(extraido y traducido de BOSWORTH, C.E.: The Cambridge History of Iran. Volume IV. Cap. 3, Tahirids and Saffarids)
Durante el tercer tercio del s.IX, cuatro generaciones de la familia Tahirí se sucedieron una a la otra hereditariamente como gobernadores para los Califas abasíes (205-59/821-873). La línea es considerada a menudo como la primera dinastía en el este en hacerse autónoma de los califas en Iraq; su papel en la disolución de la unidad política del Califato Islámico correspondería, de acuerdo con esta perspectiva, con los roles de los Aghlabíes de Ifriqiya o Tunisia en el lejano occidente y de los Tuluníes en Egipto y Siria. Hay, como veremos más abajo, contundentes objeciones a esta visión tanto desde el punto de vista de la teoría constitucional como desde la conducta real de los Tahiríes; de todas maneras es un análisis del tema superficial y engañoso. Sin embargo, es probablemente cierto que la continuidad en el poder de los Tahiríes favoreciera los comienzos del resurgimiento del sentimiento y cultura nacionales persas, aunque Spuler quizá está siendo excesivamente dogmatico cuando señala, respecto a la sucesión de los primeros Tahiríes en el gobierno de Irán; “en teoría, nada especial había cambiado, pero, en la práctica, se había establecido la primera dinastía musulmana en tierra iraní, comenzó el renacimiento político de la nación persa.
Previamente, el Khurasán había estado económica y socialmente atrasado comparado con el resto de Persia. Había perdurado una sucesión de gobernadores enviados desde Iraq, normalmente árabes que tenían poca preocupación por la prosperidad duradera de la provincia; los cambios contra los gobernadores eran a menudo rápidos, proporcionando una tentación para aprovechar el cargo y llenar los bolsillos mientras lo permitiera la oportunidad. Los Tahiríes estaban altamente arabizados, pero, no obstante, eran persas. El firme y justo gobierno que dieron al mundo iranio oriental favoreció un progreso material y cultural, mientras que la anterior y más antigua cultura irania, la indígena, había sido debilitada por el impacto dinámico de la religión islámica y el dominio político árabe. Los efectos prácticos de esas tendencias inauguradas por los Tahiríes se vieron, de cualquier modo, más tarde, en las políticas gubernamentales y en el clima cultural de las dinastías que siguieron –Saffaríes y Samaníes- en Persia Oriental, las diversas dinastías daylamitas y kurdas en el oeste, cuyos lazos con el Califato Abbasí eran perceptiblemente más laxos y cuyo respeto hacia la teoría constitucional de que todo el poder político era una delegación de los Califas era mucho más débil.
Los fundadores de la fortuna de la familia Tahirí fueron los típicos persas que habían prestado su apoyo, primero al da’wa anti-omeya de Abu Muslim, y luego al nuevo régimen de los Abbasíes que en 132/749 emergió de esa agitación. Desde la ascensión en ese año del Califa al-Saffah hasta la muerte de al-Ma’mun, unos ochenta años más tarde, las tropas khurasaníes formaron la columna del ejército abasí y el pilar principal de la dinastía, mereciendo totalmente su designación de abna’ al-dawla “hijos de la dinastía”. Sus servicios contribuyeron grandemente a la victoria de al-Ma’mun, que comandaba los recursos humanos y materiales de Persia, sobre su hermano al-Amin, cuyo apoyo principal venía de los árabes de Iraq. Solo con la ascensión en 218/833 de al-Mu’tasim el elemento persa en el ejército califal ocupó el segundo lugar respecto a los nuevos grupos, más prominentes, entre los que estaban los Turcos de las estepas del Asia Central y la Rusia meridional.
Ruzaiq, ancestro del primer gobernador Tahirí de Khurasán, Tahir b. al-Husayn, fue un mawla o cliente de Talha b. Abd Allah al-Khuza’i, conocido como “el incomparable Talha” (Talha al-Talahat), que había sido gobernador de Sistán hacia el fin del siglo I/VII. El abuelo de Tahir, Mus’ab b. Ruzaiq tuvo parte en la revolución abbasí en Khurasán, actuando como secretario para el da’i o propagandista abbasí, Sulayman b. Kathir al-Khuza’i. Como recompensa por sus servicios, estos primeros Tahiríes adquirieron gobernoratos en Khurasán Oriental. Mus’ab fue gobernador de Pushang y al parecer también de Herat. Ciertamente estaba gobernando Pushang para el Califa al-Mahdi en 160/776-7, pues en ese año fue expulsado de la ciudad por el rebelde kharidjí Yusuf b. Ibrahim al-Barm al-Thaqafi. Esos fueron años de considerable transtorno social, político y religioso en Khurasán, pero los Tahiríes no florecieron espectacularmente, y su continúo control sobre Pushang anunció el papel más profundo que desempeñaron más tarde en Khurasán: tanto al-Husayn como Tahir, hijo y nieto de Mus’ab, se sucedieron en Pushang. Las fuentes están de acuerdo en que los Tahiríes eran étnicamente persas y que adquirieron el nisba o gentilicio de al-Khuza’ia través del clientelismo con la tribu árabe de Khuza’a. La lengua normal de Tahir al-Husayn era el persa, e Ibn Tayfur deja constancia de sus últimas palabras en esa lengua. Cuando los Tahiríes estuvieron en el cenit de su poder sus partidarios hicieron intentos por inflar sus modestos orígenes. Mas’udi establece que ellos reclamaban descender del héroe Rustam, y el poeta árabe Di’bil b. Alí, de genuino linaje Khuza’i, satiriza los intentos tahiríes por conectarse por una parte con Quraysh (ya que Khuza’a había controlado en una ocasión La Meca, en tiempos preislámicos) y por otra parte con los emperadores persas.
En 194/809-10 Tahir se unió al general Harthama b. A’yan en operaciones contra Rafi’ b. Layth, nieto del último gobernador omeya de Khurasán Nasr b. Sayyar. Rafi’ se había alzado en un serio levantamiento contra la autoridad califal, atrayendo apoyos de las poblaciones iranias de Transoxiana y Khwarizm así como de los turcos de las estepas circundantes. Hacia 194/810 la frágil paz entre los dos hermanos abasíes al-Amin y al-Ma’mun, los dos herederos principales del poder de su padre Harun al-Rashid ya se estaba desmoronando. En la compleja sucesión de arreglos hecha por Harun al-Rashid en 182/798 y confirmado en La Meca en 186/802 se había establecido que al-Ma’mun, gobernador de todas las tierras persas al este de Hamadan, seguiría a al-Amin en el Califato, con un tercer hermano, al-Qasim al-Mu’tamin, gobernador de al-Jazira y las fortalezas a lo largo de la frontera bizantina, como siguiente en la sucesión. Apremiado por su visir al-Fadl b. al-Rabi y por Alí b. Isa b. Mahan, anterior gobernador de Khurasán, al-Amin en 194/810 declaró nulos e inválidos los derechos sucesorios de al-Ma’mun y al-Qasim, y proclamó a su hijo infante Musa como heredero, con el honorífico al-Natiq bi’l-haqq. Al-Ma’mun respondió retirando el nombre de su hermano de la khutba o sermón del viernes en sus territorios y de las monedas acuñadas allí, y cortando las redes barids de comunicación entre Khurasan e Iraq.
Durante el tercer tercio del s.IX, cuatro generaciones de la familia Tahirí se sucedieron una a la otra hereditariamente como gobernadores para los Califas abasíes (205-59/821-873). La línea es considerada a menudo como la primera dinastía en el este en hacerse autónoma de los califas en Iraq; su papel en la disolución de la unidad política del Califato Islámico correspondería, de acuerdo con esta perspectiva, con los roles de los Aghlabíes de Ifriqiya o Tunisia en el lejano occidente y de los Tuluníes en Egipto y Siria. Hay, como veremos más abajo, contundentes objeciones a esta visión tanto desde el punto de vista de la teoría constitucional como desde la conducta real de los Tahiríes; de todas maneras es un análisis del tema superficial y engañoso. Sin embargo, es probablemente cierto que la continuidad en el poder de los Tahiríes favoreciera los comienzos del resurgimiento del sentimiento y cultura nacionales persas, aunque Spuler quizá está siendo excesivamente dogmatico cuando señala, respecto a la sucesión de los primeros Tahiríes en el gobierno de Irán; “en teoría, nada especial había cambiado, pero, en la práctica, se había establecido la primera dinastía musulmana en tierra iraní, comenzó el renacimiento político de la nación persa.
Previamente, el Khurasán había estado económica y socialmente atrasado comparado con el resto de Persia. Había perdurado una sucesión de gobernadores enviados desde Iraq, normalmente árabes que tenían poca preocupación por la prosperidad duradera de la provincia; los cambios contra los gobernadores eran a menudo rápidos, proporcionando una tentación para aprovechar el cargo y llenar los bolsillos mientras lo permitiera la oportunidad. Los Tahiríes estaban altamente arabizados, pero, no obstante, eran persas. El firme y justo gobierno que dieron al mundo iranio oriental favoreció un progreso material y cultural, mientras que la anterior y más antigua cultura irania, la indígena, había sido debilitada por el impacto dinámico de la religión islámica y el dominio político árabe. Los efectos prácticos de esas tendencias inauguradas por los Tahiríes se vieron, de cualquier modo, más tarde, en las políticas gubernamentales y en el clima cultural de las dinastías que siguieron –Saffaríes y Samaníes- en Persia Oriental, las diversas dinastías daylamitas y kurdas en el oeste, cuyos lazos con el Califato Abbasí eran perceptiblemente más laxos y cuyo respeto hacia la teoría constitucional de que todo el poder político era una delegación de los Califas era mucho más débil.
