Califa de los beréberes" Sulaymān al-Musta'īn. enseguida se apoderan de la plaza fuerte de Arcos,donde odían asegurar bien su instalacion y allí constituyen su taifa, con el territorio circundante.

Tres Jizrūníes se sucedieron en el poder, desde 1011-1012 hasta que en 1088-89 acaba con ellos, definitivamente, el régulo de la taifa de Sevilla, al-Mu‛tadid. Estos tres régulos Jizrūníes fueron el ya nombrado Muhammad y sus dos hijos, ‛Abdūn y Muhammad, que cada vez podían menos contra las ansias expansivas de al taifa sevillana, ante la cual hubieron finalmente de ceder, entregándoles el territorio. Arcos fue la que más había aguantado frente a Sevilla, de las cuatro pequeñas taifas beréberes de la zona, y su enconada enemistad contra su régulo al-Mu‛tadid se prueba en el hecho de que los Jizrūníes prefirieron dar muerte a sus mujeres antes que dejarlas caer en poder de los sevillanos que les asaltaban.





No hay demasiadas noticias sobre esta pequeña y relativamente breve taifa, aparte de sus enfrentamientos con Sevilla. Las fuentes refieren que el primer régulo se alzó en Qalšāna, que se apoderó luego de Arcos y que también le obedecieron Jerez y Cádiz, como seguramente hay que entender la referencia del Dayl-Bayān III, que la llama abreviadamente al-Ŷazīra

Ninguno de los tres régulos sucesivos de la taifa de Arcos sale del todo bienparados de la descripción de las fuentes: el primero, Muhammad es calificado de carente de honor y escrúpulos; el segundo, Abdūn, era un joven blando, afeminado, artero, carente de virtudes, con solo una gracia: su benignidad respecto de sus súbditos, que le eran favorables; el tercero, de nuevo Muhammad, era artero y muy sagaz.

Al-Mu‛tadid de Sevilla ambicionaba tanto la taifa de Arcos como las demás vecinas y sobe todo las pequeñas ocupadas por sus odiados beréebrs. Varios años resistieron Arcos y las demás a sus acometidas, y al cabo el régulo sevillano cambió de táctica, enviándoles regalos para reconciliárselos, acabando por incitarles a Sevilla, a los tres régulos juntos, de Ronda, Morón y Arcos, en tiempos del segundo régulo, Abdūn, el cual pereció con los demás, en la trampa que les tendió al-Mu‛tadid, que ordenó encerrarles ya brasarles en un baño. La tragedia hizo entregarse a Ronda y a Morón, pero en Arcos, tras la muerte de Abdūn, en 1053, fue proclamado su hermano Muhammad, que logró mantenerse, pese a todo, 15 ó 16 años aún.

Al final ofreció este Muhammad entregarle Arcos a Bādīs de Granada, que venía ejerciendo la cabecera del "partido beréber", a cambio de que les acogiera en su tierra, a los Jizrūníes y seguidores. Acordado esto, en 1088-89 Bādīs envió sus tropas a recogerlos, pero al-Mu‛tadid les tendió una emboscada fatal y en el camino perecieron casi todos. Arcos quedó anexionada a Sevilla.


 3. La Taifa de Morón y la dinastía de los Dammaríes

Ocupó esta taifa un territorio no demasiado extenso, alrededor de la ciudad de Morón, en cuya posesión les confirmó el Califa Sulaymān al-Musta'īn, el cual "en 1013/14" repartió algunas tierras de al-Andalus a los arráeces de las cabilas beréberes...a los Dammaríes y a los Azdāŷa les dió Sidonia y Morón, con otros castillos. Hacia 1013, pues, los Dammaríes tenían su taifa y la mantuvieron hasta 1066, en que se los llevó al-Mu‛tadid a Sevilla, anexionándose Morón.



Eran los Dammaríes beréberes de Túnez, de los montes cercanos a Gabés, y pertenecían a la confederación Zanatā. Eran además jāriŷíes, de creencia Ibā. Habían cruzado a al-Andalus al mando de su jeque Abū Tuzīrī al-Dammari, en tiempos de Almanzor, e integrados en sus ejércitos se habían situado tanto en la necesidad como en la capacidad de librarse un dominio autónomo al comenzar las luchas civiles del siglo XI.

A Abū Tuzīrī le sucedió su hijo Nūh, en 1013/14, que mantuvo su poder del todo independiente durante casi treinta años, y del que nada más se sabe, sino que en 1041/42 le sucedió su hijo Muhammad con el título de Izz al-Dawla, y al que las fuentes alaban por su habilidad política y su valor y critican por su violencia y codicia, aunque reconocen que supo guardar su tierra y salvar de opresiones a sus súbditos. Su final es relatado prolijamente, pues pereció en la terrible y traidora invitación que les cursó al-Mu‛tadid de Sevilla, a él y a los régulos de Arcos y Ronda, en raŷab 445/octubre-noviembre 1053, apresando a los dos primeros, aunque liberando a Abū Nūr de Ronda, y acabando por dar muerte al régulo de Morón en 449/1057-1058. Unos diez años antes, el señor de Morón, junto con el de Arcos, y el de Carmona y el de Granada, habían decidido reconocer como Califa al hammūdí de Algeciras, Muhammad b. al-Qāsim.

Apresado así en Sevilla Muhammad Izz al-Dawla, le sucedió como régulo de la taifa de Morón su hijo Manād, que se tituló Imad al-Dawla, que aunque acosado por Sevilla supo ejercer su gobierno y resistir hasta no poder más, y pactar con al-Mu‛tadid, que le cedería su taifa a cambio de alojamiento y bienestar en Sevilla. Así ocurrió en 458/1066 y así acabó también la taifa de Morón.




4. La Taifa de Carmona y la dinastía de los Birzalíes

Carmona fue la más importante de las cuatro pequeñas taifas ocupadas por las tropas de los beréberes "nuevos" en el cinturón de la taifa de Sevilla, siendo las otras tres Morón, Arcos y Ronda. Además de Carmona, capital de esta taifa, estaban también en la misma unidad de taifa las plazas de Écija, Osuna y de Almodóvar, con sus territorios. Allí se alzaron los Birzalíes, beréberes de la confederación Zanāta, que habían llegado recientemente a la Península: en el siglo X estaban en el Zāb inferior, en el centro del Magreb, y eran partidarios de los Omeyas de Córdoba en la pugna que enfrentaba a éstos con los Fātimíes y con los Ubaydíes. junto con los Zanāta Maghrāwa, bajo las órdenes de Ŷa'far b. Alī, vencieron a los Sinhāŷa en 971 y, no pudiendo resistir las represalias, solicitaron  y obtuvieron del Califa al-Hakam II, que murió en 976, autorización para pasar a  al-Andalus.


Primero en los ejércitos de al-Hakam II, y luego en los de Almanzor formaron los Birzalíes un cuerpo militar con su propia entidad. Almanzor se apoyó bastante en ellos y les recompensó su lealtad. A fines del 997 -comienzos del 998 sirvieron bajo las órdenes del general eslavo Wādih, realizando alguna operación en el Magreb, que fracasó, y el general entonces les acusó ante el todopoderoso chambelán cordobés. Supieron los Birzalíes librarse de aquella acusación y, repuestos en su servicio, marcharon con los hijos de Almanzor a realizar algunas aceifas al norte cristiano.


Fue también Almanzor quien, en fecha indeterminada pero anterior a su fallecimiento en 1002, nombró a Ishāq al-Wardasanī al-Birzālī gobernador de la zona de Carmona, cargo en que fue confirmado luego por el Califa Sulaymān al-Musta'īn, posiblemente al comenzar su segundo Califato, entre mayo 1013 y julio 1018. En 1013 ya debía estar al mando de los Birzalíes un hijo de ese Ishāq, llamado Abd Allāh, leal a dicho Califa Sulaymān, en cuya época los birzalíes acabaron de independizarse y formar su taifa, para defenderse de las otras autonomías que surgían sin parar. 





En 1013-14, según las fuentes árabes, Abd Allāh b. Ishāq al-Birzālī había protestado al Califa Sulaymān al-Musta'īn contra los Hammūdíes y seguramente en ese conflicto se declararon independientes o poco después. en 1023-24, ese birzalí rehusó acoger a un hammūdi en sus tierras. Poco después Abd Allāh murió y le sucedió su hijo Muhammad, indica Ibn Jaldūn. Ambos se titularon hāŷib-es, o "chambelanes", sin más y  como todos, pues el prestigio vinculado al título de hāŷib no se desvaneció después de la desaparición del Califato y la fragmentación de al-Andalus. Los régulos de las taifas en un principio adoptarían el título de hāŷib despreciando el de malik o sultán, para indicar que se consideraban representantes del Califa y que les asistía el derecho de actuar como regentes y partícipes del poder. Alguna fuente confunde las fechas de padre e hijo, haciendo remontarse el periodo de éste al 1013-14 y señalándolo como primer régulo de la taifa. Los elogios a sus prendas y gobierno son unánimes:
 "experto jinete, hazañoso, valiente y temible entre los reyes beréberes, era el siguiente a Bādīs [de Granada] en respetabilidad y poderío".
Murió en 434/1042-43. Le sucedió su hijo Ishāq, que frisaba ya la madurez, alabado por buen caballero, valiente, resuelto y capaz, culto y menos duro que su padre, pero más inclinado a cumplir a rajatabla con el espíritu de clan y ambos "bien lejos de los vicios que usan el común de los reyes". Las hostilidades entre los reinos de taifas eran incesantes, entrando acusadamente en la zona a jugar un papel determinante de luchas el afán expansivo de Sevilla, que chocaba además con el "partido beréber", al que mayoritariamente se afiliaba Carmona. En lucha con los sevillanos murió Muhammad al-Birzālí, en 1042-43. Su hijo y sucesor Ishāq alzó desde el principio al Califa hammūal-Mahdī, yendo con otras varias taifas beréberes contra Sevilla. En 1050-51 el régulo sevillano invadió tierras de Badajoz, y el señor de Carmona acudió en socorro de esta taifa atacada, muriendo en la empresa un hijo de Ishāq al-Birzāli, del cual se ha dicho gratuitamente habría muerto poco después apenado por su pérdida y su derrota. En realidad no ha podido fijarse la fecha en que a Ishāq le sucedió su hijo al-Azīz (o quizá al-Izz), aunque es probable que fuera en 444/1052-53.

