De
todos los señoríos feudales fundados en Grecia septentrional en la época de la
conquista franca, el más importante y más duradero fue el marquesado de
Boudonitza. Como los Venieri y los Viari en las dos islas de Cerigo
y Cerigotto en el extremo sur, los señores de Boudonitza eran marqueses
en el sentido literal del término –guardianes de las Marcas Griegas- y
mantuvieron su posición de responsabilidad en la periferia del Ducado de Atenas
hasta después del establecimiento de los turcos en Tesalia; aparte,
también, de su importancia histórica, el marquesado de Boudonitza poseía el
romántico glamur que se derrama sobre un lugar clásico famoso por la
caballerosidad de la Edad
Media.
Entre
los aventureros que acompañaron a Bonifacio I de Montferrat,
el nuevo rey de Tesalónica (1204-1207), en su marcha al interior de
Grecia en el otoño de 1204, estaba Guido Pallavicini, el hijo más joven
de un noble procedente de las cercanías de Parma que había ido al Este porque
en casa cada hombre común podía colocarle ante los tribunales. Esta fue la
vigorosa personalidad que, a los ojos de su jefe victorioso, parecía
particularmente adecuada para vigilar el paso de las Termópilas, de
donde el arconte griego, León Sgourós, había huido ante la mera visión
de los latinos en sus cotas de malla. En consecuencia, le invistió con el feudo
de Boudonitza y antes de mucho tiempo, sobre la infraestructura helénica de Pharygae,
se alzó la imponente fortaleza de los marqueses italianos.
El
lugar fue admirablemente elegido, y es, ciertamente, uno de los más hermosos en
Grecia. El pueblo de Boudonitza, Bodonitza o Mendenitza,
como se llama ahora, está situado a una distancia de 3 horas y media a
caballo de los baños de las Termópilas y a casi una hora y media de la cima del
paso que lleva a través de las montañas hasta Dadi al pie del Parnaso. El
castillo, que es visible durante más de un hora cuando nos aproximamos desde
las Termópilas, se sitúa en una colina que bloquea el valle y ocupa una
posición verdaderamente privilegiada. El Guardián de las Marcas, en tiempos
francos, podía avistar desde sus almenas el azulado Golfo Maliaco
con la ciudad, incluso más importante, de Stylida, lugar de desembarco
para Zetounion, o Lamia; su vista podía atravesar el canal hasta
la entrada, y más allá, al Golfo de Almiro, como era llamado el Golfo de
Volo por entonces; en la distancia podía divisar dos de las Espóradas
septentrionales –Skiathos y Skopelos- primero en manos de los
amistosos Ghisi, luego reconquistadas por los hostiles fuerzas
bizantinas. La más septentrional de las tres baronías lombardas de Eubea con el
brillante mancha que marca los baños de Aedepsos, y la pequeña isla de Panaia,
o Canaia, entre Eubea y tierra firme, que fue uno de los últimos restos
de autoridad italiana en esta parte de Grecia, se extienden ante él; y ninguna
embarcación pirata podía acercarse por el Canal Atalante sin su
conocimiento. Hacia tierra adentro, la vista está confinada por las vastas
masas de montañas, pero el peligro no estaba, sin embargo, de ese lado,
mientras que una garganta rocosa, lecho de un torrente seco, aislaba uno de los
lados del castillo. Tal era el lugar donde, durante más de dos siglos, los
Marqueses de Boudonitza vigilaban, como centinelas avanzados, primero de la
“nueva Francia” y después del cristianismo.
La
extensión del marquesado no puede definirse con exactitud. En los primeros años
después de la conquista encontramos al primer marqués copropietario de Lamia;
su territorio se extendía hasta el mar, sobre el cual, más tarde, sus
sucesores tuvieron considerables transacciones comerciales, y el puerto desde
el que obtenían sus suministros al parecer había sido llamado simplemente la skala
de Boudonitza. La frontera meridional de los Pallavicini lindaba con la seigneurie
ateniense; pero sus relaciones feudales no eran con los atenienses, sino con Acaya.