Los fundadores de la fortuna de la familia Tahirí fueron los típicos persas que habían prestado su apoyo, primero al da’wa anti-omeya de Abu Muslim, y luego al nuevo régimen de los Abbasíes que en 132/749 emergió de esa agitación. Desde la ascensión en ese año del Califa al-Saffah hasta la muerte de al-Ma’mun, unos ochenta años más tarde, las tropas khurasaníes formaron la columna del ejército abasí y el pilar principal de la dinastía, mereciendo totalmente su designación de abna’ al-dawla “hijos de la dinastía”. Sus servicios contribuyeron grandemente a la victoria de al-Ma’mun, que comandaba los recursos humanos y materiales de Persia, sobre su hermano al-Amin, cuyo apoyo principal venía de los árabes de Iraq. Solo con la ascensión en 218/833 de al-Mu’tasim el elemento persa en el ejército califal ocupó el segundo lugar respecto a los nuevos grupos, más prominentes, entre los que estaban los Turcos de las estepas del Asia Central y la Rusia meridional.
Ruzaiq, ancestro del primer gobernador Tahirí de Khurasán, Tahir b. al-Husayn, fue un mawla o cliente de Talha b. Abd Allah al-Khuza’i, conocido como “el incomparable Talha” (Talha al-Talahat), que había sido gobernador de Sistán hacia el fin del siglo I/VII. El abuelo de Tahir, Mus’ab b. Ruzaiq tuvo parte en la revolución abbasí en Khurasán, actuando como secretario para el da’i o propagandista abbasí, Sulayman b. Kathir al-Khuza’i. Como recompensa por sus servicios, estos primeros Tahiríes adquirieron gobernoratos en Khurasán Oriental. Mus’ab fue gobernador de Pushang y al parecer también de Herat. Ciertamente estaba gobernando Pushang para el Califa al-Mahdi en 160/776-7, pues en ese año fue expulsado de la ciudad por el rebelde kharidjí Yusuf b. Ibrahim al-Barm al-Thaqafi. Esos fueron años de considerable transtorno social, político y religioso en Khurasán, pero los Tahiríes no florecieron espectacularmente, y su continúo control sobre Pushang anunció el papel más profundo que desempeñaron más tarde en Khurasán: tanto al-Husayn como Tahir, hijo y nieto de Mus’ab, se sucedieron en Pushang. Las fuentes están de acuerdo en que los Tahiríes eran étnicamente persas y que adquirieron el nisba o gentilicio de al-Khuza’ia través del clientelismo con la tribu árabe de Khuza’a. La lengua normal de Tahir al-Husayn era el persa, e Ibn Tayfur deja constancia de sus últimas palabras en esa lengua. Cuando los Tahiríes estuvieron en el cenit de su poder sus partidarios hicieron intentos por inflar sus modestos orígenes. Mas’udi establece que ellos reclamaban descender del héroe Rustam, y el poeta árabe Di’bil b. Alí, de genuino linaje Khuza’i, satiriza los intentos tahiríes por conectarse por una parte con Quraysh (ya que Khuza’a había controlado en una ocasión La Meca, en tiempos preislámicos) y por otra parte con los emperadores persas.
En 194/809-10 Tahir se unió al general Harthama b. A’yan en operaciones contra Rafi’ b. Layth, nieto del último gobernador omeya de Khurasán Nasr b. Sayyar. Rafi’ se había alzado en un serio levantamiento contra la autoridad califal, atrayendo apoyos de las poblaciones iranias de Transoxiana y Khwarizm así como de los turcos de las estepas circundantes. Hacia 194/810 la frágil paz entre los dos hermanos abasíes al-Amin y al-Ma’mun, los dos herederos principales del poder de su padre Harun al-Rashid ya se estaba desmoronando. En la compleja sucesión de arreglos hecha por Harun al-Rashid en 182/798 y confirmado en La Meca en 186/802 se había establecido que al-Ma’mun, gobernador de todas las tierras persas al este de Hamadan, seguiría a al-Amin en el Califato, con un tercer hermano, al-Qasim al-Mu’tamin, gobernador de al-Jazira y las fortalezas a lo largo de la frontera bizantina, como siguiente en la sucesión. Apremiado por su visir al-Fadl b. al-Rabi y por Alí b. Isa b. Mahan, anterior gobernador de Khurasán, al-Amin en 194/810 declaró nulos e inválidos los derechos sucesorios de al-Ma’mun y al-Qasim, y proclamó a su hijo infante Musa como heredero, con el honorífico al-Natiq bi’l-haqq. Al-Ma’mun respondió retirando el nombre de su hermano de la khutba o sermón del viernes en sus territorios y de las monedas acuñadas allí, y cortando las redes barids de comunicación entre Khurasan e Iraq.
En 195/810-11 Tahir se convirtió en comandante del ejército situado por al-Ma’mun en Rayy para enfrentarse a las fuerzas de al-Amin en Hamadan. En la subsiguiente batalla, Alí b. Isa b. Mahan fue derrotado y muerto; y una de las explicaciones dadas para el sobrenombre de Tahir de Dhu’l-Yaminain “el hombre con dos manos derechas” o “el ambidextro” es que en esta batalla cortó a un hombre en dos con su mano derecha. El historiador alaba el hábil generalato en desplegar sus tropas, a las que instaba a “atacar con la furia de los Kharidjíes” (ihmilu hamlatan kharijiyyatan), y también su uso de espías. La ulterior victoria es generalmente considerada como un triunfo del este persa sobre el Iraq árabe. Su causa fue ciertamente ayudada por las memorias locales del tiránico gobierno de Alí b. Isa b. Mahan en Khurasán, y las denuncias de Tahir en Rayy acusando al ejército enemigo de ser una chusma de beduinos depredadores y bandidos montañeses; la descendencia materna de al-Ma’mun desde Marajil al-Badghsiyya, una de las concubinas persas de Harun al-Rashid, y sus conocidas simpatías persas, también debió de haber ayudado. Tahir siguió adelante tras su victorias en Rayy e invadió la totalidad de Djibal, infligiendo aún más golpes al ejército de al-Amin y avanzando a través de al-Ahvaz hacia la capital misma. Cuando Bagdad finalmente cayó en manos de Harthama y Tahir, los soldados persas de Tahir mataron al cautivo al-Amin (198/813); ciertas fuentes mencionan que al-Ma’mun más tarde hizo responsable a Tahir del asesinato de su hermano.
El nuevo Califa al-Ma’mun permaneció durante varios años en sus cuarteles generales orientales de Marv. Aunque Tahir fue uno de los arquitectos de su triunfo, le ordenó abandonar el control de Persia Occidental, Iraq y la Península arábiga a favor de al-Hasan, hermano de su principal consejero, el persa al-Fadl b. Sahl, llamado Dhu’l-Riyasatain (“el hombre cargado con dos funciones, al-tadbir wa’l-harb”, es decir, poder civil y militar). A cambio, fue designado gobernador de al-Jazira y Siria, con la misión específica de combatir al jefe árabe local, Nasr b. Shabath al-Uqaylí, que había iniciado una revuelta de elementos pro-aminíes. En la práctica, no hizo progresos reales, y Nasr b. Shabath continuó causando problemas durante unos 10 años, hasta que su centro de poder en Kaisum, al norte de Alepo fue capturado.
La base de Tahir durante esos años estaba en Raqqa sobre el Éufrates, pero también adquirió más oficios en Iraq, convirtiéndose en sahib al-shurta, el oficial responsable del orden público y servicios de policía en Bagdad, asumiendo la responsabilidad para la recaudación de ingresos del Sawad de Iraq, la fértil y próspera región agrícola del Iraq central. Mientras que los Tahiríes han venido a ser conocidos principalmente por su gobierno en Khurasán, esos cargos administrativos en Bagdad eran difícilmente de menor importancia para el mantenimiento del poder de la familia; en realidad, varios tahiríes fueron sus titulares hasta los primeros años del siglo X, mucho tiempo después de que Khurasan se hubiera perdido a favor de los Saffaríes. Eran, sin duda muy lucrativos. De acuerdo con Ya’qubi, el kharaj o impuesto territorial bajo los Tahiríes ascendía a 40 millones de dirhams, pero además de esto, sus intereses en Iraq les proporcionaban 13 millones extras de dirhams, más otros ingresos en especie. En el interior de la ciudad de Bagdad, los tahiríes eran titulares de ricas propiedades. El Harim de Tahir b. al-Husayn, una de las más opulentas construcciones en la parte oeste de Bagdad, era la residencia de los gobernadores Tahiríes de Bagdad, y más tarde, de los Califas mismo; en un una época tan temprana como la de Abd Allah b. Tahir, adquirió un estatus casi real, con los consiguientes derchos de santuario (de ahí el nombre harim “lugar inviolable, santuario”). Por medio de esos oficios, los Tahiríes fueron capaces de ejercer influencia en el centro del Califato, y ya que su sede estaba en Bagdad, eran menos afectados por la violencia de los guardias turcos que dominaban y a menudo aterrorizaban a los Califas en Samarra. Así, la presión tahirí en Bagdad obligó al Califa al-Mu’tamid a tomar una actitud firme, si bien sólo temporalmente, contra Ya’qub b. al-Layth cuando en 259/873 capturó Nishapur de Muhammad b. Tahir.
Tahir se convirtió en gobernador de todas las tierras califales al este de Iraq en 205/821. Se dice que deliberadamente había buscado la investidura de aquellas para retirarse de la corte, temiendo que al-Ma’mun se hubiera vuelto contra él. El gobierno estaba asegurado realmente por una pizca de intriga desagradable, en el que la intercesión del visir de al-Ma’mun Ahmad b. Abi Khalid fue empleada contra el gobernador titular de Khurasán, Ghassan b. Abbad, protegido y pariente del visir previo al-Hasan b. Sahl. Poco después de su llegada al este, Tahir comenzó a dejar el nombre de al-Ma’mun fuera de la khutba, y varias monedas acuñadas por él en 206/821-2 también omitió el nombre del Califa; ambas acciones eran virtualmente declaraciones de independencia de Bagdad. No obstante, en este punto murió en Marv (207/822).
Obviamente es difícil de estimar los motivos de Tahir, ya que no sabemos como pudieron producirse los acontecimientos. Hay ciertas contradicciones y diferencias de cronología en los registros de los historiadores, y es posible que Tahir fuera envenenado por orden de Ahmad b. Abi Khalid, interesado en reivindicar su propia lealtad al Califa, ahora que el hombre al que había recomendado para el puesto se había mostrado rebelde. Es posible que el significado de la acción de Tahir hubiera sido exagerado. A pesar de ello, los Califas no vacilaron en nombrar a los hijos y otros miembros de la familia al gobierno de Khurasán y su poder en Bagdad e Iraq continuó intacto. Ninguno de los Tahiríes que siguieron emularon a Tahir; todos se comportaron de manera cautelosa y con total corrección hacia los Califas.