La guerra entre Sevilla y Carmona continuó, con ventaja creciente para el poderoso régulo sevillano al-Mutadid; al-Azīz, que había llegado a titularse al-Mustazhir, pactó con al-Mamūn de Toledo, que le entregaría su taifa con tal de que aquél le diera un castillo en sus dominios toledanos. Y así fue, seguramente en 1086-87, solo que al-Mutadid le cambió a al-Mamūn su nueva posesión de Carmona por una vana promesa de ayuda a apoderarse de Córdoba. Sevilla, pues, ocupó su codiciada presa de Carmona. En cuanto al birzalí, no pudiéndose mantener en Almodóvar, es posible que entonces se haya entregado al régulo de Sevilla y muriese en el 459 en esa ciudad, mientras que una parte de los birzalíes optó por replegarse hacia territorios granadinos y continuar la lucha contra los Abadíes, sirviendo bajo las banderas de los zīríes de Granada.




5. La Taifa de Ronda y la dinastía de los Banu Īfran o Yafran


Al igual que Carmona, Morón o Arcos, también allí la familia que se alzó con el poder independiente era de ascendencia zanāta y habían llegado pocos años antes a la Península Ibérica, procedentes del Magreb, donde les había combatido el emir de los Maghrāwa, agente de Almanzor, siendo entonces terriblemente derrotados por éste, en 993. Se dividieron en dos grupos entonces los Īfraníes, y uno de ellos quiso pasar a al-Andalus para ponerse al servicio de Almanzor, que los integró efectivamente a sus ejércitos.


Al estallar la guerra civil, los Īfraníes actuaron como una banda guerrera más de los "nuevos" beréberes y no pararon hasta lograr un territorio, que resultó ser la región llamada Tākurunnā o Ronda, que pudieron dominar enteramente a la muerte del Califa de Málaga Idrīs I al-Muta'ayyad, en 431/1039-40. Eligieron la alta fortaleza de Ronda como capital de su reino de taifas.





Hilāl b. Abī Qurra al-Īfraní fue quien se alzó con la autonomía de Ronda en la fecha señalada. Mantuvo al principio buenas relaciones con al-Mutadid de Sevilla, el vecino codicioso, hasta que éste, en 1053-54, le hizo acudir con argücias a Sevilla y allí le tuvo encerrado durante cuatro años, al cabo de los cuales tornó a su taifa. Entretanto, en sus dominios, le había sucedido su hijo Bādīs, que se comportó de modo tiránico, opresor y libertino, refiriendo las crónicas sus maldades. Cuando Hilāl volvió a Ronda, su orden más inmediata es que se diera muerte a su hijo Bādīs, en 449/1057/58.


Hilāl murió poco después, en ese mismo año, designando para sucederle a su hijo Abū Nasr Fatūh, que actuaba con justicia, pero era aficionado a la bebida y a la molicie. Se alzó contra él uno de sus oficiales, en connivencia con al-Mutadid de Sevilla, cuyo lema fue proclamado en Ronda. Fatūh saltó de su alcazaba y pereció en 457/1065. Una taifa más pasaba a engrosar el reino de Sevilla.





6. La Taifa de Niebla y la dinastía de los Yahsubíes


Niebla, "ciudad antigua y bella, de mediana extensión, rodeada de fuertes murallas", según refiere el geógrafo al-Idrīsī, se independizó del poder central durante la guerra civil que acabó con el Califato. Dominó el territorio un destacado personaje de la región, Abū lAbbās Ahmad b. Yahyà al-Yahsubī, que exhibe ese linaje, bien por adscripción de clientela, bien por descendencia directa de algún Yahsubí llegado a la Península Ibérica cuando la conquista islámica. La fecha que suele señalarse como comienzo de la autonomía de este Ahmad en Niebla es el 414/1023-1024, bien próxima al inicio de la taifa de Sevilla, con lo cual podría hallarse alguna relación.





Tomando entonces Ahmad las riendas del poder independiente, se tituló Tāŷ al-Dawla "corona de la dinastía", y fue reconocido también por Gibraleón. Cumplió como buen soberano, tuvo paz y prosperidad. murió en Niebla, en 1041-42, sin descendencia directa, por lo cual designó para sucederle a su hermano Muhammad, aunque una fuente discordante afirma que sí tuvo un hijo llamado Yahyà, que le sucedió, confundiendo además el tiempo de su reinado con la de su tío Muhammad, el cual se tituló Izz al-Dawla, y

 "procedió con una conducta estupenda, hasta que al-Mutadid [de Sevilla] empezó a ocuparse del él y le lanzó sus tropas de caballería en algaras, hostigándole mucho con guerras y emboscadas en las que se perdieron muchas vidas y haciendas y muchas alquerías destruídas y muchos campos y casas fueron quemadas". 
Como llevaba las de perder, Muhammad pidió al régulo de Córdoba, Abu l-Walīd que le acogiera allí, y allí marchó, dejando como sucesor suyo a su sobrino Fath b. Jalaf b. Yahyà, en 443/1051-52.

Fath se tituló Nāsir al-Dawla y empezó por pedir treguas al régulo sevillano, el cual empezó por concedérselas a cambio de tributos, pero pronto se enzarzaron en guerras otra vez, hasta que la situación resultó insostenible para el señor de Niebla, que entregó su taifa a al-Mutadid, en 445/1053-54, y marchó también a refugiarse en Córdoba.




7. La Taifa de los Bakríes de Huelva


Al igual que la mayoría de los restantes reinos de taifas de la zona del occidente de al-Andalus (Sevilla, Niebla, Mértola, Silves y Faro), el de Huelva y Saltés fue gobernado por un linaje de origen árabe, lo cual no es sino un reflejo del predominio del elemento árabe-yemení en todo el suroeste penínsular. Ese linaje fue el de los Bakríes, cuyo miembro más célebre fue, sin duda,el geógrafo Abū ‛Ubayd ‛Allāh b.Abd al-Azīz al-Bakrī.





Las fuentes árabes nos hablan del ascenso de los Bakríes onubenses durante los últimos tiempos del Califato de Córdoba, en la época de gobierno de Almanzor. Es probable que su relación con esta familia onubenses se remonte a su época como cadí de Niebla, pues uno de ellos, Ayyūb b. ‛Umar al-Bakrī, desempeñó precisamente el cadiazgo en la capital iliplense. Al acceder Ibn Amīr al control del poder central procedió a una profunda renovación del aparato administrativo, basada en la destitución, en algunos casos eliminación de algunos elementos de la élite política de la época del califa al-Hakam II, y el correspondiente nombramiento para los puestos de relevancia de gentes de su confianza, como el citado Ayyub b. ‛Umar [o ‛Amr] al-Bakrī, muerto en 1008, titular de la magistratura de apelaciones (sahib jutt al-radd) en Córdoba y cadí en Niebla. Asimismo, segun Ibn al-Abbar, su hermano Abū-l-Qasim Muhammad b. ‛Amr b. Muhammad b. Ayyub al-Bakrī fue persona cercana al poder político, ya que Almanzor le encargó fortificar las fronteras y la dirección de una embajada para el establecimiento de la paz con los reyes  y condes cristianos.


A pesar de la confusion entre las diversas fuentes que se conservan, parece que el nieto de
Ayyūb b. Umar al-Bakrī, Abd al-Azīz al-Bakrī, señor de Huelva y Saltés, recibió el reconocimiento de proclamación, ceremonia mediante la que quedaba convertido en soberano de dicha zona en 403/1012-13; se tituló Izz al-Dawla,  y habría sido una taifa gobernada por el mismo personaje desde su creación hasta su desaparición, según el autor de la Crónica anónima. 