Si aceptamos o no la historia de la “Crónica de Morea” de que Bonifacio
de Montferrat confirió la soberanía de Boudonitza a Guillaume de Champlitte,
o la historia más probable del Sanudo mayor, de que el emperador Baudoin II
(1237-1273) la entregó a Geoffroy II de Villehardoin, es cierto que, más tarde,
el marqués era uno de los doce pares de Acaya, y en 1278 Charles I de
Nápoles, en su calidad de Príncipe de Acaya (1278-1285), notificó, en
consecuencia, el nombramiento de un bailío del principado para la marquesa de
esa época. Fue solo durante el periodo catalán cuando el marqués llegaría a ser
reconocido como feudatario de Atenas. Dentro de sus dominios estaba situada una
sede episcopal católica romana –la de las Termópilas, dependientes de la sede
metropolitana de Atenas. Al principio, el obispo residía en la ciudad que lleva
ese nombre; al ser destruida, no obstante, durante esos tiempos tumultuosos, el
obispo y canónigos construyeron un oratorio en Boudonitza. Incluso allí, sin
embargo, los piratas penetraron y mataron al obispo, después de lo cual en 1209
el entonces ocupante de la sede, el tercero de la serie, suplicó a Inocencio
II que le permitiera trasladarse a la abadía de “Communio” –quizás
un monasterio fundado por uno de los Comnenos- dentro del mismo distrito. Hacia
el fin del siglo XIV, el obispo era conocido comúnmente por el título de
‘Boudonitza’, debido a que residía allí, y entonces su sede fue una de las
cuatro dentro de los confines del ducado de Atenas.
Guido, el primer marqués de Boudonitza (1205-1237>), el “Marquesópulo”, como le llaman los súbditos griegos, jugó un papel muy importante tanto en la historia política como eclesiástica de su tiempo- justamente el papel que debería esperarse de un hombre de su temperamento anárquico. La “Crónica” citada más arriba le sitúa presente en el asedio de Corinto. Él y su hermano, cuyo nombre puede haber sido Rubino, estaban entre los líderes de la rebelión lombarda con el emperador latino Henri (1206-1216) en 1209: obstinadamente rehusó atender el primer Parlamento de Ravenika en mayo de ese año; y, dejando su castillo sin defensa, se retiró con los todavía recalcitrantes rebeldes tras los muros más fuertes de la Cadmeia en Tebas. Este incidente obtuvo para Boudonitza el honor de su única visita imperial; pues el emperador Henri pasó allí una tarde –un cierto miércoles- en su camino a Tebas, y desde allí cabalgó a través del closure o paso, que conduce sobre las montañas hasta Dadi y la llanura beocia- entonces, como ahora, la ruta más corta desde Boudonitza hasta la capital beocia, y en ese tiempo lugar de una iglesia de Nuestra Señora de Santa María de Clusurio, propiedad del abad y canónigos del Templo del Señor. Como la mayoría de sus compañeros nobles, el marqués no fue respetuoso con los derechos y propiedades de la Iglesia a la que pertenecía. Si bien concedió la fuerte posición de Lamia a los templarios, secularizó propiedades que pertenecían a su obispo y exhibió un marcado rechazo a pagar diezmos. No obstante, le encontramos, con sus compañeros, firmando el concordato que fue elaborado para regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado en el segundo Parlamento de Ravenika en mayo de 1210.
Situación del Marquesado de Boudonitza entre los estados de la "Grecia Franca" |
Guido, el primer marqués de Boudonitza (1205-1237>), el “Marquesópulo”, como le llaman los súbditos griegos, jugó un papel muy importante tanto en la historia política como eclesiástica de su tiempo- justamente el papel que debería esperarse de un hombre de su temperamento anárquico. La “Crónica” citada más arriba le sitúa presente en el asedio de Corinto. Él y su hermano, cuyo nombre puede haber sido Rubino, estaban entre los líderes de la rebelión lombarda con el emperador latino Henri (1206-1216) en 1209: obstinadamente rehusó atender el primer Parlamento de Ravenika en mayo de ese año; y, dejando su castillo sin defensa, se retiró con los todavía recalcitrantes rebeldes tras los muros más fuertes de la Cadmeia en Tebas. Este incidente obtuvo para Boudonitza el honor de su única visita imperial; pues el emperador Henri pasó allí una tarde –un cierto miércoles- en su camino a Tebas, y desde allí cabalgó a través del closure o paso, que conduce sobre las montañas hasta Dadi y la llanura beocia- entonces, como ahora, la ruta más corta desde Boudonitza hasta la capital beocia, y en ese tiempo lugar de una iglesia de Nuestra Señora de Santa María de Clusurio, propiedad del abad y canónigos del Templo del Señor. Como la mayoría de sus compañeros nobles, el marqués no fue respetuoso con los derechos y propiedades de la Iglesia a la que pertenecía. Si bien concedió la fuerte posición de Lamia a los templarios, secularizó propiedades que pertenecían a su obispo y exhibió un marcado rechazo a pagar diezmos. No obstante, le encontramos, con sus compañeros, firmando el concordato que fue elaborado para regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado en el segundo Parlamento de Ravenika en mayo de 1210.