Cuando Tahir murió, su hijo Talha sumió el mando del ejército en Khurasán, aunque no pudo hacer nada para impedir que las tropas saquearan los tesoros de su padre. Finalmente al-Ma’mun confirmó a Talha en el gobierno de Khurasán; ciertas fuentes dicen que el Califa primero designó a otro hijo, Abd Allah b. Tahir, pero la preocupación de Abd Allah en al-Jazira con la rebelión de Nasr b. Sabath le llevó a hacer a Talha su representante en el este. Cualquiera que fuera las circunstancias exactas del ascenso de Talha al poder, el punto significativo es que al-Ma’mun, aparentemente sobre aviso de Ahmad b. Abi Khalid, mantuvo a un hijo de Tahir en Khurasán. O bien el gesto de Tahir de rebeldía no fue considerado seriamente, o el Califa y sus consejeros se dieron cuenta de que lo más sabio era en esas circunstancias era encomendar Persia a la familia indígena de los Tahiríes. Ciertamente, la autoridad califal era asaltada por las dificultades en ese tiempo. El oeste árabe aún no estaba reconciliado con al-Ma’mun, con Nasr b. Shabath fugado y con disturbios en Egipto. En el este, Sistán aún estaba en la agonía de la prolongada rebelión del Kharidjí Hamza b. Adharak o Abd Allah, y el más serio de todos esos movimientos revolucionarios, los sectarios Khurramiyya Neomazdakí, bajo su lider Babak, controlaba Arran y Azerbaijan y estaba amenazando Jibal. En el plano intelectual, el Califa estaba intentando asegurar la armonía religiosa al hacer concesiones a la Shi’a (visto en la adopción del 8º Imam Shi’í , Alí al-Rida, como heredero en 201/816, y al alentar las visiones la secta Mu’tazilí en tópicos tales como la creación del Qur’an; esas políticas solo tuvieron éxito en un conservadurismo que despertaba, fuerzas ortodoxas para la defensa de la Sunna, y habían agravado más que arreglado las disensiones religiosas dentro del Califato. De este modo al retener a los Tahiríes en el Khurasán tomaron la línea de resistencia mínima y aseguraron un grado de continuidad en el este.
Talha b. Tahir gobernó Khurasán hasta su muerte en 213/828. Después de la muerte de Tahir hubiera sido informada a Bagdad, al-Ma’mun había enviado a Ahmad b. Abi Khalid con poderes militares, para instalar una presencia califal en el este. El visir lideró una expedición a través del Oxus en Ushrushana, la región situada justo al sur del Syr Darya medio, donde el gobernante local, el Afshin Kawus, había cesado de pagar tributo (el sucesor en Ushrushana de este Kawus fue el famoso Khaidar o Haidar, vencedor en el reinado de al-Mu’tasim del khurramí Babak).
Se dice que Ahmad b. Abi Khalid había dado apoyo a los Samaníes en Transoxiana, y haber ayudado a Ahmad b. Asad en Farghana, una región que estaba, como Ushrusana, solo parcialmente islamizada (207/822-3). En el siguiente año, el enérgico visir estaba en Kirmán suprimiendo una revuelta de un miembro disidente de la familia Tahirí, al-Hasan b. al-Husayn b. Mus’ab. Ahmad b. Abi Khalid parece haber quedado satisfecho con la bona fides de Talha, especialemente cuando este último había dado juiciosamente al visir un ofrecimiento munificente de trece millones de dirhams en moneda y un valor de dos millones de dirhams en regalos. Durante el tiempo que estuvo como gobernador Talha, la amenaza principal para los Abbasíes y la autoridad tahirí en el este vino del movimiento kharidjí centrado en Sistán y liderado por Hamza b. Adharak o Abd Allah. El movimiento tuvo un aspecto social y político así como religioso, pues los Kharidjíes utilizaron el descontento rural contra los oficiales abbasíes y recaudadores de impuestos. Los Tahiríes no pudieron por tanto permanecer ajenos a las implicaciones más amplias de la revuelta de Hamza (su efecto disolvente de la totalidad de la estructura de la autoridad califal y ortodoxia sunní en Sistán y las provincias adyacentes del este. Nishapur, Baihaq, Herat y otras ciudades del propio Khurasán eran afectadas a veces por las depredaciones kharidjíes, y Gardizi cita que Talha estuvo muy ocupado con la guerra contra los Hamziyya. No obstante, Hamza no murió hasta 213/828, año de la muerte del propio Talha.
Talha es de cualquier modo una figura enigmática, en las fuentes, pero existe una gran abundancia de referencias al otro hijo de Tahir, Abd Allah, quizá el mas grande de los Tahiríes y ciertamente el único que ha dejado la mas profunda impresión sobre la historia y cultura de su tiempo. De acuerdo con Shabusti, Abd Allah había sido durante mucho tiempo un favorito de al-Ma-mun, y el Califa le había “tratado como uno de sus propios hijos y le había criado (tabannahu wa'rabbahu). La mayor parte de la carrera temprana de Abd Allah la paso en el este tratando con los disturbios originados por la guerra civil ente al-Amin y al-Ma’mun. Siguió a su padre Tahir a Raqqa en las operaciones contra Nasr b. Shabath, y en 209/824-5 o al año siguiente, finalmente obligo a este ultimo a someterse. En 210/825-6 también estuvo en Egipto, sofocando un antiguo alzamiento liderado por Abd Allah b. Sari, revuelta que había sido agravada por un grupo de piratas de la España musulmana, que habían tomado el control de Alejandria. En 214/829 estuvo en Dinawar con la misión de atacar a Babak, pero entonces fue transferido por al-Ma’mun al Khurasan para combatir las incursiones kharidjies allí. (La derrota final y captura del líder khurrami sera el trabajo del Afshin Haydar, quien en 222/837, tras unas largas y reñidas campañas en Azerbaijan y Mughan, capturó la fortaleza de Babak de Badhdh; el príncipe armenio Sahl b. Sunbadh entrego a Babak al Afshin, y fue ejecutado en Samarra en 223/838.) Cuando en 213/828 sobrevino la muerte de Talha b. Tahir, su hermano Ali estaba en el lugar en Khurasan, y actúo como gobernador representante hasta que Abd Allah, el gobernador oficial, llego en 215/830 a Nishapur, a la que hizo su capital.
Durante su gobierno de quince años en el Irán central y oriental (215-30/830-845), Abd Allah fue el señor indiscutible en su propia casa, sin, no obstante, actuar irrespetuosamente hacia los Abbasíes. Tanto Tahir como Abd Allah habían sido tenidos en alta consideración por al-Ma’mun. De acuerdo con Gardizi, el nuevo Califa al-Mu’tasim (218-27/833-842) odiaba a Abd Allah, ostensiblemente a causa de un desaire que había experimentado en la corte por parte de Abd Allah durante la vida de su hermano al-Ma’mun. Se pretendía que al-Mu’tasim había intentado envenenar a Abd Allah, y más adelante en el reinado, el Afshín Haydar fue animado en sus propias ambiciones por Khurasan por las palabras del Califa indicando que el quería a los Tahiríes eliminados de Khurasan. Esto puede ser así, pero por otra parte, al-Mu’tasim parecía tener una alta consideración por Abd Allah y sus cualidades. En su ascensión, confirmo a Abd Allah en su gobernorato, y Abd Allah retuvo los antiguos intereses de su familia en Iraq. A su muerte era titular, además de Khurasan, las provincias de Rayy, Tabaristan y Kirman, y era el administrador del Sawad de Iraq y comandante militar de Bagdad (wali al-harb wa’l-shurta), siendo los ingresos totales de sus territorios 48 millones de dirhams. Abd Allah siguió una política de cautela y no provocación en sus tratos con los califas, y nunca dejaría sus territorios ni visitaría la corte califal en Samarra. Cuando en un punto Abd Allah anunció su intención de ir hacia el oeste y realizar la Peregrinación, su secretario Isma’il protestó, “¡Oh Amir, eres demasiado sensible para comprometerte en tal asunto sin sentido!”; el Tahirí accedió, y dijo que él solo había deseado probarlo.
El gobierno de Abd Allah estuvo salpicado por periodos de actividad militar. En Transoxiana los esfuerzos tahiríes estuvieron dirigidas a reforzar la posición de sus vasallos Samaníes, con la esperanza de lograr la islamización final de la provincia y rechazar los ataques de los turcos paganos. Protegidos de este modo los primeros Samaníes fueron capaces de poner las bases de su futuro poderoso emirato en Transoxiana y Khurasan. Así, en este punto, Abd Allah envió a su hijo Tahir a las estepas Oghuz, probablemente con ayuda samaní, y penetró hasta lugares donde ninguna fuerza había estado jamás. El interés tahirí sobre Transoxiana es también explicable por el hecho de que los mismos califas abbasíes aún tenían importantes intereses directos allí.