La taifa Bakrí presenta una peculiaridad que no encontramos en otras entidades surgidas en esta época, cual es el de la naturaleza dual de sus dominios territoriales. En efecto, distintas fuentes árabes coinciden en señalar a las ciudades de Huelva y Saltés como sedes de la taifa. Este carácter dual puede explicarse por varios motivos, el primero de ellos de tipo geográfico, pues resulta obvia la gran cercanía entre ambas localidades, separadas por la ría del Odiel pero situadas a pocos kilómetros de distancia. Junto a ello, parece lógico admitir la existencia de un nexo o lazo orgánico entre ambas localidades, justificado por una complementariedad de sus respectivas funciones, tanto desde el punto de vista económico como por lo que se refiere al aspecto de la protección y la seguridad, dado el carácter fortificado de Huelva, mientras que Saltés no contaba con elementos defensivos, según al-Idrisī, quien la describe como menor a una milla de longitud  y separada de tierra firme por un brazo de mar no más ancho que medio tiro de piedra. La arqueología ha puesto de manifiesto su dedicación marinera.


El texto de la Crónica anónima plantea ciertas dudas respecto a cual fue la localidad que la que tuvo lugar la proclamación (baya) del Bakrí, aunque con toda probabilidad debieron ser las dos de forma simultánea o sucesiva. No obstante, el texto de Ibn Hayyān es claro en cuanto al hecho de que el centro de poder principal de la taifa fue Huelva.


La taifa de Huelva y Saltés da bastantes muestras de haber poseído una escasa consistencia política, síntoma de la cual sería la terminología empleada por las fuentes para designar al soberano Bakrí, al que la Crónica anónima se refiere como "señor" (sahib) de Huelva y Saltés, mientras que Ibn Hayyān emplea el término emir. Asimismo, otro indicio la encontramos en relación con los símbolos de soberanía en el Islam, que son dos: la pronunciación del nombre del gobernante en el sermón (khutba) que precede a la oración del viernes y la acuñación de moneda con la correspondiente inscripción de su nombre o título. De ambos elementos hasta el momento no se ha producido hallazgo alguno de monedas acuñadas en nombre de dicha taifa. Y respecto al primero, Ibn Khaldun afirma que en Huelva se pronunció la khutba en nombre del soberano de Niebla, por lo que la única explicación a este hecho sería el de un reconocimiento por los Bakríes de la soberanía Yahsubí.


Refieren las fuentes la prosperidad de esta taifa, hasta que empezó a atacarla al-Mutadid de Sevilla y entonces la situación del país se alteró. Nada más conquistar la vecina Niebla, el régulo de Sevilla se lanzó sobre Huelva, en 443/1051. Abd al-Azīz intentó contenerle, recordándole los pactos establecidos y ofreciéndose a cederle Huelva, mientras él iba a instalarse a Saltés. Así lo hizo, y Abd al-Azīz, según el Bayan

"embarcó en sus navíos con todos sus bienes hacia la isla de Saltés y dejó Huelva a al-Mutadid, que tomó posesión de ella, como lo había hecho con niebla, y concedió el amán a sus habitantes, dejándola bajo un hombre de confianza, al que señaló que cortara tratos con al-Bakrí, y que prohibiese a todos que fueses hacia él, con lo cual le dejó cercado en medio del mar, hasta que al poco se puso en sus manos, sin mucho tardar, pues pidió a al-Mutadid que le dejase partir...a donde estuviese tranquilo".
Según las fuentes, Abd al-Azīz fue bien acogido en Córdoba, tras vender por diez mil meticales sus naves y bagajes al régulo de Sevilla, adonde, según otra noticia, se habría retirado. Parece que el antiguo régulo de la taifa de Huelva murió en 450/1058. 

8. La Taifa de los Harūníes de Santa María del Algarve


Esta taifa debía abarcar la región actual de Faro, llamada en tiempos andalusíes Šanta Māriya al-Garb, "Santa María de Occidente" para diferenciarla de la "Santa María de Oriente" o Albarracín. El Califa Sulaymān al-Mustaīentregó el gobierno de Santa María del Algarve y su región a un hombre oriundo de Mérida, llamado Saīd b. Hārūn, cuyo linaje se desconoce, por lo que sería autóctono, naturalmente arabizado y por el nombre islamizado, es decir, tendría ascendencia muladí, el cual, a la muerte de este Califa al-Mustaīn rompería del todo sus lazos con Córdoba y empezaría a regir de forma autónoma el territorio que le había correspondido, con su capital en Šanta Māriya, que el geógrafo al-Idrisī sitúa a 14 millas de Tavira, y a 20 de Silves, donde estaba instalada otra taifa, contando también que la ciudad no era demasiado grande, que el mar alcanzaba a veces el pie de sus murallas y que tenía algún tráfico marítimo.




Cuando murió Saīd le sucedió su hijo Muhammad, en 1041-42, que ya se aplicó uno de los más altos títulos soberanos, el de al-Mutasim, y del cual se nos ha conservado un interesante relato cronístico:


"los días de su gobierno fueron los mejores, por su sentido político, su modo de arreglar todo, su dignidad y su justicia, hasta que le hostigó al-Mutadid [de Sevilla] con guerras, matanzas y combates. Ambos libraron campañas y ofensivas, y su poder menguaba mientras el de al-Mutadid se robustecía".
Pactó entonces con el régulo sevillano entregarle su taifa si le permitía instalarse en Sevilla. Así ocurrió, en 443/1015.



9. La Taifa de los Muzayníes de Silves


Seguía en importancia Silves a Sevilla, entre las taifas del cuadrado suroccidental de la Península. Se alzó aquí, independizándose del poder central, en fecha desconocida, uno de los notables locales, Īsà b. Muhammad, que al hacerlo así tomó el título de hayib y del que se sabe que murió en 432/1040-41. Le sucedió su hijo Muhammad, que se tituló  ‛Amīd al-Dawla ("Columna de la Dinastía") y fue desposeído de Beja por el régulo de Sevilla, muriendo en Rabī  II 440/septiembre-octubre 1048.

A partir de esa fecha las fuentes establecen con claridad el acceso al poder de tres Banū Muzayn, de un  Īsà b. Muhammad, de su hijo Muhammad y del hijo de este,  Īsà. La coincidencia con los nombres propios de los dos primeros régulos llevaría a pensar que eran todos de la misma familia, pero la indicación de linaje en las fuentes árabes solo se realiza para estos tres que reinaron ya en la segunda mitad del siglo, empezando por  Īsà b. Abī Bakr Muhammad b. Sa'īd b. Yamīl b. Sa'īd b. Muzayn b. Mūsà, siendo Muzayn el antepasado árabe que llegó a al-Andalus en el siglo VIII, donde destacaron también en la ciencia y uno de ellos, Sa'īd, escribió un famoso comentario sobre el Muwatta de Mālik, texto básico de la escuela jurídica mālikí.


Īsà b. Muhammad b. Muzayn era cadí de Silves y su región, y lo que registran las crónicas de su actuación más bien habría que situarlo al comienzo de la constitución de la taifa, y no ya en 1048, que es cuando indican que se hizo cargo del poder político:

"Cuando vio que la situación se hacía caótica, se alzó en rebeldía y la gente le prestó juramento como soberano, tanto los de Silves como los de toda la región, el año 440/1048"
Fue un cadí más de los que hubieron de asumir todos los poderes, ante un vacío de autoridad. Se tituló al-Muzaffar y fue muy hostigado por al-Mu'tadid de Sevilla, hasta que este logró darle muerte a finales del año 445/1054 ó 443/1051-52, según Ibn a-Jatīb.

Le sucedió su hijo Muhammad, que tomó el título de al-Nāsir, refiriendo las fuentes que antes, cuando solo era presunto heredero, se había titulado Amīd al-Dawla, lo cual supone otra coincidencia con las apariencias onomásticas del segundo régulo de la taifa. Realmente, en las crónicas no aparecen datos que permitan zanjar claramente la cuestión. A este al-Nāsir se le alaba por su cultura, apuntándose que murió en rabī II 450/mayo-junio 1058, siendo sucedido por su hijo llamado igual que su abuelo Īsà al-Muzaffar, que fue muerto por al-Mu'tadid, el cual anexionó la taifa de Silves a sus territorios, bien en 1052-53 por primera vez, o definitivamente en septiembre-octubre 1063. Como vemos, hay un problema cronológico en relación con los principales hitos temporales de la taifa de Silves, y se podrían hacer dos propuestas de solución, al dominar la región de forma autónoma dos familias:





10. La Taifa de los Banū Ŷahwar de Córdoba

La anarquía que venia asolando la capital Omeya de al-Andalus desde los comienzos del siglo V de la Hégira, XI de nuestra era, produjo, entre otras cosas, la abolición del Califato omeya al siglo de su proclamación. En dū l-hiyya 422/noviembre 1031, el último Califa, Hišām III al-Mutadd, fue destituido. La Asamblea (Ŷamāa) de notables cordobeses decidió entonces encomendar el gobierno a Abū l-Hazm Ŷahwar b. Muhammad b. Ŷahwar , el más destacado entre ellos por situación familiar y por las circunstancias de su conducta política, parece que muy hábil, durante los últimos tiempos revueltos. Con gran acierto evitó Ŷahwar, al iniciar su tardía taifa, que en su aceptación del poder y su ejercicio pudieran encontrarse reminiscencias del turbulento periodo pasado, soslayando todas las prerrogativas califales o siquiera soberanas y así imprimió a su autoridad la apariencia de una "república burguesa". Su política interior y exterior fue consciente de las peculiaridades de la taifa de Córdoba, hasta entonces capital de un al-Andalus glorioso, y procuró levar una política conciliadora entre las otras taifas, siendo notable el papel arbitral que ejerció esta taifa cordobesa, acogiendo a los régulos de otros lugares, principalmente desplazados por la expansión de los Abbādíes de Sevilla.