Como
uno de los nobles preeminentes del Reino Latino de Tesalónica, Guido continuó
estando asociado con su fortuna. En 1221 le encontramos actuando como bailío
para la regente Margaret durante la minoría del joven rey Demetrio
(1207-1230), en cuyo nombre ratificó un tratado con el clero que respetaba la
propiedad de las Iglesia. Su territorio se convirtió en el refugio del
arzobispo católico de Larisa, sobre el que fue conferido temporalmente el
obispado de Termópilas por Honorio III, cuando los griegos de Epiro le
expulsaron de su sede. Y cuando el efímero reino cayó ante ellos, el mismo
Papa, en 1224, ordenó a Geoffroy II de Villehardouin de
Acaya, a Othon de la Roche
de Atenas, y a los tres barones lombardos de Eubea ayudar a defender el castillo
de Boudonitza, y se alegró de que hubieran sido suscritos 1.300 hyperperi,
por los prelados y clero, para su defensa, de manera que pudo ser mantenido por
‘G., señor del mencionado castillo’, hasta la llegada del marqués Guglielmo de
Montferrat. Guido todavía estaba vivo el 2 de mayo de 1237, cuando hizo su
testamento. Poco después de esa fecha probablemente murió; Hopfs establece en
su genealogía, sin citar ninguna autoridad, que fue muerto por los griegos.
Había sobrevivido a la mayoría de sus compañeros cruzados; y, a
consecuencia de la reconquista griega de Tesalia, su marquesado era
ahora, con la dudosa excepción de Larissa, el más septentrional de los feudos
francos, la verdadera “Marca” de la
Hellas latina.
Guido
había contraído matrimonio con una dama borgoñona llamada Sibylle,
posiblemente una hija de la Casa
de Cicon, establecida posteriormente en Grecia, y por tanto prima de Guy
de la Roche
de Atenas. Con ella tuvo dos hijas y un hijo, Ubertino o Uberto,
que le sucedió como segundo marqués (<1253-1264>). A pesar del lazo
feudal que debería haberle ligado al Príncipe de Acaya, y que él repudió
audazmente, Ubertino, apoyó a su primo, el “Gran Señor” (Megaskyr) de
Atenas, en la guerra fratricida entre estos prominentes gobernantes francos, que
culminó en la derrota de los atenienses en la batalla de Karydu en 1258,
donde el marqués estuvo presente, y desde donde acompañó a Guy de la Roche en su retirada a
Tebas. Al año siguiente, no obstante, obedeció la convocatoria del príncipe de
Acaya a tomar parte en la campaña fatal en ayuda del déspota Mikhaēl II
Comnēnos Doukas de Epiro (1230-1268) contra el emperador griego de Nicea,
que finalizó en la llanura de Pelagonia; y en 1263, cuando el príncipe, después
de su retorno de la prisión griega, hizo la guerra contra los griegos de la
recién establecida provincia bizantina en Morea, el marqués de Boudonitza fue
una vez más convocado en su ayuda. El resurgimiento del poder griego en Eubea
en este periodo, y los frecuentes actos de piratería en el canal de Atalante
fueron de un daño considerable para el pueblo de Boudonitza, cuyos suministros
de comida eran, a veces, interceptados por los corsarios. Pero el marqués
Ubertino se benefició a través de la voluntad de su hermana Mabilia, que
se había casado con Azzo VII d’Este de Ferrara, y legó a su hermano en
1264 su propiedad cerca de Parma.