Los lazos comerciales de Transoxiana y Bagdad se mantenían, a pesar de la gran distancia que implicaba; Tha’alibi menciona la exportación de melones de Khwarizm a Bagdad durante los califatos de al-Ma’mun y al-Wathiq. Los Califas también poseían estados privados allí. Al-Mu’tasim fue convencido, si bien es cierto que a regañadientes, para contribuir con dos millones de dirhams destinados a la excavación de un canal de irrigación en la provincia de Shash, y más avanzado el siglo, al-Mu’tamid cedió ingresos de propiedades en Ishtikhan e Iskijkath en Sogdia a favor de Muhammad b. Tahir b. Abd Allah. Pero el primer factor económico aquí fue, por supuesto, el tráfico de esclavos turcos procedentes de las estepas de Asia Central, por el que la demanda (y por tanto los precios) subieron repentinamente en el curso del siglo III/IX. Los Tahiríes, y más tarde los Samaníes, controlaron este tráfico. Contribuyó tanto a la prosperidad de Transoxiana y Khurasán como a la gran riqueza particular de los Tahiríes. Esos esclavos formaron parte del tributo enviado a Bagdad por los Tahiríes, y engrosaron las filas de las guardias militares del Califa (Gilman, mamalik); de este modo, entorno a su ascensión en 232/847 al-Mutawakkil recibió un regalo de 200 esclavos de ambos sexos de los Tahiríes. Los esclavos eran traídos también de la lejana periferia del mundo iránico; entre el tributo enviado por el Shah de Qabul durante el gobierno de Abd Allah b. Tahir se encontraban 2.000 esclavos Oghuz valorados en 600.000 dirhams. Fue a mediados de siglo cuando uno de los tributarios de los tahiríes, el emir Abu Da’wdí o Banijurí Da’wud b. Abi Da’wud emprendió una oscura pero sin duda fructífera expedición al Afganistán oriental y Zabulistán; se hace constar que en 250/864 Muhammad b. Tahir envió al Califa dos elefantes capturados en Qabul, idolos, y sustancias aromáticas (¿almizcle del Tibet?). Esas fronteras orientales fueron también el escenario en 219/834 de un levantamiento Álida liderado por un descendiente de al-Husayn, Muhammad b. al-Qasim, que apareció en Taliqan en Juzjan, pero fue finalmente capturado por las tropas de Abd Allah b. Tahir.
La más grave amenaza para las posesiones tahiríes en Persia aún venían de las provincias caspianas. Esta era una región cuyo clima y vegetación subtropicales la hizo notoriamente insalubre para los forasteros; por tanto, fue durante mucho tiempo inaccesible para los ejércitos musulmanes. El Islam llegó tarde allí, y las antiguas prácticas iranias perduraron. Cuando el Islam se afianzó, algunos sectores de la población local enfatizaron su continuada diferenciación al adoptar formas heterodoxas de la nueva fe, en particular, el shi’ismo zaydí. Tabaristán estaba bajo la jurisdicción de Abd Allah b. Tahir, pero en 224/839 el gobernante local, el ispahbad Mazyar b. Qarin b. Vindadhhurmuz (un recién convertido al Islam). Rehusó pagar tributo al Califato a través de la intermediación de los Tahiríes, insistiendo en el acceso directo con los califas. Así, Mazyar puso en su punto de mira a la reducida influencia tahirí sobre Tabaristán, de manera que pudo ejercer sin impedimentos una política de agresión que ya había emprendido en el interior montañoso de la provincia. Él había preparado un rival de la vecina dinastía bawandí, y mantenía correspondencia con el Afshin Haydar. En este tiempo, el prestigio del Afshin estaba en alza, como vencedor de Babak y por haber participado en la campaña de Amorium de al-Mu’tasim de 223/838 contra los bizantinos. Contemplaba a los Tahiríes con envidia y codiciaba el lucrativo gobierno de Khurasán para sí mismo, pretensiones animadas, de acuerdo con Tabari, por la antipatía de al-Mu’tasim hacia los Tahiríes. Al enterarse del desfaío de Mazyar, Abd Allah b. Tahir envió a su tío al-Hasan b. al-Husayn b. Mus’ab a Gurgan y mandó fuerzas a través de las montañas Alburz para invadir Tabaristán desde el sur. Al tomar ventaja de la oposición en las montañas al expansionismo de Mazyar (estando basado el poder de Mazyar en los tierras bajas costeras y ciudades como Amul, Sari y Chalus), y al subordinar otros miembros de la familia de Mazyar para traicionarle, y finalmente capturó a Mazyar y le envió a Iraq. El Afshin Haydar estaba ahora decayendo en el favor califal; se vio afectado negativamente por la revuelta de sus parientes en Azerbaijan, y era sospechoso de desviar el botín capturado de Khurramiyya a su provincia natal de Ushrusana y lejos del Califa en Iraq. Finalmente, fue acusado de simpatía por las más antiguas religiones de Transoxiana (¿maniqueísmo o budismo?) , de apostasía del Islam y de desear ver a los árabes y turcos humillados, y las antiguas glorias de Persia restauradas. En un juicio celebrado, fue condenado y murió en prisión en 226/841. Mazyar confesó en Samarra la participación con el Afshin y sus planes, y fue ejecutado, siendo ahorcado con el de Babak (225/840).
Abd Allah b. Tahir murió en Nishapur en 230/fines de 844. El epitafio de Ya’qubi para él fue que “había gobernado Khurasán como nadie lo había hecho antes, de manera que todas las tierras estaban sometidas a él, y sus órdenes eran universalmente reconocidas”. De acuerdo con Suli y Shabushti, que citan a Ahmad b. Abi Du’ad, qadí principal bajo al-Mu’tasim y al-Wathiq, el Califa designó primero para Khurasán a un tahirí de una rama colateral, Ishaq b. Ibrahim b. Mus’ab; supuestamente al-Wathiq era rehacio a animar la sucesión hereditaria directa del linaje de Tahir b. al-Husayn. No obstante, luego canceló la nominación de Ishaq y designó al hijo de Abd Allah, Tahir, designación confirmada posteriormente por al-Mutawakkil, al-Muntasir y al-Musta’in. El gobierno justo de Tahir b. Abd Allah y sus virtudes personales son alabadas por los historiadores en los mismos términos elogiosos que los empleados para su padre, y Ya’qubi dice de nuevo que “gobernó Khurasán de una manera recta (waliyaha mustaqim al-amr). Sin embargo, los historiadores tienen poco que decir respecto a los sucesos en Khurasán durante su gobierno (230-48/845-62); todavía sabemos que los disturbios políticos y sociales, del tipo de las de Babak y Hamza al-Khariji, continuaron en zonas periféricas de Irán. En 231/845-6 el general califal Wasif tuvo que marchar a Djibal y Fars para suprimir disturbios entre los kurdos locales, y un año más tarde, un tahirí, Muhammad b. Ibrahim b. al-Husayn b. Mus’ab, fue designado gobernador de Fars. En Azerbaijan, hubo una rebelión en Marand al norte del lago Urmiya liderada por un antiguo oficial, Muhammad b. al-Ba’ith, que fue reprimida por el general de al-Mutawakkil Bugha el Joven (234-5/848-50). Fue también durante el gobierno de Tahir cuando el control directo sobre Sistán, dependencia administrativa de Khurasán, se perdió, pues en 239/854 el lider ‘ayyar Salih b. al-Nadr de Bust asumió el poder en la capital Zarang, expulsando al gobernador tahirí y preparando el camino para el triunfo final de los Saffaríes allí.
Otros miembros de la familia tahirí continuaron manteniendo puesos oficiales en Iraq y las tierras centrales del Califato. No obstante, la estabilidad básica obtenida en Khurasán bajo Abd Allah y su hijo Tahir se estaba perdiendo en el oeste, y allí, los tahiríes occidentales compartían de algún modo las vicisitudes y tribulaciones de los Abbasíes. En 236/850-1 ocurrió una sórdida secuencia de intrigas contra esos Tahiríes. Muhammad b. Ibrahim b. al-Husayn b. Mus’ab, gobernador de Fars, se opuso a la designación de su sobrino Muhammad b. Ishaq b. Ibrahim para el gobierno de Bagdad, un oficio al que Muhammad b. Ishaq añadió aún más responsabilidad hacia Bahrayn, la Yamama, el camino a través de Arabia hasta La Meca y Medina, y el propio Fars. Por tanto, Muhammad b. Ishaq ordenó la deposición de su tío de Fars y su sustitución por al-Husayn b. Isma’il b. Ibrahim, quien asesinó a Muhammad b. Ibrahim y le sucedió en el gobierno. El resultado de estas querellas internas fue que en 237/851 Muhammad b. Abd Allah b. Tahir fue desde Khurasán para asumir el gobierno del Sawad y de Fars, ejerciendo esas funciones en el oeste hasta su muerte en 253/867. De acuerdo con Shabisti, actuó además como hajib o chambelán para los Califas, y en 251/865 organizó una infructuosa defensa de Bagdad para al-Musta’in contra los turcos que apoyaban a al-Mu’tazz.
Ya’qubi dice que la muerte de Tahir en 248/862 fue bien recibida por el Califa con la creencia, “pues no había ninguno más temido por el séquito de al-Musta’in que el gobernador de Khurasán”. El Califa invitó a Muhammad b. Abd Allah b. Tahir a pasar desde Bagdad a Khurasán, pero éste rehusó. De manera que al-Musta’in tuvo que seguir la propia wasiyya o disposición testamentaria de Tahir y designó a su joven hijo Muhammad b. Tahir para Khurasán, siendo, al mismo tiempo, confirmado Muhammad b. Abd Allah como gobernador de Iraq y las Ciudades Santas, shahib al-shurta de Bagdad y controlador de las finanzas del Sawad.
Quizá a causa de su fracaso final en Khurasán y la pérdida de su provincia a manos de los Saffaríes, Muhammad b. Tahir es visto en las fuentes como una figura señaladamente inferior comparado con sus predecesores, y como un voluptuoso débil y negligente. Tuvo mala suerte en que, poco después de asumir el poder, las provincias caspianas estallaran en una revuelta general tan seria y duradera en sus efectos que el control desde el exterior nunca pudo volver a ser restablecido allí. De este modo, el movimiento revolucionario shi’í Zaydí en Tabaristán es, de hecho, una temprana manifestación del ascenso de los elementos iranios sumergidos hasta ahora, por encima de todo de los Daylamíes que caracterizaría los siglos IV/X y principios del V/XI.