Los Banu Ŷahwar eran una importante familia de origen árabe, llegado a al-Andalus en la primera mitad del siglo XIII; instalados en Córdoba, sus primeros miembros fueron visires desde los comienzos de los Omeyas en al-Andalus, y así siguieron sobresaliendo hasta el siglo XI. Entonces Yahwar lelnó con sus buenas prendas el vacío del poder califal recién suprimido. Las fuentes no pueden alabarle más:
"reparó el caos de la época recién pasada, revivió lo agotado, dio auge a lo anquilosado,contuvo con su acertada maniobra a los beréberes, encauzó bien la relacion y la convivencia."
 Se le alaba, significativamente, su ingenio, reserva, solidez de juicio y capacidad; con una prevision excepcional en aquel tiempo de régulos presumidos, él tuvo el acierto de colocarse tan solo
 "como depositario del cargo, en tanto apareciese alguien al que unánimemente dieran todos el poder, cuidó los alcázares califales, pero no se trasladó a vivir en ellos; organizó una milicia ciudadana, distribuyendo armas a los comerciantes, procurando la defensa del orden continuamente".
Ŷahwar, consecuente con su forma de entender el poder, no nombró sucesor, pero el peso de las circunstancias hizo que le sucediera su hijo Abū l-Walīd, que ya adoptó el título honorífico de al-Rašīd; éste supo mantener, tanto en sus dominios como hacia el exterior, las directrices que supusieron el éxito político de su antecesor. Se aplicó también a devolver la normalidad a la vida cordobesa, tan lesionada, y para tal fin dispuso que se levantara la confiscación sobre las propiedades de quienes habían abandonado Córdoba en los tiempos revueltos anteriores y se las devolvió a sus dueños. Sus últimos días conocieron, sin embargo, los enfrentamientos de sus dos hijos por subir al poder, decidiendo que el mayor Abd al-Rahman dirigiera los asuntos financieros y económicos mientras que el menor se haría cargo del poder militar. Fue precisamente esta base de poder la que permitió a Abd al-Malik, apartar, a partir de la abdicación de su padre,  a su hermano y quedar como gobernante en solitario. Abd al-Malik, entre corrupciones y desmanes dio al traste con su dinastía. Llegó a tomar títulos honoríficos y soberanos, entre ellos el muy sonado de al-Mansūr bi-llāh; incluso hizo proclamar su nombre en las oraciones y rezaba en el recinto especial de la maqsūra de la Mezquita de Cordoba, cosa que no había hecho ni su padre ni su abuelo. Su imprevisión le había puesto en el trance de no contar con más que 200 jinetes, cuando al-Mamūn de Toledo se plantó ante los muros de la codiciada capital. De momento, salvó la situación llamando en su auxilio a tropas sevillanas, que alejaron a los toledanos, pero, captando la decadencia del poder Ŷahwarí, proclamaron en Córdoba la soberanía de al-Mutamid de Sevilla. Abd al-Malik y su familia partieron desterrados a la isla de Saltés, donde solo sobrevivió un mes a su desgracia, muriendo el 15 sawwal 462/27 julio 1070.


11. La Taifa de los Banū Abbād de Sevilla

Sevilla, durante la guerra civil, había sido gobernada por un beréber hammūdí, llamado al-Qāsim, impuesto allí por su hermano Alī mientras éste fue Califa de Córdoba, hasta ser asesinado en 1018. Al-Qāsim marchó a la ciudad cordobesa a sucederle en el Califato, pero mantuvo sus bases en Sevilla, donde al cabo, hartos los sevillanos de tanta dependencia, le cerraron las puertas, en 1023. En esos años empezó a destacar el cadí de Sevilla, Isma'īl b. Abbād, que procuró actuar en beneficio de su propio territorio y no en favor de un Estado central deshecho. como en otros lugares, este cadí aglutinó las fuerzas de su ciudad y su entorno par allanar el vacío de poder que en al-Andalus se había producido.




Isma'īl le había nombrado cadí de Sevilla el gran Almanzor y se mantuvo ejerciendo ese importante cargo durante toda la decadencia de la dinastía omeya y los tiempos tormentosos de la guerra civil, y en su puesto, según señala Ibn al-Jatīb,

"veló por el bienestar de su tierra, conduciéndola políticamente de forma ejemplar, hasta que las cataratas afectaron a sus ojos en el año 414 [1023-1024]; fue operado y recuperó una parte de su visión, pero no le pareció permisible juzgar entre litigantes, y encargó del cadiazgo entonces a su hijo Abū'l-Qasim [Muhammad], limitándose él a conducir los asuntos locales y a velar por las decisiones dela Asamblea de notables. no tenía igual en ciencia, conocimientos, bellas letras y sabiduría. defendió su ciudad de la acometida de los beréberes que señoreaban sus alfoces y se habían aposentado en sus alrededores; [y todo ello lo hizo] de forma correcta, sobresaliente criterio y cuidado por los asuntos del gobierno, hasta que falleció, en 414/ marzo 1023-marzo 1024".
No solo estaba en favor del cadí Isma'īl sus prendas personales, sino su pertenencia a una familia de rancio abolengo árabe, de la gran rama de los Lajmíes, oriundos del Yamen; por eso presenta una larga genealogía, siendo Isma'īl b. Muhammad b. Isma'īl b. Qurayš b. Abbād b. Amr b. Aslam b. Amr b. Itāf [o Attāf] b. Naīm al-Lajmī; fue su antepasado ItāfAttāf, quien vino a instalarse en al-Andalus, llegando con las tropas de Balŷ, en 743, procedentes de Emesa. Desde entonces, aposentados en la aldea de Yawmīn, del distrito de Tocina, fueron enriqueciéndose y destacando tanto en Córdoba como en Sevilla.

Tras el cadí Isma'īl, su hijo Abū'l-Qasim Muhammad I fue el primer régulo de la taifa sevillana, ya cortados todos sus lazos de dependencia verdaderos con califas exteriores. El historiador al-Udrī fecha a mediados de sa'bān 414/comienzos de noviembre de 1023 ) el  principio del reinado del reinado de Muhammad b. Isma'īl, que hasta su muerte, el 29 de ŷumādà I 433/24 enero 1042, procuró la consolidación y expansión de este rico estado taifa. La preeminencia paterna le abrió el camino, primero en el cadiazgo y luego en el poder político, aunque éste empezó por ejercerlo junto con otros notables sevillanos, constituidos más o menos formalmente en ese Consejo (mašŷaja) aludido en las fuentes. Varios nombres de personajes se citan en ese inicial grupo que declaró a Sevilla en estado de taifa y que compartió las cargas y mieles del poder: Abū Abdallah al-Zubaydi y Abū Muhammad Abdallah b. Maryam, ambos desde 1023 hasta 1027.


Muhammad b. Abbād cerró las puertas de Sevilla a al-Qāsim b. Hammūd, Califa expulsado de Córdoba en 1023. Luego, en 1027, también Córdoba retiró su obediencia a otro califa hammūdi, Yahyà b. Alī, el cual, junto al régulo beréber de Carmona, sitió Sevilla; en esta ciudad prevaleció el criterio de pactar entonces, con tal de librarse de los beréberes, y Muhammad b. Abbād les entregó a su hijo como rehén, reconociendo a la vez al Califa hammūdí, bien que teóricamente, hasta su muerte en 1035; de todos modos, este partido beréber llamó en seguida a la Península a un hermano de Yahyà, llamado Idrīs, proclamado al poco Califa en Málaga. Frente a ellos, Muhammad b. Abbād tomó la decisión audaz de encumbrar en Sevilla a un Califa propio, naturalmente árabe...y no se le ocurrió nada mejor que "resucitar" a Hišām II, figura de legitimidad prioritaria, si de verdad hubiera seguido existiendo. El régulo de Sevilla, tras instalar al pretendido Hišām II en su taifa como califa, procuró que los demás régulos el reconocieran, ya que él se había instituido, además, como su chambelán. Le reconocieron el régulo de Carmona, Muŷāhid de Denia, Abd al-Az de Valencia y el  régulo de Tortosa; más o menos forzadamente le reconoció Ŷahwar de Córdoba, donde el entusiasmo por la "reaparición" de Hišām II fue enorme; mas el avisado régulo cordobés envió emisarios para cerciorarse de la personalidad del "reaparecido", y oc convencido, acabó por negarle su entrada a Córdoba.


Muhammad, como régulo de Sevilla, buscando su consolación frente a los beréberes y también su expansión, había guerreado contra la taifa de Badajoz y contra los Zīríes de Granada, aparte de sus conflictos con los Hammūdíes. En uno de aquellos combates, ocurrido en Carmona, al año 431 H./1039 d.C., los granadinos y los malagüeños derrotaron a las tropas sevillanas sonadamente, muriendo el hijo el régulo sevillano, que hasta entonces había destacado en acciones encomendadas por su padre: este hijo se llamaba Isma'īl, y dejó con su muerte abierto el camino de la sucesión a su hermano Abū  Amr Abbād Fakhr al-Dawla al-Mu'tadid. Pronto murió también el régulo sevillano.