Después
de la muerte de Ubertino, el marquesado, como tantas baronías francas, recayó
en las manos de una mujer. La nueva marquesa de Boudonitza fue su segunda
hermana, Isabella (<1278-1286), quien es incluida en la circular
mencionada más arriba, dirigida a todos los grandes magnates de Acaya por
Charles I de Anjou, el nuevo príncipe, y notificándoles la designación de Galeran
d’Ivry como el vicario general angevino en el principado. En esa ocasión,
la ausencia de la marquesa fue una de las razones alegadas por el arzobispo Benedict
de Patras, en el nombre de los presentes en Glarentza, para el
rechazo del homenaje al nuevo bailío. Tan importante era la posición del
marquesado como uno de los doce pares de Acaya.
La
marquesa Isabella murió sin hijos; y, en consecuencia, en 1286, se planteó una
disputada sucesión entre su marido, Antonio el Flamenco, un franco establecido
en el Este, señor de Karditsa, en Beocia, y el representante varón más cercano
de la familia Pallavicino, su primo Tommaso, nieto del hermano del
primer marqués, Rubino. La disputa fue remitida a Guillaume I de la Roche, duque de Atenas
(1280-1287), en su calidad de bailío de Acaya, ante la corte feudal a la que
legalmente llegaría una cuestión relativa a Boudonitza. Tommaso, no obstante,
resolvió el asunto al tomar el castillo, y solo se mantuvo allí, sino que
transmitió el marquesado a su hijo, Alberto ( ? -1311).
El
quinto marqués es mencionado entre los convocados por Philippe I de Saboya
(1301-1307), príncipe de Acaya, al famoso parlamento y torneo en el istmo de
corinto en la primavera de 1305, y al haber sido uno de los magnates que
obedeció la llamada del tocayo y sucesor de Philippe, Philippe II de Tarento
(1307-1313), en 1307. Cuatro años más tarde cayó, en la gran batalla del
Céfiso, luchando contra los catalanes bajo la bandera del león de Gautier I
de Brienne (1308-1311), quien por su voluntad unos pocos días antes
había legado 100 hyperperi a la iglesia de Boudonitza.
El
marquesado, el único de los territorios francos al norte del istmo, escapó a la
conquista por los catalanes, aunque como en Atenas, una viuda y su hijo fueron
dejados solos para defenderlo. Alberto había casado con una rica heredera
eubea, Maria dalle Carceri, un vástago de la familia lombarda que había
llegado desde Verona en tiempos de la conquista. Por este matrimonio él se
convirtió en hexarca, o propietario de un sexto de esa gran isla, y así
es oficialmente descrito en la lista veneciana de gobernantes griegos. A su
muerte, de acuerdo con las reglas de sucesión establecidas en el Libro de
Costumbres del Imperio de Romania, el marquesado fue dividido en partes
iguales entre su viuda y su hija infante, Guglielma (1311-1358). María,
no obstante, no permaneció desconsolada mucho tiempo; ciertamente, las
consideraciones políticas aconsejaban un matrimonio inmediato con alguien lo
bastante poderoso para proteger su propiedad y los intereses de su hija de los
catalanes de Atenas. Hasta ahora, los Guardianes de la Marca del Norte solo habían
necesitado pensar en los enemigos griegos enfrente, pues todo el
territorio tras ellos, donde Boudonitza era más fácilmente atacable, había
estado en manos de los franceses y amigos. Más afortunada que la mayoría de las
damas de alta cuna de la Grecia
franca, la marquesa viuda había evitado el destino de aceptar a uno de los
conquistadores de su marido como su sucesor. Siendo así libre para elegir,
seleccionó como esposo a Andrea Cornaro, un veneciano de buena familia,
un gran personaje en Creta, y barón de Skarpanto. Cornaro así, en 1312,
recibió, en virtud de este matrimonio, la mitad de Boudonitza de su esposa,
mientras que su hija confirió la mitad restante, en virtud de su unión posterior
con Bartolommeo Zaccaria, a un miembro de esa famosa raza genovesa, que
ya poseía Quíos y que estaba a punto de establecer una dinastía en la Morea.