Las décadas centrales del siglo III/IX fue testigo de una actividad generalizada por parte de varios pretendientes Álidas, que aprovecharon su oportunidad cuando el Califato Abbasí llegó a paralizarse en el centro con levantamientos y golpes militares. En 250/864 tuvo lugar la revuelta de Yahya b. Umar en la región de Kufa en Iraq, que fue sofocada por las fuerzas de Muhammad b. Abd Allah b. Tahir. Una amenaza mucho más seria planteó por el movimiento de al-Hasan b. Zayd en Tabaristán. Una mala administración llevada a cabo por miembros de la familia Tahirí y sus oficiales contribuyeron mucho a la exasperación popular allí, llegando al final a la rebelión. El Iraq Ajamí o Persia Occidental, incluyendo las provincias caspianas, cayeron bajo Muhammad b. Abd Allah, que había designado a su hermano Sulayman como su representante en Tabaristán y Gurgan. Los oficiales de Sulayman, y especialmente uno, Muhammad b. Aus al-Balkhi, se comportaba de manera opresiva. Particularmente molestas eran las acciones de un oficial cristiano de los Tahiríes sobre los estados califales en Chalus y Kalar, en las fronteras de Tabaristán y Daylam, que había sido otorgadas a un cierto Muhammad b. Abd Allah. Este agente había confiscado las mawat, tierras “muertas” ( es decir, las no cultivadas) anteriormente usadas por la población local como pasto comunal. Siguió un levantamiento del pueblo de Tabaristán y Ruyan, encabezados por dos “hijos de Rustam”, y ayudó a los Daylamíes de las montañas al oeste. El Álida al-Hasan b. Zayd, llamado al-Da’i al-Kabir “el gran convocante a la fe vedadera”, vino después desde Rayy. Normalmente fue reconocido como emir de Tabaristán; Sulayman b. Abd Allah y los recaudadores de impuestos fueron expulsados a Gurgan, y durante un tiempo los insurgentes incluso mantuvieron Rayy. La ignominiosa derrota de Sulayman no impidió su nominación para el gobierno de Bagdad y el Sawad en 255/869, dos años después de que su hermano Muhammad hubiera muerto ejerciendo esos oficios. No obstante, atrajo sobre su cabeza las sátiras del poeta Ibn al-Rumi.
Al-Hasan b. Zayd estaba controlado en Tabaristán, pero se retiró al oeste en Daylam, donde extendió de manera enérgica la forma shi’í del Islam en unas regiones hasta el momento paganas, y logró reputación de gobernante justo y sabio. En 251/865 se produjo otro levantamiento Álida contra oficiales tahiríes en Qazwin y Znajan dirigido por al-Husayn b. Ahmad al-Kaukabi, ayudado por el soberano justaní de Daylam. Dos años más tarde, al-Kaukabi fue rechazado a Daylam por Musa b. Bughra, pero al-Hasan b. Zayd mantuvo su posición en la región caspiana, y en 259/873 cruzó las montañas Alburz y ocupó la provincia de Qumis. Continuó gobernando Tabaristán hasta su muerte en 270/884, y su gobierno equitativo allí fue alabado por historiadores imparciales.
La base de Tahir durante esos años estaba en Raqqa sobre el Éufrates, pero también adquirió más oficios en Iraq, convirtiéndose en sahib al-shurta, el oficial responsable del orden público y servicios de policía en Bagdad, asumiendo la responsabilidad para la recaudación de ingresos del Sawad de Iraq, la fértil y próspera región agrícola del Iraq central. Mientras que los Tahiríes han venido a ser conocidos principalmente por su gobierno en Khurasán, esos cargos administrativos en Bagdad eran difícilmente de menor importancia para el mantenimiento del poder de la familia; en realidad, varios tahiríes fueron sus titulares hasta los primeros años del siglo X, mucho tiempo después de que Khurasan se hubiera perdido a favor de los Saffaríes. Eran, sin duda muy lucrativos. De acuerdo con Ya’qubi, el kharaj o impuesto territorial bajo los Tahiríes ascendía a 40 millones de dirhams, pero además de esto, sus intereses en Iraq les proporcionaban 13 millones extras de dirhams, más otros ingresos en especie. En el interior de la ciudad de Bagdad, los tahiríes eran titulares de ricas propiedades. El Harim de Tahir b. al-Husayn, una de las más opulentas construcciones en la parte oeste de Bagdad, era la residencia de los gobernadores Tahiríes de Bagdad, y más tarde, de los Califas mismo; en un una época tan temprana como la de Abd Allah b. Tahir, adquirió un estatus casi real, con los consiguientes derchos de santuario (de ahí el nombre harim “lugar inviolable, santuario”). Por medio de esos oficios, los Tahiríes fueron capaces de ejercer influencia en el centro del Califato, y ya que su sede estaba en Bagdad, eran menos afectados por la violencia de los guardias turcos que dominaban y a menudo aterrorizaban a los Califas en Samarra. Así, la presión tahirí en Bagdad obligó al Califa al-Mu’tamid a tomar una actitud firme, si bien sólo temporalmente, contra Ya’qub b. al-Layth cuando en 259/873 capturó Nishapur de Muhammad b. Tahir.
Tahir se convirtió en gobernador de todas las tierras califales al este de Iraq en 205/821. Se dice que deliberadamente había buscado la investidura de aquellas para retirarse de la corte, temiendo que al-Ma’mun se hubiera vuelto contra él. El gobierno estaba asegurado realmente por una pizca de intriga desagradable, en el que la intercesión del visir de al-Ma’mun Ahmad b. Abi Khalid fue empleada contra el gobernador titular de Khurasán, Ghassan b. Abbad, protegido y pariente del visir previo al-Hasan b. Sahl. Poco después de su llegada al este, Tahir comenzó a dejar el nombre de al-Ma’mun fuera de la khutba, y varias monedas acuñadas por él en 206/821-2 también omitió el nombre del Califa; ambas acciones eran virtualmente declaraciones de independencia de Bagdad. No obstante, en este punto murió en Marv (207/822).
Obviamente es difícil de estimar los motivos de Tahir, ya que no sabemos como pudieron producirse los acontecimientos. Hay ciertas contradicciones y diferencias de cronología en los registros de los historiadores, y es posible que Tahir fuera envenenado por orden de Ahmad b. Abi Khalid, interesado en reivindicar su propia lealtad al Califa, ahora que el hombre al que había recomendado para el puesto se había mostrado rebelde. Es posible que el significado de la acción de Tahir hubiera sido exagerado. A pesar de ello, los Califas no vacilaron en nombrar a los hijos y otros miembros de la familia al gobierno de Khurasán y su poder en Bagdad e Iraq continuó intacto. Ninguno de los Tahiríes que siguieron emularon a Tahir; todos se comportaron de manera cautelosa y con total corrección hacia los Califas.
Cuando Tahir murió, su hijo Talha sumió el mando del ejército en Khurasán, aunque no pudo hacer nada para impedir que las tropas saquearan los tesoros de su padre. Finalmente al-Ma’mun confirmó a Talha en el gobierno de Khurasán; ciertas fuentes dicen que el Califa primero designó a otro hijo, Abd Allah b. Tahir, pero la preocupación de Abd Allah en al-Jazira con la rebelión de Nasr b. Sabath le llevó a hacer a Talha su representante en el este. Cualquiera que fuera las circunstancias exactas del ascenso de Talha al poder, el punto significativo es que al-Ma’mun, aparentemente sobre aviso de Ahmad b. Abi Khalid, mantuvo a un hijo de Tahir en Khurasán. O bien el gesto de Tahir de rebeldía no fue considerado seriamente, o el Califa y sus consejeros se dieron cuenta de que lo más sabio era en esas circunstancias era encomendar Persia a la familia indígena de los Tahiríes. Ciertamente, la autoridad califal era asaltada por las dificultades en ese tiempo. El oeste árabe aún no estaba reconciliado con al-Ma’mun, con Nasr b. Shabath fugado y con disturbios en Egipto. En el este, Sistán aún estaba en la agonía de la prolongada rebelión del Kharidjí Hamza b. Adharak o Abd Allah, y el más serio de todos esos movimientos revolucionarios, los sectarios Khurramiyya Neomazdakí, bajo su lider Babak, controlaba Arran y Azerbaijan y estaba amenazando Jibal. En el plano intelectual, el Califa estaba intentando asegurar la armonía religiosa al hacer concesiones a la Shi’a (visto en la adopción del 8º Imam Shi’í , Alí al-Rida, como heredero en 201/816, y al alentar las visiones la secta Mu’tazilí en tópicos tales como la creación del Qur’an; esas políticas solo tuvieron éxito en un conservadurismo que despertaba, fuerzas ortodoxas para la defensa de la Sunna, y habían agravado más que arreglado las disensiones religiosas dentro del Califato. De este modo al retener a los Tahiríes en el Khurasán tomaron la línea de resistencia mínima y aseguraron un grado de continuidad en el este.
Talha b. Tahir gobernó Khurasán hasta su muerte en 213/828. Después de la muerte de Tahir hubiera sido informada a Bagdad, al-Ma’mun había enviado a Ahmad b. Abi Khalid con poderes militares, para instalar una presencia califal en el este. El visir lideró una expedición a través del Oxus en Ushrushana, la región situada justo al sur del Syr Darya medio, donde el gobernante local, el Afshin Kawus, había cesado de pagar tributo (el sucesor en Ushrushana de este Kawus fue el famoso Khaidar o Haidar, vencedor en el reinado de al-Mu’tasim del khurramí Babak).
Se dice que Ahmad b. Abi Khalid había dado apoyo a los Samaníes en Transoxiana, y haber ayudado a Ahmad b. Asad en Farghana, una región que estaba, como Ushrusana, solo parcialmente islamizada (207/822-3). En el siguiente año, el enérgico visir estaba en Kirmán suprimiendo una revuelta de un miembro disidente de la familia Tahirí, al-Hasan b. al-Husayn b. Mus’ab. Ahmad b. Abi Khalid parece haber quedado satisfecho con la bona fides de Talha, especialemente cuando este último había dado juiciosamente al visir un ofrecimiento munificente de trece millones de dirhams en moneda y un valor de dos millones de dirhams en regalos. Durante el tiempo que estuvo como gobernador Talha, la amenaza principal para los Abbasíes y la autoridad tahirí en el este vino del movimiento kharidjí centrado en Sistán y liderado por Hamza b. Adharak o Abd Allah. El movimiento tuvo un aspecto social y político así como religioso, pues los Kharidjíes utilizaron el descontento rural contra los oficiales abbasíes y recaudadores de impuestos. Los Tahiríes no pudieron por tanto permanecer ajenos a las implicaciones más amplias de la revuelta de Hamza (su efecto disolvente de la totalidad de la estructura de la autoridad califal y ortodoxia sunní en Sistán y las provincias adyacentes del este. Nishapur, Baihaq, Herat y otras ciudades del propio Khurasán eran afectadas a veces por las depredaciones kharidjíes, y Gardizi cita que Talha estuvo muy ocupado con la guerra contra los Hamziyya. No obstante, Hamza no murió hasta 213/828, año de la muerte del propio Talha.