Empezó a ejercer como régulo en Sevilla, sucediendo a su padre a finales de ŷumādà I 433/25 enero 1042. Las fuentes le describen de forma bastante positiva, siguiendo en ello la pluma de Ibn Hayyān, que parece tenerle temerosa admiración.


Los afanes y primeros logros expansivos de la taifa de Sevilla fueron iniciados ya por el padre de al-Mu'tadid, pero él los multiplicó. Empezó por atacar a las taifas beréberes de sus alrededores: primero Carmona, anexionada a Sevilla en 1067, después de años de querellas. En un ataque fulminante, en 1044 ya había ocupado Mértola; luego fue contra niebla, pero se interpuso en su empeño al-Muzaffar de Badajoz, con quien guerreó también duramente, interviniendo también en su contra Bās de Granada, y fue tan grande el conflicto que el régulo cordobés desplegó intensa actividad, hasta lograr una reconciliación de todos ellos, en 1051. Pero lograda esa paz con pacenses y granadinos, se lanzó desde 1052 definitivamente contra niebla, Santa María del Algarve, Silves y Huelva, y las consiguió todas antes de 1063.


Otras pequeñas taifas regidas por beréberes fueron sus inmediatos objetivos, y así cayeron en su poder Morón, Ronda, Arcos y Jerez. Tuvo también arrestos para desplazar al califa hammūdi al-Qāsim de Algeciras, en el año 1058.


Quitado de enmedio un Califa, se decidió al-Mu'tadid a precindir "del suyo", del presunto Hišām II reconocido ya por su padre; ya no necesitaba ficción califal. Ellos debió ocurrir en enero-febrero de 1060, y entonces el régulo sevillano se atrevió a declarar que "su" califa había muerto en 1044, pero no lo había querido revelar.


Desde 1063 se avino al-Mu'tadid a pagar parias a Castilla, con un realismo político que los historiadores le reconocen, quizás con exceso, haciéndole adivinar el futuro socorro y amenaza que representarán los Almorávides.


Entre sus numerosos hijos tuvo uno muy destacado; era su primogénito Isma'īl, que llevó sus ejércitos hasta que se rebeló contra su padre, en 1059; pidió perdón, fue perdonado, pero volvió a alzarse y el rey sevillano le do muerte; luego destacó a otro hijo, Muhammad, titulado al-Zāfir, gobernador de Silves, que dejó perder la buena oportunidad de apoderarse de Málaga; con todo, siguió considerándole su sucesor, como lo fue en efecto. Luego se le murió una hija muy querida, y al-Mu'tadid, quizá contagiado por su difteria, murió también al poco, en ŷumādà I 431/febrero 1069.



Expansión de la Taifa de Sevilla bajo los Banū Abbād

Le sucedió su hijo Abū'l-Qasim Muhammad II al-Mutamid quien había nacido en 1039 en Beja. Fue un príncipe cultivadísimo y excelente poeta, lleno de logros emocionales y acentos bastantes personales. Apenas adolescente, su padre le había encargado gobernar Huelva, y luego Silves, desde 1053-1054, donde transcurrió su juventud. Su atractiva personalidad es unánimemente encomiada por las fuentes. Fueron sus visires: Ibn Zaydūn, Ibn Jaldūn, Ibn Ammār entre otros. Los hijos que ejercieron algún cargo fueron: Abū'l-Hasan Ubayd Allāh al-Rašīd, quien estuvo en desacuerdo con su padre respecto a pedir socorro a los Almorávides, aludiendo a que perderían el reino por ellos; y al-Mutamid le contestó:
"prefiero ser camellero en África que encontrarme con Dios habiéndose convertido a-Andalus en tierra de infieles"
Al-Mutamid le había designado sucesor suyo y como tal fue jurado en Sevilla. Con su padre fue desterrado al norte de África por los Almorávides. Otro hijo, al-Fath al-Mamūn, recibió juramento de fidelidad de Córdoba, donde fue asesinado, siendo llevada su cabeza al campamento de los enemigos Almorávides, que asediaban a su padre en Sevilla. Un tercero, Yazīd al-Rādī, nombrado por su padre gobernador de Ronda y que fue muerto al ser ocupada por los Almorávides. Y por último, Abū Bakr Abd Allā. Estos cuatro fueron hijos de la esclava Itimād, luego "Gran Señora", llamada Rumaykiyya por su dueño Rumayk b. Haŷŷaŷ, a quien se la compró Al-Mutamid. 

Cuando las taifas más poderosas se consolidaron varias de ellas quisieron adornarse tomando Córdoba, la antigua capital califal. Al-Mamūn de Toledo se lanzó sobre ella, pero al-Mutamid envió en socorro de la plaza a un destacamento, que logró alejar al toledano, pero acabaron haciéndose con el dominio de la plaza, en mayo-junio 1070. Entonces el régulo designo allí gobernador a su hijo, el hāŷib Sirāŷ al-Dawla Abbad


Ganada Córdoba, al-Mutamid se adueñó de las tierras hasta entonces toledanas, situadas entre el Guadalquivir y el Guadiana. Pero además, por iniciativa, quizás de Ibn Ammār, visir y aún amigo de Al-Mutamid, conspiró contra el régulo de Murcia, Ibn Tāhir, y empezó por lograr el castillo de Mula, que dejó encomendado al general Ibn Rašīq, el cual pronto entró en Murcia, acudiendo allí de nuevo Ibn Ammār y nombrándose rey; su traición le costó la vida, muriendo a manos de Al-Mutamid, en 1085 seguramente.


Desde hacía años pagaba parias Sevilla al rey castellano,pero intentaba cada vez evadir algo del peso de lo que entregaba. Algún conflicto al respecto llevó a Alfonso VI a lanzar una algara contra el Aljarafe, llegando incluso a sitiar Sevilla durante tres días y asomarse hasta la Punta de Tarifa, en 1084-1085. Luego sobrevino el golpe, terrible para los andalusíes, de la conquista de Toledo, en 1085. los principales régulos de taifas decidieron pedir claramente ayuda al emir almorávide Yūsuf b. Tāšufin.


Al-Mutamid empezó entonces a mandar embajadas y escritos a los Almorávides, puesto de acuerdo sobre todo con los régulos de Badajoz y Granada. Se sabe que al Magreb acudió una delegación, por lo menos, de andalusíes, compuesta por el cadí de Badajoz Abū Ishaq b. al-Muqāna, por el cadí de Granada Abū Ya'far al-Qulayi, el cadí de Córdoba Ubayd Allāh b. Adham, el visir sevillano Ibn Zaydūn, y quizá por el secretario Ibn Qasīra. El emir almorávide solicitó a al-Mutamid que le cediera Algeciras para instalarse allí y cruzó el estrecho. A su ejército se unieron especialmente los régulos de las taifas de Granada, Almería, Sevilla y Badajoz, y avanzaron hacia el norte, encontrándose con las tropas de Alfonso VI cerca de Badajoz, en la batalla de Sagrajas o Zallāqa, el 23 de octubre de 1086. Ganada la batalla, volvió Yūsuf b. Tāšufin al Magreb, pero dejó algunos soldados a al-Mutamid; éste marchó contra Ibn Rašīq de Murcia, reticente en reconocerle por soberano, pero un contingente cristiano le salió al paso y le derrotó. La incapacidad andalusí se manifestó además en que algunas taifas, entre ellas Sevilla, volvieron a tratar con Alfonso VI, que atacaba a al-Mutamid por Aledo. En 1089 regresó el emir almorávide, aunque fracasó en 1089 ante aquel castillo por culpa de las disensiones taifas. Entonces Yūsuf b. Tāšufin decidió apoderarse de al-Andalus y comenzó por Granada, en noviembre de 1090. Enseguida le llegó el turno a Sevilla: los Almorávides le arrebataron Tarifa en diciembre de 1090. El ejército almorávide a las ordenes de Sīr b. Abī Bakr, avasallaba el valle del Guadalquivir, y desde mayo de 1094 fueron a asediar Sevilla.


El 7 o el 9 de septiembre de aquel año, 1091, entraron los Almorávides en Sevilla y la ocuparon, cogiendo prisionero a al-Mutamid y a toda su familia,parte de cuyos hijos habían caído o caería luchando, allí o en otras plazas, contra los magrebíes. Yūsuf b. Tāšufin, tras consultar con los alfaquíes, decidió desterrar al norte de África al soberano destronado con sus más próximos allegados. En Agmat, allá en el Atlas ,murió este rey poeta, cuatro años después de perder Sevilla.




11. La Taifa de los Zīríes de Granada

Una rama de los Zīríes, encabezados por Zāwī b. Zī, querellados con su sobrino Bādīs, soberano de Ifrīqiya, pasaron a al-Andalus al comienzo del siglo XI, siendo acogidos por al-Muzaffar, hijo y sucesor de Almanzor. Desatada la guerra civil, a partir del año 1009, estos beréberes Sinhāŷa intervinieron de forma destacada, apoyando toda alternativa que favoreciera a los beréberes, primero en Córdoba y tal vez, desde 1013, asentados en el distrito de Elvira, en Granada; allí siguieron participando en los conflictos generales, en contra del partido Omeya y de los califas que éstos alzaban.