Cornaro
vino a residir ahora en Eubea, donde su propio interés, así como también el
patriotismo le llevó a oponerse a las reclamaciones de Alfonso Fadrique,
el nuevo virrey del ducado catalán de Atenas. Su oposición y la natural
ambición de Fadrique, abatió, no obstante, sobre el marquesado los horrores de
una invasión catalana, y quizás fue en esta ocasión cuando Bartolommeo Zaccaria
fue llevado prisionero y enviado a una prisión siciliana, de donde solo fue
liberado por la intervención del Papa Juan XXII. Fue afortunado para los
habitantes de Boudonitza el que Venecia incluyera a Cornaro en la tregua que
hizo con los catalanes en 1319. Cuatro años más tarde siguió a su esposa a la
tumba, y su hija fue desde entonces la única marquesa.
Guglielma
Pallavicini
era una auténtica descendiente del primer marqués. De todos los gobernantes de
Boudonitza, con su excepción, ella fue la más obstinada, y debe ser incluida en
ese de ninguna manera pequeño número de mujeres de temperamento fuerte, sin
escrúpulos y apasionadas, que produjo la Grecia franca y al que la Grecia clásica podía haber
envidiado como tema para su etapa trágica. A la muerte de su marido genovés
ella consideró que tanto la proximidad de Boudonitza a la colonia veneciana de
Negroponte como su pretensión desde antiguo al castillo de Larmena en
esa isla requería que ella se casara con un veneciano, especialmente cuando la
decisión de su reclamación e incluso su derecho a residir en la isla recaían
sobre el bailío veneciano. En consecuencia, pidió a la República que le
diera a uno de sus nobles como su consorte, y prometió sumisamente que
aceptaría a cualquiera que el Senado pudiera elegir. La elección recayó sobre Niccolò
Giorgio, o Zorzi, por darle la forma veneciana del nombre, que
pertenecía a la distinguida familia que había dado un dux a la República y
recientemente había asistido al joven Gautier II de Brienne en su
fallida campaña para recobrar el ducado perdido de su padre de manos de los
catalanes. Una galera veneciana le escoltó en 1335 al puerto de Boudonitza, y
un marqués, el fundador de una nueva línea, gobernó una vez más sobre el castillo
de los Pallavicini.
Al
principio no hubo motivo para arrepentirse de la alianza. Si los catalanes,
ahora establecidos en Neopatria y Lamia, a unas pocas horas de Boudonitza,
ocupaban varias villas del adyacente marquesado, a pesar de las recomendaciones
de Venecia, Niccolò I alcanzó un pacto con ellos, probablemente al
acordar pagar un tributo anual de cuatro caballos totalmente equipados para el
Vicario General del Ducado de Atenas, que encontramos en la época de su hijo
constituyendo el lazo feudal entre ese estado y Boudonitza. Él adoptó, también,
las reclamaciones eubeas de su esposa; pero Venecia, que tenía un ojo sobre el
fuerte castillo de Larmena, remitió la cuestión legal al bailío de Acaya, de la
cual tanto Eubea como Boudonitza eran aún reconocidas técnicamente como
dependencias. El bailío, en nombre de la princesa soberana de Acaya, Catherine
de Valois (1333-1346), decidió contra Guglielma, y la adquisición de
Larmena por Venecia puso fin a sus esperanzas. Furiosa en su decepción, la
marquesa acusó a su marido veneciano de cobardía y de preferencia hacia su
ciudad nativa, mientras que razones más domésticas aumentaban su indignación.
Su consorte era un viudo, mientras que ella había tenido una hija de su primer
marido, y le hacía sospechar de favorecer a su propio vástago a expensas de su
hija, Marulla, en cuyo nombre había depositado una gran suma de dinero
en el banco de Negroponte. Para completar la tragedia familiar representada
dentro de los muros de Boudonitza, ahora solo faltaba un siniestro aliado de la
furiosa esposa. Él, también, estaba disponible en la persona de Manfredo
Pallavicini, el pariente, consejero de negocios, y quizás amante, de la
marquesa. Como uno de la vieja estirpe del viejo conquistador, sin duda,
consideró al marido veneciano como un intruso que había obtenido primero los
honores de familia y luego traicionó su confianza. Al final estalló la crisis.