Talha es de cualquier modo una figura enigmática, en las fuentes, pero existe una gran abundancia de referencias al otro hijo de Tahir, Abd Allah, quizá el mas grande de los Tahiríes y ciertamente el único que ha dejado la mas profunda impresión sobre la historia y cultura de su tiempo. De acuerdo con Shabusti, Abd Allah había sido durante mucho tiempo un favorito de al-Ma-mun, y el Califa le había “tratado como uno de sus propios hijos y le había criado (tabannahu wa'rabbahu). La mayor parte de la carrera temprana de Abd Allah la paso en el este tratando con los disturbios originados por la guerra civil ente al-Amin y al-Ma’mun. Siguió a su padre Tahir a Raqqa en las operaciones contra Nasr b. Shabath, y en 209/824-5 o al año siguiente, finalmente obligo a este ultimo a someterse. En 210/825-6 también estuvo en Egipto, sofocando un antiguo alzamiento liderado por Abd Allah b. Sari, revuelta que había sido agravada por un grupo de piratas de la España musulmana, que habían tomado el control de Alejandria. En 214/829 estuvo en Dinawar con la misión de atacar a Babak, pero entonces fue transferido por al-Ma’mun al Khurasan para combatir las incursiones kharidjies allí. (La derrota final y captura del líder khurrami sera el trabajo del Afshin Haydar, quien en 222/837, tras unas largas y reñidas campañas en Azerbaijan y Mughan, capturó la fortaleza de Babak de Badhdh; el príncipe armenio Sahl b. Sunbadh entrego a Babak al Afshin, y fue ejecutado en Samarra en 223/838.) Cuando en 213/828 sobrevino la muerte de Talha b. Tahir, su hermano Ali estaba en el lugar en Khurasan, y actúo como gobernador representante hasta que Abd Allah, el gobernador oficial, llego en 215/830 a Nishapur, a la que hizo su capital.
Durante su gobierno de quince años en el Irán central y oriental (215-30/830-845), Abd Allah fue el señor indiscutible en su propia casa, sin, no obstante, actuar irrespetuosamente hacia los Abbasíes. Tanto Tahir como Abd Allah habían sido tenidos en alta consideración por al-Ma’mun. De acuerdo con Gardizi, el nuevo Califa al-Mu’tasim (218-27/833-842) odiaba a Abd Allah, ostensiblemente a causa de un desaire que había experimentado en la corte por parte de Abd Allah durante la vida de su hermano al-Ma’mun. Se pretendía que al-Mu’tasim había intentado envenenar a Abd Allah, y más adelante en el reinado, el Afshín Haydar fue animado en sus propias ambiciones por Khurasan por las palabras del Califa indicando que el quería a los Tahiríes eliminados de Khurasan. Esto puede ser así, pero por otra parte, al-Mu’tasim parecía tener una alta consideración por Abd Allah y sus cualidades. En su ascensión, confirmo a Abd Allah en su gobernorato, y Abd Allah retuvo los antiguos intereses de su familia en Iraq. A su muerte era titular, además de Khurasan, las provincias de Rayy, Tabaristan y Kirman, y era el administrador del Sawad de Iraq y comandante militar de Bagdad (wali al-harb wa’l-shurta), siendo los ingresos totales de sus territorios 48 millones de dirhams. Abd Allah siguió una política de cautela y no provocación en sus tratos con los califas, y nunca dejaría sus territorios ni visitaría la corte califal en Samarra. Cuando en un punto Abd Allah anunció su intención de ir hacia el oeste y realizar la Peregrinación, su secretario Isma’il protestó, “¡Oh Amir, eres demasiado sensible para comprometerte en tal asunto sin sentido!”; el Tahirí accedió, y dijo que él solo había deseado probarlo.
El gobierno de Abd Allah estuvo salpicado por periodos de actividad militar. En Transoxiana los esfuerzos tahiríes estuvieron dirigidas a reforzar la posición de sus vasallos Samaníes, con la esperanza de lograr la islamización final de la provincia y rechazar los ataques de los turcos paganos. Protegidos de este modo los primeros Samaníes fueron capaces de poner las bases de su futuro poderoso emirato en Transoxiana y Khurasan. Así, en este punto, Abd Allah envió a su hijo Tahir a las estepas Oghuz, probablemente con ayuda samaní, y penetró hasta lugares donde ninguna fuerza había estado jamás. El interés tahirí sobre Transoxiana es también explicable por el hecho de que los mismos califas abbasíes aún tenían importantes intereses directos allí.
Los lazos comerciales de Transoxiana y Bagdad se mantenían, a pesar de la gran distancia que implicaba; Tha’alibi menciona la exportación de melones de Khwarizm a Bagdad durante los califatos de al-Ma’mun y al-Wathiq. Los Califas también poseían estados privados allí. Al-Mu’tasim fue convencido, si bien es cierto que a regañadientes, para contribuir con dos millones de dirhams destinados a la excavación de un canal de irrigación en la provincia de Shash, y más avanzado el siglo, al-Mu’tamid cedió ingresos de propiedades en Ishtikhan e Iskijkath en Sogdia a favor de Muhammad b. Tahir b. Abd Allah. Pero el primer factor económico aquí fue, por supuesto, el tráfico de esclavos turcos procedentes de las estepas de Asia Central, por el que la demanda (y por tanto los precios) subieron repentinamente en el curso del siglo III/IX. Los Tahiríes, y más tarde los Samaníes, controlaron este tráfico. Contribuyó tanto a la prosperidad de Transoxiana y Khurasán como a la gran riqueza particular de los Tahiríes. Esos esclavos formaron parte del tributo enviado a Bagdad por los Tahiríes, y engrosaron las filas de las guardias militares del Califa (Gilman, mamalik); de este modo, entorno a su ascensión en 232/847 al-Mutawakkil recibió un regalo de 200 esclavos de ambos sexos de los Tahiríes. Los esclavos eran traídos también de la lejana periferia del mundo iránico; entre el tributo enviado por el Shah de Qabul durante el gobierno de Abd Allah b. Tahir se encontraban 2.000 esclavos Oghuz valorados en 600.000 dirhams. Fue a mediados de siglo cuando uno de los tributarios de los tahiríes, el emir Abu Da’wdí o Banijurí Da’wud b. Abi Da’wud emprendió una oscura pero sin duda fructífera expedición al Afganistán oriental y Zabulistán; se hace constar que en 250/864 Muhammad b. Tahir envió al Califa dos elefantes capturados en Qabul, idolos, y sustancias aromáticas (¿almizcle del Tibet?). Esas fronteras orientales fueron también el escenario en 219/834 de un levantamiento Álida liderado por un descendiente de al-Husayn, Muhammad b. al-Qasim, que apareció en Taliqan en Juzjan, pero fue finalmente capturado por las tropas de Abd Allah b. Tahir.
La más grave amenaza para las posesiones tahiríes en Persia aún venían de las provincias caspianas. Esta era una región cuyo clima y vegetación subtropicales la hizo notoriamente insalubre para los forasteros; por tanto, fue durante mucho tiempo inaccesible para los ejércitos musulmanes. El Islam llegó tarde allí, y las antiguas prácticas iranias perduraron. Cuando el Islam se afianzó, algunos sectores de la población local enfatizaron su continuada diferenciación al adoptar formas heterodoxas de la nueva fe, en particular, el shi’ismo zaydí. Tabaristán estaba bajo la jurisdicción de Abd Allah b. Tahir, pero en 224/839 el gobernante local, el ispahbad Mazyar b. Qarin b. Vindadhhurmuz (un recién convertido al Islam). Rehusó pagar tributo al Califato a través de la intermediación de los Tahiríes, insistiendo en el acceso directo con los califas. Así, Mazyar puso en su punto de mira a la reducida influencia tahirí sobre Tabaristán, de manera que pudo ejercer sin impedimentos una política de agresión que ya había emprendido en el interior montañoso de la provincia. Él había preparado un rival de la vecina dinastía bawandí, y mantenía correspondencia con el Afshin Haydar. En este tiempo, el prestigio del Afshin estaba en alza, como vencedor de Babak y por haber participado en la campaña de Amorium de al-Mu’tasim de 223/838 contra los bizantinos. Contemplaba a los Tahiríes con envidia y codiciaba el lucrativo gobierno de Khurasán para sí mismo, pretensiones animadas, de acuerdo con Tabari, por la antipatía de al-Mu’tasim hacia los Tahiríes. Al enterarse del desfaío de Mazyar, Abd Allah b. Tahir envió a su tío al-Hasan b. al-Husayn b. Mus’ab a Gurgan y mandó fuerzas a través de las montañas Alburz para invadir Tabaristán desde el sur. Al tomar ventaja de la oposición en las montañas al expansionismo de Mazyar (estando basado el poder de Mazyar en los tierras bajas costeras y ciudades como Amul, Sari y Chalus), y al subordinar otros miembros de la familia de Mazyar para traicionarle, y finalmente capturó a Mazyar y le envió a Iraq. El Afshin Haydar estaba ahora decayendo en el favor califal; se vio afectado negativamente por la revuelta de sus parientes en Azerbaijan, y era sospechoso de desviar el botín capturado de Khurramiyya a su provincia natal de Ushrusana y lejos del Califa en Iraq. Finalmente, fue acusado de simpatía por las más antiguas religiones de Transoxiana (¿maniqueísmo o budismo?) , de apostasía del Islam y de desear ver a los árabes y turcos humillados, y las antiguas glorias de Persia restauradas. En un juicio celebrado, fue condenado y murió en prisión en 226/841. Mazyar confesó en Samarra la participación con el Afshin y sus planes, y fue ejecutado, siendo ahorcado con el de Babak (225/840).