Llegaron a al-Andalus estos grupos de Zīríes en cábilas relativamente numerosas, a la cabeza de las cuales sobresalía Zāwī b. Zīrí b. Manād, querellada esta rama familiar contra el Zīrí que regía Ifrīqiya y se llamaba Bādīs. Aparecieron en tiempos del hāŷib al-Muzaffar, por tanto antes del año 1008, y pasaron a servir como soldados, según costumbre en al-Andalus con los magrebíes, cada vez más solicitados por el afán de la Guerra Santa cumplido notablemente por los āmiríes, Almanzor y sus hijos.


Los Sinhāŷhabían intervenido en el norte de África como fuerzas hostiles a la expansión que desde el siglo X efectuaban allí los Omeyas de Córdoba. Desde entonces guardaban rencores, que, desatada la guerra civil en al-Andalus, les convirtió en grave elemento perturbador frente a la población andalusí, azuzada contra los beréberes por el mismo Califa al-Mahdī, como lo refiere seguramente Ibn Hayyān, al contar como Zāwī  fue retenido en la puerta del alcázar por la multitud, rechazándole y golpeándo su caballo; luego fueron asaltadas las casas de sus hijos y las de los de Māksan b. Zīrí. Hostiles a ese califa al-Mahdī, apoyaron los beréberes, con Zāwī a la cabeza, a un nuevo califa Sulaymān al-Mustaīn. Según algunas noticias, éste, tras instalarse en Córdoba, entre noviembre 1009-junio 1010 y 1013-1016, 

"dividió una parte del territorio de al-Andalus entre los jefes de las tribus beréberes", 
dando a los SinhāŷElvira, es decir Granada; esto quizá signifique que este califa otorgó carácter oficial a la instalación de los Zīríes en Granada, por llamamiento directo de sus propios habitantes, como explica el último de estos régulos en la taifa granadina, el emir Abd Allāh en sus Memorias. La taifa de los Zīríes, además de por Granada, estuvo formada por Jaén y por Iznájar; se repartieron a suertes aquel territorio y Granada correspondió a Zāwī y Jaén e Iznájar a su sobrino Habūs.



Incluso después de instalarse en su taifa, siguió Zāwī participando en la guerra civil, y cuando los eslavos y muchos andalusíes proclamaron Califa al Omeya al-Murtadà, en 1018, resultó decisiva en su contra la oposición de los Zīríes, que le dieron muerte y aniquilaron su partido. Según refiere el historiador Ibn Hayyan, esta derrota supuso para las gentes de al-Andalus tal calamidad que hizo olvidar a las anteriores; sin embargo, Zāwī decidió volver a Túnez, 
"temeroso por la fuerza que había advertido en las gentes de al-Andalus durante aquellas guerras, sus pendencias con él y cómo procuraban vencerle".
Cuando Zāwī volvió a Ifriqiya, seguramente en 1019-1020, su lugar al frente de la taifa granadina fue ocupado, a pesar de sus previsiones en contra, por su sobrino Habūs, que regía Jaén, desde donde acudió y se adueño del poder, al parecer ayudado por el cadí Abū Abd Allāh ibn Abī Zamanīn, y frente a la opción sucesoria representada por los hijos de Zāwī. Con Habūs comienza realmente la cuenta de la taifa de granada, al frente de la cual se mantuvo hasta su muerte, en 1038, y en cuya soberanía instaló a su descendencia directa. Mantuvo buenas relaciones con Zuhayr de Almería. Reconoció a los califas hammūdíes, primero a Yahyà al-Mutalī y luego a su hermano Idrīs al-Mutaayyad, y procuró contrarrestar el expansionismo de la taifa de Sevilla, ayudando contra ella, y durante años, al régulo de Carmona. Tales aliados, poco después de la muerte de Habūs, lograron una sonada victoria sobre los sevillanos en Écija, poniéndose de manifiesto cómo Granada y Sevilla eran los dos principales pilares de dos políticas contrapuestas: la andalusí frente a la beréber.

Habūs murió en 1038, siendo sucedido por su hijo Bādīs. Sus casi veinte años de gobierno fueron positivamente valorados por su bisnieto  Abd Allāh, en las páginas de sus Memorias. Parco, pero preciso, es también el retrato elogioso que le dedicó Ibn al-Jatīb.


Bādīs llevó por sobrenombre Abū Manād y se tituló al-hāŷib al-Muzaffar bi-llāh y al-Nāsir li-Dīn Allāh. Sucedió a su padre Habūs, sin ser ello discutido por su hermano Buluggīn b. Habūs, pero sí por un sobrino, Yaddayr b. Hubāsa, de quien tuvo que librarse tras una conjura. En todo ello aparece Bādīs aconsejado por su visir judío Samuel b. Nagrella, que destacó hasta su muerte en 1056-1057, siendo entonces sucedido por su hijo José.


Samuel b. Nagrella tuvo responsabilidades en el deterioro de relaciones entre Granada y Almería, que acabó con la invasión de Granada por Zuhayr, vencido por Bādīs, en el primer año de su reinado. En ello hubo también injerencia de Sevilla, que desde 1035, ya con su pretendido califa Hišām II, había ido contra los hammūdíes, ocurriendo varios episodios del enfrentamiento andalusíes-beréberes. En 1039 Bādīs atacó Sevilla, y en los años siguientes dirigió campañas contra Ronda, Osuna, Morón y Carmona. En 1047-1048 reconoció Bādīs como califa al hammūdí Muhammad b. al-Qāsim de Algeciras, apartándose del califa hammūdí de Málaga, Muhammad b. Idrīs b. Alī al-Mahdī. Esto propiciará la toma de Algeciras por Sevilla, seguramente en 1054-1055, y la de la Málaga por Granada, en 1056, donde el régulo granadino colocó como gobernador a su hijo Buluggīn, quien acabó envenenado en 1063-1064, según se dice por José b. Nagrella. Otro hijo, Māksan, se declaró independiente en Jaén. Ibn al-Jatīb ha realzado su dureza y tiranía, valor y astucia, y su capacidad para mejorar su reino.

Bādīs envejecía; todos sus asuntos los llevaba el visir judío José b. Nagrella. Guadix y sus territorios fueron ocupados por la taifa de Almería. Ibn Nagrella conspiró con el régulo almeriense, ofreciéndole Granada. El rey de Almería, al-Mutasim, avanzó hasta las cercanías de Granada con sus tropas. Los granadinos, pueblo y aristocracia, beréberes y árabes, se alzaron contra los judíos, el 31 de diciembre de 1066. Miles murieron, entre ellos José. Una famosa casida del alfaquí Abū Ishāq de Elvira azuzó la mecha; sus versos, ligados a una de las pocas reacciones antijudías ocurridas en al-Andalus, acabaron con el encumbramiento de los Nagrella.

Tras la supresión de Ibn Nagrella, los Sinhāŷa recuperaron el terreno perdido en la administración del Estado. Bādīs volvió a dominar Guadix y Jaén. Su última gesta fue recuperar Baza, quitándosela al régulo de Denia, Y murió, el 30 de junio de 1073.

El menor de los nietos conocidos de Bādīs era Abd Allāh; residía en granada a la muerte de su abuelo, y su juventud animó seguramente a los jeques de los Sinhāŷa a preferirle como sucesor, invistiéndole del poder, para lo cual tomó los mismos títulos que su antecesor: al-Muzaffar y al-Nasir. Los jeques de los Sinh
āŷa pusieron como tutor suyo a uno de ellos, llamado Simāŷa, que ejerció nueve años como gran visir. Nacido en 1055-1056, en el año 1073, cuando accedió al poder tenía Abd Allāh unos diecisiete años, y le quedaban otros tantos hasta 1090, en que fue destronado por los almorávides y desterrado al Magreb donde murió en fecha desconocida. Según el retrato que de él ofrece Ibn Jatīb, Abd Allāh era muy culto, pero también cobarde, angustiado, poco firme, aficionado al ocio y no al gobierno, que encargó a personas ignorants.

El reinado de Abd Allāh se inició con el agrio sabor de la presión cristiana. Alfonso VI le arrebató Alcalá la Real, y envió a Pedro Ansúrez a pedirle parias. Empezó por negarse Abd Allāh. Ibn Ammār, el visir sevillano, quizo aprovechar esta negativa para unir al castellano y a Sevilla contra Granada, su permanente enemiga. Hacia 1078 acabó Abd Allāh por avenirse a pagar parias, de 30.000 meticales, tras regateos que cuenta en sus Memorias, y hubo pacto con Castilla, comprometiéndose el granadino a entregar 10.000 meticales anualmente y dar Estepa, Castro del Río y Martos, a cambio de Alcalá la Real y de Bédmar. Frente al peligro cristiano, y luego frente al almorávide, se unieron a veces los régulos sevillano y granadino, pero otras veces se atacaron. Desde 1082-1083, Tamim, hermano de Abd Allāh, que gobernaba Málaga, se dedicó a hostilizarle, por mar y tierra. 