Pallavicini insultó al marqués, su superior feudal; este último le arrojó en
prisión, en donde el prisionero atentó contra la vida de su señor. Como par de
Acaya, el marqués disfrutaba del derecho de infligir la pena capital. Ahora lo
ejerció; Pallavicini fue ejecutado, y los burgueses reunidos de Boudonitza, si
podemos creer la versión veneciana, aprobaron el acto, diciendo que era mejor
que un vasallo muriera antes que causar una injuria sobre su señor.
La
continuación demostró, no obstante, que Guglielma no estaba aplacada. Ella
podía haber asentido con sus labios a lo que los burgueses habían dicho. Pero
ella trabajó sobre sus sentimientos de devoción hacia su familia que había
gobernado tanto tiempo sobre ellos; se levantaron contra el marqués extranjero
a instigación de su señora; y Niccolò fue obligado a cruzar a Negroponte,
dejando a su pequeño hijo Francesco y todas sus propiedades tras él. Por
lo tanto, se dirigió a Venecia, y expuso su caso ante el Senado. Este cuerpo
abrazó calurosamente su causa, y ordenó a la marquesa recibirle de vuelta a su
anterior honorable posición, o a entregar su propiedad. En caso de que
rehusara, el bailío de Negroponte fue instruido para romper toda comunicación
entre Boudonitza y esa isla y a embargar el dinero de su hija todavía
depositado en el bando eubeo. Para aislarla todavía más, fueron enviadas cartas
a los catalanes d Atenas, solicitándoles que no intervinieran entre marido y
esposa. Como la marquesa permaneció obstinada, Venecia hizo un último esfuerzo
por un acuerdo amistoso, pidiendo a los líderes catalanes, a la reina Jeanne
I de Nápoles (reina de Nápoles [1343-1381], y princesa de Acaya
[1374-1381]), como cabeza de la
Casa de Anjou, a la que pertenecía el principado de Acaya, y
al Delfín Humbert II de Vienne, que comandaba por entonces la flota
papal contra los turcos, que usaran su influencia en nombre de su ciudadana.
Cuando esto falló, el bailío llevó a cabo sus instrucciones, confiscó los
fondos depositados en el banco, y pagó a Niccolò con ellos el valor de su
propiedad. Ni la pérdida del dinero de su hija ni las armas espirituales del
Papa Clemente VI pudieron mover a la obstinada señora de Boudonitza, y
en su obispo local, Nitardus de Thermopylae, encontró fácilmente un
consejero que al disuadió del perdón. Así, Niccolò nunca regresó a Boudonitza;
sirvió a la República
como enviado al zar serbio, Dushan, y como uno de los consejeros del
Dux, y murió en Venecia en 1354. Tras su muerte, la marquesa admitió
inmediatamente a su único hijo, Francesco, el “Marchesotto”, como era llamado,
ahora un joven de 17 años, para gobernar con ella, y como los catalanes estaban
amenazando, una vez más su tierra, hizo propuestas a la República. Esta
última, contenta de saber que un ciudadano veneciano estaba gobernando
una vez más como marqués en Boudonitza, le incluyó a él y a su madre en sus
tratados con Atenas, y cuando Guglielma murió, en 1358, después de una larga y
variable trayectoria, su hijo recibió de vuelta la propiedad confiscada de su
difunta medio hermana.