Abd Allah b. Tahir murió en Nishapur en 230/fines de 844. El epitafio de Ya’qubi para él fue que “había gobernado Khurasán como nadie lo había hecho antes, de manera que todas las tierras estaban sometidas a él, y sus órdenes eran universalmente reconocidas”. De acuerdo con Suli y Shabushti, que citan a Ahmad b. Abi Du’ad, qadí principal bajo al-Mu’tasim y al-Wathiq, el Califa designó primero para Khurasán a un tahirí de una rama colateral, Ishaq b. Ibrahim b. Mus’ab; supuestamente al-Wathiq era rehacio a animar la sucesión hereditaria directa del linaje de Tahir b. al-Husayn. No obstante, luego canceló la nominación de Ishaq y designó al hijo de Abd Allah, Tahir, designación confirmada posteriormente por al-Mutawakkil, al-Muntasir y al-Musta’in. El gobierno justo de Tahir b. Abd Allah y sus virtudes personales son alabadas por los historiadores en los mismos términos elogiosos que los empleados para su padre, y Ya’qubi dice de nuevo que “gobernó Khurasán de una manera recta (waliyaha mustaqim al-amr). Sin embargo, los historiadores tienen poco que decir respecto a los sucesos en Khurasán durante su gobierno (230-48/845-62); todavía sabemos que los disturbios políticos y sociales, del tipo de las de Babak y Hamza al-Khariji, continuaron en zonas periféricas de Irán. En 231/845-6 el general califal Wasif tuvo que marchar a Djibal y Fars para suprimir disturbios entre los kurdos locales, y un año más tarde, un tahirí, Muhammad b. Ibrahim b. al-Husayn b. Mus’ab, fue designado gobernador de Fars. En Azerbaijan, hubo una rebelión en Marand al norte del lago Urmiya liderada por un antiguo oficial, Muhammad b. al-Ba’ith, que fue reprimida por el general de al-Mutawakkil Bugha el Joven (234-5/848-50). Fue también durante el gobierno de Tahir cuando el control directo sobre Sistán, dependencia administrativa de Khurasán, se perdió, pues en 239/854 el lider ‘ayyar Salih b. al-Nadr de Bust asumió el poder en la capital Zarang, expulsando al gobernador tahirí y preparando el camino para el triunfo final de los Saffaríes allí.
Otros miembros de la familia tahirí continuaron manteniendo puesos oficiales en Iraq y las tierras centrales del Califato. No obstante, la estabilidad básica obtenida en Khurasán bajo Abd Allah y su hijo Tahir se estaba perdiendo en el oeste, y allí, los tahiríes occidentales compartían de algún modo las vicisitudes y tribulaciones de los Abbasíes. En 236/850-1 ocurrió una sórdida secuencia de intrigas contra esos Tahiríes. Muhammad b. Ibrahim b. al-Husayn b. Mus’ab, gobernador de Fars, se opuso a la designación de su sobrino Muhammad b. Ishaq b. Ibrahim para el gobierno de Bagdad, un oficio al que Muhammad b. Ishaq añadió aún más responsabilidad hacia Bahrayn, la Yamama, el camino a través de Arabia hasta La Meca y Medina, y el propio Fars. Por tanto, Muhammad b. Ishaq ordenó la deposición de su tío de Fars y su sustitución por al-Husayn b. Isma’il b. Ibrahim, quien asesinó a Muhammad b. Ibrahim y le sucedió en el gobierno. El resultado de estas querellas internas fue que en 237/851 Muhammad b. Abd Allah b. Tahir fue desde Khurasán para asumir el gobierno del Sawad y de Fars, ejerciendo esas funciones en el oeste hasta su muerte en 253/867. De acuerdo con Shabisti, actuó además como hajib o chambelán para los Califas, y en 251/865 organizó una infructuosa defensa de Bagdad para al-Musta’in contra los turcos que apoyaban a al-Mu’tazz.
Ya’qubi dice que la muerte de Tahir en 248/862 fue bien recibida por el Califa con la creencia, “pues no había ninguno más temido por el séquito de al-Musta’in que el gobernador de Khurasán”. El Califa invitó a Muhammad b. Abd Allah b. Tahir a pasar desde Bagdad a Khurasán, pero éste rehusó. De manera que al-Musta’in tuvo que seguir la propia wasiyya o disposición testamentaria de Tahir y designó a su joven hijo Muhammad b. Tahir para Khurasán, siendo, al mismo tiempo, confirmado Muhammad b. Abd Allah como gobernador de Iraq y las Ciudades Santas, shahib al-shurta de Bagdad y controlador de las finanzas del Sawad.
Quizá a causa de su fracaso final en Khurasán y la pérdida de su provincia a manos de los Saffaríes, Muhammad b. Tahir es visto en las fuentes como una figura señaladamente inferior comparado con sus predecesores, y como un voluptuoso débil y negligente. Tuvo mala suerte en que, poco después de asumir el poder, las provincias caspianas estallaran en una revuelta general tan seria y duradera en sus efectos que el control desde el exterior nunca pudo volver a ser restablecido allí. De este modo, el movimiento revolucionario shi’í Zaydí en Tabaristán es, de hecho, una temprana manifestación del ascenso de los elementos iranios sumergidos hasta ahora, por encima de todo de los Daylamíes que caracterizaría los siglos IV/X y principios del V/XI.
Las décadas centrales del siglo III/IX fue testigo de una actividad generalizada por parte de varios pretendientes Álidas, que aprovecharon su oportunidad cuando el Califato Abbasí llegó a paralizarse en el centro con levantamientos y golpes militares. En 250/864 tuvo lugar la revuelta de Yahya b. Umar en la región de Kufa en Iraq, que fue sofocada por las fuerzas de Muhammad b. Abd Allah b. Tahir. Una amenaza mucho más seria planteó por el movimiento de al-Hasan b. Zayd en Tabaristán. Una mala administración llevada a cabo por miembros de la familia Tahirí y sus oficiales contribuyeron mucho a la exasperación popular allí, llegando al final a la rebelión. El Iraq Ajamí o Persia Occidental, incluyendo las provincias caspianas, cayeron bajo Muhammad b. Abd Allah, que había designado a su hermano Sulayman como su representante en Tabaristán y Gurgan. Los oficiales de Sulayman, y especialmente uno, Muhammad b. Aus al-Balkhi, se comportaba de manera opresiva. Particularmente molestas eran las acciones de un oficial cristiano de los Tahiríes sobre los estados califales en Chalus y Kalar, en las fronteras de Tabaristán y Daylam, que había sido otorgadas a un cierto Muhammad b. Abd Allah. Este agente había confiscado las mawat, tierras “muertas” ( es decir, las no cultivadas) anteriormente usadas por la población local como pasto comunal. Siguió un levantamiento del pueblo de Tabaristán y Ruyan, encabezados por dos “hijos de Rustam”, y ayudó a los Daylamíes de las montañas al oeste. El Álida al-Hasan b. Zayd, llamado al-Da’i al-Kabir “el gran convocante a la fe vedadera”, vino después desde Rayy. Normalmente fue reconocido como emir de Tabaristán; Sulayman b. Abd Allah y los recaudadores de impuestos fueron expulsados a Gurgan, y durante un tiempo los insurgentes incluso mantuvieron Rayy. La ignominiosa derrota de Sulayman no impidió su nominación para el gobierno de Bagdad y el Sawad en 255/869, dos años después de que su hermano Muhammad hubiera muerto ejerciendo esos oficios. No obstante, atrajo sobre su cabeza las sátiras del poeta Ibn al-Rumi.
Al-Hasan b. Zayd estaba controlado en Tabaristán, pero se retiró al oeste en Daylam, donde extendió de manera enérgica la forma shi’í del Islam en unas regiones hasta el momento paganas, y logró reputación de gobernante justo y sabio. En 251/865 se produjo otro levantamiento Álida contra oficiales tahiríes en Qazwin y Znajan dirigido por al-Husayn b. Ahmad al-Kaukabi, ayudado por el soberano justaní de Daylam. Dos años más tarde, al-Kaukabi fue rechazado a Daylam por Musa b. Bughra, pero al-Hasan b. Zayd mantuvo su posición en la región caspiana, y en 259/873 cruzó las montañas Alburz y ocupó la provincia de Qumis. Continuó gobernando Tabaristán hasta su muerte en 270/884, y su gobierno equitativo allí fue alabado por historiadores imparciales.
La historia del gobierno de Muhammad b. Tahir en Khurasán se funde ahora con el del primer Saffarí, Ya’qub b. al-Layth, que gradualmente extendió su poder en Sistán, expulsando a los gobernadores Tahiríes de las ciudades del Khurasán oriental, y finalmente en 259/873 ocupando Nishapur y deponiendo a Muhammad b. Tahir; todos esos acontecimientos serán tratados con más detalle más abajo.
El fracaso de Muhammad b. Tahir marca el fin del control tahirí durante 50 años sobre el Khurasán, aunque su hermano al-Husayn se mantuviera en Marv durante un algún tiempo más, y varios comandantes militares hostiles a los Saffaríes combatieron bajo las banderas de la legitimidad y la restauración de los Tahiríes. Muhammad b. Tahir fue más tarde vuelto a designar por el Califa al-Mu’tamid a Khurasán, pero nunca se atrevió a mostrarse allí. Se convirtió en gobernador de Bagdad en 270/883-4, y murió en 297/910 o, quizá el año siguiente. Su tío Ubayd Allah b. Abd Allah b. Tahir mantuvo el gobierno y la shurta de Bagdad en diversas ocasiones bajo al-Mu’tazz y al-Mu’tamid, incluido después de la muerte de Muhammad b. Tahir. Durante el reinado de al-Mu’tadid estuvo inmerso en una cierta cantidad de penurias, en las que fue ayudado financieramente por el Califa, y murió en 300/913. Parece que Ubayd Allah estuvo en malos términos con su hermano Sulayman y su sobrino Muhammad, y esta hostilidad explicaría presumiblemente por qué Ubayd Allah actuó como representante en Iraq para los Saffaríes Ya’qub y Amr b. al-Layth durante aquellos periodos en que pudieron ejercer su influencia allí. La familia Tahirí ni mucho menos desapareció en el siglo IV/X, aunque ya no volvió a ejercer ningún poder político. Tha’alibi menciona a un cierto Abu’l-Tayyib al-Tahiri, quien en la segunda mitad del siglo vivía de las rentas provenientes de los anteriores estados tahiríes, concedidas por los Samaníes, pero nunca dejó de odiar a estos como suplantadores de su familia.