El final se precipitó. En mayo de 1085, Alfonso VI ocupó Toledo. Una delegación de notables de Sevilla, Granada y Badajoz marchó al Magreb, para implorar la ayuda de los Almorávides, que cruzaron a la península, vencieron en Sagrajas/Zallaqa, en 1086, y volvieron al Magreb; aún regresaron en ayuda de los reinos de taifas en 1088, pero ya captaron tales quebrantos en ellos, que empezaron a actuar por su cuenta. La presencia almorávide abrió nuevas brechas en Granada, originando una nueva disensión entre quienes estaban a su favor o en contra. Abd Allāh volvió a pactar con Alfonso VI, pagándole incluso el atraso de las tres anualidades, 1086-1088 ó 1087-1089, en que, con las espaldas cubiertas por los Almorávides, nada le había dado. En el verano de 1090 cruzó el emir almorávide Yūsuf b. Tāsūfīn a la Península, inquieto por los tratos granadinos con Alfonso VI, y estudió el caso con al-Mutamid de Sevilla, que echó más leña al fuego. El emir magrebí convocó a  Abd Allāh, que no compareció, y entonces escribió a sus caídes para que depusieran la obediencia a la dinastía zirí y se pasaran a los almorávides. Yūsuf b. Tāsūfīn se proveyó de fetuas en contra del rey de Granada y del de málaga, por sus tratos con los cristianos y sus impuestos ilegales. Los granadinos esperaban entusiasmados a los almorávides, que entraron en Granada el 8 de septiembre de 1090; al mes siguiente destronaron a Tamīm, el hermano de  Abd Allāh que regía Málaga. Ambos fueron desterrados al Norte de África.

 
12. La Taifa de Almería : de Eslavos a Andalusíes

Sabemos los nombres de casi media docena de gobernadores Omeyas que allí se sucedieron desde finales del siglo X y hasta 1009 o 1010, cuando aparece como gobernador de aquella ciudad un esclavo, Aflah, antes de 1011-1012. En medio de luchas por el poder, entre elementos no bien definibles, pero entre los cuales podrían estar, además de los eslavos, grupos autóctonos e incluso otros de grupos armados mercenarios de esclavos africanos, llamadosābīd por el cronista y geógrafo al-‛Udrī, en el panorama almeriense debió aparecer, hacia muharram 405/junio 1014, el importante esclavo palatino Jayrān, procedente de Córdoba, y de allí emigrado al encontrar que ni la Corte califal ni la capital le ofrecían, ni a él ni a los demás eslavos que pertenecían al partido de Almanzor, posibilidades de poder ni de supervivencia.



Jayrān era un eslavo palatino, destacadísimo en Córdoba; alguna fuente lo incluye en el numeroso grupo de servidores o fatàs eslavos de Almanzor, aunque quizá éste no le otorgó jamás poder ninguno sobre Almería, como alguna fuente insinúa, pues un escritor tan atento como el almeriense al-Udrī no lo menciona. Como principio bien atestiguado de sus andanzas, aparece Jayrāimplicado en la guerra civil desde el comienzo , reaccionando contra el Califa al-Mahdī, y colaborando con el grupo de eslavos encabezados por el general eslavo Wādih que logró reponer en el Califato a Hišām II, en julio 1010. Tres años después, sin embargo, cuando la vuelta al Califato de al-Mustaīn y sus beréberes, los eslavos volvieron a alejarse de la todavía capital de al-Andalus y a reforzar sus dominio levantinos.


Jayrān dominaba Orihuela y Murcia, antes de julio de 1013, desplazando a sus primeros ocupantes beréberes, y a pesar de tener ya allí su propio territorio, un año después incrementado con Almería, el ambicioso Jayrān no dejó de intervenir en la política central, siendo una de las cabezas del "partido andalusí" frente al "partido beréber": así, alzó Califa al Omeya Abd al-Rahmān IV al-Murtadà, manteniéndolo breve tiempo, en 1018, y cuatro años después colocó como soberano de sus territorios a un nieto de Almanzor, hijo de Abd al-Malik al-Muzaffar, llamado Muhammad y que se tituló al-Mu‛tasim. Ambas elecciones fueron convenientes para Jayrān, como otros régulos, buscaba una legitimación de su poder efectivo queriendo mantener a su lado un figurón califal, que no le dio buen resultado, como tampoco a su próximo rival Muŷāhid de Denia, contra el que más reaccionaba. Así, desde 1026, Jayrān cesó en sus intervenciones procalifales, centrándose en la erección de su extensa taifa; las fuentes cuentan cómo este régulo eslavo y su sucesor procuraron mejorar las defensas de Almería, sus provisiones de agua y la amplitud de su mezquita.

Cuando murió Jayrāen 1028, le sucedió el también eslavo Zuhayr, tras vencer algunas oposiciones, como las del también eslavo al-Musallam de Orihuela. Jayran había confiado a Zuhayr el gobierno de Murcia, después de que él mismo se instalara en Amería, siendo ambos fieles compañeros, si no hermanos. Dueño Zuhayr de la taifa de Almería dominó, además de Murcia y Orihuela, Baeza y Játiva, aunque esta última se la cedió a Abd al-Azīz, soberano de Valencia, y tuvo en su poder también Alcira, Lorca y Alicante, Albacete, Chinchilla y Jaén, además de ejercer algún dominio en Córdoba, en cuyo alcázar residió unos meses alrededor de 1034, según al-Udrī e Ibn al-Jatīb, rara ocupación que hay que situar en el contexto de las luchas entre "andalusíes" y "beréberes".

Los conflictos empezaron enseguida, primero en Murcia, donde tras la marcha de Zuhayr a Almería para regir toda la taifa, empezaban a levantar cabeza los notables locales, y sobre todo los de dos grandes linajes murcianos, como los Banū Tāhir y los Banū Jattāb, que procurarían irse desligando poco a poco del poder eslavo, aunque todavía se apoyaban, respectivamente, en Zuhayr de Almería y en Muŷāhid de Denia. Ya estaba próxima la fecha en que Murcia iniciará su andadura independiente, bajo los Banū Tāhir. Zuhayr tuvo también problemas por su alianza con el partido "beréber", cuyo principal soporte era Bādīs de Granada; Zuhayr, por tanto, separándose del resto de los eslavos y del partido andalusí, reconocía como Califas a los Hammūdíes, singularizandose demasiado por su negativa a reconocer al falso Califa Hišām II, alzado por la taifa de Sevilla, hacia 1035, precisamente para aglutinar fuerzas contra los beréberes.

La situación de Zuhayr, así acorralado, se hizo insostenible cuando, además de todo, se estropearon sus relaciones con Bādīs de Granada, por querellas internas entre el régulo granadino y el de Carmona, en medio de las cuales fue cogido Zuhayr, el cual no tuvo más ocurrencia que presentarse en tierras de Granada y, allí, los beréberes de Bādīs atacaron a los almerienses "con verdadero espíritu de clan y el único fin de exterminarlos", según puntualiza el gran Ibn Hayyān. Zuhayr murió en este encuentro, en agosto de 1038. Fue una ocasión más en que se ponen de manifiesto los hondos enfrentamientos de las taifas.

Caído Zuhayr en esta batalla contra Granada, en 1038, ya no se puso en su lugar a ningún otro eslavo; los almerienses reconocieron la autoridad de un personaje local, Abū Bakr al-Ramīmī, que tomó las mejores disposiciones de gobierno pero, bien significativamente, decidió enseguida acogerse a la soberanía del régulo de valencia, que era entonces un nieto de Almanzor llamado Abd al-Azīz al-Mansūr, el cual tomó posesión de su nuevo dominio el 3 de septiembre de 1038, solo un mes después de la caída de ZuhayrMuŷāhid de Denia no dejó de recabar la herencia eslava, y había empezado a ocupar algunos territorios de la taifa almeriense, de la que decididamente entonces se desgajó Murcia.

El régulo de valencia, entronizado así en Almería, colocó allí como gobernador a su cuñado y visir Ma‛n, posiblemente dejando junto a él a su propio hijo AbdUbayd Allāh al-Nāsir, que murió en seguida. El régulo valenciano apaece reconocido como soberano en monedas almerienses desde 1038 a 1043-44. Luego Ma‛n b. Sumādih se independizó. Los Banū Sumādih iniciaron, pues, un nuevo periodo independiente en la taifa de Almería. Tenían ilustre ascendencia árabe, pues pertenecían a los Tuŷib instalados en la península Ibérica a comienzos del siglo VIII, cuando la conquista, y concretametne en la Marca Superior, donde sobresalieron. Habían regido Huesca, hasta comienzos del siglo XI, aunque de allí se vieron desplazados por su pariente Mundir I, régulo de Zaragoza, ante de 1023, yendo a refugiarse junto al régulo de Valencia Abd al-Azīz, el cual casó a dos hermanas suyas con dos hijos de Muhammad b. Sumadih, uno de los cuales era Ma‛n y el otro Abū Utba, y ambos quedaron en 1038, al frente de Almería, aunque sobre el modo en que se independizaron hay dos versiones contrapuestas: por un lado el historiador almeriense al-Udrī, contemporáneo de todo aquello, prefiere contar que la independencia de los Banū Sumādih de Almería se derivó de un ofrecimiento del régulo valenciano, y que todos estuvieron conformes en ello, incluso el régulo de Granada. Parece lógico que al-Udrī prefiera ofrecer la versión que más legitimara a sus señores. Por otro lado, el Bayān transmite una independencia conflictiva de Ma‛n en Almería, traicionando al régulo valenciano que le había designado gobernador de aquel enclave.