El
pacífico reinado de Francesco fue un gran contraste a la tormentosa carrera de
su madre. Sus vecinos catalanes, divididos por las envidias de jefes rivales no
tenían ya la energía para nuevas conquistas. El establecimiento de un reino
serbio en Tesalia solo afectó al marquesado en la medida en que le permitían
conceder la mano de su hija a un principillo serbio. El peligro turco, que
estaba destinado a engullir el marquesado en la siguiente generación,
estaba, no obstante, amenazando ya a catalanes, serbios e italianos por igual,
y en consecuencia Francesco Giorgio fue uno de los magnates de Grecia a los que
el Papa Gregorio XI invitó al congreso sobre la cuestión oriental, que
fue convocado para reunirse en Tebas el 1 de octubre de 1373. Pero cuando el
ducado ateniense, del que era tributario, estaba entretenido por una disputa
sucesoria entre Maria, reina de Sicilia y Pedro IV de Aragón, el
marqués veneciano, pensando que era el momento favorable para intensificar su
conexión con los catalanes, se declaró a favor de la reina. Era, de hecho, el
miembro más importante de la minoría que estaba a su favor, pues se nos dice
que “tenía un estado muy próspero”, y sabemos que se había enriquecido
mediante empresas mercantiles. En consecuencia, asistió a la Compañía Navarra
en su ataque sobre el ducado, de modo que Pedro IV escribió en 1381 al bailío
veneciano de Negroponte, pidiéndole que impidiera a sus compatriotas en
Boudonitza que ayudaran a los enemigos del rey. La victoria del partido
aragonés cerró el incidente, y la generosa política de los vencedores se
extendió sin duda a él. Pero en 1388 el derrocamiento final del gobierno
catalán por Neri Acciaiuoli hizo al marquesado independiente del ducado
de Atenas. En las listas feudales –como la de 1391- el marqués continuaba
figurando como uno de los pares temporales de Acaya, pero su posición real era
la de un “ciudadano y amigo” de Venecia, en quien buscaba ahora ayuda en los
problemas.
Francesco
puede haber vivido para ver al realización de sus esperanzas, pues parece haber
muerto entorno a 1388, dejando enmarquesado a su hijo mayor, Jacopo I (<1388-1410),
bajo la regencia de su viuda Eufrosina, hija de la famosa familia
insular de Sommaripa, que todavía sobrevivía en las Cícladas. Pero el
joven marqués pronto se encontró con que solo había cambiado su tributo al
vicario general por un tributo al sultán. No se nos cuenta el momento exacto en
el que Bayezit I impuso este pago, pero puede haber pocas dudas de que
Boudonitza se convirtió en tributaria de los turcos por primera vez en la
campaña de 1393-4, cuando el “Trueno” cayó sobre Grecia septentrional,
cuando el cuñado serbio del marqués fue expulsado de Farsala y Domokos, cuando
Lamia y Neopatras se sometieron, cuando el condado de Salona, fundado al
mismo tiempo que Boudonitza, cesó de existir. En el camino a Salona, el
ejército del sultán debió haber pasado a menos de cuatro horas de Boudonitza y
conjeturamos que fue perdonado bien porque la estación estaba avanzada –Salona
cayó en febrero de 1394- o porque el castillo era demasiado fuerte, o porque su
señor era un veneciano. Este respiro se prolongó por la caída de Bayezit en
Agora y la lucha fratricida entre sus hijos, mientras que el marqués tuvo
cuidado de hacerse incluir en los tratados de 1403, 1408 y 1409 entre el sultán
Sulaymān y Venecia; una cláusula especial en el primero de esos
instrumentos le liberó de todas sus obligaciones excepto de las que había
contraído hacia el padre del sultán, Bayazit. Todavía, incluso en la época de
Sulaymān, tal era su sentido de inseguridad que obtuvo permiso de Venecia para
enviar a sus campesinos y ganado al fuerte castillo de Karystos en
Eubea, del que su hermano Niccolò se había convertido en arrendatario.
Figuraba también en el tratado de 1405, que la República celebró con Antonio
I Acciaiouli (1394-1435), el nuevo soberano de Atenas y así se consideró
seguro de ataque en el sur. De hecho, estaba ansioso por extender sus
responsabilidades, pues era uno de los que pujaron por las dos islas venecianas
de Tinos y Míkonos, cuando fueron puestas a subasta en el año siguiente. En
esta oferta, no obstante, fracasó.
La
muerte de Sulaymān y la ascensión de su hermano Musa en 1410 selló el
destino del marquesado. A principios de la primavera un enorme ejército turco
apareció ante el viejo castillo. Boudonitza era fuerte, y su marqués un hombre
resuelto, de modo que durante un largo tiempo el asedio fue en vano. “Jacopo”,
dice el documento veneciano compuesto por su hijo, “prefería, como el
magnánimo y verdadero cristiano que era, morir antes que someter el lugar”.
Pero hubo traición dentro de los muros del castillo; traicionado por uno de los
sirvientes, el marqués cayó, como otro Leónidas, defendiendo bravamente las
Termópilas medievales contra la nueva invasión persa. Incluso entonces, sus
hijos, “siguiendo los pasos de su padre”, mantuvieron el castillo más tiempo en
la esperanza de que Venecia recordaría a sus distantes hijos en su aflicción.