De este modo los Tahiríes tuvieron cincuenta años de gobierno sin interrupción en el Khurasán, lo que no está claro es si puede hablarse de ellos como una dinastía separada allí. El gobierno de Khurasán fue solo uno de los varios oficios, si bien es cierto que el más importante, que mantuvieron simultáneamente, y algunos de esos oficios siguieron manteniéndolos tras la pérdida de Khurasán para los Saffaríes. Las monedas de los Tahiríes son poco diferentes de las de los otros gobernadores abbasíes. Con las excepciones citadas más arriba en el caso de Tahir b. al-Husayn, el nombre del Califa se reconoció siempre, y en verdad, las monedas fueron acuñadas en muchos lugares que estuvieron con seguridad bajo control tahirí que no mencionan a los Tahiríes en absoluto. La evidencia parece demostrar que los Tahiríes conservaron Khurasán a causa de que el Califato se estaba volviendo cada vez más inestable y su autoridad directa sobre las provincias periféricas estaba contrayéndose; los Tahiríes dieron un firme gobierno a una gran parte de Persia, respetó los derechos constitucionales del Califato y dieron tan pocos problemas como se pudo esperar.
Culturalmente, los Tahiríes compartieron todo en la civilización araboislámica de su tiempo. Actuaron como patronos de muchas de las grandes figuras de la literatura arábiga contemporánea, tales como Alí b. Jahm, Ishaq al-Mawsili e Ibn al-Rumi. El poeta y autor Abu’l-Amaithal al-A’rabi sirvió con Tahir b. al-Husayn y después con Abd Allah, convirtiéndose en tutor del hijo de este último. Casi todas las figuras importantes de la familia Tahirí lograron alguna fama como eruditos o poetas por sí mismos, desde Tahir b. al-Husayn en adelante. La epístola de Tahir a al-Ma’mun sobre la captura de Bagdad y su carga moralizante a su hijo Abd Allah cuando asumió el gobierno de Raqqa llegó a ser especialmente famoso. Al-Ma’mun ordenó hacer copias de esta última para que se mandaran a sus otros gobernadores. De acuerdo con el Kitab al-aghani, tanto Abd Allah como su hijo Ubayd Allah compusieron numerosas melodías para que los poemas pudieran ser cantados, pero no les gustaba que su nombre estuviera conectado con el indigno asunto, para un estadista, de componer, de manera que los atribuían a sus esclavas. Más aún, Abd Allah, junto con Ibrahim b. al-Mahi competían en cantar en su corte. El Fihrist de Ibn al-Nadim tuvo, incluso, una sección especial dedicada a los Tahiríes como eruditos y literatos. El sobrino de Abd Allah, Mansur b. Talha, gobernador del Khurasán septentrional y Khwarizm, escribió libros sobre, filosofía, música, astronomía y matemáticas, y fue conocido como la “sabiduría de los Tahiríes”. Ubayd Allah b. Abd Allah es descrito en el Kitab al-aghani como “preeminente en literatura y todos sus variados aspectos, en la transmisión y recitación de poesía, en gramática, y en conocimiento de los antiguos filósofos y autorices sobre música, geometría, etc., hasta una amplitud que es demasiado vasta para una adecuada descripción y demasiado larga para ser enumerada”. Además, Ubayd Allah escribió una historia de los poetas y un tratado de gobierno, y sus epístolas a Ibn al-Mu’tazz y su divan de poesía eran coleccionadas juntas.
La actitud de los Tahiríes hacia la cultura persa es más difícil de evaluar. ‘Aufi y Daulatshah, escribiendo ambos varios siglos más tarde, afirman que eran hostiles a las tradiciones populares y la literatura persas. Daulatshah dice que ‘Abd allah b. Tahir ordenó en una ocasión que una copia del romance persa de Vamiq-u’ Adhra’fuera destruido, y que todos los demás libros peras y zoroastricos en su territorio fueran quemados. Esto es casi completamente falso. Es improbable que la literatura persa que apareciera en Iran Oriental bajo los primeros Saffaríes no tuviera precursores en el periodo Tahirí, y realmente, se dice que al-Ma’mun fue recibido por un oda en Persa la primera vez que entró en Marv.
A causa de su opulento y aristocrático modo de vida y su preocupación por el mantenimiento del status quo ortodoxo, los Tahiríes son tratados con una tibia aprobación por las fuentes históricas posteriores, y las anecdotas ilustrando su gobierno benevolente y justo abundan en la literatura adab y en los trabajos del género “Espejo para príncipes”. Su gobierno en Khurasán ha sido calificado por Barthold como un absolutismo ilustrado, en el que intentan proporcionar un gobierno estable, después del periodo de trastornos sociales, políticos y económicos en Persia que siguieron a la revolución abbasí. De acuerdo con el gran visir saldjuqí Nizam al-Mulk, Abd Allah b. Tahir fue siempre cuidadoso en elegir honestos y piadoso hombres como sus amiles o recaudadores de impuestos; su tumba en Nishapur se convirtió en lugar de peregrinación, todavía frecuentado en el propio tiempo del autor, unos dos siglos más tarde. Sobre todo se interesó por la restauración de la agricultura y la preservación de los campesinos de explotaciones indebidas. Al oir las fecuentes disputas sobre los derechos del agua y el mantenimiento de los qanats o canales de irrigación subterráneos, Abd Allah encargó a eruditos de Khurasán e Iraq componer un libro autorizado sobre la ley y la práctica considerando los derechos del agua. Este Kitab al-quniy todavía era usado en Khurasán en tiempo de los Ghaznawíes. Las actividades Tahiríes para la pacificación del la campiña persa fueron en gran medida dirigidos contra movimientos sectarios como los Kharidjíes en Sistán y los Shi’íes en las provincias caspianas, de manera que la familia viniera a ser considerada como los titulares par excellence de la Sunna y la autoridad moral de los Califas. No obstante, hay ciertas referencias en las fuentes que imputan simpatías shi’íes a algunos de los Tahiríes. Aunque este fue un periodo en el que el Shi’ismo todavía no había cristalizado en un rígido movimiento dogmático, y todavía era posible, para los buenos sunníes tener una simpatía emocional por la casa de ‘Ali, esas imputaciones no parecen haber tenido una base firme; los poetas pro-shi´’es como Di’bil b. ‘Ali satirizaron a los Tahiríes, y Tahir b. al-Husayn se alegro mucho cuando al-Ma’mun y su corte alcanzaron Bagdad en 204/819 y consintió, a solicitud de Tahir, restaurar el color oficial abbasí, el negro (había sido verde en el periodo de intento de acercamiento a los Shi’íes, cuando el Imam ‘Ali al-Rida había sido proclamado heredero al Califato).
La actitud de los Tahiríes hacia la cultura persa es más difícil de evaluar. ‘Aufi y Daulatshah, escribiendo ambos varios siglos más tarde, afirman que eran hostiles a las tradiciones populares y la literatura persas. Daulatshah dice que ‘Abd allah b. Tahir ordenó en una ocasión que una copia del romance persa de Vamiq-u’ Adhra’fuera destruido, y que todos los demás libros peras y zoroastricos en su territorio fueran quemados. Esto es casi completamente falso. Es improbable que la literatura persa que apareciera en Iran Oriental bajo los primeros Saffaríes no tuviera precursores en el periodo Tahirí, y realmente, se dice que al-Ma’mun fue recibido por un oda en Persa la primera vez que entró en Marv.
A causa de su opulento y aristocrático modo de vida y su preocupación por el mantenimiento del status quo ortodoxo, los Tahiríes son tratados con una tibia aprobación por las fuentes históricas posteriores, y las anecdotas ilustrando su gobierno benevolente y justo abundan en la literatura adab y en los trabajos del género “Espejo para príncipes”. Su gobierno en Khurasán ha sido calificado por Barthold como un absolutismo ilustrado, en el que intentan proporcionar un gobierno estable, después del periodo de trastornos sociales, políticos y económicos en Persia que siguieron a la revolución abbasí. De acuerdo con el gran visir saldjuqí Nizam al-Mulk, Abd Allah b. Tahir fue siempre cuidadoso en elegir honestos y piadoso hombres como sus amiles o recaudadores de impuestos; su tumba en Nishapur se convirtió en lugar de peregrinación, todavía frecuentado en el propio tiempo del autor, unos dos siglos más tarde. Sobre todo se interesó por la restauración de la agricultura y la preservación de los campesinos de explotaciones indebidas. Al oir las fecuentes disputas sobre los derechos del agua y el mantenimiento de los qanats o canales de irrigación subterráneos, Abd Allah encargó a eruditos de Khurasán e Iraq componer un libro autorizado sobre la ley y la práctica considerando los derechos del agua. Este Kitab al-quniy todavía era usado en Khurasán en tiempo de los Ghaznawíes. Las actividades Tahiríes para la pacificación del la campiña persa fueron en gran medida dirigidos contra movimientos sectarios como los Kharidjíes en Sistán y los Shi’íes en las provincias caspianas, de manera que la familia viniera a ser considerada como los titulares par excellence de la Sunna y la autoridad moral de los Califas. No obstante, hay ciertas referencias en las fuentes que imputan simpatías shi’íes a algunos de los Tahiríes. Aunque este fue un periodo en el que el Shi’ismo todavía no había cristalizado en un rígido movimiento dogmático, y todavía era posible, para los buenos sunníes tener una simpatía emocional por la casa de ‘Ali, esas imputaciones no parecen haber tenido una base firme; los poetas pro-shi´’es como Di’bil b. ‘Ali satirizaron a los Tahiríes, y Tahir b. al-Husayn se alegro mucho cuando al-Ma’mun y su corte alcanzaron Bagdad en 204/819 y consintió, a solicitud de Tahir, restaurar el color oficial abbasí, el negro (había sido verde en el periodo de intento de acercamiento a los Shi’íes, cuando el Imam ‘Ali al-Rida había sido proclamado heredero al Califato).
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