Fue Ma‛n un gran soberano, aunque no adoptó título regio ni boato cortesano, ni tampoco acuñó moneda a su nombre. Murió en Ramadān 443/enero-febrero 1052 y le sucedió su hijo Muhammad, que empezó por titularse Muizz al-Dawla "engrandecedor de la dinastía", para aumentar el rango de su sobrenombre, en 1054-55, con los de al-Mutasim bi-llāh y al-Wātiq bi-fadl Allāh, que eran propios ya de los Califas orientales y que, desde mediados de siglo más o menos, empezó a ponerse de moda entre los régulos de taifas. Con al-Mutasim sí tomó Almería brillo de gran taifa, con palacios alabados y mecenazgo a literatos, obras notables y hermosas en la alcazaba y murallas, parques llenos de amenidades y frutales de todas clases. También ésta fue otra moda de las relativamente menguadas pero presuntuosas Cortes taifas y, realmente, de muchas de aquellas grandezas no quedan sino rastros literarios.

Tuvo al-Mutasim conflictos con sus vecinos de Valencia y de Granada, pero parece que, resguardado en sus tierras por otras taifas y el mar, su gran vocación y origen de su prosperidad, no sintió tanto la presión cristiana, quedándose al margen de las otras principales taifas en la llamada de socorro que aquellas enviaron a los Almorávides, tras tomar Toledo Alfonso VI en 1085. Envió, sin embargo, al-Mutasim tropas y regalos al emir almorávide Yūsuf b. Tāšufīn, cuando éste desembarcó en la Península, en el verano de 1088, excusándose en su avanzada edad por no acudir personalmente a la campaña que terminó con la victoria musulmana de Sagrajas/Zallāqa, a la que el régulo almeriense envió efectivos con su hijo Muizz al-Dawla, contribuyendo también un año después con contingentes militares al sitio de Aledo, a donde mandó una artilugio de asedio con forma de elefante, según refiere el régulo de Granada Abd Allāh en sus famosas Memorias.

Al-Mutasim incluso, y a pesar de sus excusas anteriores, acudió en persona al asedio de Aledo, y allí rivalizaba con los otros régulos de taifas por lograr preeminencia en el ánimo del emir almorávide Yūsuf b. Tāšufīn, no reparando para ello en halagos, como el de vestirse incluso a la moda magrebí, con albornoz y turbante. Tras la semifracasada campaña de Aledo, cada régulo se retiró a su taifa, siguiendo en sus conflictos, por lo cual pronto decidió el emir conquistarles; ya hemos visto que empezó por Granada, donde entró el 8 de septiembre de 1090, contando el emir Abd Allāh en sus citadas Memorias cómo enseguida marcharon los Almorávides contra Almería, pues su régulo, por haberse demorado en acudir a su llamada, resultaba muy sospechoso de traición y muy antipático por su alianza con Granada, cuya rendición a los Almorávides llenó de congoja a al-Mutasim, que falleció mientras que el ejército magrebí, en marcha triunfal, se aposentó ante la alcazaba almeriense, en el verano de 1091, posiblemente el 12 de junio, sucediéndole su hijo Muizz al-Dawla Ahmad.

El acoso contra Almería amainó ligeramente por entonces, mientras los almorávides concentraban sus esfuerzos en atacar Sevilla, por fin conquistada en septiembre de aquel mismo año 1091. La caída de Sevilla decidió a los Banū Sumādih a dejar su resistencia en la alcazaba almeriense, y así, en octubre o noviembre, poco después por tanto, abandonaron Almería y se refugiaron en el norte de África, junto a la dinastía amiga de los Banū Hammād, con quienes tanto habrían comerciado. Los Almorávides incorporaron una taifa más a su ya vastos dominios.


13. La Taifa de Murcia

Al estallar la guerra civil, los beréberes, según cuenta al-Udrī, se alzaron victoriosos en la jurisdicción de Murcia (Tudmīr); trasladada allí, como a otros lugares, la oposición entre beréberes "nuevos" y eslavos, uno de los principales caudillos de estos últimos, el fatà u oficial eslavo Jayrān logro apoderarse de Orihuela y en seguida de Murcia en 403/julio 1012-julio 1013. Jayrān consiguió, más o menos un año después, apoderarse de Almería, y allí se trasladó, dejando en sus territorios murcianos, como gobernador, a su fiel compañero, si no hermano, Zuhayr, quien le sucedió en Almería, desde 1028 hasta su muerte en 1038. Bajo esta superestructura eslava, instalada por la fuerza militar de los eslavos, la ciudad y su territorio conservó el prestigio y la autoridad de sus familias locales, y especialmente las de los Banū Jattāb y los Banū Tahīr, encargados, sobre todo estos últimos, del gobierno de Murcia por Zuhayr, cuando éste partió a instalarse en Almería en 1028. En esta fecha encomendó Murcia a Abū Bakr Ahmad b. Ishāq b. Tahīr, junto al que destacaba otro personaje también de noble familia local, Abū ‛Amīr ibn Jattāb. Muyahid apoyó entonces a Ibn Jattab contra Ibn Tahīr, viniendo incluso el señor de Denia a tomar la ciudad de Murcia. Reaccionó Zuhayr, repuso a Ibn Tahīr en Murcia y se llevó consigo a Almería a Ibn Jattāb. Abū Bakr ibn Tahīr fue fiel a  Zuhayr, hasta la muerte de éste, en 1038, y cuando toda la taifa de Almería pasó entonces a reconocer a Abd al-Azīz, régulo de Valencia, también Ibn Tahīy Murcia se le sometió y, pese a las oscilaciones de soberanía nominal externa, los Banū Tahīsiguieron rigiendo Murcia.



Abū Bakr Ahmad b. Ishāq b. Tahīr mantuvo su gobierno sobre Murcia hasta su muerte, ocurrida en 1063, siendo entonces sucedido por su hijo Abū Abd al-Rahmān Muhammad b. Tahīr, uno de los personajes más cultos y con más dotes literarias de la cultivada época de taifas. con él se intensificó la autonomía murciana, hasta que apareció por el horizonte la apetencia expansiva de Sevilla.

El visir de Sevilla Ibn ‛Ammār, gran poeta, favorito aún de al-Mutamid, pretendió apoderarse de Murcia y buscó para ello la ayuda de Ramón Berenguer II. Su primer intento fracasó, pero volvió a intentarlo, ayudado esta vez por un tal Abd Allāh -o, como corrige Ibn al-Abbār, Abd al-Rahmān- b. Rašīq , gobernador del castillo de Vilches o de Vélez; ambos se pusieron de acuerdo en ir sobre Murcia, ganando primero Mula, mientras Ibn Ammāvolvía a Sevilla. Al cabo entró Ibn Rašīen Murcia y encarceló a Ibn Tahīr, haciendo proclamar allí al régulo de Sevilla.

Ibn ‛Ammār se presentó en Murcia, en nombre primero de su soberano al-Mutamid, pero enseguida comenzó a darse aires de soberano independiente, todo ello en 1079-80. Como saliera a inspeccionar su territorio, ibn Rašīq le cerró las puertas, sin volver a dejarle entrar. Ibn ‛Ammār inició entonces diversas aventuras, hasta caer preso de al-Mu‛tamid que le dio muerte por su mano, en Sevilla, en 1085 o 1087.

Murcia siguió gobernada por Ibn Rašīq, más o menos reconociendo la soberanía de al-Mu‛tamid de Sevilla, que allí acuñó moneda a su nombre, entre 1081 y 1091, lo cual apunta a un cierto dominio sevillano, aunque al parecer, de mala gana sobrellevado por ibn Rašīq, sobre todo cuando la zona fue objeto de acometidas por parte de Alfonso VI, quien estableció una avanzada en Aledo, como cuña de penetración entre Murcia y Lorca, plaza ocupada por Sevilla, en 1078. Esta situación agresiva de Alfonso VI en Aledo determinó la segunda venida a la península de Yūsuf b. Tāšufīn, dirigiéndose contra Aledo, en cuyo asedió se manifestaron claramente las disensiones de las taifa, y entre ellas las de Ibn Rašīq con al-Mu‛tamid, quien entonces logró del emir almorávide la entrega de Ibn Rašīq. Un poco antes, en 1086, Ibn Rašīq tuvo la habilidad de proclamar la obediencia directa al emir almorávide, pronunciando su nombre en la oración del viernes, por lo cual al-Mu‛tamid "tuvo que posponer el asunto [de la rebeldía] de Murcia hasta que Yūsuf b. Tāšufīn volvió a Marrakech".

Pero privados, en 1088, de su señor Ibn Rašīq, los murcianos se negaron a avituallar a los sitiadores de Aledo, retirándose los almorávides al Magreb en noviembre de 1088. Al-Mu‛tamid, sin embargo, recuperó un cierto control sobre Murcia, seguramente a través del caíd de Lorca Abū l-Hasan ibn al-Yasa', que aparece rigiendo murcia también, más o menos en nombre del régulo sevillano, cuando llegaron los Almorávides como conquistadores y tomaron Murcia en octubre de 1091.






BIBLIOGRAFÍA:

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