El Senado, de hecho, ordenó al Capitán del Golfo hacer indagaciones sobre si
Boudonitza aún resistía y en ese caso enviar socorro a sus gallardos defensores
–añadió el cauto gobierno- “con tan poco gasto como fuera posible-. Pero
antes de que los vigilantes de la torre pudieran divisar al capitán por el
canal de Atalante, todo había terminado; la comida y las municiones se habían
agotado y los Zorzi estaban obligados a rendirse, con la condición de que sus
vidas y propiedades serían perdonadas. Los turcos rompieron sus promesas,
privaron a sus prisioneros de sus bienes, les expulsaron del hogar de sus
ancestros y arrastraron al joven Niccolò a la corte del sultán en Adrianópolis.
Una
considerable confusión prevalece en este último acto de la historia de
Boudonitza, debido al hecho de que los dos personajes destacados, el hermano y
el hijo mayor del último marqués llevaban el mismo nombre de Niccolò. En
consecuencia, Hopf ha adoptado dos versiones diferentes en sus tres relatos
sobre estos acontecimientos. En una revisión de la evidencia documental, parece
que el hermano, el barón de Karystos, no estaba en Boudonitza durante el
asedio, y que, cuando su sobrino fue capturado, él se proclamó marqués. Venecia
reconoció su título, e instruyó a su enviado a Musa para incluirle en su
tratado con el sultán y para procurar al mismo tiempo la liberación del hijo
del último marqués. Por tanto, en la paz de 1411, Musa prometió, por amor de
Venecia y viendo que pasaba por veneciano, no hostigarle más, con la condición
de que pagara el tributo establecido. No solo esto, sino que se permitió que
los barcos del marqués y las mercancías entraran en los dominios turcos a
cambio del pago de un impuesto fijo. Así, temporalmente restaurado, el
marquesado quedó en posesión del tío, del que el sobrino, incluso después de su
liberación, o bien no podía o bien no se cuidó en reclamarlo. Se retiró a
Venecia, y muchos años más tarde, recibió, como recompensa por la heroica
defensa de su padre de Boudonitza, expuesto de chátelain de Pteleon,
cerca de la desembocadura del golfo de Volo, el último puesto avanzado
veneciano en tierra firme de la
Grecia nororiental –posición que el ocupó durante ocho años.
Mientras,
su tío, el marqués, había perdido todo excepto su estéril título. Aunque los
turcos habían evacuado Boudonitza, y el castillo había sido reparado, se sintió
tan inseguro que envió a su obispo como emisario a Venecia, solicitando ayuda
en el caso de una nueva invasión turca y permiso para transportar de vuelta a
sus siervos a los que había enviado a Karystos unos pocos años antes. Sus
temores demostraron estar bien fundados. En vano la República dio órdenes de
que deberían ser incluidos en su tratado con el nuevo sultán, Muhammad I. El 20
de junio de 1414, un extenso ejército turco atacó y tomó el castillo, y con él
muchos prisioneros, el marqués entre ellos, pues al año siguientes encontramos
a su esposa, una hija adoptiva del duque de Atenas, apelando a Venecia para
obtener su liberación de su mazmorra turca. Recobró su libertad, pero no su
marquesado. En el tratado de 1416, Boudonitza fue, de hecho, asignada
realmente, a él a cambio del tributo habitual; pero nueve años más tarde
encontramos a Venecia aún intentando obtener en vano su restitución. Continuó,
no obstante, poseyendo el título de marqués de Boudonitza con el castillo de
Karystos, que recayó en su hijo, el “Marchesotto”, y en el hijo de su
hijo, hasta que la conquista turca de Eubea en 1470 puso fin al gobierno
veneciano sobre esa gran isla. De allí, el último marqués titular de
Boudonitza, después de gobernar Lepanto, se retiró a Venecia, de donde eran los
Zorzi y donde ellos están aún representados en gran medida.
W. Miller. “The Marquisate of Boudonitza (1204-1414)”. The Journal of Hellenic Studies, 28 (1908): 234–249.
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